Me fueron a buscar al aeropuerto, en ese momento vi como habían planeado algo. Como todos me terminaron follando cuando baje del avión
Recién terminada la carrera, sentí la necesidad de perderme unos meses fuera de México, así que tomé mi agenda y escogí las direcciones de aquellos a los que gustaría seguro el volver a verme. Dicho y hecho, después de los mails pertinentes, ya estaba en España, el país que acogió un año de mis estudios. Estaba unos días de visita en casa de unos amigos, en la capital cuando paso todo. Ellos regenteaban un bar de ambiente en el centro, y les había conocido casualmente en una de las fiestas de estudiantes de aquella época. Por supuesto, su condición de gays, fue en aquellos días objeto de bromas de las que ahora me arrepiento, pero ellos siempre estaban de lo más amables. Se llaman Ángel y Manuel y son unos jóvenes encantadores.
Aunque mi atracción se centra en las mujeres, hacía ya tiempo que me asaltaban fantasías con hombres. No le di más importancia que aquella, pero de vez en cuando, se repetían vívidamente en mis pensamientos. Reconozco que, en más de una ocasión había gozado de la fugaz vista de alguno de sus depilados cuerpos, escuchado sus encuentros mañaneros al salir del bar, o simplemente curioseando las revistas que ellos guardaban.
Cuando llevaba con ellos ya tres días, comentamos comiendo que me pasaría por su local a tomar algo. Ese día, a diferencia de los anteriores, me quedé en su casa cuando ellos se fueron a trabajar. Siete horas hasta la una de la madrugada, la hora en que habíamos quedado. Apenas se fueron, hice lo que ellos seguro que imaginaban. Hurgué en el montón de dvd’s porno que tenían, y demasiado rápido, vi la única película gay en su estuche original. La puse y comencé a mirarla, distraídamente al principio, pero con más interés a cada segundo.
Era una pasada, jóvenes cogían como locos, chupaban enormes vergas, besaban tersos culos… Evidentemente, en poco rato ya me estaba dándome placer con una paja de escándalo. Con mi camisa abierta y los pantalones en las rodillas, admiraba lo que el culo del chavo de la pantalla tragaba. Un hombre algo mayor que él, le daba parsimoniosamente por detrás, arrancándole tremendos quejidos al inicio, para regalarle un sumo placer después.
Fugazmente, me preocupé un segundo al recordar que era mi primera paja con una película de maricas, y que me estaba gustando. Sentí deseos de ser aquel macho que jodía al otro, romperle duro el culo, acariciar su verga, darle mi leche… ¡MI LECHE!, la solté tan de golpe que me sorprendió incluso a mí. El pecho, la barriga, y mi pubis quedaron pringados con el semen que solté. Menudo desmadre, aunque lo esparcí suavemente por mi piel, sintiendo un extraño placer, sobre todo cuando en la pantalla el activo, le sacó la verga para venirse sobre la espalda del chavo. Le llegó hasta el pelo, cubriéndolo por todas partes de espesos cuajos.
Quedé atónito por lo que había hecho, pero sentí que ese día algo iba a cambiar. Decidí ducharme entonces, sin esperar más. Manuel me había dejado el baño preparado, solo había olvidado la toalla. Me incliné a tomarla del pequeño closet, y allí estaba. Una caja de colores chillones que no podía dejar de leer. “Anal intruder kit” rezaba encima.
Noté que no estaba allí por casualidad, así que la abrí. Un set de seis juguetes de todos los tamaños, colores y formas apareció ante mi. Al lado, plegado cuidadosamente, había un documento impreso en casa titulado “La penetración anal, juegos en solitario”. ¡Puta madre! Aquello era el colmo del cinismo, ¿por quién me habrían tomado? pero lo cierto, es que se me hizo irresistible.
