El joven perdió a su mujer, encontró la forma de mantener a su familia política gracias a favores sexuales que le hace a su cuñada. Le encanta usar la puerta trasera
Nota del Autor: Estoy muy agradecido por la generosa puntuación de los lectores para esta serie y por los las palabras de aliento que me dejan en los comentarios. Intentaré continuarla y, si hay interés, derivar ciertas historias colaterales (fuera de los capítulos) con personajes que aparecen en esta zaga.
Recomiendo mucho leer los capítulos I a IV. Para los que no quieran hacerlo incluyo un brevísimo resumen. Los que conocen la historia pueden saltarlo.
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Resumen.
Cap. I: Ariana y Juan Alberto son un matrimonio de inmigrantes (de distintos países) que viven en USA y mantienen a la familia de la mujer en su país de origen. Al morir la mujer, el viudo asume el compromiso de mantener su familia política: a la suegra Graciela y a su cuñada Mercedes. Pero lo hace con la condición de tener a Mercedes como esclava sexual y de mandar sobre el hogar de toda la familia política.
Cap. II: El viudo visita a su familia política e impone su voluntad sobre ellos. Despojando al parasítico esposo de Mercedes, Gregorio, de todo el poder que siempre había tenido y humillándolo hasta límites insospechados. Mercedes le agarra el gustito a ser la putita de Juan Alberto.
Cap. III: Juan Alberto comienza a dar lecciones de manejo a Mercedes mientras sigue demandándole favores sexuales que ella presta gustosa. Gregorio no puede hacer nada al respecto pero su impotencia sexual crónica parece remediarse temporariamente al escuchar cómo su mujer es cogida por su amante.
Cap. IV: Los amantes son descubiertos en plena faena sexual por Graciela (la madre de Mercedes y suegra de Juan Alberto), que les hecha una bronca enorme. Pero luego la convencen que están cumpliendo la voluntad de la difunta Ariana y la suegra se convierte en voyeur de su hija y su yerno.
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Luego de una tarde de sexo desenfrenado en casa de la señora Graciela, Juan Alberto y Mercedes partieron a buscar a las hijas de ella por la escuela. Juan Alberto insistió en que Mercedes conduzca para sorprender a sus hijas. Y vaya si lo lograron. Las dos niñas de 12 y 9 años, apenas los vieron aparecer, gritaban a coro a sus compañeritas que su mami por fin sabía conducir.
— ¡Mi mamá nos vino a buscar! ¡Ya aprendió a conducir!
Mercedes se bajó del coche y abrazó a sus hijas mientras era inundada con preguntas de las curiosas y orgullosas niñas. Luego subieron las tres al auto y las pequeñas saludaron a su tío preferido y partieron los cuatro como si fueran una familia feliz.
Una vez que arribaron a la cochera del apartamento de Mercedes, Juan Alberto les pidió a sus sobrinas que subieran solitas que él y su mamá tenían que ordenar unas cositas en la camioneta. Ni bien las niñas tomaron el ascensor de la cochera, Mercedes se colgó del cuello de Juan Alberto y lo besó aparatosamente, mordiéndole los labios y acariciándole el pelo.
— ¡GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS! Gracias a ti hoy he hecho muy orgullosas a mis hijas, y a mi madre… después de casi haberle dado un infarto cuando nos descubrió jajaja. Gracias por tomarte el tiempo para enseñarme a conducir. No se cómo agradecértelo, Juan Alberto. —murmuró entre besos y apretones la madura cuñada.
—Jajaja. ¡De nada! Mi recompensa es tu felicidad, Mercedes—Explicó el viudo—cuanto más feliz y orgullosa te sentís, más rico, más sucio y más espectacular es el sexo con vos. El viudo era un gran interesado y no era de los que usaban anestesia a la hora de decir las cosas… y menos a Mercedes, a quien giraba dinero a cambio de tenerla a su total disposición.
—Jajaja. Pues con esto te has ganado lo que sea que se te antoje. No hay límites para mí contigo. —Ofreció Mercedes con cara de lujuria.
Los cuñados calenturientos subieron al apartamento de Mercedes comiéndose la boca durante todo el viaje del ascensor que, como les ocurre a todos los amantes y enamorados, resultó demasiado corto. Al entrar en la casa, Gregorio los recibió con cara de pánico.
— ¿La camioneta está bien? —Fue lo primero que preguntó el cornudo esposo.
— ¿Y eso? ¿A qué viene la pregunta? —Reaccionó Juan Alberto autoritario.
—Ehhh. Bueno, es que como salieron de mañana y no regresan hasta ahora, y encima las niñas dijeron que tenían que poner la camioneta en orden, me preocupé. —Explicó Gregorio con cara de preocupado.
—Jajajaja. Quédate tranquilo, Gregorio, que la camioneta está perfectamente bien. Sólo fuimos a casa de mi madre a comer y nos quedamos “echando cuentos”. —Se burló Mercedes.
—Uhhh… Qué alivio. —respondió el esposo dominado.
—A propósito, mañana la necesitamos todo el día. Saldremos a la ruta a practicar. —Anunció Juan Alberto.
—Ehhh. Bueno… si tú crees que Merce ya puede hacerlo. —Se sometió en contra de su voluntad Gregorio.
—No se habla más. Mañana, ¡a la ruta! —Sentenció el viudo provocando una reacción de euforia de Mercedes que se abrazó de su amante y le estampó un fuerte beso lo más cerca que pudo de la boca, bajo la incómoda mirada de su esposo.
El resto de la tarde y noche fue similar a días anteriores. Después de cenar, Juan Alberto anunció que se iba a acostar y Mercedes lo siguió a su habitación totalmente sumisa, a pesar de los ruegos de Gregorio para que pasara la noche con él en el sofá.
Una vez más, los impúdicos amantes se entregaron a al sexo salvaje y Gregorio los escuchó del otro lado de la puerta tocándose su verga y excitándose con los ruidos que su mujercita hacía con su amante. Si bien los detalles serán omitidos en este capítulo, cabe aclara que, como en la noche anterior, el pusilánime esposo logró una incipiente erección seguida de una eyaculación pequeña y acuosa que al cornudo se supo a gloria pasada.
