La rutina arruina la pareja. La única opción es la infidelidad
(Relato creado para el festival de Relatos de Verano del foro «Trovadores». Inspirado en la conocida canción Escape de Rupert Holmes.)
Esteban se encontraba acostado en su cama, listo para dormir. Había sido una jornada muy dura de trabajo y lo único que deseaba era descansar de una maldita vez. Sin embargo, tenía que esperar a que Belén terminara de hacer lo que se suponía que estuviese haciendo en el dichoso baño. Todas las noches, siempre era la misma rutina, rutina que también se repetía de día. Así es como era su vida ahora, desde que decidió casarse y vivir con ella. Hacía ya algún tiempo de eso, como la grabación desgastada de su canción favorita.
La vio salir. Llevaba un corto pijama que dejaba entrever un cuerpo sinuoso y apetecible. Unos senos medianos y libres de sujetador se atisbaban bajo la camiseta. Poseía unas caderas curvadas y unas piernas largas. Su pelo castaño claro se encontraba libre y suelto como una perfecta y larga melena. Sus ojos marrones poseían un tenue brillo que los hacía arrebatadores. Belén era una mujer preciosa para la edad que tenía y Esteban la seguía deseando, pero la aburrida cotidianeidad de sus vidas había devorado cualquier atisbo de deseo. Tal como se palpaba en ese momento.
—Anda, échate a un lado —le dijo su mujer con voz pesada.
Se notaba el cansancio en ella. Tras acostarse, se dio la vuelta, le dio a Esteban las buenas noches y apagó la luz de su mesita. Él, sin embargo, no tenía tantas ganas dormir como antes, así que decidió releer el periódico. Como ya había leído las noticias más importantes, se puso con la columna de anuncios por palabras. No es que estuviera interesado por algo en particular pero le hacía mucha gracia leer algunos de esos anuncios. Y fue así como, mientras leía desinteresado, topó con el anuncio que cambiaría su vida para siempre. Decía tal que así:
“Si te gusta la piña colada y quedar atrapado bajo la lluvia. Si no te gusta hacer yoga y tienes la mitad de tu cerebro. Si te encanta hacer el amor a medianoche entre las dunas de un cabo, yo soy el amor que andas buscando. Escríbeme y fuguémonos.”
Al principio, esas palabras no parecieron calar hondo en Esteban, pero en los días siguientes, aquel anuncio comenzó a repetirse en su cabeza. Al principio, solo era de forma puntual y aislada, sin darle por ello demasiada importancia, pero, poco a poco, el hombre fue rememorando cada frase y sintió que resultaba algo atrayente e interesante. Para él, parecía representar la mejor vía de escape de su vida aburrida. Sentía pena por Belén, aunque, desde hacía tiempo, la relación entre ellos dos se habían ido enfriando de manera irreparable, cayendo en la misma vieja rutina, y ninguno había hecho algo por evitarlo. Así que, tras mucha deliberación y ciertas reticencias iniciales, Esteban decidió escribir a la sección de anuncios por palabras del periódico, dejando un mensaje a aquella misteriosa persona que tanto le atraía. No es que se considerara un gran poeta pero, para lo usual que solía escribir, creyó que tampoco estaba mal. El anuncio era este:
“Si, me gusta la piña colada y quedar atrapado bajo la lluvia. No me gusta mucho la comida sana, yo soy más de champán. Tengo que encontrarme contigo mañana al mediodía y terminar con toda esta burocracia. En un pub llamado O’Malley, en donde podremos planear nuestra fuga.”
Todo estaba listo. Esperó unos días para enviarlo y tras hacer esto, tuvo que esperar hasta encontrar su anuncio en el periódico. Una vez lo encontró, supo que al día siguiente sería cuando se llevase a cabo el encuentro.
La noche antes de ese encuentro, mientras se encontraba acostado en la cama, Belén se lo quedó mirando extrañada.
—Oye, ¿estás bien? —preguntó algo preocupada la mujer.
—Sí, ¿por? —contestó sorprendido el hombre.
—No sé, te noto un poco raro —le dijo ella mientras lo observaba con detenimiento—. Como si estuvieses nervioso.
—Es el trabajo, me tiene un poco agitado —se trató de explicar el hombre—. Por eso, quiero dormir ya. A ver si el descanso nocturno me relaja.
