La familia tiene que irse a una casa alejada de todo, cambia sus vidas para siempre
*Advertencia: Este relato es duro, tenso y contiene sexo no consentido.
CORRUPTO
El camino estaba siendo más largo de lo esperado, lo cual no ayudaba a endulzar el carácter de los dos adolescentes que habitaban los asientos traseros del coche. Bosco, el padre, observó sus descontentos rostros a través del espejo retrovisor superior y decidió intervenir:
—Hijos míos, no pongáis esta cara, tomáoslo como unas vacaciones.
Después de recibir la callada por respuesta, con el único sonido de su inseparable Chris Isaak sonando en los altavoces, insistió:
—Vamos…seguro que es divertido. Además, hace mucho que no visitamos la casa del abuelo. Desde que nos dejó que no habéis vuelto.
Pero ni Sofía, de diecisiete años, ni Carlos, de dieciséis, respondieron al intento del padre de quitarle hierro a la extraña situación. Ninguno de los dos entendía por qué, a falta solo de dos meses del fin de curso, los habían arrancado del instituto para llevarlos indefinidamente a la destartalada casa de su abuelo, aislada en medio del desierto de Almería. Tampoco la razón por la que había tanto secretismo con su improvisada mudanza. Nada tenía sentido para ellos. Sandra, la madre, puso la mano delicadamente sobre el muslo de su esposo, reconfortándolo.
—¿Tú tampoco vas a sonreír un poco mi dulce Sofía? —siguió él sin rendirse.
—Es que no lo entiendo papá, no sé qué vamos a hacer allí ni cuánto tiempo. No nos habéis contado nada. Tampoco sé que haré con el curso, por un año que lo llevaba todo al día…
—En septiembre estarás para hacer los exámenes que te quedan, no te preocupes cariño —intervino ahora la madre.
—Es injusto que me estéis diciendo siempre que tengo que estudiar más y que luego me hagáis esto —se quejó ahora el hermano.
Los padres se miraron de reojo con complicidad y una ligera tristeza. Bosco clavó su mirada en la carretera y no volvió a abrir la boca hasta que llegaron al destino.
I
La casa estaba en peor estado incluso del recordado. Por fuera había dejado de ser blanca para mimetizarse con el marrón del paisaje. Las ventanas, tan opacas por el efecto del viento y la tierra, no dejaban ver nada a través. Los hermanos se miraron casi con terror, también la madre se había quedado petrificada.
—No pasa nada —tranquilizó el padre—. No es tan malo como parece. El abuelo sabía perfectamente lo que hacía. Solo necesita un poco de limpieza, lo importante es que funcione la placa solar y la depuradora, nada más.
Mientras que la madre y los hijos se dedicaron en cuerpo y alma a limpiar la casa, el padre se dedicó a comprobar la placa solar. Debía ser suficiente para autoabastecerse, su padre había sido un buen ingeniero, tan aplicado como ermitaño. Estaba además en un enclave perfecto, en medio del desierto pero en el lugar preciso. En su día, Juan, el abuelo, se había traído al mejor zahorí de Extremadura para que localizar la importante corriente subterránea de agua que lo abastecía. Con un simple pozo y aquella placa consiguió aislarse del mundo los últimos años de vida. Sin impuestos, sin obligaciones. Prácticamente había logrado desaparecer, justo lo que ahora buscaba su hijo Bosco. Todo construido sin permiso alguno, sin registros de ningún tipo.
Tardaron dos largos días sin descanso en adecentar su nuevo hogar. A pesar de tener dos habitaciones y un baño el abandono había hecho más mella de lo esperado. Faltaba un sinfín de retoques, pero por lo menos ya era habitable. Bosco salió a ver el paisaje, vasto y desolado, todo tierra salpicada de chumberas y alguna que otra higuera. Se sintió orgulloso por primera vez en meses, quizás años.
—¿Y ahora qué? —preguntó Carlos.
II
La primera semana fue razonablemente llevadera. Los muchachos se entretuvieron paseando por aquel novedoso paisaje. Siguiendo el rastro de algún zorro y divisando más aves de las que podían imaginar. Por la noche, a falta de tecnología, leían hasta que les entraba el sueño. Bosco y Sandra parecían estar mejor que nunca. Por fin relajados, y con el mejor sexo que podían recordar. Morboso y en silencio para que los hijos no pudieran escucharlos. Quizás no era nada acrobático o del otro mundo, pero había vuelto. El estrés de los últimos años era de las primeras cosas que se había llevado, la intimidad conyugal. Por un momento, incluso creyeron que podrían ser felices allí.
