La hermana de mi mejor amigo, me calentó de más y follamos
La hermanita del Coco
Era sábado, llovía como la San Puta, no tenía guita ni para salir a dar una vuelta a la plaza y hacía un calor de locos, para ser principios de mayo.
El Coco me llamó a la tarde y me dijo que tenía unas birras, hamburguesas y fernet en su casa, y que lo mejor del mundo era que sus padres salían ese fin de semana con una pareja amiga. Le dije que no tenía un mango, y él me consoló diciendo que también iba el Santi. Dijo algo de unas películas que no entendí por la maldita señal de los celulares, y que, si me acordaba que le llevara un libro de historia que le debía, y que me esperaba a las 9 de la noche.
Me bañé después de lavarle el auto a mi viejo, que ni siquiera me largó un peso para la juntada. Tomé un par de mates con mi vieja, busqué el libro y me perfumé para salir.
Caminé unas 30 cuadras hasta lo del Coco. Pero en el camino me crucé con el Emilio, y no pude resistirme a darle unas buenas pitadas a su fasito de flores. quedé medio loco, al punto que se me hizo difícil caminar sin perseguirme por alguna caripela ambulante. En fin…
El Coco barría la vereda cuando llegué, y unos 5 minutos después apareció el gordo Santiago, mucho más transpirado que yo.
¡a que no saben lo que les traje guachos!, dijo con una sonrisa amplia y un paquete en la mano, en la que no traía una botella de coca.
El Coco dejó la escoba, prendió un pucho y nos convidó mientras decía:
¡no me digas que conseguiste reventando colas, y cogiendo con la empleada!
El Santi amagó con abrir la bolsa pero lo detuve en seco recordándole que estábamos en la calle.
¡mucho más que eso pibe… también conseguí videítos amateurs, bastantes bisarros y prohibidos!, concluyó por fin.
Los tres entramos a la cocina, y el Coco abrió la heladera para ponerse a preparar las hamburguesas. El loco siempre nos atiende de maravillas! Picó cebollas, cortó tomates, hirvió huevos y calentó un poco los panes.
Cuando cada uno ya se había bajado unas cuatro hamburguesas completas fuimos al living.
El Santi prendió un faso grueso y aromático. El Coco puso un cd de Red Hot Chili Pepers y yo me senté desparramando cartas en la mesita ratona, como para abrir algún juego. Pero entonces el Santi replicó:
¡che, no seamos pajeros… ahora que no hay nadie aprovechemos… traje unas pornos para quedar re locos!, y se rió dejando las cajas al asombro de nuestras miradas expectantes.
Eran cinco pelis, una más interesante que la otra. Dos eran europeasy de lesbianas. Otra tenía a cinco morochas en bombacha sentadas en el suelo y atragantándose con unas pijas inhumanas. La siguiente era reventando colas, una peli argentina, y la última tenía cierta censura en los dibujos. Se llamaba algo del diablo en la piel, según la traducción al castellano.
El Coco puso la tele y mientras ponía la primer película dijo:
¡igual, no lo pongamos tan fuerte porque está la Anto arriba!
Antonella es la hermana del Coco, que tiene 19 años, pero que padece un retrazo mental severo, y esta vez se quedó a su cuidado.
Entonces la peli comenzó a rodar, y nosotros a comentar entre risas, críticas a las caras o gestos de los actores, a buscarles parecidos con familiares y profesores, a beber y fumar sin prejuicios, y lentamente a pajearnos. Primero sobre la ropa. Pero cuando la peli casi terminaba, los tres exponíamos nuestras pijas paradas al aire. Yo ya me había acabado una vez en el calzoncillo.
A la segunda peli, digamos que le dimos una pasadita y nos aburrió de inmediato.
Reventando colas, no había sido mucho mejor que la anterior. Pero la de las morochas peteras sí que nos gustó. Nunca las veíamos completas.
En un momento oigo que el Coco grita:
¡Anto, subí a tu cuarto y dormite de una vez!
La tele estaba fuerte, y ninguno se percató de que la chica bajó a buscar gaseosa.
Las pijas maquillaban con arte y abundante leche a esas criaturas mamadoras, mientras el Coco encastraba servilletas, el Santi se meneaba la pija para no acabar, y yo sentí que los huevos me dolían gravemente por no cometer otro derrame.
Nos juntamos desde los 18 a ver pelis y a pajearnos cuando se puede. En general siempre somos los mismos. Alguna vez invitábamos a Nico, un primo del Coco, o al hermano mayor del Santi. No queríamos estropear los dos años que llevábamos reuniéndonos por algún bocón.
