LA SEÑORA YSABELA Y YO: Nuestros encuentros no cesaron en lo más mínimo Aun siguen mis encuentros con mi vecina

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Nuestros encuentros no cesaron en lo más mínimo, salvo en los días que alguno de sus hijos se enfermaba y no podía ir al colegio, también cuando tenía alguna cita en el hospital o cuando iba al mercado de compras.

Muchas veces más su esposo llamó mientras estábamos copulando, y lo divertido que eso se nos hacía de que él no supiera lo que ocurría en su casa cuando se iba a trabajar. Todo ese peligro nos animaba mucho más en nuestro atrevimiento y buscar nuevas formas y lugares para dar rienda suelta a nuestra imaginación.

Un día que terminamos de cachar en la ducha, mojados y sudorosos, acariciaba sus pechos con las manos desde atrás pues aún tenía mi verga metida en su vagina como nos gustaba.

– Ay, pequeño ha sido de lujo, tú no me defraudas.- susurró Ysabela sonriendo.

– Con la maestra que tengo nunca me va a faltar inspiración.- contesté con mi mejilla apoyada a la suya.

– Gracias mi niño.- dijo besándome la mejilla.

Así estábamos recuperando el ritmo normal de nuestras pulsaciones.

– Oye, Ysa, ¿sabes?- pregunté con algo de pudor.

– ¿Qué pasa lindo?- inquirió preocupada por la turbación de mi rostro.

– Es que… me han dado ganas de orinar.- contesté esperando su respuesta.

– Jajajaja, mi pequeño semental y por eso tanto te preocupas.- dijo sonriendo pero comprensiva. Hazlo nomás.

– Gracias, jejeje.- respondí agradecido mientras sacaba mi pene de su sabrosa concha.

Sin decir palabra alguna, me puse a miccionar ahi mismo en la ducha para sorpresa de la señora Ysa.

– ¿Qué haces mi niño?- gritó riendo ante mi ocurrencia. ¡Qué loco eres!

– Disculpa Ysa pero ya no aguantaba además según dicen es bueno para la piel.- contesté dando mi explicación.

– Ay, ya me mojaste.- dijo volteándose por completo al sentir que mi chorro de orines la alcanzó en la pierna izquierda.

– Uy, perdón señora, yo no quería mojarla.- dije disculpando mi accionar.

– Jajaja, te pasas pero la verdad que se sintió calientito.- dijo riendo y mirando como terminaba de orinar.

– ¿No me digas que te gustó?- pregunté ante sus extrañas palabras.

– Pues, la verdad un poquito, jejeje, primera vez que me pasa o sea antes si me he orinado sin querer a mí misma pero nadie me ha orinado antes.- dijo explicando sin perder la risa de su cara. ¿Y tú?

– Pues si me he orinado antes a mí mismo y la verdad que sí me gusta.- dije esperando su respuesta.

– Ay, mi niño loco, tienes unas cosas.- respondió quedando meditabunda.

– Supongo que no te da curiosidad, ¿no?- pregunté tanteando hasta donde llegaría.

– Hummmm, vaya pequeño me haces pensar en unas cosas.- contestó con un tono de voz que escondía algo. Ay, no sé la verdad.

– Vamos de verdad, anímate Ysa, por favor.- susurré poniendo cara de bebito triste.

– Ay, contigo no se puede, eres tan lindo.- dijo abrazándome. Pero como lo hacemos si ya orinaste.

– Bueno, voy a tomar más agua y volvemos a cachar.- dije explicando. Y ya supongo que me daran ganas de mear.

– Ya veremos, entonces.- dijo abriendo el grifo de la ducha.

El agua cayó fría para poder beberla, los dos metimos nuestras caras debajo de ese chorro bebiendo lo más que podíamos. Una vez que nos saciamos de líquido cerré el grifo. Nuestras caricias se concentraron en los puntos más sensibles que ya eran de nuestro conocimiento absoluto. Mis dedos se deslizaban traviesos por su agujerito jugando con su mata de vellos, ella me masturbaba lento pero seguro logrando que mi verga alcanzara su tamaño descomunal. Después de un rato nuestros ojos se encontraron, su vientre plano se veía golpeado por mi pene que buscaba con ansias la vagina de mi vecina.