—No entiendo por qué no podemos tener televisor teniendo electricidad —se quejó Sofía mientras cenaban.
—No serviría de nada, no hay antena.
—¿Y por qué no hay antena?
—Digamos que no era la prioridad de vuestro abuelo.
—Pero la podríamos instalar, ¿no? O incluso comprar nos una Smart Tv y ver dvd’s. Tampoco entiendo porque no funciona internet.
—Sofía, cariño —intervino ahora la madre—. No estaremos tanto tiempo como para tener que hacer todo esto. De momento los viajes al pueblo serán solo para comprar comida. Y lo de internet, es fácil, ni siquiera hay cobertura de móvil, ¿no os habéis dado cuenta?
—Claro que me he dado cuenta, llevo diez días sin hablar con mis amigos —se quejó Carlos.
—Todo llegará —dijo el padre—. Esta temporadita os irá muy bien. ¿A vosotros os sabe raro el agua?
La familia pareció no oír la consulta del padre y los hijos siguieron con sus quejas.
—Es que ni siquiera nos habéis contado que hacemos aquí, me parece una mierda que me tenga que pasar el verano estudiando por culpa de vuestra aventurita.
—Yo ya no sé qué hacer para entretenerme, me sé los puñeteros matorrales de memoria.
Sandra atendía las quejas de los hijos mientras observaba a su marido estudiar el vaso, mirándolo incluso desde abajo.
—¿De verdad que notáis un sabor normal? Me da miedo que la depuradora no esté funcionando como es debido.
—¡¿Mamá, nos vais a contar que pasa de una vez o qué?! —insistió Sofía cada vez más ofendida.
—¿Falta mucho para irnos de este desierto? —le siguió el hermano.
La madre se retiró su pelirroja melena de la cara y comenzó a masajearse las sienes con los dedos.
—¡¿A qué viene tanto secreto?!
—¡¿Podremos volver la semana que viene?!
Bosco parecía ajeno a todo, dando pequeños sorbitos y paladeando el agua.
—¡¡Basta!! —explotó la madre—. ¡Suficiente! ¿De acuerdo? Se terminaron las reivindicaciones por hoy. Muchos pagarían por poder vivir así una temporada y vosotros solo veis la parte negativa, terminad de cenar y a la cama, no quiero oír ni una palabra más.
III
Veinticinco días en aquel lugar, pero la sensación era de llevar meses. Bosco observaba el fondo del pozo mientras bebía aquella agua que le obsesionaba del vaso. El calor era insoportable incluso a primera hora, yendo vestido solo con calzoncillos y una camiseta de tirantes sentía que le sobraba la ropa. Al rato le acompañó su esposa, descalza y en camisón. Ella le puso la mano cariñosamente en el hombro para informarle de su presencia.
—¿De verdad no notas nada raro en el agua?
—Cariño —dijo con voz queda—. Está perfecta, no le des más vueltas. ¿Sabes algo del tema? ¿Aprovechaste para llamar a alguien ayer cuando fuiste al pueblo?
—No. Prefiero dejar pasar un tiempo más. No te preocupes, en un par de semanas se les habrá pasado todo. Firmaremos el finiquito, evitaremos el escándalo y todo será como antes. Mejor que antes. Sin mentiras, sin estrés, sin jornadas laborales de dieciséis horas.
—Muy bien —contestó Sandra obligándose a sonreír.
El marido la miró de arriba abajo. Cuarenta y dos años bien llevados. Esbelta, atractiva y con una larga cabellera del color del fuego. Sus piernas y caderas parecían casi las de una veinteañera y su escaso busto nunca había sido un problema. Le puso la mano en el muslo y lentamente comenzó a subirle el camisón.
—Pero bueno, ¿se puede saber qué haces? —preguntó coqueta—. ¿No tuviste suficiente con lo de anoche?
—Nunca me canso de ti mi amor —respondió Bosco siguiendo con la acción hasta que se asomaron sus pequeñas braguitas blancas.
—No seas travieso, nos pueden ver los niños.
—¿A estas horas? Les queda por lo menos una hora para despertarse.
—Bosco…
Pero el marido ya no atendía a razones, agarró a su esposa y la sentó en el bordillo del pozo mientras le besaba por el cuello. Sin perder ni un segundo le quitó las bragas y las tiró sobre la tierra, colocándose entre sus torneadas piernas.
—No sé mi amor…debe ser el aire puro…
—Mmm, eres un pequeño pervertido.