Me senté ya desnudo en la taza del baño, y comencé a leer. Era increíble, tenía dura la verga de nuevo gracias a la lectura, y al terminar, miré pensativo la caja. La decisión ya estaba tomada. Me di un regadero rápido y luego, siguiendo el folleto, orienté el chorro de la regadera hacia mi ano. Lo acerqué lo más que pude, hasta que chocó con el y sentí como el agua se metía en mi recto. Dios, era la primera vez que se metía en mi culo algo que no fuese un dedo de mi novia. Buenísimo, el agua calentita fluía a placer hasta que me llené. Entonces apreté como si cagara y el agua salió despedida violentamente. Me encantó, lo que no me gustó tanto fue lo que encontré en el suelo de la bañera. Quité un par de trocitos de mierda que había soltado, recordando que aquella era, precisamente, la función de ese enema. Repetí hasta que de mi culito no salió más que agua limpia algunas veces más. Lo delicioso que sentí aquellos enemas, me convenció todavía más para seguir con “el manual”.
Llené la bañera con agua caliente y me metí en ella. Dejé que mi cuerpo se relajase por completo, en especial mi esfínter, al que masajeaba con un dedo. Gozaba como un puerto. Jamás pensé que de mi culo saldría tal placer y, lo mejor, es que aquello se antojó solo como un anticipo de algo mejor. Lentamente, me fui metiendo el dedo índice. Lo tragué sin esfuerzo alguno, maravillado. Me clavé hasta los nudillos, sin sentir dolor alguno, tampoco nigua placer especial, pero confiaba en eso más adelante. Luego un largo, pero fino consolador se perdió en mi ano. Aquello ya lo sentía más, tocando paredes a las que me hubiese sido imposible llegar sin él. Ahora sí, un tenue cosquilleo provenía de la parte baja de mi espalda. Asombrado, lo solté un momento y se escurrió hacia afuera, como si lo hubiese escupido. Lo agarré a tiempo de no salirse del todo y lo volví a meter. Fantástico, eso sí me gustó, tanto que lo hice yo mismo. Dejaba que saliese y apretaba de nuevo adentro, genial. Así estuve un buen rato hasta que quise pasar de fase. Cambié el palito por una pequeña clavija que sí se sostuvo sola dentro y me sequé. Tomé la caja de juguetes y me llevé a la habitación. Ya en ella pasé a lo que me ocupaba.
Me tiré en la cama, y me unté una buena dosis de vaselina después de quitarme la clavija. Mis dedos entraban y salían sin apenas notarlos, supuse que ya estaría preparado. Tomé un vibrador de buen tamaño, casi como mi verga, absolutamente liso. Unté la punta y me lo metí. Tal vez fui demasiado confiado, porque eso sí me dolió. Me hizo ver las putas estrellas, pero lo aguanté dentro hasta que, de pronto el dolor comenzó a pasar. Más animado, empecé a cogerme con el. Le estaba tomando gusto cuando lo puse en marcha. Sin querer le di al pequeño botón y la cosa comenzó a vibrar de forma alocada. Eso si que estaba bueno, tal vez más que las metidas. Ya loco de deseo, agarré una verga de látex, mayor que la mía y muy bien imitada. Esta vez más lentamente, me la ensarté hasta el fondo. Sabía que iba a doler, quizá algo más que la anterior, pero era excitante. Era tal el ardor en mi culo, y mi dicha por haberlo logrado que no me di cuenta que mi ano comenzaba a quejarse. Ni siquiera había tocado mi erecto nabo cuando tuve que parar.
Renqueando, me vestí y me acerqué al comedor. Volví a sentarme en el sofá, cuando otro DVD atrajo mi atención. Una grabación casera, y escrita con un plumón negro decía “Nosotros”, estaba tirada en primer plano. Lleno de curiosidad, pero intuyendo lo que habría en ella, la puse en el DVD. Diego y Miguel estaban en la habitación, sobre su enorme cama king size, en calzones. La toma era estática, desde un tripié, aunque se veía así todo. Comenzaron a meterse mano, y terminaron desnudos en un instante. Sus cuerpos lucían hermosos, Diego estaba más estilizado, pero la verga más grande era la de Manuel. Aparentaba estar enorme en comparación con la preciosa verga de su pareja. Iniciaban ya sus escarceos puramente sexuales, cuando apareció una tercera persona. No muy alto, bien proporcionado, un ángel castaño de ojos verdes, al que yo ya había visto. ¡Era Cristofer! Un amigo de la pareja, que les acompaño al aeropuerto a recogerme. Joven, bien parecido, castaño, 1.65 mts de altura, un cielo, mi ideal, al menos en aquellos momentos.
