La mucama desvirga a los hijos de su patrón
Desde que me casé trabajé en mí casa mientras mí marido ejercía de su profesión. En una época en la que los clientes mermaron y las cuentas no cerraban, me tragué el orgullo y fui buscando distintos trabajos. Ninguno fue estable y la situación empezaba a ser un poco critica. Por suerte una vieja amiga me ofreció recomendarme a un amigo de ella. Un hombre viudo de mucho dinero que tenía su hijo e hija a cargo y necesitaba alguien trabaje haciendo las cosas cotidianas de la casa. La paga era buena y era un trabajo tranquilo. Sin pensarlo acepte y a los diez días ya empecé con mí labor.
El hombre de unos 50 años estaba todo el día fuera de su casa pero mí horario era desde las 9 de la mañana hasta las 4 de la tarde. Tenía que limpiar, lavar, planchar y hacerles el almuerzo a sus hijos. Valentín de 19 años y Florencia de 18. El mayor era un chico tímido, grandote como su padre. Debía medir 1,90. Era un chico lindo aunque demasiado introvertido. El fallecimiento de su madre lo había afectado mucho. Florencia era similar en su carácter aunque parecía esconder más personalidad. Era una rubia un poco grandota, de 1,75 amplias caderas con un culo potente, piernas grandes y muchas tetas para su edad. Era grandota pero no gorda aunque tenía un poquito de barriga.
El trabajo era muy tranquilo y me adapté rápidamente, además de que me hacía bien estar un tiempo fuera de mí casa. Las cosas con mí marido no venían bien desde hace tiempo. La rutina nos había alejado sexualmente y eso afectaba todo lo demás. También sospechaba que descargaba con una amante o con trabajadoras sexuales. Pero sabía que de una u otra manera me era infiel. Las horas en el trabajo hacían que me despeje y de paso entraba un dinero extra.
Con los jóvenes me llevaba bien, eran tranquilos y pasaban la mayor parte del tiempo en sus habitaciones y cursaban sus estudios por la tarde. Valentín a veces me ponía un poco incómoda de la forma en la que me miraba. Más de una vez lo sorprendí mirándome el trasero mientras limpiaba. No dejaba de alargarme que un chico joven se fije en mí pero también me incomodaba. La verdad es que yo no estaba mal para mí edad. Por supuesto que no tenía el físico de hace 15 años pero conservaba mis formas. Soy morocha, mido 1,65 y mí rostro se mantenía muy bien con pocas arrugas. Mis tetas son pequeñas y pero siempre me destaqué por un lindo trasero redondo y bien formado que a pesar de los años se mantenía firme con algunas marcas de celulitis obvias pero firme y cuidado por el ejercicio, lo mismo que mis piernas. Cuando llevaba una pollera apenas por encima de la rodilla o un pantalón un poco ajustado, Valentín aprovechaba la oportunidad para mirarme.
Creo que se masturbaba muy seguido y una vez entre al baño para limpiarlo sin golpear y lo sorprendí en plena paja. Fueron dos segundos y me dio una gran vergüenza. No quiero imaginar la de él. Pero me había sorprendido el tamaño de su polla. Estaba bien desarrollado como el resto de su cuerpo. Después de ese evento trate de evitar todo contacto aunque como decía, su personalidad era muy introvertida y apenas cruzábamos palabras. Pero me había quedado la escena en la cabeza y no sé por qué me había calentado un poco. La falta de sexo en mi hogar y ese cuerpo jóven dándose auto placer me dio cierto morbo y ese día al llegar a mí casa no pude evitar masturbarme. Hacía mucho que no lo hacía pero ese día sólo quería un orgasmo.
A partir de ese día actué como si nada hubiera pasado pero empecé a ir con pantalones bien ajustados y con faltas un poco más cortas, tal mí marido no se percataba. Me empezó a gustar ese juego de que Valentín me observara y en su intimidad se masturbara. No creo que el se diera cuenta de que estaba jugando, parecía un chico con poca experiencia además de que yo era muy sería en mí trabajo.