Sandra enrolló sus piernas mientras que él liberaba su erección, bajándose el bóxer hasta las rodillas y penetrándola sin más preámbulos. Desde la puerta de la casa, a unos cien metros, les observaba Sofía obnubilada, tan atónita que sentía todo su cuerpo paralizado. A pesar de los intentos de sus progenitores, podía oírlos gemir de placer. Nerviosa, comenzó a contraer sus dedos descalzos sobre la tierra de la entrada, era la primera vez que sorprendía a sus padres en semejante acto. Un par de minutos después se le unió su hermano Carlos, quedándose tan sorprendido que la abrazó desde detrás.
—Shhh —fue lo único que dijo Sofía.
Bosco y Sandra seguían copulando como animales encima de aquella construcción de piedra ante la atenta mirada de sus hijos, convertidos en voyeurs de forma involuntaria. Carlos se abrazó aún con más fuerza al paralizado cuerpo de su hermana, vestido solo con un pantaloncito corto de pijama y una camiseta.
—Shhh —insistió ella.
Y Bosco siguió arremetiendo contra el deseable cuerpo de su esposa, con ella gozando ajena a la atenta mirada de sus hijos. Una liebre pasó entre las parejas avanzando a gran velocidad entre divertidos saltitos. El hermano rodeaba el busto de Sofía, apretujándolo nerviosamente. Curiosamente, este, más generoso que el de su madre. Los gemidos eran ahora casi indisimulables cuando Carlos, instintivamente, presionó su entrepierna contra el joven y firme glúteo de su hermana mayor.
—Shhh…
A medida que el matrimonio se acercaba al clímax Carlos se sentía más y más raro, inhalando un aire que aún no era tan caliente como lo sería después pero que le parecía especialmente cargado, pesado. Su miembro se puso erecto, saltando como un resorte y clavándose contra las nalgas de Sofía, separados solo por la fina ropa de ambos. El cuerpo de la hermana seguía inmóvil. Siguieron mirando la escena mientras que el falo del hermano se restregaba por el perfecto trasero de ella.
Los padres llegaron al orgasmo a la vez, abrazándose con fuerza y disfrutando de los últimos movimientos mientras que Carlos dejaba de estrujar los pechos de su hermana con sus brazos para acariciarlos ahora con la palma de su mano, palpando con la yema de los dedos su erecto pezón por encima de la ropa. Pero con el orgasmo conyugal llegó también la vuelta a la realidad de Sofía, que fue consciente por primera vez de aquellos indecorosos tocamientos y se separó del hermano con un movimiento brusco, alejándose asustada y volviendo a entrar en la casa. También salió de aquella extraña ensoñación él, que imitó a su hermana cerciorándose de no ser visto por sus progenitores.
IV
La siguiente fue una semana dura. Llena de ratos perdidos, de calor diurno, de frio nocturno. De miradas y de ambiente enrarecido. Un halcón peregrino posado en una de las ventanas era, probablemente, lo más destacable de los últimos días.
—¡Esta agua está corrupta! —exclamó el padre tirando el vaso encima de la mesa a media comida, asustando al resto de la familia.
—Al agua no le pasa nada —contestó la mujer sin levantar la vista del plato.
—¡¿Es que no lo notáis?! Sabe ácida…¿No os habéis fijado en los matorrales que crecen alrededor de la casa? Son de otro color al resto, más rojizos, ¡enfermizos!
Los hijos lo observaban con miedo.
—Compraremos agua embotellada —dijo la madre casi sin inmutarse.
—¡¿Y de qué servirá?! ¡¿Eh?! Está por todas partes. Es el agua con la que cocinas, con la que nos duchamos, la que bebemos. Hace tiempo que lo estoy avisando, no esta buena, ¡y nadie me hace caso! Sabe a sangre de animales muertos.
—¡¡Bosco!! ¡¡Basta!! ¡Para de una vez! Aquí el único corrupto que hay eres tú, ¡por eso estamos así! —le espetó su esposa terminando con su delirio y arrepintiéndose al momento.
Los cuatro siguieron comiendo cabizbajos. La madre, pasado un rato, le agarró cariñosamente la mano a su marido en señal de disculpa. Él no estaba enfadado, tan solo arrepentido. Llevaba meses sintiéndose así. Una oportunidad, algo tan fácil que cuando lo hizo nunca pensó en las consecuencias. La historia de cualquier persona corriente que cree que la empresa le debe algo. Un momento de debilidad camuflado de justicia divina.