El efebo se desnudó lentamente ante la cámara, exhibiendo su lampiño cuerpo, un culo de impresión y una polla no muy grande pero hermosa. Era demasiado, fue como un flechazo, aquel hombrecito tenía que ser mío y yo de él. Ya desnudo, se unió a la pareja y comenzó el espectáculo. Bestial, en nada ya estaban cogiendo y mamando como posesos. Sentí extrañamente, algo de celos por lo que los dos amigos le hacían a Cristofer. Diego se acercó hasta tapar la pantalla y tomó la cámara, que oriento hasta el hermoso culo de Cris. La enorme verga de Manuel entraba y salía del túnel vertiginosamente. Súbitamente, la sacó y Cristofer se retorció de golpe, pero no a tiempo. Un torrente de leche se estrelló en su bonita cara, resbalando hacia las mejillas antes de tragar la ofrecida verga de su activo. Cambio de plano y ahora era Diego el que le daba por el culo a Manuel mientras este se la mamaba a Cris. Demencial, el trío duró todavía un cuarto de hora hasta que los tres terminaron, y Cristofer tuvo tiempo aún de recibir otro pollazo de Manuel.
Estaba impresionado, caliente y casi me había olvidado de mi culo, ahora mucho mejor. Las doce, me acerqué a la cocina y comí más bien poca cosa. Sin poder esperar más me fui hacia el local en cuanto terminé el bocado. No era todavía ni la una, pero ya estaba allá.
No era muy grande, pero sí muy acogedor. Oscurito, pero con la suficiente luz para ver a la gente y al fondo, la puerta de lo que, sin duda, era el cuarto oscuro. Diego y Manuel me saludaron al verme y fui hacia ellos. Se dieron cuenta enseguida de mi forma de caminar, todavía algo rara.
-Hola, Marco ¿Has descubierto algo? –preguntó Diego. Sonó como una confesión, estaba claro que lo habían preparado todo. Fingí unos minutos no saber de lo que hablaban, hasta que, ayudado por el ron, lo confesé todo bajo su atenta mirada. Estaban encantados, escuchaban atentamente, inclusive atendían a los clientes con cierta prisa para seguir escuchándome.
– ¿Viste nuestro video? Preguntó Manuel. Contesté afirmativamente y les dije que me había encantado. Siguieron con sus preguntas, derivándolas cada vez más a Cristofer, el hermoso chavo de ojos verdes. Que si me gustaba, que si vaya que culo, que si tal, que si cual… hasta que me di la vuelta.
Allí estaba el guapo Cristofer, escuchando todo desde no sabía yo cuanto tiempo. Me dio un vuelco el corazón al verle. Primero de vergüenza, y luego de alegría cuando me dio un beso en las mejillas.
– ¡Creo que has ligado!, escuché que gritaba Diego a mis espaldas. Sin darme cuenta siquiera de lo que hice, acerqué mi boca a la suya, buscando sus hermosos y carnosos labios. En mi vida había besado a un hombre, y la idea, me causaba un cierto rechazo, sin embargo, la dulce mirada y casi aniñada expresión de Cristofer, su incuestionable belleza y mi enorme deseo obraron el milagro.
Antes incluso de juntar nuestros labios, todavía en el aire, se encontraron las dos ávidas lenguas, que pugnaron enseguida por entrar en la gruta ajena. Al fin cedí y la suya se metió en mi boca, traviesa y juguetona, tocando rincones que ninguna chica había siquiera imaginado. Luego fue mi turno, el de mi lengua, ella fue la que repitió los movimientos con que me obsequiara mi amante dentro de su boquita. Fuertemente abrazados, nos estábamos dando un espectacular beso de película, que recibió la atención y comentarios de la gente presente en el local.
-Te he estado esperando todo este tiempo- dijo Cris. Aquella frase terminó de derretirme. Ahora ya era del todo suyo, por lo menos hasta que volviera a valorar la situación, cosa que no tenía ninguna gana de hacer.
