Lorena masturba al profesor en el restaurante
Ese día volvía Lorena de sus vacaciones, y había quedado para comer en nuestro restaurant con su mami. Quería pasar un buen momento con su madre, y comer donde siempre comemos ella y yo.
Cabe decir que la mamá de Lorena no sabe de mi existencia, y que ella cree que su niñita de 25 añitos ‘tontea’ con chicos de su edad.
Como siempre, a mí se me ocurrió una maldad más, ir al restaurant y probar a Lorena. Reservé mesa, y llegué 10 minutos antes que Lorena y su madre. Me senté en una de las mesas del final, cerca del lavabo, de manera que veía perfectamente todo el recinto, incluida la entrada. Y envié un Whatsapp corto a Lorena.
«Cuando lleguéis al restaurant, sentaros en las mesas de la entrada»
Imagino que le extrañó el mensaje, pero no dijo nada. Tras 15 minutos esperando llegaron al local. Nada más abrir la puerta, pude ver como Lorena me buscaba con la mirada. Tras localizarme, se sentaron en una de las primeras mesas, lejos, y de manera que su madre no pudiera verme.
«Ves al baño, mi niña. Debes lavarte las manos antes de comer.»
Tras leer ese segundo whatsapp, pude ver como mi perra se levantaba. Yo me adelanté y me dirigí al baño, esperándola. Unos segundos más tarde, apareció ella. Llevábamos casi un mes sin vernos y teníamos ganas el uno del otro.
La agarré de la manita, y entramos en el baño, cerrando la puerta. Mientras nos saludábamos, desabroché mis pantalones, y bajé mi calzoncillo, para liberar mi rabo y colocarlo en sus manos.
– Sé que tu madre está fuera, perrita, pero Papi necesita que le ordeñes.
– Nos van a pillar, Señor.
Sin dejarla hablar, comencé a besarla, comiéndole la boca, como si hiciera un mes que no la veía. Ella agarró mi polla con sus manos, y comenzó a acariciarla, tal y como ella sabe hacer. Una de sus manos agarraba con firmeza el tronco de mi pene, moviendo la piel arriba y abajo, con calma, pero sin descanso. La otra mano acariciaba el glande, suavemente, provocando mi excitación.
Ella sabe cómo jugar con ‘su’ polla. Papi le ha enseñado bien, y le explicado lo que tiene que hacer para excitarme y sacar su leche.
No tardó mucho en aparecer las primeras gotas de lubricante. Como siempre le pido, ella recogió con sus dedos esas gotitas, y las extendió delicadamente por todo el glande, provocando que yo me excitara más, y facilitando que ella pudiera acariciar mejor la punta.
– Estoy nerviosa, Señor
– Por mami?
– No, Señor, tengo miedo de que nos pillen.
– No te preocupes, mi niña, la puerta está cerrada y no nos verá nadie.
Mientras yo repasaba sus labios con mi lengua, y acariciaba sus pechos por encima, Lorena continuaba ordeñando su polla, buscando mi leche. Tras unos minutos jugando, comencé a gemir de placer. Mi miembro estaba duro como una piedra, y mi perrita ya andaba excitada, mientras usaba sus dos manos para darme placer. Poco a poco, el ritmo de su mano, y de mis gemidos había ido aumentando.
Finalmente, mi perrita se apartó ligeramente, y cambió de manos para acabar la tarea. Agarró firmemente mi polla con la mano derecha, y colocó la izquierda debajo de mi glande, para recoger su leche.
Yo estaba disfrutando y gimiendo, y a ella se la notaba feliz de poder hacerlo. Tras unos segundos más, llegué al orgasmo. Un río de leche inundaba la manita de mi putita Lorena, quien no sabía si mirarme a la cara y ver mis gestos de placer, o mirarme a la polla y ver como brotaba mi semen.
Mientras su madre leía la carta del restaurant, ella continuaba sacando hasta la última gotita de semen del rabo de Papi. Y yo notaba la satisfacción en su cara, feliz, por haberme dado placer de nuevo, tras un mes sin vernos.
– Muy bien, mi niñita, me ha encantado. Ahora sal del baño, lávate las manos, arréglate, y vuelve con mami, que debe saberse la carta de memoria.
– Jijijiji… sí, Señor. Ha sido un placer ordeñarle, mi Señor. Le quiero.
Tras cerrar la puerta del baño, descansé unos segundos, acabé de limpiar mi pene, oriné, me arreglé y salí del lavabo.
Lorena ya estaba sentada con su madre, como si no hubiera pasado nada, como si fuera una niña dulce y educada que nunca le haría una paja a un señor de cuarenta y tantos años en los baños de un restaurante.
Solo yo sé quién eres realmente, Lorena. Eres mi niña, mi puta, mi perra.