Macarena es dominada por su hijo, tiene sexo con quien le ordene. Esta vez termino destruida pero siempre feliz de ver a su hijo

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VI
Alberto había luchado contra sus ansías toda la mañana y todo el trayecto camino a casa. A su celular habían llegado durante la jornada algunas fotos y videos cortos, como spoilers, de lo que estaba sucediendo en su casa durante su ausencia. Producto de lo mismo, le fue llamada la atención por parte de profesores un par de veces y su concentración en las materias se vio fuertemente afectada. Así que al abrir la puerta esperaba encontrar nuevamente a su madre brindándole alguna sorpresa de aquellas que le mantenían entretenido por las tardes.

A diferencia de otros días, se demoró en aparecer. Habitualmente, Alberto no alcanzaba a cerrar la puerta cuando su madre aparecía al trote a recibirlo. Ahora tuvo que esperar un momento, para verla aparecer algo tambaleante, con paso inseguro. Si no fuera por el lugar, hora… y por lo que dicta la realidad diaria!, podría haberla desconocido en ese vestido vulgar de red, que la mantenía prácticamente desnuda, con sus tetas tambaleando como ella dentro de la red, sus medias algo rotas, despeinada, aunque intentaba arreglar ese desarreglo en el camino y el grosero collar de cuero con una anilla al centro de su garganta que lucía. Arrastraba sus grandes zapatos de plataforma y se apoyaba a cada paso en los muros del pasillo. Su cara demostraba cansancio, ojerosa entre el maquillaje corrido de sus ojos, entre líneas de lágrimas y zonas de su piel reflectantes gracias a la saliva y otros fluidos. Más cerca pudo notar manchones blancos en su pelo sucio, mechones que se negaban a ser arreglados por más que les pasaba la mano por encima; notó también los ojos enrojecidos y acuosos.

Al comienzo, le pareció que tenía el cuerpo manchado… luego, creyó ver algunos tatuajes, pero cuando la tuvo cerca por fin notó los varios mensajes que los tres chicos le dejaron sobre el cuerpo de su madre: en su frente, mejilla derecha, cuello, sobre y bajo el collar, hombros, sobre las tetas, sobre el pubis y muslos… los que alcanzaba a ver.

Pero algo no pasó desapercibido para él desde que la vio aparecer en el pasillo: estaba feliz de verle.

Qué bueno que llegó – dijo Macarena prácticamente dejándose caer a los pies de su hijo – le eché de menos – y, como hicieron los otros chicos con ella, ella tomó el pie de su hijo y lo puso sobre su regazo para así desanudar y quitar sus zapatos. Cada vez que retiró un zapato, estampó un beso sobre el empeine, en el calcetín.

Alberto no prestó atención a mucho de lo que ella hacía, estaba más absorto en los mensajes escritos sobre el cuerpo de Macarena. No podía dejar de mirar la palabra PUTA escrita en rojo abarcando toda su frente. Era claro y muy visible. Por el lado derecho de su cara, habían palabras que no alcanzaba a entender, por la letra, el tamaño y porque alguna lágrima las había movido; pero alcanzaba a entender “zorra, perra … de puta”.

Parece que tuviste un duro día – le dijo con algo de compasión por ella – ¿fueron muy duros contigo?

No, mi Señor. Para nada – le contestó desde el piso con una sonrisa para tranquilizarlo – Me castigaron porque me lo merezco. – hablaba modulando no muy bien, pero intentaba ser clara para su apoderado.

 

Cuando vio que su hijo trataba de leer lo que estaba escrito en su cuerpo, inclinó el cuerpo hacia atrás, apoyando sus manos en el piso y tiró su cabeza hacia atrás, consciente que en su cuello habían también mensajes que probablemente él querría leer.

“DISFRUTÓ TRAGARSE LOS MOCOS” aparecía escrito en su cuello, como un tatuaje negro y remataba con una flecha hacia entre sus tetas.

