Fantasía se convierte en realidad
Salvando cualquier hipocresía, y sin tener en cuenta la típicas moralinas de algunas películas, libros, revistas del sector erótico y otros medios que dicen ser atrevidos, pero que luego se someten a la moraleja final en la que se imponen ciertos prejuicios sobre la liberación sexual, me permito relatar un hecho real que solo con recordarlo me excita, y supongo que, a partir de ahora, releyéndolo me calentara aún más sabiendo que lo pueden leer otras personas que piensen como mi mujer y yo, o, lo que es mejor, que puedan llegar a pensar que hay muchas formas de pasarlo mejor impidiendo que la monotonía lo destruya todo.
No soy de los que suelen escribir pretendiendo calentar al lector con descripciones más o menos pornográficas muy duras, si bien utilizo las necesarias para trasmitir en cierta forma las escenas. Probablemente os puedan parecer descafeinados los comentarios en alguna de las partes mencionadas, pero notareis, no obstante, que en la medida que se desarrolla el argumento se hace más cálido. Quizá lo más interesante de este contenido esté en que se trata de un hecho real que cambió el rumbo de nuestro matrimonio, que nos sirvió para aprender que siempre hay oportunidades que pueden mejorar tu vida en la cama. Como decía Alex Confort: si quieres mejorar tu excitación, complementa tus ratos de cama con novedades , aunque solo sean fantasías, porque la mente no debe tener límites en esto del sexo, ya que lo que no puedas alcanzar en la realidad, nada te impedirá que lo imagines. Así que yo suelo imaginarme multitud de deseos que hasta ahora no había alcanzado. Y digo hasta ahora porque, como podréis comprobar, una de mis fantasías por fin se hizo realidad.
Por lo tanto, comienzo el relato que sucedió para nuestro bien cuando, después de 30 años de casados, mi mujer y yo hallamos por casualidad una de esas oportunidades en las que te das cuenta de que tienes que dejar apartados ciertos prejuicios que se nos han inculcado, vaya usted a saber para qué. Yo pienso que el adoctrinamiento de las normas busca intereses distintos a los que la naturaleza nos concede a cada uno de los seres humanos, al los que se nos juzga por cometer actos que son censurados por una sociedad manufacturada por los poderes que nos dominan. Se nos prohíben actos que precisamente quienes los prohíben suelen practicar con más frecuencia, incluso entre la mal llamada nobleza, que fue la primera en experimentarlos.
Pero sin entrar en más disquisiciones, sabed lo que ocurrió aquel día:
Nunca supe por qué, pero siempre que he visto bailar a mis amigos con mi mujer sentía una sensación extraña de satisfacción muy interna que me hacía muy agradable la escena. Cada vez que asistíamos, en nuestra juventud veinteañera, a nuestras fiestas del círculo de amistades, solíamos intercambiar parejas de baile entre canción y canción. Bien es verdad que eran más frecuentes los bailes sueltos, en donde no hacíamos sino dar saltos y cruzar lo mínimo el contacto de nuestros cuerpos. Sin embargo, recuerdo una ocasión en que, cuando comenzó a estilarse aquello de la lambada, me sorprendió cuando uno de nuestros más atrevidos amigos bailó con mi mujer, entonces estábamos recién casados, haciendo una autentica exhibición de movimientos que invitaban a la sensualidad más febril, sobre todo por mi parte al observar que mi chica participaba sin ningún rubor de aquel ritmo con el que su pareja de baile llegó a rozar varias veces su entrepierna.
Una vez agotados por los convulsivos movimientos, mi mujer llegó hasta mí y me susurró al oído:
— No te lo podrás creer, pero este baile me ha puesto muy calentita.
— No me jodas…que es solo un baile—respondí yo, un tantito enojado.
— Que no te joda…pues ahora eso es lo que más me apetece, porque me ha encantado.
— Yo creo que no es para tanto —contesté.
— Pues no te fíes porque si salgo otra vez con ese tío me lo saco de la sala.
Os extrañará que diga esto, pero tengo que admitir que me sentí un poco molesto entonces, a pesar de que durante todo el tiempo que les estuve viendo bailar me sentí muy a gusto con cierto estremecimiento entre mis piernas.