La película prohibida fue imposible de adelantar, mutear o comentar. Era muy lúgubre, y nada estaba sensurado como en su presentación. Había un médico que tenía prácticas de tortura para las jovencitas que exhibían sus tetas o sus terribles culos en la vía pública. También un cura que escuchaba las confesiones de las mujeres y las violaba en la iglesia. Un policía que obligaba a las chicas recién salidas de los pubs a sacarse la bombacha y hacer pis en la calle para luego arrestarlas y cometer con ellas toda clase de sufrimientos sexuales.
Ninguno se atrevió a romper el clima. Ni siquiera nuestras ganas de paja.
Recién cuando apapareció una enfermera gorda amamantando a una chica en pañales de no menos de 18, supimos que era el momento de fumar un poco.
En ese momento preciso los tres nos detuvimos en el umbral de la puerta de la cocina. Allí estaba Antonella, de pie, en bombacha, medias y musculosa, pidiéndonos que bajemos el volumen.
¡sí, ya lo bajamos, pero primero vení un segundo Anto… quiero ver una cosita!, dijo el Coco con los ojos extraviados.
Apenas su hermana estuvo frente a él, se agachó y, mientras le abría las piernas pareció olerle la bombachita.
¡hoy no te bañaste pendeja?!, averiguó dándole unas nalgaditas. Anto no respondió, y él se la sentó en la falda poniendo su mano sobre su pija llena de venas como túneles.
El Santi se paró para cerrar la puerta y apagar el aire acondicionado. Bajó el volumen y siguió mirando a la enfermera, que ahora le metía un pito de goma a la chica por entre su pañal, y le tomaba la fiebre con cierta suspicacia.
¡dale, apretame la pija guacha, o le digo a mami que no te bañaste, y que no ordenaste tu pieza!, le decía el Coco, bajo los efectos del faso y algo de merca. El pibe había salido un momento a nariguetear un toque, cosa con la que el Santi y yo no estábamos de acuerdo. Pero los dos mirábamos a la pendeja bien desarrolladita, con retrazos en su cabeza pero con unas tetas de ensueño, y una cola como para morderla todas las mañanas junto al desayuno. Ahora era víctima de unos chupones en sus hombros mientras le tocaba con cierta inocencia la verga a su hermano.
El Coco le sacó la musculosa en cuanto ella empezó a lagrimear.
¡sacate las medias y ponete en cuatro patas arriba de la mesa ratona, ya!, le ordenó nuestro amigo, y enseguida nos indicó que nos acerquemos a mirarla mejor.
El efecto dfue inmediato. Los tres estábamos parados alrededor de la mesa, en calzones y pajeándonos, besándole la espalda y la cola a la nena, oliendo sus piernas, su bombachita, su pelo y su rostro envuelto en nerviosas lágrimas.
¡no llores Anto, dale nena, si siempre lo hacemos en tu piecita… ahora estás conmigo, y mis amigos… además no podés vivir sin una buena pija!, le decía el Coco, justo cuando mi nariz alteraba gravemente a mis ganas de cogerle la boquita, ya que no podía dejar de oler su calzón manchado de pis, abriéndole las piernas con ayuda del Santi, que se pajeaba frotándole la pija en la espalda.
El Coco le hacía tantear su verga, y algunas veces se la acercaba a la boca para que la pibita gima como con asco.
¡oleme el calzoncillo pendejita, y escupilo… dale que yo al menos me baño turrita!, exigía el Coco, ahora mientras el Santi le chupaba los dedos de los pies, y yo le amasaba la colita con el pito, tironeando un poco de su bombacha.
Pero cuando creí que mi leche la empaparía entera, el Coco se sentó en el sillón y la llamó como a un perrito juguetón chazqueando los dedos. Ella caminó hasta él y cayó rendida sobre su regazo.
El pibe no pudo contenerse más. En un solo movimiento colocó su pija erecta entre los cachetes de su culito perfecto y su bombachita olorosa. La tomó de los hombros y la sacudió con brusquedad logrando que su glande se frote con la suave y delicada piel de su hermana.
¡movete boludita, y tocame la puntita de la chota, dale pajera, dale que te doy la lechita bebé!, decía exultante y agitado. Hasta que en un gracioso impulso, medio levantándose del sillón estalló en la mano, la bombacha y la entrepierna de la Anto, y le ordenó que nos ayude a nosotros.
De reojo pispié la peli en silencio, y creo que Santi también, porque encuanto la nena estuvo en cuatro patas en la alfombra como él se lo pidió le dijo:
¡mirá si te pasa lo mismo que a esa chica por no hacer caso bebita… tenés que portarte bien con él y sus amiguitos!
En la peli la enfermera gorda castigaba con un látigo a una azafata mientras el médico le metía la pija por el culo sin importarle las súplicas de sus gritos.