Un día mientras ordenaba unas cosas en el patio trasero, pase por la ventana que daba a su cuarto y pude ver qué se estaba masturbando. El no me veía por la ubicación de su cama por lo que me acerqué para ver con más detalle. Realmente tenía una buena dotación. Una pija gruesa y de buenas dimensiones. Mucho más grande que la de mí marido. Era una locura lo que estaba haciendo pero no lo podía evitar. De sólo verlo me había mojado como una adolescente y dirigí mí mano por debajo de mí falda. En ese momento estábamos solos en la casa porque Florencia estaba en el gimnasio. Mí calentura era tal que no me conocía y decidí hacer algo arriesgado a ver cómo funcionaba. Entré a la casa y abrí la puerta de su habitación como si fuera por equivocación a ver qué resultaba. Realmente estaba actuando de manera irracional.
Al entrar, él obviamente se sobresaltó intentando cubrirse con lo que tenía a mano. Yo en vez de irme puse mí mano en mis ojos pidiéndole disculpas por notar, diciéndole que pensé que no había nadie. El no se enojó, su timidez no se lo permitía. Todo lo contrario. Estaba con su mirada baja sin poder decir mucho y su rostro estaba muy colorado de la vergüenza. Me acerqué y me senté al borde de su cama. Le dije que no tenga vergüenza, que era normal a su edad tener la necesidad de masturbarse con frecuencia. Que estaba muy bien explorar su cuerpo. El chico se empezó a relajar pero no emitía palabra. Le pregunté si había estado con alguna chica de su edad y me lo negó con la cabeza. «Eres virgen?» Y lo afirmó con un gesto. Mientras le hacía esas preguntas y le hablaba sentía la necesidad de ver y tocar esa polla jóven. No tenía ninguna culpa por mí marido y le estaría haciendo un favor a ese chico. Mí único miedo era perder el trabajo pero sabía que no diría nada. Mí mano se acercó a su entrepierna cubierta por una remera. El no se movía y tenía la mirada para abajo. Corrí sus manos de su paquete y lo empecé a tocar por arriba y se dejaba hacer. Decidir quitarle ese trapo que lo cubría y apareció ante mí esa pija dura y grande con un glande importante. Se la empecé a tocar y el chico emitía leves suspiros. Se nota que le gustaba. Quise ir por más. Se me hacía agua la boca. Hacía mucho que no chupaba una buena polla. Me incline y la empecé a chupar despacio. Lo masturbaba y le comía la pija que entraba hasta la mitad. Me sentía una pervertida por lo que estaba haciendo. No me conocía. Las ganas de sexo me estaban invadiendo y no era dueña de mis actos. El chico estaba muy excitado y no duro mucho. Al minuto, sin avisar, empezó a soltar fuertes chorros de semen en mí boca. Me salí con toda la comisura de mis labios y mentón llenos de esa leche espesa. El chico gimió tímidamente y atino a decirme «perdón». Le respondí con una sonrisa llenar de semen que no pasaba nada y me dirigí al baño a limpiarme. Al rato llegó su hermana y actuamos como si nada, pero no pude evitar ir al baño a masturbarme acabando al minuto de frotarme el clítoris. Y al llegar a .i casa lo hice en dos oportunidades más. La falta de experiencia y timidez de ese chico combinada con su gran herramienta me daba muchísimo morbo.
