Me siento la zorra más grande del mundo, hice de todo: NEGROS con pollas enormes, doble penetración, lo que me imaginaba lo hacia
Primavera del 2014, Luís Barcelona, un político corrupto, vuelve a Madrid para encontrarse con Mónica, su amante, a quien conoció siendo camarera del bar que frecuentaban para llevar a cabo los “trapicheos” con las empresas constructoras más importantes del país. Tras comprobar, en un primer lugar, que su familia ha sabido salir del abismo donde él los metió. Sin querer rememora las circunstancias que lo han llevado a su situación actual, de ser una persona de peso en la política a ser un convicto. En el momento que vio agotadas todas las posibilidades de poder salir de la cárcel y con la ayuda de su abogado urgió un plan de fuga que pasa por cambiarse el rostro. Con una nueva identidad, se despide de su antigua existencia. Su familia, su amante hasta su abogado se convertirían en pretérito en su nueva vida. Desde su auto exilio en Venezuela, contacta con Mónica. Ella accede a marcharse con él, para ello quedan en el hotel Ritz donde tienen un tórrido encuentro. Mientras la mujer entra en el baño recibe la visita de la policía que, diciendo ser el servicio de habitaciones, lo detiene. Busca a su chica con la mirada, para encontrarse con la sorpresa de que ella lo está apuntando con un arma
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Como odio este lugar. Si hay un sitio en el mundo que no hubiera querido volver a pisar jamás, es a la prisión madrileña de Republica de Soto. Únicamente llevo unas horas recluido en una de sus celdas y solo aspirar su olor me trae deprimentes recuerdos de momentos que creía olvidado. ¡Cuánto esfuerzo se ha ido por el garete, por dejar que el corazón y la polla controlaran mis impulsos! Todo por un coño, un buen culo, unas buenas tetas y el rostro más dulce que había visto jamás. Un coño traicionero que me ha vendido de la peor de las maneras.
Cualquier causa que imagino para esta conspiración me parece de lo más descabellada. No acabo de entender el comportamiento de Mónica del todo, pues todas las posibles historias que monto en mi cabeza, me dejan con más preguntas que respuestas. No sé qué pensar, si todo lo que tuvimos era mentira, ¿por qué no impidió nuestro reencuentro amoroso? ¿Por qué no se limitó simplemente a detenerme?
No sé qué va a pasar conmigo, debido a mi fuga, la posibilidad de una condena más reducida se ha convertido en un imposible. Seguramente me designen el grado uno, con lo que se acabaron cualquier tipo de privilegios. Lo peor, ¿qué va a ser de mí ahora que ya no cuento con la protección del Barbas y Cinturón? Aunque mi aspecto sea completamente diferente al hombre que fui, el patio del presidio es un polvorín de rumores y no se tardara en saber quién soy realmente: Luis Barcelona, el político corrupto más famoso de España en los últimos años.
Conocer a Mónica en el restaurante, cambio el concepto que yo había llegado a tener del sexo. Ella me recordó que todavía era capaz de sentir y de echar un polvo como Dios manda. Entrar en su coño era lo mejor que me había pasado en la vida… pero el precio que creo que voy a pagar por ello es demasiado elevado y la convierten en la puta más cara del mundo. En la más zorra de todas las zorras.
Había conseguido evadir a la justicia, engañar a todos fingiendo mi muerte y adoptando otra identidad. Sin embargo, aunque metiera en mi cama las mejores ambrosias femeninas, mi apetito sexual no quedaba saciado. Mi mente había creado un vínculo con mi amante y solo anhelaba su cuerpo. El deseo, en ocasiones, nos hace creer que caminamos hacia la felicidad, pero en mi caso, solo estaba dirigiéndome hacia el más peligroso de los precipicios. Por seguir los designios de mi entrepierna, he cambiado una vida en libertad rodeado de los mayores lujos por un encierro en un cuartucho con vistas a ninguna parte.
Un impersonal funcionario de prisiones me saca de mi celda para llevarme a la sala de interrogatorios. No puedo evitar tener una asquerosa sensación de deja vu. La diferencia estriba en que aquella primera ocasión contaba con la ayuda de mi fiel Augusto y hoy no tengo nadie dispuesto a dar la cara por mí. ¿Cómo he podido ser tan imbécil? ¿Cómo no me di cuenta que era una puta infiltrada? Porque es la única explicación que menos inverosímil veo de todas las que se me ocurren: que su trabajo en el Gaviota, fuera una puta tapadera.
¿Todo lo que vivimos ha sido una mentira? ¿Todos sus orgasmos fueron fingidos? No sé qué pensar, por un lado no me cuadra tanta frialdad por su parte y por otro me siento tan dolido que la angustia atenaza mi pecho del modo más doloroso. Sea cual sea la realidad, lo que sí tengo claro es que a mí me gusta hacer todas las cosas a lo grande, ¡mi cagada ha sido de las que hacen época! ¿Quién me mandaría a mí regresar a España? ¿Quién me mandaría encoñarme con esa furcia?
