Follando en el cementerio y follando en mi cama
Mi sobrina Diana vivía ahora en pareja. Nos habíamos distanciado. Fue en la primera comunión de uno de mis nietos cuando la volví a ver. Estaba preciosa delante de la iglesia con aquellos zapatos negros con tacón de aguja y aquel vestido negro que le daba por encima de las rodillas. Al cruzarse nuestras miradas vi un signo de reproche en su cara. Tenía que aclarar las cosas con ella.
Lo hice cuando fue a estirar las piernas detrás de la iglesia. Allí había un cementerio. Estaba de espaldas, leyendo un nombre en una lápida, cuando le dije:
-Necesito hablar contigo.
Se giró, y mirándome con una seriedad que imponía, me espetó:
-¿De qué quieres hablar? Borraste de tu blog los poemas que me habías escrito. Me bloqueaste en el WhatsApp y me mandaste un correo diciéndome: «Adiós, princesa.»
-¿Piensas que un hombre que te había dicho que ya formabas parte de él te diría adiós sin una razón?
-Sé lo que buscas, pero nunca me volveré a acostar contigo. Para mí estás tan muerto como los que están en este cementerio.
Le imploré.
-Dame dos minutos y te explico lo que ocurrió, princesa.
Aún se enfadó más.
-¡No me llames princesa!
-Dame minuto y medio, por favor.
-Tienes un minuto.
Respiré aliviado.
-Verás. Los poemas los borré porque los había escrito para ti y cómo ya los leyeras pensé que ya no pintaban nada en el blog. De todas formas los reescribí y los volví a poner.
-¿Por qué me bloqueaste en el WhatsApp?
-Fue sin querer. Quise borrar el número de la pantalla y le di a bloquear. Sabes que soy un negado para esas cosas. El resultado fue que tus correos fueron a mi carpeta de Spam. Cómo no supe de ti en dos días pensé que te cansaras de mí. Te escribí el último poema: ¿Quién puede retener la brisa? Y después te mandé un correo diciendo: Adiós, princesa. Luego empecé a borrar los mensajes de mi correo, y cuando llegué a la carpeta de Spam vi los correos que me habías mandado… Los ojos se me llenaron de lágrimas. Te había hecho daño sin querer.
Su rostro había cambiado.
-¿Qué decía el poema que me escribiste?
-Está en mi blog, decía:
¡Qué duro es despertar, amigos
con los brazos desnudos, vacíos,
después de haber imaginado
que sus dulces labios eran míos!
Mas. ¿Quién puede retener la brisa?
¿Quién puede parar la tempestad?
¿Quién puede detener a una pantera
que corre en pos de su felicidad?
Ella era mi tierna hada de cuento.
Ella era mi princesa carcelera,
y en su cárcel de melosos besos
descubrí una nueva primavera.
Y si alguien me viese nostálgico.
Y si alguien me viese algún día llorar.
Creedme, no será porque se fue,
será porque no se pudo quedar.
Su carita ya era de ángel, cuando me preguntó:
-¿Me quieres?
La campana comenzó a tocar a misa.
-Más que al aire que respiro. ¿Hacemos el amor?
La había sorprendido.
-¡¿Aquí, en el cementerio?!
-La gente está entrando en la iglesia. Nadie nos va a molestar.
-¿Y mi tía no se va a preguntar dónde estás?
-Casi nunca entro en la iglesia. Creo en Dios, pero no creo en los curas. -la besé- ¿Lo hacemos?
Me beso, y me dijo:
-No, no quiero que me hagas el amor, quiero que me folles.
Le di la vuelta, le levanté el vestido. Le bajé su tanga hasta las rodillas. Diana, abrió las piernas y se apoyó con las dos manos sobre el cristal de un nicho. Acerqué mi polla a su coño y se la clavé de un golpe de riñón. La cogí por el cuello con una mano y por las tetas con la otra y comencé a darle duro…
Estábamos en faena cuando oímos una voz que decía:
-Tes que deixar de beber caña polas mañans, Carmucha.
