La importancia de cumplir los tratos y más si son sexuales
UN TRATO ES UN TRATO
Dedicado a Inmaculada
Quid pro quo
1.
Una mañana de sábado, Úrsula y sus padres reponían fuerzas con un copioso desayuno, tras una interminable y agotadora noche de orgía familiar. La luz del alba remordía sus resplandecientes cuerpos desnudos, aún empapados de fluidos corporales, como si el sol desease devorar los restos del delirio.
—Papa, deberías darme una paga.
—¡La madre que te parió! ¿Cómo dices?
—¿Estás sordo o aún estás lelo? He dicho que deberías darme una paga. Todas mis amigas tienen una.
—Pero… ¿has oído lo que ha dicho la zorra de tu hija? —dijo su padre ofendido— ¡Si eres una cría! ¿Para qué quieres tú una paga?
—Ya… ¡Una cría para lo que te interesa! —replicó Úrsula—. Además, para lo que yo quiera una paga es asunto mío.
—Cariño, la niña tiene razón. Se está haciendo mayor y necesita dinero para sus gastos. Además, ha sacado muy buenas notas este curso. Creo que se lo merece —Úrsula sonrió a su madre, agradecida.
—¡Hay que joderse! O sea, que estás de su parte.
—¡Venga, papi! —suplicó Úrsula mirándole con ojos de cordera degollada—. Quiero comprame un consolador más grande y más potente. Aún sigo usando el que me regalasteis hace dos años, y está muy desgastado. Además, he visto uno programable en el escaparate del sex-shop de la esquina, con dos cabezales y wifi, que está al cincuenta por ciento de descuento. Por favor, papi, ¡enrollate! Ya soy mayor para tener una paga, y mi culito necesita algo más contundente que un consolador de juguete —Si algo sabía Úrsula era como convencer a su padre para que accediese a todos su perversos caprichos.
—De acuerdo. Está bien. No sé si eres mayor o no, lo que está claro es que estás hecha una viciosilla de mucho cuidado.
—Os lo debo a vosotros. Me habéis enseñado todo lo que sé. Y por eso os quiero tanto.
—¡Tesoro mío! —dijo su madre—. Sólo queremos lo mejor para ti. Siempre serás nuestro ángel.
—¡Menudo ángel! Querrás decir «demonio». ¿No ves que te está camelando? ¡Y deja de mirarme así! —dijo su padre, sintiendo como se le inflamaban las venas de la polla—. Si quieres una paga ¡tendrás que ganártela!
—¡Cómo! —replicó Úrsula—. ¿Acaso no hago todas mi tareas? He sacado unas notas cojonudas, ¡joder! ¡No es justo!
—No te enfades, cariño. Tu padre tiene razón. Es importante que aprendas que es necesario esforzarse en la vida, cueste lo que cueste, para tener una recompensa. Así la disfrutarás el doble.
—¿Estás de su parte? ¡Vaya mierda! Siempre haces lo que te pide papa. ¡Eres una puta esclava!
—¡Te prohíbo que hables así a tu madre! —dijo su padre encolerizado, aunque, en el fondo, le ponía cachondo que su hija emplease un lenguaje soez—. En esta casa, el único que puede llamar «puta» a tu madre soy yo. ¿Te queda claro, zorra de mierda? —La madre de Úrsula, al oír esto, sonrió complacida, reprimiendo las ganas de abalanzarse sobre la polla de su amado esposo en agradecimiento.
—Vale. Vale. No es para ponerse así —respondió Úrsula—. No quiero que os enfadéis conmigo ni que discutáis. Haré lo que queráis.
—¡Eso esta mejor! —dijo su padre más calmado.
Úrsula, que sabía muy bien como convencerle, se arrodillo entre las piernas de su padre y comenzó a lamerle el capullo, que asomaba por encima de la mesa.
Su padre la ignoró, y continuó tomando el café y leyendo el periódico, mientras su madre fregaba los platos de la noche anterior.
—Lo ves, cariño, si tenemos la mejor hija del mundo —dijo la madre de Úrsula, sintiendo como el flujo le resbalaba por los muslos de la felicidad. En ese momento se sentía la mujer más afortunada del mundo. Su marido la trataba como una miserable esclava, y su hijita se estaba convirtiendo en una insaciable y sucia pervertida. A veces, los sueños se hacían realidad.
