Fue a cuidar a su tía enferma y termino engañando a su marido con un desconocido. Cumplió su fantasía de una buena vez

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No sé vosotras chicas, pero he de confesaros que a mí hay una cosa que me pone muchísimo imaginar en mis fantasías y que debería considerarse una sección dentro de las páginas dedicadas a relatos, y es lo que yo denomino “sexo guarro” o como dicen por ahí, “porno cerdo”. A mí me pone hacerlo con tíos dejados en su aspecto, ya sabéis algo marranotes, de fuerte olor corporal, y todas esas cosas a las que me estoy refiriendo.

Tal vez porque estoy harta de chulitos de traje y corbata. Siempre estoy rodeada de hombres de esos denominados metrosexuales, engominados, y engreídos, que tratan de acostarse conmigo a la primera de cambio, y a los que les importa un pito sus esposas, con tal de tener un trofeo más en sus listas, simplemente porque como dicen “estas muy buena Sandra”. Siempre tratan de seducirme con sus posesiones o cargos, de impresionarme con su arrogancia, y de llevarme con tal escasa estratagema a la cama.

Sin embargo, en mis ratos más íntimos se suceden habitualmente escenas muy distintas en las que soy penetrada de forma salvaje y sin piedad por otro tipo de hombres muy diferentes.

Por ejemplo, cuando me acaricio y me toco, me gusta concentrarme en la sensación que produciría acariciar a un tipo con barba, mientras como decían en el libro de cincuenta sombras, que me “folle duro”. La sensación de que su barba me irrite la piel más sensible de mi cuerpo, que se enrojezcan por su roce zonas como mi cuello, mi escote, mis muslos o mi culo. Uuuhhmm…

O por ejemplo, me gusta imaginar que su pelo largo sea el que al hacérmelo a lo misionero se enmarañe con el mío, o me estimule la zona de los pechos mientras erguido en sus brazos me mira a los ojos y me parte en dos.

No sé vosotras, pero a mí, me gustan los hombres con pelo en el pecho. Me gusta ver como después de sudar, sus pelos decoran mi cuerpo. Y por supuesto me encanta el olor a sexo en una habitación después de haber follado, si, sobretodo cuando no es mi propio olor corporal el que se apodera e inunda la estancia. Ante todo me gusta recordar una aventura por el olor que deja ese macho en la cama.

Creo que me gusta que sea así porque estoy harta de que me follen mal. Detesto la hipocresía de después del acto, inevitable con algunos tipos:

.-“Ha estado genial”, es la frase preferida de los malos amantes. Y mira que siempre me ilusiono pensando que el siguiente será mejor. Es de estos de los que me gusta reírme diciéndoles cosas del estilo:

.-“Menudo campeón estas hecho” o “has estado increíble, machote”. Les hace creer que son los mejores cuando en el fondo me han dejado igual de insatisfecha que mi marido, y tantos otros.

Algunas veces leo relatos en el apartado “sexo con maduros” que estimulan mi imaginación al respecto, aunque no es del todo semejante a lo que trato de referirme con esto de “sexo guarro”. En los relatos de chicas que allí se publican, y que suelen ser lógicamente de mi interés, normalmente lo que subyace en nuestra imaginación femenina es el deseo por la experiencia y el buen saber hacer por parte del hombre. Que le conceda importancia a los preliminares, a la seducción, a los detalles,…etc.

El caso es que tras mucho buscar al amante ideal, y de la forma más inesperada que podía imaginar, al fin vi cumplida mi fantasía. Fue maravilloso, y aún hoy no puedo evitar mojarme cada vez que lo recuerdo.

Para los que no me conozcan decir que me llamo Sandra, tengo 31 años, y me encanta disfrutar del sexo. Señalar que estoy casada y tengo un hijo maravilloso, y que podéis saber más sobre mí si consultáis mi web cosa que me haría muchísima ilusión que visitases. Allí hay alguna foto mía, que podéis ver.

www.lawebdesandragonzalez.tk

Recuerda que es una web personal, por lo que debes poner esa dirección en la parte superior de tu navegador, no en el buscador.

Como habrás podido adivinar debo mantener cierta discreción. Mi pobre marido se pasa el día fuera de casa viajando, trabajando y no se entera de nada.

Tampoco pretendo ganar ningún concurso literario, así que ahorraros los comentarios acerca de faltas de ortografía y expresiones mal escritas, mi intención es que te corras al leer estas líneas. Si lo consigo, objetivo cumplido.

A lo que íbamos. El caso es que sin pensarlo ni quererlo vi cumplida una de mis fantasías de toda la vida, y era eso de tener sexo guarro con un desconocido.

El pasado verano mi madre me informó que la mayor de sus hermanas, mi tía, había caído enferma y estaba sola convaleciente en el pueblo. Al no tener descendencia, no tenía quien cuidase de ella, y mi madre me pidió que me acercase unos días al pueblo a rondar por su casa y dar vuelta hasta que mejorase. Como mi marido estaría fuera unos días por trabajo, ella cuidaría de mi hijo, pero que hiciese el favor de atender por unos días a su hermana, aunque sólo fuese por decoro en el pueblo, pues seguramente yo sería la principal heredera.

Mi tía vivía en un caserío de esos enormes, aunque poco adaptado a sus nuevas necesidades. Para que os hagáis una idea es como el anuncio de casa Tarradellas, salvo que en las afueras del pueblo. Como digo muy incómodo para su nuevo día a día.

El caso es que mi tía se alegró mucho de que fuese a pasar unos días con ella. Por las mañanas la ayudaba a asearse, la sentaba en el viejo sillón frente al televisor, hacía la casa y compraba. Tras la comida, y debido al calor sofocante de esos días de puro verano, lo único que podía hacerse en el pueblo al mediodía era bajar al río a bañarse y refrescarse. (Es un pueblo tan pequeño que carece de muchos servicios, como piscinas y cosas así). Aún había unos pocos kilómetros desde la casa de mi tía hasta las pozas más cercanas. Además de tener que descender un considerable desnivel, que a la vuelta se tornaba en subida, lo peor es que en estos tramos del río más próximos al pueblo había siempre chiquillos que se acercaban con las bicicletas a pasar la tarde.

Por suerte mi tía disponía de un viejo dos caballos para moverse, y que apenas había utilizado desde que falleció mi tío, pero que todavía funcionaba a la perfección. Era lo ideal para poder rodar por los caminos de tierra que daban al río, y que tanto recordaba de cuando era pequeña. Además me apetecía estar sola. No es que me cargase cuidar de mi tía, pero necesitaba desconectar de alguna manera de todo aquello y estar sola. Por lo demás también tenía ganas de tomar el sol y de ponerme algo morena, y claro está, para evitar comentarios acerca de mi bikini en el pueblo, debía buscar la intimidad deseada en las pozas más alejadas de las casas. Estoy convencida conociendo a la gente del pueblo, que las mozas de buen ver empleaban todavía bañadores de una pieza, para evitar los chismorreos.

Recuerdo que el primer día que me dirigí hacia el río, me crucé en el camino con mi amiga Patricia que portaba bajo el brazo una bolsa de playa. Yo conducía el viejo citroen dos caballos, cuando la sorprendí llegando desde su espalda en el camino de tierra de descenso del pueblo y que llevaba hacía las pozas. Me paré a su lado, y estirándome para bajar la ventanilla del copiloto la pregunté:

.-“Hola Patricia, ¿te acercó a algún lado?” mi amiga se sorprendió al verme, pues no se esperaba que fuera yo.

Patricia fue una de mis mejores amigas de cuando era pequeña y pasaba todo el verano en casa de mis abuelos. Por aquella época nos hacíamos confidencias y jugábamos juntas en todo. Hacía ya muchos años que no nos veíamos. Patricia se casó con un mozo del pueblo que la rondaba desde que era chica. Después supe poco de ella, salvo que se casaron muy jóvenes, y que vivían de cultivar la tierra. Pocas veces habíamos coincidido más en el pueblo, pues pocas veces regresé. A pesar del tiempo y la distancia, era de esas personas de las que siempre guardas un montón de buenos recuerdos.

.-“Hola Sandra, ¡qué alegría verte!” gritó ella nada más verme.

.-“Sube” la dije abriendo como pude la puerta del viejo coche. Nada más acomodarse en el asiento del copiloto intercambiamos dos besos con gran entusiasmo.

.-“Me dijeron que viniste a cuidar unos días de tu tía” me dijo nada más reanudar la marcha.

.-“Veo que no han cambiado las cosas, llegué antes de ayer a la tarde y ya se ha enterado todo el pueblo” y nada más decir esto ambas nos reímos a la vez.

.-“Ya sabes que no hay otra cosa que hacer en el pueblo que no sea habladurías y chismorreos” dijo algo resignada a lo inevitable, mientras continuábamos riendo de la alegría por encontrarnos.

.-“¿Dónde ibas por estos caminos?” me preguntó.

.-“Supongo que a lo mismo que tú, a bañarme en el río” la respondí.

.-“Se nota que ya te has olvidado, de pequeñas bajábamos andando o en bicicletas, no hacía falta coger el coche” dijo subiendo la ventanilla de su lado a base de darle vueltas y vueltas a la manivela para no tragar el polvo del camino.

.-“No me he olvidado, pero me apetecía perderme por alguna poza algo más alejada del pueblo, ya sabes, no quiero que la gente murmuré que hago en el pueblo sin mi marido, sola, y todas esas cosas. Seguro que se inventan algún chismorreo disparatado para entretenerse, como que me estoy divorciando o alguna tontería por el estilo.” Por unos momentos se hizo un silencio entre ambas sabiendo que era seguro la invención e imaginación de algunos personajes del pueblo.

.-“¿Por qué no te vienes conmigo y me indicas de algún sitio? Apenas me acuerdo de los caminos, y así podremos hablar de nuestras cosas después de tanto tiempo” la dije tratando de que se animase a venir conmigo.

.-“Oh, claro, me hace tanta ilusión verte de nuevo” dijo mi amiga entusiasmada por la idea de pasar la tarde juntas sin nadie que nos escuchase.

De esta forma mi amiga me estuvo guiando entre caminos llenos de polvo. Yo conducía siguiendo sus indicaciones. Incluso debí detenerme alguna que otra vez para que se posase la cantidad de polvo del camino que nos impedía ver por los cristales.

Al final llegamos a un tramo del río algo inaccesible cerca de un barranco. Tuvimos que dejar el viejo coche a un lado del camino, y descender unos metros por un sendero que conducía hacia las pozas que se sucedían en el cauce.

Mi amiga me guió hasta una poza algo pequeña pero ideal para mis intenciones. Estaba rodeada por maleza, y árboles que nos tapaban de posibles miradas indiscretas, aunque dudaba que nadie se acercase desde el pueblo hasta allí en bici y mucho menos andando. De llegar debía ser en coche como nosotras, y seguro que lo escuchábamos desde lo lejos debido a lo encañonado del cauce en ese tramo.

La poza no era más que un pequeño ensanchamiento del rio en ese tramo, además de que aumentaba notablemente la profundidad de sus aguas. Por uno de los laterales, y a modo de playa, pasaba de un par de palmos de profundidad a cubrirnos por completo, salvo por el pequeño detalle de que en vez de arena eran piedras lo que debías pisar para ir zambulléndote. El arrollo, bordeaba a su vez una gran roca plana, donde mi amiga extendió su toalla. Yo hice lo mismo a su lado.

Pasamos la tarde hablando y recordando viejos tiempos entre risas y carcajadas. De vez en cuando una de las dos se levantaba para darse un baño y refrescarse, y luego regresaba a la toalla retomando la conversación.

En una de las ocasiones en que mi amiga no pudo soportar el calor y se levantó para refrescarse, yo aproveché y me deshice del top de mi bikini. Hacía un calor insoportable, me daba calor hasta el top, y además el sitio estaba lo suficientemente escondido como para practicar top less.

Mi amiga se sorprendió de verme así a su regreso del chapuzón. No dijo nada pero lo advertí en su mirada.

.-“¿Tú no te animas?” la dije mientras me incorporaba sobre la toalla para sentarme y darme protector solar por los pechos:

.-“Nooh” dijo algo ruborizada. Yo la miré extrañada por su reacción exagerada.

.-“¿Por qué no?” la pregunté sorprendida.

.-“Mi marido me mata si se entera que he ido enseñando las tetas por ahí” me dijo avergonzada.

.-“Oh, vamos, estamos las dos solas. No creo que nadie nos vea, y si nos ven, no creo que a nadie le interese andar contando que ha estado espiándonos. Quedaría por un auténtico pervertido” dije quitando hierro al asunto y tumbándome boca arriba dispuesta a tomar el sol.

.-“Quita, quita, si se entera mi marido me monta una que no veas…” dijo mi amiga tumbándose a mi lado.

Luego se hizo un pequeño silencio interrumpido por mi amiga.

.-“¿Tu marido lo sabe?” me preguntó Patricia.

.-“¿El qué?” dije algo adormilada por el sol sin entender muy bien la pregunta.

.-“¿Si tu marido sabe que tomas el sol desnuda?” preguntó tumbada también boca arriba a mi lado.

.-“Chica que no voy desnuda, cualquiera diría” la dije sorprendida por su comentario tan anacrónico.

.-“Deja, deja, para la gente del pueblo lo mismo es” trató de indicarme ella.

.-“Pues yo veo una pequeña diferencia” dije ajustándome la braguita de mi bikini.

El caso es que continuó haciéndome preguntas y hablando al respecto espaciando cada vez más el tiempo entre preguntas y respuestas, hasta que por el calor fuimos cayendo las dos en un estado de somnolencia profunda.