Su cabeza se fue perdiendo entre mis piernas y de rodillas Ysabela me daba una de esas mamadas que sólo ella sabía hacerlas. ¡Qué suerte la de su esposo! Y muchas gracias por compartirla conmigo señor vecino.

Con una mano sostenía sus cabellos húmedos mientras la señora se atragantaba de su pedazo de verga favorito, que aunque no pudiera caberle entero en la boca eso no la desanimaba en sus intentos, y yo no me quejaba en lo absoluto. Tanto mi tronco como mis huevos eran degustados por los labios y la lengua experta de mi maestra, que a ratos me lanzaba miradas lujuriosas y contemplativas ante mis reacciones de satisfacción.

Ella se levantó y nuestras lenguas se encontraron, jugando golozamente en un intercambio de salivas memorable. Mi pene se encontraba metido entre las piernas de Ysabela y frotándose contra sus labios vaginales, húmedos y deseosos. Uno de mis brazos agarró su pierna levantándola y sosteniéndola por debajo de la rodilla, mientras ella dirigía mi verga hacia su entrada de gloria. Así, de costado y parados, fui dejando que mi pene invadiera su caliente interior, ella sonreía al sentirme completamente en sus entrañas, con un beso iniciamos la copulación.

– Así, mi niño, ¡qué fuerza tienes!- gimió cerrando los ojos y disfrutando desbocada del placer.

Yo no dejaba de cogerla mientras nos besábamos, y sus fluidos iban forrando mi verga dejándola propicia para arremeter con furia. Nuestros ojos se buscaban desesperados, y mutuamente saber que yo la deseaba tanto como ella a mí. Nuestros pensamientos sólo estaban enfocados en el momento, en la señora Ysabela y yo.

No puedo negar que mi resistencia era del sumo agrado de mi vecina y que yo daba todo de mí para satisfacerla al máximo. Los minutos corrían indiferentes para nosotros o para nuestra lujuria desbocada, mis caderas marcaban un rítmico entrar y salir de su deliciosa vagina. A esa hora en la que muchos de mis amigos estaban estudiando o en quien sabe donde, yo seguía infatigable en mis clases particulares de sexo con mi vecina.

Sus gemidos se escuchaban mucho más violentos y todo por la lógica acústica que tienen los baños. Mis bufidos se hicieron más roncos en clara señal de mi inevitable corrida. Al borde del espasmo, le retiré mi verga a Ysabela y ella como maestra absoluta se arrodilló ante mí. Al mismo tiempo que se tragaba el glande duro y rojo de mi pene, una abundante lechada fue a parar a su garganta, descontrolado sólo dejaba vacear mis huevos por completo agarrado a los cabellos de la señora que no dejaba escapar ninguna gota de su néctar seminal.

– Ay, Ysa, tienes unos labios que son la gloria.- susurré dejando que ella me succionara hasta el último espermatozoide.

– Gracias mi pequeño, ya sabes que esta boquita es toda tuya.- dijo coqueta y pasando un lengüetazo en todo mi glande.

Al terminar de degustar su bebida láctea, la señora se levantó y me besó en la boca, introduciendo su lengua hasta mi garganta, golosísima en su máxima expresión. ¡Vaya vecinita que me tocó en esta vida!

Seguimos reposando de mi vaceada de huevos aunque estuvieramos de pie y abrazados pero esperábamos ansiosos por probar la nueva locura que nos traería esa mágica lluvia dorada. Y entre susurros y caricias, llegaron las urgencias por vacear nuestras vejigas que de un momento a otro parecían querer explotar.

– Oye, mi niño, ya estoy lista pero ¿quién empieza?- preguntó la señora dubitativa.