Mi silencioso vigilante esposa una de mis manos a la barra que hay en mi lado de la mesa y se marcha, dejándome en el escueto habitáculo con la soledad de mi frustración y mis miedos. Otra táctica policial de manual que me conozco al dedillo: crear incertidumbre en el detenido para hacerlo más vulnerable. ¡Cómo si con todo lo que he pasado y he hecho, eso fuera a tener efecto en mí! ¡Valientes gilipollas!
La estancia cerrada a cal y canto. La cámara de vigilancia espiando mis movimientos y el intencionado sofocante calor reinante en la pequeña sala quizás, en cualquier otro, pudiera ser motivo de desasosiego, pero para mí, que me he codeado con reyes, nobles de alta alcurnia, presidentes, ministros del gobierno, alcaldes, ejecutivos de los más altos niveles, mafiosos de todo tipo… toda esta ornamentación me parece como un mero trámite burocrático. Mi suerte ya está echada y ponerme nervioso o preocuparme no va a solucionar nada, más bien todo lo contrario.
Los minutos en esta nefasta habitación se me hacen eternos, me armó de valor y empiezo a pensar en cosas hermosas que me hagan aliviar la tensión mental ¿Por qué será que siempre que pienso en lo que más me gusta, sale Mónica a coalición? Puede que, si mis sospechas se confirman, sea una maldita poli, pero eso no quita que esté para reventar de buena y haya echado con ella los mejores polvos de mi vida. ¿Por cierto, será Mónica su verdadero nombre?… ¡Coño!, va a ser que la puñetera espera me está poniendo más nervioso de lo que quiero reconocer, pues estoy empezando a divagar…
Veo abrirse la puerta y una sensación de tranquilidad y nerviosismo me invade por igual. Quien entra primero en la habitación es “Mónica”, ataviada con un uniforme de las fuerzas de seguridad del estado, la acompaña un oficial de policía de unos veinte y pocos años. Las tres ramas de laurel en la parte inferior de las divisas sobre sus hombros me dan a entender que la mujer a quien me he estado follando no es una policía de baja jerarquía, sino una que ostenta el cargo de inspector. Está claro que ni a oscuras me conformo con cualquier cosa y todo lo tengo que hacer a lo grande. Puestos a tirarse a una policía infiltrada, mejor que sea a una de alto rango.
Debo estar mal de la cabeza, pues a pesar de todo lo que me ha hecho, de la puñalada trapera que me ha pegado, no puedo evitar sentirme salvajemente atraído por ella. No puedo reprimir el deseo de fijarme en su hermoso rostro y, sin poderlo remediar, vuelve a nacer en mí el irrefrenable impulso de poseerla. Igual que me pasó la primera vez que la contemplé.
Suelta la carpeta que trae en la mano sobre la mesa y se sienta frente de mí. Cuando nuestras miradas se cruzan le respondo con un gesto huraño, ella frunce el ceño, se yergue orgullosa sobre el respaldo del sillón y se dirige al joven que nos acompaña de un modo gélido y autoritario:
—García, ¡quédese fuera, si tengo algún problema con el reo le aviso!
Una vez el muchacho cierra la puerta tras de sí, “Mónica” se dirige a la cámara de vigilancia y la voltea hacia la pared. Camina con paso firme hacia mí, se sienta en mi lado de la mesa y cruzando las piernas, de un modo que se me antoja libidinoso, me dice:
—Ya estamos solos, nadie nos escucha y nadie nos ve. ¡Ya puedes desahogarte y puedes decirme todo lo que se te antoje!
—No sé qué esperas que te diga, soy un detenido y tengo derecho a guardar silencio.
—Puesto a aplicar una frase manida, sería mejor que aplicaras la máxima de las bodas: “Hable ahora o calle para siempre”. Porque cuando termines, tengo novedades que contarte y algunas cosas de nuestro pasado mutuo que reprocharte.
Permanezco callado un momento, me parece mentira que unas horas antes, estando dentro de esta mujer, me haya sentido el más feliz de los hombres.
—…cualquier cosa que se me ocurre, pasa por pensar que he sido el tío más imbécil del mundo y tú, la policía más entregada… Por cierto, ¿cómo debo llamarte? ¿Inspectora qué?, porque imagino que lo de Mónica era tan falso como todo lo nuestro.
—Con Ada bastara… y te equivocas, no todo fue mentira —Su voz suena apagada, como si enfrentarse a mí le supusiera un enorme trabajo.
—¡Evidentemente que no! Contigo me he pegado los mejores polvos gratis de mi vida… Aunque lo de gratis lo quitaría, porque creo que me han costado bastante caro… ¡Muy, muy caro! —Ella guarda silencio ante mis palabras, lo que hace que me vaya enervando más y más —¿Aunque sabes lo que creo? Creo que te has equivocado de profesión, con lo buena que eres fingiendo en la cama y lo buena que estás, te podrías hacer de oro en cualquier burdel de lujo… ¡Los tíos se partirían la cara por estar contigo! ¡Serías de las más cotizadas!
