Le ofrezco mi coño a mi propio padre

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Corría el mes de agosto de 2019. El cincuentón salió del bar y cruzó la plaza donde se celebraba la fiesta de Santiago Apóstol. Tocaba la orquesta Panorama y la gente bailaba «No vaya a ser» de Pablo Alborán bajo la iluminación y las banderitas que colgadas de cables que iban de un lado al otro de la plaza. Luego pasó por delante de las rosquilleras, de los heladeros, de los puestos de dulces y de garrapiñadas, de las mujeres que vendían velas, de los vendedores de globos gigantes hinchados con helio y que tenías dibujos de Bob Esponja, Patricio, Calamardo… Por delante de los manteros, negros que vendían gafas de sol Ray Bang, y CDs y DVDs piratas… Al salir de allí fue hasta el puerto pesquero. Se apoyó en una barandilla y miró para el mar donde vio las barcas de los pescadores y mariscadores de Carril. Luego miró el reloj.

-Ya va a ser la hora -se dijo a si mismo.

Una negrita llegó a su lado, se apoyó en la barandilla y se puso a mirar para las barcas.

-Tener ganas. ¿Tú ganas? -le dijo en un mal castellano y sin dejar de mirar para las barcas.

El cincuentón, que era alto y moreno, tenía las sienes blancas y vestía con un traje gris con rayas negras, corbata marrón y calzaba zapatos negros, la miró y vio que era delgada y un poco más alta que él debido a los tacones que llevaba. Tendría entre 20 y 25 años, olía a fresas y era bonita cómo una puesta de sol. Sus labios eran carnosos y los llevaba pintados de rojo, del mismo color llevaba pintadas las largas uñas de las manos, unas manos con dedos finos y largos. Su cabello era corto y rizado, tenía el culo respingón, unas tetas medianas de las que podía ver parte en el escote de su camiseta blanca al inclinarse en la barandilla, unas piernas delgadas, bien moldeadas y largas que enseñaba al llevar puesto un short rojo.

-No estaría mal dar un paseo en barca a estas horas – le respondió, sabiendo que no era a lo que se refería la negrita.

La muchacha le dejó las cosas claras.

-Diez euros. Poner yo condón.

-¿Y la cama? -le dijo sonriendo y pensando que le iba a responder que no tenía y zanjar el asunto ya que tenía otros planes.

-Este hierro -dijo la negrita mirando para la barandilla.

La negrita estaba muy rica, pero el cincuentón no las tenía todas con él, por dos motivos, uno por que no quería desgastarse, y dos, porque si era una encerrona lo tenían fácil para robarlo, darle un golpe y tirarlo al mar.

-A ver, morena. ¿Y si te anda buscando tu marido y nos encuentra en plena faena?

-No marido, amigo, y amigo no deja sola manta.

La negrita le cogió una mano y se la llevó al culo. Tenía las nalgas duras cómo piedras.

-Delu estar buena -le dijo.

-De eso no hay duda -le dijo el cincuentón apretando una nalga.

El sitio estaba apartado, y cómo el olor a mar que traía la brisa invitaba a la aventura, cómo la negrita estaba de vicio, y como era un miseria lo que le pidiera por el polvo, que todo hay que decirlo, se arriesgó, le pagó los diez euros y le dio la espalda a la barandilla para no tener ninguna sorpresa desagradable.

-A ver que sabes hacer, morena.

La negrita se puso en cuclillas le abrió la bragueta y sacó su flácida verga.

-Bonita guska (polla.) -le dijo, la olió y la metió en la boca.

La negrita sabía lo que hacía. Lamía el glande, lo chupaba, ponía la verga hacia arriba, chupaba y lamía sus huevos, lamía el tronco desde los huevos hasta llegar al glande, lamía el frenillo varias veces, mamaba otra vez el glande, después la metía en la boca hasta donde podía y luego se la meneaba, para volver a empezar.

-Mucho buena -dijo al verla empalmada.

La negrita le puso un condón que sacó del bolsillo, se bajó el short y el tanga blanco, se dio la vuelta, cogió la verga, la metió en el coño, un coño rodeado de vello negro rizado, y comenzó a follarlo con su culo. No mintiera al decir que tenía ganas, ya que el túnel lo tenía bien engrasado. Anselmo le echó una mano al coño acolchado y otra a las tetas, se las magreó y jugó con sus pezones, besó su cuello, le acarició el clítoris… Pasado un tiempo la negrita le cogió la nuca con la mano, giró la cabeza y se besaron con ganas.

-Primer beso con blanco, primera guska (polla) blanca en jidaynayey (coño) -le dijo la negrita después de comerse las bocas.

-¿Y que tal, morena?

Tonta no era.

-Saber al acabar -le dijo.

La negrita follaba a Anselmo echando el culo hacia atrás y hacia delante, alrededor… Moviendo el culo alrededor y con toda la verga dentro, ocurrió lo que no tenía que ocurrir, que se corrió ella.

-¡¡Delu venir! ¡Dar leche a Delu!

La negrita, corriéndose, con una mano le cogió la nuca y con la otra apretó el culo del cincuentón contra ella. Besándose y temblando se corrieron juntos.