—Pues sí, vamos a dormir, que también estoy agotada —agregó su mujer.
Apagaron las luces y no tardaron en dormirse.
Ya por la mañana, Esteban se hallaba aún más nervioso. No podía creer que estuviera a punto de hacer algo así. Pese a como estuviera su vida, no dejaba de pensar en Belén y en que tal vez, se disponía a engañarla. No era algo que desease hacerle, pero ya no quería seguir de ese modo. Que fuera lo que tuviera que ser.
Tras terminar de trabajar, el hombre salió lo más rápidamente posible y, en su coche, se arregló un poco para cuando fuera al pub. Tan solo se peinó y se echó algo de desodorante y perfume. Nada más. Los hombres no requieren tanta preparación, eso, al menos se decía. Una vez terminado, puso rumbo hacia el lugar donde le esperaba el gran cambio de su vida.
Ya en la entrada del local, Esteban mostró cierto reparo a entrar. Se quedó allí, dando vueltas de un lado a otro, evaluando lo que iba a hacer. Estaba a punto de mandar por la borda la vida que había iniciado con Belén, su mujer. Se conocían desde hace 18 años y, en todo ese tiempo, no había dejado de quererla. Pero ahora, todo era una rutina donde hasta el sexo no se sentía igual. Ya no era lo mismo. Se detuvo tras dar tantas vueltas y miró a la puerta. Ya que estaba aquí….
Entró y vio el pub medio lleno. Se sentó en una mesa y cuando la camarera llegó para atenderle, le pidió una cerveza. Mientras esperaba su bebida, observó el lugar, en busca de alguna posible sospechosa (esperaba que no fuera un sospechoso), pero no vio a nadie que le llamase la atención. Las pocas chicas que había allí estaban acompañadas. Eso le llevó a darse cuenta de que en el anuncio del periódico se había olvidado de poner de qué forma se podrían reconocer. Se sintió idiota por esto. La camarera regresó con la cerveza y comenzó a tomársela, mientras esperaba a ver quién entraba.
Y entonces, pasó.
La misteriosa persona que le atrajo desde ese anuncio de periódico entró en el local. Reconoció su sonrisa al instante. Incluso, el contorno de su rostro. También sus ojos marrones y su pelo largo y castaño. Era su mujer, Belén.
En un principio, no creía que pudiera estar allí por lo del anuncio pero tras meditarlo rabiosamente, concluyó que no podía ser por otra cosa. Cuando ella le vio, no dudó en mostrarse poco sorprendida. Parecía esperarlo.
—Ah, eres tú —comentó la mujer con poco asombro.
Se sentó frente a él, pero no se miraron. Se sentían llenos de vergüenza. Ya no era solo el hecho de que fuesen a coincidir en algo tan imposible sino más bien, la intención de engañarse el uno al otro. Esteban deseaba que la tierra se lo tragase pues sabía que Belén debía estar llena de rabia al descubrir que su propio marido pretendía huir con una completa desconocida, aunque también era verdad que había sido ella quien había puesto ese anuncio. Cuando por fin tuvieron el valor para mirarse, la mujer no pudo evitarlo más y se echó a reír. Esto sorprendió un poco a Esteban pero, al final, también estalló en carcajadas.
La gente alrededor los miró algo sorprendidos y molestos ante tan raro espectáculo. Ellos siguieron riendo, ignorando al resto, hasta que se fueron calmando poco a poco. Volvieron a mirarse, sin poder creer que estuvieran viviendo una situación tan absurda. Pero lo que Esteban no podía creer es que esa persona con la que sentía tanta afinidad en un simple anuncio de periódico, fuera ella.
La miró fijamente y entonces, le dijo:
—No tenía ni idea de que te gustase la piña colada y quedar atrapada bajo la lluvia, el tacto del océano y el sabor del champan. —Una sonrisa deslumbrante se dibujaba en el rostro de ella mientras le decía esto—. Si quieres hacer el amor a medianoche entre las dunas de un cabo, tú eres la mujer que andaba buscando. Ven conmigo y huyamos.