Ada me mira con el gesto fruncido, si no supiera que es una puta embustera y manipuladora pensaría que hay cierta tristeza en su semblante. Dado que sigue sin decir nada y la “boca” se me está calentando cada vez más prosigo, y esta vez, sin cortapisas de ningún tipo:
—¿Y sabes lo que más me duele? No, que me hayas engañado y te hayas cachondeado vilmente de mí, ¡no! Lo que más me duele es que hayas jugado con mis sentimientos o, ¿acaso era necesario lo de ayer noche en el hotel?
—No, no era necesario… pero yo lo preferí así.
La miró escrutando en su rostro qué demonios ha querido decir con todo aquello. La franqueza que emana su rostro me deja perplejo y bajo las defensas por completo. A pesar de su felonía, a pesar de todas sus mentiras, no puedo evitar seguir sintiendo algo por ella.
—¿Se puede saber por qué coño lo preferías así?
—Porque pese que nuestra relación se había construido sobre un montón de mentiras y, por ilógico que parezca, añoraba muchísimo estar contigo…
La miró buscando algún resquicio de falsedad en su expresión y, aunque puedo ver una especie de furia contenida, en sus ojos solo hay franqueza. Estoy a punto de creerla, pero recuerdo que todo lo que sé de ella es incierto y, en vez de caer como hipnotizado bajo sus encantos, me aferro a mis recelos. Es muy difícil confiar en las palabras de alguien, cuando uno no lo hace ni en las de uno mismo. Mi vida, desde que marché de España, se había terminado convirtiendo en una falsa y mi relación con ella, que era lo único que me restaba aun de mi pretérita realidad, había pasado a ser una patraña más.
—Sé que todo cuanto te diga o haga, no va a servir de nada para que cambies tu opinión sobre mí. Pero me gustaría supieras que cuando tuve noticias de tu muerte, estuve a punto de coger una depresión… Era pensar que jamás te volvería a ver y sentirme como si me faltara un pedazo.
—¡Por favor!, si vas a ponerte a insultar a mi inteligencia, lo de ponerte tan lamentablemente cursi te lo puedes ahorrar.
—¿Acaso crees que mi trabajo incluía acostarme contigo? Si no hubiera querido, conozco mil maneras de hacer que un hombre pierda la cabeza por mí, sin entregarle lo que quiere. ¿O acaso piensas que lo que pasó en los servicios del Gaviota no fue real?
La observo expectante, aunque sé que voy a pasar una buena temporada a la sombra por su culpa, saber que ella ha sentido algo por mí y que lo que hemos compartido no ha sido mentira del todo, hace mi frustración más liviana. Le hago una leve señal con la cabeza, dándole a entender que prosiga, que me interesa lo que me tiene que contar.
—Deberías saber que, en un principio, cuando se planeó el operativo en el Gaviota no fue pensando en ti, a pesar de tu cargo eras una persona más o menos anónima. Simplemente, íbamos tras la trama de Cinturón y el Barbas, se tenían serias sospechas que había políticos detrás pero se pensaba que serían de poca monta, ya sabes concejales, algún que otro edil del algún ayuntamiento importante… La primera vez que te vi, no tenía ni idea de quien eras. Como te conté en su momento, el haber crecido sin una figura paterna propició que de siempre me sintiera atraída por los hombres maduros. Tú no solo me parecías seductor a rabiar, sino que tenías ese puntito canalla que tanto me pone en un tío. Fue verte y, aunque no te lo creas, despertaste en mí una pasión que no había sentido nunca…
—…sentiste el impulso de tener sexo conmigo como si te fuera la vida en ello —Concluyo su frase con una sonrisa en la boca, ella me responde con un mohín de complicidad y prosigue hablando.
—Yo nunca había hecho nada como aquello, el riesgo que corría era doble pues no solo se podía descubrir mi tapadera, sino que me podía costar la expulsión del cuerpo. Pero la atracción que sentía hacia ti era tan salvaje e irrefrenable, que deje que mis instintos primarios me dominaran… ¡Fue la mayor locura que había hecho jamás! Y lo peor es que no me arrepiento —Añade mostrando una débil sonrisa de satisfacción.
Por inconcebible que pareciera, Ada y yo (¡Qué extraño me resulta llamarla así!) nunca habíamos hablado a posteriori de las circunstancias en que nos conocimos, nos habíamos limitado simplemente a llamar a tener sexo: “encerrarnos en los baños” y habíamos corrido un tupido velo sobre el tema, como si fuere una especie de tabú. A pesar de lo bien que nos lo pasábamos juntos y de lo mucho que ambos añorábamos al otro, nuestra relación no pasó nunca por ser un catálogo de confidencias. Hoy la verdad se encarga de responderme porque aquello fue así. Los cimientos de nuestra relación eran solo mentiras, y de las gordas.