Al día siguiente los amantes tomaron la ruta ni bien Mercedes dejó a sus hijas en la escuela. La carita de alegría y orgullo de las niñas nuevamente inspiró una oleada de gratitud en Mercedes, que se detuvo en una estación de servicio para morrear a Juan Alberto y cargar nafta (en ese orden de prioridades). La idea era ir a una localidad cercana, a unas 2 horas de la ciudad donde vivía Mercedes, almorzar en un exclusivo restaurante, recorrer el lugar y regresar a tiempo para buscar las niñas de la escuela. El trayecto era lo suficientemente prolongado y variado para exponer a Mercedes a situaciones clave en la conducción en rutas: adelantarse, lidiar con camiones más lentos, dar paso cuando es necesario y un largo etcétera.
Durante el viaje, sonó el teléfono de Mercedes y atendió Juan Alberto. Era su suegra, Graciela.
—Hola mi yerno favorito. ¿A qué hora pasan hoy por casa? ¿Los espero a comer?
— ¡Hola mi suegra cómplice! —Bromeó Juan Alberto— Que grata sorpresa recibir su llamado. Lamentablemente hoy no vamos a pasar porque estaremos casi todo el día fuera de la ciudad. Pero pasaremos mañana sin falta.
—Oh… que desilusión…. Con las ganas que tenía de verlos otra vez en mi casa— Soltó la vieja con doble sentido. — En tal caso, aprovecharé el día para ir a la peluquería y a comprar una ropa para recibirlos mañana.
—Me encanta que se arregle para recibirnos, Graciela. Pero si lo hace, que sea en el mejor salón. Si necesita dinero extra para eso, no tiene más que pedírselo a Mercedes y ella me lo comunicará— prometió el yerno, que usaba su dinero para comprar voluntades y simpatías.
Graciela temblaba de emoción. Si le ofrecía dinero para que se “pusiera bella”, era porque su yerno consideraba que valía la pena gastar en eso. Y si vale la pena gastar dinero en algo, ese algo era importante. En verdad, el “algo” era ella y así se veía a si misma: como una cosa suficientemente agradable como para que su yerno gastara dinero en ella…. Y le gustaba sentirse así.
Mercedes escuchó la mitad de la conversación (lo que decía su amante), pero pudo comprender perfectamente de lo que se trataba, y no le gustó. Por un lado sintió celos. Celos de su destartalada madre que coqueteaba con su amante (y éste no solo no la cortaba, sino que parecía alentarla). Por otro lado, sintió miedo. Miedo que Juan Alberto, en su afán de satisfacer sus más bajos instintos sexuales (Y vaya si los tenía), terminara formando un harén con ella y su madre como condición a seguir manteniéndolas.
Juan Alberto, por el otro lado sentía un cosquilleo especial: Le gustaba la idea que la vieja Graciela se calentara con él, a pesar de que si se paraba a mirarla la encontraba físicamente desagradable y repulsiva. En verdad, “por el momento” no tenía intención alguna de cogerla. La otra cuestión por la cual el pérfido viudo veía ventajoso que su suegra jugara impúdicamente a coquetear con él era porque de esa forma su dominio sobre su familia política era mayor y más intenso. Y por lo tanto decidió traer el tema de su suegra mirona a Mercedes.
— ¿Merce, vos el otro día viste a tu mamá espiándonos? —Preguntó el viudo haciéndose el desentendido
— ¿Qué otro día? —Retrucó Mercedes simulando similar inocencia
—Ayer, en casa de ella, después de almorzar, cuando tuvimos sexo en su habitación. Ella estaba espiándonos, ¿vos la viste? —explicó y repreguntó el viudo maligno
— ¿EHHH? ¿Vio todo? —Mercedes ahora lucía asustada y miraba alternativamente a su copiloto y a la ruta.
—Si. Estuvo ahí mirando, creo que todo el tiempo, porque la vi asomada varias veces. —Mintió descaradamente el viudo para probar a su cuñada.
— ¡No te puedo creer! Pasó de reprocharme todo a andar de mirona. Eso no me gusta nada. —Dijo Mercedes muy nerviosa.
—A mí me encantó, Merce. Creo que le dio un saborcito especial— Provocó Juan Alberto.
— ¡Cómo puedes decir eso! ¡Es mi Madre! —Perdió los estribos Mercedes, y con ellos, perdió también el control de la camioneta.
Luego de sendos volantazos y maniobras, la novata conductora pudo detener el auto en la banquina. Su corazón latía como el de un corcel al galope. Juan Alberto permaneció en silencio durante la maniobra y, con gran malicia, actuó como si la conversación anterior no hubiera existido.
— ¿Estas bien? ¿Qué te pasó? Respira hondo. Estuvimos muy cerca, pero maniobraste bien y evitaste un accidente. —Consolaba el viudo. Mercedes echó a llorar.
— ¡PERDON! Que tonta he sido. Casi destruyo la camioneta. —lloraba desconsoladamente.
— ¡Qué importa la camioneta! Lo importante es que vos estés bien. Actuaste muy bien. —Aseguraba el viudo.
Mercedes se abrazó a su amante, buscando seguridad, y cuando se calmó, recordó la razón del volantazo y decidió explicar a Juan Alberto lo que sentía.
—Juan Alberto, no me gusta la dirección que todo esto está tomando. Una cosa fue convencer a mi mamá de que lo que hacemos no tiene nada de malo. Otra es que ella piense que participar no tiene nada de malo. No me gusta eso. Por favor, no lo permitamos— Imploró Mercedes.
—Calma, mi vida. —Dijo el viudo sabiendo que al llamarla así Mercedes se doblegaba fácilmente— No la estamos invitando a participar. Simplemente la dejamos mirar. A mí me encantó que ella nos mirara. Me sentí más seguro y tranquilo. Y la pasamos genial, ¿o no? Bueno, parte de eso era porque yo supe que nos miraba.
— ¿Me cogiste así para que ella lo viera? — Preguntó aterrorizada Mercedes que sentía que si permitía eso, los caprichos del viudo podrían llegar a límites de perversión tremendos.
—Jajaja. No. Todo lo contrario, amor, te cogí así porque supe que ella nos miraba. Me puse como un animal—Explicó Juan Alberto para horror de su amante.
— ¿Te excitas con mi madre? ¿Deseas a mi madre? ¿Es eso? ¿Hasta dónde piensas llegar? ¿Vas a cogértela a ella también como condición para darnos más dinero? — preguntó llorando Mercedes.
— ¡NO! Jajaja—Juan Alberto respondía como si estuvieran hablando de una tontería e ignorando las lágrimas de su amante—No tengo en este momento intención alguna de cogerme a tu mami, ¡Merce! Me gusta que nos mire. Me excita mucho. Pero para nada quiero tener sexo con ella.