Miramos para el lugar de donde provenía la voz y vimos a una anciana de unos noventa años vestida de luto de los pies a la cabeza poniendo flores en una tumba. Cómo la seguí follando, Diana, me preguntó:
-¿Qué dijo la señora?
-Que tiene que dejar de beber aguardiente por las mañanas.
-Se cree que somos producto de su mente.
-Mas bien producto del aguardiente que se mandó.
Diana, estaba muy caliente.
-Mas fuerte, dame más fuerte. -le di- Más rápido… Más… Más, cabrón, más.
La follé a toda pastilla. Poco después, me dijo:
-Dame la vuelta que quiero ver tu cara cuando me llenes el coño de leche.
Le di la vuelta. La cogí en alto en peso. La arrimé a un panteón. Rodeó mi cuello con sus brazos. Se la clavé hasta el fondo. Atenazó mi cuerpo con sus piernas…Al ratito de follarla en aquella posición, me besó, y me dijo:
-Córrete conmigo, cielo.
Sentí cómo su coño apretaba mi polla y cómo los jugos calentitos de su corrida la bañaban. Le llené el coño de leche mientras nos estremecíamos y nos comíamos a besos.
Al acabar de corrernos, me preguntó:
-¿Me lo haces?
Sabía de sobras lo que quería. Que le comiera el coño mientras mi leche salía de él. La ponía a mil sentir como me tragaba mi leche y sus jugos.
Me puse en cuclillas y le comí el coño bien comido… Con maestría, tan bien comido, que creo que no tardó ni cinco minutos en volverse a correr. Cuando lo hizo sus piernas temblaron una cosa mala. Tuvo que taparse la boca para no soltar un grito de placer. Oí a la anciana decirle a su difunto:
-Cando cheje ahí tesme que facer iso, Xenaro. ¡Ai que molladiña estou! (cuando llegue ahí me tienes que hace eso, Genaro. ¡Ay qué mojadita estoy!
Al acabar, Diana, compuso la ropa, se arregló el cabello y me puso la corbata en su sitio. Pasamos por el lado de la anciana y se persignó. Seguía creyendo que éramos almas en pena.
2
El banquete fue en el restaurante Loliña. Después de los entremeses, Diana, se sentó a la mesa, a mi lado izquierdo, mi esposa estaba a la derecha, donde se había sentado su hermano.
Sonó la canción The Final Countdown y comenzaron a entrar en fila india en la sala los camareros con bandejas en las que traían centollas, langostinos, cigalas, nécoras…. (la música y los desfiles se repetirían con el pescado, la carne y la tarta) Comiendo una centolla sentí una mano acariciando mi polla por encima del pantalón. Era la mano de Diana, y me hablaba cómo si nada estuviese haciendo.
Metió y sacó la mano debajo de la mesa hasta que me empalmó… Después acabaría por sacarla y masturbarla. Aquello tenía un morbo criminal. Me estaba pajeando con mi esposa al lado, que por suerte, no paraba de hablar con su hermano.
Caliente como un perro metí mi mano debajo de la mesa. Diana abrió las piernas y cuando me encontré con su coño sentí que estaba chorreando. Nos pajeamos unos segundos. Diana sintió como me latía y paró de masturbarme. Estaba caliente, pero sabía que si me hacía correr la leche dejaría un tremendo lamparón en el pantalón de mi traje gris… Se levantó de la mesa y se fue al servicio. Al rato regresó. Traía una gran sonrisa en su cara. Le pregunté:
-¿Todo bien?
Me respondió:
-¡Puffffffffff!
Se había masturbado y por el puffffffff, la corrida no fuera pequeña.
Los astros se iban a alinear a nuestro favor. La casa de los abuelos estaba completa. El nieto que hacía la primera comunión quiso que su abuela, mi esposa, durmiera en su piso y en mi casa había habitaciones libres… Y ya no me extiendo más.
