Me casé y cambie de cuidad. Donde conocí a mi amante
Hacía dos meses que me había casado, y al hacerlo tuve que cambiar de ciudad, pues de soltera vivía y trabajaba en una ciudad del norte de España, y venirme a Madrid, donde trabaja mi marido.
Mi marido, Alejandro, es abogado, y trabaja en un gran despacho, aunque como todavía lleva poco tiempo, sus condiciones no son muy buenas, es decir, jornadas agotadoras y salario mediocre.
Se podría decir que mi vida es feliz, aunque echo de menos a mi marido, pues sus jornadas son eternas, con lo que no le veo más que en el desayuno y en la cena, y como llega a casa agotado, nuestra vida sexual se circunscribe a los fines de semana. Eso si, los sábados y los domingos nos desquitamos de todo lo perdido durante la semana, incluso ha habido días de estar toda la mañana entregados el uno al otro, en autenticas maratones de sexo y amor, pero el resto de la semana estoy bastante aburrida, pues aparte del rato en que desayuno junto a mi marido, el resto se limita a limpiar la casa, hacer la compra, prepararme algo de comida y ver la tele, hasta la noche en que llegue Alejandro.
No se por que, si debido al enorme calor que hace en Madrid en esta época, o debido a la falta de su compañía y de sexo, pero últimamente llevo unos días bastante caliente, y en cuanto mi marido se va al trabajo, lo primero que hago es quitarme el camisón y andar desnuda por casa. Me encanta hacer las labores de casa desnuda, pues aparte de estar más fresca, me da mucho morbo, y más si pienso que algún vecino me puede ver por las ventanas. Eso si, cuando salgo a la calle voy muy discreta y muy mona arreglada, pues siempre me ha gustado arreglarme y cuidar mucho los detalles y los complementos, y además en el barrio ya empiezo a tener vecinas conocidas, con las que alguna vez tomo café, y procuro no dar que hablar en ningún sentido.
El viernes de la pasada semana, estaba yo un poco excitada, pues ya se acercaba el fin de semana, y quería dedicarlo entero a disfrutar con Alejandro lo que entre semana no podía y llevaba acumulado, así que después de recoger un poco la casa y arreglarme muy mona, bajé al supermercado a para hacer acopio de comida y bebida para los próximos días, y para comprar algunas delicatesen especiales para el fin de semana.
Tanto compré, que cuando llegué a la caja, comprendí que no podía con todas las bolsas, pues creo que serían siete u ocho, y además había varias botellas de vino que pesan mucho, por lo que no sabía como organizarme para llevarlo a casa, pues aunque vivo dos portales más allá del super, era mucho peso para mi. Manolo, el dueño del super, me vio tan apurada, que le dijo a un empleado que tienen, que me ayudase a subir la compra. No lo suelen hacer, pero yo era buena clienta de la tienda, y además les trataba siempre con mucha educación, cosa que no es frecuente con las señoras.
Así que entre Victor, el empleado, que cogió la mayor parte de las bolsas y las de más peso, y yo, subimos la compra a casa en un solo viaje.
Al entrar en casa, pasé yo delante para indicarle el camino, y al entrar en la cocina, estaba la fregona caída y atravesada en el suelo, por lo que me paré en seco para agacharme, recogerla y poder pasar. Al hacerlo, el mozo que venía detrás con los dos brazos cargados de bolsas, no se dio cuenta de la maniobra, y sin querer tropezó conmigo. Tengo que matizar que, al estar yo agachada, lo que realmente tropezaron fueron sus genitales con mi culo.
El se puso muy nervioso por su torpeza, y también por las connotaciones del tropezón, y todo rojo de vergüenza, no paraba de pedirme perdón:
– Perdone señora, perdone. Iba distraído y no me he dado cuenta.
– No te preocupes, no pasa nada. De verdad, que no tiene importancia.
La verdad es que el muchacho parecía muy apurado, por lo que no le di ninguna importancia para que el no se sintiera incomodo.
Le acompañé a la puerta, la abrí, y antes de despedirle, le di cinco euros de propina. El no quiso aceptarla, pero yo le insistí:
– Ten, para que invites a un café a algún amigo, o a tu novia.
– Muchas gracias señora, pero no tengo novia, y no tiene por que darme nada.
