La gran ayuda de mi psicólogo

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Sofía era una chica rebelde, medía 1.70, pechos medianos, cadera ancha y sin duda alguna, tenía un buen trasero. La causa de su rebeldía sucedió dos años atrás, cuando tenía quince y su madre de fue de casa para nunca regresar.

Se cambió de color de pelo, se tatuó y pasó de ser la mejor de su clase a la peor, sin amigos y casi perdiendo el año escolar. Su padre desesperado, decide contactar con un buen psicólogo, ahí empezó todo.

Las citas con su psicólogo eran dos veces a la semana, después de clases, cosa que a Sofía le irritaba y estaba reticente a hablar con un completo desconocido sobre ella.

Estaba en la sala de espera del consultorio, esperando a que su psicólogo la llamara, éste, siempre puntual a la hora acordada invitó a Sofía a pasar y sentarse frente a él.

«Esta es la peor forma de desperdiciar mi tiempo», pensó Sofía.

– ¿Cómo estuvo su día, señorita Velázquez? – Sofía giró los ojos cansada de sus preguntas de rutina, cansada de todo en general. Ella no respondió, sólo quería salir del lugar lo antes posible.

– Estuvo mal, ahora si me disculpa, me voy. – Se puso de pie, caminando hacia la puerta y decidida a irse de allí.

– Ya me tiene harto tu maldito mal carácter niñata, si sales por esa puerta, espero y no vuelvas jamás.

El cambio repentino de su psicólogo maduro, paciente y sabio le llamó la atención, hasta fue motivo de la gran sonrisa que se dibujó en su cara.

– Esto se puso interesante. – Dichas estas palabras se dió la vuelta y se sentó frente a aquel hombre. – Señor Méndez, dígame usted, ¿qué más le molesta de mí?

Él se mantenía callado, apretando los ojos tratando de contener sus palabras y manteniendo su «ética». Sofía lo observaba, él tenía unos 40 años o tal vez más, unas escasas canas decoraban su cabello negro y sedoso, una piel que se notaba suave aún sin tocarla, un cuerpo bien cuidado, siempre bien vestido y perfumado. Empezaba a resultarle atractivo.

– ¿No va a decirme nada, Señor Méndez? – Volvió a preguntar insistente, el señor Méndez abrió los ojos, dejando ver lo hermoso que eran estos, el hombre mandó a su ética a descansar y decidió hablar.

– Me jode cuando ni te molestas en responder mis preguntas, cuando el sarcasmos es lo único que sale de esos labios, cuando faltas a las consultas y cuando… te pones esa maldita ropa tan provocativa, como esa falda que tienes ahora.

Las palabras de Méndez la habían tomado por sorpresa, no se imaginaba que él pensará de esa forma, en otro momento tal vez le hubiese molestado pero sus palabras sólo consiguieron que se calentara mucho.

– Ya puedes ir a acusarme con tu padre si quieres. – Resopló.

Sofía se levantó de su asiento, se acercó hasta él y se sentó en sus piernas.

– No te acuso, si no me acusas tú a mí. – Tomó su rostro y lo besó, él no se negó y le correspondió a su beso. Uno lento y delicioso, mientras lo besaba, se movía en círculos sobre su bulto que crecía cada vez más.

Las manos ásperas del señor Méndez no se atrevían a tocar nada más que su cintura, Sofía se separó un poco de él y lo miró a los ojos, el deseo se notaba a kilómetros, sin dejar de mirarlo, llevó las manos de él por debajo de su blusa, a él le encantó descubrir que no llevaba sujetador y ella le encantó sentir el contacto sus manos acariciando sus pechos.No

Levantó la blusa de Sofía, dejando al descubierto sus preciosos pechos, lamía y apretaba sus pechos con delicadeza, ella no dejaba de moverse encima de su miembro que necesitaba ser liberado, ambos estaban a tope, tal vez sólo con unos roces más podrían alcanzar el orgasmo, sin embargo, ninguno se resistió a más, necesitaban más.

El señor Méndez, le rompió sus bragas y bajó el cierre de su pantalón, dirigió la punta de su miembro hasta la entrada de Sofía, ella sin esperar más, se sentó sobre su tremendo miembro, sintiéndolo llegar hasta el fondo, lo cabalgaba sin vergüenza alguna, entraba y a penas salía de su vagina, se besaban con deseo y se miraban mientras follaban, ambos disfrutando del momento, Sofía alcanzó su orgasmo. Aunque su cuerpo estaba cansado, no iba a dejar al señor Méndez sin que se corriera.

Se bajó del regazo del hombre y se arrodilló frente a él, tomó su miembro entre sus manos, estaba aún erecto y bañado con sus fluidos, lamió la puntita y lo escuchó gruñir, sus manos cubrían todo el miembro y lo masturbaba mientras lamía la puntita sin parar. Con un movimiento rápido volvió al regazo del hombre y entró su miembro en su vagina, él controlaba los movimientos de ella apresando su cintura y no la soltó hasta que se vació dentro de ella, satisfecha, Sofía sonrío y besó los labios del señor Méndez, con cuidado sacó el pene de su vagina y se puso de pie.

Colocó su blusa en su respectivo lugar y acomodó su falda.

– Espero que nos veamos la próxima semana señor Méndez y no olvide votar mis bragas.

Caminó hasta la puerta, le dió una última mirada y luego se fue.

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