Yo recuerdo despertar pasada la media tarde por el sonido de un rebaño de ovejas en la lejanía. Poco a poco fui tomando consciencia del tiempo transcurrido y despertando, hasta que decidí darme un chapuzón para refrescarme y terminar de espabilarme. Mi amiga lo hizo al poco tiempo. En ese último baño coincidimos ambas en la poza. Luego salimos con la intención de regresar ya al pueblo tras secarnos medio al aire, medio con las toallas.

Me llamó la atención que mi amiga se enrollase en la toalla para ponerse la ropa de recambio. Yo en cambio opté por desnudarme por completo ante su atenta mirada, pues se sorprendía por mi atrevimiento. Mientras permanecía desnuda rebuscaba al mismo tiempo en la mochila mi braguita y mi sujetador con el que regresar seca y cambiada.

Durante el camino de vuelta continuamos riendo y recordando viejas anécdotas, hasta que llegó el momento de separarnos. Quedamos al día siguiente sobre la misma hora, para ir de nuevo a bañarnos a la misma poza juntas, pues lo habíamos pasado francamente bien charlando y refrescándonos.

Dicho y hecho, al día siguiente pasé a recoger a Patricia por su casa según lo acordado. Nos dirigimos de nuevo en el viejo citroen de mi tía por el laberinto de caminos a sortear antes de llegar a nuestra poza. Aquel día las temperaturas eran aún más altas que el anterior, según la tele debido a una ola de calor.

Yo me tumbé boca abajo nada más terminar de extender la toalla y me deshice del nudo a la espalda del top de mi bikini. Lo último que quería es que me dejase marca. Debido al sofocante calor caí adormilada enseguida.

Me desperté de súbito al notar el frío contacto de algo más que gotas de agua cayendo en mi espalda. Al voltearme sorprendida por el frío pude comprobar que mi amiga se escurría su pelo sobre mí espalda con la clara intención de despertarme.

.-“¡Que haces!, ¡esta helada!” dije refiriéndome al agua que caía en mi cuerpo.

.-“Lo siento, sólo quería despertarte. Llevas un buen rato durmiendo y temía que te quemases por el sol” dijo tumbándose a mi lado.

Yo miré mi reloj de pulsera que asomaba por mi bolsa de playa. Lo cierto es que llevaba casi una hora de siesta sin enterarme. Decidí acercarme a la orilla a refrescarme. Mientras yo me incorporaba tan solo con la braguita de mi bikini puesta, descuidando mi top sobre la toalla, y sudando de calor; mi amiga se tumbaba boca abajo, mojada y fresca, sobre su toalla dispuesta a relevarme tomando el sol.

Nada más acercarme a la orilla, introduje un pie en el agua y me supo helada, así que decidí meterme poco a poco aclimatándome al frió de las aguas. Tras intentarlo con un pie, luego lo intentaba con otro. Pero me costaba un montón decidirme. He de decir que soy muy friolera, y a pesar de ser verano el agua me sabía muy fría.

Me pareció escuchar un rebaño de ovejas a los lejos. Quise preguntarle a mi amiga al respecto, y cuando me giré, Patricia estaba tumbada boca abajo en su toalla. Diría que ahora era ella la que se había quedado dormida.

Yo continué a lo mío y fui introduciéndome poco a poco en el rio, aunque me tomaba pausadamente mi tiempo. El agua estaba helada y me llagaba ya a medio muslo cuando me pareció ver que se movían unos matorrales en la orilla de enfrente.

Por unos momentos traté de fijarme en las ramas que se habían movido detenidamente, pero no veía nada. Las ramas y los ruidos cesaron. Se hizo un silencio. Temí que se tratase de algún jabalí que se hubiese acercado a beber agua del rio. Mi padre me había contado de pequeña un ciento de historias al respecto. Yo me quedé paralizada presa del pánico mirando los arbustos de la otra orilla, pero todo quedó en silencio a mi alrededor. Me fuí relajando a medida que transcurría el tiempo, y desestimé que pudiera aparecer ningún bicho dispuesta a envestirme como temí en un principio.

Me zambullí de golpe y por completo en el agua. Mi cuerpo se estremeció debido al frío, incluso mi piel se enrojeció, mi carne se puso de gallina, y mis pezones de punta. Tenía que salir, me había refrescado lo suficiente como para soportar otro rato de calor tumbada al sol.

De regreso a la toalla me recogí el pelo hacia atrás. Pude ver que mi amiga Patricia permanecía tumbada en la toalla esta vez boca arriba. Creo que continuaba dormida. Me acerqué con sigilo, no quería despertarla. Una vez a su lado me percaté que había desabrochado la parte superior de su bikini, y que la tela estaba totalmente suelta sobre sus pechos, aunque claro está, sin enseñar tan púdica parte de su cuerpo.

Quise devolverle la broma que minutos antes me gastara ella. Decidí arrancarle de un tirón la parte superior del top mientras le mojaba el cuerpo y echaba a correr en dirección al agua. Total, yo ya estaba mojada.

.-“¡Pero será…!” dijo despertándose de pronto y asustada al verse sin el top de su bikini, y enseñando sus pechos.

.-“Mira lo que tengo, mira lo que tengo” le dije desde la orilla con tono de niña traviesa, mientras jugaba con su top al tiempo que se lo mostraba ondeándolo en el aire.

.-“¡Sandra, dámelo!” me gritó enfadada desde la toalla. Yo no le hice ni caso y continúe con mi travesura.

.-“Patricia está desnuda, Patricia está desnuda” repetía de nuevo con tono de niña mala, como cuando nos quitábamos cosas de pequeñas. Traté de salpicarla, pero apenas alcancé a mojarla con unas gotas.

.-“No tiene ninguna gracia” dijo malhumorada aún por mi broma.

.-“Vamos, dámelo de una vez” repitió enfadada.

.-“Ven por él si lo quieres” le dije en un tono desafiante mientras insistía en tratar de salpicarla y de mojarla desde lo lejos.

.-“Como vaya hasta allí te vas a enterar” me dijo algo más calmada y entendiendo que todo era en plan broma.

.-“Ah, ¿siiiii?, ¿y qué vas a hacer” repetí de nuevo en plan repipi, sabiendo que le chinchaba y jugando con el top de su bikini.

.-“Como no me lo traigas…” dijo retándome, y antes de que acabase la frase se lanzó a correr en la dirección en la que me encontraba.

Yo me giré y me introduje a toda prisa salpicando por todas partes en la zona más profunda de la poza. En unos instantes el agua me llegaba prácticamente al cuello. Patricia me sorprendió desde atrás tratando de coger su top, pero traté de impedírselo. Me giré de frente a ella protegiendo la mano que sujetaba su bikini en mi espalda. Ella trató de arrebatármelo un par de veces, se produjo un forcejeo. Como ella era más fuerte que yo no dudó en hacerme una aguadilla, luego otra y luego otra.

.-“¿Te rindes?”, me preguntó viendo que a pesar de que me costaba mantener la respiración no soltaba su prenda.

.-”Ni lo sueñes” la dije mientras trataba de recobrar el aire y mantenerme a flote. Patricia abusando de su fuerza me hizo otra aguadilla.

.-“¿Me lo dás?” preguntó insinuando que si no se lo entregaba me haría otra aguadilla.

.-“Tendrás que arrebatármelo” yo no me daba por vencida.

.-“Eso está hecho” dijo Patricia, y para mi sorpresa tiró de uno de los cordones de la braguita de mi bikini tratando de quitármela hacia abajo.

.-“¿Qué haces?!!!” dije sorprendida por su acción mientras trataba de evitar que fuese ella quien me quitase la braguita de mi bikini. Era la única prenda que llevaba puesta.

Para mi desgracia no le fue difícil hacerme otra aguadilla, y mientras yo trataba de recuperarme, ella terminó por quitarme la braguita. Me había dejado completamente desnuda dentro del agua.

Patricia huyó en dirección a las toallas saliendo del agua y mostrando ahora ella orgullosa mi prenda colgando de su mano.

.-“¿Te hago un cambio?” dijo proponiendo su top por mi braguita. Yo permanecía desnuda dentro del agua. No quería darme por vencida, pero lo cierto es que comenzaba a tener frío.

.-“Está bien” la dije insinuando que me lanzase mi braguita.

.-“Sabes…, creo que tendrás que venir por ella” dijo secándose en pie sobre su toalla expectante a mi reacción. No me lo podía creer, pero mi amiga pretendía que saliese completamente desnuda a recoger mi braguita.

Sopesaba las pocas posibilidades que podía tener, cuando de nuevo se movieron los arbustos a mi espalda. Me asusté y salí corriendo del agua temiendo que se tratase de algún jabalí según las historias de mi abuelo.

.-“Ja, ja, ja” tuve que aguantar las risas de mi amiga que me vio correr despavorida y asustadiza en dirección a las toallas.

.-“Mira que si te ha visto alguien desnuda” pronunció entre risas y carcajadas, mientras llegaba a su posición.

.-“No me importa” le dije haciendo ver que no me molestaban en lo más absoluto sus burlas. Ahora la sorprendida era ella.

.-“¿Cómo que no te importa?” me preguntó aturdida comprobando mi pasividad por cubrirme de nuevo. Yo le hice ver que tenía la intención de secarme al sol desnuda.

.-“¿Nunca has estado en una playa nudista?” la pregunté haciéndole creer que yo sí había estado aunque fuese mentira tratando de burlarme de ella.

.-“Nooo” dijo como si lo que acababa de decir fuese pecado mortal. Ahora fui yo la que me reía de ella. Lo cierto es que estaba disfrutando.

.-“Mi marido nunca me lo permitiría” dijo cubriéndose de nuevo los pechos con su top que me quitó de las manos. Yo en cambio me tumbé boca arriba sobre la toalla haciéndole entender que no era la primera vez que tomaba el sol desnuda. Por unos momentos me gustó adquirir el roll de chica liberal frente a mi amiga. Me tumbé boca arriba apoyada sobre los codos, y me quité algunas pajitas que se habían quedado pegadas a mi cuerpo, en especial las que se habían adherido por la zona más baja de mi vientre, el ombligo y los muslos de mis piernas.

Inevitablemente Patricia se fijo en mi depilado pubis. Estaba claro que le llamaba su atención. La sorprendí mirándome mi zona más íntima. Nuestras miradas se entre cruzaron. Entendí su curiosidad.

.-“¿No me digas que no te lo has rasurado nunca?” la pregunté mientras continuaba mirándome.

.-“No” dijo tímidamente.

.-“No sabes lo que te pierdes” la dije.

.-“¿No entiendo?” preguntó ella.

.-“Pues eso chica, que es mejor llevarlo arregladito” la respondí.

.-“¿Por qué?” insistió.

.-“Hay chica, no sé, es más higiénico, a los tíos les gusta más así, al menos se animan a hacerte algún cunnilingus, y además…” se hizo un suspense.

.-“¿Y además…?” preguntó expectante Patricia.

.-“Y además se nota mucho más la penetración” le dije esta vez algo más deprisa y seca.

.-“Caray, que cosas me dices” pronunció Patricia algo escandalizada por mis palabras.

.-“Creo que deberías probar alguna cosa nueva con tu marido” la dije tratando de animar su monótona vida sexual.

.-“Deja, deja, no quiero que piense que soy una cualquiera” me dijo tratando de esquivar el tema.

.-“¿No tienes ninguna fantasía?” la pregunté.

.-“Quita, quita, yo solo me debo a mi marido” respondió, y enseguida preguntó con la curiosidad de una adolescente. “¿Y tú?, ¿a qué te refieres con eso de alguna fantasía?” quiso saber.

.-“Hay chica, pues no sé, cosas que te gustarían que se convirtiesen en realidad” traté de responder. Ella se echó a reír, con una risa de esas nerviosas que antecedían una pequeña confesión…

.-“Sabes…” me dijo. “A veces me imagino que sustituye al Macario en la oficina un nuevo director de banco, joven, apuesto, galante. Ya sabes…, de esos muchachos que huelen a colonias caras y se dan cremas. Marcando músculos y sin barriga. Me imagino que debo ir a su despacho por algún tema del banco y…, y…, no sé porqué te estoy contando todo esto” concluyó su confesión súbitamente.

.-“Hey!!, somos amigas puedes confiar en mí” la dije. “No voy a pensar nada malo, ni a juzgarte por ello”, pero a pesar de mis palabras no lograba sonsacarla de su vergüenza.

.-“Sabes…” la dije yo esta vez. “A mí me pasa todo lo contrario”. Ella me miró extrañada, como buscando una explicación.

.-“Yo preferiría al Macario, que a ningún tío de esos con traje y corbata” dije para su sorpresa, y ambas nos reímos cómplices por la confesión.

.-“Pero si es un guarro, que no se afeita nunca. El traje le cae grande y nunca se abrocha del todo la corbata” espetó mi amiga entre risas.

.-“Además es cejijunto” la dije “pero por eso, me ponen los tíos así de guarros”. Pronuncié entre risas.

.-“¡Pero que guarrilla eres!” me dijo Patricia. “No sabes lo que dices, mi Antonio huele todo el día a granja y es nauseabundo” dijo terminando su argumento.

.-“Tu sí que eres una mojigata que no sabe lo que es una buena polla” la dije riéndome de ella.

.-“Ya eso lo dices porque tu marido es muy majo, se arregla, le sientan bien los trajes, usa colonias caras y se asea, no sabes la suerte que tienes…” dijo anhelando lo que no entendía.

.-“Pues mira chica un días de estos hacemos un intercambio, porque a mí me pone tu marido que no veas….” le respondí al tiempo que ambas nos reíamos por las barbaridades que nos estábamos diciendo.