—…nunca planeé lo que sucedió — Su voz calmada, se tensa con cada palabra —, todo se me fue de las manos de la forma más inesperada y aunque sabías que no estabas limpio del todo, desconocía por completo en la escala que estabas, ni mucho menos que era uno de los peces gordos. ¿Quién iba a suponer que el tesorero de un partido político era tan poderoso? Poco a poco, fuimos descubriendo los entramados que os traíais entre manos. Cuantos más datos teníamos del alcance de los negocios sucios que movíais, más interés tenían mis jefes en que prosiguiera con mi “romance” contigo. ¡No sabes la cantidad de información que se te ha llegado a escapar en una conversación telefónica a altas horas de la noche!
Abrumado ante tanta sinceridad, no puedo evitar llegar a la conclusión de que he sido el mayor de los imbéciles, pues nunca había notado nada extraño en su comportamiento. De nuevo, nace en mi interior una rabia incontenible y vuelvo a cargar contra ella, esta vez en plan sarcástico.
—¡Ole mis huevos! Creía que me estaba acostando con una simple camarera y lo estaba haciendo con la jodida Mata Hari. Si tuviera las dos manos libres, te aplaudía, porque lo tuyo es de Oscar.
Si mi comentario le molesta o no, no llego a averiguarlo pues se limita a apretar los labios, dejando que un gesto de furia controlada se dibuje en su hermoso rostro y prosigue con su historia de un modo que me suena hasta un poco condescendiente
—Tras tu detención, se desmanteló el operativo y “nuestra relación” dejo de ser útil… ¡hasta que se descubrieron tus millonarias cuentas en los paraísos fiscales! Nada más mis superiores supieron de su existencia, me enviaron a prisión con la única intención de sonsacarte sobre ese tema…
—…Pero… Si tú nunca me has preguntado por ellas…
—Ni siquiera hice el intento…
—¿Y?
—Después de que Cinturón recusará al primer juez de la causa por escuchar las conversaciones con sus abogados, el nuevo magistrado no se arriesgó y no nos concedió los permisos que precisábamos para instalar los micrófonos en nuestros encuentros íntimos, así que se tenían que conformar con los que yo le contara —Hace un gesto extraño con las manos, como si intentara justificarse —Y aunque yo sabía que me la estaba jugando, no estaba dispuesta a renunciar a ti. ¡Eras lo mejor que me había pasado! En vez de hacer lo que me pedían mis jefes, me limité a vivir el momento. Todo lo que vivimos en cada uno de los vis a vis que tuvimos fue real…
Percibir toda la emoción que pone en sus palabras, hace que me estremezca a la vez que me invaden sentimientos contradictorios. No puedo evitar aborrecer y desear por igual a la mujer que tengo frente a mí y, aunque no le grito a la cara todo lo negativo que opino de ella, noto como, involuntariamente, mi polla se va llenando de sangre ante su presencia y de nuevo el raciocinio se me empieza a nublar con el lujurioso aroma de su cuerpo.
—¡Vale! Pensemos por un momento que decido fiarme de ti. ¿Cómo sé que lo qué me estás contando es cierto? Hay cosas que no me terminan de cuadrar —Hago un pausa y buscando su mirada le pregunto —. ¿No es un bastante poco ortodoxo que una policía se acueste con un preso para sonsacarle información?
—No es habitual, pero los infiltrados tenemos que hacer “lo que sea” con tal de no destapar el operativo, sé de compañeros que se han tenido que drogar cuando han estado con traficantes y algunos han tenido que pegar una paliza que otra, cuando lo han hecho en banda de neo-nazis… Lo mío era inapropiado, puede que hasta poco ético, pero ten seguro que no era delito…
—Inapropiado y bastante surrealista —Sentencio, reafirmando mi más que visible desconcierto.
—Creo que “esto nuestro” nos ha dado a ambos demasiado fuerte y los dos hemos hecho demasiadas locuras.
—¡Qué me lo digan a mí!, que estaba viviendo una vida de ensueño en Venezuela y, visto lo visto, me parece que voy a tardar una buena temporada en salir de aquí—Aunque hay cierta sorna en mis palabras no puedo ocultar mi amargura.
—Sí, tendrás que estar en la prisión de Republica de Soto, pero no por el tan largo tiempo que supones.
—¿Qué coño quieres decir?
—Que la fiscalía y el juez tienen otros planes para ti.
—Como no te expliques…
—¿Qué tiempo tardé en llamarte?
—Si el paquete tardaba como mucho quince días, como mínimo otros quinces días más.
—¿Y qué crees que estuve haciendo hasta entonces?
—No sé, ¡arranca ya de una puñetera vez! —Respondo groseramente, pues me estoy comenzando a cansar de tanta intriga como se trae entre manos.
—El ministerio de Interior sabía desde hace un año que no estabas muerto, un tal Doctor Baena vino en busca de protección policial para su familia, por lo visto debía dinero a las mafias chinas y entre los muchos pecados que contó, se dejó caer con lo de tu fue participe de tu deformación.