3
Diana, que debía dormir en la habitación que estaba frente a la mía, vestida con un batín muy corto que dejaba ver sus moldeadas piernas, calzando sus zapatos negros con tacón de aguja, con una botella de champán en una mano y apoyando la otra mano en el marco de la puerta, me preguntó:
-¿Puedo pasar?
-Adelante, reina.
Diana llegó a mi lado y posó el champán, (había otra botella en la nevera) sobre la mesita de noche. Quitó la sábana que me cubría y vio que tenía un empalme bestial.
-¿Tomaste viagra?
-Si, quiero que en dos o tres horas te corras una docena de veces.
Sonriendo, me preguntó:
-¡¿Quieres matarme?!
-Sí, de placer.
Se quitó el batín y los zapatos. Desnuda, con su cuerpo de diosa oliendo a azahar, se echó a mi lado, me besó, y me dijo:
-Así que en esta cama es donde te acuestas con dos mujeres y no tienes el calor corporal de ninguna.
-A veces, así es.
-Pues esta noche vas a tener todo el calor corporal que quieras.
La besé en la frente, en los ojos, en la punta de la nariz, en boca… Le lamí, chupé las marrones y los gordos pezones de sus tetas. Se las acaricié… Bajé besando y lamiendo… Me conocía bien, al buscar mi boca su coño echó las piernas sobre mis hombros. Le lamí el periné y el ojete. Se lo follé con la punta de la lengua. Luego lamí su coño mojado de abajo arriba. Le follé la vagina con la lengua. Diana, acariciando sus tetas, ya se deshacía en gemidos. Lamí y chupé su gordo clítoris, y ya la tenía, dijo:
-¡Ay qué rico, ay que rico! ¡¡Me voy a correr, me voy a correr!! ¡¡¡Me coooooorro!!!
Diana, retorciéndose y gimiendo me llenó la boca con los jugos de su larga corrida.
Al llegar la paz de la guerrera, con su cabeza ya en mi pecho, mimosa, me dijo:
-Quiero jugar contigo… Quiero ser mala, muy mala.
Me encantó la idea.
-En el cajón de la mesita de noche hay unas esposas.
Diana cogió las esposas. Echó un trago de champán al estilo campesino, o sea, a morro, me dio la botella. Le eché otro trago, y después de poner el champán donde estaba, me coloqué boca abajo y me puse las esposas con las manos en la espalda.
Me agarró el pelo, me tiró de él y me metió un mordisco en el cuello. Le dije:
-¡Eso va a dejar marca!
Poniendo cara de mala, dijo:
-Te jodes, cabrón.
La reprendí.
-Habla bien, zorrita.
Cambio completamente. Me fue besando y lamiendo la espina dorsal hasta llegar a las nalgas. Cuando las abrió, sonreí. Creía que me iba a comer el culo. En vez de eso, me dio con sus palmas con fuerza en las nalgas.
-¡¡¡Plas, plas, plas, plas!!!
El cambio me gustó, pero tenía que fingir que me desagradaba.
-iAy cuándo te pille!
Me volvió a dar.
-¡¡Plas, plas!
-¿Qué me vas a hacer, capullito?
-¡Te voy a poner el culo al rojo vivo!!
-¿Con las manos o con una zapatilla?
Me cayeron cuatro nalgadas más.
-¡Plas, plas, plas, plas!
-¿Con qué me vas a dar, cabrón?
-¡Con la zapatilla, cabrona!
Subió acariciando mi columna vertebral con sus tetas al tiempo que acariciaba mis costillas con sus mans, después hizo el recorrido inverso y acabó besándome las nalgas. Le dije:
-Veo que lo has pillado.
Me mordió las dos nalgas.
-Quien no lo has pillado eres tú.
Me volvió a nalguear con fuerza.
-¡¡Plas, plas. plas, plas!!
-¡Aquí quien manda soy yo, caaaaaaarajo! Abre las piernas y levanta el culo.
Obedecí sin rechistar.