El padre de Úrsula no tardó en descargar una abundante y espesa corrida en la boca de su adorable hija. Úrsula se tragó toda la lefa de un trago y se relamió. No había nada en la vida que le gustase más que un caudaloso chorro de semen calentito. Después, se levantó y extendió la palma de la mano hacia su padre, reclamando su recompensa. Este al ver la pequeña mano de su hija soltó una carcajada.
—Ja, ja, ja. ¿En serio piensas que por hacerme una mamada te voy a dar algo? ¡Si me las haces todos los días! —Úrsula frunció el ceño visiblemente enfadada— Si quieres una paga vas a tener que esforzarte mucho más.
La madre de Úrsula, intentado apoyar a su hija, dijo:
—Tengo una idea. Sabes que tu padre se ha encaprichado con tu amiga Tania, ¿verdad?
—Sí. Lo sé —dijo Úrsula—. Está deseando someterla a una buena sesión de bondage.
—Pues convencela para que le envié a tu padre unos cuantos videos, en los que se vea lo guarra que es, y si le gustan, por cada uno tu padre te dará 10 euros y yo otros 10. ¿Qué te parece?
Al padre de Úrsula se le hizo la boca agua recordando los enormes melones de la amiga de su hija, e imaginando todas las brutalidades que haría con ellos. Casi podía sentir el sabor de los pezones de la tierna Tania en su paladar.
—Por mí, genial —dijo Úrsula—. No creo que me cueste mucho convencerla —dijo guiñándole un ojo a su padre.
—Me parece que la que quiere follarse a Tania es tu madre —dijo el padre de Úrsula.
—Bueno, bueno. De eso ya hablaremos más adelante. Seguro que todos podemos llegar a un acuerdo —sentenció su esposa.
2.
Una hora después, el padre de Úrsula estaba en el sofá viendo un atroz vídeo en el que una adorable lolita era destrozada, sin contemplaciones, por cuatro negros con unas pollas monstruosas, mientras su sumisa esposa le comía el rabo antes de pasar la aspiradora. De pronto, el móvil zumbó. Había recibido un mensaje y un par de vídeos de Tania.
«Espero que te destroces la polla en mi honor, cerdo! Cuando quieras te mando más. Un besito en el capullo, papi.»
—¡Joder, cómo está esta juventud! Cuando yo tenía su edad… —dijo el padre de Úrsula, tan satisfecho como sorprendido.
—Cuando tu tenías su edad ya eras un asqueroso cerdo de mierda con una polla descomunal que te follabas hasta al gato. ¿O ya no te acuerdas cuando tu hermana pequeña acabó en urgencias con una perforación intestinal porque te empeñaste en meterle el brazo en el culito? Pobre niña. —dijo la madre de Úrsula babeando frustrada por haberse sacado la polla de su marido de la boca para responder.
—Bueno, bueno. No seas hipócrita y no te hagas la puritana. O no te acuerdas del día que te pille enculando a Úrsula con aquel monstruoso dildo. ¡Pobre niña! ¿Eh? —dijo el padre de Úrsula con sarcasmo.
—No te enfades conmigo ahora, amor mío. Si en el fondo sabes que me enamoré de ti porque eras un puto depravado de mierda. Sólo quería decir que la juventud ahora es más precoz, nada más.
—¡Ya! Más precoz… Anda, cierra la puta boca y mira. O mejor sigue comiéndome el rabo y mira. Parece que a la guarra de Tania le ha gustado la idea.
—A ver. A ver —dijo la madre de Úrsula expectante, metiéndose la gruesa tranca en la boca acto seguido.
El padre de Úrsula le mostró la pantalla.
En el primer vídeo, Tania se ataba sus enormes tetas con unas gruesas cuerdas hasta que se le ponían moradas y duras como una sandía. Después, se clavaba un par de docenas de alfileres en ellas sin dejar de sonreír ni de mirar a la cámara. Al acabar, aparecía una mujer madura, con una rizada y larga melena negra, unos globos como balones de playa, un hipnótico coño plagado de piercings y le metía el brazo en el coño hasta el codo.
Los padres de Úrsula se sorprendieron al ver a aquella mujer con cara de guarra que les resultaba familiar, y llamaron a Úrsula.
—¡Qué queréis, hostia! Me estaba haciendo una paja brutal y estaba a punto de correrme.
—Puedes hacértela aquí, cariño. Ya lo sabes —dijo su madre— Tu padre estará encantado, y yo más.
