La chica juguete
Sus uñas se clavan en la zona superior de mi espalda, justo debajo de mi hombro, hasta hacerme sangrar. Ocho líneas de sangre, cuatro por lado, me abren la piel mientras grito de dolor.
Entonces, me corro en su interior.
– Joder, Carmen, te has pasado.- Siseo cuando me toco las heridas del hombro izquierdo con las yemas de la mano contraria, el escozor aún durará horas, como siempre.- ¿No habíamos quedado en que no me ibas a dejar más marcas?
Carmen no contesta, simplemente sonríe con cierto desprecio aristocrático mientras observa que todas sus uñas estén en su sitio. Odio cuando trata de ignorarme, como si los casi quince años que me saca le otorgaran el poder para hacerlo sin que yo pudiera protestar.
– No. Eso lo dijiste tú. Yo jamás lo acepté.- me responde, volviéndose hacia la mesita y cogiendo un cigarrillo.
– ¿No me vas a dar uno?- pregunto, irritado. Las heridas del hombro escuecen aún.
– cómprate.- contesta, sin dignarse siquiera a mirarme y exhalando una bocanada de humo que se eleva por la habitación.
– Que te follen.- Me inclino sobre ella para llegar al paquete de «Fortuna» que yace sobre la mesita, robándole un par de cigarrillos. Me enciendo uno y dejo el otro en la mesita que hay en mi lado de la cama.
No puedo negar que el sexo con Carmen es genial, tal vez eso sea lo que me lleva a volver una y otra vez a su casa, pero fuera de la cama ni siquiera nos soportamos.
– Ay, cariño. Me empiezas a aburrir.- me suelta desganadamente.
Como única respuesta suelto un soplido mientras busco en mis pantalones, tirados al borde de la cama, un mechero con que encenderme el pitillo.
En cuanto me acabo el cigarro, me visto cojo el otro para colocármelo sobre la oreja, y me voy de la habitación.
Sinceramente, no sé si acostarse con Carmen es una bendición o una maldición. Obviamente no todos mis compañeros de facultad pueden presumir de follarse a una mujer de treinta y cinco años, inteligente y más puta que las gallinas, pero tal vez no sea algo de lo que presumir una vez que conoces las consecuencias. No soy para Carmen más que un entretenimiento pasajero, alguien que la hace sudar y llegar al orgasmo sin tener que esperar nada más después. Esa mujer me usa, me utiliza como si fuera un pañuelo desechable y luego me tira. Al menos hasta que le vuelve a picar la entrepierna.
Pero en fin. Los dos sabemos los límites de nuestra relación y, tal vez por eso, sea una relación irrompible mientras ninguno se salte las reglas. Ella no lo va a hacer, porque para algo fue ella quien las puso, y yo… yo me conformo con esos encuentros esporádicos porque significan un polvo seguro y siempre bestial.
Como ya habréis podido imaginar, no soy un romántico. Nunca lo he sido. Más bien al contrario, desde el instituto tengo una extensa fama de rompecorazones. No es culpa mía, o al menos no del todo. Las mujeres me suelen aburrir al cabo de una semana, aunque Carmen es distinta. No es como esas mojigatas de mi edad que siguen a la búsqueda de un príncipe azul, ella sabe lo que quiere y yo se lo doy. Luego, cada uno sigue con su vida. Sinceramente, los dos hemos tenido suerte. Yo, de encontrar a una mujer mayor con la que he aprendido más cosas de las que creí posible aprender sobre una cama. Ella, de encontrar un chico joven, vigoroso, y que jamás se va a enamorar de ella.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, ya no recibo los mensajes de Carmen con la misma ilusión. Puede ser que, con el tiempo, me esté empezando a aburrir de ella, y creo que el sentimiento es mutuo. Tal vez sea hora de buscar calor en otro sitio.
Pero es que folla tan bien…
*****
Dos días después, vuelvo a recibir un sms de Carmen. Extraño, me cita en un bar cerca de mi facultad. Normalmente quedamos directamente en su casa para perder el menos tiempo posible. Espero que no quiera cortar conmigo. No quiero perder la oportunidad de follar con ese cuerpo que tan bien me conoce ya.
Cuando llego, Carmen está sentada en la terraza del local, fumando como siempre, y con unas gafas de sol para ocultar sus ojos.
Me siento a su lado, dejo la mochila con los libros en el suelo y me quedo callado mirándola a los ojos, aunque más justo sería decir mirando mi reflejo en sus gafas de sol.
– ¿No piensas decirme nada o qué?
Maldición. Espero que no sea algo como que ha ido a la peluquería y tiene un peinado nuevo del que me tenía que haber dado cuenta. Nunca he sido bueno con esas cosas y sería la primera vez que Carmen me necesita para subir su autoestima.
– ¿Qué quieres que te diga? Estás preciosa, como siempre.- respondo con una sonrisa.
Carmen, entonces, suelta una sincera carcajada y vuelve a fijar sus ojos en mí.
– Me voy al baño.- dice, y yo me siento más estúpido a cada instante. Soy incapaz de predecir los movimientos de esta mujer, cosa que sólo me pasa con ella.
Menos de medio minuto después de que me deje solo en la mesa recibo un nuevo sms de Carmen. Contundente, eso sí.
«Vienes o qué?»
*****
No me cuesta adivinar que se ha metido en el baño de hombres, así que entro yo también y Carmen ya me está esperando, medio desnuda, dentro del cubículo.
El espacio no es muy grande, pero la excitación va en aumento.
Me quito la camiseta y los vaqueros, que acompañan en el suelo del baño al vestido rojo de Carmen. Ella me besa y yo me dejo besar.
Su mano se mete bajo mis slips y se engarfia sobre mi polla, que está empezando a crecer. Tras la primera impresión del contacto de su mano helada, comienza a ganar más calidez y dureza que antes.