Al otro día fui con una falda que me llegaba a la mitad de mis muslos. Demasiado provocadora para mí labor pero nunca me cruzaba a mí jefe. Sin embargo, Florencia me vio con sorpresa y reprobación cuando llegué a trabajar aunque tampoco quitaba sus ojos de mis piernas. Era la primera vez que lo sentía. Valentín no salía de su cuarto. No creo que se haya quedado mal por lo que pasó, sino que simplemente no tenía idea de cómo actuar ante está situación. En un momento salió para ir al baño y percatandome de que Florencia estaba en su habitación, lo encaré y se quedó parado a mitad del pasillo, mirando para abajo y un poco colorado. Le dije en voz baja que lo que había pasado tenía que ser nuestro secreto. Si lo guardaba podíamos seguir jugando. Y con sólo decirle eso note que su miembro crecía debajo de su pijama. Sólo verlo crecer hizo que me volviera a mojar. La sensación de estar haciendo algo «prohibido» después de mucho tiempo en mí vida, me rejuvenecia al mismo tiempo que me calentaba mucho. Le hice una seña de silencio, lo agarre de la mano y para ir a su cuarto pero me dijo de ir primero al baño. Casi susurrando le dije que lo esperaba en el baño del quincho que estaba en el patio. La casa y el patio eran tan grande que su hermana no se iba a percatar.
A los minutos de estar ahí el chico entró con cierta timidez pero arrojado por el deseo. Le di la mano para que entrara al baño, estaba frente a mí sin saber que hacer. Le empecé a tocar el paquete que reaccionó al instante. Le baje su pijama que cayó a sus pies quedando desnudo sólo con su remera y zapatillas. Decidí no chupársela por miedo a que se corra al instante, sólo lo masturbe unos segundos hasta que estuvo bien dura. Mí mano no lograba abarcar el grosor de su polla. Me incliné sobre el lavado, bajé mis bragas a las rodillas y levanté mí falda a la cintura dejando mí culo desnudo ante ese jóven. Él pego su polla a mí culo. Sentir esa herramienta caliente entre mis nalgas casi me hace acabar. Se la agarré y la guíe a la entrada de mi coño que estaba empapado. Entró con facilidad y me sentí llena por esa pija. Me empecé a mover de manera suave y el colocó sus manos en mí culo. Lo agarraba con fuerza y de a poco se empezó a mover. No fue más de un minuto hasta que descargó toda su leche en mi interior. Yo estaba muy caliente. Le pedí que se quede adentro mientras me masturbaba frenéticamente hasta acabar a los segundos. Su polla ya estaba flácida y salió de adentro mío. Se limpió con un papel, levantó su pijama y se retiró. Yo me quedé unos segundo inclinada en el lavado recuperando mí aliento mientras sentía como se escurria su semen por mis piernas. Decidí recogerlo con mis dedos y probarlo con gusto. Estaba más guarras que nunca y el juego con ese chico me estaba gustando mucho.
Los días siguientes continuamos con el juego. Incluso llegué a ir sin bragas y cuando el se encontraba en la sala mientras estaba limpiando, me levantaba la falta para que observe mí entrepierna desnuda y luego me iba para el quincho. Valentín llegaba a los minutos y me follaba. Los días que Florencia estaba en el gimnasio lo hacíamos con más tranquilidad. Lo cabalgaba, me daba en cuatro, se la chupaba hasta que acabara en mí boca. Casi todos los días me daba esa vergota y con la práctica empezó a tener más aguante. Yo estaba en una dimensión aparte sin ser consciente de los riesgos que implicaba si esto se descubría. Pero estaba gozando como hacía años y no lo quería dejar. Me levantaba feliz para ir a trabajar y me volvía más feliz. Valentín empezó a ser más consciente de su fuerza y de sus atributos. Me alzaba con sus manos y lo envolvía con mis piernas en su cintura mientras me clavaba. Yo me liberaba cada vez más y le decía guarradas al oído que lo ponían más caliente. Nunca dejó de ser tímido y de hablar casi nada, pero cuando teníamos sexo se soltaba. Le enseñé a comerme el coño y con paciencia iba mejorando. Ese chico virgen y tímido se había convertido en un muy buen amante un par de meses después.