—¿Quién es esta? —preguntó su padre mostrándole la pantalla a Úrsula.
—¡Severina! ¡Es Severina! —dijo Úrsula sorprendida—. ¡Qué hija de puta!
—¿Severina? ¿La profesora de francés? —dijo su padre.
—La misma.
—No sabía que diese clases particulares —dijo su madre.
En el segundo vídeo, Tania le comía su espectacular coño a Severina, mientras jugaba con los mostruosos piercings que le colgaban de los labios mayores como campanas.
—¡Madre mía! ¡Vaya pedazo de coño que tiene la puerca de Severina! —exclamó el padre de Úrsula.
—No está mal —dijo su madre—. Grande, peludo, y perforado como un gruyere, como a ti te gustan, ¿eh, cerdo? Seguro que hasta le podrías meter la cabeza dentro.
Al padre de Úrsula se le hincharon las venas de la polla hasta casi reventar imaginando que se follaba el coño de Severina con la cabeza.
—Ya os lo había dicho el día que tuve tutoría. ¿No os acordáis, retrasados? Bueno… si no os importa, yo voy a sentarme aquí y seguir con lo mío mientras disfrutáis del espectáculo, a ver si así me corro de un puta vez.
Cuando la madre de Úrsula se cansó de ver los vídeos una y otra vez, continuó mamándole la polla a su esposo, que era lo que realmente le gustaba, y para lo que sentía que había nacido, mientras éste continuaba viéndolos en bucle ante la atenta mirada de Úrsula, que, enloquecida viendo a sus degenerados padres, se metía y sacaba el puñito del coño como si fuese el pistón de una locomotora.
Los gemidos del móvil se solapaban con los del televisor. Los negros del vídeo porno habían desaparecido, tras vaciar sus cojones sobre la muchacha. Ahora, en otra escena, la lolita recibía en su rostro sonriente la corrida de sus padres, sus hermanos, sus tios, y algunos amigos en su fiesta de cumpleaños. Después, con el pelo y la cara cubiertos de lefa y una radiante e inocente sonrisa de satisfacción, soplaba las velitas con forma de polla de una tarta de cumpleaños. Tras lo cual, la imagen se fundió en negro y apareció un rótulo rosa. «La familia que folla unida, permanece unida».
—¡Ya lo sabéis! ¡Qué no se os olvide, desgraciadas! —exclamó el padre de Úrsula.
Pero ni su esposa ni su hija le hicieron caso. Estaban demasiado ocupadas.
—¡Venga, mamá! ¡Así! ¡Duro! ¡Más duro! ¡Hasta el estómago! ¡Joder, qué me corro!
Su padre, que llevaba un buen rato conteniendo el orgasmo, tiró a un lado el móvil, agarró a su mujer por la cabeza, y empezó a agitársela como si quisiera ensartarla.
—¡Machácala, cabrón! Y tú, cerda, ¡No pares! ¡No pares, hija de puta! ¡Hasta los cojones! —dijo Úrsula fuera de si, mientras se destrozaba el coño como una demente con una mano y con la otra se pellizcaba los pezones.
—¡Muy bien, putita! ¡Rómpetelo! ¡Quiero ver como chorrea el chochito de mi cerdita!
—¡Sí, papi! Soy una cerdita, ¡y me encanta! ¡La cerdita de papa! ¡Oink, oink!
—¡Me cago en dios! ¡Repítelo que me corro!
—¡Oink, oink! ¡Soy tu cerdita! ¡Soy una puta cerda! ¡Ah! ¡Me corro, papi! ¡Tu puerquita se va a correr! ¡Ah! ¡Ah!
—¡Y yo, degenerada! ¡Me corro! —dijo el padre de Úrsula, agitándole la cabeza a su mujer como si fuese una muñeca deshuesada, mientras esta se frotaba el clítoris frenéticamente.
Cuando el semen le salio por las orejas a su madre, Úrsula se corrió como una fuente, salpicando a sus padres. Su madre, se incorporó y beso a su adorado esposo, con los labios empapados de esperma.
—¡Casi me rompes el cuello, animal!
—¿Y…? —dijo su marido intentando recobrar el aliento.
—Y nada. Que me ha encantado.
—¡Ah! ¡Pensaba! Espero que tú también te hayas corrido.
—Varias veces. Me pone muy perra oíros decir barbaridades.