La respuesta tuvo el efecto esperado en Mercedes: profundo alivio. Ella estaba tan convencida que Juan Alberto iba a pedirle cogerse a su madre, que escuchar eso lo sintió como un “logro”. Juan Alberto decidió torturarla un poco más.
—Además, Imaginate que por más que yo quisiera, tu madre no va a querer, Merce. —Eso hizo explotar a su amante.
— ¡No te hagas el desentendido, Juan Alberto!—reacción molesta Mercedes—Tu y yo sabemos bien que, si la presionaras un poquito, ella se entregaría gustosa a que le hagas lo que te vio haciéndome a mí. ¿No has visto que quiere “embellecerse” para cuando la visitas? ¿Y la manera en que comenzó a mirarte después que la convencimos de que acepte que seamos amantes? ¿Y las indirectas con doble sentido que ha empezado a usar? ¡Si fuera por ella se dejaría hacer cualquier cosa!
Juan Alberto, satisfecho de haber inducido celos e inseguridades en su amante, minimizó todo e hizo ver a Mercedes que seguían en la banquina de la ruta. Le propuso retomar camino y hablarlo al llegar al pueblo de destino.
El resto del viaje fue algo tenso, pero Juan Alberto, como gran manipulador que era, logró reencauzar el tema de conversación en una lección de manejo en ruta. Algo más de una hora más tarde arribaron al pueblo en cuestión. Recorrieron un poco y luego pararon en un restaurante a comer algo. Mercedes estaba impaciente y ni bien se sentaron retomó la conversación.
—En un primer momento me causó excitación engañar a mi madre con la historia que improvisamos. Incluso me gustó la idea de usar su casa como “motel” para tener sexo contigo. Pero ahora, viendo todo esto, debo serte sincera: la cosa no me gusta tanto, Juan Alberto— Expresó con gravedad Mercedes.
—Merce, Merce. Vamos por partes. Primero, lo del engaño fue una genialidad. Segundo, como te dije antes, me excita enormemente que tu madre nos mire. Y creo que a vos también te terminará enloqueciendo. Tercero, tenemos un contrato, por el cual vos debes satisfacer todos mis caprichos sexuales, y este es ahora uno de ellos. —Explicó despiadado el viudo sin inmutarse por los ojos brillosos de su amante acorralada. —yo creo que nada de eso te parece mal a vos. Lo que te da miedo es que la cosa siga adelante y yo termine exigiendo cogerme a tu madre, ¿No?
Mercedes asintió y las lágrimas cayeron por sus mejillas. Estaba acorralada y angustiada. Y no rompió a llorar porque se encontraban en un lugar público.
—No tenés nada que temer en ese sentido. Ya te dije que no quiero tener sexo con tu madre. Pero que me gusta que nos mire. —Aseguró el pérfido viudo.
—Ok. Comprendo. Comprendo. Está bien— Se resignó mercedes esforzándose por no llorar.
En ese momento, el viudo jugó una carta maestra que tenía en su manga.
—Bueno. No se habla más del tema entonces. Y pasamos al tema que SI quería que hablemos hoy. Esto: —Dijo ceremoniosamente el viudo y puso sobre la mesa un sobre que tenía el nombre de Mercedes.
Mercedes, aun intentando reponerse, observó el sobre y cierto brillo de alegría le volvió a los ojos. Era un regalo seguramente, ¿pero ¿qué?
— ¿Es para mí? —preguntó la cuñada, con cara de cachorrito abandonado.
—Para vos, y sólo para vos. —Sentenció el amante— ¿No lo vas a abrir?
Mercedes lo tomó, coqueta, mirando por encima del sobre a su amante y lo abrió. Ella, al igual que su madre, se transformaba cuando recibía cualquier cosa material: dinero, regalos, dádivas. En este caso, al ver el contenido, no pudo creer sus ojos.
— ¡NOOOOO! ¿Es mía? ¡No lo puedo creer! ¡GRACIAS MI AMORRRR! — Gritó Mercedes llamando la atención de toda la concurrencia y parándose a abrazar y besar a su “benefactor”.
Caída sobre la mesa del restaurante había una tarjeta de un concesionario de automotores con la foto de una mini-SUV marca Audi.
El mozo que pasaba y alcanzó a ver de qué se trataba, comprendió todo de inmediato y corrió a contárselo a otros empleados del restaurante. Una moza joven que los había estado observando antes y veía todo el escándalo hecho por la madura Mercedes, hizo una observación totalmente certera.
—Esa vieja putona recién estaba a punto de llorar por algo que le hizo su macho y, dos minutos más tarde, el tipo le regala una camioneta importada y la perra se olvida de todos sus problemas. Si es la esposa del tipo, es una cornuda terrible. Y si no es la esposa es una amante mantenida que va a tener que hacer montones de guarrerías para ganarse el auto. —Concluyó la empleada gastronómica que podría haber sido psicóloga.
Mientras tanto la conversación en la mesa se animó súbitamente. Atrás quedaron las dudas y los miedos de Mercedes. No se olvidó de su madre, pero pensó que si tenía que chuparle la verga a Juan Alberto en el asiento del acompañante de la Audi, con su madre aplaudiendo en el asiento de atras, ella estaba dispuesta a hacerlo. Incluso, al imaginárselo, le dio cierto cosquilleo inguinal. Así era la dinámica de aquella familia y así eran sus integrantes.
Durante el almuerzo Juan Alberto explicó todas las condiciones. El vehículo sería entregado en 3 meses (la crisis demoraba todo tipo de importaciones) y él mismo estaría presente ese día de la entrega, para lo cual haría un viaje de visita específicamente para retirarlo. Juan Alberto también explicó que (a los efectos de favorecer la convivencia en los próximos meses) harían creer a Gregorio que el auto era “de la familia” pero que al momento de transferirlo permanecería a nombre conjunto de los dos amantes. Esto excitó sobremanera a Mercedes que imaginaba que no estaría a nombre de ella. Juan Alberto También puso la condición que Mercedes debía finalizar los trámites para el registro de conducir en los meses venideros. Obviamente, Mercedes asintió a todo.
Cuando terminaron de almorzar, Mercedes propuso pasear por la zona y buscar un lugar tranquilo para estacionarse y “conversar un poquito” antes de regresar. Obviamente eso era en clara alusión a darle una mamada de agradecimiento. Pero Juan Alberto se descolgó con una idea impensada.
—Merce, por acá cerca no vivía la hermana menor de Gregorio, como se llamaba—Fingió no recordar el viudo malvado.