Así continuamos criticando a nuestros respectivos maridos, confesándonos aquello que más detestábamos de nuestras respectivas parejas, riendo y entre bromas nos hicimos alguna que otra confesión más, pero sobre todo nos reímos mucho al respecto.

Llegó la hora de recoger y de vestirnos para ir a casa. Le dije de quedar para el día siguiente, pero me contestó que tenía no sé qué hacer.

.-“¿No tendrás que ir al banco?” pregunté bromeando.

.-“Hay que ver que tonta eres, no se te puede decir nada” dijo terminando de vestirse.

De regreso a casa continuamos hablando de nuestras cosas, y de los sucesos de estos años sin vernos.

Al día siguiente salió un poco nublado, lo que hizo que el calor junto con la humedad, provocasen un ambiente sofocante. Me atreví a perderme por el laberinto de caminos en busca de la poza de los días anteriores, pues realmente se estaba muy bien. Tras un par de vueltas y rectificaciones al fin encontré la poza.

Nada más llegar me acomodé en la toalla en la piedra junto al cauce. Me llamó la atención que parecía bajar más agua que días atrás, pero no le di mayor importancia. De nuevo escuché un rebaño de ovejas a lo lejos y un pensamiento fugaz vino a mi mente:”debe haber alguna paridera cerca”.

A pesar de estar nublado, el calor y las ganas de bañarme hicieron que me olvidase de todo. El agua estaba fresca y calmó el calor de mi cuerpo. Al llegar a la orilla, decidí tumbarme a tomar el poco sol que se filtraba entre las nubes, aunque se estaba nublando por momentos, anhelé porque enseguida regresase el sol. Desde mi posición en el cauce del río apenas podía ver lo que venía en el cielo, pues mi perspectiva era muy limitada.

Al estar sola no me lo pensé dos veces, y al tumbarme sobre la toalla me deshice del top del bikini, el cual juraría que dejé a mi lado. Con la facilidad que me caracteriza enseguida me quedé medio adormilada sobre la toalla boca abajo, debido sobretodo al cansancio acumulado de días pasados.

No sé porque recordé las confidencias que me hizo mi amiga el día anterior. Todo eso de la oficina del banco y del Macario. “Pero que tontorrona es” pensé. Si supiera el razonable parecido entre el director de mi banco y el Cristiano Ronaldo seguro que se cambiaba hasta de cuenta de banco para que lo atendiese. Lo que mi amiga no sabía es que ese tipo de hombres se comportan igual que la cuenta del banco: corrientes. No son para nada mi tipo.

Yo en cambio me imaginaba la historia de otro modo. Me imaginaba que era el Macario quien me ofrecía una solución a mis problemas financieros, el Marcelino, el que debía atenderme en su taller, o el Mariano en su granja. Incluso imaginaba una aventura con el mismísimo marido de mi amiga. Todos ellos tenían una característica en común: unas manos grandes, fuertes y recias con las que acariciar mi delicado cuerpo. Solo de imaginarlo ya me ponía cachonda, y esta vez no iba a ser menos.

Allí sola en medio del campo, con el bochorno del calor y la humedad, sola, y tantos días sin practicar sexo, que no pude evitar deslizar mi mano por debajo de la tela de mi braguita y comenzar a acariciarme. Es lo que tienen este tipo de pensamientos, que una cosa te lleva a la otra.

Fantaseaba con la posibilidad de que unas manos fuertes, peludas, y callosas me acariciasen bruscamente por todo el cuerpo, a la vez que mi cadera comenzaba a describir pequeños circulitos tratando de estimularme con los salientes de las rocas. Clavarme las pequeñas piedras del cauce por mi cuerpo estimulaba sensiblemente mis terminaciones nerviosas. Pensaba que eran esas manos grandes y fuertes las que pellizcaban mis pezones y arañaban mi cuerpo.

Ocurrió lo inevitable, y al tiempo que me imaginaba como unos dedos rechonchos de piel recia de hombre de campo me penetraban, uno de mis finos y sutiles dedos se abría camino entre mis labios vaginales.

Menos mal que estaba sola tumbada boca abajo sobre la toalla en medio de aquel paraje, pues sin poderlo evitar se me escaparon unos pocos gemidos. Incluso tuve que morder la toalla para tratar de ahogar mis grititos. Sobre todo cuando imaginé que mis dedos anular, corazón e índice sustituían a un solo dedo de mi imaginario poseedor.

En ese momento unas gotas de agua comenzaron a mojar mi espalda. No quise resignarme a tener que interrumpir el maravilloso orgasmo que estaba a punto de alcanzar, y las incorporé en mi fantasía imaginando que era el sudor de mi amante que goteaba sobre mi espalda poseyéndome desde atrás a lo perrita. La sensación era brutal. Un intenso orgasmo sobrevino a mi cuerpo. Esta vez no pude evitar chillar mientras mi cuerpo se convulsionaba de placer. Mi cuerpo temblaba con espasmos inéditos en su intensidad. Me había corrido chillando como una perra en celo. Lo necesitaba. Desde que había llegado al pueblo que necesitaba aliviar mi cuerpo pensando en rudos hombres de campo.

Tardé un tiempo en recuperar mi respiración y volver a la realidad para comprobar que estaba lloviendo más fuerte de lo que pensaba. Me incorporé rápidamente tratando de recoger mis cosas y regresar al pueblo lo antes posible. La lluvia comenzaba a arreciar. El cielo estaba encapotado, y tenía mala pinta. Había estado tan ensimismada que no me había dado cuenta de nada. El olor característico que precede a las tormentas me decía que de un momento a otro caería una buena. Me asustó el sonido de un trueno que partió el cielo en dos. Me vestí como pude a toda prisa, poniéndome mi short vaquero sobre mi braguita del bikini aún mojada en todos los sentidos, y una camiseta por encima sin sujetador debajo, y me apresuré en guardar todas mis cosas en la mochila, de forma bastante caótica y desordenada por las prisas y los nervios.

Otro trueno recorrió el cielo retumbando entre las paredes del cortado. “La tormenta está muy cerca” pensé asustada como una chiquilla por el ruido.

Me dirigí hacia el coche temiendo que las dos caballos gotas de agua que caían se convirtiesen en diluvio. Antes de marchar me volteé en un último vistazo para comprobar que no me dejaba nada sobre la piedra del rio, tenía esa extraña sensación de cuando se te olvida algo y no sabes qué.

De camino al coche caí en la cuenta. No recordaba haber metido en la mochila el móvil. Me preocupé, se trataba de un móvil que me costó algo caro, además llevaba un montón de contactos y archivos imprescindibles para mí. No quería perderlo, así que me detuve a comprobar si estaba en la mochila.

Me arrodillé más o menos a mitad camino del sendero que marcaba la distancia entre el coche y la poza. En un primer vistazo no ví el móvil en el interior de la mochila. Me asusté ante la posibilidad de haberlo perdido. Comenzó a llover más fuerte, vacié prácticamente la mochila en medio del camino, pero ni rastro del teléfono. Decidí regresar de nuevo al río a pesar de que la lluvia comenzaba a arreciar más fuerte y me estaba mojando. Para colmo un relámpago alumbró el cielo asustándome definitivamente.

Estaba nerviosa, no veía el móvil por ninguna parte. Insistí en buscar por todos lados, pero no lo encontré. Ni rastro de mi teléfono.

De repente empezó a diluviar. El agua caía de golpe con mucha fuerza mezclada con fino granizo. Para mi desgracia resbalé en una roca mojada junto al cauce de regreso al coche. Introduje mis deportivas en el agua debido a la caída, y estas quedaron totalmente caladas, además me dí un pequeño raspón que me hizo algo de sangre en la rodilla. Todo se tornó horrible en unos instantes.

Ahora sí que la lluvia caía con ganas, apenas se veía nada a través de la cortina de agua. Corrí como pude hasta el coche. Gracias a dios estaría a resguardo y no me mojaría más, de no ser porque descubrí que el viejo dos caballos tenía alguna que otra gotera por el techo.

Por suerte el coche se puso en marcha, respiré aliviada, parecía estar a salvo del temporal. Aunque la mala suerte me estaba rodeando, para mi desgracia al tratar de arrancar el viejo cacharro embarré en la tierra. Cuanto más pisaba el acelerador con la rabia y las ganas por salir de allí, más se hundía el coche en el barro.

Maldije mi suerte y traté de salir a empujarlo, pero además de esforzarme inútilmente, lo único que conseguí fue pringarme de barro mis ya mojadas deportivas, y calarme la ropa por completo hasta las cejas.

Era inútil, estaba embarrada y calada. Decidí meterme dentro del coche a que pasara la tormenta. Pude mirarme en el espejo del retrovisor, mi aspecto era patético. El pelo mojado, la camiseta empapada, el short calado de agua, y las deportivas llenas de barro. Para colmo la rodilla no dejaba de sangrar a pesar de tratar de detener el sangrado con un triste clínex que llevaba en el bolso.

Opté por esperar tratando de tranquilizarme y recobrar la serenidad, pero tan sólo lograba ponerme más nerviosa con cada trueno y relámpago. Sin duda, era una de las peores tormentas eléctricas de verano que había visto en mi vida. Al poco rato mi cuerpo tiritó de frío, y la lluvia no aminoraba. Así que pensé que era tontería permanecer dentro del coche tiritando como estaba muerta de frío a la espera de una pulmonía. Supongo que no razonaba con cordura presa de los nervios. Estaba empapada, más no me podía mojar, era imposible estar más calada, así que me propuse regresar al pueblo cuanto antes. Ya regresaría posteriormente con ayuda de algún tractor para movilizar el vehículo una vez pasase la tormenta. Así que me supuse que era tontería retrasar lo inevitable: regresar mojada a casa. Debía entrar en calor lo antes posible.

Salí del coche y me dispuse a andar entre la lluvia tratando de volver a casa de mi tía. Lo cierto es que costaba ver entre la densa capa de agua que caía. La lluvia era torrencial o al menos eso me parecía al estar en campo abierto. Era como si en la ciudad no lloviese tanto nunca. Ahora los truenos precedían instantáneamente a los relámpagos. Además de mojada estaba asustada.

Para colmo, lo peor aún no había llegado. Me apresuré a caminar llena de prisas, y ahora no me sonaba nada de lo que veía en el camino. Creo que estaba perdida entre el laberinto de caminos y en algún momento me había despistado de la ruta. El ladrido de un perro en la distancia, junto con la temible sensación de estar perdida, logró que estuviese al borde de un ataque de nervios.

Presa del pánico comencé a correr, sobretodo porque los ladridos del perro parecían acercarse más, temí que no fuese un perro sino algún lobo. Retornaron a mi mente las historias que me contaba mi abuelo de pequeña acerca de lobos en la comarca que devoraban las reses. Malditas historias de siempre…

Por suerte a lo lejos pude ver una vieja paridera, salía humo por la chimenea, así que pensé que habría gente dentro que pudiera ayudarme. Además se veía un viejo Land Rover en la puerta, respiré aliviada al pensar que el todoterreno podría servir perfectamente para tirar de mi dos caballos , y sacarme del barro en el que había quedado encallada. Advertí que los ladridos del perro provenían de allí, y que también se podían apreciar los balidos de un rebaño de ovejas.

Lo más probable es que algún pastor se hubiese refugiado allí de la lluvia. Respiré aliviada, después de todo, no tenía más que pedir ayuda y ya estaba casi en casa.

Cuando llegué a la puerta del chamizo pude apreciar que el estado de la construcción era peor de lo que parecía en la distancia bajo la lluvia. Se trataba de dos caballos paredes de barro dejadas, se notaba que estaba en estado de abandono, y que apenas cumplía con su cometido: el de dar cobijo a algún pastor en días de lluvia. Las ventanas carecían de cristales, apenas unos barrotes de hierro entre el barro, y la puerta no eran más que dos caballos tablas mal unidas.

Antes de que tratase de abrir la puerta el perro alertó a su inquilino de mi llegada. Pude ver al chucho a través de las grietas que dejaba la puerta, era una especie de pastor catalán o algo así, con el pelo grasiento y enmarañado de hierbajos.

También pude escuchar las palabras del pastor tratando de calmar a su perro, no me pareció en absoluto mala persona, lo que me animó por decidirme a entrar.

.-“Hola buenas noches, ¿puedo pasar?” pregunté tímidamente con mi patético aspecto nada más abrir la puerta. Un fuerte olor a oveja llegó hasta mi presencia.

Al otro lado de la estancia, frente al fuego de la chimenea, la figura de un hombre mayor en píe con claro aspecto de pastor, me observó meticulosamente. Tenía una navaja en una mano y un currusco de pan en la otra, tras contemplarme por unos segundos le dijo a su perro:

.-“Tranquilo Machín, que la moza no trae peligro” dijo gritándole al perro, y luego mirándome a mí me dijo “Pasa, pasa mujer, que no te ha di hacer nada el chucho” pronunció haciéndome señas para que no me quedase en la puerta.

.-“Gracias, yo…, estoy empapada por la lluvia” dije acercándome al fuego sin dejar de mirar a aquel hombre algo temerosa por su aspecto rudo y descuidado.

.-“Rediosla!!, hay que ver como ti has mojao” exclamó al verme más de cerca y empapada.

Yo llevaba las deportivas totalmente encharcadas, el short pegado a la piel completamente mojado y la camiseta empapada, de tal forma que dejaba adivinar la forma de mis pechos. Para colmo mi pelo estaba completamente mojado confiriéndome un aspecto lamentable. Seguramente debí darle pena a aquel pobre hombre, que me examinó de arriba abajo clavando su vista en mi cuerpo. No me atreví a mirarlo conforme me acercaba a su posición pues estaba muerta de vergüenza, sabía que el agua había calado mi camiseta y dejaba entrever parte de mis pechos.