—¡Así me gusta, zorra! ¡No esperaba menos de ti!
La madre de Úrsula, que nunca se cansaba de mamar, se arrodilló, y retomó su misión en la vida. Su marido, exhausto, le permitió darse un capricho
—¡Y yo, qué! ¿Os han gustado? —intervino Úrsula, al ver que estaba siendo ignorada.
Su madre se sacó unos instantes la polla de la garganta y exclamó al unisono que su venerado esposo: «Muchísimo». Y reanudó la mamada.
—Pues, ¡venga!. Son 40 euros —dijo Úrsula victoriosa, con el coño dolorido pero con ganas de volver masturbarse.
—Un trato es un trato —dijo su padre— Anda, deja ya de chupármela, zorra, levántate, y coge la pasta de mi cartera, que la niña de los cojones se ha ganado la paga con creces.
Su esposa, obediente, se levantó, le dio un beso en la boca a su hijita —para que también disfrutase del sabor de la espesa y deliciosa lefa de su padre— y fue a por la cartera.
—Si consigues que esa profesora tuya me coma la polla como es debido, y que me deje devorarle ese coño tan magnífico, te doy cien euros. ¿Qué te parece? —dijo su padre a Úrsula, mientras se ponía de nuevo la polla a punto.
—¡Cojonudo! ¡Eso está hecho, papi! —dijo Úrsula, tragándose los restos de lefa—. Te ha gustado su coño, ¿eh, puerco? ¡Pues no te imaginas como sabe!
—Espero averiguarlo pronto. Depende de ti. Ya sabes, puedes ganarte cien euritos. ¿Cuánto cuesta ese puto consolador que te quieres comprar?
—Trescientos —dijo Úrsula intentando sonsacarle más pasta a su padre.
—¿Ciento cincuenta, has dicho?
—Sí, eso —dijo Úrsula, cediendo ante la perspicacia de su padre.
—¡De acuerdo! Cien por el coño de Severina, y cincuenta más por cincuenta mamadas a duo entra Tania y tú. Tienes tres días.
—¿Tres días? ¡Es muy poco tiempo, papi!
—¡Ni papi ni hostias! Lo tomas o lo dejás. Tú sabrás lo que te conviene. O, mejor dicho, lo que le conviene a tu culito. o donde se te ocurra clavarte el jodido consolador.
—¡Está bien, cabronazo! ¡Tú ganas!
—Yo siempre gano. No lo olvides, puerca. Por cierto, las cincuenta mamadas serán a piñón. En dos días como máximo. Dos días con sus noches, las dos comiéndome el rabo a fondo. Seguro que la guarra de Tania estará encantada —«Seguro» pensó Úrsula, asintiendo con la cabeza, mientras la formidable e insaciable polla de su padre volvía a resplandecer como el acero.
No le importaba pasarse dos días chupándosela con su amiga. Sería divertido. Si por ella fuese, no haría otra cosa en la vida. En el fondo, era tan zorra como su puta madre.
Cuando esta, que había ido a mear antes de coger la cartera, regresó al salón, su marido le estaba destrozando el culito a su hijita sobre el suelo, como si quisiera partirla en dos, mientras le abría la boca hasta las orejas con ambas manos. Úrsula balbucea y gemía de placer y dolor, mientras su boca y su chochito babeaban sobre la alfombra.
—¡Sois unos cerdos! ¡Lo estáis poniendo todo perdido! —exclamo la madre de Úrsula, simulando malestar—. Ahora tardaré el doble en limpiarlo todo.
—La niña se ha puesto a hablarme del coño de Severina y… ¡ya ves! Una cosa lleva a la otra.
—¡Ya! Ya veo. Lo que veo es que eres un cabrón. ¡Por lo menos, podíais haberme esperado!
—¡De eso nada! —dijo el padre de Úrsula, mientras embestía a su hijita con brutalidad como sólo un amoroso padre sabe hacer—. Tú tienes mucho que hacer, y ya casi es la hora de comer. Así que ponte a trabajar ahora mismo, que tengo hambre, puta de mierda.
Al oír aquellas duras palabras, llenas de cariño y pasión, la madre de Úrsula salió del salón, cogió su consolador favorito, se lo metió en el coño, y se puso a aspirar la casa, mientras pensaba que haría para comer, y dando gracias por vivir en un hogar lleno de armonía, amor y sexo incesante y desenfrenado.