Incertidumbres sobre la dominación y el placer que puede generar

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Dudas e incertidumbres

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Título original: Doubts and Uncertainties

Autor: Kim

Traducido por GGG, diciembre de 2001

Para mi novio y prometido, que me permite más y más el privilegio especial de ver el mundo de nuevo a través de otros ojos.

Me miró hoscamente con sus ojitos de cerdo. Cogí el bidón de gasolina y empecé a esparcir su contenido sobre el suelo y las paredes, teniendo cuidado que no me cayera a mí. El olor de gasolina ya era intenso a causa de los dos cubos que había colocado antes en una esquina del cobertizo. Cuando el bidón estuvo vacío lo tiré al suelo y me di la vuelta por detrás de él. Estaba desnudo y atado fuertemente, cara abajo, sobre el banco de trabajo. Sopesé sus huevos con la mano y les di un apretón. Pegó un respingo y empezó de nuevo a lloriquear.

Era divertido, no recordaba que él hubiera llorado una sola vez durante el tormento a que me había sometido. Era yo entonces quien lloraba y suplicaba. Le pegué otro tirón y se los retorcí. No podía decir mucho, le había amordazado con sus propios calzoncillos. Se los había metido con el mango de una vieja brocha que había encontrado en el cobertizo la primera vez que le traje aquí. Las viejas granjas abandonadas, con todas sus divertidas pequeñas edificaciones, son el sitio ideal si quieres torturar a alguien en privado.

Hacía frío, podía ver mi aliento cuando respiraba. Podía ver la piel de gallina de su culo y estaba temblando, tanto de miedo como de frío. Saqué una fina cadena de acero muy resistente y un candado del bolsillo de mi abrigo. El tipo de la ferretería había sido de mucha ayuda. Le había dicho que quería la cadena más fina y resistente que tuviera. Cuando me preguntó para qué era le dije que quería encadenar a un animal, pero la quería pequeña porque no quería dañar su pelo. Sonrió y me dijo que no debería ser tan considerada, que un animal no te respetaría por eso. Me reí y le dije que era muy considerada con mis propias cosas.

Rodeé la base de sus huevos y su polla y la aseguré firmemente y la enganché con el pequeño candado. Le di un buen tirón. Gruñó y se retorció un poco, pero la cadena no mostraba intención de salirse.

Doblé unos cuantos de los eslabones del otro extremo de la cadena y deslicé un clavo largo a su través. Cogí un martillo y coloqué el clavo cerca de su cara en el banco. Al primer golpe pegó un salto e intentó retirarse mientras yo empezaba a golpear el clavo. Una vez clavado utilicé las dos manos con el martillo para hundirlo cada vez más en el banco. Las lágrimas le corrían por las mejillas cuando finalmente lo clavé hasta el final. Había tenido suerte, no le había dado a él ni una sola vez. Tiré el martillo al suelo y probé a tirar de la cadena. La sentí sólida. Rodeé mis dos puños con la cadena y tiré todo lo fuerte que pude. No se movió. Sonreí triunfalmente. Hasta aquí todo bien.

Saqué una navaja del bolsillo y corté la cuerda que le ataba al banco. Me retiré aprisa de su lado y quedé en pie en la entrada del cobertizo. Se levantó por sí mismo del banco y se puso en pie tambaleándose. Sus tobillos estaban atados todavía y sus manos estaban todavía esposadas.

Me miró, con una mezcla de rabia y humillación en su rostro. Tiré la navaja al suelo a sus pies. Se dobló con dificultad y la cogió. Cortó la cuerda que rodeaba sus pies y se levantó. Ahora estaba más confiado, casi desatado y con una navaja en la mano.

«Recuerdo que una vez vi un programa de la PBS sobre el peligro de los incendios. Lo deprisa que pueden extenderse. Tal vez uno, puede que dos minutos para coger verdaderamente cuerpo, especialmente en un viejo cobertizo de madera como éste. Y, encima, alguien ha esparcido gasolina por todo este lugar. Vaya, vaya, que descuidados,» dije. Me miró con el ceño fruncido. Agarró sus calzones y se los retiró de la boca. Mientras se libraba de ellos vomitó y echó el desayuno.

«Eh, observa tus respuestas reflejas. Algo se desliza por la parte de atrás de tu garganta como eso cuando no quieres, seguro que puedes hacer morcillas,» me burlé. Escupió en el suelo y me miró. Dio tres zancadas hacia mí y se detuvo abruptamente cuando la cadena que rodeaba sus partes le frenó en seco. Chilló y se tambaleó ligeramente. Cogió la cadena por detrás de él y le dio un fuerte tirón, pero se mantuvo firme.

