Madura se aprovecha de un joven de intercambio

Rate this post

He de confesar que me encantaba espiarle en la ducha. El baño de mi casa está construido de una forma tan peculiar que permite mirar sin ser visto y disfrutar con todo detalle de cada movimiento de quien lo emplea y que ignora que está siendo observado. Ese momento fisgón lo había convertido ya en un ritual cotidiano que no quería perderme por nada del mundo. Ni la mejor de las series hubiera sido capaz de competir con algo así. Una escena que me ponía tan, tan perra, que de inmediato tenía que subir azorada a la habitación de arriba a masturbarme frenéticamente (en ocasiones hasta dos veces seguidas) para calmar esa incontenible pulsión.

Me apasionaba contemplar su gran polla sosegada y desprevenida bajo el chorro de agua y que si aún aletargada bajo la ducha ya parecía muy grande, cuando pasaba la esponja sobre ella para limpiarla y crecía un poco más, producto de esa somera fricción, ya directamente quedaba extasiada ante su magnitud. Tenía un cuerpo perfectamente musculado, un culo duro y comprimido, y una cara de ángel rubio que le daba armonía perfecta al resto. Pasaba al menos dos horas cada día en el gimnasio y se notaba ese esfuerzo en su abdomen bien marcado y granítico, quería pensar, ya que no lo había podido palpar todavía más allá de un tímido abrazo de bienvenida. Yo, te lo he de confesar, jamás había contemplado en todo su esplendor un ser tan hermoso y esa constante contención para no abalanzarme sobre él y comerle entero todo su rabo de una vez hasta dejarle vacío de leche, como tantas veces había soñado en el último mes, me estaba matando.

Bueno, me voy a presentar. Soy Rita y mi relato es absolutamente verídico y ha ocurrido este pasado verano. Tengo 45 años y creo que mi para mi edad soy una mujer Top. Quiero decir, que no es que me conserve bien, sino muy bien, ya que procuro cuidarme física y mentalmente. Vivo en un pueblo de la costa mediterránea y me gustan mucho los hombres, pero mucho, ese a veces es mi gran problema. Estoy divorciada desde hace un par de años y tengo un hijo de 22 años que ahora está estudiando cerca de Londres gracias a un programa de intercambio. Y esto es justo lo que traído a Robin a mi casa durante unos meses mientras mi hijo se aloja con la familia de él.

Robin también tiene 22. Es bastante tímido y se pasa buena parte del día en casa estudiando, salvo el tiempo que invierte en el gimnasio y las pocas veces que queda con algún amigo para tomar algo. Una vez me crucé con él por el pueblo cuando había salido a cenar yo también y le vi en compañía de una jovencita espectacular (no más de 19) y que no le quitaba ojo de encima y pensé que se lo estaba follando y joder, me sentí celosa. Créetelo. Eso sí, la chica tenía un par de tetas impresionantes y un culo contra el que no podía competir. ¡Qué suerte tiene esta hija de puta», suspiré y seguí mi camino.

No solo me regodeaba con la contemplación de Robin bajo la ducha, también cuando bajaba a la piscina de la casa con un minúsculo slip de baño, incapaz por sí mismo de contener la enormidad de su paquete, mis ojos no tenían otro objetivo que su entrepierna. Yo tomando el sol con mis grandes gafas para evitar descubrir dónde miraba y él paseando por el borde de la piscina entrando y saliendo de ella para sofocar el calor. A veces, quería creer que por algún tipo de pensamiento «impuro» hacia mi, observaba cómo el bulto de su slip aumentaba de tamaño y tras una rápida disculpa se marchaba al trote hacia dentro de la casa.Tal vez para aliviarse y hacerse una rápida paja. Pajearse pensando en mi era algo que estaba seguro que hacía.