«Intentamos seguir tu rastro, pero este se perdía cuando abandonabas la clínica. Mis superiores pensaron que, en el caso hipotético de comunicarte con alguien, lo harías conmigo. Así, que se le puso vigilancia al piso franco en el que yo vivía mientras estuve infiltrada. Cuando llegó el teléfono de prepago que me enviaste se fue preparando todos los pormenores de tu detención…
»Una vez estuvo todo cronometrado, se me ordenó que te llamara. Aunque desconocíamos cual podía ser tu nombre, si teníamos bastantes indicios sobre tu aspecto. Podíamos haber montado un operativo para detenerte nada más entraras en suelo español, pero mis superiores aceptaron mi sugerencia de que si queríamos contar con tu colaboración a posteriori, deberíamos hacerlo todo de forma más discreta y movernos al son que tú nos fueras marcando.
»Nada más supimos el hotel, se preparó el operativo para una vez yo lo considerara oportuno fueran a detenerte a la habitación…
—Y eso pasaba por terminar de echar el polvo conmigo, ¿no?
—Sí —Por unos segundos su voz suena apagada, como si se avergonzara, pero rápidamente cambia su actitud y se yergue en el sillón, para terminar clavando agresivamente sus ojos en mí.
No me dejo intimidar y sigo conversando con ella haciendo alarde de toda la chulería que soy capaz:
—La cierto es que hay que tener muchos cojones para hacer lo que hiciste, ¿cómo pudiste disfrutar conmigo sabiendo que más tarde me detendrías?
—Sí te callaras y me dejaras terminar —Me recrimina de forma gélida, dando a entender que mi comportamiento la tiene un poco hastiada. Se levanta del lado de la mesa y se sienta en la silla que tengo frente de mí, adoptando una pose de poli malo.
Ante su cambio de actitud y, no de muy buen grado, guardo silencio en espera de su explicación.
—Si se movió todo tan meticulosamente no fue por meterte entre rejas, fue por la información que todavía guardas sobre tus antiguos socios de partido…
—Pero si me dijeron que no eran pruebas fehacientes, que era todo meramente circunstancial y que no servía para nada— No puedo reprimir mi enfado y mi respuesta está repleta de cierta cólera.
—¡Eso era antes! —Su voz suena llena de energía, como la de un comercial que sabe que ha conseguido venderte su producto— Tu partido ya no está en el gobierno ahora está en la oposición. Es el turno de los “otros” y fiel a la maniobra política que yo llamo el ventilador…
—¿El ventilador? ¿Qué carajo es eso? —La interrumpo de muy malas ganas y con la única intención de dejarle claro que su palabrería no me ha seducido del todo.
Mi cortante respuesta hace que se quede dubitativa unos segundos, tengo la sensación de que está tentada por dejar de comportarse como mi amante, hacer gala al uniforme que lleva puesto y tratarme como el delincuente que cree que soy.
Sin embargo, parece que tuviera un plan trazado de antemano, por lo que obvia mi actitud y se limita a contestar a mi pregunta para no salirse de lo que trae establecido.
—El ventilador es una táctica que consiste en airear la mierda de los demás para que la tuya no se vea—Sonríe levemente como la que ha hecho una gracia y prosigue con su perorata—. Tenemos orden de sacar todo lo que podamos de tus archivos, de tus grabaciones y demás. Haremos una discreta filtración a la prensa de lo que nos interese, y antes de que los miembros de tu partido sean llamados a declarar, la opinión pública los habrá considerado culpables, con lo que el partido de la oposición estará más pendiente de limpiar su imagen de cara a la galería, que en la de ensuciar la reputación de los miembros del gobierno actual.
—¡Me parece estupendo! —Respondo con cierto sarcasmo— ¿Pero qué gano yo en todo esto?
—Una reducción de condena bastante notable, ya te lo dirá formalmente el fiscal jefe, y unos privilegios durante tu tiempo en prisión, equiparables a los presos políticos.
Lo que Ada me cuenta sobre mi futuro tiene muy, pero que muy buena pinta, pero como soy de naturaleza desconfiada, he llegado a la conclusión de que no me lo está contado todo y, que fiel a la naturaleza negociadora de la raza humana, me oculta algo.
—¡Y el bote de la lotería primitiva ha caído en la prisión de Republica de Soto! —El retintín que inculco a mi voz, hace que el gesto de mi “chica” se frunza.
—¿Qué coño te pasa ahora? No creo que estés en situación de presentar ninguna exigencia, máxime con la excelente propuesta que te ofrecen.
—Que no me fío ni un pelo de lo que me estas contando. Te recuerdo que durante un tiempo fui el icono de la corrupción política en este país, ¿ya no importa nada todo lo que prevariqué? ¿Ni el dinero que desfalqué? Me da la sensación que se la tengo que chupar a alguien con una polla bien grande y gorda.
—No, no se la tienes que chupar a nadie —Me sonríe maliciosamente y prosigue tranquilamente con su pequeño discurso —. Simplemente tendrás que devolver todo el dinero que te llevaste a los paraísos fiscales y en cuanto a lo de tu nueva identidad. Solo algunos de mis superiores, el fiscal del caso y el juez conocen quien eres realmente, para el resto eres el “testigo X”.