Al acabar de correrse subió el tanga y el short. Anselmo sacó el condón de la polla y lo tiró al mar.

-Blanco follar bien. Gustar blanco -la negrita quedara contenta.

Por la manera que tenía de hablar se lo tuvo que preguntar.

-¿Cuanto tiempo llevas en España, morena?

-Dos días.

Anselmo supo porque solo le había pedido diez euros por follar.

-Pues ya te defiendes hablando mi lengua.

-En Mogadiscio aprender poquito español.

-Gracias, por el polvo, morena.

-De mucho, blanquito -le respondió la negrita poniéndose el short.

Echaron a andar cada uno por su lado… Anselmó llegó a una calle con una pendiente muy pronunciada y empedrada donde el alumbrado y las banderitas iban de un lado al otro de la calle. Al llegar a su destino llamó cinco veces a la puerta de una casa de piedra antes de que una chica le abriera cubierta con una bata roja con detalles dorados en los puños y en el cuello.

-¿Qué quieres a esta hora de la noche, Anselmo? -dijo la muchacha.

-¿Qué hacías para tardar tanto en abrir?

-¡¿Vienes a mi casa a las once de la noche y encima quieres que te de explicaciones?¡ ¡Hay qué joderse!

-Tampoco es tan tarde cómo para ponerse así, con decir que molesto bastaba, Eloisa.

La muchacha no lo mandó a la mierda de puro milagro.

-¡Molestas! Pero ya qué me hiciste venir. ¿Qué quieres?

-Venía a invitarte a comer las almejas en el Gran Sol -le dijo.

-Sí, hombre. ¿Y qué más?

-Pensé que te gustaría ir a comerlas.

-Tú lo que venías es a ver si te dejaba comer mi almeja.

-Eso también.

-¡¿Pero a ti que te pasa, Anselmo?! Ya te dije seis veces que conmigo no tienes nada que rascar.

-Es que es pensar en ti y subirme un cosquilleo…

-Vete, descarado, vete o esta misma noche llamó a a Suiza, hablo con tu hijo y le digo que me rondas.

-Me voy, pero una cosa te voy a decir… Tú te lo pierdes.

Eloisa nunca viera a su suegro tan crecido. Pensó que solo podía ser por una cosa.

-¿Cuánto vino metiste entre pecho y espalda, Anselmo?

-Menos del que quisiera, crujen a uno por un miserable vaso de rioja.

Se oía cantar un vals al vocalista de la orquesta, se oía, ya que de repente se fue la luz y se oyó una voz que decía:

-¡A meter mano que son sordas!

Luego se oyó el chasquido de varias bofetadas. Se ve que las mujeres no eran sordas. Anselmo encendió el mechero y con él un pitillo.

-Siete -le dijo a su nuera después de echar una calada.

-¿Siete que? -preguntó Eloisa.

-Siete polvos te echaba sin quitarla de dentro.

Eloisa no estaba para tonterías.

-Vete a tomar por culo, artista, que es bueno para la vista.

-¡Mentira podrida!

-¿Y tú cómo lo sabes?

-Por que ya fui y la vista me sigue igual de mal.

-¿Es un chiste?

-Muy viejo.

-Y muy malo.

Anselmo hizo cómo que se arrepentía.

-Sé que a veces merezco dos hostias, pero…

-Pero es cuando está pasado de vinos.

Se oyó una voz de mujer que venía de la casa.

-Dile que se pire que nos está jodiendo la noche.

Anselmo reconoció la voz. Era la de su hija Ofelia.

-¿¡Qué hace mi hija en tu casa a estas horas?! -le preguntó a su nuera.

-No es cosa tuya.

-¿No estaréis liadas?

-No.

-Me huele que sí.

.¡Qué no, coño!

-Mientes muy mal, Eloisa.

Eloisa se quitó la careta.

-¿Y si estamos, qué?

Aselmo parecía escandalizado.

-Que cuando la pille le voy a poner el culo a arder.

-Ya no tiene edad para eso, para calentarle el culo ya está su marido.

-¡Y tú para calentarle otra cosa, por lo que se ve!

Se volvió a oír la voz de Ofelia.

-Tú no tienes cojones ni a calentarle el culo a mi madre, calzonazos.

Anselmo puso el grito en el cielo.

-¿Calzonazos yo? ¡Sinvergüenza! Déjame pasar un par de minutos, Eloisa.

De nuevo se oyó la voz de Ofelia.

.

-Déjalo pasar o se acabará enterando todo el pueblo de que estamos liadas.

Eloisa dejó entrar a su suegro en su casa.

-Pasa -le dijo.

Anselmo subiendo el escalón que había delante de la puerta dio un mal paso y casi se jode los piños.

-¡Puto escalón! -dijo apoyando las manos en la pared y poniéndose en pie.