Pero no fue este el día inolvidable al que vengo a referirme, pues en aquella ocasión salimos de allí directos a casa a pegarnos un polvo histórico. Y tengo que decir que aquello fue el principio de mi descubrimiento en una mujer increíblemente sensual. Me volvió a contar todos los detalles por lo que le había subido su temperatura uterina, como cuando aquel amigo nuestro la rozó varias veces con sus muslos en el punto justo donde comenzó a sentir ciertas ganas de pasarlo mejor, e incluso en algún momento con el bulto que escondía su bragueta, y entonces supe que no hay nada mejor que cuando estas follando tu mujer te cuente esas aventuras, aunque sean inventadas; te acrecienta el deseo cuando llegas a ver en tu mente las escenas que te está contando. Y cuando mi mujer está a tope puede conseguir que lo que te dice parezca absolutamente cierto, aunque no lo sea, hasta que estas a punto de reventar de placer. Y desde entonces ha sido así, y ella, sabiendo lo que me sucede, recurre frecuentemente a sus excitantes comentarios que me ponen al tope del clímax.
Pero pasaron los años desde aquello del baile. Simplemente le dimos continuidad a nuestras fantasías imaginándonos cosas que nos hacían pasarlo muy bien. Cosas tan sencillas como cuando salgo de viaje y ella me llama contándome que en ese momento no está sola en casa, si no acompañada por alguien que sustituye mi ausencia. Imaginaos como estoy al otro lado del móvil. O a veces me relata pequeñas y muy picantes historias de sus escarceos amorosos en algún momento de su vida, o los ligues que ha tenido que esquivar para no acabar en más de una cama con personas impensables para muchas mujeres que no tengan las virtudes de mi esposa. En ocasiones me explica con detalles algo que la ocurrió alguna vez y que no pudo evitar, y que luego tuvo que repetir varias veces por lo que le había gustado. Imposible saber si es mentira o verdad, por cómo lo dice. Muchas noches me ha asegurado que cuando ambos estuviéramos de acuerdo lo intentaríamos con gente de nuestro entorno, manifiestamente interesados por los favores de una señora tan estupenda; es decir muchos que habrían dado la vida por follar con ella. Entre ellos, algún personajes que nadie pensaría que la perseguían buscando su oportunidad. Todo esto, relatado en el momento que nos revolcábamos en la cama es un éxtasis inmemorable, y cuando estábamos en el límite de todo, llegaba a prometerme, para colofón de mi más intensa eyaculación, que decididamente estaba dispuesta a darme la sorpresa de concederme el regalo irrepetible de hacer realidad mi gran deseo con alguien que ya habíamos mencionado alguna vez en nuestros más lascivos momentos, diciéndome literalmente: de esta semana no pasa que echo un buen polvo con quien tu sabes para hacerte disfrutar con ello.
Aun así, nunca nos habíamos atrevido a llevar a cabo tan deliciosas fantasías, que siempre consideré como tales a pesar de haber llegado al extremo de dudar si serían verdad o imaginadas, lo cual me ponía mucho mejor. Una noche me detalló un pasaje de su juventud con tanto realismo que a punto estuve de desvanecerme. Y el colmo era cuando me hacía creer que realmente lo deseaba para hacerme explotar de gusto, insinuándome que a lo mejor sin yo saberlo ya se había hecho realidad lo de probarlo. Y ahí yo alcanzaba el cielo, paseando por mis pensamientos el deseo de que ojala eso fuese verdad. Imaginaos la calentura.
El tiempo pasa rápido, y ya habían transcurrido esos treinta años, como ya os he dicho, desde que nos casamos cuanto teníamos, yo 23 años y ella 22. No es que se produjese la temida monotonía a la que se refieren los que no quieren descubrir nuevos métodos para pasarlo bien. Era, sencillamente, que nos apetecía buscar novedades sexuales, a pesar de haberlo experimentado todo en pareja y seguir siendo mi gran señora con esa esplendida belleza que aún perdura en ella, y que ha conseguido algo realmente curioso: y es que por mi parte nunca se me ha pasado por la cabeza serla infiel, cuando paradójicamente su supuesta infidelidad me hipnotiza hasta un punto que no podría explicar. Rubia, con esa melena que tumbada adorna su preciosa cara a modo de adorno de oro cayendo hacia su pecho es tan sensual que cualquier caricia intima enciende su deseo que notas palpitante en tu tacto como una sacudida. Cuando rozas su parte más jugosa ya no puede parar. Apetecible; una exquisitez. Y, sobre todo, una gran cómplice de mis pensamientos. Porque en realidad las más atrevidas ideas siempre se me han ocurrido a mí, pero ella siempre colabora participando de mis fantasías haciéndome pensar que ella quería, según con quien, que sucediese, y aunque yo no lo consideraba tan posible, ella me excitaba cuando estábamos cerca de algunas de las personas que formaban parte de nuestras invenciones por muy disparatadas que pudiera parecer, y me decía luego: si hoy hubiera querido me habría acostado con él, porque le he gastado una broma y se ha puesto que no veas. Me trasmitía siempre la sensación de que era capaz de hacerlo. Todo un privilegio mi esposa. Insisto en que en ocasiones he llegado a pensar que se inspiraba en sus propios secretos que no me habría contado. Y esa duda perdurará y además me excita. Como quiera que fuese, ya os dicho que tiene la capacidad de hacérmelas creer, y me hacia pensar que podría ocurrir en cualquier momento. Una de sus cualidades, es que ante esta situación siempre se ha mostrado con tal naturalidad, que es dificil saber si está dispuesta o no, pues no le da mayor importancia que ponerse a ello si hace falta. Es genial.
