Le soy infiel a mi novia con la chica con la cual comparto piso
Apenas llevaba unos meses viviendo en Madrid cuando empecé a salir con una chica a la que llamaremos Cayetana. No era especialmente guapa de cara ni tenía un cuerpo fuera de lo normal pero era tremendamente alegre y te hacía disfrutar de la vida.
De estatura mediana, tenía el pelo castaño claro y una cara simpática en la que nunca faltaba una sonrisa. Le sobraba algún kilito de más pero en absoluto era gorda, unas tetas algo pequeñas pero con buenos pezones, culo amplio y apetecible así como unos bonitos labios vaginales que lucían perfectamente en su pubis totalmente depilado.
Le encantaba el sexo y nunca le faltaban ganas de complacerme y complacerse, era una gozada saber que jamás ponía excusas a la hora de follar y que los días de la regla no dejaba de hacerme las “cositas” necesarias para que me corriera, ya fuera con sus manos o su boca.
Por aquella época ella vivía con una amiga del trabajo y yo mantenía mi propio piso también compartido, no nos planteábamos ir más allá en la relación. Teníamos veintipocos años y vivíamos al día.
Compartía un pequeño apartamento en el centro de Madrid, en Ventas, con dos dormitorios separados lo que me permitía pasar con ella los fines de semana con cierta intimidad, aunque teníamos claro que todos nuestros ruidos, risas y gemidos los oía perfectamente su compañera Anna. Esta chica era catalana, también recién llegada a la ciudad y con tan buen carácter que nunca se quejó de nuestros maratones de sexo que a veces nos hacían pasar casi el día entero en la cama.
Toda esta situación cambió una noche de verano en la que salimos a celebrar los tres un pequeño ascenso de Caye, por lo que fuimos a cenar y bailar hasta muy tarde. Volvimos de madrugada al piso que pertenecía a una urbanización donde había una piscina en la zona ajardinada. Con varias copas de más y haciendo un calor infernal a mi chica se le ocurrió la idea de que nos bañásemos antes de subir y sobre la marcha nos quedamos en ropa interior y nos tiramos al agua.
Apenas estuvimos el tiempo de entrar y echar unas risas pero fue muy divertida la situación. Eso sí, no resultó lo erótico que podría pensarse ya que teniendo puestas las dos sus bragas y sujetadores y siendo de noche no dio lugar a que pudiera excitarme, o al menos en ese momento.
El caso es que salimos chorreando y sin vestirnos nos fuimos corriendo al piso donde nos quitamos las ropas mojadas. Anna lo hizo en su cuarto y mi chica y yo en el de ella, todo de forma muy recatada. Nos secamos un poco y salimos al salón llevando puestas tan solo las toallas, ellas ceñidas a la altura del pecho y yo en la cintura.
Habiendo sido un fin de día peculiar decidimos hacer un último brindis por la homenajeada así que sacamos un licor de hierbas, nos sentamos en los sofás y comenzamos a brindar. Era viernes, estábamos a gusto y empezamos a echar copitas que se nos acabaron subiendo a la cabeza. Como le solía ocurrir a Caye, esto le desinhibía mucho y comenzó a ponerse cariñosa conmigo, besándome y acariciándome. No habría sido nada fuera de lo común si hubiéramos estado a solas pero al llevar tan solo las toallas y teniendo enfrente a Anna me dio un subidón que me empalmé a tope.
Dándose cuenta de la situación, Caye echó una mirada al bulto que sobresalía entre mis piernas, me dirigió una sonrisa maliciosa y empezó a meter su mano derecha por debajo de mi toalla. Previendo lo que quería hacer, intenté pararla pero cuando me dí cuenta ya me tenía agarrada la verga y había empezado a pajearme. Todo esto tapado bajo la toalla por lo que no se veía nada, pero era evidente lo que estaba ocurriendo.
Fue entonces cuando decidí disfrutar del momento, me relajé, me eché hacia atrás y dejé que Caye siguiera con el magreo mientras notaba que Anna que no se perdía detalle de la escena. Me corrí más que a gusto de esta forma y fue una de las pajas que más he disfrutado, con ese punto de exhibicionismo tan potente.
Acabada la escena, me levanté para ir a cambiarme al cuarto y la reunión se acabó, nos fuimos a dormir a nuestros respectivos cuartos y se hizo la calma más absoluta.
Apenas una semana después se volvió a producir una situación muy parecida pero con el importante matiz de que no iba a esta Caye presente. Fue el sábado por la tarde cuando bajamos a la piscina de la urbanización los tres, como habíamos hecho otras veces. Nos estuvimos bañando tranquilamente hasta que a Caye la llamaron de repente para una suplencia urgente y se tuvo que ir corriendo a trabajar. Anna y yo nos quedamos aún un rato en la piscina hasta que decidimos subirnos.
