Me junte con una admiradora de mis relatos, tomábamos un café tranquilo hasta que me hablo de su fantasía de ser sometida. Terminamos esa reunión mejor de lo que me imaginaba
-Hay tantas formas distintas de preparar café como personas existen.- Recuerdo que esas fueron mis primeras palabras mientras el café se retorcía en giros al compás del humo vaporoso que ascendía anunciado su temperatura, excesiva en boca pero de cálido y penetrante aroma. Los excesos pueden llegar a quemarnos pero en la forma debida pueden convertirse en embriagador placer.
-Creo que soy demasiado rarita para esto quizás. No sé…- Replicaba Elena con mohín de desencantado de sus frustradas experiencias. Era una chica de metro sesenta grandes y vivarachos ojos marrones, pelo moreno ligeramente ondulado que redondeaba su cara, generosas carnes que acentuaban sus curvas bien proporcionadas. Vestía falda lisa negra ajustada un poco más alta de las rodillas, medias negras, camisa blanca que transparentaba ligeramente un sujetador de coqueto bordado, sonreí para mis adentros, vestía tal y como le había sugerido. En todo primer encuentro nos gusta agradar, ¿pero aquello a dónde nos llevaría?, ¿podría probar aquel cuerpo como el café sin llegar a quemarme…?
Elena había adoptado una actitud pesimista respecto al bdsm, pero sin embargo allí estaba, había accedido a quedar conmigo en persona. La observaba con ojos inquisitivos, tratando de adivinar qué buscaba, tal vez sólo un interlocutor con el que poder charlar o buscaba un poco de adrenalina encontrándose cara a cara con sus fantasías.
Me había conocido a través de mis relatos, me escribió para decirme que le encantaban aunque nunca reconoció los orgasmos que le había proporcionado mi prosa juguetona, pero tampoco era necesario, era evidente.
Dejé que la conversación discurriese con tranquilidad fluyendo entre las experiencias sexuales y las anécdotas personales sobre quienes se habían materializado. Ella se reía, escuchaba la mayor parte del tiempo y asentía ante mis explicaciones, poco a poco y al mismo ritmo que la cafetería y su bullicio se desvanecían fui dirigiendo la conversación sobre nuestras comunes fantasías.
Había una en particular que ninguno de los dos habíamos realizado, la violación simulada. Elena tenía una vena brat que reconozco que es algo que encanta, me gusta tener que someter a mi presa, la entrega incondicional y obediente puede llegar a ser demasiado aburrida; y ella como buena sumisa rebelde deseaba ser sometida, revolverse, desplegar fuerza y adrenalina a partes iguales, es el summum unir la aceleración del pulso tanto desde la mente como del propio cuerpo. Llegar a multiplicar el placer aumentando el deseo desde la negación, desde la resistencia.
Discutíamos detalles, como la palabra de seguridad, el medio coactivo a emplear, una pistola simulada no llega a funcionar porque tu mente lo sabe y no te transmite la taquicárdica sensación de peligro, el miedo ante al abismo; el cuchillo es peligroso, en el forcejeo la cosa puede acabar muy mal, el problema de las peleas simuladas es que acaban por no serlo.
Así que obviando esos detalles, decidimos centrarnos en la excitación que eso suponía, como le gustaría que sucediese, que fuese algo fuerte y rudo, notando la tensión de los músculos del violador sobre su cuerpo, sentirse indefensa… según me lo iba explicando podía notar como sus mejillas se enrojecían de excitación, su pulso se había acelerado, podía leerlo en su cara, como se humedecía los labios cada poco… suponía como también no era lo único que se le estaba humedeciendo. ¿Cómo serían las braguitas que llevaba? Serían a juego con el sujetador, ¿llevaría tal vez tanga? Mi mirada bajó de su cara a su pecho que de forma rítmica se había acelerado, a cada inspiración más sacaba el pecho, se me dibujó una sonrisa al apreciar como se le habían erectado los pezones.
“Me gusta vivir en la realidad basada en sueños porque de eso se trata, de hacer realidad nuestros sueños” fue la frase de sus correos que se me vino a la cabeza. Así que decidí darle un poco de realidad a sus sueños. Clavé mis ojos en los suyos, que sintiese mi presencia. Me levanté ligeramente y aproximé mi silla hacia la suya, hasta la distancia en que pudiese sentir mi respiración. Ella se quedó paralizada, no aportaba la mirada de mi sonrisa burlona, respiraba aún más fuerte, era como un cervatillo asustado que se ha quedado paralizado en medio de una carretera nocturna deslumbrado por los faros de un coche, pero los faros eran mis ojos verdes clavados en los suyos y su cara de duda.