Nos quedamos como una hora más, bebiendo y platicando como dos jóvenes enamorados, sin prestar atención a lo que ocurría alrededor. Para entonces, ninguno de los dos aguantábamos ya un momento más allí. Necesitábamos dar rienda suelta a nuestros instintos, satisfacer los oscuros deseos que nos comían por dentro. Nos despedimos de nuestros amigos y, después de que nos cediesen su cuarto, nos fuimos a casa. Ya dentro del ascensor, sin espera alguna volvimos a besarnos furiosamente, acariciando nuestras espaldas por debajo de la camisa tanteando nuestras nalgas…
Ya en el piso, llegó el paroxismo. Nos desnudamos por el pasillo, tirando nuestras prendas por cualquier parte, los dos estábamos en pelotas antes de entrar a la habitación. Nos tiramos enseguida sobre la enorme cama y comenzamos a descubrir nuestros cuerpos. El suyo durísimo pero suave, y sin un pelo, más que en el pubis; el mío algo más blandito, pareció encantarle. Cristofer me llevó al éxtasis en cuanto comenzó a besar mis pezones, lamiendo alrededor, jugando con ellos. Yo, tumbado boca arriba, solo podía besar su lacio y castaño pelo, acariciar su espalda…
Incapaz de aguantar más reclamé su atención y nos besamos por enésima vez. Él sobre mí, mientras nuestras vergas se encontraban por su cuenta, rozándose agradablemente. Ahora me toca a mí, nos dimos la vuelta y lamí su cuerpo como el hiciese antes. Su piel tenía un suave sabor salado delicioso. Reseguí sus pechos, su abdomen, me entretuve con su hermoso ombligo y sin remedio, la mano se me fue hacia su maravillosa verga. Desprendía un calor increíble, riquísimo, su suavidad era mucho mayor a la del resto de su cuerpo, durísima. Enloquecí de deseo y no tuve que vencer ningún prejuicio para hacer lo que hice.
Lenta y torpemente, metí la punta de tu hermoso nabo en mi boca. Sentí su sabor, más salado que el resto, buenísimo, mientras Cristofer se estremecía. Sus manitas tomaron mi cabeza y guiaron mis movimientos a lo largo de su verga. No pude tragarla toda, ni mucho menos, pero no dejé ni un solo milímetro seco. Incluso sus huevos visitaron mi succionadora particular, luego volví al riquísimo glande. Allá escuché atentamente las cortas peticiones del ojiverde, esforzándome en darle el mayor placer posible. Al cabo de unos cinco minutos descubrí que no debía estar haciéndolo tan mal, para ser mi primera mamada. Lamía, chupaba, succionaba y mamaba cualquier parte de su verga, sus huevos, su pubis… En aquellos instantes no existía más mundo para mí que el adorable Cristofer. Por eso no me di cuenta de su aviso hasta que fue tarde. Un chorro de esperma caliente subió hasta mi boca en medio de los fuertes jadeos de mi amante.
Me pilló tan de improviso que me tragué los primeros chorros sin darme cuenta, pensé que iba a vomitar. Entre asustado y sorprendido me saqué su verga de mi boca. Ésta seguía lanzando cortos chorros de lechecita, repartiéndolos por todas partes. Recuperado de la sorpresa, al cabo de unos segundos agarré la maravilla de Cristofer con una mano, y la pajeé fuertemente. Todavía fluyeron varios trallazos más, aunque muy cortos, hasta que se vació del todo. Entonces como compensación por lo anterior, volví a tragar el fabuloso pene venciendo mi reticencia inicial. Lo dejé limpiecito, como si nada hubiese pasado y me llegué hasta la altura del guapo efebo. Más besos, ahora más tranquilos y húmedos. Había conseguido que un hombre se corriese gracias a mí, era extraño el orgullo que eso me producía, me pregunté si también las chicas sentían aquella embriagadora sensación de victoria, el placer de observar la evidencia más clara del gozo de mi amante…
Estaba enfrascado en mis pensamientos, abrazado a mi hermosísimo amante que ahora me daba la espalda, cuando éste me recordó la dureza de mi propia verga. Casi me había olvidado, de tan impresionado que estaba por lo que acabábamos de hacer.