Aunque no me hace ninguna gracia devolver “mi dinero” (ya me buscaré alguna argucia para no entregarlo en su totalidad), lo de una identidad a estrenar me parece, junto con Ada, lo mejor que me ha pasado últimamente. Borrón y cuenta nueva no es algo que le ofrezcan a uno todos los días. Haciendo alarde de ese don de gente y ese saber estar tan intrínsecos en mí, me dirijo a la espectacular mujer que tengo sentada frente a mí.
—No me parece mal del todo, pero me gustaría pedir algo más.
—¿Algo más? ¿Qué?
—Todos los vis a vis que sean posible con la inspectora del caso.
Ada me mira con cierto desprecio, frunce el ceño y con cierta picardía me dice.
—No sé, no sé… con todo lo cabrón que has sido conmigo, no sé porque debería concederte ese privilegio.
—¿Quizás porque te guste tanto el buen sexo como a mí?
—Sí, pero no te creas que eres el masca. He tenido hombres que me lo han hecho muchísimo mejor que tú.
—¿A que es debido entonces tu fijación conmigo?
—Pues quizás a que estás tan encoñadito que sé que puedo hacer contigo lo que quiera, cuando quiera y como quiera. Es más, si se me antojara echar un polvo aquí y ahora, serías incapaz de negarte.
Sopesar por un momento que, al igual que en otras ocasiones, se pase el reglamento por el arco del triunfo y sea capaz de tener sexo en esta sala de interrogatorios, consigue que la tienda de campaña de mi entrepierna se levante del todo. Ella se percata de ello y me reprende con una sonrisa picarona.
—¡Qué guarro eres, solo de pensarlo te empalmas!
—Como una mala bestia, pero a ti te faltan segundos para estar mojada como una perra…
Se levanta de su asiento y se sienta, cruzando las piernas, en el trozo de mesa que queda libre junto a mí. Los uniformes de la policía femenina española están lejos de ser sexualmente atractivos para mí y sus curvas están tan ocultas bajo la negra tela, que le da un aspecto que roza lo masculino. Sin embargo, su presencia despierta los más libidinosos deseos en mí y el deseo por hacerla mía me embarga de una manera que, tras descubrir la sucia jugarreta que me ha estado haciendo, no creía ya que fuera posible.
Instintivamente llevo la mano que tengo libre a su muslo izquierdo y me parece notar como se estremece al sentir el contacto de mis dedos sobre su cuerpo. La miro, ha cerrado los ojos, cabecea levemente y se deja mecer por el placer durante unos segundos. Tras los cuales, sin motivo aparente, su talante se torna más huraño y me hace un desagradable gesto para que deje de acariciarla.
Me gustaría sentirme dueño de la situación, pero nada más lejos de la realidad, pues no solo me encuentro encadenado a la mesa, sino que, por mucho que lo quiera negar, ella es la autoridad y yo solo un preso. Un preso que no sabe a qué atenerse ante sus constantes cambios de humor. Cuando creo encontrar la mujer de la que me encapriché, una leona se asoma tras sus ojos y me muestra todo el resentimiento que me tiene guardado por haberla engañado con mi supuesta muerte.
Inexplicablemente, la tensión sexual entre los dos empieza a crecer de un modo sublime. Durante unos instantes nuestros ojos recorren el cuerpo del otro. Sin darme tiempo a reaccionar me da un asfixiante beso en la boca. Al principio, me niego a responderle, pero mi raciocinio se rinde irremediablemente a mis deseos y mi lengua comienza a bailar con la suya de un modo frenético. Por un momento me olvido de todo lo que me rodea y me entrego por completo a mis impulsos. Llevo la mano libre a uno de sus pechos, pero ella, tras rechazar mis caricias de nuevo, detiene el beso de un modo cortante y se sitúa frente a mí, mirándome de un modo autoritario.
—¿Tienes idea de lo mal que lo he pasado durante estos tres años? Primero, porque creí que estabas muerto y más tarde, porque creí que pasabas de mí…
—Tú sabes que no es así… —Digo con una voz casi apagada e intentando justificar mi proceder con ella.
—¿Estás seguro de eso? No has dicho una verdad completa en toda tu vida, ¿por qué ibas a empezar hoy?
Sus palabras me duelen y la herida de su traición se reabre. Estoy tentado de replicarle algo, pero no sé porque tengo la sensación de que ella no me va a dejar hacerlo. Con el gesto fruncido y los labios apretados, las palabras que salen de su boca se transforman en un reproche absoluto.
—Mientras yo te guardaba luto, tú disfrutabas de la vida en Venezuela. Me costó un mundo volver a estar con un hombre en la cama, te echaba tanto de menos que cualquier caricia, cualquier roce intimo me recordaba a ti —Hay tanta inquina en sus palabras que su voz parece que se va a quebrar por momentos —. ¿Sabes lo que llegué hacer para convencerme de que no faltaba a tu memoria yéndome con otros hombres?