«Jodido coño de zorra,» me gritó. «Te follé una vez, jodida zorra, y te volveré a joder, ¡jodido coño!»

«Encantado, estoy segura,» dije. Empezó a tirar de nuevo de la cadena. Me alivió ver que no daba ninguna muestra de soltarse.

«Las llaves de las esposas están en el asiento delantero de tu coche, que está fuera,» le dije. Cogí una caja de cerillas y las hice sonar. Siempre con mucha calma saqué una cerilla y la sujeté muy cerca del borde de la caja, lista para encenderla.

«Humm, veamos, estás encadenado al banco que está sujeto al suelo — oh, lo siento, no llevo la llave inglesa en este momento — y el sitio se volverá un infierno rabioso en unos tres minutos. ¿Se me ha escapado algo?» dije.

«Por la salud de Cristo, puta loca, no puedo cortar esta cadena en tres minutos,» gimoteó.

Me encogí de hombros. «¿Quién habló de cortar la cadena?» pregunté. El significado de las palabras penetró en su ya atribulada mente. Gritó «¡No!» y de nuevo renovó sus tirones frenéticos a la cadena.

«He dejado un paquete de gasas Kotex Super Maxi en el asiento, cerca de las llaves de las esposas. Demonios, puede que seas lo suficientemente afortunado para llegar al hospital antes de que te desangres hasta morir. He oído que pueden volver a coser la mayor parte de las cosas si se las mantiene refrigeradas,» dije mientras prendía la cerilla. Salí del cobertizo y encendí el resto de las cerillas de la caja. Se prendieron como una pequeña bola de fuego. Lancé la caja ardiendo al interior del cobertizo, sin dudarlo ni un segundo. Gritó.

Miré las palabras en la pantalla. Tragué saliva y me sentí claramente incómoda. Jesús, ¿había escrito yo eso? ¿Qué cojones estaba pensando? Es horrible. Moví el ratón al menú de borrado mientras apoyaba el dedo sobre el botón. Humm, pensé, quizás debiera preguntarle a Rob que piensa. Retiré el ratón.

Miré hacia el otro lado de la sala. Rob estaba leyendo un libro y escuchando tranquilamente música clásica. Me gusta la música clásica, es relajante. Me ayuda a escribir. He probado a escuchar música country, pero resulta que me distraigo con demasiada facilidad y empiezo a prestar atención a la letra, me pierdo en las historias que cuentan. No es buena para escribir, aunque sea buena para la inspiración.

«Eh, gusano de biblioteca, ¿puedes venir aquí un momento y leer algo más interesante?» le llamé. Levantó la vista del libro y suspiró. Moviendo la cabeza cerró el libro y vino hasta mí, con todo el aire de un padre entristecido que tiene que señalar otro fallo de un niño caprichoso.

«Quieres dejar de refunfuñar, sabes que me gusta que leas mis relatos. Y te aseguro que no estoy contando al mundo demasiado sobre nosotros,» le reprobé. Cogió el ratón y retrocedió hasta el comienzo de la página y empezó a leer. Al cabo de un rato se levantó perezosamente pasándose el índice por la barbilla.

«Ciertamente es distinto,» dijo, ambiguamente. «¿Cuándo ocurrió esto? preguntó.

«Nunca. Acabo de inventármelo,» dije. Le miré y vi que me estaba sonriendo con gusto. Noté el sarcasmo. Me molestó que me hubiera engañado tan fácilmente. Supongo que era solo chanza, siempre estábamos puteándonos mutuamente como algo habitual.

«¿Por qué querrías inventarte algo como eso?» dijo, tranquilamente. Me encogí de hombros, sintiendo que me sonrojaba ligeramente.

«Ah demonios,» dije a la defensiva. «Precisamente, bueno, ha habido un montón de conversaciones sobre lo de lo no consentido en el foro de Internet últimamente,» dije, esperando que eso lo explicaría todo.

Me miró y levantó una ceja. «Y…» dijo.

«Mierda, no lo sé,» dije, enfadándome conmigo y con él por señalar lo obvio. ¿Hasta qué punto eso justificaba el escribir historias completamente desagradables? Me enfurruñé y me sentí estúpida.

«Entonces me libraré de él,» dije, moviendo el ratón para resaltarlo de nuevo y borrarlo.