—Ehhh… ¿Quién? ¿Imelda? Ehhh. Sí vive acá cerca, de pasada en el camino de regreso. ¿Por? —Preguntó Mercedes, con algo de recelo, pero dispuesta a no permitir que nada arruinara su día triunfal.
—Porque pienso que corresponde pasar a saludarla. Si se entera que estuvimos por acá y no pasamos, queda feo, ¿no? — Explicó el viudo.
—Pero si tú ni la conoces— Intentó zafar Mercedes.
—Pero vos sí. Y aparte, precisamente, al no conocerla, corresponde que pasemos y me presentes— Sancionó con autoridad el cuñado.
—Ok. Bueno. Si. Vamos ahora, si quieres—Se resignó Mercedes.
De camino a casa de su cuñada Imelda, Mercedes razonó que no debía preocuparse. Ella aprovecharía la visita para pavonear su regalo y para reafirmar su condición de “jefa de la familia”.
En verdad, Imelda siempre había sido una buena amiga e incluso había defendido a Mercedes frente al machismo autoritario de su hermano Gregorio. Pero también estaba el detalle que Imelda era bastante atorranta y que, habiéndose resignado a permanecer soltera pasados los 40, se destroncaba cuanto hombre le gustaba. En la mente de Mercedes no tenía dudas que a Imelda le iba a gustar Juan Alberto. Y tampoco dudaba que Juan Alberto, tarde o temprano, iba a querer cogerse a Imelda, pero dado que aquello era inevitable, no tenía sentido oponerse a nada, sino más bien aprovechar la situación lo mejor posible.
Mercedes condujo hasta casa de Imelda y cuando estaba estacionando, su cuñada salía a la vereda sin dar crédito a lo que veían sus ojos: Mercedes manejando el auto de Gregorio sin Gregorio. También se fijó en que el asiento de acompañante estaba ocupado por un hombre atractivo y aparentemente algo más joven que Mercedes, y de inmediato supo de quien se trataba.
Los amantes se bajaron y se dieron las presentaciones del caso. Juan Alberto miraba a Imelda como para devorarla con los ojos e Imelda daba todas las señales que permitiría de buena gana ser canibalizada por el visitante.
El tema obligado de conversación fue el coche de Gregorio sin Gregorio y las explicaciones causaron muchísima alegría en Imelda.
— ¡Por fin alguien puede ponerle límites a mi hermano! Cuando éramos chicos, él tenía el monopolio del auto de mi padre y siempre me “extorsionaba” si necesitaba que me llevara a algún lado. Me parece genial que logres la libertad que te otorga la licencia de conducir, Mercedes. —Se solidarizó Imelda con su cuñada. —Espero que después que parta Juan Alberto y cuando obtengas la licencia, mi hermano comparta la camioneta.
—Bueno…. Eso no va a ser necesario, porque voy a tener la mía— Respondió Mercedes mostrándole su regalo.
Las dos mujeres se abrazaron y festejaron. Imelda tenía mucho resentimiento con su hermano por cuestiones que no hacen a la esencia de esta historia, pero que acaso algún día contaremos (si es que interesa a los lectores).
—Espero que mi hermano no se aproveche apoderándose de la camioneta nueva y te deje a tí con esa cosa vieja— Dijo seria Imelda, que prácticamente había descubierto el plan de su maligno hermano.
—Eso no va a pasar, yo se los garantizo—Irrumpió el viudo.
— ¡Pero qué bueno tener un “protector” así, Mercedes! —Dijo Imelda a su cuñada mientras se colgaba del bracete del viudo que acababa de conocer— ¿Que tiene que hacer una mujer para tener uno así?
—Bueno, bueno. No es para tanto—Dijo el viudo mientras abrazaba a lmelda por la cintura—Yo hago esto por la memoria de mi esposa, la hermana de Mercedes.
—Uh. Les pido disculpas no quise…. —se avergonzó Imelda.
—Tranquila, Imelda, no pasa nada. Más allá de todo lo ocurrido, yo estoy feliz de contar con este “benefactor” —Terció Mercedes colgándose del cuello de su cuñado y estampándole un beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de los labios. Aquello era una falta total al luto y las buenas costumbres.
Juan Alberto, con una mujer tomada de la cintura con cada brazo, se encaminó hacia la casa de Imelda sin esperar a ser invitado.
Imelda vivía en una casa muy grande y lujosa. Su pasar económico era mucho mejor que el de su hermano gracias a su profesión: abogada. En un país en ruina político-económica, a los abogados siempre les va muy bien.
Los tres tomaron el té y conversaron de nimiedades. Imelda se mantuvo coqueta y provocadora todo el tiempo, pero Mercedes no le cedió terreno y coqueteó con su cuñado frente a la esposa de su hermano sin ningún pudor. Incluso, aprovechó que compartían el sofá para acomodarle el pelo o sacarle alguna que otra pelusa inexistente de su ropa.
Viendo toda esa interacción, a Imelda no le quedaron dudas que esa mujer estaba acostándose con el cuñado a cambio de favores monetarios… y para mortificar a Gregorio, el cual, por otro lado, lo merecía porque había sido un infiel serial, un esposo descuidado y un mal hombre desde el día que entró en la pubertad.
La parejita partió de regreso y Juan Alberto prometió a Imelda que el primer viaje de la familia en el auto nuevo sería para visitarla a ella.
Mientras tanto, varado en su apartamento y sin poder concentrarse en sus videojuegos, Gregorio no podía dejar de pensar en la erección que le había causado escuchar como Mercedes era cogida por Juan Alberto. Intentó masturbarse y no pudo lograr la erección. Preocupado, llamó a una de sus amantes del pasado (Gregorio engañaba a Mercedes con muchas mujeres desde que eran novios, pero había ido perdiendo contacto con sus amantes cuando dejó de trabajar y su autoestima se desplomó). La única putita que le quedaba disponible era, nada menos que, una prima de su esposa, Ana María. Pero Ana de entrada le aclaró que, si se veían, ella esperaba dinero a cambio. Gregorio, desahuciado, por estar crocante de seco, declinó.
De inmediato el infame cornudo tornó su atención hacia la chica que realizaba tareas domésticas en su casa. A pesar de no tener un cobre partido al medio y estar los dos casi totalmente desocupados, Gregorio y Mercedes mantenían servidumbre (pagada por su hermana y ahora por su cuñado). La jovencita, una madre soltera de apenas 16 años llamada Raquel, provenía de una familia extremadamente humilde que vivía de un cerro cercano y que aceptaba limpiar, cocinar y ordenar casas de gente rica a cambio de una paga miserable.