Mi mano derecha viaja a su espalda y, con sólo tres dedos, desengancho su sujetador, que cae al suelo dejando libres esas dos grandes tetas, montañas perfectas de carne y silicona que parecen mirarme fijamente con sus tiesos pezones. Meto uno de ellos en mi boca mientras le bajo las braguitas rosas para desnudarla completamente. Aunque estoy incómodo, porque el espacio es reducido, los pezones de Carmen nunca me habían sabido tan bien. Saben a fresa y a prohibido.
Termina de quitarse ella misma sus braguitas y se abraza a mí. Mis slips se quedan a la altura de las rodillas, pero no importa. No necesito más una vez que mi polla está libre y erecta.
Busco el coño de Carmen mientras con mi mano derecha mientras la izquierda amasa su culo. Ella levanta una pierna facilitándome el acceso y yo guío mi polla hasta el fondo de su sexo.
Se le escapa un gemidito a medio camino del dolor y el placer por la súbita intrusión.
– Fóllame. Fóllame lo más fuerte que puedas niñito, que quiero correrme hasta gritar tan fuerte que todo el puto bar se dé cuenta.
Las palabras de Carmen me petrifican durante un momento. Pero luego pienso que no tengo nada que perder. Si mi gente se entera de que me he follado a una mujer explosiva, mayor que yo, en los servicios de un bar, todo lo más uqe pueden hacer es coronarme como su nuevo rey.
«Ave rey Julio» pienso, mientras embisto una nueva vez contra el coñito caliente de Carmen.
A la mujer se le escapa un «mmmmmm» de placer que se cuela por mi oreja izquierda, allí donde ella tiene su boca, mientras la levanto a pollazos. El sonido de nuestras caderas chocándose se contamina de un ruidito de chapoteo a medida que Carmen se moja más y más. Carmen se cuelga sobre mí, me abraza el cuello con sus brazos y la cadera con sus piernas y yo, levantándola con mis manos en su culo, sigo arremetiendo contra ella mientras no deja de gemir.
Lo de gritar fuerte cuando se corra era un farol. Lo sé cuando empieza a apagar sus gemidos más grandes en mi cuello. Su coño me estruja la polla en cada embestida aumentando mi placer, yo hace mucho que, como ella, estoy envuelto en sudor.
Cambiamos de posición. Me siento sobre la tapa del retrete y ella empieza a cabalgar sobre mí. Puedo ver mi polla, empapada de su flujo, entrar y salir de su coño con cada movimiento.
Aprovecho y, después de pasarme el pulgar por la lengua para humedecerlo, comienzo a frotar su clítoris mientras ella me folla. Su cuerpo cada vez tiene más contracciones y sus gemidos escapan de su garganta aunque ella no quiera.
La temperatura en el baño ha subido varios grados, alguien toca a la puerta y mientras Carmen se muerde los labios y sigue con su movimiento, grito un «¡OCUPADO!» más alto de lo que me hubiera gustado.
Pero es difícil que quien quiera que esté al otro lado de la puerta no se entere de lo que pasa en éste. La espalda de Carmen no deja de golpear una y otra vez contra la puerta, el sonido de nuestros dos sexos chapoteando es cada vez más audible y a Carmen se le escapan gemidos de vez en cuando. Además, jadeo como si estuviera corriendo una maratón y me da la impresión de que mi respiración se puede escuchar hasta en la terraza donde he dejado mi mochila.
Ya nadie toca a la puerta y los temblores de Carmen se empiezan a suceder a más velocidad. Hasta que, finalmente, echándose hacia delante con violencia, haciéndome golpear la cisterna del retrete con la espalda, Carmen me abraza y se corre, acallando su grito de placer (ése que, según ella se iba a escuchar por todo el bar y que al final se queda en un amortiguado «mmmpffmm») en mi hombro derecho.
Me detengo hasta que el orgasmo de Carmen ha pasado y entonces reanudo la penetración hasta que me dejo ir, por completo, dentro del coño de esa femme fatale que hace conmigo lo que quiere.
– Uf…- dice, complacida, cogiendo algo de papel higiénico para secarse la entrepierna.- necesitaba algo de esto.
Sí, la verdad es que necesitábamos hacer alguna locura para encender la llama de nuestra pasión, que venía extinguiéndose durante las últimas semanas.
– Sí. Hay que repetir esto más a menudo.- le digo, comenzando a vestirme.
– eres idiota…- me espeta, recogiendo su ropa del suelo.
– Joder… ¿Otra vez en la fase de los insultos? Coño, que rápido hemos vuelto a donde estábamos.- Respondo.
– No entiendes nada. Lo verdaderamente morboso de esto ha sido la novedad, lo imprevisible. Ése es tu problema. No tienes imaginación ni iniciativa y sólo repites una y otra vez lo mismo. Si no fueras tan bueno follando hace tiempo que me habría aburrido de ti.
*****
La última frase de Carmen me había dejado un regusto amargo en el estómago. No por lo que me había dicho en sí, sino porque me di cuenta de que si lo nuestro estaba funcionando era porque los dos éramos prácticamente iguales. La lástima es que ella me dijera esas últimas palabras antes de que yo se las dijera a ella.
– Por lo menos una cerveza sí que nos podremos tomar juntos, ¿no?- le dije, una vez de nuevo en la mesa y cuando hube comprobado que mi mochila seguía en el mismo sitio donde la dejé.
– Por supuesto, pequeño.
No hay nada mejor después de un polvo visceral que un cigarrito y una cerveza para remojar la garganta. Por primera vez en mucho tiempo, Carmen y yo estábamos manteniendo una conversación.