«Quieta, yo no dije eso,» dijo, tocándome en el hombro. «Lo que yo quería decir es que te asegures de que conoces las razones por las que escribes algo, eso es todo. No vayas dándole una importancia falsa con buenas intenciones sin contenido. Si quieres escribir sobre alguien que está siendo torturado y herido, hazlo. Pero no pretendas que es por ninguna razón distinta de que porque quieres hacerlo,» dijo. Pensé en sus palabras. ¿’Quería’ escribir sobre tortura? No podía estar segura. Parecía interesante, pero… ¿qué estaba intentando decir?

«Sería como si yo dijera ‘Ponte de rodillas y chúpamela’ solo porque lo hubiera visto en una película porno,» continuó.

Me deslicé de mi taburete y me puse de rodillas frente a él. Cogí y bajé la cremallera de sus pantalones. Aparté sus calzoncillos y le saqué la polla y los huevos por la abertura. Sonrió y me miró.

«Di algo guarro, Kim. Haz que me ponga duro,» dijo.

Pensé un momento. «Quiero que me des por el culo antes de que te chupe la polla,» dije. Su polla se tensó y creció y se endureció delante de mi cara. Cerré los ojos y me estremecí.

Abrí los ojos y miré a Rob, todavía leyendo su libro y escuchando música clásica. Le miré durante un buen rato, admirándole desde lejos. Estaba completamente ajeno, tanto a mis observaciones como a mis pensamientos sobre él.

Volví la vista a la pantalla y contemplé de nuevo las palabras en silencio. ¿Por qué escribir sobre torturas, por qué? Volví a pensarlo. Escribir ese tipo de cosas no ayudaba a nadie. Nadie se salvaría, nadie cambiaría en su corazón. Todo lo que ocurriría es que alguno de mis fans se sentiría horrorizado y dejaría de leer mis relatos. Abstraídamente me balanceé en mi taburete atrás y adelante, mordiéndome el labio inferior, indecisa.

Salvé a disco el archivo y cerré el procesador de texto, todavía insegura sobre lo que haría con él. Revisé si había correo electrónico. Habían llegado otros tres en la última hora desde que lo revisé. Suspiré y me levanté sin leerlos; más tarde, pensé. Me acerqué a Rob y le puse los brazos en los hombros desde detrás de su silla. Le besé la parte de atrás de la cabeza y descansé mi barbilla sobre él, mirando por encima de su cabeza lo que estaba leyendo.

«¿Cómo va?» dijo, ausente.

«No muy bien,» dije tristemente. Levantó la mirada del libro y se giró para mirarme.

«¿Qué es lo que pasa?» preguntó.

«Oh, un poco de aquí y otro de allá,» dije

«Cuéntame. Tal vez pueda ayudarte,» dijo

«No tiene importancia, ya lo hemos discutido,» dije.

«¿Sí?… ¿Cuándo?» preguntó intrigado. Había olvidado que todo había ocurrido en mi cabeza.

«Oh, estoy segura que lo hemos hecho… alguna vez,» dije, bruscamente. «Eh, ¿quieres otra locura?» dije, intentando cambiar de tema. Sonrió.

«Quizás más tarde, cerda loca,» dijo sonriendo. Le devolví la sonrisa. Tras una pausa volví a hablar.

«¿Qué piensas en realidad del rollo no consentido, ya sabes, violación, tortura, humillación, ese tipo de cosas?» pregunté.

«¿Qué, en la vida real?» preguntó.

«No, no, en relatos de sexo, películas, libros, etc.,» dijo. Frunció los labios y pensó un momento.

«Mentiría si digo que no me ponen algunas de esas cosas,» dijo

«Pero es terrible. Horrible. ¿Cómo puedes decir eso?» dije, desaprobándolo.

«Veamos, Kim, ambos sabemos lo que sientes acerca del rollo chica-chica, y como te gusta aún más si es entre dominante y sumisa,» dijo. Me sonrojé.

«Eso es distinto,» dije, intentando sacar mi tono más convincente. Sabía que no podía ganar la discusión. No encontraba el camino para hacerlo. Siempre sería hipócrita.

«Seguramente es lo mismo,» dijo.

«Pero yo no siento que sea lo mismo. No me gustaría más una mujer torturando a otra de lo que lo haría un hombre torturando a una mujer. Lo encuentro… obsceno,» dije. Rob estuvo un rato callado, mirándome. Me sentí culpable y miré al suelo.

«¿No es la humillación una forma de tortura?» preguntó con calma. Miré al suelo aún más, balanceando una pierna mientras describía con la otra un pequeño arco.

«No, si es lo que ambos quieren,» dije sin levantar la vista.

«Bueno, es cierto. Pero ¿cómo sabes que la víctima no quería ser torturada?» preguntó.

«Eso es ridículo, ¿quién quiere ser torturado?» dije.

«Me parece estúpido, pero ¿cómo lo sabes?» preguntó. Miré hacia arriba para comprobar que iba en serio. Sonreía sardónicamente como suele hacerlo. No podría decir si iba en serio o no.

«Esto es inútil. No lleva a ningún sitio, ni me ayuda a racionalizar todo esto,» dije enfadada con él de repente. Se encogió de hombros.

«Lo estás consiguiendo finalmente, Kim. Haces preguntas que no tienen respuestas claras, o explicaciones pulcras,» dijo. Le lancé una mirada ácida y volví a mi ordenador haciendo ruido. De flaca ayuda me había sido, murmuré para mí misma.

Comprobé de nuevo el correo. Otros dos. Miré la carpeta de mensajes sin responder. Estaba creciendo desde hacía dos semanas. Suspiré. ¿Cómo podía ser tan jodidamente racional sobre algo tan emocional? ¿No sentía que estaba mal? ¿No eran seguramente las historias de tortura y muerte simplemente malas? No se necesitaban más explicaciones del por qué.

Revisé el foro ASSD (alt.sex.stories.d) para ver si me estaba perdiendo algo. Alguna de las aportaciones eran divertidas, otras interesantes, otras repugnantes. Me sentía enfadada así que pinché en una de las repugnantes y prendí la llama. Me sentía mejor, pero cinco minutos más tarde, cuando mi aportación apareció en el foro, me arrepentí inmediatamente. ¡Mierda! Ya lo había vuelto a hacer. Decir algo estúpido y ofensivo a alguien que no se lo merecía realmente. Me enfurruñé con el mensaje. ¡Jódete, jódete, jódete!

Me levanté del ordenador y fui a incordiar a Rob un poco más. Estaba leyendo otra vez su libro. Me puse frente a él y empecé a moverme y a bailar al son de algo que sonaba en mi cabeza. Levantó brevemente la vista y volvió al libro. Lloriqueé. Me di la vuelta de forma que le daba la espalda y lentamente me doblé hacia atrás hasta que estuve totalmente doblada. Sabía que mi falda se habría ajustado a mi culo y se me habría subido por las piernas poniendo a la vista mis muslos. Miré hacia atrás entre mis piernas extendidas. Había bajado el libro y me estaba mirando. No hizo ni dijo nada, solo estaba allí sentado mirándome. Tuve que levantarme de nuevo; tener toda la sangre abalanzándose sobre mi cabeza hacía que me sintiera mareada.

«¿Te gustó la vista?» dije, balanceándome ligeramente. Me preguntaba si ya estaría de humor. Habían pasado casi dos horas desde la última vez que le había seducido. Cuando los dos estamos de humor, a menudo nos permitimos follar frenéticamente, necesitando poco o ningún juego previo. Todavía estaba pegajosa de ello.

«Kim, fue fantástica, pero estoy tratando de leer,» dijo suavemente.

«¡Divino!» dije y me fui al dormitorio pisando fuerte. Me tiré en la cama, frustrada y enfadada de nuevo. No me sentía realmente caliente, pero sabía que un orgasmo tendría un efecto bueno y tranquilizador sobre mí. Intenté pensar en cosas excitantes mientras me acariciaba los pezones a través de la blusa y el sostén. Todo en lo que podía pensar era en prender fuego a un hombre patético y acojonado. Fruncí el ceño y giré sobre mí misma. Alcancé el cajón de mi mesilla y saqué uno de mis vibradores. Era el más pequeño de los dos. Lo puse en marcha, me lo pasé por detrás y lo deslicé arriba y abajo por mi coño, a través de mis panties y bragas.

Sentí las vibraciones agradable y cómodamente. Lentamente levanté y bajé las caderas empujando contra mi amante imaginario. Una mano cogió el vibrador y continuó acariciándome como yo había empezado. Cerré los ojos y sonreí y empecé a lamerme los labios y a suspirar.