Por fin, una buena tarde, en la que aprovechamos una siestecita, que fue una de esas como para volverse loco con una mujer más inspirada que nunca en sus relatos, de tan magnifica crudeza que me daba pena terminar tan esplendido momento. En esas situación se me ocurrió una idea que inmediatamente, aprovechando nuestra intimidad en la cama, y su máximo ardor, casi susurrándole en su oído, al tiempo que la penetraba, le plantee a mi esposa:
—Cariño: ya hemos cumplido más de cincuenta años y se nos está pasando el tiempo de hacer algunas cosas.
—¿A qué te refieres, si puede saberse?— contestó quizá sabiendo a lo que me refería, pero queriendo poner más salsa a la cosa, pues sabia muy bien cuando estaba llegando a mi cúspide.
— A que me gustaría experimentar algo nuevo en esto de follar…no pasamos de hacer más o menos siempre lo mismo y creo que necesitamos algún aliciente.
— ¿Qué sucede…es que ya no te gusto? —respondió simulando estar algo alarmada., interrumpiendo momentáneamente nuestros movimientos y haciendo bajarme de encima de ella.
— Nada más lejos…al contrario; me gustas más que nunca, lo haces mejor que nunca y me das todo el gusto que necesito. Pero…recuerda lo que hablamos cuando más caliente estamos…me refiero a lo de que folles con otros…que te follen delante de mí.
— ¡Ah!, es eso. Cariño, me habías asustado. ¿Es eso lo que quieres? Pues cuando tú quieras yo estoy dispuesta. Además tengo que confesarte una cosa: a mí ya se me había pasado por la cabeza. Y creo que es el momento de contarte algo que hasta ahora no me había atrevido a contarte: un día estuve a punto de hacerlo con mi jefe, que no dejaba de mirarme el culo cada vez que le daba la espalda. Fue en una de esas ocasiones en que nos quedamos solos en su despacho, que es una de esas circunstancias en que estar a solas te inspira ciertas sensaciones especiales, , y me ofreció un café, que le acepté. Luego se mostró muy cariñoso e insinuante. Llegó a caldearme y se me paso por la cabeza dejarme llevar…Ya ves, en esos momentos una piensa ¿y por qué no? La novedad gusta, mi jefe, a pesar de sus más de sesenta años está muy bien, es un tío muy apuesto y , educado, discreto y puede hacerme pasar un buen rato. Además pensé en ti suponiendo que te encantaría que te contase por fin algo que es verdad.
— ¿Hace mucho tiempo de eso?—pregunte excitadamente interesado, pero como siguiendo nuestro habitual juego, pensando en que era otra de sus magníficas historietas que yo siempre le agradecía.
— Hace ya más de un año. Recuerdo que a salir de casa tú me dijiste que con las mallas que había estrenado estaba buenísima, incluso antes de salir me tiraste un pellizco en el culo y me advertiste que llevaba mucho peligro con el tipazo que me hacían.
— ¿Y qué pasó con tu jefe?— Pregunté muy interesado inspirado en la escena, que me había descrito, advirtiendo un tono especial en esta ocasión; algo me decía que esto que me quería contar podía ser real.
— Apenas nada…me dio algunos besos, me sobó un poco las tetas y se le puso suficientemente dura como para clavarme contra la pared.
— Y tú…¿Qué hiciste?
— En principio, cuando me bajo las mallas y note que quería separarme un poco las bragas para hurgarme, creí que íbamos a follar con toda pasión…
— ¿Y lo hicisteis —pregunté ya muy excitado.
— Me introdujo sus dedos un poco, y notó que estaba dispuesta. Sin embargo no me acabó de convencer el tema…Me pareció que no me inspiraba suficiente, porque temía que entrara alguien. Los de la limpieza estaban por allí. Y desistí simulando cierto rubor y un aparente arrepentimiento. O simplemente me dio miedo a ser descubiertos.
— Me encantas como me cuentas las cosas, amor mío. Me hace que parezca que lo estoy viendo.
— Te juro que esto es verdad. Ya sabes que me he propuesto concederte lo que tu quieres y lo estoy intentando.— expreso muy convincente.