– Mira.- me dice, señalándome con un gesto de cabeza algo a mi espalda. Me giro y sólo puedo fijarme en las dos universitarias que caminan en nuestra dirección, distraídas conversando. Las sigo con la mirada una vez que nos superan a Carmen y a mí y no pierdo sus hermosos culos de vista hasta que giran la esquina.
– Guau…
– No me puedes negar que no están buenas.- Me dice Carmen, con una sonrisa de picardía. Vuelve a tener puestas las gafas de sol, pero aún así podría advertir ese brillo en su mirada.
– Muy buenas.- respondo, y entonces vuelvo a pensar en lo que me ha dicho en el baño.- ¿Para cuándo nos hacemos un trío?
Carmen me mira divertida y sonríe.
– Para cuando encontremos una chica que nos guste a los dos. Habrá que salir «de caza».
De vez en cuando, Carmen me asusta con esa forma de pensar tan masculina.
Pero tiene razón. Habrá que salir de caza.
*****
Quedamos el sábado para salir a la búsqueda y captura de una chica con la que compartir cama. Carmen viste un deslumbrante vestido rojo y yo he desempolvado mis ropas de caza del armario. Unos vaqueros blancos y una camiseta negra y ajustada cubierta por una moderna camisa de color claro.
No duramos mucho en el primer pub al que vamos. Las chicas que hay no nos llaman la atención a ninguno de los dos y la mayoría van con el novio. No sería la primera vez que le levanto la chica en sus narices a uno de esos payasos repeinados, pero hoy no es el día para arriesgarse a una pelea.
El segundo local tiene mejor pinta. Es muy amplio, la música no está demasiado fuerte, y hay bastantes grupos de amigas tomándose unas copas y oteando el horizonte en busca de algún chaval con quien pasar la noche.
Sinceramente, Carmen desentona bastante en estos locales, con su vestido rojo de gala y sus treinta y cinco cumplidos, pero parece no importarle. Nos pedimos un par de cubatas (De whisky para mí y de vodka rojo para ella), y empezamos a marcar objetivos.
– ¿Qué tal aquella junto a la máquina de tabaco?- pregunto, fijándome en una joven rubia con un escote de vértigo que baila con un par de amigas.
– ¿La pija del top rosa? Ni de coña. ¿Cómo puedes tener tan mal gusto?
– ¿Qué pasa? ¿Acaso es fea?- me ha sorprendido el ataque de Carmen. Si alguno de vosotros, que me estáis leyendo, la hubierais visto, tampoco habríais entendido la reacción de Carmen.
– Yo no comparto un hombre con cualquier fulana del tres al cuarto. Quiero algo mejor que esa tonta de cara de ladrillo que dices. Tal vez a ti sí, pero a mí no me basta con que tenga dos tetas enormes.
– ¿Y qué tal una de esas dos que están en la barra?
– Demasiado acartonadas. No tienen ningún tipo de morbo.- Parece que Carmen tiene más claro que yo el tipo de chica que buscamos, aunque me parece que esas dos tienen muchísimo morbo con ese cuerpazo espectacular.
-Pues nada, elige tú y yo me la ligo…- digo, finalmente.
– ¿Y por qué te la tienes que ligar tú? ¿Acaso aún no me crees capaz de ligarme a una chica?
– Vamos, Carmen. Eres buena, pero no puedes serlo tanto. Yo tengo mucha más experiencia que tú ligando con chicas.
Carmen me mira de reojo y sonríe.
– ¿Una de las de la barra, no? No vamos a escoger a ninguna de las dos, pero te apuesto lo que quieras a que dentro de cuarenta y cinco minutos me estoy besando con una de ellas.
– Eso tengo que verlo.- ¿Carmen liándose con otra chica? ¿En mis narices? Eso sí que iba a ser un recuerdo de los que merece la pena guardar.
Carmen se aleja de mí con un movimiento de caderas que me hace hervir la sangre. Llega a las dos chicas y se presenta.
Comienzan a hablar sin ningún problema. Carmen invita a ambas a una copa y les dice algo que debe ser gracioso porque las dos se ríen. Poco a poco se ha ido metiendo entre las dos hasta acabar apoyada de espaldas en la barra, mientras ellas parecen disputarse su atención. Carmen parece hacerle más caso a la primera de ellas, una castaña con mechas de pelo largo y un buen par de tetas, pero si no he analizado mal su táctica, su objetivo es la otra, la morenita de pelo corto. Está pasando de ella para que sea la propia «presa» la que reclame su atención.
Lo consigue. La morenita le da unos golpecitos en la espalda para decirle algo, pero Carmen hace un gesto de fastidio, que suaviza con una sonrisa y le dice algo a la castaña que ríe. Sin embargo a la morena parecen haberle sentado mal las palabras de Carmen, porque cruza los brazos y se deja caer de espaldas sobre la barra con cara de enfado. No puedo creerme que Carmen sepa usar los «negas» a su favor. Cualquier aficionado podría pensar que ahí ha acabado su intento de ligue con la morenita, pero nada más lejos de la realidad. Carmen la tiene donde quería. Habla durante un rato más con la castaña y luego se gira hacia la morenita. Parece muy enfadada, Carmen se disculpa, bromea y al fin consigue que sonría.
Carmen parece pedir un tiempo muerto y se aleja un poco de la pareja de muchachas, quedando de espaldas a ellas. Saca el móvil y, al instante, recibo un sms suyo. «¿Me está mirando el culo ahora la morena?». Mi respuesta es concisa: «Sí».
Carmen mira el móvil, sonríe y vuelve con las dos jóvenes. Ahora sí que ha llegado el momento del ataque total. Le dice algo a la morenita y ésta ladea la cabeza, evitando mirarla a los ojos. Carmen insiste. Le levanta la cara con el dedo índice y enfrenta sus ojos a los de la joven. Ahora sus palabras han bajado un octavo el tono, son casi susurros. Veo a la morenita temblar entre la barra y Carmen y me acomodo para ver el cénit de la conversación.