Nuestros cuerpos estaban a apenas unos pocos centímetros y era el momento de romper aún más la distancia, de abalanzarse sobre la presa, incliné mi cuerpo hacia adelante, ella trató de retirarse pero dio con el respaldo de la silla y se quedó tiesa como un palo. Acerqué mis labios a su oreja y le susurré:
-Desabróchate dos botones de la camisa, quiero ver bien ese bonito sujetador que te has puesto para mí…- Me recliné en mi silla, mientras cogí la taza de café para darle un sorbo, era el momento de probar si estaba en la temperatura justa o si me quemaría. El sabor amargo del café inundaba suavemente mis papilas gustativas a la vez que Elena como una autómata subió las manos hasta el primero de los abotonados de su camisa, el primero… el segundo y con gesto desafiante abrió con fuerza los bordes de la camisa, ¿quieres verlo? pues te lo enseño porque quiero, porque te mueres por verme las tetas; yo también sé jugar aparentaba decirme. Se me acentuó más la sonrisa, bien fierecilla, ya veo que quieres desafiarme.
Me levanté de la mesa, -Nos vamos, no me había dado cuenta de la hora y se me ha hecho tarde. Te acompaño hasta el coche- mi tono era amable pero serio. La pobre Elena se quedó perpleja, no entendía nada, qué demonios acababa de pasar. Su cara pasó del pasmo, a la incertidumbre para acabar en la indignación.
-Está bien, pues vámonos- Su cabreo crecía por momentos, se abotonó de nuevo la camisa, cogió su abrigo y salió delante de mí sin darme oportunidad a abrirle la puerta.
Elena caminaba a grandes pasos delante de mí, quería dejarme atrás, sabía que había jugado con ella y estaba rabiosa. No entendía que todo era un juego, que las normas las pongo yo y por supuesto… que el juego no había acabado.
La seguí divertido a cierta distancia, mi amplia zancada me permitía jugar con los márgenes de distancia. Ella farfullaba, bufaba y resoplaba su enfado, hasta que no pudo contenerse más y se paró en seco, se giró y escupió su indignación:
-¿Pero qué coño te crees? ¿Quién te crees que eres? maldito imbécil-
Completé la distancia que nos separaba en dos pasos largos hasta quedarme a escasos centímetros, mi altura le obligó a estirar el cuello para poder sostenerme la mirada, con voz tranquila y serena le contesté.
-Soy tu dueño, zorra.- Y antes de terminar la frase mi mano se aferró a su cuello apretándolo, tirando hacia arriba obligándola a estirar todo el cuerpo, tuvo que ponerse de puntillas para no ahogarse.
–Eres mía putita, lo eres desde que leíste mis relatos y te masturbabas como una perra en celo imaginándote que eras la protagonista de mis relatos, te mueres porque te folle-
-¡Suéltame cerdo! No eres más que un gilipollas engreído- intentaba revolverse y sus manos fueron a la garra que aprisionaba su cuello.
Sin soltarla la empujé contra la pared de una fachada, quedó un poco aturdida del golpe de su cabeza contra la pared, lo que aproveché para por segunda vez en la noche rozar mis labios contra su oreja y susurrar.
-Te gusta vivir en la realidad basada en sueños… porque de eso se trata, ¿no? de hacer realidad nuestros sueños… pues voy a darte una realidad que una vez fue sueño. Te voy a follar, te voy a dar la polla que llevas pidiendo a gritos desde que entraste por la puerta de la cafetería, desde que esta mañana cuando te vestías mirándote en el espejo tal y como te dije…- deslicé la mano que tenía libre bajo la falda y subí hasta su coño, al deslizar mis dedos subiendo por el muslo podía notar la humedad que descendía antes de llegar a su coño.
-Ya sabes cuál es la palabra de seguridad- separé mi cara de su cuello para ponerme frente a ella.
-Suéltame, cabrón, te he dicho que me sueltes- decía sin llegar a gritar, forcejeando. La mano bajo la falda siguió subiendo hasta las braguitas, incluso al tratar de apartar el fino trozo de tela que cubría los labios del coño, de estar tan mojada, mis dedos se deslizaron dentro de su coño penetrándola. Soltó un gemido, mientras seguía pidiendo que la soltara, pero sus protestas se tornaron súplicas.