“PÉGAME” “ORDÉÑAME” se leía sobre las tetas de su madre escrito de distintas manos.

Había también sobre su cuerpo dibujos obscenos y otros rayados que no lograba comprender en su vientre y sobre su pubis. Todo confundido con las marcas de fustazos, golpes de manos y otros.

 

Le dejaron un recado en mi espalda los señores. ¿Se lo muestro?

Muéstramelo.

 

Aún de rodillas, se giró sobre si misma, movió su cabello a un lado y tiró del cuello de su vestido hacia abajo. Alberto no dejó de notar por los costados las ubres de su madre colgando al inclinarse hacia adelante, pero luego su mirada se fue hacia su espalda. Tenía toda una carta escrita a tres manos desde los omóplatos hasta el coxis. El texto tenía palabras resaltadas, escritas en distintos tamaños, con manchones y cambios de letra y de color, que lo hacían parecer la carta de un sicópata, dándole un aire perturbador.

“Amigo Beto:

CASTIGA a La PUTA. Es tu deber.

Nosotros pasamos un buen rato castixxxxxx
por ti. Pero la perra lo disfruta demasiado.

A la muy cerda LE GUSTA QUE LE PEGUEN!!!

*Este animal no necesita ser domesticado

Pero igual seguiremos viniendo A DARLE PICO

xxxx La perra lo pide JAJAJA! XD

**HijoDeLaGranPUTA! La puta está muy buena

Disfruta sus ubres son las más grandes que he visto.

ROMPELE EL ORTO!xxxxx

Aquí tienes muy buena carne y sus años de puta xxle

Enseñaron mucho. ES UNA PUTA MAESTRA

Yo creo que le hace la collera a la Sandrita

*Mentira! Sandrita RULES!

**Castígala. Tú no lo sabes, pero ella sabe porqué.

Pégale porque sí, insúltala. Tienes una puta masoquista

Se va a echar a perder si no la atiendes como se merece

Si no la quieres, yo te la recibo ;P

*los asteriscos marcan cambios de letras reconocibles

El texto tenía manchones, dibujos y letras ininteligibles, pero en su mayor parte podía ser leído y entendido a cabalidad.

Alberto leyó en silencio, imaginándose a los tres rufianes peleándose un espacio para escribir sobre la espalda de su madre. En algunas partes, la letra temblorosa le daba la sensación que debían estar dándole verga mientras intentaban escribir al mismo tiempo.

Habían también manchones, como puntos reventados, que leyó como si hubiesen enterrado los plumones con fuerza en la espalda de Macarena, como apuñalandola.

No dejaba pasar las marcas de fustazos que encontraba sobre su espalda de un lado a otro y que, ahora veía, tenían enrojecido su culo (sobre sus nalgas leía “ZORRA CULONA” “CULO TRAGÓN” “ÁBRAME POR ATRÁS”, entre otras cosas).

Sin premeditarlo, acercó su mano con los dedos estirados y recorrió la espalda de su madre, sintiendo las marcas, surcos y rasguños provocados por los múltiples castigos recibidos. Como si quisiera leer con los dedos, recorrió su espalda con las yemas de los dedos.

A Macarena se le erizó la piel y un rayo y un temblor la recorrieron desde lo más profundo de su cuerpo.

 

¿Sabes por qué te trataron así?

Para castigarme.

¿Porqué?

Por puta.

¿Te lo mereces?

Sí… me prostituí… Eso está mal… me merezco cualquier castigo.

No es cierto – Alberto sentía la respiración fuerte de su madre, se agazapó sobre su espalda para hablar más cerca de su oído – Eso es una hipocresía.

 

Macarena trataba de concentrarse en lo que le decía su hijo al oído, pero sentir su cuerpo cerniéndose sobre ella tenía su atención distraída. Difícilmente lograba pensar en algo más que los dedos de su Apoderado recorriendo suavemente su espalda.