En el pasado Gregorio se había acostumbrado a que Raquel le hiciera felaciones (tragando todo su semen, por supuesto) a cambio de un paquete de harina o uno de azúcar como sobreprecio a su magra paga de empleada doméstica. Y ese era el momento de aprovechar las necesidades básicas insatisfechas de la pobre Raquel.
—Raquel, querida, ven que tengo algo para ti—Llamó Gregorio relamiéndose, convencido que esa preciosura no solo sería capaz de ponerlo duro, sino que lo haría eyacular rapidísimo con su delicada boquita. (Para Gregorio, cuanto más rápido acababa, mejor era, no le gustaba perder tiempo en un sexo demasiado prolongado).
— ¿Qué se le ofrece, Señor Gregorio? — Preguntó la chica, sonriendo coqueta, que ya conocía el paño.
—La pregunta es qué se te ofrece a ti y al niñito sin padre que tienes en la casa de tus padres, Raquelita. ¿Azúcar? ¿Una botella de aceite acaso? Yo puedo dártelos si tú eres buena conmigo, ¿sabes?— Preguntó con perversidad el impotente Gregorio
—Claro que lo sé señor Gregorio y no se imagina cuanto se lo agradezco—Respondió Raquel con una sonrisa enorme.
Gregorio se paró como si tuviera un resorte en el trasero y se puso frente a ella. Pero al momento en que iba a hacer el ademán de empujarla por los hombros para ponerla de rodillas entre sus piernas, como solía hacer desde que la joven tenía tiernos catorce años, la chica lo interrumpió.
—Pero esta vez no estamos necesitando nada, ¿sabe? El amigo de su esposa, ¿cómo se llama? El señor… ¿Juan Alberto? —Dijo la chica sorprendiéndole—Me ha aumentado el suelo, ¡me paga dos veces el salario mínimo y me hace aportes! Además me ha dicho que ni se me ocurriera pasar un día con falta de comida en mi casa, que solo pidiera y que él o la señora Mercedes me iban a dar. Así que no necesito nada, Señor Gregorio, ¡Pero gracias, igual!
Y ni bien dijo eso la “insolente mocosa”, como la empezó a llamar Gregorio, dio media vuelta y se fue bamboleando un joven y redondo culo para regresar a fregar el inodoro, tarea que, como nunca antes, le sonó a la más digna del mundo después de haber eludido tragar la leche maloliente de “ese viejo pichafloja” (que era como Raquel llamaba secreta y recelosamente a Gregorio, su abusador serial).
Gregorio la vio partir y se arrepintió profundamente de no haberle ofrecido en su momento, cuando su esposa estaba de viaje por la muerte de Ariana, un par de botellas de Coca-Cola a cambio de desvirgarle el ano. Porque ahora eso le sería imposible. Bueno, al menos, durante aquellas semanas se la había podido coger por la concha varias veces a cambio de pañales descartables para el bastardo de la adolescente.
La situación dejó a Gregorio más desesperado que nunca: Sin poder tener erecciones, bloqueado de todos sus recursos sexuales, y condenado a ver cómo su esposa y el amante se burlaban de él coqueteando en su cara. Sin embargo, en su desesperación, pensó que acaso podría usar todo eso a su favor.
De regreso en la casa, Juan Alberto hizo el anuncio del regalo con bombos y platillos y fue festejado por todo el mundo, incluso por Gregorio (que se imaginaba conduciendo la Audi). Y los tres adultos (en verdad, Juan Alberto) decidieron enviar a las niñas a dormir temprano para hacer un “festejo para grandes”.
Una vez que estuvieron los tres solos, Juan Alberto apareció con una botella de champagne que sirvió y ofreció al matrimonio. Mercedes tomó la copa y comenzó a juguetear sensualmente.
— ¡Mmmm, Champagne! Mucho cuidado, porque cuando tomo champagne me excito como una leona en celo y no respondo de mis actos. Jajaja. —Dijo Mercedes provocando a Juan Alberto, sin reparo alguno de la presencia de su esposo.
—A ver… ¿Mi compañera de habitación se pone caliente por tomar champagne? ¿Cómo no me avisaste antes, Gregorio? jajajaa— Humilló el viudo.
—Eehhh… Y bueno… son cosas que uno, después de 14 años de casado, da por hecho—Payaseó el cornudo pretendiendo unirse a la “broma”.
—Bueno. Bueno. ¿Champagne y qué más? — Inquirió juguetona Mercedes.
—Si es por festejar, propongo que veamos una de las películas que tanto le gustan a Juan Alberto— Propuso Gregorio para sorpresa de todos, y siguiendo el plan que había pensado luego de su frustrado intento por fornicar a la empleada.
Juan Alberto y Mercedes ya estaban sentados en el sofá, El hombre con la espalda apoyada en el respaldo y las piernas abiertas. La cuñada estaba sentada de costado, mirando a su amante, con las piernas recogidas sobre el asiento del sillón y con sus globulares tetas prácticamente rozando el hombro de su cuñado.
Gregorio los veía a los dos calientes el uno por el otro y creía sentir cabrestear que su pequeño y flácido pene. Por lo tanto, el perverso cornudo se apuró a sugerir una película.
—Veamos una de “cuckholds” las favoritas de nuestro invitado, ¡por habernos dado un presente tan bueno—Propuso Gregorio.
— ¿Esas donde un hombre espectacular se coge a una mujer cuyo esposo no la puede satisfacer? —Provocó Mercedes mientras la película ya rodaba.
—Exactamente de esas— Contestó Gregorio sentado en un silloncito al costado de la pareja.
—Uhhh… Con el champagne que he tomado y ahora esta peli, no sé si podré recordar los votos matrimoniales, Gregorio. —Humilló Mercedes.
En ese instante la reacción de Gregorio sorprendió a los dos amantes. Se inclinó sobre la mesita del living, tomó la botella y llenó la copa de Mercedes, en una tácita actitud de consentimiento.
Mercedes comenzó a rasguñar la pierna de Juan Alberto sin dejar de mirar a su marido a los ojos. Y cuando Gregorio comenzó a tocarse, las uñas de mercedes llegaron hasta la abultada bragueta de su amante.
Juan Alberto comprendió de inmediato el juego al que jugaba Gregorio y se preparó para arruinarlo.