En una de mis observaciones matinales, le vi tocarse «los bajos» más de la cuenta y así hasta que su verga, ya erecta por completo, alcanzó todo su esplendor. ¡¡¡Wow!!!, exclamé para mi. «¡Es más grande de lo que pensaba!» Y cuando parecía claramente que aquello era el preludio de una gran paja, sonó el timbre del teléfono y no tuve más remedio que apartar la vista e ir a descolgarlo, no fuera a tener Robin la tentación de salir él mismo a atenderlo porque creyera que estaba aún dormida. Una vez despaché la llamada, diez minutos después, volví a asomarme, pero ya estaba secándose el cuerpo y seguro que más reposado después de haber descargado.

No sabía qué hacer y cómo manejar la situación. Le quedaban dos semanas de estancia y pensaba que toda mi vida me iba a recriminar el no habérmelo follado. Por otra parte, yo notaba que le gustaba. Me miraba de soslayo y una vez le pillé mirándome directamente el culo. Desvió de inmediato la mirada avergonzado, pero estaba claro que también le ponía. Y mucho.

Decidí que no me iba a quedar con las ganas y que ese cuerpo que contemplaba extasiada cada mañana debía de ser mío como fuera. Ahora bien, ¿cómo lo haría? Ahí estaba un poco confusa. No me atrevía a pasar una mañana directamente a la ducha y decirle: «¿Te ayudo a secarte?». Tenía que pensar en otra estrategia un poco más elaborada. Joder, que tonta no soy.

Y así hasta que tracé un plan. Le dije que como ya le quedaba poco tiempo de estar en la casa, iba a prepararle una cena especial no fuera que después no hubiera tiempo con los trámites del retorno, el equipaje, y la preparación del viaje en sí. Le pareció estupendo y quedamos que fuera esa misma noche.

Como podréis entender me preparé bien. Me puse un vestido muy sexy. Era rojo, mini, con un escote plunge y correa de espagueti en la manga. La verdad es que embutida en ese vestido creo que ningún hombre se me hubiera resistido esa noche, pero solo lo quería a él.

La cena transcurrió entre vino y risas y lo pasamos estupendamente bien. Yo me levantaba cada poco tiempo y le daba directamente la espalda para que admirase la perfecta esfera que el vestido hacia sobre mi culo y sentía, sin verlo, su mirada clavada en mi trasero. Yo pensaba: «De esta no se me escapa», pero inesperadamente, y cuando yo ya tenía mi coño encharcado como nunca antes ante lo que se aproximaba, me dijo que se iba a dormir, que al día siguiente tenía mucho que estudiar. Me dio dos besos en la mejilla y me agradeció la cena y las risas. Y se fue a la cama.

Yo me quería morir: «Pero qué cojones de señal tengo que mandarle a este gilipollas para que sepa que me lo quiero follar». No daba crédito a la insensibilidad de este estúpido niñato para con mis terribles ganas de echarle un polvo. Pero esto no queda así, me dije.

Podría haberme marchado a mi habitación y quitarme el calentón con un succionador de clitoris, el juguetito de mi colección que más me gusta, pero ya estaba harta de que una puta máquina fuera la que me provocase los orgasmos. Quería sentir una polla clavada hasta lo más profundo de mi ser y notar como un cuerpo musculoso me empujaba con fuerza entrando y saliendo de mi y hasta que llegase a ese orgasmo en condiciones que hacía tanto tiempo que no tenía.

Así que me armé de valor y me fui hacia la habitación de Robin. Era increíble, pero ya estaba durmiendo. Aún así, no me amilané. Ya que estaba allí, me dije, lo tenía que intentar. Así que me quite con sigilo el vestido rojo, me desabroché el sujetador y me quité mis chorreantes bragas para hacerme un hueco a su lado en la cama. Él no se percató de nada.

Robin se acostaba sin cubrirse con la sabana, sin pijama, y solo con un boxer por el que veía asomar levemente su prepucio. Desconocía cómo iba a reaccionar, pero yo ya no podía parar. Mi mano se fue acercando poco a su cuerpo. Acaricié con sumo cuidado su abdomen, con suaves caricias casi imperceptibles, e intuí su dureza, ya que no me atrevía a presionar. También me entretuve haciendo pequeños circulitos sobre sus pezones mientras él simplemente rezongaba aún dormido, o al menos en apariencia.