Entraron en casa y fueron hasta la cocina. Eloisa encendió dos velas, las puso en dos candelabros de pie e iluminando el pasillo con ellas llegaron a su habitación, una habitación que olía a coño corrido y a almejas a la marinera, y que tenía una cama ancha, dos mesitas con lámparas encima, un armario, una cómoda con espejo ovalado y una silla delante, dos taburetes y una mesa camilla, que era de la sala, y que en aquel momento tenía dos platos de almejas a la marinera encima, unos trozos de pan, dos servilletas de tela y dos copas mediadas de vino blanco. Anselmo vio a su hija de pie en medio de los taburetes. Estaba desnuda. Llevaba suelto su largo cabello negro. Sus tetas eran aperadas, grandes, con areolas rosadas y pezones pequeños.Tenía la cintura estrecha y las caderas anchas, el culo redondo, el coño peludo y las piernas muy largas. Era una belleza de ojos negros de 21 años.

-¡Ni se te ocurra tocarme! -dijo Ofelia al ver a su padre ir hacia ella con cara de mala hostia.

Fue a su lado. Ofelia quiso escaparse.

-¡Si me pegas le digo a mamá cosas que no te gustaría que supiese!

La cogió por la cintura, se sentó en la silla de la cómoda, la puso sobre sus rodillas, y le azotó en las nalgas.

-¡Plas! -¡Ay!- ¡Plas! -¡Ay!

-¿Desde cuándo tienes una aventura con tu cuñada?

-Hueles a coño de mujer.

-¡Plas! -¡Ay-! ¡Plas! -¡Ay!

-¡No me cambies de tema! ¿Desde cuándo?

-Fuiste a putas antes de venir, cabrón. ¿Usaste condón?

-¡Plas! -¡Ay!- ¡Plas! -¡Ay! ¡¡Plas!! -¡Ayyyy!- ¡¡Plas!!

-¡¡Ayyyyy!!

-¿Conoces a algún hombre que no lo use cuando va de putas?

-¡Plas! -¡Ay!- ¡¡Plas!! -¡¡Ayyyyy!!

-Ya vienes ordeñado.

Alselmo miró para los platos de almejas.

-¿Cómo es que comíais las almejas desnudas?

-Follar da hambre.

-¡¡¡Plas!! -¡Ayyyyy!! ¡¡¡Plas!!! -¡¡¡Ayyyyyy, cabrón, me ha dolido!!!

-¡¿Cuando empezó la aventura con tu cuñada?!

-Hace dos horas. Nos jodiste el polvo, cabrón.

Le volvió a dar.

-¡Plas! ¡Ay!- ¡¡Plas!! -¡¡Ayyyyy!!

-¿Hace dos horas o miente, Eloisa? Si miente le vuelvo a dar -le preguntó a su nuera.

A Eloisa por algún extraño motivo la excitaba ver cómo Anselmo le calentaba el culo a su hija.

-Miente, hace más de tres meses -dijo Eloisa.

-¡Hija de puta! -le dijo Ofelia a su cuñada.

-¿Oíste? Me llamó hija de puta -le dijo Eloisa a su suegro.

-Oí. ¿Quieres darle tú?

-No, dale tú, yo quiero ver una cosa.

Eloisa se puso detrás de su cuñada y le abrió el coño. Estaba empapado.

-A mí aún se me puso el coño más mojado cuando me dio.

-¿Quién te dio? -le pregunto Anselmo.

-Es un secreto. ¿Me dejas comerle el coño un poquito?

-¡Come, vendida, come a ver si te intoxicas! -le dijo Ofelia.

Anselmo la volvió a azotar.

-¡Plas! -Ay- ¡Plas! -¡Ay- ¡¡Plas, plas!! -¡¡Ayyyyy!!

-¡No te va a comer nada, viciosa!

-Ya la tienes cachonda, fóllala y deja de mis nalgas en paz, abusón -le dijo Ofelia a su padre.

Le dio con fuerza los últimos golpes:

-¡¡Plas!! -¡¡Ayyyyy!! ¡¡Plas!! -¡¡Ayyyyy!!- ¡¡Plas!! -¡¡Ayyyyy!!- ¡¡Plas!! -¡¡Ayyyyy¡¡- ¡¡Plas!! -¡¡Ayyyyy!!

-Ahora te vistes y te llevo a casa -dijo quitando a su hija de encima.

Eloisa no iba a permitir que la dejaran sola con su calentón. Quitó la bata y quedó en cueros. Medía casi metro ochenta de estatura y tenía 22 años, su cabello rubio era corto y sus ojos azules… Lo tenía todo en su sitio. Tetas redondas, grandes cómo las de su cuñada, areolas oscuras, pezones gordos, cintura fina, caderas anchas, culo redondo y coño depilado.

-¿No prefieres quedarte, Anselmo? -le dijo poniéndose a medio metro de él.

-¡Cómo para no quedarse! -exclamó Anselmo mirando para aquel cuerpazo.

Ofelia fue junto a su cuñada y la morreó.

-Tendrás que compartirme -le dijo Eloisa a su suegro.

-Si no me queda más remedio tendré que hacerlo.