El Santi se le subió encima y puso su poronga entre su bombacha y sus nalgas. Se pajeó un instante, y pronto hacía de cuenta que la estaba penetrando, aunque su cabecita sólo se fregoneaba en su entrepierna. Le acabó de una en cuanto Anto murmuró:
¡soltame guacho, me duelen las rodillas!
Vimos su abundante semen humedecerle las piernas y hasta la barriga cuando se separó de ella, y entonces, solita vino hacia mí.
El Coco me la sentó a upa y yo copié a mis compañeros con el lugar donde debía estar mi pija. Solo que mientras ella se movía y me la apretaba un poquito, los otros dos la colmaban de besos. Ella parecía sentirse bien, porque ahora sus gemiditos no eran de terror, o de repugnancia.
Yo no pude durar más de un minuto, y entonces el Coco tuvo que pronunciar con autoridad:
¡vamos al baño loquita, así te das una duchita… y nosotros te vamos a acompañar!
Pero antes de eso, la agarró de un brazo y la sentó en el suelo.
¡vengan chicos, vamos a enseñarle a chupar pitos!, agregó a nuestras confusas mentes.
Ahora los tres la rodeábamos, y su boca no colaboraba para que nuestras pijas se encuentren con su calor. Por eso el Coco le dio unas buenas cachetadas, le prometió no sé cuanta guita y ayudarla con su pieza. Entonces su lengua, sus dientes y su saliva nos hizo estremecer los cueros, los huevos y las piernas. Le pedimos besos, chupadas, lamidas y escupiditas con una euforia que colapsaba su capacidad. Su boca era estrecha, y no cabía más que el glande del Coco o del Santi. Yo tenía algo más de suerte porque mi verga no es gruesa ni cabezona.
Oír su besuqueo y sus primeras toses causadas por las arcadas o los excesos de saliva nos encendía aún más.
¡vamos a bañarse sucia cochina… dale!, dijo el Coco apenas con un hilo de voz.los tres la seguimos al baño oscuro.
El Coco desapareció un instante mientras la piba nos tocaba las pijas al borde de reventar, tanto que el Santi no controló su estampida seminal sobre sus tetotas.
El Coco volvió con un montonsito de ropa de Anto. La puso sobre la tapa del inodoro y descorrió las cortinas de la ducha. Amagó con abrir los grifos, pero antes dijo.
¡sacame el calzoncillo nena!
Ella obedeció.
¡te traje la ropita y un toallón!, dijo mientras ahora la obligaba a lamerle la pija y a estirar su mano para pajearme sin saber demasiado cómo hacerlo.
¡no te saques la bombacha, y arrodíllate en la ducha!, le pidió como si fuese algo de vida o muerte.
Apenas las rodillas de Anto se fundieron en el umbral que divide el baño de la ducha, su boca volvió a coronarse con nuestros penes hinchados. Incluso el de Santi que había acabado recientemente. Pero ahora fuimos más violentos con ella.
No sé por qué, pero los tres le pegábamos en la cara, le tironeábamos el pelo, la pellizcábamos, y, hasta el Santi se daba vuelta para tirarle pedos en la cara.
¡chupá bebé, sacanos la leche… o en tu escuela especial no hablaban de pitos? Dale guachita, comeme las bolas, babéate toda, abrí la boca putita sucia, no muerdas tan fuerte conchudita, así sucia de mierda!
Estos, y demás improperios decoraban la acústica del baño de mi amigo, y ella lloriqueaba un poco, aunque no se resistía.
¡uuuufaaaa, pará de llorar guachita! Por qué no te hacés pis y caca también? Así te cambiamos los pañalines!, dijo el Santi, y algo parecido a un volcán ardió en nuestras pieles febriles.
¡dale, meate encima Antonella!, agregó el Coco que le metía la pija en la boca y le amasaba las tetas.
¡pero primero chúpame el culo!, interrumpió, y giró para que la lengua de Anto se pierda entre las nalgas de su hermano, a lo que no podía negarse porque mi mano le sostenía la cabeza.
Al rato nos lamía los huevos y el culo a los tres. Creo que el Sanri se acabó en las manos mientras la pibita colmaba de saliva su agujero y él se pajeaba.
Luego, os tres estábamos agachados contemplando sus piernas, y en especial su bombachita.
¡dale Antito, porfi, hacete pipí, ahora nenita!, dijo el Coco rozando su pancita con la punta de su lengua.
¡síiii bebotaaa, queremos ver cómo te hacés pis y cacona en la bombacha!, agregó impune el Santi, y en breve nuestros rostros se iluminaron porque, un chorro abundante, amarillo y escurridizo comenzó a fluir de los adentros de su vagina. En breve estuvo toda meada, y no tardó en expulsar un par de zoretitos.