Carmen se inclina sobre ella lentamente, sin prisa, pero sin dejar de mirarla a los ojos hasta el último momento. Dirige la cara de la chica hacia la suya y las dos se funden en un beso largo y profundo que sorprende a la amiga y hace subir varios grados la temperatura de mi cuerpo.
Cuatro labios vestidos de carmín se abren y cierran entre sí. Veo la lengua de Carmen, primero, y la de la muchachita, después, salir al encuentro, y aunque las manos de la más mayor no abandonaban la cadera y la cara de la joven, las de la morenita, nerviosas y sueltas al principio, acaban por posarse sobre el culo de Carmen.
Sólo un par de chavales parecen haberse dado cuenta también del beso lésbico que hay junto a la barra, pero lo miran más a modo de anécdota que con la lujuria que a mí me contagia. No es lo mismo haber visto la gestación, el tira y afloja inicial y haber seguido todas las fases de la conquista hasta llegar a ese beso que sólo darse cuenta de lo que pasa una vez que los labios se han juntado.
Carmen es la primera en separarse y casi puedo leerle los labios (mojados de una saliva femenina que no es suya).
– Uy… lo siento, no sé qué me ha pasado… ¿Te ha molestado?
– No… no…- responde la morenita.
– Perdóname… ahora tengo que irme, pero toma.- le apunta algo en un papel y se lo entrega.- es mi teléfono. Llámame y hablamos. Me voy que he quedado con mi novio.
Tal vez, si no estuviera tan excitado, me reiría. Sin más, Carmen sale del local y, al cabo de pocos segundos, cuando consigo desahuciar el pensamiento de Carmen besando a la muchacha, yo la sigo.
*****
– Entonces… ¿Cómo te gustan a ti las mujeres?- le digo a Carmen. Una pregunta extraña, cuando la diriges a una mujer, pero hace tiempo que aprendí que con Carmen lo más extraño es lo más seguro.
– No te puedo dar una definición. No es necesario que sean extremadamente guapas, ni que estén extremadamente buenas… simplemente tienen que tener un «algo», no sé… llámalo intuición femenina, pero me tienen que despertar algo.
– No lo entiendo, la verdad.
– Contaba con ello, Julio. Eres un hombre.- Me dice, como si con eso se terminara la conversación.
Estamos en el cuarto local de la noche. Quinto, si contamos ése en el que según entramos, salimos porque el ambiente era irrespirable. Demasiada gente, música demasiado estridente, calor agobiante… Ahí no se podía hacer nada. Éste es otra historia. Aunque preferiría que hubiera un poco menos de gente, la música no está tan alta y se puede conversar.
Carmen y yo habíamos intentado poner en práctica nuestras tácticas de ligue en el tercer bareto pero ella abandonó su presa a los pocos minutos, viendo que no estaba nada receptiva, y la que yo escogí había resultado estar demasiado borracha. Era hora de quemar las naves. La noche se nos acababa y todavía no teníamos una compañera de «juegos».
– ¿Qué tal esa?- pregunto.
– No me gusta. Tiene la boca demasiado grande.
– Mejor ¿no?- le digo riendo, y aunque Carmen intenta poner su cara de indiferente superioridad, acaba cediendo una sonrisa.
De pronto, Carmen me toca el hombro y me señala a una jovencita rubia, delgada, con cara de niña y un cuerpo al que no le pondría más que un 6. Un 6’5 si me apuras. No tenía ni tetas grandes, ni un culo espectacular, ni nada que la hiciera especial con respecto al resto, eso sí, de no ser por dos ojazos azules que, según mi opinión, eran demasiado grandes en comparación con el resto de su cara.
– Ésa.- sentencia Carmen.
– No me jodas, cielo. Esa es una chavala de mi facultad, de primer año, además.
– ¿La conoces?- Carmen no separa su mirada de la rubita, que baila ajena a todo y a todos.
– De vista… Es amiga de una amiga, creo.
– Fenomenal. Ya tienes por dónde entrarle.
– Fabuloso.- digo con cierta sorna. Le pego un último trago a mi cubata (el tercero de la noche), y avanzo hasta la chica. Creo que se llamaba Bea… o Eva… o algo así. Jamás fui bueno con los nombres.
– ¡Hola, qué tal! Tú eres… Eva, ¿No?, la amiga de Vane…- le digo.
– Bea. Soy Bea… Tú eres Julio, ¿verdad?- Vaya. Estaba a punto de llamarla Bea. Pero en fin, sabe mi nombre y eso me facilita mucho las cosas.
– Sí. El mismo que viste y calza. Hacía mucho que no te veía.
Bea sonríe y se atusa el pelo inconscientemente. Tengo que reconocer que tiene una bonita sonrisa. No parece importarle mucho que hable con ella como si la conociera de toda la vida, o como si nuestra relación fuera más allá de un par de saludos educados en distintas fiestas donde, por H o por B, hemos coincidido.
– Sí, bueno… ¿Qué haces por aquí? No te había visto nunca por aquí.
Mi respuesta sería muy distinta si mi intención simplemente fuera acostarme con ella. Pero tengo que meter cuanto antes al tercer miembro de la ecuación.
– He venido con una amiga.- le digo, señalándole a Carmen, que se toma lentamente su cubata apoyada en una mesa.
– Vaya…- la presencia de Carmen no le ha sentado del todo bien, aunque lo disimula perfectamente.- ¿Pero no es un poco mayor para ti?- o no tan perfectamente.
– Acaso piensas que me vendría mejor una de mi edad… ¿O más joven?- replico con una sonrisa. Bien, he conseguido sorprenderla… la cosa marcha mejor de lo que creía.
– No… no es eso… es sólo que… ¿Cuántos años tiene?