-Sé que es tu primera vez, pero ¿te apetece follarme? -, Inquirió de una forma un tanto directa. Inmediatamente asentí con un susurro en su oreja, al que siguió una lamida larga hasta su cuello. Iba a ponerme de rodillas, esperando que él se pusiera a cuatro patas -¿A dónde vas, cielo?, quiero empezar así.
Ligeramente turbado por mi precipitación, volví a tumbarme de lado tras de él. Su culo brillaba debido a la gran cantidad de vaselina que se acababa de poner, de forma que mi verga, como si conociese el camino, se plantó enseguida en la entrada al paraíso. No sé si el tiro hacia atrás o si fui yo el que apretó, pero al cabo de unos segundos la punta de mi tranca ya estaba metida en el pocito de Cris. Éste gimió levemente mientras yo seguí apretando hasta chocar con sus nalgas. No se la pude meter toda entera, pero la sensación que tenía era la de haberle clavado hasta el fondo.
El entrenado esfínter de Cristofer apretaba mi verga como un anillo, haciendo que lo sintiera muchísimo más apretado que en cualquier otro agujero del mundo. Solo una vez sodomicé a una chica, pero nada ver con esto. Ella solo se había limitado, a ofrecerme su esfínter, dejando que mi polla lo invadiese a placer. Mi ojiverde amante, en cambio parecía tener un control total de su ano, apretando y soltando cuando le venía en gana.
En verdad, ese precioso culito cumplía sobradamente mis expectativas. Mientras le mordía el hombro, acometía suavemente al efebo que no paraba de susurrar lo bien que lo sentía. Aquellos susurros me ponían frenético, parecían volverme loco, a cada momento aceleraba más y más la cogida. Llegamos a un punto en que, dándose cuenta el guapo joven, propuso cambiar de postura.
Me puso panza arriba, con la verga apuntando al techo y se sentó sobre ella tranquilamente. Ya empalado, el chico se movía arriba y debajo de mi sufrido pene, abrazado por el magistral esfínter de Cristofer. Era encantador mirar su dulce cara, con los ojos entrecerrados, relamiéndose sus labios, mostrando un gozo sin límites que yo esperaba fuese tan intenso como el mío propio. Su tranca, medio tiesa de nuevo, golpeada mi vientre al ritmo de sus movimientos, para terminar, levantándose del todo en poco tiempo. Como pude, la manoseé sin demasiado éxito por falta de coordinación, pero satisfecho por la mirada agradecida de mi amigo.
En unos minutos noté que me venía, mi cuerpo se tensó y culeé a Cristofer tan duro como pude.
– ¡Me corro, me corro mi amor! – Chillé entre espasmos.
– ¡Si, si, si, lo noto, mmmmmm, aaaaah! – respondió mi guapo amante agitándose violentamente y apretándome la verga con todas sus fuerzas.
Duró apenas diez segundos, pero creí escurrirme hacia el interior del recto que aprisionaba mi miembro, me pareció que me corría durante horas. Al fin, Cristofer se derrumbó sobre mi sin que la polla escapase de su culo más que unos centímetros. Nos fundimos los dos en un apasionado beso largo y húmedo al tiempo que le acariciaba su pelo castaño y liso. A los pocos segundos noté una humedad que se expandía por mi abdomen, a la altura de la verga de Cris.
Le miré a la cara y vi la expresión más fantástica de las vistas por mí hasta ese momento, ¡El muy cabrón se estaba viniendo sin tocarse! Alucinado, tomé sus labios de nuevo y sentí la dulzura de su lengua chocando con la mía en un pausado duelo.
– ¡Joder, menudo para ser tu primero!
Luego respondiendo a mi curiosidad, me contó que lo hacía algunas ve es, cuando lo sentía muy rico, como en ese momento. Satisfecha mi curiosidad, abrazados tal y como estábamos, nos dormimos.
Amanecí como nuevo, después de dormir como hacía tiempo que no lo hacía. Me sobresalte al ver que Cristofer no estaba, pero al escuchar la ducha supe dónde buscar. Desnudo y a toda prisa me metí en el baño para darle los buenos días a mi nuevo amigo. Me metería con él en la bañera y… Me quedé de piedra al ver que la ducha la ocupaban Diego y Manuel mientras Cristofer se peinaba ante el espejo. Instintivamente me tapé la verga, como si aquello fuese un problema. Me miraron los tres, extrañados primero, pero divertidos después.