– Insisto, Victor, cógelo, pues me has hecho un favor enorme ayudándome con las bolsas.
Mientras esto sucedía, noté como su mirada no se apartaba de mi, y aunque estaba muy serio por lo sucedido, había algo de especial en esa forma de mirar, pues por un lado parecía querer pedir perdón, y por otro intimidaba.
Tengo que decir que el chico estaba de buen ver, pues era alto, como un metro noventa, delgado, el pelo muy negro, moreno de piel, un poco agitanado de facciones, y con una mirada muy intensa. Es de suponer que no le faltarían mujeres en su corta vida.
El resto del día pasó sin pena ni gloria, terminé de colocar la compra, comí una ensalada, vi un buen rato una serie en la tele, y luego comencé a preparar una cena especial para esa noche.
El fin de semana no fue ni mucho menos como yo esperaba, pues Alejandro, además de venir muy cansado, vino de muy mal humor, pues resulta que había perdido en los juzgados un caso que llevaba de un cliente, y aunque no me lo confesó, pero es de suponer que en le despacho le debieron echar una buena bronca. No lo pasamos mal, pero tampoco fue nada del otro mundo, pues Alejandro no estaba para celebraciones, y aunque yo le notaba que quería evitar trasladarme a mi sus problemas, también le notaba que estaba ausente.
El lunes, después de desayunar y despedir a mi marido, como hacía un calor horrible, a pesar de que era temprano, decidí ir a pasar el día a la piscina, para refrescarme y tomar el sol para mantener mi bronceado.
Suelo ir a una piscina de un club privado que admite a gente que no era socia, previo pago, pero que está muy bien, pues es bastante tranquila, y máxime un día de entre semana, y además la gente es bastante normal y educada. Además, la mayor parte de las chicas y señoras toman el sol en topless, y muchas con tanga, como me gusta a mí y a mi marido, al que le encanta verme con las tetitas y el culete morenos y sin marcas del sol.
Estuve todo el día en la piscina, tomando el sol y bañándome cada poco para refrescarme del enorme calor que hacía, y para las delicias de algunos mirones que no me quitaban ojo cada vez que me levantaba de la tumbona y me metía en el agua, y después cuando regresaba. La verdad es que no les culpo, pues a mis veintiocho años tengo una buena figura, con unas tetitas no muy grandes, pero bien puestas, un buen culete, y si eso lo combinamos con un pequeño tanguita amarillo de los de hilo dental, el coctel debía resultar bastante apetitoso.
A decir verdad, me halagaba el sentirme mirada y deseada, pero como no quería dar pie a nada, evitaba cruzarme la mirada con nadie, manteniéndome distante, aunque tengo que reconocer que me gustaba tenerles pendientes de mi, y de vez en cuando, especialmente cuando me levantaba para ir a la piscina, o al regresar a la tumbona, lo hacía con posturas un poco sensuales, abriendo mucho las piernas, o poniendo el culete un poco en pompa.
Así pasé el día, tomando el sol, bañándome, y jugando a excitar a mis admiradores anónimos, hasta que llegó la hora de volver a casa.
Ya en casa, lo primero que hice fue darme una ducha refrescante, luego me serví un refresco, y me puse a ver la tele, completamente desnuda, hasta que llegase mi marido. Le recibiría así, desnudita y toda para el.
La verdad es que no me enteré para nada de lo que ponían en la tele, pues por alguna extraña razón me encontraba algo caliente, y a mi cabeza se venían escenas como flashes de la piscina, de la sensación de ser mirada y deseada por los hombres, de caminar entre la gente prácticamente desnuda, sólo con un tanga muy pequeño, de los movimientos de piernas y culete que les regalaba a mis admiradores, y de Victor, el empleado de la tienda. Me acordé de Victor y de la cara que se le quedó cuando se tropezó contra mi culo, y de la mirada que me echó cuando se despedía.
En esos pensamientos estaba mi cabeza, cuando me di cuenta que sin ser consciente de ello, me estaba acariciando ligeramente. Me sorprendí a mi misma, pues es algo que no suelo hacer, y empecé a pensar en otras cosas, entre ellas el prepararle una cena rica a Alejandro, y acompañarla de un vino fresco, y esperar que luego me dedicase un poco de amor.