Casi se echaba a reír tras escuchar lo que él acaba de soltar. Esteban la miró muy atentamente, sintiendo como la euforia y el miedo se hacían dueños de su persona. No podía creer que quien tuviera delante era esa persona a la que tanto estuvo buscando y realmente era así. Tal vez, el tiempo, la rutina y el aburrimiento habían ahogado aquella pasión, haciendo que el deseo fuera inexistente, pero ahora, estaba empezando a brotar de nuevo, como una adormilada semilla que hubiera decidido florecer en su interior en aquel preciso instante. Todo su cuerpo tembló cuando sintió la suave mano de ella sobre la suya.
—¿Y a qué cabo piensas llevarme? —preguntó mientras le miraba con aquellos preciosos ojos que ya le enamoraron tiempo atrás y que en esos momentos, lo estaban volviendo a hacer—. Por aquí no hay ninguno.
Tragando saliva, decidió responder.
—He reservado habitación en un hotel de las afueras. No es medianoche tampoco, pero creo que, de momento, puede servirnos.
Una sonrisa se volvió a dibujar en el rostro de Belén. Una pícara y juguetona sonrisa que él conocía a la perfección y en la que adivinaba claramente lo que tramaba.
Sin más tiempo que perder, dejó dinero para pagar la bebida que pidió y, agarrando de la mano a su recién descubierta amante, abandonaron el pub. Entraron en el coche y pusieron rumbo a aquel hotel al que tanto deseaban llegar.
Mientras iban hacia allí, ella comenzó a acariciarle por la pierna y eso puso a Esteban nervioso. Mirando de refilón, notaba esa pícara sonrisa que tanto le gustaba y esta aumentó su arqueamiento cuando empezó a acariciarle por encima del pantalón, sintiendo como tocaba su dureza. El hombre se estremeció un par de veces e intentaba no perder el control del vehículo pero resultaba difícil.
—Cari, detente un poquito —le pidió.
—No prometo nada —habló ella emitiendo un gutural sonido que le parecía excitante.
Cada vez más caliente por cómo se desarrollaba todo, pisó el acelerador para llegar a ese sitio de una maldita vez. Esperaba que la policía no les parase por el camino.
Llegaron al hotel y, tras conseguir la llave de la habitación, subieron a toda prisa. De hecho, nada más entrar en el ascensor, no pudieron contenerse por más tiempo.
Belén besó a Esteban de una forma salvaje y pasional como hacía años que no realizaban. El hombre quedó muy sorprendido y no supo en un principio que hacer, pero, al notar la juguetona lengua de ella en su boca, se dejó llevar. La atrajo hacia él, sintiendo su delgado y sensual cuerpo, recorriendo con sus manos aquellas curvas que tanto le volvían loco. Ella le envolvió por el cuello, haciendo más profundo el beso, mientras respiraban, emitiendo quejidos. Casi parecían apunto de asfixiarse, pero el recién descubierto deseo les impulsaba a ello.
Siguieron de esa manera hasta que se percataron de que el ascensor ya se había detenido en el piso al que debían ir. Cogiéndola de la mano mientras la miraba a su hermoso rostro, Esteban inició la marcha junto a su amada.
Nada más entrar en la habitación, volvieron a besarse con ansiedad, como si fuera una cuestión de vida o muerte que sus bocas se mantuviesen unidas. En medio de aquella tenue oscuridad, sus cuerpos se agitaban como fantasmagóricas presencias. Se podían escuchar sus entrecortadas respiraciones y sus intensificados jadeos. Cuando quisieron darse cuenta, ambos amantes cayeron ya sobre la cama, incapaces de poder controlar ese deseo que tanto les llenaba.
El vestido verde oscuro de Belén yacía en el suelo junto a la camisa azul clara de Esteban y no tardaron en volar los pantalones de este también al mismo sitio. En ropa interior, ambos yacían de lado sobre la cama, acariciándose y dándose besos cortos.
—Que guapas eres —le dijo él mientras observaba el conjunto de sujetador y bragas finas que ella portaba. De un intenso rojo, contrastaba fuertemente con su piel clara.
—Tanto que me ibas a engañar con otra —espetó ella con tono sarcástico.
—¡Te recuerdo que tu pusiste el anuncio! —exclamó eufórico el hombre.