—Gracias por ofrecer ver las películas que me gustan, Gregorio, pero prefiero ir a dormir. —Terció impasible Juan Alberto—Ha sido un día largo para mí. Pero si ustedes quieren festejar, festejen tranquilos.
—Yo también quiero ir a la camita—Agregó mercedes, sin comprender lo que pasaba, pero teniendo la seguridad que Juan Alberto sabía lo que hacía.
—Pero… la peli…. —protestó Gregorio desilusionado y perdiendo de inmediato su incipiente erección.
—No nos interesa, Gregorio. Pero mirala vos si querés. —Respondió Juan Alberto y desapareció en su habitación.
Gregorio no podía comprender lo ocurrido. En pocos minutos había quedado solo en el living cuando todo parecía indicar que su esposa iba a pajear a Juan Alberto delante de él.
Sin intención de resignarse del todo, Gregorio se acercó sigilosamente a escuchar en la puerta de la habitación que había sido suya.
Detrás de la puerta junto a la que escuchaba Gregorio, Mercedes intentaba entender lo ocurrido, pero siendo lo más sensual y provocadora posible.
— ¿Qué pasó? ¿No te estaban gustando mis caricias, Juan?
—Jajaja. Como no me iban a gustar. Me gustaban, pero me estaba aburriendo, quería tenerte acá a solas—Respondió Juan Alberto comiendo la boca de su amante.
—Emmm ¿y para qué me querías acá solita? —Preguntó Mercedes sin dejar de fregar el bulto de su cuñado.
—Para que me recompenses por tu regalo hoy, satisfaciendo una de mis fantasías más secretas—respondió Juan Alberto mientras desnudaba a su amante.
En pocos minutos, Juan Alberto estaba hincado entre las piernas de su cuñada lamiendo su clítoris y penetrándola con sus dedos.
Mercedes sabía que no podría ser esa la fantasía de la que hablaba su cuñado pero se sentía tan rico que no quiso decir más nada.
—Ufff eres increíble, Juan Alberto, que rico me comes—alentó la esposa infiel.
El cunnilingus causaba enorme placer en Mercedes que adoraba las caricias orales sincronizadas con los dedos fregando el interior de su pringosa vulva. En un momento, Mercedes sintió que Juan Alberto retiraba los babosos dedos de su concha y haciendo “pinzas” con el pulgar y el índice tomaba la comisura inferior de su vulva y la estimulaba con un movimiento circular, sin parar de lengüetear la abultada pepita clitoridiana
— ¡Ahhhh, SIIII! ¿Qué es eso? Me enloqueces— Gimió Mercedes arqueando la espalda ante una nueva sensación provocada por el viudo.
Los dedos del experto amante no se quedaron en su sitio, sino que siguieron bajando, acariciando el perineo y luego dibujando sendos círculos y presionando en el virginal esfínter anal de la madura. Fue entonces que le quedó claro a Mercedes cual era la fantasía que Juan Alberto iba a cumplir esa noche.
—Mmmmm ¡Si penétrame por ahí! Pero despacito, mi vida, mi culito es virgen—alentó y a la vez suplicó la morbosa madura.
Con la oreja pegada a la puerta, fuera de la habitación, Gregorio no sabía cómo estaba siendo penetrado el culo de su esposa, pero no tenía dudas que Juan Alberto, de alguna manera, la estaba penetrando por el agujero que él nunca había podido desflorar. Automáticamente su verga dio un salto y comenzó a endurecerse.
Dentro de la habitación, los amantes continuaron trabajando el culo de Mercedes.
Ella comenzó a frotarse el clítoris con sus propios dedos bien insalivados para darse placer y relajarse. El viudo seguía lamiendo la vulva, y especialmente el perineo. Chupeteaba los enormes labios vulvares y los succionaba ruidosamente sin dejar de penetrar el culo con el dedo mayor. Los gordos dedos del amante presionaban el culo de la Madura que pujaba y alentaba como una perra en celo.
—Métemelo por el culo, Juan Alberto, ¡hazlo! —Imploraba disimulando su miedo la madura.
Cuando la primera falange del dedo mayor del viudo perverso venció la resistencia del ano de la cuñada, se hizo un silencio total que fue interrumpido por un grito de la mujer
— ¡AHHHHH! ¡Me lo estás penetrando! ¡SIIII!
El dedo del viudo fue adentrándose en el culo de mercedes al tiempo que la boca succionaba y lengüeteaba los labios vulvares y el clítoris de la cuñada.
Mercedes usaba una mano para empujar la nuca de su macho, mientras que con la otra se aferraba a la muñeca de la mano cuyos dedos la culeaban, apretando fuerte cuando sentía dolor intolerable, y aflojando cuando quería ser punzada intestinalmente.
La situación era apabullante para mercedes. La vulva le temblaba ante la suave estimulación de la lubricada boca del amante, al mismo tiempo el culo le ardía y el esfínter se le estiraba dolorosamente. Lo mejor y peor (a la vez) llegó cuando empezaron las contracciones orgásmicas de la mujer.
Con cada contracción se sentía penetrada como nunca antes, pero a la vez, las contracciones hacían que el esfínter anal se apretara a los gruesos dedos y le hiciera ver las estrellas.
¡Me matas! ¡Me duele! ¡Me Encanta! ¡Me partes en dos! ¡SI! ¡SI! ¡Me desgarras! ¡MAS! ¡MAS que me vengo! —gritaba Mercedes superada por tan intensas sensaciones.
Al otro lado de la puerta, al resonar las palabras “me vengo”, la verga de Gregorio escupió dos goterones de semen y al cornudo se le aflojaron las piernas.
—Hora de ir a dormir— Pensó el dominado esposo satisfecho, pero odiándose a sí mismo por excitarse escuchando que su esposa era culeada por el desgraciado de Juan Alberto.
Mercedes cayó rendida, satisfecha y dolorida y Juan Alberto pensó que al día siguiente, en casa de su suegra sería su turno de acabar.
Efectivamente, al otro día, la pareja de amantes se apuró a llegar a casa de Doña Graciela que los esperaba directamente a desayunar. La vieja los recibió producida, cuidadosamente peinada y maquillada y enfundada en unos pantalones y una blusa apretados que le daban un aspecto, no de madura sexy, sino de anciana calenturienta y trémulas carnes caídas.
Mercedes ya se había preparado mentalmente para eso y fue la que se apuró a comenzar el juego que seguramente le gustaría a su amante.
— ¡Oh, Mami! ¡Que bella y provocadora estás! —Mintió descaradamente la hija— Si no fuera porque es tu yerno, juraría que estás intentando seducir a Juan Alberto.