Alejandro llegó tarde y de un humor insoportable, tanto que apenas cenó, y estaba totalmente ausente. Me dijo que había tenido un día fatal, pues aún perduraba lo del caso perdido, y que disculpase pero se iba a la cama. Así que nuevamente me volví a quedar con las ganas.
Estuve un rato viendo la tele, y después me acosté en silencio, y dejé volar a mi imaginación.
El día siguiente, después de desayunar y que se marchase Alejandro, me quedé nuevamente pensando y dándole vueltas a la cabeza. No aguantaba más esta situación, pues yo estaba todo el día sola y aburrida en casa, y el poco tiempo que tenía para compartir con mi marido, este no me hacía ni caso. Además, me encontraba morbosa y caliente, y no tenía quien me apagase el fuego que tenía dentro, y las ganas de hombre que me corroían. Y así con estos pensamientos, me acordé nuevamente de el chico del supermercado, y empecé a pensar en su cuerpo alto y delgado, en su pelo negro, en su tez morena, en sus rasos agitanados y en su mirada perturbadora, y cuanto más pensaba en ello, más caliente me ponía.
Así que me fui a darme una ducha que me despejase la cabeza, y después de ducharme comprobé que ya tenía algo crecido el vello del pubis, por lo que me lo rasuré del todo, y me lo dejé como el de una muñeca. Luego me empecé a dar crema para que no me picase, y al hacerlo y acariciarme los labios, nuevamente me empecé a excitar, y seguí acariciándome, hasta que la humedad de mi interior empezó a fluir, y sin ser muy consciente de ello, comencé a introducirme dos dedos, y a moverlos hacia delante y hacia atrás, acompañado de movimientos circulares. Ardía por dentro y comprendí que lo que necesitaba era un hombre de verdad, que me saciara toda la pasión que tenía dentro.
Me vestí, como siempre muy mona, me perfumé ligeramente, y salí a la calle, hasta una cafetería donde tomarme un café y despejar mi mente.
Cuando volvía de tomarme el café, y ya estaba a punto de pasar por delante del supermercado, empecé nuevamente a pensar en el empleado, y el lo mucho que necesitaba un hombre, así que sin pensármelo dos veces entré en la tienda para comprar algo, aunque enseguida comprendí que si quería que el chico me lo llevase a casa, debía ser una gran compra, por lo que empecé a cargar refrescos y cervezas en el carrito, pues pesaban mucho y aunque no los necesitase de momento, nunca estaba de más tenerlos.
Llegué a la caja con el carrito lleno, y después de meterlo en varias bolsas y pagarlo, le pregunté a Manolo el dueño que si me lo podían llevar a casa, pues yo no podía con tanto peso. Me dijo que no me preocupase, que ahora mismo no estaba el chico, pero que a lo largo de la mañana me lo llevarían.
No hice más que salir de la tienda y empecé a pensar e imaginar que hacer cuando llegase el empleado, que ropa ponerme, que actitud tomar, si me atrevería yo a tomar yo la iniciativa o esperar que fuese el, como reaccionaría el si yo tomaba la iniciativa, etc. Estaba sumida en un mar de dudas, y por otro lado pensaba que aunque Alejandro no me estaba haciendo mucho caso últimamente, tampoco debería engañarle con otro hombre, y menos alos dos meses de casados.
Ya en casa, me tumbé en el sofá y encendí un cigarrillo, tratando de poner calme y orden a mis pensamientos, pero mi cabeza estaba totalmente desbocada, por lo que decidí darme otra ducha que me refrescase y me despejase. Luego me puse una camiseta blanca amplia y una minifalda vaquera muy cortita que me compré en la playa y que en Madrid no me atrevía a ponerme pues era un poco exagerada, y salí a la terraza a esperar a que me subiesen la compra.
Pasó un buen rato, pues calculo que serían las dos de la tarde, y cuando ya estaba más tranquila, de repente sonó el timbre de casa, y me produjo la misma sensación que si sonase la alarma de incendios. Mi corazón se puso a latir desbocado, me puse nerviosísima, y no sabía que hacer ni que decir. Corrí hacia la puerta como una colegiala nerviosa, y cuando la abrí, allí estaba el, Victor, alto, moreno, atractivo, vestido con unos vaqueros, una camiseta y unas deportivas, y ofreciéndome una sonrisa de oreja a oreja. Me quedé medio bloqueada, apenas supe decirle un hola, y le llevé hasta la cocina para que dejase las bolsas. Le indiqué donde dejarlas, pero estaba tan nerviosa y tensa que apenas sabía que decirle.