Toda la retórica que me suelta me parece excesiva, así que para no cabrearla aún más, pongo cara de circunstancia, como si la respuesta me importara realmente.
—Podrá parecer una gilipollez, pero creí que si no practicaba el sexo anal con otro hombre no traicionaría tu recuerdo… No es que pueda parecer una gilipollez, ¡es que fue una completa gilipollez! —Al decir esto los ojos parecen querer salírsele de las cuencas, su rostro se contrae en una deforme mueca y grita bastante enfadada.
Si segundos antes, la posibilidad de tener sexo con ella me llegó excitar, conforme aumenta sus muestras de despecho hacía mí, peor idea me parece. Tengo claro que se sigue sintiendo atraída por mí y que soy alguien muy especial para ella. Sin embargo, al verla echándome las cosas en cara con tanta indignación, no puedo evitar que se me haga un nudo en el estómago y considere que la peor idea que he tenido jamás ha sido la de volver a España.
Ella se da cuenta que ha llegado a intimidarme un poco, por lo que me tensa más la cuerda y, adoptando una pose marcial, me sigue recitando el beligerante discurso que me tenía reservado.
—De todas maneras, todo lo recatada que fui cuando te creí muerto, se volvió en desmadre cuando el año pasado mis superiores me comunicaron que seguías vivo en algún lugar y suplantando la identidad de otra persona —Hace una pausa, sonríe maliciosamente y prosigue con cierta sorna —Una preguntita, ¿cómo se lleva lo de tener la cara de un asesino en serie?
—¿Llegasteis a descubrir que Bonifacio era el carnicero de China Town? —Aunque pretendo que no se note demasiado, mi sorpresa es tal que no puedo disimularla.
—Tres años de investigación dan para mucho y, no todo eran tinieblas en el caso del Carnicero de ChinaTown, había algunas luces que fueron suficiente para descubrir tu engaño. Una vez la brigada criminalista consiguió conectar una de las víctimas con el camionero, todo empezó a cuadrar y fue, gracias a la actriz que contratasteis para que fingiera ser tu novia, como pudimos saber que Bonifacio Robles había escapado del país con una identidad falsa. Por aquel entonces, todavía desconocíamos que eras tú quien se escondía bajo su nombre.
—¿Qué fue lo que os contó la Katte Moss de Vallecas?
Fija sus ojos en mí de un modo desafiante, como si hubiera dicho algo inapropiado, como si considerara que burlarme de aquella histriónica drogadicta fuera algo políticamente incorrecto. Aprieto los labios y cabeceo ligeramente, dándole a entender que sé que puede que me haya pasado un poco. Por lo que se limita a contestar mi pregunta, aunque con una desgana más que evidente.
—¿Qué me iba contar? La pobre era consciente de que había hecho algo mal, pero ignoraba que hubiera dejado a escapar a un criminal. Otra víctima colateral de tu elaborado plan… Por cierto, ¡aquí las preguntas las hago yo! —Me vuelve a clavar una mirada inquisidora y carga con cierta intensidad sus palabras —Contéstame, ¿qué se siente al mirarse al espejo y ver a un puto asesino en serie?
—No lo supe hasta que ya me había habituado a verme en el espejo y entonces lo consideré un mal menor.
—¡Siempre tan pragmático! No sabes cuantas veces he deseado tenerte delante y poder gritarte a la cara lo mucho que te desprecio.
Empiezo a estar harto de su actitud, quien debería estar cabreado sería yo y no ella. Así que adopto una pose chulesca y le replico:
—Pues no lo has dejado bien claro, porque lo primero que hicimos fue echar un soberano polvo. Creo que no se me quedó ninguno de tus agujeros por probar.
Me mira con cara de asco, como si se compadeciera de mí. Algo que todavía me irrita más. Estoy tentando de llamarle la atención, cuando ella vuelva a tomar las riendas de la situación y, bastante encolerizada, me replica:
—Estás tan encantado de conocerte que no te enteras de nada. Que disfrute follando contigo no quiere decir que tengas algún poder sobre mí. Si alguna vez tuviste el más mínimo, este desapareció el día que supe que no confiabas en mí lo suficiente, para no contarme ningún detalle de tu fuga. ¿Eso quiere decir que no vamos a volver a tener sexo? No, ni mucho menos. Eso significa que Mónica se ha marchado de tu cama y que en ella entrara Ada. Ada que ha follado como una loca con todo aquel que se le ha puesto delante cuando supo que estabas vivo. He estado con gente más joven, con mucho más aguante en la cama que tú… Tíos que la tenían mucho más grande y más gorda que tú… He estado hasta con un negro e incluso he practicado la doble penetración. He disfrutado del sexo todo lo que he podido y más.
Oír toda aquella descarada retahíla hace que me enerve. Imaginarla en la cama con otros, comportándose como la zorra que me está demostrando ser, hace que un sentimiento parecido a los celos atenace mi pecho. De nuevo las palabras vuelven a morir en mi boca, pues antes de que pueda decir nada, ella prosigue con su soliloquio. Su voz, progresivamente, va aumentando de volumen, como si con ella quisiera dejar claro quién manda entre estas cuatro paredes.