Anselmo, desnudándose, vio cómo las lenguas de su hija y de su nuera salían de las bocas para ser lamidas y chupadas y cómo se morreaban para seguir acariciándolas. Luego vio cómo la lengua de su hija lamía los pezones y las areolas y cómo chupaba las tetas de Eloisa al tiempo que las amasaba. Después vio cómo le besaba y lamía el ombligo y luego el coño para después ir subiendo hasta su boca haciendo el mismo recorrido y las mismas paradas… Volvió a ver como se morreaban y después cómo su hija metía una pierna entre las piernas de su nuera, cómo con el felpudo le tapaba el coño… Vio como Ofelia cogía con sus manos el culo de Eloisa y cómo Eloisa echaba sus brazos alrededor del cuello de su cuñada, después vio cómo bailaban al son de la música de sus besos. Al acabar de bailar, Ofelia puso el dedo medio entre las tetas de su cuñada, la empujó poniendo cara de vampiresa y Eloisa se dejó caer sobre la cama. Quedó con las piernas abiertas y los pies tocando el piso de la habitación. Ofelia cogió una almeja vacía de uno de los platos y derramó la salsa en su coño.

-¿Quieres comer una almeja a la marinera, papá? -le preguntó.

Anselmo se agachó y le lamió el coño a su nuera. Ofelia siguió cogiendo salsa y echándola en el coño. A Anselmo siempre la gustara las almejas, pero la de Eloisa, con salsa, estaba deliciosa.

-Date la vuelta, zorra -le dijo Ofelia a su cuñada, pasado un tiempo.

-No me llames eso- dijo dándose la vuelta.

Ofelia cogió otra almeja, Anselmo le abrió las nalgas y Ofelia le echó la salsa en el ojete. La lengua de Anselmo lamió la salsa del ojete y después se lo folló con ella. Eloisa comenzó a derretirse.

-Me voy a correr -dijo entre gemidos, con voz de moribunda y con un dedo frotando el clítoris.

Anselmo siguió follando su ojete con la lengua. Ofelia la cogió por los pelos, le levantó la cabeza, le apretó la garganta y acercó los labios a los de su cuñada.

-¿Quieres que te coma la boca cuando te corras, zorra? -le preguntó.

-Sí.

-¡¿Dime qué eres?!

-¡Una zorra, soy una zorra!

-Eres mi puta.

-Sí.

-¿Qué eres, zorra?

-¡Tú puta!

-¡Joder cómo me estoy poniendo, podrías nadar en mi coño! -le dijo Ofelia a su padre.

Eloisa ya no aguantó más.

-Me corro, me corro, me corro. ¡¡¡Me corro!!! -dijo antes de que Ofelia le comiera la boca y mientras su suegro le follaba el culo con la lengua.

Al acabar de correrse su cuñada, Ofelia, se echó a su lado.

-Come ahora mi coño, papa -le dijo con las piernas abiertas y los pies tocando el piso de la habitación.

-¡¿Quieres que te coma el coño tu padre?! -le dijo Eloisa, que ya se había sentado en el borde de la cama.

-Quiero. ¿Te molesta?

-No, pero… -Eloisa ató cabos-. ¡Estabais conchabados!

-¿Quieres que nos vayamos?

-Sabes que no, cabrona.

Anselmo cogió una almeja, le echó la salsa en el coño a su hija, comió la almeja pasando la lengua por la concha y después le comió el coño… Al rato ya tragaba salsa con jugos y su hija pedía pan por señas en modo de gemidos. Eloisa ya estaba cachonda de nuevo.

-Deja que se la quite yo. Me encanta que se corra en mi boca.

Eloisa cogió a Ofelia por la cintura, Aselmo pilló una almeja vacía y le echó la salsa en el coño empapado. La lengua de Eloisa se deslizó suavemente por el coño de abajo a arriba, poco a poco fue aumentando la presión y poco a poco fue acelerando, y poco poco fueron subiendo la intensidad de los gemidos…

-¡¡No aguanto más!! -le dijo Ofelia a su cuñada.

-¿Quién es mi perra? -dijo, y después aceleró un poquito más.

-¡Yo, yo soy tu perra!

-¡Ladra, perra!

-¡Guau, guau, guau, guau, guau!

Anselmo viendo el coño mojado de su nuera a tiro le frotó la polla en él. Eloisa levantó el culo y lamió más despacito el coño de su cuñada. Le cogió la verga al suegro y se la puso en el ojete invitándolo a que le follara el culo. Anselmo aceptó la invitación. Le clavó el glande en el ano. Eloisa ya fuera enculada. Empujó hacia atrás con el culo y cuando tenía toda la verga dentro le agarró los pezones de su cuñada, con dos dedos cada uno, pulgar y corazón, apretó sin hacer daño, lamió a toda hostia y Ofelia se corrió en su boca.

-¡¡Me derrito!! -dijo Ofelia mientras se retorcía de placer.

Eloisa sintiendo los gemidos de su cuñada, tragando sus jugos calentitos, con la verga de su suegro entrando y saliendo de su culo y con los huevos chocando con su coño, tuvo un fuerte orgasmo anal.

-¡¡Diooooooossssssss!! -exclamó mientras se corría.

A sus gemidos siguieron las convulsiones, jadeos y luego la paz.

Al acabar de correrse volvió la luz.

-Apaga esa luz, papá, que me quiero volver a correr a la luz de las velas.

-Y yo -dijo Eloisa.