-Por favor, suéltame, déjame- sus palabras se entrecortaban con amplios suspiros y gemidos.
Solté su cuello y llevé mi mano al interior de mi chaqueta, en un gesto rápido saqué una navaja y la planté delante de sus ojos. Elena apoyada contra la pared, empalada por el coño por mi mano izquierda contemplaba el brillante color del acero, su pulso se aceleraba aún más… casi tanto como aumentó la humedad en su entrepierna.
Sus pupilas se dilataron quedando fijas sobre la pálida hoja de acero, la lenta danza que se deslizaba de lado a lado del ancho de su cara y hasta donde pudieron cuando apoyé el filo en su cuello, pegó un respingo, un escalofrío al sentir el frío del metal contra su cuerpo, o tal la excitación del riesgo.
Recorría su cuello con el filo acariciando su piel, pero a cada caricia iba aumentando la presión contra su cuerpo.
-Cuidado con lo que haces o esto podría acabar muy mal- para demostrárselo aumenté la fuerza hasta atravesar la piel y hacerle un corte rápido y fino, se formaron unas gotas de sangre que descendían por su cuello, recogí algunas con el filo del cuchillo y me las quedé mirando por unos breves segundos… para llevarme la hoja a la boca y lamerla.
Elena estaba en shock, no se atrevía a moverse, hasta contenía la respiración para permanecer aún más quieta. Llevé el cuchillo de nuevo a su cuello muy lentamente e ir descendiendo, bajar por el escote, hasta tropezar con el primero de los botones de la camisa.
-Vamos a ver bien ese sujetador que te has puesto para mí- y sin más, en un gesto seco rasgar la camisa, algunos botones saltaron por el aire otros resistieron y cedió la tela. En un segundo la camisa quedó abierta de par en par solo sostenida por los hombros. Podía contemplar su pecho respirando de forma acelerada, tenía el pulso a mil.
-Qué bonito sujetador pero qué pena, porque no es esto con lo que me voy a conformar- mientras volvía a pasear la hoja ahora por su escote desnudo.
-¡Qué haces animal! ¡Ya está bien! Se acabó el juego- gritó la pobre Elena. –Esto ya no tiene gracia ¡¡Para!!-
-¿Que no tiene gracia? Vas a aprender quien manda aquí- Con otro gesto brusco retiré mis dedos de su coño, y le abofeteé la cara. Le crucé la cara cortando sus protestas, quedó con la cara girada recuperándose de la impresión de la bofetada, desconcertada, atemorizada y a su vez mezclada con la desesperación de que su coño se hubiese quedado vacío.
En esa postura, pegué mi cuerpo contra el suyo, clavando la tremenda erección de mi pantalón en su coño, con la mano izquierda le agarré del mentón y le susurré al oído.
-Esto no acaba más que empezar, y va a ser aún más rudo y violento… mientras no escuche la palabra de seguridad… lucha todo lo que quieras- los dedos que hace un instante estaban penetrando su coño, bañados en sus jugos, los fui deslizando hasta sus labios.
-Abre la boca y chúpalos para saber que lo has entendido.- Elena cerró los ojos y abrió la boca muy lentamente sin emitir ningún grito o protesta. –Así me gusta zorra, prueba tu sabor, saborea el gusto de tu coño de zorra-
Me los estaba chupando y la muy zorra se revolvió, cerró la mandíbula y morderme con fuerza hasta hacerme sangre. Grité de dolor y sorpresa, me retorcí con el dolor y le pegué un rodillazo en el estómago, le dolió y ella también gritó liberando mis dedos y del golpe quedó doblaba contra la pared.
-Así que lo quieres duro zorra, esta vez no te lo voy a tener en cuenta estamos empatados a sangres- la agarré del cuello y la volví a levantar para dejarla ante mi cara, me miraba desafiante, con los labios rebosando mi sangre. Giré su cara hasta encontrarse con la mía y me abalancé sobre ella, mi boca fue a por la suya y empezamos a besarnos, nuestras lenguas comenzaron una danza frenética mezclándose los sabores dulces de mi sangre y los jugos de su coño.
Detuve el beso, apreté con fuerza sus carrillos -¡Abre la boca zorra!- Ordené de forma autoritaria, la abrió y escupí dentro de su boca.