El hombre actúo como si nada y acercó una de las tres sillas que había en la estancia y la situó al lado de la que estaba él frente al fuego. A pesar de ser verano se agradecía el calor de la hoguera. Era evidente que en estas fechas usaba el fuego para cocinar, aunque en esa noche de perros se agradeciese para calentar el cuerpo.

.-“Siéntate cerca del fuego mujer, que tendrás frío. Menuda te ha caído” dijo sonriéndome tratando de inspirar confianza. Mis temores iniciales fueron disipándose, en lo poco que me fije en él no parecía mala persona.

Fue entonces cuando pude observar detenidamente la sala. No era más que una vieja paridera medio abandonada, apenas había una mesa, tres sillas, y un viejo armario medio roto. La estancia tendría unos treinta metros cuadrados en forma rectangular. A un lado estaba la chimenea, en medio, la puerta de acceso, y al otro lado la división con la zona donde se resguardaba el ganado. Apenas unos viejos palés separaban ambas estancias, lo que explicaba el fuerte olor a oveja por todo el cuarto.

.-“Había preparado café ¿quieres un poco?” me preguntó el pastor mientras yo me sentaba en la silla con aire recatada frente al fuego, sin otra cosa en la que pensar que no fuera tratar de entrar en calor.

Yo asentí con la cabeza sin atreverme a pronunciar palabra mientras me concentraba en la agradable sensación que producía el fuego de la hoguera en mi cuerpo. Me senté correctamente, espalda recta, piernas cruzadas y abrazándome a mí misma tratando de entrar en calor.

El hombre entonces acercó una cafetera de esas tipo italiana al fuego, y la dejó entre las brasas.

Pude fijarme bien de reojo en aquel tipo en medio del silencio. Se trataba de un hombre entorno a los cincuenta y tantos años, tal vez alguno menos, pero bastante aviejado en sus rasgos faciales. Vestía unas viejas chirucas, un pantalón roto y agujereado que sujetaba con un cinturón desgastado. Pegado a su cuerpo se adivinaba una camiseta blanca de tirantes bastante sucia, que cubría con una camisa a cuadros remangada bastante andrajosa. Su aspecto era sucio y descuidado, barba de varios días, y unas uñas negras de tierra. Le faltaba alguna pieza dental, y los pocos dientes que conservaba estaban algo ennegrecidos, seguramente a causa del tabaco. Pese a su aspecto no parecía un mal tipo y sin embargo una extraña sensación invadía mi cuerpo. En esos momentos no sabría precisar si por el desasosiego, el frío, o la presencia de aquel peculiar individuo tan parecido a cuantas escenas había imaginado y tan cerca de mi cuerpo.

Durante unos segundos un incómodo silencio se adueñó de la sala hasta que la cafetera comenzó a silbar y el pastor la retiró del fuego. Con calma y sin prisas vertió el líquido negruzco en una taza de esas de aluminio que me recordaban los tiempos de campamentos. Luego ofreciéndomela dijo:

.-“Ten, te ayudará a entrar en calor” pronunció al tiempo que se sentaba en la silla de al lado y me tendía la taza para que se la cogiese de las manos. En ese gesto inocente nuestras manos entraron en contacto por primera vez sin querer, y pude fijarme en ellas, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Pude apreciar que se trataba de unas manos fuertes, recias, grandes y callosas. De dedos rechonchos, ni finas ni suaves, idénticas a las que había imaginado recorriendo mi cuerpo y acariciándome apenas una hora antes. Lo recuerdo perfectamente porque me quedé totalmente embelesada por unos instantes contemplando ese portento de manos. Incluso él mismo se dio cuenta de que sus extremidades llamaron mi atención. Fue como un flash no controlado en mi mente.

En el fondo esas manos se asemejaban bastante a todas las veces en que había imaginado que un tipo como él, dejado, mayor, con manos fuertes y trabajadas me poseía salvajemente. Me ruboricé sólo de pensar en ello en esos momentos y quise apartar cuanto antes aquellos pensamientos de mi cabeza.

Además, durante todo este rato, el perro que lo acompañaba no dejó de olisquearme inquieto dando vueltas alrededor de mi silla como si adivinase lo que yo estaba pensando. De vez en cuando el chucho olisqueaba mi entrepierna curioso y restregaba sus partes contra mis piernas como si pudiese oler mis fluidos y adivinar lo que había sucedido antes de mi llegada por ahí abajo. Por suerte el viejo interrumpía la escena como avergonzado por el comportamiento de su perro, espetando al chucho para que se marchase a cuidar del rebaño y me dejase en paz.

Yo me agarré a la taza con las dos manos como si me fuese la vida en ello. Luego dí un primer sorbo, pequeño, pues quemaba bastante y temí escaldarme la lengua. De nuevo el hombre observaba detenidamente mis movimientos. Yo sabía que me miraba y estaba algo intranquila, paro colmo no podía dejar de pensar en sus manos. Le devolví una mirada a los ojos tratando de averiguar sus intenciones, y por su parte, como adivinando mis temores dijo:

.-“No te preocupes mujer, la tormenta pasará tarde o temprano y podrás regresar con los tuyos. Ahora trata de entrar en calor que paices tener frío” trató de inspirar confianza.

.-“Gra…, gracias” pronuncié con mis labios tiritando de frío. “Me…, me llamo Sandra” dije sin poder evitar tartamudear a causa del frío y tendiéndole la mano a modo de saludo.

.-“Yo soy Mauricio” pronunció animoso mientras me estrechaba la mano, ”pero por este lugar todo el mundo me conoce como el follacabras” soltó como si nada.

Yo quedé paralizada, no sabría decir si por el contacto entre nuestras manos, o por el hecho de escuchar su mote. Aquella palabra resonó por unos momentos en mi mente:”follacabras”. Incluso estuve tentada de preguntarle el porqué de su sobrenombre, pero francamente no quise saber la respuesta. Así que de nuevo se hizo un silencio entre ambos. Para colmo mi pequeña mano se perdía entre la suya. Sería como dos caballos o cinco veces la mía, mis dedos desaparecían entre los suyos. Su contacto hizo estremecer mi cuerpo una vez más.

.-“¿Y cómo has llegado hasta aquí?. ¡Con este tiempo!” preguntó tratando de entablar una conversación distendida tras su metedura de pata.

Estaba claro que él también estaba sorprendido por mi llegada, y que seguramente sería lo mejor que le podía pasar en aquella tarde de perros, gozar de compañía y además porque no decirlo de una mujer hermosa. El pobre hombre trataba de hacerme pasar el rato lo mejor posible temiendo que no saliese despavorida. Agradecí sus palabras y su intención, al menos no pasaríamos el tiempo en incómodos silencios, y decidí seguirle la conversación tratando de devolverle el esfuerzo por amenizar la tarde.

.-“Creo que me he perdido, estaba bañándome en el río, cuando me sorprendió la lluvia. Traté de regresar, pero sinceramente, no supe volver al pueblo” le resumí lo sucedido entre temblores en la voz. Su respuesta ahuyentó los pocos temores que me quedaban.

.-“No te preocupes, que en que pare de llover te indico el camino. Aunque sinceramente, conozco bien este tiempo, y no tiene pinta de parar de aquí a un rato” dijo ofreciéndose amablemente lo que terminó por corroborarme que era buena persona.

.-“Oh, se lo agradezco” balbuceé de nuevo a causa del frío haciendo un esfuerzo por no llegar a tiritar.

.-“Si me permites un consejo, yo que tú me quitaría esa ropa tan mojada, pareces tener frío y deberías secarte antes de que pilles una pulmonía” dijo señalando mi aspecto.

Por un momento dudé de sus intenciones, pero lo cierto es que el hombre tenía razón. Aquel pastor de ovejas no tenía por qué saber que en la mochila no portaba más que la toalla de baño, cremas protectoras, unos clínex, el mp4 y los cascos, un libro, y el top del bikini que estaría también mojado. Seguramente se pensaba que llevaba ropa de repuesto.

Sopesé la posibilidad de cubrirme con la toalla. Lo cierto es que enrollada a la altura de mis pechos lograría cubrir justito mis intimidades a modo de vestido. Pero no me hizo ninguna gracia contemplar esta posibilidad, pues apenas me tapaba, quería pensar en encontrar otra alternativa.

.-“Tal vez pudiese acercarme a mi coche con su todoterreno” pronuncié con la esperanza de que se cumpliese mi petición.

.-“¿Te refieres al viejo Land Rover de ahí fuera?” preguntó mirándome a los ojos. Yo asentí con la cabeza.

.-“No sé de quién es ese viejo cacharro. Lleva ahí mucho tiempo. De hecho dudo mucho que funcione. Que yo sepa lleva ahí lo menos tres años” dijo para mi total desconsuelo.

Yo traté de encontrar otra solución.

.-“Bueno, tal vez pueda hacer una llamada con su móvil” pregunté ingenua de mí. El hombre se sonrió y me dijo.

.-“Nunca he tenido uno de esos cacharros” dijo como si fuese lo más natural del mundo. Yo lo miré extrañada por su respuesta. Todo el mundo tiene móvil. Por unos instantes pensé que no quería dejármelo, aunque no encontraba motivo alguno que lo justificase. Mi cara debió de causarle sorpresa y trató de consolarme una vez más.

.-“Tranquila mujer, no ha de llover para siempre” dijo esta vez mirando al fuego como dando por zanjada la conversación por su parte.

A mí se me agotaban las alternativas. Pero lo cierto es que a medida que transcurría el tiempo, más frío sentía en mi interior a pesar de estar frente al fuego. Tiritaba a causa de la humedad que se calaba en mis huesos y penetraba en mi cuerpo. Me levanté un par de veces para mirar por la ventana y comprobar que continuaba diluviando fuera. Tenía pinta de durar para un rato. Concluí que no me quedaba otra que quitarme la ropa y cubrirme con la toalla para secarme y entrar en calor de una vez por todas.

Así que cuando ya no soporté por más tiempo el frío y la humedad, me incorporé de la silla y mirando a aquel hombre a los ojos le pregunté:

.-“¿Dónde puedo cambiarme de ropa?” dije mirando a un lado y al otro tratando de encontrar un sitio en aquella sala.

El tipo me miró de arriba abajo satisfecho por darle la razón con el tiempo y dijo:

.-“Iré a dar vuelta al rebaño, aprovecha para hacer lo que tengas que hacer” pronunció al tiempo que se levantaba de su silla y se dirigía hacia la estancia adyacente en la que aguardaban las ovejas. El perro salió tras él.

Esperé un tiempo a que removiera los viejos pales que hacían de valla entre ambas estancias y desapareciera en medio del rebaño en la oscuridad. Escuché unos balidos a lo lejos, momento en el que aproveché para quitarme rápidamente la camiseta, desabrocharme el pantalón, y deshacerme de mi braguita del bikini, quedándome completamente desnuda en medio de aquella estancia. Me pareció escuchar unos chasquidos de pisadas de paja justo al otro lado de la puerta divisoria. Me volteé rápidamente aún desnuda, tratando de adivinar el origen del ruido, temiendo que aquel pastor me hubiese sorprendido en pelota picada, pero sólo veía oscuridad. Opté por agacharme a rebuscar la toalla en mi mochila y enrollarme en ella cuanto antes.

Tuve que ajustarla meticulosamente en mi cuerpo, pues si la subía tratando de cubrirme los pechos, apenas tapaba mi pubis, y si la bajaba para cubrirme el pubis, apenas tapaba la aureola de mis pezones.

En esas estaba cuando el pastor irrumpió de nuevo en la sala.

.-“¿No llevas más ropa u qué?” me sorprendió a mi espalda.

Yo me volteé asustada, no lo oí llegar y temí que me hubiese llegado a ver desnuda o enrollándome la toalla.

.-“No creí que fuera a necesitarla” respondí tratando de aparentar cierta naturalidad.

El hombre se paró a mi lado por unos instantes para observarme, estaba sorprendido de verme con tan ridícula toalla puesta, seguramente se imaginó cuando abandonó la sala que llevaría ropa de recambio, y ahora podía comprobar que no era así, indudablemente me dio un repaso de arriba abajo con la vista tratando de ver cualquiera de mis intimidades en un descuido.

Luego se acercó a mi posición sin quitar el ojo de mis piernas, y una vez a mi altura dijo:

.-“Será mejor que te cures esa herida, podría infectarse” pronunció señalando a mi rodilla. Sus palabras me hicieron dudar de la intención de sus miradas a mis piernas, y de que lo hiciese realmente preocupado por que la herida se pudiera infectar.

.-“El caso es que no tengo con qué” le dije encogiéndome de hombros.

El hombre se sentó en la misma silla de antes al lado de mi posición, y rebuscó entre su zurrón, para mi sorpresa sacó un bote de lo que parecía algún aguardiente u orujo.

.-“No es alcohol pero poco le falta” dijo desenroscando la botella entre sus dientes “me lo dio un amigo gallego destilado por él mismo, seguro que ayuda a desinfectar esa herida”. Yo lo miré sin estar muy segura de que aquel brebaje fuese efectivo como desinfectante, pero la verdad es que no tenía nada que perder.

Él permanecía sentado a mi lado observándome. Yo en cambio permanecía aún en pie justo enfrente suyo, coloqué mi pierna con la rodilla herida entre las suyas esperando a que me curase la herida. El tipo me lanzó una mirada desde su posición recorriendo mis piernas de abajo arriba deteniéndose meticulosamente a la altura de mi entrepierna. Dudé si desde su posición podría llegar a ver algo indiscreto. Todos mis temores se fueron al cuerno cuando posó una de sus manos detrás de mi rodilla y levantando levemente mi pierna se dispuso a verter el aguardiente sobre la herida.