— ¿Y lo dejasteis así? —pregunté con cierta frustración.
— Si, así se quedó. Cuando volví a casa fue uno de esos días que tú y yo lo pasamos estupendamente, porque cuando notaste mi calentón follamos durante buen rato. Pero no me atreví a decírtelo.
— O sea, que llegó a ponerte caliente, ¿no es así? — insistí, no queriendo borrar de mi mente aquella hermosa escena que me estaba comentando.
— Si, tengo que reconocerlo. Sobre todo es un tipo que besa estupendamente. Te besa con ganas de más en cada beso. Además maneja los dedos a la perfección. Quizá luego me arrepentí de no haber seguido…
— ¡ Qué pena!—lamenté verdaderamente decepcionado— Si me lo hubiese contado en ese momento lo habríamos disfrutado los dos. Porque, precisamente a eso quería referirme cuando te he dicho que me gustaría disfrutar de algunas novedades. Y es que…nada me gustaría más que verte echar un buen polvo; que te follen delante de mí hasta ver cómo te inundan de esperma. Deseo oírte jadear con una polla dentro y retorcerme de gusto con tus jadeos. A veces te lo comento a modo de fantasía, pero cada vez estoy más cerca de necesitar que sea una realidad. Y no me estoy refiriendo a hacer un trio; ya sabes que lo que me gusta es verte disfrutar.
— A mí me pasa lo mismo. Por eso lo estoy intentando Solo pensar en cómo te pondrías si viese una polla metida en mi coño me pone al rojo. Me encantaría poderte complacer para ver cómo te corres solo de verme. Lo que pasa es que no es tan fácil encontrar esa oportunidad. Quizá este más en tus manos, que conoce a un montón de gente, y quizá puedas planearlo mejor. Además tú sabes hacerlo muy bien, invitas a alguien a cenar y me dejas a mi lo demás, pues ya sabes que soy única manejando una conversación al respecto. Saco el tema rápido y a mi modo, y lo demás viene rodando. A veces es tan sencillo como confesar a alguien como pensamos para que se implique. Sería una pasada.
— No creo que, precisamente tú, tuvieras muchas dificultades para llevarte a alguien a la cama. —la dije convencido.
— Una ya tiene su edad. Con veinte años no te habría pedido ayuda. Lo que siento es que entonces perdí muchas oportunidades que ahora con aquella edad no perdería. Las personas pensamos bien, pero lo hacemos tarde.
— ¿No lo volviste a intentar con tu jefe?
— Quien no volvió a intentarlo fue él. Una noche, que estabas muy caliente ,como yo nunca te había visto, me hablaste mucho de cómo sería que me follase otro tío y follé contigo pensando en mi jefe y me gustó. A la mañana siguiente intenté provocarle con mi minifalda, dejando ver mis bragas constantemente mientras me dictaba una carta comercial. Pero no reaccionó.
— Pero…¿le gustas o no?
— Yo creo que le gusto, y mucho, por cómo me mira el culo cuando me vuelvo y observo el reflejo de su mirada en los cristales. Lo que sucede es que él no ha olvidado aquel rechazo primero, y no quiere volverse a equivocar otra vez.
— ¿Y por qué no insistes?
— Creo que ahora tendremos una oportunidad. Parece que quiere invitarnos a todos los empleados a una cena por los resultados de un suculento contrato de producción con otra firma. Será en un restaurante en un hotel céntrico…y ya sabes que en los hoteles hay habitaciones, a las que alguien se puede escapar en un momento determinado. No sé si me entiendes…
— Te entiendo muy bien, y me gustaría que lo intentases. Solo le veo un inconveniente, y es que a esa cena supongo que solo estáis invitados los empleados de la empresa, por lo cual yo no puedo asistir.
— Ningún inconveniente en lo que respecta a la habitación.
— ¿Quieres decir que yo os esperaría en la habitación?
— No exactamente. Ignoro si mi jefe es partidario de este tipo de encuentro. Es un tío muy serio. No sé si le apetece siquiera follar conmigo teniendo secretarias a mano a las que las doblo la edad. Pero por intentarlo…
— Yo he visto a esas secretarias, y estoy seguro de que ninguna tiene el fuego que tu tienes en tu boca y en tu cuerpo. Y ese tío, como lo pruebe se abrasa contigo. Te aseguro que con solo probarte un poco ese hombre se quema vivo entre tus piernas. ¿ Como lo podrías hacer?