Saque de mi cartera un billete de cinco euros para dárselo de propina, pero el enseguida me dijo que no, que no quería propina. Que la mejor propina que podía tener era volverme a ver de nuevo. Me quedé estupefacta, pues no me podía imaginar lo que me acababa de decirme, pero ciertamente me había halagado. Le di las gracias por el cumplido, y me quedé como una pasmada apoyada en un mueble de la cocina, sin saber que más decir. Estaba totalmente bloqueada.
Entonces el comenzó a avanzar como para salir, y yo, viendo que se iba, y que no sabía que decir, lo único que se me ocurrió fue preguntarle si la apetecía un refresco. Me dijo que si, que tenía mucho calor, y que le gustaría tomar un refresco.
Me dirigí al frigo, abrí la puerta, y mirando las existencias le pregunté que de que lo quería, que si de naranja, limón o cola. No había terminado de hablar cuando sentí unas manos que me tomaban por la cintura, y una boca que se había acercado a mi oído y me susurraba que lo que yo quisiese estaba bien. Me estremecí entera. Sentí como una descarga eléctrica que me recorría todo el cuerpo, dejándome nuevamente bloqueada.
Hacía mucho tiempo que no sentía una sensación igual. No acertaba a abrir la boca, y estaba en un estado de excitación nerviosa que me tenía paralizada.
Me di la vuelta como para tratar de poner distancia entre el y yo, pero entonces se me acercó, me pasó una mano por el cuello, acariciándomelo y sujetándome la cabeza, y muy lentamente, como a cámara lenta fue acercando su boca a la mía hasta alcanzar mis labios y darme un beso suave. Yo me quedé bloqueada, no sabía que hacer, si dejarlo así y poner distancia entre el y yo, o lanzarme y entregarme a la pasión.
Victor no me dio ninguna opción, pues clavando su mirada intensa en mis ojos, nuevamente fue acercando muy despacio sus labios a los míos, dándome el suficiente tiempo como para una retirada si yo lo hubiese deseado, mientras que con su mano acariciaba mi cuello, y ahora si, me dejé besar, abriendo mi boca pegada a la suya, jugando con nuestras lenguas, y entregándonos el uno al otro a través de nuestras bocas, mientras nuestros cuerpos se abrazaban.
Sentía como mis pechos se clavaban en el suyo, como su mano se deslizaba por mi espalda y me acariciaba primero la espalda, y luego el culo por encima de mi falda, mientras yo hacía lo mismo, comprobando lo terso, redondito y bien formado que lo tenía.
Yo estaba muy excitada, pero a la vez muy nerviosa y un poco bloqueada, pues nunca había estado en una situación parecida con ningún otro hombre que no fuese mi marido, por lo que opté por dejarme y que fuese el quien llevase la iniciativa.
Continuó acariciándome el culete, y empezó a bajar la mano y a subirme poco a poco la falda, todo ello sin dejar de besarnos, hasta que pudo acariciarme directamente la piel, apretándome las nalgas con su mano, y muy despacio continuó explorando mi parte trasera, hasta que llegó a mi coñito, y entonces pudo comprobar que no llevaba bragas. Me miró a los ojos con una expresión mezcla de agradable sorpresa y de picardía, de lo que deduje le había excitado aún más si cabe.
Continuó avanzando y empezó a acariciarme mi chochito, que a estas alturas parecía más un manantial por los jugos que de el salían, y que empezaban a descender por mis muslos, hasta que alcanzó mi clítoris y comenzó a acariciarlo con movimientos circulares.
Yo ya estaba fuera de mi. No recordaba haber estado nunca en un estado de excitación tan intensa como lo estaba ahora, y mientras me dejaba acariciar, comencé a desabrocharle los jeans y bajarle la bragueta, para poder acariciar mejor su hermoso culo. Que hermosura de culo tenía.