Anselmo, empalmado, apagó la luz. Ofelia, que era una cabrona de cuidado, cogió la corbata de su padre, lo empujó sobre la cama, y boca abajo le ató las manos a la espalda.

-Te voy a poner el culo a arder -le dijo sonriendo con maldad.

-No te pases que nos conocemos.

Anselmo pensó que le iban a caer en el culo de zapatillazos para arriba, pero estaba equivocado.

-Coge los vibradores en el cajón de la mesita de noche, Eloisa -le dijo a su cuñada.

-¡No! -dijo Anselmo.

-Sí, papuchi, sí.

Eloisa cogió los vibradores y crema, le dio a Ofelia uno que no era grande ni pequeño y se quedó ella con el que era cómo una bala.

A ver, si Anselmo quisiera podía levantarse y mandarlas a la mierda, pero Anselmo, era mucho Anselmo, y se dejó hacer. Ofelia cogió una almeja vacía y derramó la salsa en el ojete de su padre, el ojete se abrió y se cerró. Le pasó la yema del dedo pulgar por él y Anselmo gimió cómo una puta. Rectifico mis palabras, Anselmo no era mucho Anselmo, Anselmo era medio maricón… Eloisa con el vibrador que era como una bala hizo movimientos rotatorios en su ojete. Ofelia echó crema con la palma de su mano en el vibrador grande, lo encendió y se lo puso entre los huevos.

-¿Te gusta papá? -le preguntó.

-Mentirá si digo que no.

Poco después le dio la vuelta, pringó la palma de la mano con salsa de almejas y le embadurnó la verga. Con ella llena de salsa se la mamaron un par de minutos, después, Ofelia, volvió a ponerle el vibrador entre los huevos, le cogió la polla empalmada y lo masturbó mirándole a los ojos. Anselmo sintiendo el cosquilleo en sus huevos, la fina mano de su hija machacando su verga y el vibrador que era cómo una bala entrar en su culo, se corrió cómo un perro. Bajaba la leche por aquel gran pedazo de carne que daba gusto verla, especialmente a Eloisa, ya que Ofelia ya la había visto bajar más veces.

Al acabar de correrse, Anselmo tenía una sonrisa que le iba de oreja a oreja. Su verga manchada de leche seguía de punta.

-¿Tomaste viagra, papa? -le preguntó Ofelia desatando sus manos.

-China, una pastilla que me regaló un chaval en un bar mientras fumábamos un porro.

Eloisa seguía mirando lo que le había entrado en el culo… Una verga de unos 24 centímetros y de un grosor considerable.

-¿Compraste chocolate?

-Sí, me regaló la pastilla por la compra.

-Saca la otra botella de rioja de la nevera, cuñada.

Eloisa estaba lejos. Le dio un empujón.

-¡¿Qué?!

-Que saques el rioja de la nevera para acompañar a los porros.

-¿Qué porros?

-Los que no vas a fumar cómo tenga que ir yo a buscar el vino.

Eloisa se puso alta.

-Esta es mi casa y…

No la dejó acabar la frase.

-¿Nos vamos a fumarlos a la mía?

Se le bajaron los humos.

-Voy a buscarlo.

-Trae también tres copas.

-Hay dos copas en la mesa camilla.

-Sí, pero ese vino ya está caliente.

Tiempo después… Ofelia y Eloisa estaban sentadas sobre la almohada de la cama apoyadas con la espalda a la cabecera, una copa de vino en la mano y las rodillas flexionadas. Anselmo con otro vaso en la mano y con las piernas estiradas estaba a los pies. Se estaban pasando el segundo canuto con la ventana abierta para oír la música de la orquesta.

-… Desde luego tenéis unos coños preciosos -le decía Anselmo a su hija y a su nuera después de echarle una calada al canuto.

-¿Cuál crees que es más bonito? -le preguntó Eloisa abriendo las piernas, mirando para el coño y abriéndolo con un dedo.

Le respondió Ofelia.

-El mío, a mi padre le gustan los coños peludos, dile por qué, papa.

-No creo que sea el momento de ponernos a contar historias, además tú ya la sabes.

-Pero yo no -dijo Eloisa-. Cuenta que para follar tenemos toda la noche, si aguantas.

-Aguantaré, tengo una caja de viagra china.

Ofelia odiaba que su padre le mintiera, muy seria, le dijo:

-Eres un calzonazos mentiroso.

Anselmo odiaba que le llamaran calzonazos.

-¡Y tú una calienta perros!

Ofelia, viendo venir la preguntas de su cuñada, trató de escabullirse.

-Tiene razón mi padre, Eloisa, no es el momento de historias.

A Eloisa le dio la risa.

-¡¿Calentaste al chiguagua?

-¡Ahora cuentas lo de los coños peludos o te largas!-le dijo Ofelia a su padre, visiblemente enfadada.

-No es tu casa, no puedes echarme -le dijo él.

-¿Cómo le encontraste la polla al chiguaaaaaau, guauuuuuau, guaaaaaaaau, guaaaaaaaau? -le dijo Eloisa a su cuñada y rompió a reír con ganas.

A Anselmo también le entro la risa floja. Los porros habían hecho su efecto.

-¡Hijos de puta! -dijo Ofelia y después también se echó a reír.

