Jamás me imagine que una niña sería capaz de darme el paraíso, lo mejor y también podría darme el infierno tan solo proponiéndoselo

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Solo llevaba media hora en ese local y ya me arrepentía de haberle hecho caso a Raúl, mi mejor amigo, que día a día me insistía en que debía salir y relacionarme.

Lo único que me mantenía entretenido, era mi curiosidad por observar el comportamiento de la gente y allí había mucha. Era un local, frecuentado sobre todo por mujeres de mediana edad, separadas o sin pareja y hombres del mismo estatus, estos últimos, más pendientes de encontrar pieza, que de divertirse sin más.

Haciendo un barrido por la sala, vi a Raúl, charlando con un grupito de mujeres del estilo descrito, todas de una media de cincuenta años, menos una. Mi amigo parecía conocer a una del grupo y hacia grandes esfuerzos, por conocer a alguna más del grupo. Él era todo lo contrario a mí, simpático, hablador y muy dado a relacionarse con facilidad.

De nuevo reparé en la pelirroja, que parecía tan incómoda como yo, aunque ese era el único punto comparativo entre ambos. Esa chiquilla tendría poco más de veinte años e incluso a la distancia en la que me encontraba podía asegurar que estaba como un queso.

—Vamos Gabriel, acércate y te presento a alguna de esas mujeres. Yo al menos voy a ver que pesco, hay una que la tengo medio en el bote y esta noche no quiero dormir solo, que coño, no quiero dormir. Aunque puestos a pedir, ¿te has fijado en ese caramelito pelirrojo? Es la hija de la que celebra el cumpleaños y por eso se ha perdido por aquí, aunque esa amigo no juega en nuestra liga, soñar es gratis y a esa le metería yo todo el amor que tengo dentro. –dijo antes de irse hacia los baños

Entonces detrás de él vi a la chica, mirando con cara de asco, dejando claro que acababa de oír al energúmeno, en que se convertía a veces mi amigo.

—No se lo tengas en cuenta, no es mal tío. A veces se le calienta el pico… -me hizo gracia, la cara de niña enfurruñada, con la que me miró

Cogió la copa que había pedido y se dio la vuelta para irse, entonces en un arranque, poco común en mí, la cogí del brazo y le dije en tono serio:

—Si no les cuentas lo que has oído bailo contigo –le dije como haciendo un esfuerzo

Era una broma, que creí que no cazaría, pero para mi sorpresa, soltó una carcajada y me dijo:

—Trato hecho –dijo agarrándose a mi brazo.

De repente, me encontré camino a la pista, con la chiquilla más sexi del local. Dejó su vaso en la mesa en la que estaban y volvió a mi brazo.

En la pista la música lenta nos envolvió, pegó su cuerpo al mío, rodeó mi cuello con sus brazos y yo su cintura.

Lo primero que note fue su olor, su pelo olía a vainilla, a masa de bizcocho recién echa, dulce, deliciosa y sobre todo peligrosa a mi edad.

—Antes te miré, ¿esto tampoco es lo tuyo verdad? –me pidió de repente sorprendiéndome

—Pues no, nunca había estado –y no creo que vuelva, pensé.

Aunque ya empezaba a tener dudas, aunque pensaba que no todos los días era navidad.

—Me llamo Sara ¿y tú?

—Gabriel

Su curvilíneo cuerpo se pegaba al mío, se rozaba en cada giro y de repente noté sus pechos rozando mi torso y flipé al notar la dureza de sus pezones. Ella se puso roja al ver que los miraba. Sin poder hacer nada para remediarlo y alucinando por la rapidez de mi reacción, mi polla, respondió al roce y a la cercanía de esa hembrita. Intenté que no lo notara, me aparté un poco, pero una pareja nos empujó y se hizo la evidencia, justo cuando acababa la canción.

—Si lo dejamos ahora, todos se darán cuenta –le pedí que no se apartara sabiendo que ella sabía.

—Entonces, sigamos bailando y si tú no les cuentas lo de mis pezones, yo no contaré lo de tu polla –dijo ella con una sonrisa malvada

Bailábamos, sin apenas movernos entre las muchas parejas. Adelanté mi pierna un poco entre las suyas, apoyé mi mano en sus riñones y la pegué más a mí, ella pegó su sexo a mi muslo y se frotó cerrando los ojos. Ese pequeño roce era de lo más erótico.