El resto del día hubo muy pocas palabras, solo silencio y largas horas. Se acostaron pronto, los hermanos intentaban conciliar el sueño cuando oyeron los primeros gemidos de sus progenitores en la habitación adyacente. Ya ni disimulaban. Podían oír la pared vibrar, los golpes e incluso algunas de las obscenidades que se decían. Sofía y Carlos sabían perfectamente que el otro estaba despierto. No solo eso, sino que escuchaban con claridad como sus padres fornicaban como animales a escasos metros. Ninguno decía nada, apenas habían hablado desde el “incidente”.
—Sofía… —se animó por fin a susurrar él.
—¿Duermes? —insistió al recibir la callada por respuesta.
—¿Qué quieres?
—¿Crees que estaremos mucho más tiempo en esta casa?
La hermana reflexionó un rato antes de responder:
—Creo que papá está metido en un buen lío.
De fondo el ruido de los golpes y los gemidos se intensificaban.
—No creo que lo soporte mucho más tiempo —afirmó Carlos casi entre lágrimas—. Creo que me volveré loco.
La hermana enseguida percibió la angustia de sus palabras, su desconsuelo. Por un momento, como hermana mayor, se sintió en la obligación de combatir su aflicción. Sin previo aviso se introdujo en la misma cama de su hermano y, tapándose de nuevo con la sábana intentó consolarlo mientras le acariciaba el cabello:
—Pronto todo se arreglará, ni siquiera mamá aguanta más esta situación.
—He perdido la noción del tiempo —insistió Carlos.
—Todo volverá a la normalidad —le dijo su hermana, susurrando pero con más fuerza para evitar el ruido de los gemidos de la habitación de al lado.
El hermano se le abrazó lateralmente, buscando consuelo, con su pierna por encima de su cuerpo, sobre su camisón.
—Creo que estoy pillando una depresión, ya no tengo ganas de nada.
—Shhh, tranquilo, descansa, duérmete, todo pasará…
Ahora oían como su padre llegaba sonoramente al orgasmo, esperando la calma después de la tempestad. Se abrazó con más fuerza, recorriendo con su muslo el vientre de la hermana y presionando la frente contra su sien.
—¿Estás segura?
—Claro, en la vida todo pasa, es lo único que he aprendido en esta vida.
El hermano notó como su miembro crecía, apretujándose contra la cadera de su hermana mientras que con la pierna seguía recorriendo su cuerpo. Comenzó a besarle suavemente en la mejilla y el cuello.
—Suerte que te tengo a ti —dijo mientras delicadamente extendía más la pierna hasta que, hábilmente, conseguía ponerse encima.
Ahora el bulto de su pijama presionaba justo contra su sexo mientras seguía dándole pequeños besitos, en el cuello, en el mentón e incluso en los labios.
—No sé qué haría sin ti hermanita.
Ella se quedó impertérrita, en shock. Carlos siguió restregándose contra su cuerpo inmóvil, era la segunda vez que lo hacía en una semana. No dijo nada. El hermano deslizó sus manos, le agarró la goma de la ropa interior y consiguió sacársela por los pies. Ahora solo la protegía el camisón, prenda que ya tenía más arriba de la cintura. Le abrió las piernas y colocó su erecto pene en la entrada de la vagina. Sus manos agarraron con fuerza las nalgas y la penetró de un empujón.
—¡¡Ohh!! ¡Ohh! ¡Ohh!
Sofía no daba crédito a lo que estaba pasando, no sentía absolutamente nada. Ni placer, ni fuerzas para defenderse. Casi se sentía avergonzada de que se hubiese podido abrir paso con tanta facilidad. El hermano siguió penetrándola, lenta y profundamente. Una, dos, tres veces, y a la cuarta se derramó en su interior.
—¡¡Ohh…ohhh…Mmmm!!
Un coito completo en menos de un minuto. Un minuto dentro de ella, toda una vida en su cabeza. Cuando sintió los espasmos expulsando su simiente dentro de ella, una lágrima resbaló por su mejilla. El hermano salió de su interior, satisfecho. Le bajó el camisón y, dándole la espalda, se quedó dormido en un rincón de la cama.
V
Las cosas fueron a peor. Hastío y miedo es lo que se respiraba en esa casa. Los padres parecían no hablarse, y mucho menos los hermanos. Bosco había encontrado la solución perfecta para el agua corrupta, y esa no era más que beber solo cerveza. La madre se pasaba las horas entre las tareas del hogar y la cama y Sofía no era más que el receptáculo del placer de su hermano. Cada noche, como un reloj, la visitaba a su cama. Se posaba encima y pocos minutos después podía sentir su leche caliente revoloteando en su interior. Luego, no volvían a dirigirse el uno al otro hasta la madrugada siguiente.