 

Si no hubieses sido prostituta, no estaríamos acá… ¿Crees que ellos disfrutaron castigándote?

… Ssssíii…

Y tú, ¿gozaste con tu castigo?

…Ssíiiii…

¿Quieres volver a ser castigada?

Síii… Por Favor…

Lo serás. Y ellos seguirán siendo tus “castigadores”. Pero, para mi, no hay nada malo en lo que has hecho. Lo hiciste por mi… y por ti misma. Porque te gusta, ¿cierto?

Te gusta ser puta, ¿cierto?

Síii…

Haberse sólo confesarse frente a su hijo de esa manera, luego de haber sido vejada con tanta intensidad por los tres chicos, la tenía en un estado de excitación tremendo. Y ahora, que recibía un gesto que no había sentido en mucho tiempo, le parecía lo más sensual y erótico y le produjo en el contraste con lo recién vivido un efecto que sobrepasó sus emociones. Un fuerte orgasmo que llegó convulsionando su cuerpo, la hizo llorar y marearse hasta casi perder el sentido.
Alberto la sostuvo esperando que los espasmos pasasen. No sabía qué más hacer. Espero a que se calmaran sus convulsiones y le ordenó:

 

Sirve la comida y te vas a descansar un rato.

Sí Señor. Gracias.

 

Macarena se re-acomodó el vestido de red, metiendo las tetas en él. Se levantó y caminó a la cocina. Cuando Alberto la tuvo nuevamente de frente, en el comedor, notó realmente lo cansada que se veía su Madre, con ojeras, sucia, el maquillaje manchándole la cara y la tinta de plumones corrida en muchas partes del cuerpo por la transpiración y otros fluidos. Vió sus ojos enrojecidos y a medio cerrar.

Comieron juntos por orden de su hijo. A pesar que ella quería irse a dormir, él sabía que no era bueno que se fuera a la cama con el estómago vacío y la marihuana y alcohol en su cuerpo.

Despertó sola con el cuerpo pesado, vio su reloj despertador y supo que era la hora de servir la cena. Al levantarse, sentía su cuerpo caliente, las sábanas y hasta el aire encendían sus múltiples rasguños. En el espejo del baño apareció ante ella una mujer deshonrada, humillada. Dibujos obscenos e insultos aparecían por todo su cuerpo. Miró con detención cada palabra, cada trazo, sobre partes individualizadas de sus carnes. Se vio de frente, a los ojos de esa mujer sucia… y se sonrió, perversa. Por primera vez, aquellas palabras que se decía sobre si misma, todo lo que pensaba de ella misma, se veía reflejado en la superficie. No había forma de negar ahora lo que había luchado en mantener en silencio por tantos años. Era todo lo que estaba ahí escrito y dibujado. Era lo que creía que la gente pensaba cuando la veía y lo que pensaba de si misma. En cierto modo, se sentía cómoda con todas aquellas marcas.

Sólo lamentaba dos cosas: tener que ducharse y perder todo eso; y no poder leer lo que estaba escrito en su espalda, eso corroía su curiosidad.

Se dio una ducha rápida y, con cierta satisfacción, notó que las palabras no se habían borrado en buena parte. Los chicos habían tenido la desconsideración suficiente para rayarla con plumones indelebles en su mayor parte. Sólo algunas cosas que habían escrito con su propio lápiz labial y las que ya eran manchones desde antes, habían llegado a desvanecerse, dejando zonas oscurecidas en su piel. Se veía sucia, como se sentía. Pero tendría que aprender a asumirse así…

Alberto había dejado de lado todas sus obligaciones estudiantiles del día al pasarse la tarde revisando los videos y fotografías que los tres “castigadores” le enviaban de la sesión con su madre.