Su boca era grande, sus labios carnosos, sensuales y cuando se los mordió tuve que contenerme para no jadear.

A mí nunca me habían atraído las mujeres demasiado jóvenes, porque siempre había defendido la teoría que una mujer más joven, acentuaba las carencias que empezaba a tener un hombre de nuestra edad. Y ahora estaba bailando con una pequeña ninfa, de poco más de veinte años, completamente empalmado y deseando comerle la boca, arrancarle la ropa y poseerla allí mismo ante todos.

Nunca me había pasado nada igual; todo en ella me atraía, su piel blanca, sus curvas, en las que uno no dejaba de pensar en perderse, sus ojos color miel, su pelo salvaje del color de una hoguera en la playa…

— ¿En qué piensas Gabriel?

—Si te lo dijera, me denunciarías

Se rio con ganas y tuve que hacer un verdadero esfuerzo, para controlar los deseos libidinosos, que esa muchachita despertaba en mí.

De nuevo la música terminó demasiado pronto y tuvimos que separarnos:

—Ha sido un auténtico placer Sarita –le dije besando su mano teatralmente

Necesitaba unos minutos a solas para recomponerme, de los estragos que esa niña había causado en mí. Regresé a la barra y volví a mirarla desde la lejanía, tomando conciencia de lo absurdo que era todo eso. Me despedí de mi amigo y abandoné, quizás como un cobarde, pero quise ponerme a salvo. No había que ser un erudito, para saber que esa niña podía convertirse en el infierno de un hombre como yo, sin tan siquiera proponérselo.

Llegué a la paz de mi casa, volví a mi vida a la tranquilidad de mi existencia, me puse cómodo, me senté en mi sillón de orejas, junto a la chimenea, cogí el libro de la estantería que devoraba en ese momento y me dispuse a perderme entre sus páginas.

Más de una hora después de haber llegado y totalmente enfrascado en mi lectura sonó mi móvil. Vi que era Raúl y pensé que querría a las tres de la madrugada.

—Gabriel, sé que es tarde, pero tengo aquí a esa chica, que insiste en que necesita que le de tu teléfono y no sé qué hacer

— ¿Que chica Raúl, de que hablas? –dije perdido

—La pelirroja de esta noche, ¿qué hago?

—Dáselo –le dije completamente alucinado.

—Ya me contaras cabronazo –colgué sin dar crédito y hasta pensé que era una broma.

Fui a la cocina con el libro, para hacerme un café con leche e irme a seguir leyendo a la cama, escogí el café descafeinado y entonces sonó mi móvil, en la pantalla un número oculto.

—Hola, siento la hora, soy Sara. ¿Dormías? –dijo atropelladamente

—Hola Sara. No dormía, estaba haciéndome un café, no tengo sueño.

—Me invitas a uno, o no te gusta llevar desconocidas a casa?–dijo tras una pausa

— ¿Estas segura?

—Creo que si

Le di la dirección de mi casa y cambié el descafeinado por café normal. Diez minutos después, sonó el timbre y fui a abrir, aun sin hacerme a la idea de lo que estaba sucediendo.

Allí estaba esa niña, porque eso parecía con ese gorrito de punto en la cabeza, la enorme bufanda del mismo color, el abrigo, los guantes…apenas podía verle esos enormes ojazos.

—Pasa criatura, hace un frio helador.

Entró al salón y se despojó de la ropa de abrigo, quedándose como ya la había visto, con el vestido largo de punto y cuello vuelto, color gris plomo, con aberturas laterales y botas altas. Sin ser estrecho, dejaba entrever perfectamente cada curva de su cuerpo. Sus generosos pechos, sus caderas, su culito redondo…dejé de mirarla, para adelantarme hacia la cocina abierta, al otro extremo del salón. Le dije que se sentara, en uno de los taburetes que había en la isla, que separaba los dos espacios.

—Eres algo intrépida, ¿no te da miedo, presentarte en casa de un desconocido, a sabiendas de que este, te desea más de lo que recuerda haber deseado nunca nada? –rodeé la isla, colocándome a escasos centímetros de ella, tras dejar su taza humeante.