.-“Puede que esto te escueza un poco” me advirtió antes de derramar el líquido. En cambio yo solo tenía ojos para fijarme en sus manos acariciando mi pierna desde la parte posterior de mi rodilla. Estaba embelesada contemplando el contraste entre mi delicada piel y sus manos. Mis piernas parecían palillos entre sus dedos. ”Dios mío que manos tiene este hombre” pensaba mientras lo miraba embelesada y mi mente comenzaba a mandar estímulos a mi bajo vientre.

.-“Hayyy” volví a la realidad al notar el escozor producido por el alcohol al contacto con la sangre en mi piel, y retiré levemente mi pierna de entre sus manos quejándome.

.-“Caray eso duele”, me revolví del dolor.

.-“Tranquila chiquilla, si te escuece es que está curando” dijo al tiempo que volvía a agarrar mi pierna con su mano desde la parte posterior de mi rodilla al igual que antes.

El tiempo se detuvo de nuevo por unos momentos para mí. No pude evitar fijarme una vez más en esas manos grandes, callosas, sucias, con las uñas llenas de tierra, acariciando mi pierna aunque fuese por detrás de mis rodillas. Sus manos eran como tantas y tantas veces había imaginado en mis fantasías, incluso el tipo aún era más guarro y dejado de lo que podía esperar, traspasando en cierto modo el límite de lo imaginable. Sin quererlo mi cuerpo reaccionaba como consecuencia de mis pensamientos y creo que comencé a humedecerme. Traté de alejar ciertas ideas perversas de mi mente, pero por unos instantes me imaginé yaciendo con ese hombre, me imaginaba cuando corderita devorada por semejante lobo.

.-“Será mejor que nos bebamos esto en vez de desperdiciarlo” pronuncié al tiempo que con mi pierna herida entre su regazo, adelantaba la otra para posicionarla a la altura del lateral de su silla, y reclinándome ligeramente sobre su cuerpo, alcancé mi taza de aluminio que reposaba sobre la mesa justo detrás suyo.

Mi toalla se rozó inevitablemente a la altura de mi tripita en la maniobra con el rostro de aquel pastor que me miraba sorprendido tanto por mi proximidad como por mis palabras.

Yo quedé en pie justo enfrente suyo, y tendiendo la taza a la altura de su rostro le dije:

.-“¿Por qué no rellenas un poco de mi taza con ese orujo?, seguro que me ayuda a entrar en calor” pronuncié para su sorpresa tomando la iniciativa. Y por unos momentos me sentí satisfecha conmigo misma por atreverme a provocar una situación que sin duda estimulaba mi libido.

El tipo advirtió un cambio en mi comportamiento pero todavía andaba despistado. Ni se esperaba verme tan solo cubierta por una minúscula toalla a su regreso de dar vuelta por el rebaño, ni se esperaba mi iniciativa, máxime cuando hasta el momento me había mostrado algo más que recatada y pudorosa. Conociendo a los hombres a saber que comenzaba a imaginar su mente. Por mi parte, la idea de jugar con aquel pobre hombre me seducía.

No entiendo muy bien porqué hice eso…, bueno sí lo sé, la situación y el personaje eran casi casi igualicos a como había imaginado tan solo unas horas antes en mi rato de intimidad en el río. Fue algo totalmente inconsciente por mi parte, aunque de siempre me ha gustado tontear con el peligro. He de reconocer que por unos momentos me entraron unas ganas irrefrenables de jugar con ese pobre hombre. Me sentía como bella dominando a la bestia, al igual que en mis fantasías. Un bruto sometido a mi belleza. ¿Quién no ha soñado alguna vez con eso, eh, chicas?.

Sin ser muy consciente de ello, me propuse provocarlo hasta el límite de lo decente, tan solo para pasar el rato mientras llovía. Sabía que el recuerdo de sus manos me haría pasar más de un buen rato en soledad y quise retener en mi mente cada detalle de la oportunidad que se me presentaba.

.-“Si, bebamos” dijo el tipo sentado en la silla, con sus ojos a la altura de mi entrepierna, y su mirada clavada en el final de mi toalla.

Rellenó ambas tazas sin apartar la vista de un punto fijo y concreto en mi cuerpo, el final de la toalla en mis muslos. Fui plenamente consciente de que el hombre rellenó mi taza algo más que la suya. Estaba claro que dadas las circunstancias pretendía emborracharme, y por mi parte pensé que un poco de alcohol no me vendría mal como excusa para mostrarme algo más desinhibida y provocar alguna que otra situación con la que soñar cuando estuviese sola.

Porque esa era mi intención en esos momentos, imaginar lo que luego a solas pudo ser y no debía suceder.

Me senté de nuevo en mi silla tan solo con la toalla puesta como estaba, cruzando mis piernas, y ofreciéndole una visión más que generosa de mis muslos. Ambos sabíamos que al menor descuido le enseñaría todo. El juego parecía interesante. Al tipo se le salían los ojos expectante por que se produjese el ansiado descuido. Y yo disfrutaba de provocar a un pobre hombre como él enseñando lo justo y necesario para mantener el suspense.

Agarré la taza con el aguardiente entre las dos manos y armándome de valor le dí un buen trago.

¡Dios mío! Aquello era alcohol puro.

.-“Cough, cough” comencé a toser al notar el alcohol recorriendo mi garganta.

El viejo pastor se sonrió y me propinó un par de palmadas en la espalda tratando de ayudarme a pasar el trago. Salvo que una vez remitió la tos aprovechó para dejar su mano en mi hombro desnudo, como queriendo comprobar la suavidad de mi piel. Él también sabía aprovechar sus oportunidades.

Yo sentí un nuevo escalofrío al notar el contacto de sus manos callosas sobre la piel de mis hombros. Mi cuerpo tembló por el roce, que disimulé hábilmente culpando al brebaje. Para colmo, dada la proximidad entre ambos cuerpos, su olor impregnó mis sentidos empapándome de él.

.-“Está fuerte ¿eh?. Ya te dije que era auténtico orujo gallego” dijo con su brazo en mi hombro y dando un sonoro sorbo a su taza, como haciéndome ver que él no tosía por la graduación del destilado, porque era un auténtico macho.

A partir de ese momento el roll entre los dos estaba claro, yo sería como caperucita, y él el lobo feroz.

Justo en ese momento el perro se tumbó en suelo justo enfrente nuestro.

.-“Parece un buen perro” dije desviando el tema de conversación y tratando de relajar la tensión del momento.

.-“Lo es” respondió el pastor, y comenzó a contarme algunas anécdotas del chucho, el cual nos miraba como sabiendo que estábamos hablando de él.

El caso es que permanecimos sentados el uno junto al otro mirando los dos hacia el fuego, con el perro tumbado enfrente, cada uno con su correspondiente taza en la mano.

Al hablar del perro el tipo pareció olvidarse de otros asuntos, pero yo seguía con un propósito en mi mente, y era retener en mi memoria sus miradas y sus manos.

Al cabo de dos o tres anécdotas el chucho se incorporó para situarse sentado sobre sus patas traseras en el regazo de su dueño, buscando las caricias del buen pastor.

Yo lo dejaba hablar sin poder evitar fijarme de vez en cuando en sus manos que acariciaban al perro. “Madre mía que manos” pensaba cada vez que trataba de memorizarlas en mi mente. En cuanto a los temas de conversación, se notaba que el pobre llevaba mucho tiempo solo y que tenía ganas de conversar con alguien. Estuvo un rato hablándome del rebaño, de las cabras y de las ovejas. Por sus palabras deduje que las conocía una a una. Incluso llegué a pensar que íntimamente también las debía conocer, ya que su vida era un ir y venir solitario por las sierras aquellas con el rebaño. Deduje que hacía mucho tiempo que no había estado con una mujer y desde luego, que nunca había estado con una mujer como yo, me refiero a sofisticada, delicada y aunque lo diga yo misma: hermosa.

Así, trago a trago, me contaba cómo en ocasiones le tocaba dormir en las cuevas de la sierra y que nunca pasaba frío en el invierno, pues las ovejas y las cabras daban mucha calor en la noche.

Yo le dejaba hablar, de vez en cuando advertía que me miraba las piernas, y el escote, pero él mismo se sonrojaba si permanecía mirándome por mucho tiempo o lo sorprendía mirándolo. Para nada era un mal tipo, todo lo contrario, tal vez fuese la persona más afable y sencilla que había conocido nunca. Se ilusionaba tan solo de contarme sus historias.

El perro alternaba el regazo del pastor con el mío en busca de caricias y mimos, no se cansaba nunca de ser acariciado.

Con el paso del tiempo y el orujo ingerido, me narraba anécdotas divertidas que me hacían reír. A medida que bebíamos, el compadreo iba en aumento por ambas partes. De vez en cuando y siempre que tenía oportunidad, preguntaba por el estado de mi rodilla.

.-“¿Te duele?” aprovechó a la tercera o cuarta vez que lo preguntó para acariciarme la pierna en esa zona con mucha naturalidad, como quien no quiere la cosa, sin darle mayor importancia al contacto que se producía entre ambos, sin ser consciente del estallido de sensaciones que producía el contacto de sus manos en mi cuerpo. En cambio yo no podía evitar fijarme en sus manos callosas, grandes y fuertes acariciando mi pierna. Mi mente comenzaba a estar incontrolada por el orujo ingerido, y en seguida comencé a divagar acerca de la posibilidad de que esas manos pudieran acariciarme realmente. “¿Cómo debía ser dejarse acariciar por ese hombre?” me preguntaba sin querer.

Para que os hagáis una idea, tan sólo el roce de las asperezas en sus dedos, arañaba mi pierna enrojeciendo mi delicada y sensible piel. Cada vez que me fijaba en esos pequeños detalles, mi mente se disparaba. “Estoy segura de que es mejor sentir esos dedos dentro mío que la pollita de muchos hombres” me repetía una y otra vez a mí misma sin que mi interlocutor se enterase de nada.

Mauricio me comentaba de lo dura que era su vida, levantándose temprano y todo el tiempo sólo con sus animales. Ambos nos seguíamos riendo, con sus ocurrencias y con el aguardiente.

“Madre mía que rato más buenos me va hacer pasar este hombre” yo ya estaba pensando en que todo aquello terminase y pudiera quedarme a solas.

Debo reconocer que si bien no me parecía tan gracioso, sí que al menos le seguía las gracias como excusa para dejar que sus manos acariciasen mi cuerpo entre descuidos que yo retenía en mi mente.

.-“Se te nota que eres un hombre feliz con tu rebaño” le interrumpí en un momento dado de la conversación contagiada por la alegría que transmitía aquel hombre.

.-“No te creas, lo que peor llevo es la soledad” pronunció esta vez cabizbajo, como apenado.

.-“¿Por qué dices eso?” le pregunté yo curiosa por conocer la respuesta.

.-“Pues porque a veces echo en falta una buena moza como tú” dijo mirándome a los ojos. Yo me sonrojé por su respuesta. No supe que decir ni dónde esconder mi mirada. Por un momento aquel hombrecillo estaba tomando la iniciativa y eso me ponía en alerta. Tal vez le estaba dando demasiada confianza.

.-“¿Estas casada?” preguntó con su mirada clavada en mi ojos.

.-“Eh,… si” respondí tímidamente como avergonzada por estarlo y temerosa de que me hiciese preguntas tan personales.

.-“Tu marido es un hombre con suerte” dijo ahora posando su mano en mi rodilla como en las ocasiones anteriores. Esta vez mi mirada se refugió inevitablemente en su mano que descansaba sobre mi pierna. Tragué saliva temiendo que se propasase por las esperanzas que le podía haber infundido con mi jueguecito. Sus palabras, su mirada, y su mano en mi pierna provocaron que comenzase a temblar muerta de miedo y de excitación al mismo tiempo.

Por un momento temí que se abalanzase sobré mí cometiendo alguna locura, por la confianza que le había dado. Y lo peor, es que no le temía a él, me temía a mí misma. Temía que no fuese capaz de controlarme llegado el momento.

.-“¿Y dónde está ahora?” preguntó con un tono de curiosidad en su voz.

.-“Supongo que de viaje de negocios” respondí sincera y algo resignada.

Mauricio apreció cierta tristeza en mis palabras, retiró su mano despejando mis temores y apenado por mi respuesta preguntó:

.-“¿Va todo bien?” quiso saber. Su gesto me corroboró que era un buen tipo y que no se traía malas intenciones, al contrario me respetaba mucho más que otros.

.-“No del todo” respondí sinceramente. La conversación pasó a ser más seria y formal. No sabría precisar si me gustaba o no que aquel hombre supiese de mis secretos. Supongo que la bondad que desprendía me ayudaba a sincerarme poco a poco con él.

De esta forma supo que las cosas con mi marido no iban del todo bien, él viajaba mucho, trabajaba mucho, y yo en cambio necesitaba de otras cosas más que de dinero.

.-“Si yo tuviera una mujer como tú no la descuidaría. Te aseguro que te atendería como te mereces” dijo al tiempo que tras escucharme rellenaba una vez más ambas tazas con el orujo, como dando por finalizado el tema. Yo suspiré aliviada cuando deduje que no seguiría preguntado por esos temas.

Por suerte el pastor continúo contándome anécdotas graciosas. Su sentido del humor contrastaba con esos rasgos tan duros que reflejaban su rostro. Se le notaba que disfrutaba haciéndome reír. Tras sus palabras debo reconocer que comencé a sentir cierta compasión por aquel hombre, siempre solo con sus ovejas.