—Ya, no tengo perdón —reconoció Belén, notando que no había ninguna excusa tras que la que protegerse.
Siguieron tocándose hasta que Esteban hizo incorporar a su novia un poco y llevó las manos a su espalda, con intención de quitarle el sujetador.
—Quiero verte sin nada de ropa, mi vida —le susurró al oído, antes de besarla en su cuello.
Se lo desabrochó y le ayudó a quitárselo, dejando al descubierto sus preciosos pechos. Sin dudarlo, llevó sus manos hasta ellos y los acarició con fruición. Eran grandes, bonitos y redondos, con unos preciosos pezones que no tardaron en ser degustados por el hombre. No dudó en lamer y succionarlos con deleite, gozando de ellos. Belén gemía y más lo hizo cuando su amado le empezó a acariciar por encima de la braguita, bien húmeda por la excitación.
—¡Oh Esteban! —gimió la mujer—. ¡No pares!
Y no paró. Apartando la tela, tuvo mejor acceso a la vagina de su novia y, con sumo cuidado, abrió los labios mayores para meter sus dedos en el interior de esta. Su coñito parecía una fuente de la que no cesaban de salir fluidos muy calientes. Belén gimió varias veces mientras que su amado le frotaba el clítoris. Se retorció un poco más y tuvo un fuerte orgasmo que la hizo sacudirse varias veces. Cuando todo acabó, tuvo que tomar varias bocanadas de aire para poder reanimarse.
—¿Mejor? —preguntó Esteban.
Ella gimió un poco y asintió, pero la señal que le iba a indicar lo satisfecha que estaba fue cuando llevó la mano hasta su entrepierna, acariciando su dura polla sobre el calzoncillo. Ahí fue cuando vio que la cosa se animaba mucho más.
—Es mi turno —anunció su mujer.
Rodaron por la cama y ahora fue él quien quedó bocarriba. Belén se puso encima, mientras su pelo se le revolvía, tapando su cara. Con picardía, llevó su mano hasta el calzoncillo de Esteban y tiró hacia abajo para quitárselo. Su polla surgió, tan tiesa y dura como estaba. Sonriendo ante lo que veía, Belén cogió con su mano el enhiesto miembro y comenzó una lenta paja.
Esteban cerró sus ojos y gozó de la maravillosa paja que la mujer a la que tanto deseaba comenzó a hacerle. No obstante, a ese placentero movimiento, se le sumó algo húmedo que comenzó a percibir en la punta. Al subir sus parpados, se encontró a Belén chupándole la polla. Hacía tanto que no le practicaba una buena mamada que, cuando la vio en ello, casi se derretía.
Belén se esmeró lo mejor posible para brindarle una buena felación. Se metió el pene de su marido entero en la boca, lo mordisqueó un poco, lo lamió de la punta hasta los testículos, lo masturbaba mientras succionaba la punta. Escuchaba sus gemidos, sabiendo el placer que le estaba causando. Le encantaba. Sin embargo, justo antes de meterse la polla otra vez en su boca, Esteban la detuvo, poniendo una mano en su cabeza.
—¿Qué pasa? —preguntó la chica.
—Estoy a punto de correrme, cariño —dijo su maltrecho novio con voz entrecortada—. Y deseo follarte.
—Yo también —contestó ella con una amplia sonrisa en su boca.
Le dejó descansar un poco mientras le daba suaves besitos y cuando ya lo vio más calmado, ella se quitó las braguitas y se colocó encima de su amado. Él la admiró, totalmente impresionado con la visión de su escultural cuerpo.
—En serio, eres preciosa —exclamó el hombre.
—Gracias —dijo la mujer agradecida.
Estaba encantada con que su pareja la mirase de ese modo. Sabía que aún le excitaba, pero entre el trabajo y la cotidianeidad, la pasión se había difuminado. Sin embargo, esta inesperada situación que acababan de vivir estaba reanimando la llama. Sin dudarlo más, la mujer colocó la polla en la entrada de su vagina y se dejó caer sobre ella, clavándosela en lo más profundo de su ser.