— He pensado primero en tener la posibilidad de llevarle a la habitación y después planearle lo que me gusta. Esta clase de gente suelen ser muy avanzados en lo que a orgias se refiere. Aunque yo creo que es muy formal, no olvidemos que me la quiso meter bien metida. Y tenías que ver a su mujer; es bastante sueltecita con los de la oficina cuando algunas veces va por allí. Si me le llevo a la habitación y veo el momento, yo le explicaría que no se trata exactamente de un trio, sino de que tú nos puedas observar. Pero no sé cómo lo encajaría. Lo primero será ocuparme de ponerle a tono, y cuando me pregunte por ti le suelto lo que haga falta, a ver cómo reacciona… A mí me encantaría follarme a dos hombres a la vez, pero como a ti no es eso lo que te gusta, tal vez sea más fácil con que no le importe que lo hagamos en tu presencia. Lo que sí puedo asegurarte es que, como esté de acuerdo, te va a dar un infarto, ya verás. De todas formas lo tengo todo planeado, porque no tiene por qué saber que estas allí mirando como se lo pasa conmigo.
— Explícate que me tienes en ascuas—dije yo a la vez que pensaba en la capacidad que tiene mi mujer para controlarlo todo, incluso esto tan intenso.
— Lo he pensado mejor. Por nuestra parte contrataremos en el hotel dos habitaciones. Ya me he informado y existe la posibilidad de que se comuniquen. En ese caso yo me le llevo a la habitación y ahí comienza todo.
— Claro, pero yo no tengo claro que pueda presenciarlo todo; acaso escuchar y poco más, que no me parece poco, aunque sería fenomenal poderlo ver. Aunque con oírlo ya me pondría muy bestia y no sé si podré contenerme de entrar a mirar, aunque sea a escondidas.
— Déjame a mí que lo prepare. Cuando más afanado esté conmigo le hablaré de nuestras tendencias, y de lo delicioso que puede resultar una orgia así para los tres. Si veo que responde bien, le confesaré que estas esperando, y entonces entras tú, y lo demás ya puedes imaginártelo, lo mismo hasta te animas a participar y me das una alegría.
— Solo de imaginármelo me dan ganas de romperte las bragas ahora mismo— la respondí después de darla un gran beso en la boca.
— Pues quedamos en eso, a ver si nos sale bien.
Y nuestro plan salió perfecto. La cena se celebró como estaba previsto, finalizando con un derroche de champan y bailecitos oportunos, pellizcos disimulados, besitos progresivos, y manos inquietas por doquier. Su jefe, realmente atractivo y elegante, hombre muy apuesto, parecía estar cada vez más interesado en la presencia de mi mujer, que esa noche, como tantas otras, estaba para comerla poco a poco todo lo que forma parte de su cuerpo.
Yo observaba desde cierta distancia para que nadie pudiera descubrirme. Lo mejor comenzó cuando mi mujer susurró al oído de su jefe una provocativa sorpresa a la que aquel hombre desbocado no dudo en responder, primero con un gesto de sorpresa, y después con una sonrisa de complacencia que ya me hizo suponer que todo estaba encarrilado. Esperaron a que otras personas se fuesen dispersando para cumplir con las despedidas de rigor, rezagando con cierta inquietud su huida hacia la habitación, la que por fin llegó al menor descuido de los últimos comensales un tanto indispuestos por el alcohol.
Decidí volver a mi habitación, convencido de que no tardarían en llegar ellos a la suya.
Los hoy llegar al muy poco rato, entre risas y palabras ininteligibles, que denotaban el contento de una pareja que comenzaban a morderse la boca antes de abrir la puerta. Cuando la abrieron, pude oír el sonido de los muelles del colchón. Considerando que la ceguera de su pasión le impediría a aquel salidisimo caballero observar los pequeños detalles, me permití abrir ligeramente la puerta que comunicaba las habitaciones, dejando una rendija por donde observar la escena.
