Lo hicimos, con mi primera novia probé muchas cosas y es que vamos perfeccionando nuestras técnicas, queremos ser perfectos en el sexo

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Tras nuestra primera experiencia con el sexo oral, a Jennifer y a mí nos siguió picando el gusanillo por este nuevo paso que habíamos dado en nuestra corta relación, y además de los roces, caricias, metidas de mano, etc… que me comiese el rabo o yo a ella el coño se convirtió en algo ya habitual en la rutina diaria.

Y digo diaria porque estábamos ya a mediados de junio y nos habían dado por fin las vacaciones de verano, por tanto, nos podíamos ver prácticamente todos los días. El verano no hacía más que empezar, y de qué forma…

Esta rutina diaria que teníamos consistía en quedar por las tardes a primera hora. Yo iba a buscarla a la estación de autobuses y cogidos de la mano nos íbamos hasta el parque del centro de nuestra ciudad. Allí teníamos un banco al que nos acostumbramos visitar.

Al principio nos sentábamos en el para iniciar una conversación, conocernos un poco más todavía. Pero pronto pasábamos a los besos y a las caricias, y Jenny siempre terminaba sentada encima mío, de frente con su entrepierna rozándome la polla por encima del pantalón. Nos podíamos tirar así toda la tarde.

A veces había suerte y mis padres igual no estaban en casa, y tras calentarnos un poco encima del banco, nos íbamos para allá y nos metíamos en mi cuarto a proseguir con nuestros amoríos. Jenny se lo aprendió bien y en cuanto llegábamos yo me sacaba el rabo del pantalón y ella ya sabía lo que tenía que hacer:

– Cómemela.- le pedía

Y Jennifer sin decir ni mu, totalmente sumisa, se arrodillaba delante de mí y empezaba a besarme la polla, para después lamerla y a continuación empezar a metérsela en la boca… lo que podía; porque esa es otra: seguía sin entrarle bien.

– Ufff, para un momento. Me arañas con los dientes.

– Lo siento. Jo, intento abrirla todo lo que puedo, pero me es imposible.

– Prefiero que lo hagas más despacio y que me la lamas.

Y con resignación procedía a repasarme toda la longitud de la polla con su lengua y luego tímidamente se metía despacio el capullo, con todo el cuidado del mundo.

– Acompaña el vaivén con tu mano. Sube y baja la piel a la vez que con la boca.- y Jenny obedecía.

– ¿Así?.- subiendo y bajando.

– Si, así, poco a poco. A ver si le pillas el ritmo.

Con el paso de los días, las veces que podíamos ir a mi casa en intimidad, Jenny empezó a coger experiencia y aprendió a mamármela como una buena campeona. Su boca poco a poco aprendió a abrirse bien a fin de no hacerme daño con los dientes. Su arte se profesionalizo, haciendo de sus vaivenes una auténtica delicia. Aprendió a lubricar, a jugar con su saliva y para mediados de julio lo de comer polla ya lo tenía interiorizado.

Muchas veces quedábamos directamente en mi casa, entraba en mi habitación e igual me encontraba jugando al ordenador. Yo me sacaba el rabo al verla y ella inmediatamente se arrodillaba y procedía a comérmela. Como una autómata. Le había cogido mucho vicio y mientras yo seguía con mí partida.

A la hora de correrme, al principio, me solía yo terminar el trabajo con una paja o a veces ella misma me la terminaba de esa forma, ya que le daba asco el simple hecho de la eyaculación. Me corría en mi vientre o en su mano, pero un día, mientras me la comía, sin avisar eyaculé dentro de su boca. Os podéis imaginar la cara de horror que puso. Rápidamente se levantó y fue al baño a escupir todo por el lavabo, como si se hubiera terminado el mundo:

– Eres un cabrón, joder.

– Lo siento cari, que no me podía aguantar.

– Que asco.- mientras se la oía toser en el baño.

Cuando ya estaba recompuesta, venía conmigo y se sentaba a mi lado sin decir nada.