Aquella noche fue distinto. Carlos, prácticamente un eyaculador precoz diagnosticado, se removía sobre ella inquieto.
—¡Mmm! ¡Mmm! ¡Mmm!
La sacudía con fuerza mientras que le sobaba todo lo que podía, los pechos, el culo, las piernas…pero no parecía estar disfrutando.
—Mmm, vamos hermanita, muévete un poco anda…
Intentaba besarla con lengua pero Sofía no abría la boca, seguía completamente quieta. Intentó también darle la vuelta, salir de aquel monótono misionero, pero ella no se dejó.
—Ohh, ohh, vamos, colabora un poco joder.
Hasta el chirrido de la cama lo desconcentraba. Por primera vez no estaba lo suficientemente excitado como para disfrutar de un cuerpo que parecía inerte.
—Mmm, así no puedo, ¿date la vuelta o algo no? O chúpamela un poco, ¡yo que sé!
Hizo un último intento por cambiarla de postura pero ella lo empujó. Lo lanzó con tanta fuerza que se estrelló directamente contra el suelo, llevándose con él incluso la sábana. Fue como si de sus brazos hubiera salido toda la fuerza acumulada de las noches anteriores. El impacto fue tan brutal que el hermano no tuvo agallas para pedirle explicaciones, se levantó como pudo y se acurrucó en su cama. Fue consciente de que nunca más podría aprovecharse de ella.
VI
—Es lo que hay —informó el padre haciendo mención a la pizza en centro de la mesa y apurando la última cerveza—. Hoy vuestra madre ha decidido no complacernos con su compañía y se ha quedado todo el puto día en la cama.
Los hermanos comieron en silencio ante su atenta mirada, que pasó directamente a abrir una nueva cerveza saltándose la cena. En silencio y asustados. Él sintiéndose incapaz de mirar a su hermana. Avergonzado por todo lo que había pasado. Confundido. Ella aún peor. Sintiéndose ultrajada pero culpable por no haberle parado los pies desde el principio. También extraña, sin saber si se lo había permitido por pena o simplemente había estado en un estado de shock que favoreció el abuso. ¿Abuso? Ni siquiera eso tenía claro. ¿Compasión, falta de personalidad o abuso?
—¿Está rica? —preguntó Bosco pasado un rato, en un avanzado estado de embriaguez.
Reinó el silencio. Carlos y Sofía siguieron comiendo cabizbajos. Sabían que no había ninguna buena respuesta para la pregunta.
—Bien, pues si se os ha comido la lengua al gato, a tomar por el culo. Lavad los platos y a la cama.
El hermano había conseguido terminar, no así ella que, igualmente, decidió recoger la mesa y ponerse a fregar los cacharros. Estaba terminando con el último plato cuando sintió la presencia de su padre detrás, acariciándole el pelo. Lo siguiente fue notar su aliento, cálido y etílico, en el cuello. Susurrando:
—Ya eres toda una mujercita eh, ¿hijita?
Nuevamente se quedó petrificada, un escalofrío recorrió toda su columna vertebral para morir en el centro de la nuca. Luego fue el tacto del dedo índice del padre retirando su melena caoba recorriendo cuello y trapecio hasta llegar al tirante del top, quitándolo y dejándolo caer sobre el hombro.
—Toda una mujer, sí señor.
Siguió avanzando por la espalda hasta aterrizar su mano sobre el glúteo, protegido solo por el diminuto pantalón del pijama.
—Mmm…
Lo acarició suavemente hasta que lo apretó con su gran mano. Aparentemente satisfecho con su exploración, volvió a subir para acariciarle el lateral del pecho derecho. Sofía seguía inmóvil, con el plato en una mano y la esponja en el otro. Ahora le manoseaba el pecho sin disimulo, recreándose.
—Y tienes los pechos más grandes —susurró.
Se acercó más y pudo notar el bulto de su pantalón en las lumbares. Se sintió completamente perdida hasta que, finalmente, el padre se rio y desapareció por donde había venido, sentándose nuevamente en la mesa para terminarse la nueva cerveza.