La primera foto que le llegó era tomada desde atrás de Macarena, veía en ella a Matías (el grandulón líder del trío) con un plumón en la mano, empezando a escribir en la espalda de Macarena la carta que había leído al llegar a casa. Él miraba divertido, sonriente, con sus ojos rojos de marihuana, a torso desnudo, medio de perfil, sudado. La espalda de Macarena se también veía brillante de sudor, con marcas rojas frescas esparcidas al azar por toda su espalda, el vestido de red era un cinturón sobre su cadera, el gran culazo de su madre apenas entraba por debajo del cuadro. Al fijarse un poco más, empezó a notar una rodilla enfrentando a la cámara por un costado del cuadro y notó que la blanca y peluda pierna subía hasta ser medio cubierta por la nuca de su madre, en cuya cabellera se enganchaban un par de blancos dedos.

 

Gracias Beto por el préstamo. —leía en los mensajes que acompañaban las fotos— Lo pasamos bestial con tu puta madre. Es todo lo que prometía en su anuncio.

 

A continuación le enviaron el video en que podía ver su madre, complicada leyendo su anuncio del recorte de periódico que los chicos le pasaron. Empezaba con Matías gritándole “Suzie!, Lee esto…” y terminaba con ella a medio camino entre los gimoteos y un orgasmo.

 

Cuando quieras, volvemos a hacer negocios.

 

A continuación llegó a su teléfono una galería fotográfica con distintos momentos de la tarde, varias fotos en las que su madre recibía fustazos en las tetas, los brazos, la espalda, el abdomen, el culo, las piernas, sobre su entrepierna; muchos acercamientos en momentos en que se quejaba o gemía (era difícil diferenciar si era lo uno o lo otro), algunos acercamientos a su rostro, con lágrimas en él, con el maquillaje corrido. Una muy buena foto en que se alcanzaba a apreciar la marca fresca dejada por dedos extendidos sobre su mejilla izquierda y el cabello cruzando su frente y ojos, al tiempo que su mirada era desviada a la derecha.

La última foto que recibió, era otro retrato, de ella con la boca abierta y babeante en “O”, el maquillaje corrido, los ojos blancos, mechones de cabello sobre su sonrojado rostro, una línea negra de lágrimas corriendo hacia abajo por su mejilla derecha y unas gotas blancuzcas y viscosas escurriendo de su boca y por el costado de su barbilla, colgando levemente de su pera.

 

Tienes que ver la cara idiota que pone cuando se corre 😉

 

Alberto sintió los inconfundibles zapatos de su madre saliendo de la pieza. Él estaba en el living, viendo por 5ª vez el set de fotos y videos que le habían enviado durante la tarde. Sin apagar la pantalla de su celular, lo dejó boca arriba sobre la mesa de centro y vio entrar a Macarena algo más compuesta, aunque aún con ojos de cansada, se había cambiado de ropa… por decir de alguna manera, porque simplemente entró en lencería: calzón y sostén blancos. Los primeros, de encaje y tirantes laterales, traslucían parte de su vello púbico recortado; los otros, de encaje muy abierto, no sólo traslucían sus amplias aureolas (que se escapaban por el borde superior) y no lograban contener los duros pezones de la hembra, sino que, al levantar las magras ubres, las hacían parecer aún más grandes… Hacía tanto tiempo que no veía a su madre con sostenes, que a Alberto le pareció que tenía algo distinto en su cuerpo.

 

Perdóneme por haber dormido tanto— dijo de pie frente a su hijo, con manos juntas al frente y cabeza agachada, en gesto de sumisión.

Tranquila, lo necesitabas… y te hizo bien.

Le gusta cómo me vestí, puedo ponerme otra cosa si lo desea- dijo dando una vuelta, mostrando el esplendor todo su cuerpo mancillado con plumones. En ese giro, no pudo evitar mirar la pantalla del celular que permanecía encendida en la mesita de centro.

No, está muy bien. Me agrada. Hace rato que no te veía con algo así.