Después de un rato de dejarme acariciar, y después de pensármelo dos veces, me atreví a dar el paso que sabía iba a suponer el no haber vuelta atrás, e introduciendo mi mano por su bóxer, alcancé a acariciarle su polla, sacándola de su refugio para poder disfrutarla en todo su esplendor. Era muy hermosa, y de buen tamaño, tanto en longitud como en anchura, y estaba dura como una barra de acero, por lo que no podía resistirme a acariciarla en movimientos hacia arriba y hacia abajo, pasando de vez en cuando un dedo por su capullo.
Yo no podía más, y me retorcía como una serpiente, con mis piernas muy abiertas para facilitar sus caricias en mi coñito, totalmente empapada, y a punto de correrme.
Entonces el me cogió por mi cintura, me subió y me sentó en la encimera de la cocina, con la falda subida hasta la cintura, a modo de cinturón, y con todo mi sexo depilado y mojado al aire, se agachó y comenzó a pasarme su lengua por el chochito, desde el culo hasta el clítoris, donde se entretenía haciendo movimientos circulares con su lengua, y de vuelta desde el clítoris hasta el culo, saboreando mis jugos, y provocando que aún me saliesen en mayor cantidad.
Cuando ya estaba a punto de correrme, se incorporó, tomó su hermosa polla y la apuntó en mi coñito, introduciendo muy despacio la punta de su capullo, y la mantuvo ahí, mientras me miraba intensamente a los ojos, como si buscase mi aprobación a lo que iba a suceder. Yo me abracé con mis dos manos a su cuello para no caerme, pues estaba totalmente entregada, y de mis ojos salió una mirada libidinosa y de lujuria, que le dio a entender que era toda suya, y que podía hacer conmigo lo que quisiese.
Entonces en un movimiento brusco de cadera empujó toda su barra de acero dentro de mi, hasta metérmela entera, provocando en mi un escalofrío interior que me hizo retorcerme de lujuria y plenitud, a la vez que no pude reprimir un intenso grito de placer. Comenzó a darme fuertes sacudidas hacia delante y hacia atrás con su potente barra, provocando que me empezase a marear y a perder las fuerzas y la consciencia por placer que me estaba dando, y dejándome llevar por la intensidad del momento, me entregué totalmente a el hasta alcanzar el orgasmo más maravilloso que nunca había sentido…
Estaba prácticamente inconsciente por la intensidad del orgasmo, mientras que él continuó empujando aún unos segundos más, hasta que pude sentir como se corría y bombeaba su semen en mi interior. Me quedé extasiada y totalmente llena de hombre.
Permanecimos abrazados durante unos minutos, con su miembro dentro de mi, con nuestros cuerpos empapados por el sudor, con mi sexo rezumando fluidos, mientras tratábamos de recuperar el ánimo después de la intensidad de nuestros respectivos orgasmos, y nos regalábamos nuestros mejores besos.
Cuando ya habíamos recuperado el ritmo cardíaco, nos quedamos mirándonos fijamente el uno al otro, y sin mediar palabra, estallamos los dos en una enorme carcajada, que no era más que el reconocimiento de la locura que acabábamos de hacer y que había sido un polvo maravilloso.
Continuamos un rato más besándonos y acariciándonos por todo el cuerpo, mientras terminábamos de desnudarnos, pues con las prisas de la pasión yo aún tenía puesta la camiseta, que estaba empapada de sudor, y la falda por la cintura, y Victor tenía puesta su camiseta, los jeans y el bóxer por los tobillos, y entonces tomándole de la mano le llevé hasta la ducha.
Nos enjabonábamos a la vez que nos acariciábamos, sintiendo como nuestras manos resbalaban sobre la piel del otro debido al agua y al jabón. Me tocaba las tetitas a la vez que me chupaba los pezones, luego con una mano acariciaba mi coñito depilado, mientras que yo enjabonaba su polla hermosa que ya empezaba a dar muestras de vida nuevamente. Nos besábamos con pasión, sintiendo el agua resbalar por nuestros rostros y por nuestros cuerpos, y volvimos a recuperar la pasión después del paréntesis.
La vista de la polla de Victor erguida nuevamente, mojada por el agua y con algo de espuma del jabón, era maravillosa, y no pude resistirme a ella, así que me agaché, la tomé con mis manos, la miré con admiración, como si de un dios se tratase, y la besé. Primero en la punta del capullo, pasándole la lengua a su alrededor, luego introduciéndomela en la boca, hasta que casi toca la campanilla, y luego succionándola hacia delante y hacia atrás, mamándosela con una mezcla de admiración, cariño y lujuria.