Empezamos a correr más riesgos. Un día que estaba preparando el almuerzo y Florencia estaba en su cuarto, Valentín vino a la cocina, si decirme nada desprendió mis pantalones y los bajó junto a mis bragas hasta mis rodillas y comenzó a cogerme en la cocina. Ahogabamos nuestros gemidos hasta que acababa dentro mío y se iba. Otro día, al llegar, estaba desayunando en la sala y se bajó su pijama, sin perder el tiempo me saqué las bragas y lo monté sentado en la silla. Muchas veces eran polvos breves, a escondidas, pero muy intensos y excitantes que hacía que acabaramos a los minutos. Ese chico me hacía sentir nuevamente jóven, una hembra ansiosa de sexo. Me empecé a cuidar más, a recortar los bellos de mí vagina como hacía mucho. Pero esa relación idílica no podía durar mucho más. Notaba desde hacía unas semanas notaba que Florencia me miraba raro. Prácticamente no me dirigía la palabra. «Sospechara algo?». Pero prefería negarmelo para no dejar de estar con su hermano.
Una de las mañanas en las que Florencia se iba al gimnasio y con Valentín teníamos más tiempo libre, lo estaba montando en su cama, yo completamente desnuda y de repente se abre la puerta de su habitación. Muy sobresaltada me di la vuelta y estaba Florencia parada mirando con furia. «Lo sabía vieja puta!», gritó y se fue para su cuarto. Quería que la tierra me tragara. Se me vino el mundo abajo. Mí cabeza no podía reaccionar. Sólo pensaba en que su padre se iba a enterar, en que mí amiga y por ende el resto lo iban a saber. Mis piernas me temblaban y mí vista estaba nublada. Me incorpore para cambiarme y tome coraje y fui a la habitación de Florencia. Era la única salida, convencerla de que no dijera nada. Fui hasta su cuarto, toque y de adentro me gritó de nuevo «andate de acá puta! Hoy es tu último día en esta casa!». Le pedí por favor que me abriera, que me dejara hablar. Así estuve media hora hasta que le sacó la llave a la puerta y la abrió. Se paró en la puerta y con la misma cara de furia me dijo «que querés? Que me vas a explicar?». Le fui sincera y le dije que no había explicación válida. Que las cosas habían sucedido y era mí responsabilidad pero le rogué que no dijera nada. Fue tal mí insistencia que me dijo que sabía que necesitaba el trabajo y que por ese día no iba a decir nada. Pero que tenía que pensar. Eso fue lo máximo que le pude sacar.
Esa noche no pude pegar un ojo. Los peores escenarios venían una y otra vez a mí cabeza. No sabía con qué me iba esperar. Había decidido dejar el trabajo si ella lo prefería para comprar su silencio. Al día siguiente estaba ansiosa por llegar y saber cuál era la situación. Cuando entre a la casa Florencia me estaba esperando mientras desayunaba. «Vení conmigo me dijo». Fuimos hasta su cuarto.
Florencia: podes dejar abierto, le pedí a Valentín que se fuera el día de hoy.
Me senté en una silla y ella estaba en su cama.
Yo: Florencia, pensé mucho y si te parece mejor dejo el trabajo
F: callate por favor. Escuchame (Su actitud había cambiado. Ya no estaba enfurecida. Estaba desafiante). No me sirve de nada que te vayas. Porque quiero lo mismo que Valentín.
«Había escuchado bien?! A qué se refería con lo mismo?» Mi rostro se transformó. No entendía lo que me decía.
F: yo tamb soy virgen. Pero no porque me haya faltado oportunidad de estar con un chico. Sino porque me gustan las mujeres. Si vos me das lo que quiero tu secreto será bien guardado.
Yo: perdonam Florencia pero te equivocaste. No puedo aceptar esto (por dentro estaba muy confundida. Me esperaba cualquier cosa menos esto! No me generaba rechazo esa chica. En mí juventud había estado con una amiga. Pero había sido algo soft, exploratorio. Nada como lo que está chica me estaba proponiendo).
F: perfecto, hoy mismo le cuento a mí papá.
No sabía que hacer. La opción de no aceptar podía ser peor, pero entrar en el juego de esa chica no sabía dónde podía terminar. Pero por el momento sentía que no tenía opción hasta pensar algo mejor. Además la actitud que había tomado esa chica me daba cierto morbo.
Yo: espera, espera. Déjame procesar lo que me estás diciendo. Estoy confundida. Me agarraste por sorpresa. Que se supone que debo hacer?