Me cogió los huevos, tiró de la polla hacia atrás y me la chupó… Me dio la vuelta y siguió mamando. Cerré los ojos y me dispuse a disfrutar. De repente sentí sus dientes en uno de mis huevos. Abrí los ojos y vi que estaba sonriendo con el huevo entre los dientes. Alarmado, le dije:
-¡Ni se te ocurra!
-Así que me vas a poner el culo al rojo vivo con una zapatilla. Lo de tus relatos era cierto. Te gusta hacerte el gallito con las mujeres.
Se metió el otro huevo en la boca e hizo amago de morderlo.
-Me estás asustando.
Su jocosas voz me sonó a peligro, cuando me preguntó:
-¿Estás acojonadito, cariño?
-Si.
-Pues tu polla no me dice eso, está latiendo y soltando liquido preseminal.
Metió la polla entre las tetas y me hizo una cubana mirándome a los ojos. No tardé en decirle:
-Me corro.
Su voz se volvió dulce de repente.
-Lo sé, cariño, lo sé.
Me corrí entre sus tetas. Al terminar me llevó las tetas a la boca y me dijo:
-Lame tu leche y después bésame.
Hice lo que me dijo y no tragué la leche para que lo hiciera ella. Al acabar de besarme ya estaba otra vez cachonda a más no poder.
Me preguntó:
-¿Subo? Necesito correrme.
-Estoy esposado, puedes hacer lo que quieras.
Me pellizcó los pezones.
-No me des ideas, no me des ideas…Ya me la diste. -me puso el culo en la boca- Lame y fóllame el anito con tu lengua.
-Cochina.
-Calla, que sé que te gusta, cabrón.
Diana comenzó a masturbar su coño con dos dedos. Mi polla miraba a techo y no paraba de soltar aguadilla mientras la punta de mi lengua entraba y salia de su ojete, -que se abriéndose y cerrándose parecía querer comerla- viendo como sus dedos entraban y salían del coño para después acariciar su clítoris y viendo como se acariciaba las tetas y se apretaba los pezones.
Me moría por clavar la polla en su culo y llenárselo de leche. Le supliqué:
-Sé buena. Deja que te la meta un poquito en el culo.
-No. ¡Come!
-Sólo un poquito, bonita.
-Ok, un poquito para que no me llores.
Me puso el ojete sobre la polla y cuando entrara la mitad de la punta, la quitó. Riéndose, me preguntó:
-¿Quieres más?
-Sí.
-Antes cómeme las tetas.
Me dio las tetas a mamar. Lamí, chupé y mamé sus grandes tetas con areolas grandes y marrones y sus gordos y erectos pezones… Después volvió a poner su ojete sobre mi polla, dejó que entrara el glande y después lo quitó. Le dije:
-Joder, Diana, me estás matando.
Tenia cara de picarona, al preguntarme:
-¿Sufres, cabrón?
-Mucho.
-Pues te jodes.
Volvió a poner su ojete en mis labios. Se lo seguí follando con la punta de la lengua hasta que dijo:
-Me va a venir. ¿Quieres que me corra en tu boca, bandido?
-Sí, dámela.
Al ratito…
-¡Ossssssssstias que rico! ¡¡Me coooooorro!!!
Sentí su ojete apretar mi lengua. Diana, gemía y se retorcía de placer. Puso su coño en mi boca y sentí como un líquido calentito, ácido y pastoso caía en ella.
Al acabar de correrse, sin descansar y aún con la respiración entrecortada, cogió mi polla, la llevó a la boca y masturbándola, la chupó. Ni un minuto tardé en llenarle la boca de leche con una brutal corrida.
Era yo el que tenia ahora la respiración entrecortada cuando me besó. No se había tragado la leche, la había guardado en la boca para que la tragara.
En plan mandona, me dijo:
-¡¿Te gusta tu leche, cabrón?!
-Joder, eres morbosa de carallo.
-Morbosa, sí, pero no de carallo, mal hablado.
Me dio dos bofetadas:
-¡Plas, plas!