—Claro que tenía dudas y recelos, al no saber que podía encontrarme. Pero el deseo, fue más fuerte que el temor en todo momento.

—Joder niña –agarré su rostro con ambas manos y por fin besé esa enloquecedora boca.

Estuve perdido desde el primer instante. Todo ser humano tiene su límite, creí haber escapado de lo que ella me hizo sentir, pero el destino volvía a ponerla frente a mí. Una vez fui capaz de negarme a beber a pesar de tener sed, ¿pero qué ser humano es capaz de apartar los labios cuando el líquido fluye entre ellos?

Devoré sus labios calientes, penetré en la humedad de su boca y ella respondió con la misma necesidad. Requeríamos más contacto, subí su vestido, separé sus rodillas y colándome entre sus piernas, me pegué a su cuerpo. Seguimos devorándonos con urgencia, mis manos amasaron sus pechos, mientras sus piernas rodeaban mis caderas. Mi sexo duro bajo el pantalón del pijama rozaba la tela de sus bragas y ella se frotaba buscando más. Metí la mano entre ambos y toqué sus bragas húmedas, eso me incitó aún más.

—uf niña que gusto, notar el calor de tu coñito húmedo –le dije empujando la tela, colándola entre los labios de sus sexo inflamado.

Mi polla palpitaba dentro de mi pantalón, aparté su braguita y toqué por primera vez su sexo. Ella gimió y yo paseé mis dedos por su rajita varias veces, antes de centrarme en esa protuberancia inflamada, la atrapé entre dos dedos y la froté hasta que se retorció en el taburete, suspirando y jadeando sobre mi boca. Mientras se corría, chupé sus labios, lamí su lengua…

Aun temblaba tras el orgasmo, la miré extasiado, deseándola con tanta intensidad que dolía. Me arrodillé ante esa ninfa y agarrando uno de sus pies bajé lentamente la cremallera interna de sus botas altas de tacón. Acaricié sus pantorrillas, quité su calcetín y apoyé el pie de nuevo en el taburete. Agarré el otro pie y repetí la acción, notando la suavidad de su piel bajo las yemas de mis dedos. Con los pies apoyados en los barrotes, volví a separar sus rodillas, y mis manos recorrieron sus piernas…la cara interna de sus muslos y llegué a sus braguitas mojadas, pegadas a su sexo caliente. Me acerqué aun de rodillas y olí su excitación. Su respiración seguía agitada, acerqué mi boca a la tela húmeda y lamí su esencia que empapaba las bragas, ella jadeé y mis manos subieron agarrándolas por la cinturilla, subió el trasero y tiré bajándoselas, apartando la última barrera que me separaba de su lozano coño.

Besé su precioso pubis lampiño, separé los labios de su vulva y lamí su sexo rosado, probando las mieles del placer, su placer, mi placer al degustarla, devorarla y sentir como se retorcía en mi boca. No dejé su sexo hasta que aferrada a mi cabeza sollozó que se corría de nuevo.

Solo entonces me puse en pie entre sus piernas, la abracé y disfruté del temblor de su cuerpo.

—fóllame, Gabriel –pidió tirando del elástico del pantalón de mi pijama

Mi polla saltó como un resorte entre ambos, ella la agarró con su manita y tras pasearla por su rajita, la colocó en su entrada, me abrazó y sus ojos suplicaron que empujara.

No hubieran podido frenar mis caderas, ni un ejército armado, mi glande fue probando el calor húmedo de su interior y seguí despacito, aferrándola del culo, sin dejar de mirarnos, la llené con mi polla. Paré unos segundos para recuperar el aliento, que había perdido, los segundos eternos, en los que había recorrido, el camino a ese lugar soñado, que ni siquiera sabes que existe, hasta que estas en él.

Oírla gemir no ayudaba para nada a mi control, no llevaba protección y hacía años que no sentía un coñito envolver mi polla así y ese era realmente espectacular como toda ella.

Sus piernas rodearon mis caderas de nuevo, me apretaba con ellas, me apretaba con su vagina y yo, quería quedarme ahí para siempre. Empecé a moverme, a entrar y salir de su glorioso cuerpo.