– Los suficientes.- respondo, girándome hacia la barra para pedir un nuevo whisky con coca-cola.- Pero no me puedes negar que sigue estando buena. ¿Eh?- sigo una vez hecho el encargo al camarero.
– No sé… no me van las tías.- contesta Bea.
– Bea…- sonrío y la miro fijamente.
– Vale, vale… está muy buena, de verdad. No me extraña que estés con ella.
– Bueno… sí y no.
– ¿Que quieres decir?
– Que estoy con ella y no estoy con ella. Es difícil de explicar.
– A ver, a ver… cuéntamelo.
– No quieras saber tantas cosas. No sabía yo que eras tan cotilla.- Primer «nega». Comienza el verdadero juego.- ¿Quieres un trago?- digo, ofreciéndole mi cubata. Ahora mismo Bea es una gatita dando zarpazos al ovillo de lana que tejo entre mis manos. La cuestión está en dárselo y quitárselo, no puedo dejar que se sienta un premio que me tengo que ganar. He de conseguir justo lo contrario. Ser yo el premio.
*****
Tras varios minutos de charla, recibo un mensaje de Carmen. Está impaciente y la verdad es que yo también. Aunque me siento a gusto charlando con Bea decido que es hora de pasar a la siguiente base, así que hago que los acontecimientos se precipiten y beso a Bea. Me devuelve el beso con pasión aunque con algo de timidez inicial.
– Oye, Bea… ¿Me querrías acompañar a casa?- digo, una vez que nos separamos. Sinceramente, no besa muy bien.
– Esto… ¿Y tu amiga?
– ¿Cómo decírtelo?- Intento buscar las palabras mientras le hago un gesto a Carmen para que se acerque. Al cuerno, lo más sencillo es lo más efectivo.- ¿Alguna vez has hecho un trío?
*****
Aunque en un principio Bea parece aterrorizada con la proposición, Carmen sólo necesita un par de minutos de decirle cosas al oído para que Bea acabe entrando en nuestro juego. Sinceramente, porque Carmen la había elegido expresamente, si no, hubiera dudado muy seriamente que Bea nos podría acompañar a la cama. Parecía demasiado tímida. ¿Pero acaso no soy yo quien le dice a mis colegas que las más tímidas son, al final, las más guarras en la cama? Dentro de poco comprobaré si Bea cumple con la regla.
Entramos los tres en nuestro coche. Yo conduzco, Bea a mi lado y Carmen detrás.
– No te preocupes, Bea… yo tampoco he hecho nunca un trío, pero seguro que nos lo pasamos bien.
Conduzco por la ciudad evitando las zonas donde suelen haber más controles. Aunque no estoy borracho, seguro que los cuatro cubatas me delatan en un control de alcoholemia. Cambio de marcha y dejo mi mano «olvidada» sobre la pierna de Bea. Mis primeras impresiones sobre Bea no eran del todo correctas. Tiene unas bonitas piernas, y su minifalda blanca sobre mallas de color rosa pálido las acentúa más aún.
La rubita mira mi mano, me mira a mí, e intenta calmarse. Se la nota nerviosa.
– Relájate, pequeña.- dice Carmen, que se ha colocado hábilmente detrás de ella. Saca la cabeza entre los dos asientos y deja un beso sobre el cuello de Bea, que suspira excitada. Mi mano comienza a acariciar su pierna y veo, de reojo, cómo las manos de Carmen bucean ahora bajo el abrigo de la chiquilla.
Bea no hace nada. Simplemente se queda quieta, recibiendo las caricias y los besos y mirando al techo del coche.
– ¡No! Para, para, para…- Estoy a punto de pisa el freno a fondo y maldecir al cielo por haber jodido no sé cómo la noche cuando escucho a Bea decir:- Para, Carmen, para, por favor, todavía no.
Me giro y por fin veo de qué se queja Bea. La mini está desabrochada y Carmen ya estaba metiendo la mano bajo las braguitas de la rubia.
No puedo negarlo. Estoy empalmado. La erección me duele en los pantalones y me noto la boca completamente reseca.
– Pásame una botella de agua que hay ahí detrás.- le digo a Carmen, que me extiende la botella de agua mineral para que le dé un largo trago. Bea se abrocha de nuevo la minifalda y se recompone la ajustada camiseta, aunque su respiración sigue acelerada y su cara está completamente enrojecida del bochorno.
No tardamos en llegar a casa de Carmen. Por supuesto, no iba a llevar a Bea y Carmen a mi piso de estudiantes compartido con otros tres veinteañeros hormonados.
Antes de pasar a la habitación, Carmen decide que sería mejor tomarnos una última copa y saca su «Chivas» especial para nosotros tres.
Brindamos a nuestra salud y tomamos un dulce y ardiente trago del licor. Intento ordenar mi cabeza y hacer inventario de situaciones pero creo que mi cerebro ha admitido hace varias horas que esa no es su noche y se niega a entrar en cavilaciones. Dejo caer al suelo la camisa que llevaba sobre la camiseta mientras Bea se quita su chaqueta y la deja colgada en la silla.
– Eres hermosa…- dice Carmen, sin separar la vista de Bea. Me siento extraño. No sé si son exactamente celos lo que siento pero siento que, desde que Bea apareció, yo ya no existo para Carmen. Parezco un juguete viejo eclipsado en la mañana de Reyes por otro más moderno y brillante.
– Bea…- ¿Podrías hacerme un favor?- le digo.- ¿Podrías besar a Carmen?
– ¿Eh? Yo… esto…- la pobre chiquilla parece nerviosa. Muy nerviosa.
– No tengas miedo. Simplemente relájate y déjate llevar.- dice Carmen, agarrando la cara de Bea y enfrentándola a la suya.