-Sigamos con tu adiestramiento. Veamos qué tal son esas tetas en las que voy a correrme- Y la navaja volvió a silbar en el aire para partir por la mitad el sujetador, liberando los inflamados pechos, sus pezones estaban durísimos, las areolas rojas inyectadas en sangre. Froté mi entrepierna contra su rajita y le retorcí un pezón. Elena palpitaba de gusto, se estaba dejando hacer, se notaba que estaba disfrutando.
-Estoy siendo demasiado amable contigo- con la mano que la tenía agarraba la lancé hacia adelante hasta que dio de bruces contra el capó de un coche. Quedó con su torso apoyado sobre la chapa y el culo levantado quedando ofrecido.
-¡¡Joder!! Bruto, ¡¡Para ya!!- Volvió a gritar.
-Eso ya me gusta más putita- Y me dejé caer sobre ella recostando el peso de mi torso sobre el suyo apretándola contra la fría chapa del coche. Deslicé una pierna entre las suyas, separando sus piernas a patadas en los tobillos.
Agarré la falda y se la levanté dejando su culo al aire, tan sólo tapado por el hilo de algodón de las braguitas. Elena trató de levantarse protestando, para evitar que se levantase le agarré la muñeca derecha quebrando el apoyo que acaba de hacer para incorporarse y volvió a dar de bruces contra el metal. Gruñó mientras le llevaba la mano a la espalda retorciendo la muñeca, saqué una cuerda y juntando la otra muñeca quedaron atadas a la espalda.
-Estate quieta maldita zorra- me reí –aunque es mucho más divertido cuando peleas- me abrí los pantalones –tranquila zorra que ahora viene lo que estás deseando-
-No por favor, eso ya sí que no, para joder. Te voy a denunciar, te vas a acordar de mí hijo de puta- musitaba la pobre Elena entre el dolor de sus brazos retorcidos a la espalda, se revolvía intentando entre girarse y levantarse.
Sin más preámbulo me agarré la polla, la coloqué a la entrada de su rajita, separando el empapado algodón y de un golpe se la clavé entera.
-Ahhhhh cabrón, qué gusto… Dios…-
-Así que quieres que te folla puta. Pídemelo, suplícalo, di que eres mi puta, que quieres ser follada por tu amo-
-Sí joder, fóllame duro. Soy una puta, la puta de mi amo, soy una zorra caliente que me vestí como un putón esperando ser follada-
Su verborrea me la puso aún más dura y más cachondo sabiendo que ya era mía, y empecé un frenético mete y saca. Mis huevos chocaban contra sus nalgas, con una mano azote las bamboleantes nalgas y con la otra le agarré del pelo y tiré de su cabeza hacia mí. Ambos gemíamos.
-vamos zorra-
-sí, sí, sí, me corro. Ahhhhhhhhh-
Y prácticamente al unísono los dos corrimos, sentía como su coño se contraía en espasmos estrujando mi polla y me corrí llenando su coño de lefa caliente. Mi polla se encogía en su coño soltando los últimos chorros, Elena temblaba de gusto, apenas se tenía en pie, no se caía por estar recostaba con medio cuerpo sobre el coche.
Una vez que recuperamos el aliento, saqué mi flácida polla de su coño viendo como por sus muslos resbalaba mi semen mezclado con sus jugos. Elena se giró sobre su cintura, sudorosa, con las tetas al aire enrojecidas de la presión de su cuerpo y el mío contra el coche. Era una visión deliciosa sentada con las manos a la espalda, el pelo revuelto y abierta de piernas.
-Eres un hijo de puta y un bruto-
-Y ahora tú eres mi puta, y que no se te olvide que para correrte tienes que pedirme permiso-
-Suéltame, mira como me has dejado, ¿cómo voy a volver así a casa?-
-Ese no es mi problema, aunque… tiene razón. Quítate las bragas-
-¿Cómo? Estas de coña cabrón.-
-Tú verás, o eso o si quieres tener que volver desnuda del todo a casa. No te vas a limpiar, vas a ir goteando el semen de tu amo todo el camino a casa para que recuerdes a quien perteneces- Me acerqué a su cara y la besé, fue un largo beso que aproveché para bajar mi mano hasta su coño, recoger un poco de esa mezcla pringosa goteante entre mis dedos, los que hace un rato había mordido y llevarlos hasta su boca, Elena entendió lo que tenía que hacer sin protestar, clavó sus ojos en los míos y lamió los dedos muy lentamente. Cuando los hubo dejado bien limpios, exclamó.
-Gracias mi amo-