Ahora los tres la pusimos de pie contra la pared, le sacamos unas fotos y, el Santi la sentó en el lavatorio por pedido del Coco. Ahí los tres le lamimos las piernas, le corrimos un poquito la bombacha y nos volvimos locos oliendo y lamiendo su conchita con pelitos, sus ingles, su nalgas y hasta el ollito de su culo maravilloso y tan virginal como casi toda ella. Le comimos la boca entre los tres, le llenamos su tembloroso cuerpo con chupones ruidosos, la acariciamos entera y volvimos a pararla en el trozo de pared que quedaba entre el inodoro y un pequeño mueble lleno de toallas. Le acomodamos la bombacha,que ya apestaba a caquita y a pis, y entonces uno a uno pasó con su pija por su entrepierna, esta vez para intentar penetrarla sin que le duela.
El Coco nos pidió que no hagamos cagadas, por lo que entonces solo nos dedicamos a pajearnos, apretujándola contra la fría pared, lamiendo sus tetas, haciendo que nos chupe los dedos luego de rozarle el culito cagado, y sintiendo la humedad de su bombacha.
En un momento el Coco se la sacó para untarla toda en sus piernas, su cola y hasta en su abdomen. Pronto se la puso otra vez, y volvimos a desfilar de a uno por su conchita. Yo no pude con mi genio y, poco a poco comencé a pujar para meterla. De repente algo la estremeció, y mi pija sintió que un laberinto de carne caliente le abría las puertas. Ella gritó y enmudeció al instante, pues, el Coco nos advirtió que no podíamos hacer barullo por los vecinos.
Lo cierto es que mi pene había ingresado en su vagina y se movía indulgente. Se sentía apretado y comenzaba lentamente a disparar chorros de semen allí.
El Coco notó que algo extraño pasaba por mis expresivos jadeos y las muecas de dolor de Anto.
¡le estoy dejando la lechita toda adentro de la concha a esta sucia!, alcancé a decir antes del último estrépito que inmovilizó mi cuerpo.
En cuanto me separé de ella el Coco le arrancó la bombacha y se la quiso coger. Pero su pija y la de Santi podían lastimarla, y entonces habría problemas con sus padres. Por lo tanto, la guacha volvió a ponerse en cuatro bajo la presión de las manos de su hermano, y ahora no solo los peteaba. Tuvo que dejarse mear por los dos. El Coco le meó las manos y el Santi la cara.
Pero no pudieron acabar porque, entonces se oyó la puerta del living y la voz de una mujer llamando con cierta desesperación a Antonella.
Por suerte la puerta del baño estaba cerrada con llave!
El Coco enseguida le habló:
¡escuchame bien guacha, ahora te ponés esta bombacha, las medias, este vestidito… lávate la cara y salí del baño, que yo vuelvo a cerrar con llave! Cualquier cosa estabas descompuesta, entendido?!
La piba se vistió rapidísimo, mientras el Coco decía:
¡no se preocupen, si mi vieja sabe que ésta siempre anda re mugrienta!
Algo había pasado con los padres del Coco, por lo que tuvieron que regresar antes de tiempo. Pero nosotros no teníamos tiempo para congeturas. Había que zafar de ésta!
Por suerte el Coco fue precavido y trajo ropa para ella. Pero nosotros estábamos en calzones, encerrados en el baño, con la bombacha sucia de la retrazadita y una adrenalina que recorría nuestros cerebros como maldiciones.
El Coco estaba seguro de que su hermana no nos delataría.
Cuando todo fue calma, y Antonella ya le había explicado a su madre que le dolía la panza, oímos que le preguntó por el Coco.
¡no sé, se fue con el Santi!, dijo la pibita, y acto seguido la madre le gritoneó:
¡bien, pero vos a dormir ya… y mañana sin falta báñate, que tenés un olor a pichí que no se aguanta!
Entonces el Coco, pasados unos 20 minutos salió a merodear por la casa. En el living estaban las pelis y las botellas vacías, además de todo el desorden de las hamburguesas. No sé cómo aquello pudo pasarles inadvertidos a sus padres.
Al rato nos vino a buscar y fuimos lentamente a la pieza de Anto. Ahí los tres volvimos a pajearnos, solo que ahora en silencio, mientras ella dormía destapada, en bombacha y medias. Obiamente, nuestras ofrendas de semen fueron a parar a esa bombachita pulcra y limpia que escondía todo lo sucia que staba su conchita. Solo acabamos oliendo su culito, ya que permanecía boca abajo.
Menos mal que no se despertó! fin