Y así fui bajando, bajando, que diría la canción, hasta posar mi mano sobre el boxer y tentar lo que había debajo de él. Me pareció increíble comprobar cómo ese trozo de carne flácido en apenas segundos empezó a robustecerse creciendo por encima de las posibilidades del boxer que lo aprisionaba. Se me vino a la mente de inmediato la imagen de una tienda de campaña. A esas alturas Robin ya sabía lo que pasaba y sonreía complacido aún con los ojos cerrados. Decidí liberar a la bestia no fuera a agujerear el calzoncillo ante la presión. Y le quité esa única prenda muy despacio, con delectación, saboreando cada instante de ese momento tan soñado. Y hasta que de repente la verga liberada por fin saltó enhiesta como un resorte a cinco centímetros de mi cara y pudiendo observar, ya sí muy de cerca, todo su esplendor. Ahí mismo estuve a punto de correrme, tan caliente como estaba, pero no era aún el momento.

Robin había abierto por completo los brazos en una actitud de: «Haz conmigo lo que quieras» y eso era justamente lo que me proponía. Alguna de vosotras que me leéis, ansiosas, seguro que hubieras ido directamente a besar y comer su polla, pero no. Ese era el plato principal y antes tenía algún aperitivo con el que entretenerme. Así que me detuve en sus huevos. Los lamí uno a uno por turnos, con embeleso. Tenía rasurada esa parte, así que eran agradables de chupar. Me metí todo su escroto en la boca sujetando con una mano su polla y tocándome el coño con la otra. Creo que nunca había estado tan excitada.

Robin gemía de placer y balbuceaba alguna frase en inglés que no conseguía entender, pero que interpretaba que eran elogios sobre lo que le estaba haciendo. Dejé los huevos y dirigí mi atención hacia su culo. Le hice levantar las piernas y que me dejara a la vista el ano. No es algo que practique mucho, pero no quería dejar sin explorar y sin besar ni un solo palmo de aquel cuerpo que me sabía de memoria. Mi lengua se introdujo en el orificio y Robin gritaba de placer ante algo que acaso jamás nadie le había hecho. «Capulllo, pensaba, el tiempo que hemos estado perdiendo tú y yo».

Y ahora sí. Satisfechos los huevos y mimado su prieto culo, me enfrenté a su gran polla. Cambié mi postura sobre la cama para poder manejarme mejor. La agarré con mis dos manos y créeme que sentía sus venas hinchadas y cómo palpitaba su miembro de puro deseo. Creo que si en ese instante hubiera empezado a masturbarle, se habría corrido en segundos. Pero aún no.

Con movimientos muy dulces y aprendidos con el tiempo y la experiencia, empecé a subir y bajar dejando cubierto y descubierto su glande en un «ahora te veo, ahora no te veo». Aquello no podía decaer, no me lo permitiría, así que acerqué mis labios al extremo superior de su polla, saqué la punta de la lengua y le chupé el capullo y mimé ese agujerito por el cual después imaginaba saldría un chorro de semen a borbotones. Luego ya la introduje incompleta en mi boca; digo incompleta, porque no era capaz de metermela entera. Intenté una vez tragármela toda, pero me atragante y decidí que mejor otro día. Mi cabeza subía y bajaba a través de ese inmenso falo y Robin estaba gozando muchísimo. Ya hasta me decía «Chupa puta» en perfecto español.