Si bien es cierto que ya había visto uno beso de esos esa misma noche, cuando Carmen se besaba con la morenita yo estaba lejos, en un segundo plano para no interferir en su conquista. Ahora… ahora ese beso lo tenía a escaso medio metro y estaba dedicado a mi persona.
Carmen entreabre los labios y prende entre ellos el labio superior de Bea, que hace caso del consejo y se deja llevar. Pronto la boca de la joven rubita empieza a despertar y responde al cada vez más pasional ósculo de Carmen.
Es el turno para que las lenguas hagan su trabajo. Primero la de Carmen, y luego la de Bea, salen al encuentro de la otra. Oigo pequeños gemiditos que deben ser de Bea. Cuando se separan, un pequeño hilo de saliva prende entre sus bocas hasta que termina rompiéndose.
No aguanto más. Me quito la camiseta y bordeo la mesa avanzando hacia ellas. Bea aún parece algo desconcertada tras el beso, así que agarro a Carmen y me fundo en un tremendo beso con ella. Mi erección cada vez duele más, ahí encerrada, por eso doy gracias cuando las manos de Carmen desabrochan el botón y bajan la cremallera.
Ahora, mi polla, únicamente protegida por el elástico de los slips, se pega al cuerpo de Carmen al que me abrazo como si temiera que se fuera a escapar.
– Vamos a la cama. No puedo más.- digo en cuento logro separarme de Carmen.
– Está bien. Bea… ¿Te vienes?- dice Carmen, tendiéndole la mano a la jovencísima rubia, que la toma y avanza con ella, detrás de mí, hasta la amplia habitación de matrimonio.
Me termino de quitar los pantalones mientras Carmen le saca la camiseta a Bea. La rubita tiene dos pequeñas tetas, bien tersas y redondas, ocultas bajo un casi infantil sujetador rosa. Está más delgada que Carmen, o simplemente es que la morena tiene unas caderas más anchas, pero cuando Carmen se quita el vestido, dejándolo caer a sus pies, y me encuentro a ambas, medio desnudas, delante de mí, casi no puedo aguantar el semen dentro de mi polla. No puedo creer la suerte que tengo.
– Creo que eso no va a aguantar mucho la primera vez.- Dice Carmen, con una sonrisa, señalando a la ostentosa erección que mis slips parecen ya incapaces de contener.- Así que vamos a empezar por aquí.
Carmen se arrodilla ante mí, agarra mi slip con las dos manos y lo baja violentamente. Mi polla cabecea arriba y abajo. No puedo negar que me ha hecho un poco de daño el movimiento tan súbito, pero no es la primera vez que Carmen me trata así. Según ella, el dolor viene bien para retrasar la eyaculación.
– Vaya… está realmente muy grande…- Dice Carmen mientras Bea, sin saber qué hacer, se queda quieta viendo cómo mi verga empieza a desaparecer dentro de su boca.
Se me escapa un gemido. Carmen es una maestra chupando pollas. Es una de las mayores diferencias con el resto de chicas que han pasado por mi cama. No es que el resto no la supieran chupar. Es que Carmen resucitaría a un muerto con una mamada.
La lengua de Carmen hace travesuras con la punta de mi polla, en ese movimiento que sabe lo mucho que me gusta. Lame, besa, engulle, cada movimiento es perfecto y yo agradezco las caricias con suspiros de placer. De pronto, la boca de Carmen se detiene, lleva sólo unos veinte segundos de mamada pero yo no aguantaría mucho más a ese ritmo.
– ¿Quieres probar?- le dice a Bea, y ésta, sin una palabra y aunque en un principio duda, asiente y se arrodilla también ante mí.
El corazón me da un vuelco. No sé si alguna vez habéis mirado hacia abajo y os habéis encontrado con las caras de dos mujeres chupándoos la polla. Permitidme la redundancia, pero eso sí que es «la polla».
Carmen le ofrece mi polla a Bea, que la mira por un segundo antes de cerrar los ojos y metérsela en la boca mientras Carmen opta por llenarme de besos la cintura y el vientre. Yo ya no sé si respiro o si mis pulmones directamente se han vuelto locos. El placer me hace cerrar los ojos y yo no quiero. Mi polla está dentro de la boca de Bea, que parece tener cierta práctica en estas lides, y Carmen me lame y besa los huevos y el tronco de la polla cuando Bea le deja.
Al final, la morena le arrebata mi verga a la rubia y empieza a darle largos lametones por su parte izquierda. Genial, la parte derecha queda libre para Bea que, ya más lanzada, imita a Carmen y me hace el hombre más feliz del mundo sintiendo dos lenguas sobre mi polla.
No puedo retenerlo más. Con un grito, me dejo ir y me corro sobre las feladoras. Borbotones de semen salen a chorros de mi polla y acaban sobre las pequeñas tetas y el sujetador rosa de Bea. Me tiemblan las piernas, intento controlar la respiración. Ahora mismo daría un brazo por repetir esa sensación.
– ¡Mierda, Julio!- se queja Bea.- Joder… me has puesto perdida.
La chiquilla hace amago de levantarse para limpiarse pero Carmen la detiene.
– Tranquila, Bea.
Brutal. No sé de qué película porno ha salido Carmen pero no quiero que vuelva a ella nunca. La quiero junto a mí. La treintañera se inclina sobre Bea y empieza a lamer el semen que ha caído sobre su piel. Con un movimiento hábil que yo tuve que practicar mucho para que me saliera bien pero que a ella parece salirle por puro talento natural, desabrocha el sujetador de la rubia y deja que caiga al suelo.
– Uf… Carmen…- suspira Bea. La morena no deja de lamerle las tetas, aunque parece que ya no queda ni rastro de mi sustancia sobre Bea, que acaba recostándose hacia atrás lentamente y tumbándose en el suelo mientras Carmen le come las tetas.