Notaba como el se estaba poniendo nuevamente al límite, y que en cualquier momento se iba a estallar en mi boca, por lo que muy a mi pesar abandone mi tesoro, me levanté, y dándome la vuelta me agaché con una pierna apoyada en el borde del baño, ofreciéndole mi coñito para que me diera desde atrás.
El estuvo un rato más acariciándome mi culo y mi coñito con el agua y el jabón, pasándome sus dedos por mis labios, y acariciándome el clítoris, provocando que nuevamente me encendiese, empezase a desbocarme, y desease ser penetrada de nuevo.
Entonces el, sujetándose la polla con la mano, empezó a pasármela por los labios, luego por la entrada de mi vagina, y luego por el orificio de mi culo, repitiendo varias veces la maniobra, con lo que conseguía que yo cada vez estuviese más desesperada por recibir mi tesoro, y de pronto sentí como la punta del capullo se introdujo en el orificio de mi culo, permaneciendo quieta en esa posición.
Yo di un pequeño respingo, pues nunca me habían tocado ahí, y era algo que siempre había pensado que era una cosa exclusiva de los gays. El se dio cuenta perfectamente de la situación, y comprendió que aún era virgen anal, y quiso hacérmelo fácil, por lo que empezó a empujar suavemente un poquito, y luego retrocedía también muy suave, y así, poco a poco, sin que me apenas me doliese, a base de avanzar y retroceder, consiguió metérmela del todo. Se quedó quieto unos instantes, manteniéndola metida del todo, como para que yo me acostumbrase a tenerla dentro, mientras que yo tenía una extraña sensación, pues por una parte me agradaba sentirme llena por ahí, pero por otra parte tenía miedo a lo que vendría después.
El empezó a sacudirme, primeramente muy suave, pero paulatinamente con más ritmo e intensidad, hasta que alcanzó el ritmo fuerte, empujándome con mucha fuerza y vigor, estrellando su pubis contra mis nalgas, golpeando mi chochito con sus huevos, y de vez en cuando dándome unos fuertes azotes en mi culo. Yo estaba algo desconcertada, pues por una parte me dolía un poco, pero por otra me doblaba de placer, y me sentía estremecer. Aquello era algo totalmente nuevo para mi, y aunque me parecía depravado y vicioso, la verdad es que me estaba poniendo loca de placer.
Continuó dándome muy fuerte durante mucho tiempo, consiguiendo que empezase a perder la razón, sintiéndome como poseída por un demonio vicioso y lujurioso que me estaba llevando al éxtasis total. Me retorcía de gusto y de placer, se me nublaba la vista, las piernas me temblaban y les fallaban las fuerzas, mi vientre se arqueaba con contracciones, mientras el me sujetaba con un brazo alrededor de mi cintura, y me empujaba como un vehemente. Hasta que sentí los espasmos de su polla y el bombeo de su semen dentro mi interior, y me ahogué en un nuevo y diferente orgasmo…
Después de volvernos a duchar y recuperar la calma, le invité a beber un refresco y a comer algo, pues faltaban quince minutos para las cuatro y estábamos sin comer. Además el tenía que volver a la tienda a trabajar.
Luego el se vistió, y se dirigió a la puerta para irse, mientras que yo le acompañaba, la abrió, y salió un poco al pasillo, y yo, a pesar de estar completamente desnuda, salí un poco, me abracé a su cuello, y me entregué en un beso que fue un acto de entrega total hacia el.
Después volví a la mesa del comedor a terminar de comerme el sándwich, y como en un éxtasis empecé a recordar todo lo sucedido. En mi cabeza se agolpaban pensamientos muy dispares, pues por un lado era consciente de que había engañado a mi marido apenas dos meses de casada, pero por otro lado no solo no me arrepentía de nada, sino que me sentía como una adolescente que ha descubierto el sexo y la pasión, y que habían hecho falta veintiocho años para saber lo que es un autentico hombre.
No acertaba a adivinar que sería de mi vida y mi matrimonio a partir de ahora, pero el dolor de mi culito me decía que no iba a renunciar a esta nueva mujer que acababa de descubrir, y que estaba absolutamente atraída y poseída por mi macho….