De repente, me sujetó la cabeza para que parase porque se iba a correr. Me cogió enérgicamente y me tumbó sobre la cama abriéndome las piernas de par en par. Primero se detuvo en mi empapado coño, comiéndolo con su lengua con insaciables ganas. Metía su lengua hasta el final de mi vagina hundiendo su nariz en ella y besando y mordiendo suavemente mi clítoris y no pude más. «Ahhhhhhhhhhh, cabrón, que me voyyyyyyyyyyyy. Diossssssssss», grite en un imparable chillido satisfecho y tuve mi primer glorioso orgasmo. Mi cuerpo trepidaba con la sacudida del climax y perdidos mis sentidos en el goce de ese placer, era incapaz de saber qué más me hacía Robin. Cuando recuperé el aliento y recobré la «consciencia» entendí que me había metido un dedo en el culo mientras seguía besándome ya más calmado mi coño contraído. Ese dedo ahí me daba máximo placer, pero quería ya su polla dentro de mi.

Le aparte suavemente la cabeza de mi coño y le dije: «Follame de una vez, hijo de puta» y él, sumiso y obediente, se puso frente a mi con toda su verga izada, lo cual me puso a mil, y la planto sobre mi coño sin introducirla aún. Dando suaves golpes sobre mi vulva que no hacían otra cosa que conseguir que me excitara aún más. «Por favor métemela yaaaaaaaaaaa y deja de joderme», le ordené. Y Robin introdujo su vasta polla en mi. «Por finnnnnnn», grité entre alaridos de placer.

Robin clavaba su miembro con pericia y una energía descomunal que me empotraba contra la cama en cada embestida. «Sigue, sigue así. No pares. Jódeme, jódeme. Méteme tu polla, clávamela. Vamos cabronazo» le imploraba. Y un nuevo orgasmo me hizo temblar hasta el tuétano. A pesar de mi evidente convulsión, Robin siguió atacando con su verga sin rendirse, una y otra vez, y me llegó un nuevo espasmo, e iban tres casi seguidos. Yo empezaba a estar exhausta, pero ni él ni yo lo queríamos dejar todavía. Así que Robin me puso a cuatro patas y por si me faltara algo, me embutió todo su pene por el culo. Grité de dolor y de placer: «Cabronazo, avísame. Ayyyyyyyyyyyyy, ahhhhhhhhhhhhhh. Dios cómo dueleeeeeeee. Dale, dale, dale…» Creí que me iba a partir en dos. No era la primera vez que me daban por el culo, pero hacía tiempo que no lo practicaba y, desde luego, jamás me habían metido una polla tan enorme por ahí. «Síiiiiiiii, sí, sí, sí», le jaleaba hasta que temblé por cuarta vez. «Dios qué placerrrrrr… hijo de putaaaaaaaaaaa».

Robin ya había cumplido bien. Sacó su verga de mi dilatado y enrojecido culo y la coloco sobre mi cara para que recibiera toda la leche que había estado guardando para mi. «Yes, yes, I cant wait any longer. Cumming, cummiingggggggggg», gritaba, y un chorro de leche impresionante y con una fuerza descomunal anegó mi rostro casi por completo. Y luego otro lechazo más igual de potente y luego otro y otro más hasta que en aquel cuerpo que tan loca me volvía no quedó ni una sola gota de semen. Bueno, miento, una gota final sí y que ya con la cara completamente cubierta de lefa aún quise chupar y tragarme como recuerdo de esa noche maravillosa.

Me quite todo el esperma de la cara, de los ojos y del pelo como buenamente pude utilizando la sabana, ya habría tiempo de lavarla, y nos tumbamos agotados sobre la cama con la sensación de haber gozado del mejor polvo de nuestras vidas.

Han pasado unos meses desde que Robin se fue y aún le sigo dedicando cada una de mis pajas nocturnas. Os contaré en otra ocasión cuando tenga tiempo cómo fueron esas dos semanas hasta que despidi a Robin entre lágrimas en el aeropuerto y te relataré todo el universo de cosas que hicimos juntos y que le enseñé a modo de máster para que en toda su vida no tuviera jamás ni una sola relación sexual frustrante.

Ojalá quieras saber qué ocurrió después de esa noche inolvidable.

Deja una respuesta 0

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *