Indudablemente el tacto era suave. Pero de tan realista resultaba extraño. Porque detrás estaba mi ano

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Indudablemente el tacto era suave. Pero de tan realista resultaba extraño. Porque detrás estaba mi ano, no un cuerpo. Y delante tus muslos abiertos…


Su tamaño no era grande, al menos en comparación con los monstruos que se exhibían en las estanterías de la sex shop donde te lo compré. Pero quién necesitaba esos apéndices estrafalarios. Lo que yo, lo que tú también querías, era una sesión con un consolador que te llevara a tocar el cielo. Y, como bromeé contigo al sacarlo de la caja, no por ir con un cohete mayor se llegaba antes a las estrellas.

Habíais tomado unas copas cuando llegué a tu casa. Me recibisteis en el salón, con la mesa preparada con algunas cosas para picar. Había algo electrizante en la atmósfera. No sé decir si por las conversaciones con evidente doble sentido, que describían círculos en torno a irnos a la cama y gozar, por el juguete que íbamos a utilizar contigo y, quién sabe, quizás con alguno de nosotros, o por el conjunto que llevabas: una camiseta de seda azul oscuro de tirantas, un tanga a juego, mínimo, encantador, y unas sandalias de tacón alto, anudadas con tiras que se enroscaban en tus pantorrillas, realzando la longitud de tus piernas y su belleza.

Creo que a los dos nos costaba seguir tomando el whisky y no dejar a un lado los vasos y lanzarnos como lobos hambrientos a acariciar tu cuerpo, deseable, invitador, cálido.
Por fin te dejaste caer en el sofá, apoyándote en tu marido. Una mano la llevaste a su paquete mientras con la otra empezaste a acariciarte el monte de venus por encima del tanga. Con dedos rápidos bajaste la cremallera de su pantalón y metiste tu mano dentro buscando su polla. No dejabas de mirarme a los ojos y de sonreir. Él entrecerró los ojos, evidentemente satisfecho con tu exploración. Y tú decidiste usar uno de tus pies para acariciarme entre las piernas. Llevabas el ritmo y el timón de los acontecimientos. Me excita que tomes la iniciativa y nos manejes como amantes a tu servicio, que decidas cuándo y cómo va a comenzar la acción y que nos pongas a cien si haberte desnudado siquiera, in haber dejado aún que te rocemos.

Pero no pude aguantarme y me acerque a tí. Hice a un lado la mesa para tener más espacio y me puse de rodillas ante el sofá. Muy despacio mi boca s acerco a tu coño y comencé a lamerlo por encima del tanga. Noté una más que deliciosa humedad. Se ve que estabas muy excitada por el juego y que querías más. Habías sacado la polla de tu marido fuera de su pantalón y, con un leve gesto de tu cabeza, me la señalaste. Si quería comerte el coño primero tenía que hacerle los honores a su verga. Sin mediar palabra me acerqué a él. Desabroché su cinturón y su pantalón y tiré de él hasta dejarlo por sus tobillos. Me incliné sobre su polla y me la metí en la boca como tú, y él, a juzgar por su gemido, querías.

Ya no te anduviste por las ramas, te apartaste el tanga y comenzaste a masturbarte descaradamente mientras, con la otra mano, presionabas mi nuca para que tragase más polla, lo que hice sin rechistar, sabiendo el gusto que te, os, proporcionaba. Tu marido se las apañó para bajarte una tiranta de la camisola y acariciarte un pezón, mientras comenzaba a mover su pelvis, evidentemente excitado. Acaricié sus huevos con una mano mientras usaba la otra para masturbarle.

Un gemido tuyo me hizo levantar la vista. Te estabas metiendo los dedos en el coño y apretabas mi nuca con urgencia sobre su polla. Decidí ir más lejos y sin dejar de mamarle, te acerqué la caja con el consolador. Lo tomaste en tus manos, le diste un par de lametones y te lo enterraste muy despacio en el coño. Tu marido te miraba con un brillo lujurioso en los ojos. Y se le agrandaron más aún cuando le separé los muslos un poco más y le introduje dos dedos en el ano. Literalmente se deshizo y su polla se puso más sura en mi boca. Te acercaste a nosotros y te seguiste masturbando con el consolador. Pero me hiciste suavemente a un lado par relevarme en la mamada. Yo aproveché para acariciar tu espalda y bajar lentamente, en círculos, hasta tu culito y, ahí, inexorablemente, meter un dedo en tu ano. Sentí la polla de silicona entrando en tu coño y presionando mi dedos a través de las paredes de tu recto. Estaba apretado, cálido, delicioso y el leve movimiento de tus caderas me hacía saber que estabas poniéndote caliente como una perra, como una putita ansiosa.

Y cambié la táctica del combate. Dirigí tu mano, sacando el consolador de tu coño. Te la llevé al culo de tu marido. Captaste la idea y se lo introdujiste a él. Y yo me saqué la polla del pantalón, con una erección que casi me dolía, y la enfilé a tu coño, penetrándote muy despacio, mientras tu seguías mamándole la polla y sodomizándole con el consolador. Nuestros gemidos llenaban la atmósfera del salón, el olor a sexo y deseo se percibía por todos lados. Él se zafó del para levantar las piernas y facilitar la penetración. Yo te cogí por las caderas y te follé con más fuerza, tanto que perdiste el equilibrio y te dejaste caer sobré él. Sacaste su polla de tu boca para tomar una bocanada de aire y pedirme que te la metiera por completo, que estabas a punto de correrte. Y yo te follé con rabia…

Y, casi al unísono, tú te corriste, él lleno tu cara de leche y yo me corrí en tu coño, llenándolo entero sin dejar de bombearte…

Apuramos nuestros vasos y nos quedamos en el sofá, recuperando fuerzas antes de ir al dormitorio a seguir con el segundo asalto…

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