Pude verlos aun vestidos tocándose y besándose convulsivamente. Realmente ese hombre debía besar extraordinariamente, pues mi mujer no se cansaba de deleitarse una y otra vez con sus labios, con su lengua, con sus suaves y prolongados mordisquitos alrededor de la boca ansiosa de una gran señora verdaderamente entregada. Tengo que confesar que esto era ya un espectáculo de quererse morir de gusto, que duró muchos minutos. Creedme si os digo que quizá esos besos fueron lo más excitante de tanto como duraron en dárselos. La pasión que ponía mi mujer en ello es indescriptible. Luego comenzó aquel varonil hombre a desabrocharle el vestido, mientras ella le desabrochaba hábilmente los pantalones. El precioso sujetador de mi esposa cayó sobre la alfombra cuando aquel hombre pretendía enfundar su pene en un condón, el cual no llegó a ponerse del todo cuando mujer se lo arrancó haciéndole comprender con un gesto que así no le gustaba. Mi mujer siempre ha opinado que ponerse un preservativo es como echarle gaseosa a un buen Ribera. Elegantemente su amante aceptó e inmediatamente la desprendió de las bragas rompiéndolas de un tirón, para hundir su boca en el húmedo y palpitante coño de una mujer absolutamente absorta, que parecía flotar de placer. En un cambio de postura , el culo de mi gran señora apareció ante mis ojos como una delicia venida del paraíso, y cuando contemplé como las manos de aquel hombre enfebrecido se deslizada por su piel hasta alcanzar el rosado clítoris de mi esposa, no sé cómo ocurrió, pero eyaculé involuntariamente. No obstante continúe observando en tanto que mi pene no perdía un ápice de su erección. Pude limpiarme inmediatamente en el baño, y volví urgentemente a la rendija de la puerta por donde podía ver la escena más inolvidable de mi vida: en posición de sumiso perrito, mi mujer recibía las continuas culadas de un polla al borde de la explosión, de un señor cuyo perfume llegaba incluso hasta donde yo me encontraba detrás de la puerta. Y después de vuelta, piernas arriba, otra vez por la espalda, y más culadas enfurecidas que la hacían retorcerse de gusto en gritos contenidos, como yo nunca había percibido en mi mujer.
Era fascinante ver como ella apretaba sus muslos queriendo sentir más dentro todo lo que su jefe la metía. Puedo decir que está bien dotado, superando bastante mis medidas, por lo cual supuse que mi mujer andaba bien servida, sobre todo por el evidente estremecimiento de su cuerpo.
Y así ,después de un buen rato de la enardecida fusión de sus cuerpos, en otro cambio de postura, concretamente en la del clásico misionero, mi mujer susurró algo que no pude percibir con exactitud. Sin embargo si pude escuchar la respuesta de quien estaba encima de ella:
— Claro que me gustan los tríos…no hay nada que me excite más que ver a mi mujer con una polla por cada sitio.— contestaba un hombre realmente atractivo y sereno a pesar de tan convulsiva actividad, que parecía no despeinar su plateada cabellera a pesar de haber estado entre los muslos de aquella fogosa amante.
Y volviendo los jadeos incontenibles mientras aceleraba su ritmo metiéndola cada vez más profundamente en tan cálido coño, él parecía querer hablar de aquello. Por lo que contuvo por unos momentos sus vibrantes acometidas.
—Claro que me gustan los tríos, follar con más personas al mismo tiempo…claro que me gusta, me encanta la libertad de follar unos con otros.
— ¿Eso significa que lo has hecho alguna vez?— preguntó mi esposa evidentemente sorprendida de que aquellas palabras surgieran de alguien aparentemente tan formal, exquisito en sus modales y pulcro en el trato con los demás.
— Pues claro. Mi mujer es muy especial e innovadora, tremendamente intensa a pesar de sus bien pasados cincuenta años. Tengo que confesarte que me gustáis mucho más las mujeres maduras. Es magnifica. Lo hemos hecho unas veces con mujeres y otras con hombres. Nada puede excitarme más que escuchar directamente el placer de mi esposa cuando alguno de nuestros amigos comparte cama con nosotros, ellas o ellos.
— Y a ti ¿ cómo te gusta más?
— Sin duda con mi mujer y dos hombres. Me gusta meterle mi polla y que juegue con otra en el mismo agujero o en dos distintos a la vez.
En ese momento el hombre comenzó a culear de nuevo, esta vez más deprisa, enroscándose entre sofocos que se convirtieron en alaridos hasta correrse de forma indescriptible dentro de mi mujer, que simultáneamente respondió con uno de sus mejores orgasmos en mucho tiempo.
Yo no podía dar crédito a lo que había visto y oído, y a punto estuve de entrar. Sin embargo preferí esperar a ver como seguía transcurriendo todo.
Ya en reposo, mientras fumaban un cigarrillo, mi mujer continuó con el tema.
—Pues fíjate que yo no habría supuesto jamás que tú eras de esos a los que les gusta esas cosas del folleteo…lo de que se la metan a tu esposa, quiero decir. Pareces un señor distinto.
—¿Y qué te ha hecho pensar en eso? Uno no deja de ser señor porque quiera disfrutar. A mi mujer le gusta tener la libertad que la naturaleza nos concede y a mí también. Es horroroso pensar que por las malditas restricciones de una sociedad ridícula tengamos que renunciar a nuestros deseos. Mi mujer y yo lo tenemos tan claro que nunca nos reprochamos el uno al otro lo que hacemos, siempre con la debida consideración. Es decir, procuramos no ser el objetivo de los que calificarían esto como un escándalo. Pero en nuestra intimidad no evitamos hacer lo que nos complace. Hay mucha gente que ha desgraciado sus parejas por las prohibiciones.