– ¿Para tanto ha sido?

– Uegh, que repelús me ha dado.- mientras me miraba con cara de asco.

– ¿Tan mal sabia?

– No era por su sabor, sino por la textura que tenía.

– Anda ya, si es como si fuera crema.- intentándole quitar hierro al asunto.

– Agh, calla. Cada vez que me acuerdo… uegh.

– Eres una exagerada. A mí la verdad es que me ha puesto como una moto el poderme correr en tu boca.

– Ha sido horrible.

– Ha sido la hostia.

Las siguientes veces me comporté, y pese a que me jodía, por no hacerla sentir mal, cada vez que me la chupaba le avisaba llegado el momento de eyacular, aunque siempre intentaba que fuese lo más tarde posible a fin de que aunque solo fuese un poco, ella sintiera mi lefa cerca de sus labios cuando se sacaba mi polla de la boca.

Creo que no hay mucho más que aclarar si digo que Jenny, presa de su sumisión, no tuvo más remedio que conformarse en este tira y afloja, y pese a insistir en que le avisase, yo le pedí que aprendiese a detectar cuando me iba a venir.

Aun así, unas semanas después parece que captó el mensaje y ya se acostumbró del todo, y mientras me estaba haciendo una de sus mamadas, a la hora de avisarle que me iba a correr ella no hizo caso y proseguí corriéndome dentro de su boca. En cuanto expulse toda la leche que tenía guardada en las pelotas, ella se levantó, fue al baño y lo escupió. A partir de entonces ella lo cogió como una costumbre: las mamadas tenían que ser así, y punto. Pero lo de tragar no termino de convencerle. Menos daba una piedra ¿no?

Tampoco os creáis que yo era tan egoísta. A mí me gustaba también comerle el coño, y normalmente, cuando terminaba su trabajito, yo la recompensaba bajándole los pantalones y metiendo mi cabeza entres sus muslos buscando su botón del placer. Un coñito poco arreglado debido a la inexperiencia, así que os le podéis imaginar lleno de pelo, con un buen arbusto; pero tenía su encanto con sus labios chiquitines y su sabor jugoso. Jennifer, pese a ello, también fue muy reticente a que yo hiciera tal cosa al principio, ya que le daba una vergüenza extrema. Siempre me decía que se sentía sucia ahí abajo. Que no se sentía segura.

– Eso es una tontería. Sabes que te doy placer ¿Que más te da todo lo demás?

– Jo, no sé. Es que me muero de vergüenza.

– Pero si no tienes porqué ¿te he dicho yo algo?

– No es eso. Es que no me gusta mi vagina.

– ¿Que no te gusta tu vagina? Pues te voy a decir una cosa: tienes un coño precioso.

He inmediatamente le abrí las piernas y le metí mi lengua hasta dentro. Al final, una vez más, se dejó hacer; y su corrida fue antológica. Se puso roja como un tomate, y cuando se le quitaron todos los miedos, ella misma me agarró la cabeza y se empeñó en restregar su clítoris contra mi cara y mi lengua. Cuando sus piernas comenzaron a temblar y su flujo aumentaba, le vino un orgasmo de tal intensidad que pronto se le quitaron todas las malas ganas a que le metiese la lengua ahí abajo.

A los pocos días ya no tenía ni miedo ni vergüenza, y se lo apunto en su cabeza como un placer que si lo hubiese sabido antes…

Y así fue transcurriendo el verano, con nuestro sexo oral, nuestras escapadas al parque, nuestros calentones y nuestros roces. Jennifer poco a poco fue ganando esa confianza que otras veces le había sido negada dentro de su cabeza, y enseguida empezó a aprender a disfrutar del sexo sin ningún tapujo. Se sabía el sabor de mi lengua y de mi polla de memoria, disfrutaba con mis lametones a sus tetas y pezones, y se volvía loca cuando le comía el coño como si no hubiera mañana.