Hasta había olvidado que tenía sostenes… y pensé que sería lo mejor para que pudiera ver lo que sus amigos hicieron conmigo.

No son mis amigos – la respuesta, dicha seriamente, la extrañó – pero está bien, bien pensado. ¿Vas a preparar la cena, ahora?

Sí… pero antes, quería pedirle un favor, mi Señor.

Se había puesto algo nerviosa al decir esto. Alberto lo notó y picó su curiosidad qué podría pedirle.

Dime- le contestó y en el acto, Macarena volvió a caer de rodillas ante él.

Sé que ud ha dicho que no quiere castigarme. Que para ud no hay razón… Pero yo sí siento que me merezco sus castigos… por puta… por los muchos hombres por los que he pasado…

Alberto la iba a interrumpir para volver a corregirla, pero se contuvo, la actitud rogativa de su madre lo tenía conmovido, ella tenía el cuerpo adelantado, permitiendo a sus ubres colgar casi saliendo por sobre el sujetador (que no tenía mucha contención por arriba), le había puesto una mano sobre el muslo, sobandoselo levemente por sobre el pantalón, arriba de la rodillla.

 

… Ud ha sido demasiado bueno conmigo…

Porque tú has hechos muchos sacrificios por mi.

…No eran todo sacrificio… gocé más de lo debido siendo prostituta y puse en peligro nuestra entrada en su liceo. Por todo ello, si no quiere castigarme, está bien. Sepa que yo lo deseo y me sentiré mejor el día que decida castigarme… o quiera hacer algo más conmigo – ¿Una propuesta abierta de sexo? – Pero hasta entonces… le quería pedir… le ruego, que no me trate bien. No me lo merezco.

¿A qué te refieres?

Ud puede ser menos considerado conmigo, enojarse conmigo… como lo hacía antes…

Me comportaba como un malcriado…

Pero cuando cometo errores, no tengo la comida lista, o me equivoco, ud puede retarme – para Alberto, daba un poco lo mismo decirle que sí a esto… Macarena se había vuelto una dueña de casa y sirvienta sin faltas, difícilmente iba a necesitar retarla por algo – INSÚLTEME, humílleme… porque sí, sin motivo… aunque sea por diversión…

 

Macarena suplicaba ser maltratada. Alberto no podía dejar de sentir tanto gozo como sorpresa. Ella le ofrecía su dignidad en bandeja para ser pisoteada a su gusto. Hace un año atrás, algo así hubiera sido demasiado para él mismo, hubiera creado un pequeño monstruo con un juguete nuevo listo para ser roto. Menos mal, ahora tenía un autocontrol entrenado en el instituto, que le permitió saborear pausadamente esta victoria sobre la dignidad de su madre.

 

Está bien, Tetona, te concederé este deseo. Pero no te acostumbres a pedirme cosas, que bien has dejado en claro que no te lo mereces. Si no quieres ser bien tratada, serás maltratada por estúpida. No te arrepientas más tarde.

No, mi Señor, no me arrepentiré. Muchas gracias – le contestó con una emoción que, por algún motivo, terminó por aburrir a Alberto.

Si terminaste con tus huevadas, ve a preparar la cena, tetona.

Sí, mi Amor– ambos lo escucharon, ninguno hizo comentario alguno al respecto…

 

Con una sonrisa agradecida, Macarena se levantó ágilmente, haciendo dar un gran bote a sus inmensas tetas, y con paso liviano se fue a la cocina.

El contrato social entre ambos cambió nuevamente esa noche. A partir de entonces, el nuevo respeto y formalidad con los que Alberto había tratado a su madre desde que entró al instituto, sería reemplazado por la brusquedad verbal, los apodos degradantes, e insultos gratuitos. Por su parte, Macarena, empezó a ser más provocativa en su actuar y en su vestir… aún más. Parecía querer provocar sexualmente a su hijo y, mientras más lo hacía, mayores insultos recibía… y más le incitaba.

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