Decido, por primera vez, tomar parte activa en el acto y desabrocho la mini de Bea. Ella levanta el culo para permitir que se la quite, sacándosela por los pies, y repite el movimiento cuando hago lo propio con sus mallas y sus braguitas también rosas como el sostén.
Bea ya está desnuda, como yo, y su sexo desprende una humedad cada vez mayor. Carmen sigue lamiendo su piel aunque ahora ha vuelto sobre la cara de Bea para darle un nuevo beso lúbrico y pasional. Comienzo a acariciar con la palma de la mano y los dedos anular e índice la tierna rajita de Bea. Me ha extrañado, y mucho, que lleve el coñito pulcramente depilado. Por un momento me siento mal pensando que es sólo una niña, pero luego recupero la razón y me digo que es ya mayor de edad y que sólo tiene tres años menos que yo.
La pequeña rubia comienza a gemir mientras besa a Carmen, sus brazos parecen haber encontrado hueco abrazando y acariciando a la mujer que la besa. Cuelo dos dedos en el coñito de Bea y estos se cuelan sin dificultad. La verdad es que Bea está muy cachonda y de pronto pienso si no me estaré olvidando de Carmen.
Mientras mi mano derecha sigue el trabajo con Bea, la izquierda busca, retira a un lado y bucea bajo las braguitas de encaje de Carmen. Cielo santo. Creo que jamás había visto a Carmen tan cachonda. Tal vez porque nunca suelo dejar que llegue a esos niveles de cachondez. La mayoría de las veces, para ese instante ya estamos follando como animales.
Ahora los gemidos de ambas se confunden en la habitación. Mi polla parece resucitar y vuelve a alzarse como un asta de bandera dispuesta a penetrar cualquier agujero que se ponga delante.
Separo a las dos amantes de su beso lésbico y Carmen me ayuda a levantar en vilo a Bea, aunque a la que yo quería levantar, lanzarla sobre la cama y follármela hasta que perjure en arameo es a Carmen.
Finalmente, como siempre hago caso a Carmen y me centro en Bea. La levanto muy fácilmente (Debe pesar como cinco quilos menos que Carmen), y la dejo sobre el borde de la cama, boca arriba. Carmen me detiene antes de que penetre a la rubia, saca un condón del cajón, lo abre y me lo pone con rapidez. Me da luz verde y yo abro las piernas de Bea, que espera impaciente el primer pollazo de la noche.
Dirijo a mi pequeño amigo hasta la entrada de Bea y lo hundo hasta el fondo de un solo empujón. Eso no es un gemido. Lo de Bea ha sido un grito de placer absoluto. Carmen se termina de desnudar y se sube también al lecho. Yo soy el único que mantiene los pies en el suelo.
La morena me agarra de la cabeza y mete la lengua en mi boca. Respondo intentando no perder el ritmo de los enviones sobre Bea, al tiempo que suelto su pierna izquierda para que mi mano derecha comience a acariciar el coño de Carme, cuyas uñas se engarfian en mi cuello.
Bea no tarda en correrse. Salgo en el último segundo y acabo la faena frotando su clítoris inflamado con mi mano izquierda.
Arquea su cuerpo, se agita, apaga sus gritos de placer en la mano derecha y veo en primer plano cómo su coñito se contrae y se relaja varias veces hasta que los achuchones del clímax pasan. Ahora sí que es verdad que la rubita se ha desatado. Cuando, una vez pasado el orgasmo, y yo ya follándome a cuatro patas a Carmen, la miro, veo en sus ojos un brillo de lujuria que me hacen replantearme aquello de la intuición femenina que me había dicho la mujer a la que ahora estaba penetrando.
– Bea, túmbate… ya…- dice, entre jadeos, Carmen, y Bea obedece. Se tumba justo delante de ella, boca arriba, dejando su coño a la altura de la boca de Carmen.
«Venga, va. Esto ya es broma. Debo estar soñando» pienso, toda vez que veo cómo la cara de Carmen desciende hasta a empezar a comerle el coño a la rubia. Por los gemidos de ésta, la ardiente morena no debe hacerlo nada mal, aún cuando le debe ser más difícil porque una polla está atravesando su coño con energía.
– ahhhh… Es-espera, Carmen…- musita Bea, mientras la atrae hacia sí, separando su boca de su coño, acercándola a su propia boca y alejando a Carmen de mi cuerpo. Sin embargo, después del beso, y una vez que veo lo que intenta Bea, no me enfado con ella.
Bea invierte su postura para que, al mismo tiempo que Carmen le come el coño, ella misma pueda lamer la agradecida raja de la morena… al mismo tiempo que yo la penetro.
Las películas porno mienten. En estos momentos es cuando las penetraciones deben ser menos violentas, para mover lo menos posible las caderas de, en este caso, Carmen. Bajo un poco el ritmo mientras escucho a las dos mujeres gemir y comerse el coño. Bea tiene los ojos cerrados, la veo entre mi cuerpo y el de Carmen entre cada embestida, pero no cesa de lamer, chupar, acariciar y frotar el coño de Carmen, noto sus manos y su lengua sobre mi polla en cuanto se pasa un poco de frenada.
Carmen no tarda en correrse, aunque se controla lo suficiente como para volver a llevar a Bea al orgasmo antes de caer sobre la cama.
Bea parece rendida, pero mi polla quiere más y Carmen lo sabe. Se sienta en la cama ante mí y, justo cuando está a punto de quitarme el condón para obsequiarme con una de sus estupendas mamadas, parece pensárselo mejor y se deja caer de espaldas sobre la cama. Junta sus piernas y las alza en el aire. Entre ellas asoman los hinchados labios de su coño y, un poco más abajo, entre sus dos rotundas nalgas, se entrevé su ano.