—No sé. Eres tan serio, tan responsable, tan…
—Tan jefe, quieres decir. Te entiendo, mujer. Sin embargo desde que entraste a trabajar con nosotros no he podido dejar de pensar en ti y en este momento que estamos gozando ahora. Me encanta tu forma abierta de ser, tu naturalidad precisa…todo. Pero no me lancé, porque supongo que tu marido y tú no pensáis así, y yo lo respeto. Pero siempre he tenido ganas de acostarme contigo. Lo que no significa que esto te comprometa a nada. Siempre que quieras estará a tu disposición mientras esto me funcione, pues me gustas un montón.
— Vaya con mi jefe, quien podría pensarlo…—reiteró mi mujer sin salir de su asombro pero ya en tono de broma.
—Hija mía, los jefes también follamos. Ya sabes que lo intenté aquel día y no me dejaste, y como verás me he mantenido donde me corresponde. Solo sigo si me lo admiten, y si no ,paro y ya está. En eso si me gusta seguir siendo un señor, no solo por mi pelo blanco y mi presencia sino por ser correcto.
—Tú me seguirás pareciendo un señor y nunca lo he dudado. Pero no podía imaginar que te complacieran ciertos juegos.
—Que voy a hacerle, esto me produce un gran placer y no renuncio a ello mientras puedo. Pero insisto en que no tienes que coincidir con mis ideas, nada más lejos, y supongo que tampoco tu marido.
—Pues quizá te equivoques… — exclamo mi mujer volviendo a la idea de nuestros planes.
—Perdona, no te entiendo…
—Que puedes equivocarte con nosotros. Seguro que no tenemos tu experiencia, pero a mi marido y a mí nos gustaría tener alguna…ya sabes, en eso de compartir y gozar unos con otros.
—Déjame que te diga algo: mi mujer y yo llevamos casi cuarenta años juntos. Ella ha tenido siempre la libertad de acostarse con quien quiera, siempre que le apetezca y me ha dado a mí la misma libertad, ya te lo he dicho. Un día pensamos que era bueno compartir experiencias, y de vez en cuando nos concedemos un capricho. A ella verme con dos mujeres en la cama, ella y una invitada, a mi viéndola follar conmigo y otro hombre…
—Pues déjame que yo te diga también otra cosita: resulta que a mi marido y a mí nos sucede lo mismo, aunque debo serte sincera y decirte que nuestra única experiencia ha sido de pensamiento y nos gustaría probarlo. Bueno, a decir verdad yo he tenido algunas oportunidades que no han pasado de bajarme un poco las bragas, como hiciste tú aquel día.
—¡ Mujer, eso se dice, y le habríamos invitado. Te voy a confesar una cosa: cuando aquel día intenté algo contigo en la oficina, mi plan era el de invitarte a casa…pues le tocaba a mi mujer el regalito. Pero salió mal porque lo rechazaste.
—¿Y qué te hizo pensar que habría aceptado? —preguntó mi mujer.
—Te puedo asegurar que si la conoces te entregas…es maravillosa.
——Tal vez habría follado contigo…pero lo de tu mujer, no sé. Además en lo nuestro no van por ahí los tiros. Quiero decir que a mi marido le gusta el asunto más pasivo. A él le gusta observar, verme como me lo haces, como me follan como tú me has follado; es lo que hemos imaginado siempre. No necesita meterse en el ajo, sino verme disfrutar que es lo que a él verdaderamente le pone.
—Es perfectamente respetable, y por lo que dices de tu marido…¿ por qué no me invitas un día a tu casa y jugamos? Me encantaría, y a él le gustará ver hecha realidad vuestra fantasía. Yo me ocuparía de caldear el ambiente a ver cómo responde. Es fácil: te doy unos besos y vemos que hace. Te hago unas caricias y vemos qué hace. Y si vemos que se anima ya está todo en marcha.
—No hace falta que llegue ese día…si tú quieres puede suceder ahora mismo.
—No te entiendo…—gesticuló sorprendido.
En ese momento irrumpí en la habitación un tanto dubitativo:
—Lo que te quiere decir mi mujer es que si quieres nos lo montamos ahora mismo.
Lógicamente él se sobresaltó y reaccionó contrariado. Pero como mi mujer lo esperaba en cualquier momento, se ocupó de calmarle.
—Ya ves que no te mentía. Este es mi marido y nada nos apetecía más que estrenarnos contigo.
—Pero estas cosas conviene plantearlas antes…me siento un poco engañado—dijo todavía confuso ,pero no enfadado, aquel jefe que no podía dar crédito a lo que estaba pasando.