Esteban contempló como su esposa cerraba sus ojos y todo su cuerpo se contraía al sentirse penetrada. Era algo increíble, un digno espectáculo de la naturaleza. Él, por su parte, sentía su miembro envuelto bajo el cálido manto de aquel coño que tanto añoraba. Enseguida, empezó a notar como Belén se movía iniciando un movimiento de arriba a abajo que se volvía más enérgico por momentos. Solo hicieron falta unos cuantos bombeos más para que ella llegase a un turbulento orgasmo que la hizo vibrar de forma intensa. Vio como sus ojos se tornaban blancos y percibió las contracciones de su vagina alrededor de la polla. Algo esplendido.
Tras correrse, Belén exhaló algo de aire, dejándose caer hacia delante, colocando su rostro a apenas centímetros del de Esteban.
—¡Hacía tanto que no disfrutaba de una buena polla! —exclamó emocionada.
—Bueno, pues déjame que yo haré el resto —le aseguró el hombre.
Se besaron con fruición al tiempo qué Esteban llevó sus manos por todo su espléndido cuerpo. Se perdía por aquella tersa y cálida piel, chocando con sus senos, que no tardó en volver a besar y lamer cuando ella los pegó a su rostro. Al mismo tiempo, las manos siguieron su descenso hasta el prieto culo, agarrándolo con firmeza mientras sus caderas reanudaron el bamboleante movimiento. Ambos gimieron con mayor fuerza cuando la polla se clavó hasta lo más profundo de ella.
Siguieron acariciándose mientras el sensual baile de Belén les hacía gozar a ambos. La mujer gritaba con fuera mientras el hombre se incorporaba un poco para guiar mejor el cabalgue de ella. Meneaba sus caderas también, para aumentar la penetración de su polla. Entre rabiosos estertores, ella volvió a correrse cuando sintió aquel poderoso miembro clavándose más en su interior.
(Relato corto creado para el festival de Relatos de Verano del foro «Trovadores». La acción sucede en un país imaginario inspirado en las Mil y Una Noches sin equivalente en el mundo real.)
Arrastrado por la irredenta pasión que los envolvía, Esteban agarró a su mujer y rodó para quedar encima de ella. Ahora, él era quien tenía el control completo y, sin dudarlo, comenzó a dar fuertes acometidas, dispuesto a hacerla gozar mucho más. Belén se revolvía con cada embestida, viendo como sus pechos botaban al son de aquel intenso movimiento. El hombre respiraba de forma cada vez más intensa, señal de que no resistiría más.
—Belén, ¡me corro! —anunció, incapaz de detenerse.
—¡Y yo! —le dijo ella al borde del éxtasis.
Una copiosa riada de semen inundó el interior de Belén, quien se corría como no hacía tiempo que no hacía. Los dos amantes quedaron muy tensos al principio por alcanzar sus respectivos orgasmos pero cuando se liberaron del deseo acumulado, se relajaron.
Esteban aun jadeaba cuando alzó la cabeza para mirar a su novia a la cara. Estaba preciosa, increíble, como si hubiera renacido. No tenía nada que ver con la mujer con la que se había acostado la noche previa. En verdad, seguía siendo la misma, pero algo había cambiado. Ahora estaba transformada. Igual que él. Gracias a este absurdo incidente, los dos habían renovado su deseo por el otro. Y gracias a ello, se sentían más felices y unidos.
—Te quiero, Esteban —dijo ella, como si acabaran de descubrir lo que sentían el uno por el otro.
—Y yo a ti, Belén —contestó él, emocionado y prendado de nuevo de esa magnífica mujer.
Se salió de ella y se acostó a su lado. La mujer se arrebujó contra su pecho y él le pasó un brazo por detrás para rodear su cintura y atraerla más. Estuvieron en silencio durante un largo rato. Belén acariciaba el pecho de su amado y Esteban le mesaba el pelo. Se hallaban tranquilos pero entonces, la chica decidió hablar.
—Oye, ¿qué vamos a hacer ahora?
La pregunta le pilló por sorpresa, aunque no tardó en pensar en algo. La miró y con una amplia sonrisa dibujada en su rostro, no dudó en contestar.
—Bueno, de momento, creo que llamaremos al servicio de habitaciones para que nos traigan dos piñas coladas. ¿Qué te parece?
Ella también sonrió.
—Perfecto.
Se besaron de nuevo, sellando así el reinicio de aquella relación que esperaban durase más esta vez.