Metí las manos bajo su culo y la subí, acercándola, clavándola más en mi mástil, ella jadeaba extasiada, volví a dejarla caer en el taburete sin dejar de atacar su coñito. Ella no dejaba de gemir a cada estoque enloquecida. Metí la mano entre ambos, busqué ese botoncito que ya conocía y tras hacer círculos alrededor lo aferré y lo pellizqué sin fuerza, lo froté ligeramente y estalló sollozando. Sus espasmos, apretaban aún más mi polla, la hundí más y me quedé quieto, disfrutando así su orgasmo, hasta que este remitió y tuve que salir tan al límite, que nada más dejar su vulva, di un alarido y agarré mi polla, para intentar controlar lo incontrolable, porque esta empezó a expulsar mi caliente semen sobre su pubis, su vestido, sus muslos, mi tripa… mientras me volvía loco de placer con un largo orgasmo.

Tarde unos segundos en recuperarme y ver la que había liado. Tras demasiado tiempo de abstinencia.

—Lo siento, mira cómo te he puesto. Ven, vamos a limpiar esto o te dejara mancha –le dije al ver su vestidito lleno de semen.

Ella, con una sonrisa bajó del taburete, mientras yo me subía el pantalón, notándolo mojado también y la llevé al baño.

La coloqué ante el lavabo y abriendo los grifos, agarré una toallita seca de la estantería y mojándola, empecé a limpiar su vestido.

—Ahora será mejor que te lo quites, estará muy mojado

Se sacó el vestido, sin dejar de mirarme a través del espejo y lo colgamos en el toallero.

—Deja que te limpie –le dije volviendo a mojar la toallita mirando su cuerpo en el espejo

Me excitó ver mi semen, manchando su tersa piel y pase la toallita por su vientre. Subí la mirada a sus pechos llenos, que el sujetador parecía no poder contener.

Ella agarró la toallita y la mojó bajo el grifo y sin dejar de mirarme me la pasó:

—Mis muslos –dijo apartándose un poco del lavabo

Note su culito rozando mi pantalón y limpié sus muslos hipnotizado, ahora con la visión de sus pechos en el espejo.

Dejé la toalla y mientras ella volvía a enjuagarla, metí la mano entre sus piernas, ella se abrió para facilitarme la tarea y jadeó cuando mis dedos se pasearon por su rajita. Encontré su dilatada entradita y la penetré con dos dedos, espiando su placer, viendo en el espejo sus gestos cuando gemía. Ella movía las caderas hacia mi mano y terminé penetrándola con tres dedos, con dureza.

—Mira hacia el espejo zorrita, quiero que veas como te corres –le dije encendido

Mis dedos entraban y rebotaban fuerte, mi pulgar la estimulaba. Sus nudillos se pusieron blancos agarrándose al lavabo, meneó las caderas, profundicé y tembló mientras mojaba mis dedos y gritaba que se corría.

Se quedó cabizbaja unos segundos, intentando recuperarse.

—Tú también estás mojado –dijo de repente dándose la vuelta en el pequeño espacio que quedaba entre mis brazos y el lavabo.

Se puso de puntillas y pasó la lengua juguetona por mis labios, fue un gesto rápido antes de ponerse de cuclillas ante mí y de un tirón bajar mi pantalón.

Lo primero que note tras la sorpresa, fue su aliento en mi sexo, mientras seguía quitándome el pantalón.

—Ponlo en remojo.

Como un autómata, hice lo que me pedía, mientras pasaba la toalla mojada y calentita por mis muslos, luego la tiró al lavabo y mientras la mojaba para pasársela, note su lengua en mi polla.

Me agarré al lavabo sorprendido y completamente alucinado, mirando hacia abajo y viendo a esa niña lamiendo golosa mi miembro semiduro.

—Sara… –susurre extasiado

Lamió todo el tronco, por arriba, por abajo y agarrándola besó la punta, jugueteó con su lengua en la puntita y colocándola entre sus labios, en forma de corazón fue succionando el capullo, con fuerza una y otra vez. Poco a poco, notaba como toda la sangre iba bajando rápido, a esa llamada sutil. Tras las succiones y a medida que mi polla iba cogiendo consistencia, fue dejándola resbalar entre sus labios, hasta que sin estar del todo erecta, lleno su boquita.