Sentí que me bajaban la falda y que agarraban la parte superior de mis panties. Una mano tiró de ellos y rápidamente los retiró de mi culo hasta la mitad de los muslos. Eh, no tan brusco, pensé. La mano volvió por mis bragas y me las arrancó del cuerpo. Pegué un respingo, las había tenido pegadas a mí desde nuestro polvo reciente. Fui agarrada por la parte de atrás de mi cabeza y empujada de cara a la cama y mantenida a la fuerza contra abajo. Me empujaron el vibrador entre los carrillos del culo y lo deslizaron arriba y abajo entre ellos. Al no tener lubrificación allí era incómodo por decir lo menos malo. La punta se paró a la entrada de mi culo y empujó hacia dentro. Gruñí en la cama mientras me penetraba. Me pasé la mano libre por debajo y me acaricié la raja. Todavía no estaba totalmente lubrificada pero de todas formas me metí bruscamente el dedo medio en mi tierno coño.

«¿Te diviertes?» gritó Rob. Estaba en pie a la entrada mirándome. Me retiré el vibrador y el dedo rápidamente y me di la vuelta en intenté mostrarme todo lo despreocupada que pude.

«Sí, efectivamente,» dije altanera. Pero sabía que me había traicionado mi sonrojo. Se rió, se adelantó y me abrazó.

«Kimmy, estás loca, pero te quiero así. Te digo que vamos a comer algo y hablamos de tu historia. Cuando volvamos puede que esté en un estado más receptivo para, em…, tranquilizarte los nervios,» dijo, sonriendo. Mostré mi acuerdo mientras volvía a colocarme las bragas en su sitio y me subía los panties y los estiraba. Sabía que olía a sexo reciente, pero no me importaba.

Fuimos a un local agradable. Durante la comida hablamos de todas las ramificaciones de escribir historias de sexo. Por qué me gustaba hacerlo, qué es lo que quería decir, cómo era de serio, y cómo me sentía al respecto. Aprendí mucho y aclaré mucho mis ideas. Y la comida estaba buena además. Pero al final había aún más preguntas que respuestas. Me encontré a mi misma pensando en lo que podíamos hacer cuando volviéramos a casa de nuevo, en lugar de en estos temas tan pesados.

Adoro a este hombre. Si no le hubiera chupado la polla tan a menudo, juraría que tiene cerebro de mujer.

Salí del cobertizo y encendí el resto de las cerillas de la caja. Se prendieron como una pequeña bola de fuego. Lancé la caja ardiendo al interior del cobertizo, sin dudarlo ni un segundo. Gritó. Me preguntaba si tendría el coraje para cortarse sus propios genitales. Pero entonces supe que no lo tendría, un jodido cobarde es lo que era. Tiró la navaja y se hizo una bola en el suelo llorando incontrolablemente, esperando que el fuego lo consumiera. Lloriqueó y empezó a mearse. La caja de cerillas inflamada describió un arco, despacio, como si fuera a cámara lenta, mientras caía lentamente de un extremo al otro, hacia los charcos del suelo.

Aterrizó con un chapoteo, se inflamó unos instantes, luego lentamente se apagó. Solo había sido agua lo que había tirado después de todo. Me volví para mirar al hombre hecho un ovillo y llorando en el suelo.

«Recuerda, capullo, por todo lo que hacemos en la vida acabamos pagando de una forma u otra. Así que recuérdalo la próxima vez que quieras abusar de alguien,» le dije. Me di la vuelta y le dejé allí. Sabía que acabaría liberándose. Le dejé las Kotex en su coche como recordatorio de lo que podía haber pasado.

Fin

Vale, no es tanto un relato como una meditación .

También debería apuntar, siendo una persona responsable, que el sexo anal y oral a pelo no es probablemente una cosa muy saludable, (¿contento ahora Bear? ). Aún más, tampoco lo es aterrorizar a alguien amenazándole con prenderle fuego .

Me gustaría agradecer a The Bear (el Oso) su ayuda en la lectura de las pruebas originales y por ofrecerme consejo en los numerosos fallos gramaticales y narrativos. Gracias Bro.

También debo agradecer a Kristen, Bronwen, Plainman, Mat, David L, Tom Bombadil y a mi nuevo amigo Blumenacht, por los valiosos consejos para la escritura de esta versión definitiva.

También gracias especiales a Taria por, bueno, por ser Taria y hacerme reír y gemir, muchos <¡besos!>.

Finalmente, no quería irme sin decir que no apruebo el abuso sobre nadie en la vida real.

Para leer mis otras historias, bueno, la mayoría de ellas, prueba mi web, cortesía de The Bear y para correo electrónico escribir a [email protected]

Kim

(C)Enero 98