Yo, que no tolero muy bien el alcohol, al cabo de unos cuantos tragos ya estaba algo mareada. Mi mente no pensaba con claridad por cuanto había acontecido, y mi mirada se perdía en las manos ásperas de hombre de campo cada vez que el pastor descuidaba su mano sobre mi rodilla, siempre como por descuido. Aunque cada vez, y con la excusa, aprovechaba para acariciarme tímidamente la pierna.

No sé por qué, pero le dejaba hacer. Pensaba que pocas veces un hombre como él tenía oportunidad de acariciar ni siquiera a una mujer. Como sus caricias eran más bien inocentes, no le daba mayor importancia. Es más, me resultaba agradable. Además cumplía a la perfección con mi propósito de retener en mi memoria el contacto entre su mano y mi piel. Supongo que los dos recordaríamos agradablemente durante mucho tiempo aquella tarde de perros.

En esas estábamos cuando me percaté que fuera había dejado de llover, interrumpí la conversación para levantarme a comprobarlo por la ventana.

.-“Ha parado de llover” pronuncié risueña de pensar que podría regresar a casa. Sin embargo la noticia no pareció agradarle a mi compañero de conversación.

.-“Si quieres te acompaño hasta el pueblo” escuché que pronunciaba apesadumbrado desde su posición ofreciéndose amablemente a ayudarme, pero con la indudable tristeza de que todo terminaría.

Yo me volteé desde donde estaba para mirarlo detenidamente, estaba claro que aquel pastor no le hacía ninguna ilusión que me marchase y lo dejase de nuevo solo con sus ovejas. Se le notaba triste, muy triste, tanto que me dio pena.

.-“Bueno…, no tengo prisas, a decir verdad nadie me espera, y si te soy sincera prefiero seguir escuchándote, además….mi ropa no está seca aún, no puedo regresar así” pronuncié al tiempo que regresaba a mi silla junto a su posición.

Mientras me acercaba hasta él pude ver como se le iluminaban los ojos por mi decisión. Me dio algo de lástima, lo ví tan necesitado de cariño y de compañía que quise quedarme un rato más con él poniendo la ropa como excusa.

Así pasó un rato tras otro, riendo y bebiendo. La botella estaba llegando a su fin a pesar de que los dos bebíamos sorbo a sorbo, y lo malo es que fuera se estaba echando la noche. Mauricio estaba ahora contándome anécdotas acerca de a quien había visto por el río, por la carretera o por los caminos que se dibujaban por la comarca. En un tono algo más picante me comentó que había sorprendido a muchas parejas haciéndolo en sus coches, en algún pajar tras la recolecta del trigo, o incluso en el mismo rio. Para mi sorpresa me dio el nombre de algún conocido en el pueblo, e incluso de algún que otro desliz entre amantes. Como por ejemplo el que tuvo la María con el Antonio, y del que nunca me lo hubiera podido imaginar de no ser porque aquel pastor me lo corroboraba una y otra vez.

En esos momentos el perro descansaba sentado sobre sus patas traseras entre mis piernas mientras yo lo acariciaba a una mano. Se notaba que buscaba la compañía de los humanos temeroso por la puesta de sol y la llegada de la noche. Todos los animales se ponen nerviosos a esas horas en que la oscuridad comienza a ganar a la luz.

.-“Sabes…” me dijo añadiendo cierto tono picante a la conversación y a punto de hacerme una pequeña confesión.

.-“¿El qué?” le pregunté intrigada por todo cuanto me estaba contando de la gente del pueblo. Resultaba totalmente indecoroso escuchar sus escarceos, debo reconocer que me sentía como la peor alcahueta del pueblo. Supongo que la ingesta de alcohol ayudaba lo suyo, pero me encantaba conocer los secretos que me estaban siendo revelados. Lo cierto es que no paraba de reír con sus chismorreos.

.-“Me creo que la Patricia, la mujer del Miguelón, no le gustan los hombres” dijo para mi completo asombro…, ¡¡estaba hablando de mi amiga!!.

.-“¿Por qué dices eso?” le pregunté totalmente sorprendida.

.-“Pues porque la he visto varias veces yacer con el Miguelón en la era y se la nota que no disfruta, y sin embargo el otro día….”, quiso que se hiciese un breve silencio al ver mi cara de asombro por lo que estaba escuchando.

.-“El otro día… ¿qué?” quise saber impaciente. Incluso el perro comenzó a notar mi nerviosismo por las palabras de su dueño.

.-“El otro día la sorprendí en el rio con otra muchacha que estaba desnuda. Para mí que es tortillera y le gustan las mujeres” concluyó tajantemente con su argumentación.

.-“Ja, ja, ja” rompí a reír a carcajada limpia al saber la película que se había montado ese pobre hombre. Esta vez fue Mauricio quien puso cara de asombro e indignación al ver mi reacción.

.-“Que pasa ¿no me crees?” dijo medio ofendido por mi risotada en acto reflejo cuestionando sus palabras.

En esos momentos a mí me entró un ataque de risa floja, no podía parar de reír y reír al conocer las elucubraciones mentales de aquel pobre hombre. Supongo que el aguardiente ayudó a desinhibir mis carcajadas.

Hasta el perro comenzó a ponerse nervioso al escuchar mis carcajadas. Se removía inquieto bajo mis piernas al no entender lo que pasaba entre los dos seres humanos.

.-“Sé muy bien lo que vi con mis propios ojos. Su amiga estaba completamente desnuda” dijo esta vez algo más serio y evidentemente molesto por mis burlas, lo que terminó por inquietar al chucho.

.-“Me lo creo, me lo creo” pronuncié esta vez tratando de contener la risa tonta que me había entrado de repente.

El perro a su vez continuaba inquieto.

.-“¿Qué ocurre?,¿por qué te ríes?” quiso saber mosqueado por la situación.

.-“Para tu tranquilidad te diré que la Patricia no es ninguna tortillera, ni le gustan las mujeres, ni nada del otro mundo” traté de explicarle algo más calmada.

Ahora el chucho estaba sentado entre mis piernas mirándome de frente con su hocico casi casi en mi entrepierna, nervioso por cuanto acontecía entre su dueño y yo, moviendo el rabo desesperadamente.

.-“¿Y cómo estás tan segura?” me preguntó intrigado por saber por qué dudaba de su palabra.

.-“La muchacha que viste desnuda, su amiga, …era yo. Y te puedo asegurar que no me va Patricia en absoluto” dije ahora sin poder contener la risa de nuevo al ver su cara tras mi confesión.

.-“No” dijo abriendo la boca y cayéndosele la baba totalmente atónito por lo que acababa de escuchar.

.-“Si” pronuncié tratando de contener la risa de nuevo, “supongo que tú eras el jabalí con el que te confundí al moverse los arbustos”, y esta vez nos reímos los dos a carcajadas durante un buen rato.

Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre, pero no debe ser así de la mujer. Hasta ese momento no le había prestado cuidado al chucho del pastor, y si se le había puesto cierta atención, no le di importancia hasta ese crucial instante. El perro se puso nervioso bajo mi regazo de escucharnos a los dos reírnos a carcajada limpia, reaccionó mordiendo mi toalla por un extremo y tirando de ella, echando a correr con la única prenda que me tapaba entre sus dientes hacia el otro extremo de la habitación.

Imaginaos la escena, yo quede completamente desnuda ante la vista del pastor que no supo cómo reaccionar. A decir verdad ninguno de los dos supimos cómo reaccionar. Ambos dejamos de reír al instante para observarnos atónitos ante lo que el chucho acababa de hacer.

Por mi parte, de verás que no atinaba a reaccionar de otra manera que no fuese taparme pudorosamente con mis propias manos mis pechos y mi pubis, y reír presa de los nervios mientras observaba la mirada de Mauricio contemplando mi cuerpo.

.-“Haz algo por favor” le supliqué haciéndole entender que se levantase y dejase de mirarme para recuperar mi toalla.

.-“Tranquila mujer, que por lo que dices ya te he visto desnuda antes” pronunció con cierta rotundidad en su razonamiento e incorporándose en dirección hacia la posición en que había caído abandonada mi toalla en el suelo en el otro extremo de la estancia.

Yo permanecí sin reaccionar sentada en la silla contemplando como el pastor trataba de arrebatar la toalla de entre los dientes del chucho, el cual la retenía jugando como si fuera su presa, inquieto todavía de los nervios.

.-“Suelta machín, que esto no es tuyo” le gritaba el hombre tratando de liberar la toalla de la dentadura del chucho.

La toalla quedó medio rasgada, baboseada por el chucho, y llena de polvo y tierra al haber sido arrastrada por el suelo. Mauricio la sacudió un par de veces con fuerza mientras regresaba hasta mi posición y me la ofreció para cubrirme de nuevo. Pude observarla bien, la toalla no era ahora más que un harapo medio roto.

Durante todo ese tiempo yo había permanecido desnuda sentada en la silla sin saber qué coño hacer ante situación tan surrealista. Lo único que tuve claro cuando se me ofreció la toalla llena de tierra y medio rota es que no me apetecía cubrirme de nuevo con ella. Era como si en ese preciso momento fuese consciente de que prefería permanecer desnuda ante aquel pobre hombre y exhibirme para él. Debía reconocerme a mí misma que de alguna manera era lo que pretendía inconscientemente desde que paró de llover y opté por quedarme allí. Ahora era plenamente consciente que desde que entré en esa vieja paridera, vislumbré a ese viejo pastor que se asemejaba bastante al hombre de mis fantasías, y comencé a juguetear con él al juego de las caricias inocentes y los descuidos decentes, que buscaba algo más que calor y refugio.

.-“¿Te gustó?” le pregunté a Mauricio cuando se acercó hasta a mi dispuesto a devolverme la toalla.

El pobre hombre no acertaba a pronunciar palabra. Solo me observaba y contemplaba.

.-“¿Te gustó?” le repetí otra vez al tiempo que le cogía la toalla de entre sus manos y la tiraba sobre la mesa mostrándome desnuda ante él sin ningún tipo de pudor. Es más, me gustó ver su mirada lasciva clavada en mi cuerpo desnudo.

.-“¿El qué?” preguntó a la vez que tragaba saliva y me observaba inmóvil desde su posición.

Su mirada permanecía clavada en un punto fijo de mi anatomía que sin duda le llamaba la atención: mi pubis rasurado.

.-“¿Te gustó verme desnuda en el rio?” le pregunté esta vez mirándolo desafiante a los ojos.

Aquel pobre hombre se mostraba ahora totalmente pasivo en pie delante mío, de no ser por el cautivador brillo en sus ojos y su agitada respiración se diría que permanecía inerte contemplándome exánime.

Tragó saliva por respuesta a la vez que no podía apartar la vista de mi depilado conejito. Estaba claro que le llamaba la atención, y sin embargo yo tenía otros propósitos.

En esos momentos me hubiese gustado que se hubiese abalanzado sobre mí, sería una buena excusa para justificarme, pero en verdad creo que no la necesitaba, estaba dispuesta a tomar la iniciativa ante su pasividad.

.-“Ven, siéntate” le dije ahora cogiéndolo de la mano y con los gestos oportunos para hacerle entender que quería se sentase de nuevo de en su silla.

Él obedecía sin dar crédito a su suerte por todo cuanto le estaba sucediendo.

Yo me senté a horcajadas en sus piernas, luego atrapé una de sus manos entre las mías, y la guie hasta posarla sobre uno de mis pechos. Pude apreciar que le temblaban las manos. Me llamó la atención que a un tipo rudo y ajado como él y le temblasen las manos al acariciar mi pecho. Apenas se atrevía a hacer nada, me miraba embobado como un lerdo, le costaba incluso mover su mano para acariciarme, era yo quien tenía que guiar sus pasos.

En cambio yo, comenzaba a humedecerme simplemente de observar sus manos ásperas sobre la piel de mis pechos.

Cuando al fin se atrevió a manosear mis senos cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás, abandonándome por completo a las sensaciones que sus caricias producían en mi cuerpo.

El mero hecho de estar completamente desnuda sentada a horcajadas sobre un auténtico desconocido, dejándome manosear por unas manos grandes, fuertes, peludas, ásperas, tal y como había imaginado cientos y cientos de veces producían en mi todo un arroyo de sensaciones indescriptibles y placenteras. Mi cuerpo era ya un surtidor de fluidos a esas alturas.

No tenía ni idea de cómo iba acabar todo aquello, ni me importaba lo más mínimo, de momento solo sabía que me gustaba tanto como para no hacer nada por detener lo que sucedía.

Permanecía aún con los ojos cerrados entregada por completo a las caricias del pastor, cuando las manos de Mauricio comenzaron a recorrer todo mi cuerpo. ”Madre mía que manos” pensé una vez más al sentirlas recorriendo cada centímetro de mi piel.

Entre otras cosas, podía sentir como con tan solo una mano abierta podía abarcar los dos cachetes de mi culo. Me sentía cuan hermosa rubia en manos de mi propio King Kong.

Tuve la necesidad de abrir los ojos para contemplar como mi pecho desaparecía oculto bajo la otra de sus manos. Aquella visión hizo que comenzase a mover mis caderas enzima suyo describiendo tímidos circulitos. Estaba claro que yo a esas alturas estaba cachonda perdida, o mejor dicho, en celo como diría Mauricio.

Mi mirada se cruzó por un instante con la de aquel pastor solitario y necesitado. Apenas apartó un instante la vista de mis pechos para mirarme a los ojos suplicante. Estaba claro lo que me pedía y de momento estaba decidida a concederle su deseo.

Poco a poco acerqué uno de mis pechos hasta su boca. Mauricio se dedicó a succionar como ternero que chupa de la vaca. Faltó poco para no correrme de gusto en ese mismo momento cuando sus labios aprisionaron con fuerza la punta de mi pezón.

