La madura de mis sueños

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Mi esposa es 17 años menor que yo, cuando nos casamos yo tenía 38 y Ella recién había cumplido 21 años. Fue un verdadero caos en su familia, doña Isa, la mamá de mi esposa, no consentía esa unión por la diferencia de edades.

Esta historia comenzó 2 años atrás, cuando conocí a la mamá de mi futura esposa. Una señora de 46 años, bajita de estatura pero con un cuerpo súper sexy, senos enormes y labios hermosos. Ella tiene un gran negocio de mascotas en el Oriente de la CDMX, y cuando me presenté por primera vez, doña Isa me recibió con insultos y malos gestos, y aunque me sentí muy incómodo no pude dejar de admirar a tan hermosa señora. Vestía un pantalón blanco muy entallado que no dejaba nada a la imaginación de los varones, zapatillas blancas que dejaban ver sus hermosos y delicados pies. Una blusa roja con un discreto escote que permitían presumir ese par de enormes y exitantes senos.

Ese día se quedó marcado en mi mente porque un deseo insano se apoderó de mi. El solo recordar lo que vi esa noche, hacía que me masturbara pensando en mi bella y encamable suegra.

Dos años después de convertirme en su yerno, y ya más convencida de que éramos parte de la familia, se presentó la oportunidad de acompañarla al centro de la ciudad. Pase por ella alrededor de las 8 de la mañana, dejamos el automóvil en un centro comercial que está cerca del aeropuerto porque es muy difícil entrar al centro con vehículo y encontrar estacionamiento. Después de unas cinco horas de estar de compras regresamos en metro hacia donde había dejado el coche. La estación Zócalo del metro estaba a reventar de gente, era muy complicado caminar y poco a poco llegamos al andén para poder subir al vagón del tren. Con tanta gente no pude dejar de restregar mi pene en las enormes nalgas de doña Isa. Para fortuna mía el tren se paraba constantemente y yo no perdía la oportunidad de restregarme con fuerza en su suculento trasero. Baje mis manos y agarre con fuerza su cintura. Quería penetrarla en ese momento. Mis manos ya tocaban sus nalgas y con mi aliento le susurraba que no quería incomodarla, ella me dijo que no había ningún problema. Muy discretamente buscaba tocar parte de su cuerpo, la blusa holgada que llevaba puesta me permitía meter mis manos y tocar su piel. Lamentablemente el tren llegó a nuestro destino y me quedé totalmente exitado.

Al llegar al estacionamiento subimos al coche y ella me dijo con voz muy tranquila:

-Me hubiera gustado estar otra hora en el metro.

Mis ojos brillaron de ansiedad y gusto. Solo le dije que lamentaba mucho haberla incomodado.

-Al contrario, dijo ella, espero que no se haya desilusionado y me acompañe más seguido.

-Cuando usted me diga, le contesté.

Entre risas y pláticas le sugerí que hacía mucho calor y que le invitaba un refresco o una cerveza, ella me contestó que lo que deseaba era llegar a su casa para darse una ducha.

Sin pensarlo un segundo le sugerí llevarla a u lugar en donde se pudiera refrescar. Me miró fijamente que hasta me espanté. Crei que había rebasado esa línea con la propuesta.

– ¿Me está diciendo que estemos juntos en un lugar privado?

Bueno, le dije, solo deseo que se refresque .

-Lo sentí muy cómodo atrás de mi mientras veníamos en el metro. ¿En verdad quiere que me refresque?

Era un juego de frases que me mantenían en suspenso. No sabía que decirle.

-Si, le contesté, quiero refrescarme con usted.

Ella aintió con un leve movimiento de su cabeza.

Sin pensarlo me desvié del rumbo en busca de un Hotel para poder estar con ella.

Encontré un Motel de paso e ingresamos en el. Mientras subíamos al cuarto pude apreciar ese par de enormes nalgas que presumía mi suegra con un vaivén cadencioso. Entramos y cerré la puerta, nervioso y terriblemente caliente.

Se bañó mientras yo esperaba en la cama. Salió de refrescarse y entré yo.

Al salir de la ducha solo me envolví con la toalla y ella me miraba la verga parada que no podía disimular. En realidad quería que ella me viera. Me pregunto qué porque estaba así y sin poder contenerme la besé como un jovenzuelo que da su primer beso, ella respondió a mis caricias y caliente como ya estaba bajo su cabeza a la altura de mi verga y me la mamo unos tres minutos.

La recosté en la cama y mordisqueando suavemente sus tetas pude escuchar sus leves gemidos de excitación.

Lamía cada milímetro de ese cuerpo que añoraba desde que lo vi por primera vez.

Esa tarde pude admirar su cuerpo semidesnudo, con una pataleta húmeda por sus jugos vaginales. Sus piernas tersas fueron acariciada por mis manos temblorosas. Cuando cayó su ropa interior mis ojos vieron su vagina afeitada. Mi lengua entró en esa cuevita que pedía verga a gritos. La mame desde el ombligo hasta lo más profundo de su vulva. Me decía y me suplicaba que se la metiera. Yo seguía mamando su vagina con fuerza. La giré y empecé a meter mi lengua en su culote.

Quería grabar en mi mente cada escena de lo que estaba pasando. Después de unos 20 minutos no pude aguantarme más y como loco le metí la verga de a perrito. Con fuerza le daba muchas estocadas. Me recosté y ella se subió sobre mi. Podía ver su rostro haciendo muecas llenas de erotismo. Sus palabras ahora eran vulgares:

-Cógeme cabrón, no me la saques…hazme venirrrrrr!!!

Cerro sus ojos y sus movimientos empezaron a perder fuerza. El clímax estaba llegando a su cuerpo. Un chorro de líquido salía de su vagina y ella me pedía perdón por lo que estaba aconteciendo. Era como si estuviera orinando. Las sábanas se llenaron de ese líquido pero a mi no me importaba en lo más mínimo.

Se dejó caer sobre mi cuerpo y esperé a que ella terminara de sentir los espasmos de placer. Se zafó de mi verga aún parada y se recostó a mi lado por un par de minutos. Creí que eso había sido todo e intenté levantarme para darme un regaderazo. Doña Isa me tomó del brazo y me dio un beso lleno de amor, agradecimiento y promesas. Bajo su cabeza por mi estómago hasta que se apoderó nuevamente de mi verga.

La mamo tan rico que me vine en su boca como nunca lo había experimentado. Se tragó todo mi semen y mientras lo hacía me regalaba una mirada muy pícara, una mirada llena de promesas.

Nos bañamos juntos. Ella me llenaba de jabón y yo tallaba suavemente sus senos y sus lindas nalgas. Nos besamos por mucho tiempo disfrutando del agua que caía sobre nuestra piel. Era como si nos estuviéramos enamorando uno del otro. Después de coger nuevamente en la regadera nos retiramos de ese santuario destinado al sexo prohibido.

En la actualidad seguimos cogiendo con mucha pasión y deseo. Cogemos en su casa, en mi casa, en un hotel y en ocasiones en mi coche. Dice que esta muy enamorada de mí, creo que más bien de mi verga, y además me aseguró que jamás me meterá en problemas ni con su hija ni con mi suegro.

Bien dice el dicho mexicano «DEL ODIO NACE EL AMOR»