– Pues, si quieres empiezo yo.- contesté entusiasmado por lo que venía.

– O sea yo te orino primero, ¿cierto?- inquirió inocente.

– Así es Ysa.- dije arrodillándome en el frío piso de mayólicas de la ducha. Cuando quieras.

Desde abajo podía ver la abundante mata de vellos púbicos de mi vecina, que con calma y dándole un aire solemne la situación, subió una pierna por sobre mi hombro derecho y yo quedé expedito a recibir la lluvia de su interior. Con una sonrisa dibujada en su cara de mujer traviesa, Ysa fue dejando fluir con libertad absoluta su orina. Mi mejilla recibio el primer chorro, seguido después de mi frente y el restos de mi rostro para luego seguir con mi s hombros, mi pecho, mis manos hacían pocito llenándose rápidamente de sus orines que yo mismo me salpicaba a la cara, el calor de su cuerpo era transmitido a su líquido.

Ella soltaba carcajadas acompañadas de distintas palabras llenas de asombro pero que yo sabía muy bien que le empezaba a gustar. Una vez que me surtió con la última gota de orine, me quedé mirándola desde abajo donde me encontraba arrodillado, sin mediar palabra o esperar me dijera algo, me acerqué a su vagina y lamí como nunca antes, saboreando el sabor salado de su meado para sorpresa de la señora Ysa. Pero que como sospechaba la puso a andar como una locomotora sexual, fue como un choque eléctrico a sus instintos básicos de hembra arrecha, que su macho disfrutaba todo lo que proviniera de ella.

– Ha estado delicioso.- dije pasando las manos por mi cabello mojado.

– Ay, mi niño, sinceramente que me has dejado volando con este espectáculo.

– Pero, ¿te gustó?- pregunté sabiendo de antemano su respuesta mientras me ponía de pie.

– Muchísimo, ha sido de las locuras más increíbles de mi vida.- respondió dejando que nuestras bocas se volvieran a encontrar.

Jugamos deliciosamente con nuestras salivas, la lujuria no tenía nombre para decribir esa escena pero el día aún no terminaba.

– Bueno Ysa, ahora te toca a ti.- dije casi ordenando

– Sí, mi niño, ya deseo probar en carne propia esta divertida locura.

Ahora era mi vecina quien se arrodillaba ante mí, esperando mi descarga de orina.

– Preparate que ahí va.- dije alertándola.

Mi vejiga inició una bestial descarga de pichi, que fue a dar de lleno en la frente de Ysabela, ella sólo atinó a cerrar los ojos, sorprendida por la fuerza de mi catarata interior. Yo guiaba el chorro de orina hacia sus pechos, su estómago mientras ella se lo restregaba loca de contento por el cuerpo. Y me movía rodeándola para alcanzar todas las direcciones que aún faltaban mojar, así logré duchar con mi manguera, su espalda y sus nalgas. Ver a mi vecinita, una mujer casada con hijos, desenvolverse de tal manera y con tal desparpajo sexual y enfermo en esta situación, me hacía pensar que las mujeres en general por el simple hecho de ser madres no les quitaba su deseo, sino que el matrimonio sólo adormilaba sus sentidos sexuales.

Al terminar de miccionar, el alboroto era bárbaro, la señora Ysa estaba empapada de pies a cabeza, pero la sonrisa dibujada en su rostro era indicio que la experiencia había sido de su agrado.

– Y, ¿qué tal?- pregunté dubitativo.

– Te pasaste, ¡qué enfermos de mierda somos!- gritó admirada y desatada la señora.

Ella se levantó de un salto y me abrazo, besándome con pasión desbordada, definitivamente algo había hecho corto circuito en su razón pues mi vecina se mostraba distinta, en su mirada se mostraba un fuego que deseaba ser apagado o terminaría por consumirla por completo.

¿Qué podría decir al respecto? Sinceramente que agradecer el día que nos mudamos a este vecindario, siendo aún yo pequeño, sin imaginar lo que el futuro me tenía reservado.

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