– Joder, Carmen…- suspiro. No es la primera vez que me la follo por el culo, pero a Carmen no le suele gustar. Aunque esta noche no creo que ninguno de los tres nos podamos negar a nada.
Me tumbo en la cama, acerco mi cara a su cuerpo y comienzo, primero, a comerle el coño para, poco a poco, ir bajando hacia su agujero más prohibido.
Noto que Bea me impele a ponerme de lado para que pueda acceder a mi polla. Entonces, me arranca el condón y comienza a pajearme lentamente, sin cortarse de besarme por todo el cuerpo, para mantener mi erección al máximo hasta que penetre el culo de Carmen.
Después de conseguir abrir hueco para dos de mis dedos en el recto de Carmen, cojo la almohada y la coloco bajo sus caderas, para elevarlas un poco más mientras apunto mi polla al agujerito vedado de la morenaza.
Mi polla se cuela lentamente, ensanchando las paredes hasta acoplarse al culo de Carmen. Ella sisea, en una especie de queja callada, mientras cierra los ojos y siente ese extraño placer que es sentir su culo follado.
A los pocos minutos, su culo se ha acomodado y mi polla entra y sale sin problemas. Bea no quiere quedarse fuera y, después de un buen rato de estar besándonos a uno y a otra, acaba por llevar su mano izquierda al coño de Carmen y meter dos dedos que aumentan, si cabe, la presión en su culo.
Carmen gime, suspira y jadea, cogiéndose de las rodillas y manteniéndose con las piernas abiertas para facilitar las penetraciones de mi polla y de los dedos de Bea, que comienzan a atacar con más violencia dentro del coño de Carmen.
Siento incluso un poco de dolor en la polla cuando Bea agita tan rápidamente sus dedos en Carmen, pero parece que a Carmen no le pasa lo mismo. Bea ha encontrado un punto que atacar y no lo deja tranquilo. Sin reprimirme, finalmente me corro dentro del condón y del culo de Carmen.
Saco mi polla del ano de la morena y los dedos de la rubia parecen ganar en movilidad. Y, una vez que han encontrado el punto G de Carmen, los presionan una y otra vez hasta que Carmen estalla en un orgasmo tan húmedo que incluso salpica la colcha.
Las segundas eyaculaciones suelen tener para mí un efecto devastador. Me dejan muy cansado y con una opresión en el pecho que no puedo sacarme de encima sin unos cuantos minutos de descanso. Si quisiera, podría sobreponerme a ello y lanzarme a un tercer asalto, pero allí estamos para pasarlo bien los tres y yo necesito descansar.
Bea y Carmen, sin embargo, parecen dispuestas a los asaltos que hagan falta, y no se sueltan. Bea se ha tumbado sobre Carmen y la besa con una lascivia que creía impropia de alguien tan joven. Me enciendo un cigarrillo y disfruto viendo el show lésbico que tengo unos pocos centímetros a mi izquierda.
Ahora que pienso, Bea le ha hecho mucho más caso, por así decirlo, a Carmen que a mí. Me pregunto si realmente no será lesbiana. Espero que no. Me ha demostrado que es una mujercita con la que vale la pena pasar una noche.
– Ven. Ponte ahí.- Carmen dirige y Bea, excitada, obedece. Me obsequian con una «tijerita» llena de gemidos que hace engordar nuevamente mi polla, pero sin dar visos de una recuperación completa. De todas formas ya es muy tarde. Debe haber amanecido hace unos minutos, porque el sol se empieza a colar por las ventanas de la habitación.
Carmen y Bea siguen frotándose los coños con las piernas entrecruzadas. Extrañamente, es Carmen la primera en correrse, aunque luego, entre ella y yo, no tardamos en conseguir que Bea disfrute un nuevo orgasmo antes de dar por terminada la sesión.
Nos quedamos dormidos, los tres desnudos y abrazados, mientras el sol brilla y el amargo aroma a sexo carga la habitación.
*****
Despierto porque me parece oír un sonido como el de la puerta del piso, cerrándose. Carmen sigue dormida y Bea y su ropa han desaparecido. Tuerzo el gesto. Me habría gustado una mañana alocada de nuevo con esas dos mujeres.
Pasan de las cuatro de la tarde cuando salgo de casa de Carmen e intento llamar a Bea. Por desgracia no tengo su teléfono, aunque me cuesta muy poco llamar a su amiga Vanessa y convencerla para que me lo dé. No sé realmente por qué estoy llamando a Bea. Realmente la jugada ha sido perfecta. Un trío con dos mujeres de bandera, cada una a su estilo, sexo de primer nivel, y a la mañana siguiente, no hay que dar explicaciones ni conversaciones… ¿Por qué la estoy llamando entonces?
– ¿Sí?
– ¿Bea? Oye…
– ¿Julio?
– Sí, soy yo. Tenemos que hablar.
– No, Julio, no quiero hablar. Ahora no…- la voz de Bea tiembla. Me cuelga.
Me quedo mirando al móvil como si él tuviera la culpa. Me jode que Bea se quede fastidiada después de habérnoslo pasado tan bien, y no suelo tener esos remordimientos en asuntos de mujeres. Tal vez porque normalmente soy yo el que abandona la cama y desaparece. Suena mi móvil y contesto sin mirar.
– O sí… creo que sí que quiero hablar.- Es Bea. No parece tener las cosas muy claras.- O no… no lo sé, Julio, ha sido raro. Pero creía que más raro sería cuando nos despertáramos y nos mirásemos a la cara y además…
– Vale, relájate, pequeñaja. ¿Qué tal si quedamos y nos tomamos un café para hablarlo tranquilamente? Seguro que ni siquiera has desayunado todavía.
– Vale.- dice ella. Y yo sonrío.
Aunque sigo sin encontrar un motivo racional que explique por qué coño la he llamado.