VII
La nueva Sofía, convertida en una persona callada e introvertida, se vistió con la intención de salir a andar. Perderse por el desierto y gritar, chillar con todas sus fuerzas en algún lugar donde nadie la pudiese oír. Un top blanco, pantalones shorts vaqueros, ropa interior y zapatillas, no necesitaba nada más. Al salir por la puerta de su casa se encontró a su padre en su nuevo lugar favorito, una improvisada mesa a la intemperie dónde acumulaba las latas vacías de cerveza y una silla de plástico.
—¿Dónde vas tan decidida? —le preguntó al verla, o, mejor dicho, al verle el turgente trasero embutido en el pequeño pantalón.
—A andar.
—¿A andar? ¿Con este calor? Para eso espera a la tarde, que se vaya el sol. Ven, pequeña, hace mucho que no hablamos.
Tímidamente la hija fue avanzando metros hasta quedarse a escaso medio metro del padre. Sin pensárselo él la agarró por el brazo y la sentó en el regazo.
—¿Qué tal estás? Últimamente en esta casa no habla nadie.
—Bien —contestó ella, escueta.
—Ya sé que la situación es una mierda, pero ya pronto podremos volver. Aquellos imbéciles estarán cansados de buscarme. Les ofreceré un trato y todos contentos, sin escándalos, sin filtraciones, sin abogados, sin juicios y con dinero. Me lo deben.
—Todo volverá a la normalidad —siguió mientras depositaba su manos en las piernas de ella—. Esta etapa de nuestra vida quedará en un sueño lejano que nunca pasó.
Los dedos recorrían la cara interna de los muslos de la hija, de arriba abajo deteniéndose en el inició del pantaloncito, a escasos centímetros de su sexo. Enseguida notó el bulto del padre crecer debajo de las nalgas.
—Que nunca pasó —repitió él acelerándosele la respiración.
La erección era tan grande que apenas podía seguir sentada sobre sus piernas, con el miembro viril del padre restregándose a un glúteo y a otro a medida que intentaba acomodarse. Una de las manos, juguetona, decidió atravesar la barrera de la ropa y posarse sobre su entrepierna, acariciándole el sexo por encima del short y la ropa interior.
—Cómo me recuerdas a tu madre cuando tenía tu edad, pequeña.
El progenitor siguió acariciándola, besándole ahora en la parte posterior del cuello. Nuevamente Sofía pudo sentir el aliento alcohólico del padre. La mano que no jugaba entre sus piernas subió por la cintura hasta estrellarse en sus pechos, manoseándolos por encima de la ropa.
—Pero tú tienes más curvas, ¿verdad?
La magreaba descaradamente e incluso consiguió desabrocharle el difícil botón del pantalón vaquero, obviamente estaba dispuesto a todo. Introdujo sus dedos para acariciarle la entrepierna por encima de las finas braguitas, sintiendo su rajita con la yema mientras que la otra mano estrujaba los pechos con tanta fuerza que pareció que pretendía ordeñarla, sacándole incluso el sujetador de sitio.
—Mmmm, mmm…
Intentó bajarle el short del todo pero en aquel momento Sofía consiguió volver en sí, poniéndose de pie de un golpe y apartándose de aquel pulpo mientras se adecentaba la ropa para perderse por el desierto sin mirar atrás.
—¡Has salido igual que tu madre, eh! ¡Te enteras! —fue lo último que oyó de aquel monstruo en el que se había convertido su padre.
No volvió a casa hasta que el frío del atardecer le obligó a buscar cobijo.
VIII
Carlos entró en la habitación sin apenas poder ver por la oscuridad. Su madre llevaba dos días sin levantarse de la cama.
—¿Hijo, eres tú? —preguntó ella al fin.
Se acercó a la cama, dejando que poco a poco sus ojos se acostumbraran a la falta de luz.
—Mamá, ¿estás bien?
—Sí, hijo, estoy bien.
—¿Seguro? —insistió él con un nudo en la garganta, notando como se le nublaban los ojos de lágrimas.
—¡Pues claro cariño! Simplemente no me he encontrado muy bien. Ven —le invitó ella abriendo la sábana de la cama.
Carlos se tumbó a su lado, en silencio.
—¿Por qué me preguntas eso? ¿Va todo bien?
—No lo sé mamá — respondió él con la voz quebradiza.
La madre lo abrazó, lo envolvió como no hacía desde que era un niño. Él le devolvió el abrazo casi de manera infantil, enrollando sus dedos en los mechones de su pelo tal y como hacía cuando, con poca edad, enfermaba.
—No te preocupes mi vida, es simplemente que esta situación está durando más de lo que esperábamos. Todos lo llevamos como podemos. Pero te prometo que en un rato me levantaré. ¿Vale?