Como solíamos hacer siempre para subir a casa, teniendo los bañadores mojados, nos liamos las toallas y recorrimos la urbanización y los pasillos del edificio. Así llegamos al piso y Anna me sugirió que si le pasaba el bañador lo echaría a lavar de inmediato, por lo que sin quitarme la toalla me saqué el bañador y se lo dí. Ella, como ya había hecho alguna vez delante de mí, también se desató el bikini y las braguitas manteniendo la toalla puesta.
La lavadora estaba en una terracita de la cocina y Anna se asomó a dejar los bañadores mientras que yo, sin ninguna doble intención, decidí abrir la nevera para coger una cerveza y le ofrecí otra a ella. La aceptó y sin más nos fuimos a beberla al salón. Algo que habría sido muy natural si no tenemos en cuenta que una semana antes esa misma escena había acabado en un pajeo.
Sentados cada uno en un sofá, estuvimos charlando de tonterías hasta que finalmente salió el tema de la noche erótica-festiva. Yo le pedí perdón por si ella se había sentido molesta con nuestra exhibición pero para mi sorpresa me confesó que le había excitado muchísimo vernos hacerlo y que se había hecho un dedo impresionante nada más meterse en su cuarto. Me contó que echaba mucho de menos a su último novio, que era el único con el que había follado en su vida y que cuando se probaba el sexo no era fácil estar a dos velas y conviviendo con una pareja que “siempre estábamos de revolcón”.
Aquella conversación subió tanto de tono que, de nuevo, volví a empalmarme en el mismo lugar y con la misma toalla que la semana anterior. Y otra vez, al no haber con qué taparlo fue tan evidente que ella lo notó y le tuve que reconocer que me había excitado mucho la situación y que iba a necesitar yo también una buena paja. Para mi sorpresa su respuesta fue preguntarme si yo consideraba que masturbar a otra persona era poner los cuernos a mi pareja. Siendo evidente la intención que llevaba le dije con media sonrisa que para mí ser infiel era follar, lo demás eran caricias.
No esperamos más, me senté a su lado, nos quitamos mutuamente las toallas y empezamos a masturbarnos, primero con suavidad y después a mil por hora. No le llegué a tocar sus bonitos pechos, algo de lo que me arrepentí después, pero mis dedos se hundieron en su coño y como estaba muy húmeda fue fácil moverme entre su clítoris y el interior en el que empecé a meter dos dedos hasta el fondo. Ella mientras tanto se me había inclinado sobre la polla, me había echado un poco de saliva y había empezado a meneármela a buen ritmo tras bajarme el pellejo dejando el capullo totalmente visible y brillante por la saliva, mostrando el agujerito por el que no iba a tardar en correrme.
Eyaculé como un loco, la mayor parte fue sobre mi barriga pero el primer pegotón saltó hacia su teta que tenía más inclinada hacia mí, donde quedó un buen grumito viscoso. Me la sacudió un poco más y al notar que yo ya había acabado retiró su mano y se echo hacia atrás, haciéndome ver que ahora me tocaba hacer que ella se corriera.
Entre tanto, yo seguía con mis dedos deslizándolos entre su botoncito y el interior. Como era la ocasión de avanzar un poco más no lo dudé, me arrodillé entre sus piernas y hundí mi boca en su coño. Recibir esa combinación de olor a coño que te llega cuando estás así y paladear el roce de la lengua con su interior tan suave fue una gozada. Al estar tan excitada como yo, apenas empecé a lamerle con intensidad el clítoris cuando noté que se contraía y rápidamente se corrió.
Con el intenso sabor a coño degustándolo aún en mi boca, me retiré y también me eché en mi sofá a descansar. Así permanecimos los dos, desnudos y tumbados durante un buen rato.
Autoengañados con la afirmación de que pajearse no era ser infiel, aquella tarde nos vestimos y continuamos con nuestra vida normal, sin mayores novedades. De hecho, todo siguió igual en aquella casa en los meses siguientes, continué teniendo como pareja y compañera de folleteo a Caye pero con el interesante añadido de que , esporádicamente, Anna y yo tuvimos ocasión de regalarnos masturbaciones, cunnilingus y mamadas en las tardes, mañanas o incluso noches en que estuvimos a solas.
Nunca volví a correrme con tanta intensidad y placer como aquella temporada en que conviví con esas dos maravillosas hembras.