Anselmo acabó contando su historia.

-Hace muchos años estaba yo recogiendo leña en el monte cuando oí rebuznar a una burra y después a un burro. Fui al lugar donde venían los rebuznos, un lugar escondido entre arbustos, y vi al burro de Amancio, un burro ya viejo, queriendo montar a la burra de Cristina. El burro quería pero la tralla no se le levantaba lo suficiente. En ese momento llegó Cristina, que era una cuarentona, morena, bajita, con el pelo recogido en una coleta, con un buen polvo, casada y con tres hijos varones, dos de ellos mayores que yo. Le cogió la polla al burro, se la llevó al coño de su burra y el animal se la clavó hasta los huevos. Cristina se estaba ahorrando lo que le cobraría el dueño del burro por la monta.

-¿Que dirá Amancio cuando se entere de esto? -le dije a sus espaldas.

A la mujer casi le da algo.

-¡Qué susto me metiste, condenado! -dijo al girarse y verme.

-No me contestaste.

-Tú no le vas a decir nada porque si lo haces le digo a mis hijos que te den una tunda.

-A ver si te pongo a los tres finos y vas a tener que gastar más en árnica de lo que pagarías por la monta.

-Muy fuerte te ves.

-Ante tres mequetrefes que no tienen ni media hostia, sí.

-Te veo venir. ¿Que quieres. Anselmo? -Me preguntó viendo cómo aquella inmensa tranca entraba y salía del coño de la burra.

-Echarte un polvo.

-No tienes polla para eso.

-¿La saco?

-No, no estoy para risas

-¿Para risas? No digas tonterías. ¿Echamos ese polvo, Cristina?

-Baja el listón.

-Hazme una mamada.

-Baja el listón.

-Enséñame el coño para hacer una paja.

-Lo máximo que puedo hacer es mirar cómo te la pelas.

Cristina era una mujer de las fieles a su marido, así que tuve que usar malas artes.

-Si no me enseñas el coño le cuento a Amancio lo de la monta.

Puso cara de endemoniada.

-¡¿Me estás chantajeando?!

-Si quieres verlo así, sí.

-No creo que seas tan desgraciado.

-¿No me vas a enseñar nada?

-No, pase lo que pase.

-En ese caso atente a las consecuencias.

Cristina, al verse perdida, entregó la cuchara.

-¡Veo que vas en serio, cabrón. Te enseño una teta si acabas pronto -dijo resignada.

Ya me conformé. Era más de lo que esperaba conseguir de ella.

-Vale -le dije.

Abrió tres botones de la blusa, bajó una copa del sostén y me enseñó una teta grande, blanca, con una areola rosada y un pezón que me pareció el pitón de un toro. Saqué la polla, que tenía el tamaño y el grosor que tiene ahora y comencé a masturbarme. Cristina dejó de mirar para la polla del burro y se quedó con la mía. Al rato se abrió la blusa, subió la otra copa y me enseñó las dos tetas.

-A ver si así acabas -dijo sin dejar de mirar para mi verga, verga que ya soltaba aguadilla.

Ni un par de minutos tardó en quitarse la falda, bajar las bragas y enseñarme el coño.

-A ver si así te corres.

¡Qué coño tenía! Tenía tanto pelo negro en el que se podían hacer dos pelucas para muñecas… Desde esa me encantan los coños peludos.

-Acaba la historia, no la dejes en lo mejor -le dijo Eloisa.

Anselmo no se hizo de rogar.

-Acabo. Después, cómo no me corría, abrió el coño con dos dedos y me enseñó los labios y el agujero.

-A ver si ahora sí.

Seguí masturbándome. Cristina perdió la paciencia. Se abalanzó sobre mí y me tiró al suelo.

-¡Tú eres tonto, coño! -dijo al subirse encima de mí y meter la cabeza de la polla en su coño.

-¡Que buena estás! -le dije.

-¡Tú sí qué estás bueno, hijo puta! -dijo mientras mi polla iba entrando más que apretada por aquel coño maduro.

Había follado a varias chavalas, pero ninguna se corriera tan brutalmente cómo lo iba a hacer ella.

-¿Cómo te folló para correrse así? -le preguntó Eloisa.

-Metiendo mi polla en su coño cómo si fuera una estaca a la que están golpeando con un enorme martillo, bumba, bumba, bumba, bumba… Me corrí dentro de su coño en el minuto uno, en el cuatro o el cinco y en el ocho o el nueve, pero ella con el coño lleno de eche, seguía, bumba, bumba, bumba, bumba… Sí, Eloisa, Cristina follando era una máquina. Cuando paró fue para poner su boca en mi cuello y chuparlo más de un minuto, que fue el tiempo que le duró el placer sus orgasmos encadenados.

-¡Vaya corrida! -exclamó Eloisa.

-Y tanto, al acabar sus jugos atravesaran mi pantalón y habían empapado mis huevos.

-Cuéntale el final, papá -dijo Ofelia.

-¡¿Es que hay más?! -preguntó Eloisa.

-Sí, cuando acabó de correrse, para humillarme, me puso el coño en la boca y me la abrió con las dos manos.