-¡Serás zorra! Cuando me sueltes…
-¡¿Qué, chulo de pueblo?!
-¡Ay cuando me sueltes! ¡¡No tienes coño a soltarme!!
-¡¿Que no?!
Me soltó las esposas y salió pitando de la cama. Estaba arrimada a la pared cuando cogí la zapatilla debajo de la cama.Me dijo:
-Nooooo.
-Sí, ojo por ojo, -la agarré por la cintura y la besé- y diente por diente.
Entre risas escapó hacia la cama. La cogí otra vez por la cintura. Me senté en el borde de la cama, la puse sobre mis rodillas y con aquella zapatilla marrón con piso de espuma, le di con ganas.
-¡¡¡Zaaaas, zaaaaas, zaaaaas, zaaaaas!!
Le gustaba.
-¡Me estás calentando, cabrón!
Le acaricié sus tetas redonditas con pezones tan duros que podían rayar diamantes.
-Y más que te voy a calentar el culo.
-¡¡Zaaaaaas, zaaaaas, zaaaaas, zaaaaas zaaaas…!
-¡Me estás calentando a mí, cabrón. Ahora aún me pica más el coño!
Le volví a dar.
-¡Zaaaaaaas, zaaaaaas, zaaaaaaas, zaaaaaaaas…!
-¡Necesito tu polla dentro de mí! Necesito sentir tu leche dentro. ¡Dame, dame con fuerza!
Le volví a largar.
-¡¡¡Zaaaaaaas, zaaaaaaaaas, zaaaaaas, zaaaaaaaas…!
Diana estaba perra, perra, perra.
-Fóllame, Jose.
Se la tenía guardada.
-¿Sufres, cabrona?
Me respondió con voz melosa:
-¿Anda, anda, fóllame?
Me levanté cogiéndola en brazos y la eché boca arriba sobre la cama. Flexionó las rodillas y abrió las piernas. En el interior de los muslos la humedad brillaba sobre su piel morena. Su coño abierto mostraba los labios sonrosados e inchados.
Me eché sobre ella y le puse la polla cerca del coño. La cogió, metió la punta y después me cogió las nalgas y la metió hasta las trancas. Un par de minutos más tarde se empezó a agitar debajo de mí. Se estaba corriendo con una fuerza brutal. Sentí sus uñas clavarse en mis nalgas y su boca devorando mi lengua. Gemía como una fiera herida. Me encantó ver y sentir como agonizaba con el placer.
Al acabar de correrse quedó como muerta, pero estaba muy viva. Tan pronto como se recuperó sacó la polla del coño, se puso cómoda, la metió en la boca y me hizo una de sus geniales mamadas. No tardé en decirle:
-Sácala que me voy a correr.
No la sacó, siguió mamado y me corrí en su boca. Al acabar de correrme vino y me besó. No se había tragado mi leche, la había guardado para que la tragara yo. La hostia era que le estaba cogiendo el gusto… Es más, me excitaba. Cuando dejó de besarme cogió la polla, metió la punta en el ano, y me dijo:
-Dame. Quiero correrme así.
No le follé el culo, fue Diana la que me folló a mí, y me folló con maestría… Con sus movimientos de culo la metía y sacaba en el ano. Su clítoris rozaba mi cuerpo. Sentía su coño mojado deslizarse lentamente sobre mí, mismo parecía un caracol que iba dejando su rastro de babitas.
Dándome las tetas a mamar, me dijo:
-Muérdeme los pezones.
Se los mordí y se estremeció.
A la media hora, más o menos, mirándome a los ojos, dijo:
-Te quiero.
-Y yo a ti, cielo.
Segundos después, al llenarle el culo de leche, sus ojos se entornaron y dijo:
-Me corro, cariño, me corro.
Al final, después de correrse diez veces, exhausta, se quedó dormida con la cabeza sobre mi pecho. Estuve mirándola más de una hora. Era bella, bella, bella, y yo, yo estaba loco por ella.
Quique.