Era todo un espectáculo verla mamar mi polla y mirarme desvergonzada, mientras lo hacía. Se la tragaba, retrocedía, succionaba y volvía a tragársela. Sin prisas, disfrutando golosa. Consiguió una erección considerable y entonces la abandonó y se dedicó a lamer mis huevos, con su lengua plana los movía, los subía, los metía en su boca y mientras su manita tallaba mi polla, ya dura como una roca.

Me agarré al lavabo, mareado por el placer que esa niña me estaba proporcionando, jamás me habían hecho una mamada igual. Su boquita me succionaba la polla, los huevos…sus manos me masturbaban, me acariciaban… mis muslos estaban tensos cuando los acarició y hasta arañó.

—Siéntate –dijo de repente empujándome ligeramente

Me senté en el retrete y ella se puso en pie, colocó una pierna a cada lado de mi cuerpo y agarrando mi falo, flexionó las rodillas y lo apoyó en su entrada. Se abrazó a mi cuello y fue bajando, clavándose.

—Como me gusta tu polla, Gabriel. Me vuelve loca –dijo besándome

—Criatura vas a matarme

Toda ella era placer absoluto, aparté con mis pulgares el sujetador pellizcando sus pezoncitos rosaditos y ella se quitó el sujetador para dejar ante mi vista las mejores tetas que había visto jamás.

—Joder Sarita

Miraba lujurioso, como sus tetas juveniles se balanceaban y mordí sus pezones desafiantes, duros. Los mordisqueé, los lamí, los succioné.

Agarré su culo y la insté a cabalgarme, cosa que hizo a su antojo, cada vez más rápido, cada vez más fuerte…

—Si pequeña fóllame –supliqué

Me cabalgó jugueteando con su cuerpo descarada, insolente y atrevida, frotando su pubis con el mío, pellizcando mis pezones, arqueándose para morderlos con fuerza, tirando de ellos, haciéndome gemir, aullar…al momento acercaba los suyos a mi boca demandando el mismo trato.

Enloquecido la agarré del culo, la subí casi sacando del todo mi polla y la dejé caer, ella gimoteó, froto su pubis…y volvió a correrse entre espasmos. Yo la miraba suplicante, apenas sin control y tras desmontar, se arrodilló entre mis piernas, agarró mi polla, entreabrió los labios y me la meneó sobre su lengua, rozando en ella mi glande hinchado. Estallé en mil pedazos en un instante y me corrí en su boca, aullando, viéndola juguetear con mi semen y su lengua.

— ¿Me dejas dormir un ratito, mientras seca mi vestido?

—Claro pequeña

Desperté y me di cuenta que eran casi las doce del mediodía. Vi esos rizos cobrizos esparcidos en mi almohada y un escalofrió recorrió mi columna, tire del edredón admirando su espalda desnuda, la silueta de uno de sus pechos, seguí y tragué saliva admirando la redondez de su culo prieto y pensé en Dante y su Beatrice, Nabokov y su lolita. Sara no era una menor, pero si una chiquilla a mi lado.

Estaba perdido en mis pensamientos cuando oí el timbre de la puerta y fui a abrir, para que no la despertara. Era Raúl.

—Cabrón cuenta, cuenta. ¿Te llamó la pelirrojita? ¿Qué pasó con ella en la disco?

—No grites –le dije poniendo en marcha la cafetera.

No sabía cómo decirle, que estaba en mi cama, quería que se fuera y entonces apareció Sara.

—Gabriel, lo siento pero es tardísimo, tengo que irme –me acerqué y la noté avergonzada.

—Espera un momento y me deshago de él –le dije flojito.

—He quedado, tengo que irme

Parecía tan incómoda y avergonzada…ni siquiera me miró a la cara, seguro que arrepentida por lo sucedido.

—Te llamaré -ella no me miro antes de irse y supe que mentía

Cerró la puerta tras ella y en ese momento pasé del paraíso al que me había transportado la noche de placer con ella, al infierno que iba a ser su ausencia.

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