-Traga, chantajista -dijo

-Fue cómo si me cayera una bosta de vaca con sabor agridulce. Lo que no esperaba fue que la tragara le diera la vuelta y le comiera el coño.

-¿Qué haces hijo puta? -me preguntó tirando de mis pelos.

-Seguí lamiendo. Fue tirando menos, menos y menos, hasta que dejó de tirar de los pelos y puso sus manos a los lados del cuerpo. Poco después se quitó la blusa y el sujetador. Era obvio que quería que le comiera las tetas. Dejé el coño y le lamí sus enormes pezones, duros y de punta, lamí y mamé las tetas y después, tímidamente, acerqué mi boca a su boca. Puso una mano en mi nuca y me dio un beso con lengua tan largo cómo sus orgasmos, luego volví a comer sus tetas. Al llegar al coño empapado no tuve que lamer mucho mas, ya que a la tercera lamida, me dijo:

-No quites la lengua de mi coño mientras me esté corriendo.

-Después de veinte o treinta lamidas levantó la pelvis y gimiendo en bajito comenzó a correrse. En ningún momento mi lengua abandonó su coño, cuando subía su pelvis mi lengua subía para que se frotase con ella y cuando bajaba, la bajaba… Sentí cómo caían los jugos calientes en mi lengua, cómo dejaban de caer y cómo caían otros, y así hasta seis veces. No volví a encontrar a otra mujer que se corriera de ese modo. Eloisa.

-¡Quién me diera poder tener orgasmos encadenados!

-Y a mí -dijo Ofelia.

-Cuéntale tú ahora lo del perro, Ofelia -le dijo Anselmo a su hija

-Eso, eso, cuenta lo del chiguagua, cuñada -le dijo Eloisa.

-No era un chiguagua, era un perro pastor belga, lo tuvimos antes del chiguagua.

-¡Coñooo! Esos deben tener una buena polla.

-Tienen. No sé, me da cosa contarlo.

Eloisa besó a Ofelia.

-Cuenta, cuñada -le dijo.

Ofelia aún le dio otra vuelta a la cosa.

-¿Se la pelarías a un perro, Eloisa? -le preguntó.

-Estando caliente se la pelaría a un sapo.

-Está bien, ahí va…Había salido de la academia algo más tarde de lo habitual. Llegué a casa vestida con una minifalda marrón, una blusa blanca y unas zapatillas deportivas azules. Al entrar en casa me recibió Tarzán dándole al rabo. Hice unas tostadas, las unté con Nocilla y con un zumo de naranja me fui a sentar al sillón de la sala, donde me descalcé. Ya había terminado la merienda cuando llegó Tarzán con una de mis viejas muñecas. Era una muy grande que me tocara en la tómbola y que dejaba sobre la cama después de hacerla por la mañana. La traía cogida por los pelos. La tiró sobre la alfombra, se echó encima de ella y comenzó a darle al culo y a jadear echando la lengua fuera mientras su colorada polla follaba la boca de la muñeca. Si le había de reñir me puse cachonda. Bajé las bragas hasta los tobillos y con las piernas abiertas comencé a hacer un dedo. Cuando el perro dejó la muñeca ya yo tenía tenía las tetas al aire y las magreaba con una mano. El perro vino a mi lado. Estaba tan cachonda que le eché la mano a la polla. Tarzán también estaba cachondo, ya que fue frotársela y salir toda la polla colorada para fuera, una polla que acababa en punta. Lo masturbé… Poco después mi coño quería una polla dentro. El perro, Jadeando, puso las patas en el respaldo del sillón y me lamió las tetas y la boca. Saque la lengua y la lamió hasta que se le dio por girar la cabeza, aunque no tardaría en lamer mis tetas y mi legua de nuevo… Vi toda su polla con una gran bola al final, le cogí la bola, lo masturbé y acabó corriéndose soltando unos chorros de semen en mi vientre. La primera idea que se me vino la cabeza fue ponerme a cuadro patas, dejar que Tarzán me follara y correrme con su polla dentro de mi coño, pero me excité tanto que mis dedos volaron sobre mi clítoris… Me corrí chillando cómo una cerda. Al abrir los ojos mi padre me estaba mirando, y el resto ya es historia.

-¿Que te dijo al verte? -le preguntó Eloisa

-Me puso en sus rodillas, me levantó las nalgas y me dio en el culo. Al acabar vi que estaba empalmado, y el resto es fácil de imaginar.

-Eso me recuerda al día que mi padre me azotó el culo a braga bajada.

Anselmo no se quiso quedar sin escuchar la historia.

-Cuenta, cuenta.

-Me da corte.

-¡Cuenta, coño, no seas mojigata!-le dijo Ofelia.