Quise jugar un poco con la desesperación y las ganas de ambos y retiré mi pecho de su boca. Se podía apreciar el brillo de sus babas decorando la aureola más oscura de mi piel. Le mostré orgullosa el otro pezón aún sin ensalivar. Mauricio se abalanzó sobre mí tratando de alcanzarlo, pero yo como niña mala que soy lo retiré de sus intenciones. En una exhibición de fuerza por su parte reaccionó tirando de mi contra él agarrándome con ambas manos por mi cintura. Imposible impedirle nada. Me apretujo contra él obligándome a abrir mis piernas de tal forma que nuestros cuerpos estuviesen pegados el uno contra el otro sin apenas margen de separación. Me manejó a su antojo para alcanzar su propósito: seguir succionando mis pechos.

Yo no sabría decir que sensación me producía más placer, si notar su lengua jugando con mis pezones, o sentir las cosquillas que los pelos de su barriga producían en mi pubis en esa nueva posición.

El caso es que me abracé a él y comencé a restregarme contra su barriga estimulando mis partes más íntimas buscando mi propio placer. Sus pelillos comenzaban a pegarse a mi piel en esa zona debido al sudor.

Mis piernas ya no me aguantaban más, y me dejé caer sobre su regazo. Pude notar al deslizarme como impregnaba con mis fluidos la barriga de aquel pobre hombre cuan caracol que deja su rastro.

Mi sorpresa fue mayúscula al dejarme caer sobre un miembro que se adivinaba duro y erecto luchando entre las telas de sus pantalones.

“Dios mío, ¿pero qué es esto?” me pregunté abochornada conmigo misma por tratar de adivinar las dimensiones que podía tener lo que notaba por ahí abajo. Así que me agarré al poco pelo de Mauricio mientras me dejaba devorar los pezones y comenzaba a moverme adelante y atrás sentada a horcajadas sobre el miembro del pastor que notaba duro bajo mi propio cuerpo.

Aunque no podía verlo podía percibir como poco a poco iban mojándose por mi culpa los pantalones del pastor. Ya no podía más, necesitaba correrme desesperadamente.

Detuve mis movimientos en su cintura, retiré mi cuerpo del suyo separándonos lo suficiente como para que dejase de babear mis pezones y poder mirarlo a los ojos. Instante en el cual decidí coger una de sus manos y separar meticulosamente su dedo corazón de entre el resto para chupárselo lujuriosamente sin dejar de mirarlo a los ojos.

El viejo alucinaba con mi comportamiento tratando de adivinar que me proponía. Yo en cambio tan solo trataba de lubrificar semejante pedazo de dedo para que no me doliese al sentirlo en mi interior. Pues eso era lo único que deseaba en esos momentos por encima de todas las cosas: sentir esas manazas dentro de mí. A decir verdad no reparé en absoluto en el “pichafloja” de mi esposo, ni en nada. Tan sólo buscaba satisfacer mi propia necesidad.

Una vez estuvo bien embadurnado de saliva, guie su dedo hasta mi coñito. Tuve que arquearme un poco para facilitarle la maniobra y poder verlo. No quería perderme detalle de ese momento. Estaba segura que lo recordaría por mucho tiempo. Comencé a frotar su dedo entre mis labios vaginales. Él me miraba impertérrito dejándose guiar. Yo en cambio no sabía dónde dirigir mi mirada, si hacia su dedo que jugueteaba con mis labios vaginales y mi clítoris, o si mirar a los ojos de aquel hombre desconcertado y superado por las circunstancias.

Al final fui yo misma la que me empalé sobre aquel dedo erguido dejándome caer a peso sobre su mano.

.-“Mmmm” gemí mientras notaba como su dedo corazón se abría camino en mi interior y dilataba mis paredes vaginales con cierto roce y dolor que no hicieron más que aumentar mi placer.

Mauricio comenzó a mover su dedo una vez lo atrapé en mi interior, y aunque con cierta torpeza por su parte, lo movía lo suficiente como para arrancarme gemidos de placer que resonaban por toda la paridera. Tenía que morderme los labios si no quería gritar como una perra en celo.

Apenas me moví un poco sobre su dedo me sobrevino un primer orgasmo sin apenas preámbulos. No me lo podía creer, era la primera vez en mi vida que me corría tan pronto.

.-“Mmmm, uhm, mmm” tuve que morder el hombro de Mauricio para no gritar. Aquel pobre hombre me contemplaba atónito por los espasmos que se sucedían en mi cuerpo.

Temblaba ensartada sobre su dedo sin poderlo remediar. Un espasmo sucedió a otro, y antes de que yo misma pudiera asimilarlo me había corrido.

Mi cuerpo dejó de agitarse y recuperé la respiración abrazada a su cuerpo. Una vez tuve las fuerzas suficientes para mirar a Mauricio a los ojos su cara resultó ser todo un poema. ¿Y ahora qué?. Se preguntaba temeroso de que me diese por satisfecha con lo que acababa de ocurrir.

La verdad yo tampoco sabía muy bien que hacer. En el fondo ya me había corrido, aunque pronto y corto. Yo misma dudaba por cuanto acababa de experimentar.

.-“¿Ya?” preguntó Mauricio fijando su vista en el bulto que se adivinaba entre sus piernas como dándome a entender el estado en el que el pobre se encontraba. Sus palabras me hicieron tomar conciencia de lo que estaba ocurriendo, el tono suplicante de su voz y la necesidad de mi propio cuerpo hicieron que inconscientemente dirigiese mis manos a su entrepierna.

Le bajé la cremallera poco a poco, despacio, sin prisas, mirándolo todo el rato a los ojos. Disfrutando de la mirada de auténtico deseo que ese hombre me regalaba. Mientras, entre mis manos adivinaba un miembro duro y palpitante con urgencia por ser liberado.

Rebusqué entre sus calzoncillos para extraer su masculinidad con todo el cuidado y cariño que se merecía. Al fin asomó su verga como un resorte y pude contemplar una polla que en primera impresión ya me pareció enorme.

Un fuerte y penetrante olor a sexo, mezcla de orines y de sudor reconcentrado, llegó hasta mi nariz. Quise aspirarlos tratando de recordar y asimilar los matices de aquel perfume a macho que me llegaba.

Rodeé su miembro con una de mis manos y procedía a descapullarla. Apareció ante mis ojos un prepucio morado del que claramente se derramaba líquido preseminal. Quise cogerla a dos manos…¡Joder que pasada! Aún quedaba espacio para una tercera manita.

Comencé a masturbarlo lentamente. Me costaba incluso rodear su miembro entre mi pulgar y mi índice como hacía con mi esposo. Tal vez fuera ese el primer momento en el que me acordé de él, seguramente al establecer la ridícula comparativa.

En esos momentos sólo me importaba una cosa, y era disfrutar de la mirada del viejo Mauricio. Nunca había experimentado tanto deseo en los ojos de un hombre. Para colmo su miembro fue adquiriendo mayores dimensiones aún si cabe. Y eso era precisamente lo que me pregunté: si me cabría.

Procedí a alternar los suaves movimientos del sube y baja de mis manos con tímidas pasadas de su polla entre mis labios vaginales. Quería que aquel miembro que se postraba duro y erguido estuviese impregnado de mis propios fluidos cuando me poseyera. Me propuse lubrificarlo bien pues temía que me doliese dada su envergadura.

Recuerdo perfectamente que estaba masturbándolo a dos manos cuando noté que un líquido caliente y espeso se derramaba entre mis dedos. Entre bufidos contenidos y algún que otro movimiento de cadera Mauricio se estaba corriendo en mis manos. No pude evitar fijarme. Si hay algo que me gusta es contemplar cómo se corre un hombre. Parecía un surtidor. Alguna gota de su esperma alcanzó mi vientre e incluso la parte baja de mis pechos. No me importó. Desde luego mi esposo nunca había derramado tanta leche, señal inequívoca de que Mauricio no se masturbaba, o de que mi marido lo hacía sin mi presencia.

.-“¿Ya?” esta vez fui yo la que tuvo que preguntarle a Mauricio para que abriese los ojos y me certificase lo que acababa de pasar. Sin embargo Mauricio no me respondió, se dedicó a observarme de arriba abajo contemplando la desnudez de mi cuerpo.

Deduje que al poco tiempo, y por lo que venía siendo acostumbrada, esa polla perdería fuerza y vigor. Y en cambio, a pesar de exprimir entre mis deditos hasta la última gota que le quedaba dentro, su miembro apenas perdía fuerza y dureza.

Quise saborear el néctar que había sido derramado en mis manos, recogí en uno de mis dedos parte del esperma que me salpicó en el vientre y me lo llevé a la boca como quien pizca chocolate, degustándolo lujuriosamente ante la atenta mirada de Mauricio.

Pude notar como su miembro daba un respingo y bombeaba sangre entre sus dilatadas venas. Su miembro continuaba duro como una piedra. De repente me pregunté cómo sería su sabor. Nunca había sido muy dada a practicar sexo oral con mi marido, y en cambio ahora tenía unas ganas irrefrenables de saborear el miembro de ese hombre.

Me incorporé apenas un instante para arrodillarme enseguida a sus pies. No dejé de mirar en ningún momento a los ojos de Mauricio mientras separaba sus piernas peludas de mi propósito. Un miembro semierecto lucía orgulloso ante mis ojos. Temí que fuera a perder vigor y sin muchos preámbulos me abalancé sobre esa barra de carne dispuesta a devorarla.

Un primer lengüetazo de abajo arriba hizo que de nuevo diese un respingo dilatando las venas más externas. Al mismo tiempo trataba de rodearla a una mano y comenzar a subir y bajar la piel que la rodeaba. Tras un par de lametones la cosa volvía a recobrar intensidad. Quise experimentar como aumentaba de tamaño en mi boca. Así que poco a poco la introduje en mi boca.

La primera sensación que percibí fue su olor característico, que inundó mi nariz y mis sentidos por completo. Después quise rodear su prepucio entre mis labios degustando cada pliegue de su piel en esa zona. Ya solo la puntita llenaba mi boca. Quise comprobar hasta donde era capaz de engullir ese miembro e hice un esfuerzo por introducírmela entera, pero apenas llegué a la mitad de su mástil. Instintivamente comencé a subir y bajar su pellejo con una de mis manos mientras con la boca degustaba el manjar que se me ofrecía.

Por unos instantes estuve algo incomoda, sobre todo cuando Mauricio me sujetó por la cabeza impidiendo que me sacase su miembro de la boca. Por los espasmos de su polla supe que le excitaba verme así de entregada a sus pies.

Recuerdo que se me clavaban las piedrecillas del suelo en las rodillas y comenzaba a sentir algo de dolor, pero me sentía tan puta y tan bien, que trataba de prolongar cuanto pudiese la situación.

Dada mi posición no pude verlo, yo estaba arrodillada entre las piernas de Mauricio y con la cabeza bien sujeta por el pelo, pero el chucho que nos acompañaba comenzó a olisquear por mi encharcado coño. El roce de su pelo con mis piernas me producía ciertas cosquillas a la vez que podía notar su aliento en mi piel. Quise incorporarme para ahuyentarlo pero su dueño no me dejó, me retenía sujeta del pelo en mi posición.

.-“Aparta Matachín, que eso no es para ti” escuché que le gritaba el pastor, pero el perro hacía caso omiso y continuaba olisqueando entre mis piernas hasta que me sacudió un lengüetazo en todo coño que no me esperaba.

Puse los ojos en blanco al notar la lengua áspera del animal recorriendo mis fluidos vaginales. No sabría precisar si me gustó o no. Ha decir verdad las sensaciones eran indescriptibles, lo que no me agradaba era la idea de que me las produjese un chucho. Para colmo al animal parecieron gustarle mis fluidos en esa zona y repitió en sus lametones.

.-“Nnnnh” quise gritar que no, que se lo impidiese, pero apenas podía articular palabra con la boca llena.

-.”Vete de ahí Matachín” le espetaba el viejo una y otra vez. Y aunque Matachín me estaba matando de gusto, debía impedir que siguiese.

.-“Nnnnh, no, Nnnnnh” repetí una y otra vez con sonidos guturales en mi intento por negarme a ser lamida en mis partes más íntimas por el chucho.

.-“Grooollammmhhh” traté de articular esta vez.

El pastor dejó de sujetarme tratando de advertir lo que quería decir.

.-“Grrrrllameh” dije esta vez aún con su miembro en mi boca. Ahora fue el pastor quien tiro de mi pelo hacia arriba para dejarme hablar.

.-“Fóllame” le dije mirándolo a los ojos arrodillada a sus pies y suplicante porque cesase mi pequeña tortura.

.-“Fóllame” tuve que repetírselo por segunda vez postrada a sus pies para que se lo creyese de verás.

Antes de que pudiera darme cuenta me alzó de mi posición con apenas un brazo y me tumbó boca abalo sobre la mesa. Quise incorporarme para mirarlo a los ojos pero me lo impidió sujetándome con una mano en mi cuello, mientras con la otra aproximaba su polla hasta la entrada de mi sexo.

.-“Eso es cabrón, fóllame” e inconscientemente al mismo tiempo que pronunciaba estas palabras movía mi culo de lado a lado tratando de impedir que me penetrase. En el fondo temía que me lastimase. Por suerte le costaba atinar.

.-“Hay que ver lo putica que estas echa” dijo una vez entre intento e intento por penetrarme.

.-“Quiero que me folles, lo oyes, fóllame, quiero que me folles” le repetía tan ansiosa como temerosa sin parar.

.-“Rediosla, pero si es que no te estas quieta” pronunciaba mientras restregaba fallidamente su polla por mis labios vaginales.

Al fin me penetró.

.-“Aaaaaaaaaaaahhh” un chillido desgarrador se tuvo que escuchar por toda la comarca. Hasta las ovejas de la estancia de al lado se revolotearon del susto.