-No se te va a helar, guapo-, soltó Diego.
Sonriendo me destapé, y sin cortarme lo más mínimo le di un beso de buenos días a mi amante.
– ¿Quieres meterte? -, preguntó Manuel. Miré a Cris como si esperase su aprobación y, cuando la obtuve, me metí en la regadera. Me hicieron un hueco, pero el contacto era inevitable. Nos enjabonábamos sin meternos mano de forma descarada, solo toqueteos fugaces y esporádicos.
La verdad es que diego, también me gustaba mucho, pero Manuel me incomodaba un poco, demasiado hombre para mi gusto. Es muy guapo, atlético, fuerte, con una verga impresionante, como ya les he dicho, pero demasiado hombre después de todo. Por supuesto, lo notó muy pronto. Se encaró conmigo unos segundos sin decirnos nada, hasta que se agacho y se metió mi polla erecta en su boca. No me dio más que tres o cuatro mamadas y volvió a mi altura.
– ¿Mejor ahora?
Mi respuesta no fue otra que repetir lo que él hizo bajo la atenta y sorprendida mirada de los otros dos. La diferencia es que yo no paré. Alojé con dificultad su enorme punta y repetí lo que me enseñara Cristofer la noche anterior. Mamé y mamé animado por los dos mirones mientras Manuel trataba de meterme más de aquello en mi pobre boquita. Ayudado por el jabón, enterré un dedo en su estrecho anito y pareció que hubiese tocado un botón. Su polla, ya dura, se puso todavía más dura, se levantó hasta casi dolerme la mandíbula, así que la saqué y la mamé por fuera.
En ese momento, Diego y Cristofer reclamaron nuestra atención. Estaban de pie, apoyados en el lavabo exhibiendo exageradamente los dos sus culos más tersos y femeninos que jamás había visto. Locos por la visión, con nuestras trancas a tope, Manuel y yo nos fuimos tras de ellos. Los muy previsores ya tenían sus culos lubricadísimos de modo que la penetración fue inmediata. Me sorprendí yo mismo de la total desinhibición con la que se la metía al guapo ojiverde ante los dos amigos, pero me encantó que así fuese. Agarrados por sus cinturas, comenzamos a culearnos en unos movimientos que prolongábamos tanto como podíamos. Entre suspiros y gemidos, los dos enculados alcanzaron a besarse mientras les dábamos fuertemente.
Me pareció increíble la facilidad con la que Diego tragaba el mástil gigante de Manuel, estaba como hipnotizado por la escena de la verga abriéndose paso por el ano del joven, sopesando la posibilidad de acogerla yo mismo. En poco tiempo ya estábamos los dos folladores, al borde del orgasmo, yo algo antes, me vacié estruendosamente en el precioso, cálido y blanco culo de mi amante, que me acompaño con sus grititos de ánimo. Agotado, caí sobre su espalda y él busco mis labios mientras, al lado, escuchaba la corrida de Manuel quemando el recto de Diego, según sus mismas palabras.
Cuando terminamos, nos pusimos tranquilamente las batas de baño y salimos a la cocina a desayunar como si nada hubiese pasado. Recuerdo que, mientras comía, pensaba en la sorprendente naturalidad con que todo había ocurrido. Muy rápido, tal vez demasiado… Un húmedo beso de Cristofer en la mejilla me devolvió a la alegre realidad. Habíamos terminado el desayuno y creo que el plan del día para enseñarme la zona histórica de la ciudad, se había pospuesto. Mientras ayudaba a Diego a lavar los platos, Manuel y Cristofer se esfumaron. No dejaba de pensar en acabar la tarea para buscarlos por el piso, esperando encontrarlos, obviamente, sobre la cama, dispuestos a empezar de nuevo.
-Oye, Marco, ¿Crees que te gusto? – La pregunta de Diego, me vino tan de súbito que tardé en responder.
– ¡Eh, yo… claro…!, – contesté.
– ¡Tócame el culo!