—Y si tú puedes, que es tu cuñado, ¿por qué no voy a poder yo? —Retrucó la vieja.
Juan Alberto echó a reír, induciendo también la risa en las dos mujeres y tomó a cada una de la mano, con dedos entrelazados y se metieron adentro.
Desde el balcón de uno de los edificios de la urbanización, un joven afrocaribeño y veinteañero los observaba y pensaba que la vieja del edificio del frente había contratado a una pareja joven para hacer un trio.
Desde un primer momento y durante todo el desayuno la conversación entre los tres “familiares “fue descaradamente sexual por iniciativa de la suegra.
—Bueno, chicos, ¿y hoy? ¿Cómo están? ¿Tan calientes como el otro día? —provocó la vieja.
—Yo más aún—Sentenció el viudo
— ¿MAS? ¡Por favor! ¿Cómo es eso posible? —Quiso saber Graciela.
—Jajaja. La historia se repite, Mami, anoche Juan Alberto me atendió muy bien, pero quedé tan “destruida“ que lo dejé con las ganas, pobrecito—Explicó Mercedes que si bien en un primer momento había tenido recelos de ver a su madre hablando guarrerías con su amante, ahora estaba empezando a animarse.
— ¡Otra vez la misma historia! Y bueno. Mi habitación está a su disposición, ya lo saben— Se relamió la suegra, con la certeza que ese día iba a ver otra espectacular performance sexual de su yerno y su hija.
—Bueno. Bueno. Tampoco es que me quedé con las ganas. Al fin y al cabo cumplí una de esas fantasías que siempre había tenido— Aseguró el viudo, picando la curiosidad de su suegra y haciendo sonrojar a su putísima cuñada.
— ¿Y qué fantasía era esa? —Quiso saber Graciela.
— ¡Ay, No! Qué vergüenza, cuéntale tú, Juan Alberto— Dijo Mercedes riendo nerviosamente
—Jajaja. No se cómo lo tomará tu madre— prolongó el suspenso el viudo.
—Jajaja. Ahora no me dejen así. — Exigió la descarada anciana.
Los dos amantes se miraron y estallaron en risas mientras Graciela luchaba por descifrar todo. Juan Alberto lo contó disfrazando la explicación de pregunta.
—Cuando su esposo vivía, Señora Graciela, ¿ustedes practicaban sexo anal? —Preguntó con descarada honestidad el yerno.
— ¡JUAN ALBERTO! ¡Son mis padres!—Reaccionó con fingido enojo Mercedes, que se sorprendió a si misma por estar sintiendo una calentura de hembra salvaje en celo escuchando semejante conversación.
—Jajaja. Tranquila, hija, que estamos en confianza—Se apuró a intervenir la madre que ya sentía un intenso cosquilleo en su zona vulvar— ¡No me digan que anoche “lo hicieron por atrás”!
El silencio y las caras pícaras de los amantes, seguidas por un estallido de risas fue la confirmación que la madre necesitaba: El viudo de su hija menor había roto el culo de su hija mayor. Vaya tema de conversación para un desayuno familiar.
—Y si ha sido así, ¿cómo puede ser que usted se haya quedado con las ganas? —Se entrometió la vieja.
Juan Alberto procedió a relatar lo ocurrido por la noche con Mercedes, como quien cuenta que fue a pasear al prado. Y para cuando terminaron el desayuno, el viudo tenía la verga dura e inflamada brutalmente, su cuñada estaba totalmente lubricada por la excitación, y su suegra, si bien ya no lubricaba tanto, estaba invadida por un escozor vaginal que la volvía loca.
Como ha había ocurrido antes, la suegra les ofreció que fueran a la habitación fingiendo quedarse rezagada a ordenar, con el solo fin de ganar tiempo para poder ir a espiarlos en secreto más tarde. Juan Alberto y Mercedes comprendieron la movida y con complicidad se retiraron besándose y tocándose impúdicamente delante de la madre de la difunta Ariana.
Una vez en la habitación, cuando ya estaban totalmente desnudos y llevaban unos minutos refregándose calenturientamente, los dos amantes tuvieron la certeza que Graciela estaba espiándolos. Para sorpresa de Juan Alberto, Mercedes tomó la iniciativa.
—Mamita. ¿Estás ahí? —Preguntó la cuñada mirando a la abertura de la puerta.
La vieja reculó al sentirse descubierta e intentó acallar el tuntuneo del corazón que prometía saltarse de su pecho.
—Mami. No tienes que esconderte para mirar. Si quieres puedes pasar—Insistió la hija que ahora se sentía una puta sucia y sin norte moral alguno. Y lo peor: le gustaba lo que sentía.
—Ay hija. Qué pena— resonó la voz de Graciela al otro lado de la puerta.
Juan Alberto arreció los besos y las mordidas en el cuello y los pechos de Mercedes que gimiendo siguió llamando a su madre.
— ¡AHHH! ¡SIII! Pasa, mami, pasa. Pasa y mira de cerca—Invitó la hija decidida a complacer tanto a su madre como a su cuñado.
La vieja empujó la puerta y sin dejar de clavar la vista en su hija y su yerno se acercó al borde de la cama.
Mercedes ya estaba boca arriba, con las piernas abiertas y Juan Alberto le comía la vulva como si se estuviera por acabar el mundo. La madre se sentó al borde de la cama donde su hija estaba siendo estimulada por su yerno y se dedicó a mirar el espectáculo.
El yerno le daba delicioso sexo oral a Mercedes y no paraba de penetrar su vulva con los dedos.
Cuando se repitió la operación del día anterior, de acariciar el esfínter anal de Mercedes, la cuñada volvió a implorar suavidad.
—Despacito, amor, que mi culito está apretadísimo
Graciela se volvió a un costado, abrió el cajón de su mesa de luz y sacó algo.
—Acá tengo un aceite mineral que es mejor que la vaselina, hijos—Ofreció ayuda la vieja.
—Póngamela en los dedos, suegrita—Ordenó cariñoso el yerno.
Con el corazón latiendo como un generador de 220 voltios de morbo, la vieja se inclinó y dejó caer un generoso chorro de lubricante en los dedos que acababan de salir del culito de su propia hija.
Cuando los dedos se perdieron nuevamente en el ano de Mercedes, la mujer penetrada aulló de placer.
— ¡WooooW! ¡Eso SI que se siente ricooo!
Juan Alberto comenzó a arreciar con el mete-saca de los dedos sin dejar de lamer la conchita de Mercedes.