Aquel lobo hambriento me la clavó de un solo golpe hasta el fondo, como una bestia, sin compasión. Pude sentir como dilataba mis paredes todavía secas en la parte más interior de mi vagina y eso me produjo cierto dolor por el roce sin lubricar que fue remitiendo con los embistes.

Mauricio me tenía agarrada a una mano del cuello y con la otra me sujetaba de la cintura. Me follaba en espaciados y secos golpes de riñón, a modo de “staccato” como decía el profe de música de mi hijo. Eso sí, en cada arremetida me la sacaba e introducía hasta el fondo.

Nunca me habían follado así. Digamos que Mauricio imprimió un ritmo tipo toro de lidia, mientras mis amantes habían sido hasta el momento algo más del tipo conejos.

Podía notar en cada arremetida como sus huevos, grandes y peludos chocaban contra la delicada piel de mis nalgas. Además, una vez remitió el dolor inicial de la fricción gracias a la lubrificación natural de mis paredes vaginales, comencé a sentir placer y a disfrutar. Al poco rato estaba gimiendo de gusto.

.-“Eso es…, así…, fóllame cabrón, … vamos fóllame. Uhmm que gusto, me muero de gusto, dame más, así, fuerte, fuerte…más fuerte, vamos cabrón que gusto, venga fóllame…” le alentaba para que no se detuviese ni un solo instante. Por respuesta tan solo escuchaba sus bufidos del esfuerzo.

La multitud de sensaciones a la que estaba siendo sometida hicieron temblar mi cuerpo en aviso de lo que iba a suceder. Mis pechos aplastados contra la madera de la mesa, retenida a la fuerza en una posición que no era la más cómoda para mí, pero que sin duda aumentaba mi morbo, el sudor de su frente o de su cuerpo que podía notar caer en mi espalda, y las pelotas de aquel hombre golpeándome con fuerza en los cachetes del culo mientras su polla me partía en dos desde dentro, lograron que enseguida alcanzase de nuevo otro orgasmo apenas comenzó el pastor a moverse dentro de mí.

Era la segunda vez que me corría tan pronto. Y lo mejor es que aún no me había recuperado de ese orgasmo, cuando en apenas una docena de golpes de riñón más por parte de Mauricio, logró que encadenase otro pequeño orgasmo, que si bien no eran muy intensos si me sorprendían por venirme tan seguidos. Nunca me había ocurrido algo así.

.-“Joder que gusto… me corrooo…, me corrrrrooooooh” grité al alcanzar el segundo orgasmo.

Mauricio en cambio seguía amarrado a mi cuerpo golpeando y golpeando en empentones bestiales. Aquello era increíble. Mauricio no tenía ninguna intención de detenerse, y aunque tan solo con su polla era capaz de estimular mi punto “G”, el “A”, el “B”, el “C”, y todo el abecedario entero, logré deslizar mi mano por debajo de mi cuerpo para estimular mi clítoris. Necesitaba más, necesitaba explotar de forma mucho más intensa y contundente para aliviar todo cuanto mi cuerpo retenía.

Quise girar mi cabeza para poder mirar a los ojos por primera vez en mucho tiempo a Mauricio. Mi gesto hizo que dejara de sujetarme por el cuello para aferrarse con las dos manos a mí cintura. Él también disfrutaba de mirarme a los ojos.

Mauricio aumentó el ritmo de sus empujones contra mí cuerpo. Dios mío me estaba matando de gusto. De nuevo me recosté sobre la mesa dispuesta a machacarme el clítoris yo misma a la vez que me dejaba someter con una contundencia inusitada.

Esta vez si se me antojaba un tercer orgasmo con la intensidad que mi cuerpo necesitaba, pero para mi sorpresa Mauricio se detuvo. Cesó de golpe en sus embistes.

.-“¿Pero qué haces?, ¿por qué paras?” me incorporé sobre un codo volteándome como pude para mirarlo a los ojos suplicante.

.-“No pares por favor, no te pares ahora” le imploré desesperada.

.-“Si me muevo me corro” dijo para mi estupefacción con su cuerpo temblando de gozo contenido.

.-“¿No querrás quedar preñada, verdad?” me preguntó mirándome a los ojos.

En esos momentos me importaba todo un carajo, pero aquel pobre hombre tenía razón. Sus palabras hicieron que me acordase de mi esposo y de mi honorable reputación como esposa y fiel ama de casa. Una cosa era ponerle los cuernos a mi marido y otra arruinar mi vida por un momento de placer. Así que sintiéndolo mucho debía dar por concluida la fiesta.

Mauricio como adivinando mis temores se salió de mi interior. Gesto que agradecí al no tener que darle más explicaciones. Sin embargo, y para mi consternación antes de que pudiera siquiera incorporarme por completo Mauricio dirigió la punta de su polla hasta el anillo de mi esfínter. Estaba dispuesto a sodomizarme.

.-“¡Pero qué haces?!!” le increpé al adivinar sus intenciones. Pero Mauricio continuaba a lo suyo dispuesto a sodomizarme.

.-“No, por ahí no” le gritaba al tiempo que trataba de deshacerme del peso de su cuerpo sobre mi espalda.

.-“Tranquila mujer, ti gustará” dijo al tiempo que lo intentaba una vez más.

.-“Para bruto, me dolerá” trataba de revolverme desde mi posición.

“Sssplashhhh” sentí un tremendo manotazo en mi nalga que sin duda enrojeció la piel de mis glúteos.

.-“Tate quieta de una vez” escuché que me decía al tiempo que ayudado a una mano empujaba su polla contra mi estrecho agujero.

.-“NNNNNOOOOOOOOooooohh!!” grité de dolor al sentir como tan solo su prepucio se abría camino en mi esfínter.

Traté de zafarme de él, me revolvía a un lado y a otro moviendo mi culo desesperadamente tratando de resistirme y luchando vanalmente por que se saliese de mi interior. Una mezcla de ardor y escozor al mismo tiempo invadía todo mi ser en esos momentos. No podía concentrarme en otra cosa que no fuese la sensación de dolor proveniente de mi ano.

.-“No, para por favor, no siguas, me duele, me duele….” aproveché la tregua que me dio Mauricio al verme retorcer del sufrimiento.

.-“Esto está estrechico” dijo contemplando mis súplicas, “se nota que nunca te lo han hicho por detrás, ¿verdad?”. Mauricio esta vez se regocijaba al saber que era virgen por mi puerta de atrás.

.-“Para por favor” le suplique una vez más.

.-“No ti preocupes, ti gustará” pronuncio el pastor al tiempo que hundía su tranca de un solo golpe hasta el fondo de mis entrañas.

.-“Aaaaaaaaaaaagghh” chillé de nuevo al notar sus huevos peludos, y colgantes aplastarse contra la piel de mis nalgas.

.-“Joder, para…, me duele…, me duele…, para cabrón” le chillaba como podía entre los estímulos de dolor. Pero mi poseedor hacía caso omiso a mis peticiones.

.-“Calla mujer, que ni las ovejas se quejan tanto” pronunció al tiempo que refrotaba sus huevos contra mis nalgas, buscando descaradamente estimularse con el contacto entre sus pelotas y la piel más fresca y delicada de mi cuerpo.

.-“Para por favor, no sigas me duele…, me duele…” le imploraba con un hilo de voz de mi garaganta.

Mauricio estuvo el rato suficiente quieto en lo más profundo de mi interior, como para darme tiempo a dilatar mi esfínter. Como buen conocedor de los tiempos que conllevaba la adaptación comenzó a moverse.

.-“Joder qui gusto” fue todo cuanto dijo antes de empezar a sodomizarme al mismo ritmo con que antes me penetrase.

.-“Nooohh, noooh, para por favor, me duele…, me duele…” continuaba suplicando a pesar de que a esas alturas sabía que Mauricio ya no se detendría hasta alcanzar su propósito.

Lo cierto es que cada vez me dolía un poco menos. A cada golpe de sus pelotas en mis nalgas el ardor y escozor que inicialmente eran insoportables comenzaba a remitir y hacerse llevadero.

Decidí resignarme y aceptar lo que estaba sucediendo. Además mi mente comenzó a contrarrestar las sensaciones de dolor que emanaban de las miles de terminaciones nerviosas de mi esfínter. Saberme sometida y humillada por aquel bruto me proporcionaba un morbo increíble. No lograba entender como el simple hecho de imaginarme a ese hombre haciéndolo con alguna de sus ovejas de igual forma que ahora me lo hacía a mí, podía excitar mi imaginación y mis sensaciones de aquella manera. Era ilógico. Aunque supongo que el sexo y la mente humana poco tienen que ver con lo natural, sino más bien con el mundo de las fantasías y los sueños.

De nuevo deslicé mi mano bajo mi cuerpo para acariciarme yo misma al tiempo que estaba siendo sodomizada por Mauricio.

El momento cumbre vino cuando yo misma me introduje uno de mis deditos en mi dilatada vagina. Hubo dos sensaciones que nunca olvidaré. Una, el vacío que podía notar en mi interior, pues mi dedito apenas llenaba el hueco que la polla de Mauricio había dejado en mi vagina. La otra, la más intensa, es que pude tocar con mi propio dedo la polla del pastor a través de las paredes vaginales sometiéndome.

El contacto de mi dedo y su polla a través de los tejidos vaginales sacudieron mi cuerpo en un estallido de morbo y placer tan grande que no pude evitar comenzar a gemir de gusto.

.-“Uuuuummm…, siiih…,” comencé a gemir para mayor satisfacción del pastor que me observaba desde su posición.

.-“Muévete, eso es…, muévete” le alentaba de nuevo presa del placer que me producía sentir en la yema de mi dedo como su polla removía mis entrañas.

Mauricio al verme como me retorcía nuevamente de gusto, comenzó a moverse más deprisa. Yo podía notar su polla aprisionada en mi interior, podía notar de manera amplificada los espasmos que se sucedían en su miembro, e incluso el bombear de sus venas externas. Era algo increíble.

.-“Eso es…, así…, reviéntame el culo,…párteme en dos…”, a esas alturas los dos manteníamos un ritmo frenético. Mauricio en sus embistes, y yo agitando mis dedos.

.-“Joder que morbo…, me gusta…, me gustaaah, …vamos cabrón reviéntame el culo, córrete…, quiero que te corras en mi…,” gemía aplastada contra la mesa.

“Bufffh” pude escuchar unos bufidos de placer que se escapaban de la boca de mi poseedor, que junto con los espasmos que podía sentir en mi esfínter de su polla, me hicieron presagiar que efectivamente pronto se correría.

Mi cuerpo en esos momentos era una bomba atómica a punto de explotar.

.-“Mmmnnh, me gusta…, me gustaaaah” chillaba loca de gusto. En esos momentos Mauricio se agarró con más fuerza aún si cabe a mis caderas y me la clavó todo cuanto pudo, deteniendo casi de golpe el movimiento de sus caderas.

.-“Me corrroooh” pronunció con un hilo de voz en su garganta al tiempo que notaba los espasmos de su polla en mi interior.

.-“No, ahora no, aguanta un poco más…, un poco más…” ahora era yo la que movía el culo adelante y atrás como buenamente podía tratando de autosodomizarme yo misma.

.-“Me corrroooh” musitó de nuevo el pastor temblando de gusto a mi espalda al tiempo que esta vez sí, podía notar como derramaba un líquido caliente y espeso en mis entrañas.

Aproveché los últimos espasmos de su polla en mi interior antes de que perdiese dureza para machacar mi clítoris desesperadamente en busca de mi estallido de placer.

.-“Siiih, siiiih.., siiih…” gritaba al tiempo que mi cuerpo estallaba en un increíble y maravilloso orgasmo.

Mauricio se regocijaba al ver los temblores de placer mi cuerpo. Lo cierto es que no podía dejar de convulsionarme en sucesivos espasmos uno tras otro.

Poco a poco mi cuerpo recuperó la normalidad al tiempo que la polla de Mauricio se salió de mi interior como consecuencia natural al perder su dureza y consistencia.

Yo permanecí totalmente rendida y exhausta sobre la mesa mientras escuchaba el sonido de la cremallera del pastor que recomponía sus ropas. Fue entonces cuando adquirí conciencia de todo cuanto había sucedido. De repente me sentí mal conmigo misma, sino físicamente, sí por el hecho de haber engañado a mi marido de manera tan infame. “¿Qué es lo que había hecho?” me remordía la conciencia.

Rebusqué con urgencia entre mi mochila para ponerme de nuevo mi mojado bikini. Quise salir de allí cuanto antes. Todo cuanto antes me producía morbo y fantasía ahora me provocaba arcadas y repulsión. “¿Cómo había podido engañar a mi esposo con semejante especimen?” me preguntaba con cada mirada en silencio que intercambiaba con el pastor, y que me contemplaba atónito en mis prisas.

.-“Yo…, esto…, tengo que irme” pronuncié sin atreverme a mirarlo siquiera a la cara al tiempo que recogía mis cosas y procedía a abandonar la paridera.

.-“Nunca lo olvidaré” pronunció el pastor cuando contempló que abría la puerta del chamizo para irme despavorida.

.-“Yo tampoco” le respondí al tiempo que cerraba la vieja puerta tras de mí.

Por suerte pude regresar a casa de mi tía antes de que las empapadas ropas me pasasen factura.

Al día siguiente, y con ayuda del Miguelón, el marido de mi amiga Patricia, pude desembarrar la vieja dos caballos de mi tía antes de regresar a mi ciudad junto a mi marido.

Nunca le conté a mi esposo lo sucedido en aquella vieja paridera, eso es algo que se queda para mis momentos de intimidad.

Besos,

Sandra.

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