El vástago se recreó en aquel abrazo, apretujándola con fuerza. Se dio cuenta que lo único que llevaba de ropa era la típica camisetita y las bragas. Podía sentir sus pequeños pechos presionados contra su pectoral.
—Ay mi vida…pobrecito él. No tienes que preocuparte por nada, eh.
Alargó el abrazo hasta incluso dar vueltas con ella en la cama, convirtiéndose los dos en un amasijo de carne y hueso, en una maraña de piernas desnudas, deshaciendo la cama hasta caer la sábana al suelo. Entonces su miembro creció instintivamente. Multiplicó su tamaño hasta el punto de parecer que el hijo escondía una barra de hierro entre las piernas, restregándola por las de ella, la cadera, el sexo…
La madre se apartó de golpe, quedándose arrinconada contra la pared. Carlos, aturdido por la situación, se bajó el bóxer como un autómata liberando la evidente y brutal erección. Los dos miraron el falo estupefactos. El hijo intentó acercarse de nuevo pero la madre lo apartó impresionada. Un segundo intento de él y una segunda defensa. La miró desconcertado y triste, como pidiendo ayuda. Alargó el brazo e intentó tocarle los pechos. Sandra se cubrió con los brazos, colocándose casi en posición fetal, como un bicho bola que se sabe descubierto. Le atacó entonces las piernas, acariciándoselas hasta llegar al trasero. Mientras intentaba meterle mano, como una hormiga intentándose colar entre la baba de un caracol para entrar en su cáscara, se agarró el pene con la mano libre y comenzó a masturbarse.
La madre seguía hecha un ovillo defensivo mientras notaba los tocamientos del hijo, robándole pequeñas porciones de su intimidad y sin dejar de ver aquel acto de onanismo. Uno de sus dedos consiguió rozarle el sexo, abriéndole los ojos de manera exagerada y reparando, en todo momento, en el balanceo del colchón provocado por la masturbación del hijo.
—Mmm, mmm.
Carlos seguía subiendo y bajando pieles y acercándose cada vez más, hasta que el glande pudo rozar la piel de Sandra, aunque fuera a la altura de la rodilla y todo sin cesar en su empeño de toquetearla.
—¡Mmm! ¡Mmm! ¡¡Mmm!!
Finalmente eyaculó, impactando sobre la cama y la pierna de la madre y tapándose la boca con la mano acosadora para evitar que se oyeran los gemidos desde fuera. Recuperó el aliento ante la estupefacta mirada de la madre, se subió el calzoncillo y salió de la habitación como si nada hubiera pasado.
IX
Madre e hijos cenaban cuando el padre llegó a casa. Supuestamente había ido al pueblo a por víveres, pero de eso hacía más de seis horas. El estado de embriaguez era tal que ni siquiera conseguía andar recto.
—Vaya, vaya, la familia reunida.
Se acercó a la esposa para darle un beso y ella retiró la cara huyendo del aliento a cerveza y whisky. Sin darse por vencido le chupeteó la cara y deslizó una de sus manos hasta tocarle el pecho por encima de la camiseta, a lo que ella terminó empujándolo.
—¡¿Es que no te alegras de verme?! ¡¿Eh?!
Se dirigió entonces a la hija y la besó en la boca, antes de que pudiera reaccionar también tenía una de sus repugnantes manos magreándole el seno. La madre se abalanzó sobre él como una hembra jabalí protegiendo a sus retoños, lanzándolo contra el suelo con un fuerte empujón.
—¡¡¿¿Es que te has vuelto loco??!!
El padre intentó levantase, pero fue incapaz.
—¡Maldita seas! Vaya familia de mojigatas. Si tú ya no quieres follar conmigo algo tendré que hacer, ¿no?
Finalmente consiguió alzarse y forcejearon hasta que ambos terminaron de nuevo en el suelo.
—¡Puto borracho!
Bosco consiguió dominarla a pesar de la borrachera, tumbándola boca arriba y echándose encima. Le abrió las piernas y se colocó entre ellas, restregándose contra sus partes ante la atenta mirada de los hijos que habían dado un salto de sus respetivas sillas y observaban la escena desde un rincón.
—Eres mi mujer, ¿te enteras? Tengo todo el derecho.