Aquello aún fue más sorprendente. No quería tener ni ser fuente de problemas con la amable pareja que me acogía en su casa. Una cosa era que Manuel se lo hiciese con Cristofer que no era, al menos de momento, mi pareja, pero otra era meter mano al novio de mi amigo. Diego se dio cuenta de mis dudas y, como para disiparlas, se levantó la bata de baño como si de una falda se tratase, exponiendo su hermoso trasero.
Al verlo, mi mano no pudo evitar acercarse lentamente a esa maravilla, respingona, suave, caliente, sin un solo pelo, durísima… y todavía lubricada. Su tacto era aún más dulce que el de Cristofer, incluso me supo mal tener las manos frías por el agua. De pronto, uno de mis dedos se escondió en el pocito de Diego. Éste lanzó un exagerado gemido, que aprovecho para plantarse ante mi cara con la boca completamente abierta. Supe que hacer y la sellé con la mía, buscando con delirio el pedazo de lengua del algo afeminado muchacho. Delicioso, así sentí su contacto, amplificado ahora por sus propias caricias en mi pecho, mientras ya dos de mis dedos follaban el apetecible túnel.
– ¡Vamos a la cama, no aguanto más! – Dijimos casi al mismo tiempo.
Al abrir la puerta, vimos a los otros dos sobre la cama, retozando y jugando, pero no follando como yo había imaginado. –Habéis tardado bastante-, dijo Manuel con una sonrisa pícara. Por respuesta, Diego se deshizo de su bata y se tiró de espaldas a un lado de la cama. Yo, en pie frente a él, ni siquiera me preocupé de Cristofer y Manuel. Apunté mi verga al lindo ano de Diego que lo acogió sin dificultad alguna. Lo enculé un par de veces cuando vi que Manuel se arrodillaba detrás de mí.
Por un momento temí que se le ocurriese darme por el culo en ese mismo momento, pero enseguida sentí su lengua jugando por mis nalgas. La combinación era maravillosa, la tranca en el maestro recto de Dieguito, una lengua horadando mi esfínter y la sabia boca de Cristofer, echado cobre el enculado, jugando con lo que quedaba de mi verga. Tanto era mi placer que a los dos o tres minutos de culeo salvaje, me corrí soltando la poca leche que quedaba en mis pobres y chupeteados huevos.
Caído sobre el hermoso Diego, escuché al fin la temida pregunta de Cristofer:
– ¿Te atreves a probarlo? -. Vi entonces que la prisa que tenían para que me corriese, era en realidad su propia prisa por cogerme. Pensé en decirles que no era el momento, que quizá más tarde, pero un juguetón dedo incrustado en el ano me recordó los placeres del día anterior.
– ¡De acuerdo-, dije resueltamente tumbándome de espaldas sobre la cama!
-Así no, cariño. Tu primera vez debe ser especial-, añadió Cristofer poniéndome en el centro de la gran cama. Me puso un par de duros cojines bajo la espalda, lo que obligo a exponer mi culo a sus intenciones.
Cristofer acerco su tierna carita a mi pubis y lamio todo alrededor de mi verga. Las cosquillas eran increíbles, casi no podía aguantarlas. Mientras recuperaba milagrosamente mi tranca con su boquita acariciaba mis levantadas piernas tiernamente produciéndome escalofríos. Pronto se deslizó hasta su objetivo, que no era otro que ni ano. Besó mi agujero soltándome una sacudida de gozo que me llegó directo al cerebro, ayudada por la paja que me propinaba su mano libre. Su maravillosa lengua irrumpió en el recto, desflorando mi prieto hoyito.
Yo ya me estaba saliendo, deseando que Cristofer reemplazase un apéndice por otro, pero él seguía con su endemoniado trabajo. Tardó unos minutos todavía hasta que, abandonado la paja a pesar mío, me lubricó el culo con vaselina. Sus dedos entraban y salían de mi ano haciendo diabluras con él, al tiempo que Cris miraba divertido mis expresiones de placer.