Mientras tanto la hija se aferraba a la madre que le daba aliento.
— ¿Verdad que es rico eso? A que te encanta, hija
— ¡SIIII Mami! Se siente ESPECTACULAR—gritaba Mercedes
En ese momento la vieja propuso una posición más avezada para los amantes.
—Hijos, si van a querer que Juan Alberto se venga, van a tener que penetrar ese culito con algo más que los dedos. A ver hija, ponte en cuatro patas—Instruyó Graciela
Totalmente rebasados por la lujuria, ambos amantes siguieron las instrucciones de la vieja. Mercedes se puso en cuatro patas, mirando a Graciela y dando el culo al viudo.
Cuando el viudo se paró detrás de su amante, la suegra se apresuró a verter lubricante. Primero puso una abundante cantidad sobre el culo de su hija y lo dejó resbalar por la raja. Juan Alberto, sin dejar de mirar a su suegra, usó su mano derecha para esparcir el chorreante lubricante por todo el ano de Mercedes.
Simultáneamente, y sin dejar de mirar a los ojos a su suegra, Juan Alberto tomó con la mano izquierda su erecto miembro y se lo ofreció a la vieja. La suegra no necesitó instrucciones y se limitó a volcar crema sobre la enorme verga (relamiéndose, pero sin tocarla) mientras miraba alternativamente los ojos y el falo de su yerno y se mordía los labios inundada de lujuria.
Cuando la verga estuvo totalmente empapada de crema, Juan Alberto comenzó un lento movimiento a modo de paja en su propia verga sin dejar de estimular el lubricado ano de Mercedes con la otra mano.
—Méteselo, hijo, méteselo que ya están bien lubricados—Invitó la vieja que se sentía desfallecer de lujuria.
Con la mano izquierda apoyada en las caderas de Mercedes, y con la verga en ristre en la mano derecha, Juan Alberto apoyó la cabezota brillosa en la engrasada puerta trasera de su amante.
Mercedes dio un respingo al sentir el vergón hurgueteando su estrecho agujero anal. Y la vieja, ya sentada cara a cara con su propia hija, le habló con dulzura.
—Tranquila, mi vida, relájate y afloja el culo, no aprietes, que les va a gustar a los dos. —le murmuró a su propia hija rozándole la cara con sus labios.
Juan Alberto comenzó a empujar y con poco esfuerzo, su glande penetró el ano de Mercedes de golpe.
— ¡AAAAYYYY! —gritó la mujer.
—Despacio, Juan Alberto, deja que su culito se acostumbre—Instruyó Graciela. —Tranquila hijita. Respira hondo y relájate.
Juan Alberto siguió empujando poco a poco, penetrando el culito de Mercedes centímetro a centímetro y haciendo pausas para que el ano se habituara. Cuando llegó a tope, Mercedes soltó un gemido de placer.
— ¡AAAGGGHH SIIII!
Juan Alberto comenzó el rítmico movimiento alternativo de sus caderas, y Mercedes se sintió desfallecer de dolor entremezclado con placer que la volvía loca.
—La conchita, hija, para que goces bien hay que estimular la vulvita—Disertó la vieja que parecía una experta en culear y ser culeada.
Instintivamente la mano de Mercedes buscó su propia vulva. Graciela le puso lubricante, y en menos de 2 minutos, la propia mano de Mercedes, embadurnada de crema, estaba fregando su pepita.
— ¡Ay que no aguanto, Mami! ¡Así me vengo! —comenzó a gritar Mercedes.
— ¡Yo también, me vengo, me vengo! —Jadeaba Juan Alberto mientras observaba como su suegra sostenía a su hija mientras él le taladraba el culo
—Acábale adentro, hijo, llénale los intestinos de leche—Alentaba la vieja totalmente poseída por el morbo y la lujuria.
— ¡Quiero tu leche en mi culo, mi amor! ¡Dame duro! ¡Más duro! — Mercedes competía a los gritos por superar en volumen a su madre.
Cuando Juan Alberto anunció que se venía, Mercedes comenzó a tener un orgasmo sucio e intenso, y las contracciones rítmicas del esfínter anal se sintieron en la verga de Juan Alberto que comenzó a venirse como un caballo en el culito de la hermana de su difunta esposa.
Finalmente, los amantes se desplomaron exhaustos y la señora Graciela los dejó solos y fue a refrescarse y a acicalarse.
Mercedes se sentía aturdida pero segura de haber hecho bien el papel que su amante esperaba de ella. Cualquier culpa o reparo que había tenido antes de involucrar a su madre se calmó, al menos de momento, al sentirse exclusividad (al menos por ahora) con Juan Alberto.
Juan Alberto estaba feliz y exultante. Se sentía más poderoso y libidinoso que nunca.
Al partir de la casa de Graciela, auscultó la posibilidad de ser incluida más activamente en los juegos sexuales de su hija y de su yerno.
—Bueno, hijos, ¡si vieran como me han puesto hoy! Casi no me reconozco jajaja—Bromeó Graciela—“vamos” a tener que hacer algo al respecto, yo necesito “entretenerme” de alguna manera mientras ustedes cogen.
—Por supuesto, suegra—Respondió Juan Alberto ante la mirada asustada de su amante — Y mañana mismo le hago instalar el televisor que me pidió, para que pueda entretenerse usted solita.
La “solución” propuesta tomó por sorpresa a ambas mujeres. A Mercedes la alivió. Y a Graciela, si bien la desilusionó, le dio la alegría de recibir un “regalo caro”.
—Bueno, hijo, no pensaba en eso, justamente, pero bienvenido sea. — Aceptó la suegra.
Al salir a la vereda, Juan Alberto vio al muchacho negro que los había estado observando al llegar y se le acercó a conversar con él. El joven tenía fama de ser “hombre de mil oficios”: electricista, plomero, etc. Y también era conocido entre las viejas de la urbanización porque a cambio de algo de dinero solía satisfacer a mujeres solas y casadas por igual.
Los dos hombres conversaron un rato, luego se dieron la mano, y Juan Alberto se subió al coche de su amante.
— ¿Qué pasó? —Quiso saber intrigada Mercedes.
—Nada, nada. Hablé con el pibe para ver si mañana puede instalar la televisión de tu mamá. —Respondió el viudo y partieron.
La historia de lo ocurrido en la instalación del televisor no es relevante a esta historia, pero podría ser contada como una historia independiente y colateral si algún día hay suficiente interés de los lectores.
Continuará,