-Vale, lo cuento. Mi padre trabajaba de noche de guarda jurado en una fábrica. Así que un día invité a una fiesta en mi casa a dos amigas, a sus parejas y a un chico que me gustaba mucho. Yo había comprado ron y limonada. Ellos trajeron ginebra y tónicas. La cosa se animó con el alcohol. Los chicos y las chicas se comenzaron a besar, después cambiaron de parejas para ver quien besaba mejor y acabaron follando unos con otros por las habitaciones de la casa. Estando a solas el chico que me gustaba me hizo un dedo y yo le hice a él una paja. En fin, que cuando se fueron la casa quedó cómo una jaula de grillos y yo, borracha perdida, me quedé dormida en el sillón donde nos habíamos corrido el chico y yo. Cuando mi padre llegó a casa por la mañana y se encontró con aquel panorama, me despertó. Yo no sabía donde meterme. Mi padre estaba muy borracho, y al estar borracho largaba, por eso lo abandonara mi madre, y me largó. me puso sobre su rodillas, me levantó la falda, me bajó las bragas y con aquellas manos cómo palas que tenía me dio, y me dio con tanta fuerza que me hizo llorar. Me lloraron los ojos y el coño. ¡Empapado me lo dejó! Me fui a mi habitación, caliente, caliente en todos los sentidos. Tenía los pezones duros y el coño me picaba cómo nunca antes me había picado. Metí un dedo dentro, lo chupé y me puse cómo una moto. Sabiendo que le gustaba a los hombres mayores aún más que a los chicos de mi edad, me envalentoné y desnuda fui a su habitación con idea de decirle que me follara, pero mi padre se había ido. Volví a mi habitación y me hice tres pajas fantaseando con él. Acabé espatarrada, pero feliz

-Por eso te excitaste cuando mi padre me azotó.

-También me excité con Cristina y con lo tuyo. Me voy a comprar un perro

-¡¿En serio?! -le dijo Ofelia.

-No, era broma, se celaría Peluche.

Peluche era un oso gordo y de casi dos metros que tenía en una esquina de la habitación.

-¿Te frotas contra él? -le preguntó Anselmo.

-Follo con él cuando no lo hago con tu hija.

-¿Y qué te mete, la nariz? -dijo después de reírse.

Eloisa se levantó de la cama. Abrió el cajón de abajo del armario y sacó un arnés con una polla de goma de unos 18 centímetros, ni gorda ni delgada.

-Con esta polla me folla -les dijo con el arnés en la mano.

Anselmo sonrió al saber lo que hacía su nuera.

-¡Cómo te lo descubra mi hijo cuando venga tienes un disgusto! -le dijo.

-De eso nada, el oso y el arnés me los regaló él para que disfrutara cuando tuviera ganas.

-Pónselo al oso a ver cómo le queda.

-¿Y si lo pongo yo y le hacemos una doble penetración a tu hija?

-Ya me tarda -dijo Ofelia.

Eloisa se puso el arnés. Ofelia le cogió la polla.

-Esta no se baja nunca. ¿Quieres mamarla, papá?

-¿Me está retando?

-Estoy.

Anselmo cogió con la mano derecha la polla de goma y la meneó y la mamó. Ya tenía la verga tiesa pero se le puso mirando para el techo. Anselmo era bisexual. Eloisa al ver la polla tan tiesa se quitó el arnés.

-Quiero que me folles, Anselmo.

-¿Y mi doble penetración? -preguntó Ofelia.

-Luego.

Anselmo cogió en una brazada los 65 kilos de mujer. La puso a cuatro patas sobre la cama, se colocó detrás de ella y le clavó la polla hasta las trancas. Ofelia se puso el arnés, subió a la cama y arrodillada le folló la boca… Pasado un tiempo no paraban de caerle babas de la boca y del coño.

-Brutal, voy a tener un orgasmo brutal -dijo entre gemidos y apartando la cara para que la polla de goma saliese de su boca.

Anselmo se puso delante de ella y le metió la verga en la boca, Ofelia se puso detrás y la folló a lo bestia, a romper. Aselmo se corrió en su boca. Eloisa no pudo tragarse la leche. Tenía la boca abierta y le caía en cascada mezclada con saliva. Tenía la boca abierta y los ojos en blanco porque sus pupilas se perdieran dentro de sus párpados al correrse.

Cuando Eloisa recuperó las fuerzas perdidas ya Ofelia se había quitado el arnés con la polla y estaba besando a su padre. Eloisa se le acercó por la espalda y la besó en el cuello.

-Te voy a devolver el favor, cuñada – le dijo antes de ponerse el arnés con la polla.

-Y a mí no te me escapas viva -le dijo Anselmo a su hija.

Mas tarde… Ofelia estaba en la cama encima de su padre, con la verga dentro del coño y con la polla de goma del arnés dentro de su culo. Anselmo se corrió dentro de su hija, ella le comió la boca y le bañó la polla con una copiosa corrida. Sonó el teléfono. Eloisa estiro la mano y lo cogió de encima de la mesita.

-¿Sí?

-Tu marido y el de Ofelia están en un puesto comprando rosquillas. ¿Estás follando con tu cuñada? Si estás dejarlo, cariño.

Era Virtudes, una mujer casada amiga de Eloisa, que virtudes tenía muy pocas.

Juan, el marido de Eloisa, y Pedro, el marido de Ofelia, habían venido de Suiza sin avisar para dar una sorpresa a sus esposas. De camino sus casas, en un rincón oscuro, se besaron.

-Te voy a echar de menos -le dijo Juan a Pedro.

-Y to a ti, cariño, pero un mes pasa volando.

Quique.