En un momento dado, se puso de rodillas ante mi entrada, apuntándola con su maravilloso pito. Me miró fijamente y, en silencio y bajo la atenta mirada de Diego y Manuel, me la clavó entera de un golpe. Abrí la boca en medio de la sorpresa, pero no salió sonido alguno. Cristofer me miraba como preguntando qué tal iba todo sin apenas moverse. No sentí dolor alguno, más que una leve molestia al meterse hasta el fondo, me había metido consoladores mayores que aquello. Pero esto era distinto, se sentía viva, caliente y casi podía sentir las palpitaciones de mi guapo ojiverde a través de su verga; aquello era maravilloso.
Ahora empezó a bombear lentamente, entrando y saliendo, el placer aumentaba por momentos y mi propia verga daba fe de ello. Instintivamente abracé a mi amante con las piernas, en un intento de atraerlo más. Cristofer se tiró sobre mí y nos besamos duce y largamente. En esta postura la penetración no era tan profunda, pero el contacto total de nuestros cuerpos lo compensaba de sobra. Habríamos estado horas así clavados, los movimientos e ambos eran deliberadamente lentos, incluso mi dedo metiéndose en su precioso culito lo hizo despacio. Notaba a la perfección la pequeña pero dura y gruesa tranca de Cristofer acariciando mis paredes, como fundiéndose con ellas.
Después de unos diez minutos vi como Manuel se ponía detrás de mi follador. Le avisé, ya que deseaba que ese momento fuese solo nuestro. Pero Cristofer me dijo que lo necesitaba. Enseguida, también pausadamente, Manuel se abrió paso por el esfínter de Cristofer, que abrió los ojos desmesuradamente. La gran verga de Manuel debía estar destrozando a mi amor, al que le saltaba una que otra lágrima. Sin embargo, su verga pareció endurecerse aún más.
El par de apretones salvajes de Manuel me llegaron directos a mí, aunque filtrados por el chillido de Cristofer. Creo que, en ese momento, me corrí. No solté mi lechecita, pero algo muy parecido muy parecido a una corrida se desató en mi cuerpo. Abracé a mi amante, mordiendo su hombro mientras él se corría a gusto. Cuando me di cuenta de ello me concentré en mi esfínter y llegué a sentir su leche saliendo, inundándome el recto, quemándome, su polla bajando y su respiración rápida y agitada. Manuel se retiró y dejó que Cristofer se desplomase sobre mi abrazados como la noche anterior, pero esta vez el enculado era yo, feliz enculado.
– ¡Dame más, Manuel no te vayas-murmuró mi precioso amante tenuemente!
De nuevo volví a sentir el peso del maco sobre nosotros y la cara de Cristofer recuperó la expresión de profundo placer que tanto me gustaba. No hice nada por evitar él lubrico morreo en el que volvimos a fundirnos al ritmo de las culeadas que Cris recibía. Gemía como una puta en celo, casi igual que Manuel. Me lo estaban destrozando, el Príapo del más macho le partía el culo de una forma que yo no sería jamás de igualar.
Diego, con cámara en mano no perdía detalle de nada, incluso mi desfloración se había registrado, como yo vería más tarde. Lo llamé y se plantó a nuestro lado, poniendo su pichulina entre las bocas de Cris y yo. Mamamos a dúo la pollita de Diego, que filmaba incluso esto. Pronto Manuel comenzó a avisarnos sonoramente que se venía. Mi ojiverde amigo cerró su magistral esfínter tanto como pudo y obligó al otro a venirse dentro.
– ¡Oooh! Grito Cristofer al sentir la invasión de líquido en sus entrañas. Mientras el macho daba las ultimas emboladas, chapoteando con su mismo semen, Diego soltó la cámara sobre la mesita, apuntando a su miembro que ahora pajeaba mientras se lo chupábamos. De pronto, estalló su leche en unos cortísimos pero abundantes trallazos de leche. Caían todos sobre mis labios, pero Cristofer se encargó de limpiarlos a conciencia. Manuel vencido, se saló del culo de Cristofer y trajo también su verga a nuestras golosas cavidades bucales, entrechocándolo con el de Diego.
Pringado de leche, Cristofer lo tragó para limpiarlo y yo hice lo propio con el semen de Diego. Por supuesto, ese día repetimos otra vez, y por la noche, hasta que seguí el viaje al cabo de un par de días, pero acompañado por mi hermoso amante Cristofer.