Un día de agosto, en ese mismo parque nos encontramos enrollándonos como normalmente hacíamos y estábamos especialmente calientes. El charco que se le marcaba en la entrepierna era escandaloso, y ella no hacía más que rozarse con mi rabo marcado en todo el pantalón, masturbándose de esa manera descarada ante la atenta mirada de algún viejito voyeur que pululaban por el parque ya al anochecer.

Jenny se acercó a mi oído y me soltó:

– Dios, ahora mismo no me importaría follarte.

Eso a mí me puso como una moto, y le agarre bien fuerte del culo para que aumentase el ritmo del roce de su coño contra mi rabo. No tardó mucho en llegar al orgasmo y en jadearme al oído su ansiado final. Una vez recompuesto, le solté la teta que tenía metido en la boca y le cerré la cremallera de la chaqueta que llevaba puesta.

– Joder, faltan veinte minutos para que llegue el bus, será mejor que vayamos para la estación.- me dijo

– Me cago en la hostia, y yo con la polla dura como un toro.

– Ya lo siento cari.- me dijo con cara de buena.

Nos levantamos y nos recompusimos la ropa, mientras Jennifer se acercó a mí y en un movimiento rápido me metió la mano dentro del pantalón hasta alcanzar mis huevos y acariciarlos de tal forma que pensaba que me iba a correr ahí mismo:

– No te preocupes, que seguro que lo solucionamos.- me soltó al oído incrédulo de mi.- Vamos a la estación, venga.

Y cogidos de la mano nos fuimos para allá, que realmente estaba no muy lejos. Cuando llegamos, comprobamos en el tablón de los horarios, que el bus todavía tardaría unos doce minutos en llegar con lo cual Jenny no dudo mucho y cogiéndome de la mano me metió dentro de la estación, bajamos las escaleras y mirando para todos lados comprobando que no había nadie cerca me metió dentro del baño de mujeres.

Buscó un habitáculo libre y nos metimos dentro. Sin decir nada, como otras tantas veces, sumisa, se arrodillo allí mismo, me bajó la cremallera, me saco el rabo y al instante se lo metió en la boca, regalándome una de las mejores mamadas de entre tantas que me han hecho a lo largo de mi vida.

Fue una mamada muy especial que mezclo de todo: el morbo por hacerlo en un sitio prohibido, la sorpresa porque por primera vez no era ni una orden ni una petición sino algo que había salido de ella misma, sus ojos clavándose en los míos mientras me engullía el rabo, etc… y debido a las prisas me la hizo a un ritmo más acelerado de lo normal, que junto al calentón que ya llevaba en el parque hizo que en pocos minutos descargase toda mi leche dentro de su boca, aguantando mi orgasmo hasta el final y exprimiéndome el rabo hasta que no quedase absolutamente nada.

Abrió la tapa del wáter y escupió todo mi semen, para a continuación volverse a meter mi polla en la boca para iniciar una limpieza total de restos que pudieran quedar. Una vez hecho esto, se la sacó, me la guardo dentro del pantalón, subió el cierre y se levantó directa al lavabo para enjuagarse.

– Que de puta madre niña. Así me gusta.- mientras le tocaba el culo buscando su chochito.

– Esta no te la esperabas, eh.

– La verdad es que no. Me has dado una buena sorpresa.

– No quería que te fueras con el calentón así para casa.

– Te he enseñado bien.

– Hasta donde yo me he dejado ¿no?

– Y más que te enseñaré.

Jennifer sonreía, me cogió de la mano una vez más y salimos pitando del baño subiendo las escaleras de la estación. Solo quedaban dos minutos para que llegara el bus. Nos quedamos sentados a su espera, sin decir absolutamente nada. Cogidos de la mano.

Al rato apareció el transporte y nos levantamos como un resorte. Le acompañé a la fila que se había formado para entrar en el mismo, y nos dimos un beso de despedida, no sin antes acercarse a mi oído y decirme algo:

– Compra condones.