Lucharon un poco más hasta que Sandra se sintió agotada físicamente y también preocupada por el bochornoso espectáculo. Pasiva, contempló como su marido le quitaba los pantalones para, luego, arrancarle las bragas sin piedad. Carlos, atento a todo, pasó de la adrenalina a la excitación al ver el pubis de su madre rasurado en forma de triángulo. El padre se desnudaba patosamente de cintura para abajo mientras seguía:
—¿Te crees que puedes tratarme así? ¡¿Eh?! ¿Cómo si fuera un perdedor? ¿Un puto inútil? Yo todo lo he hecho por vosotros, ¡¿te enteras?!
Colocó el glande en la entrada de la vagina y la penetró con rabia, abriéndose paso en aquel estrecho conducto casi como el que imparte un castigo.
—¡¡¡Mmmm!!! ¡¡Mmm!!
Completamente cegado por la desesperación siguió penetrándola, embistiéndola con todas sus fuerzas contra el suelo.
—¡¡Ahhh!! ¡¡Ahhh!! ¡¡¡Ahhh!!!
Sandra sentía cada acometida, cada golpe de su trasero contra las frías baldosas. Entre arremetida y arremetida le arrancó también la camiseta, dejando a la vista unos pequeños pero deseables pechos que se movían con tan bruscos movimientos.
—¡¡¡Ohhh!!! ¡¡¡Ohhh!!! ¡¡¡Ohhh!!! Mmm ¡Mmm! ¡¡Mmm!! Eso es joder, ¡¡eso es!!
Carlos comenzó a acariciarse por encima del pijama y Sofía lo observó de reojo horrorizada, con la cara desencajada. El padre siguió hasta que, repentinamente, le agarró las nalgas con fuerza y, penetrándola hasta lo más profundo, se derramó en su interior. Después, recupero como pudo el aliento, agarró su ropa y se retiró a su dormitorio sin dar más explicaciones. La madre cerró los ojos avergonzada, completamente desnuda y con su ropa hecha girones por el suelo. Aguantó las ganas de llorar, sacó el coraje de donde no lo tenía por el bien de la familia. La última esperanza la perdió cuando, después de abrir cautelosa uno de los ojos, observó a su hijo acercándose hacia ella desnudo de cintura para arriba.
Sin tiempo de reacción Carlos se abalanzó sobre ella, sobándole el culo y las tetas sin mediar palabra. Consiguió mirar por encima del hombro y pudo ver a Sofía que, completamente en trance, también se retiraba a su habitación. El hijo siguió metiéndole mano y ella se sintió incapaz de luchar, muerta por dentro. Ya no era Sandra, era simplemente una carcasa. Ya casi no padecía, estaba hueca.
Después de que el adolescente la manoseara de arriba abajo, justo cuando creía que se disponía introducirse en su interior notó como este le daba la vuelta, tumbándola boca abajo. Le subió ligeramente las piernas apoyándolas en las rodillas, colocándola en pompa, y comenzó a explorar su ano con el glande, restregándolo. No sintió miedo, ni al hecho en sí ni al dolor. Aquello era como un sueño, como la pesadilla de otra persona.
Carlos se introdujo en aquel nuevo agujero, con dificultad pero sin resistencia. Luchaba centímetro a centímetro para adentrarse en la celestial cueva.
—¡¡¡Mmm!!! ¡¡¡Mmm!!! ¡¡¡Mmm!!!
Agarrándola de las caderas con fuerza consiguió meterla por completo, sintiendo un gran placer y comenzando entonces la danza del mete-y-saca, cada vez más rápido, más fácil. Con la polla completamente prisionera en el estrecho túnel supo que tenía el tiempo contado.
—¡¡Ohh!! ¡¡Ohh!! ¡¡Ohh!! ¡¡Ohhhhh!! ¡¡¡Ohhhhh!!!
Ahora la embestía con tanto desespero que notaba sus testículos rebotando contra los glúteos, llevándose incluso algún que otro golpe en la cabeza contra el suelo.
—¡¡Ohhh síii!! ¡¡Síiii!! ¡¡Mmm!! ¡¡Mmmm!!
Finalmente se corrió en su interior, entre interminables espasmos y chorros de semen, agarrándole las caderas con tanta fuerza que le dejó los dedos marcados en la piel.
Carlos se fue. Descansó tan solo un par de minutos y desapareció por la puerta principal. Ella se quedó en el suelo. Perdió la noción del tiempo, de todo. No fue hasta el primer rayo de luz de la mañana que consiguió volver en sí.
Una semana después la familia dejó aquella casa. Nunca hablaron de lo ocurrido, pero todos murieron, en parte, aquellos días de aislamiento.