Y la respuesta no se hizo esperar. Se levantó de su cama dirigiendose hacía mí y me dio un beso. No sabía bien como reaccionar y de a poco se le devolví. Sus labios suaves me resultaron agradables. Me hizo parar y nos seguimos besando. De a poco me empecé a soltar. Pensé para mis adentros que por más que ni en sueños me esperaba esto era mejor que los otros escenarios que había prefigurado. Mientras más me soltaba y relajaba más me empezaba a calentar la situación. Si me decían hace dos meses que iba a estar en esa habitación con esa chica me hubiese resultado imposible.
Sin mucho preámbulo, Florencia empezó a desprender mis pantalones. Le ayudé a sacarmelos quedando con mis bragas. Ella me condujo hacia su cama y me tiré boca arriba. Me saco las bragas y empezó besar mis muslos, rozaba con su lengua los bordes de mí vagina. Se la notaba muy nerviosa y muy excitada. Agarraba mis muslos y de a poco me empezó a comer. Lo hacía de manera un poco torpe pero no dejaba de calentarme la suavidad de su lengua. Empecé a acompañar su boca con movimientos de mí cadera para demostrarle que me estaba gustando. Abrí más mis piernas y me dejé hacer hasta que acabé en un orgasmo intenso y un poco raro. Tenía cierta culpa pero tenía que admitir que la situación de extinción me calentaba. Ella se incorporó, se bajó sus shorts dejando al descubierto ese culo blanco y grandote a mí vista. Se dio vuelta y se veía una vagina totalmente depilada. Parecía recién rasurada. Cómo si se había estado preparando. Yo tampoco tenía experiencia en comer coños pero sabía lo que a mí me gustaba. La invite a recostarse en la cama. Ella con gusto lo hizo y abrió sus piernas dejando ante mí esa vagina rozada que se la notaba brillante por sus jugos. De manera suave baje por sus piernas besando el interior de sus muslos. Ella suspiraba. Se la notaba muy caliente. «chupame, por favor chúpame». De a poco me fui acercando hasta darle suaves besos en la superficie de sus labios vaginales e ir introduciendo mí lengua para jugar con su clítoris. Sus suspiros se convirtieron en gemidos cada vez más fuertes. Con sus manos apretaba mí cabeza contra su entrepierna. Sus movimientos pélvicos aumentaban y en un par de minutos explotó en un orgasmo que hizo que se retorciera de placer mientras no paraba de gritar.
Me miró con una sonrisa y repetimos esa secuencia dos veces más durante esa mañana hasta que me empezó a gustar en serio lo que hacíamos. Sabía que esto empeoraba mí situación si salía a la luz pero no encontraba alternativa. Y al pasar de los días lo empecé a disfrutar cada vez con menos culpa. Florencia mantenía su posición dominante. Con su hermano podía hacer lo que quisiera en su cuarto pero siempre que ella lo dispusiera teníamos que estar juntas. Y el resto de la casa era para nosotras. No creí que esto pudiera durar mucho pero no fue así. Las semanas pasaron y durante la mañana iba disfrutando alternativamente de esos hermanos. A veces me quedaba un par de horas más para hacer el trabajo que no podía durante mí horario laboral. Con mí marido las cosas siguieron igual. Ocasionalmente teníamos sexo de rutina para cumplir y así manteníamos nuestro matrimonio.
Valentín, con su poco carácter, aceptó las condiciones de su hermana. Florencia se volvía más dominante. Muchas veces me dejaba en la entrada de la casa el atuendo que tenía que usar en el día. A veces me hacía ir por la casa sólo con una tanga, otras veces de colegiala. Esas situaciones me calentaban cada vez más. Si algo le molestaba me nalgueaba en su falda. Todas sus fantasias y fetiches los exploraba conmigo. Fueron dos años trabajando en esa casa de puro placer. Pero la relación cotidiana con Valentín y Florencia lo contaré en otro relato. Por ahora es todo. Espero les haya gustado.