—Quizá tengas razón…discúlpanos. Pero te lo queremos compensar como tú quieras. Me ha encantado como me has follado, y si quieres repetimos, con compañía si no te importa, pues mi marido lo está deseando y yo también—respondió mi mujer acariciándole el pene un tanto flácido, quizá por la sorpresa. Pero pronto se lo enderezó con la habilidad de unas manos que procuraron endurecerlo, en tanto que comencé a acariciar el culo encendido de mi esposa.
—Si te molesta, yo me conformo con mirar—añadí yo.
Aquel hombre se limitó a guardar silencio y participar de la invitación de mi mujer que le besó con más pasión si cabe que los momentos anteriores. El jefe me hizo una seña para que participase y realmente me apetecía. Nunca había pensado en ello en nuestras fantasías, pero en esta ocasión si me desnude y abrace a mi mujer mientras él la penetraba. Si bien no intenté nada más, pues de mutuo acuerdo, mi mujer y yo renunciamos a meter nada en su culo. Era un pacto firme y ella no tolerará, ni a mí ni a nadie, una penetración anal. Mientras el jefe conseguía su segunda eyaculación simplemente me retiré un tanto hacia un sillón en donde yo también volví a eyacular volviéndome loco de gusto. Todo había trascurrido como pensamos , y aunque su coño pudo ser para los dos casi en modo simultaneo, preferí seguir mirando como se hundía en él una polla que no era la mía. Me encantó verle vaciarse por completo mientras ella se lo agradecía con besos prolongados. Mi mujer me sonrió después de correrse intensamente al recibir el esperma de su amante.
Volví a la cama en donde los tres nos quedamos extasiado sin reflexión trascendente alguna que no fuese regocijarnos en el placer que habíamos sentido. No cabía juzgar la situación de ningún modo; lo habíamos querido así y así lo ejecutamos. No se había tratado de que cualquiera de los dos hombre la hubiésemos penetrado, sino de una fiesta que yo agradecí a mi mujer y aquel hombre. A la reciproca ellos también me contestaron con su feliz agradecimiento. Tras un rato de descanso mutuo nos vestimos para marcharnos después de reiterar nuestra satisfacción por lo sucedido.
Fue crucial esta experiencia. Definitiva para nuestra satisfacción. Y nunca podremos olvidarla ninguno de los participantes de ella. Antes de salir de la habitación, el jefe nos propuso algo extraordinariamente atractivo:
—Bueno, pareja. Lo he pasado sensacional. Sois únicos, a pesar de que digáis que sois novatos. ¿Qué tal os parece que en la próxima en vez de tres seamos cuatro? Ya sabéis: mi mujer y yo y vosotros dos, para que sean mutuos los regalos.
Fui yo quien se adelantó a responder:
— Como tú bien dices, pues te he oído decírselo a mi mujer, la libertad radica en hacer lo que a uno le gusta, y esto que hemos hecho es lo que a mí me gusta y con lo que disfrutado. No me apetece una orgia de cambio de parejas, o algo parecido. Me ha gustado esto, que era lo que buscamos de alguna manera, y, respetando las tendencias de cada uno, que por raras que parezcan son todas licitas, permíteme serte sincero: yo siempre gozaré de este regalo que me ha hecho mi mujer contigo, con tu magnifica colaboración, y si ella y tú queréis podemos repetirlo. Espero que mi muer esté de acuerdo.
— Es cierto Jefe—contestó determinante mi mujer— Esto es lo que nos habíamos propuesto y lo hemos conseguido y, como dice mi marido, estamos dispuestos a repetirlo.
— Bueno, me siento un poco como un comodín, pero no me importa — contestó siendo todo un señor también en este momento—Si lo habéis pasado también como yo, perfecto. Bueno es saberlo. No obstante tengo que deciros que una de las condiciones que mi mujer y yo tenemos acordada es contarnos todo lo que hacemos…y esto se lo contaré si no os importa, porque sé que me supondrá un buen rato con ella. No os preocupéis, es toda una señora y sabe ser discreta ante una sociedad hipócrita.
— Estupendo, amigo. Una sola cosa más… La próxima vez quiero ser directamente invitado, pues durante mucho tiempo me he sentido un intruso.—bromee para acabar despidiéndonos.
Reímos los tres, nos vestimos y nos marchamos.
Al otro día, mi mujer y su jefe compartieron la habitual jornada de oficina con toda la naturalidad que, especialmente mi mujer, hay que ponerles a los acontecimientos. No hay nada como tener la entereza de una persona que considera las cosas que suceden así, como un hecho normal. Increíble mi querida esposa.