—¡No pongas esa cara! ¿Qué pensabas que mientras tú te pegabas la buena vida, yo me iba a meter a monja de clausura? He follado todo lo que me ha dado la gana —Por un momento guarda silencio y se queda pensativa —Pero soy tan idiota que ni por eso he podido olvidarte…
Durante unos segundos el silencio se hace entre los dos, estoy muy cabreado con ella, pero no creo que ella lo esté menos conmigo. Sé que mi situación es complicada, que mi futuro depende al cien por cien de ella, que toda la pantomima judicial se ha montado , ha sido por las fuertes injerencias del cuerpo policial en el caso (concretamente de ella). Sin embargo, no puedo reprimir mi ira y, a pesar de que sé que me puede costar caro, no le digo que ella no se ha ido de mi pensamiento en ningún momento, que es lo que ella espera.
Mi silencio la perturba, no sé qué endemoniada fibra muevo en su interior que se levanta bastante enfurruñada, se lleva la mano al cinturón, coge las esposas reglamentarias y, antes de que me pueda dar cuenta, encadena la mano que tengo libre a la otra barra de la mesa. Incapaz de decir nada, observo absorto a la mujer que tengo frente a mí, quien adopta una pose tan sensual como beligerante.
Ella se agacha ante mí y me comienza a desabrochar el pantalón. La situación me sobrepasa tanto que soy incapaz de decir nada coherente y permanezco en silencio. Mi raciocinio se niega a tener sexo con la mujer que me ha traicionado de un modo tan ruin, sin embargo mi polla, como si fuera un ente independiente, comienza a tomar vida al sentir el roce de sus dedos. Aunque no me puedo quitar de la cabeza el hecho de que otros tíos han disfrutado de su cuerpo, cuando sus dedos desnudan mi verga de la ropa interior, esta se encuentra erecta en todo su esplendor.
—Tu cara dice que no quieres follar con una tía tan puta como yo, pero tu polla dice otra cosa —Una vez dicho esto se mete mi virilidad en su boca y comienza a hacerme la mejor de las mamadas.
Sus labios se apoderan de mi glande y lo succionan con fuerza durante unos segundos, para pasar su lengüita por los pliegues de mi prepucio de un modo que consigue sacarme un prolongado bufido.
De nuevo mi voluntad se hace pequeña ante su demostración de su poder sobre mí y su desvergüenza hace que quede mudo. Nunca la había visto comportarse de un modo tan obsceno, nunca la había visto tan puta. Ignoro qué maldita circunstancia hace que su proceder me excite de un modo bestial. Rendido al placer como estoy, hago el amago de querer guiar su cabeza en el pequeño viaje hasta mi pelvis y entonces la realidad me vuelve a recordar que estoy esposado a la mesa, que quien lleva las riendas de todo es Ada, que yo soy simplemente un mero comparsa en este humillante acto sexual.
Mi mente se debate entre gritar que me deje tranquilo o sumirse al increíble placer que me proporciona su caliente boca. Parte de mí se siente ultrajado, otra parte de mí se siente dichoso al notar como sus labios envuelven mi virilidad y se la traga por completo, empapándola con su ardiente saliva. Estoy tentado de pegarle una patada y apartarla de mí, pero la lujuria pesa más y me meto por completo en mi rol de sumiso.
Seguramente porque presiente que de seguir a ese ritmo me voy a vaciar en su boca, me da un beso en el capullo y se levanta.
Intento mirarla desafiante, pero soy menos creíble que un corderillo enfrentándose a un lobo. Por primera vez en mi vida siento que alguien puede hacer conmigo lo que se le antoje, aunque no puedo dejar de verla como la fulana que es, aunque no puedo apartar de mi mente lo falsa que ha sido todo el tiempo conmigo, la simple idea de penetrarla hace que la bestia de mi entrepierna vibre de emoción.
No sé hasta qué punto todo esto es un teatro o es una venganza, de lo que estoy seguro es que ambos lo estamos disfrutando. Yo porque sentirme esclavo de alguien es una sensación completamente nueva, ella porque por fin me muestra la mujer dura y fuerte que ha sido siempre.
Los acontecimientos me dejan claro que todo lo que está sucediendo sigue las pautas establecidas y no hay nada espontaneo en los actos de Ada. Saca un preservativo de su monedero y me lo coloca, mientras nuestros ojos tienen un silencioso duelo por demostrar de los dos es el que manda. Un duelo que pierdo en el minuto cero.
Una vez comprueba que tengo bien colocado el condón, se baja el pantalón y las bragas lo justo para dejar su raja al descubierto, se sienta sobre mi nabo y, una vez lo encaja hábilmente en su caliente cueva, comienza a cabalgarme estrepitosamente. Fijo mi mirada en su rostro y en este se dejan ver todos los matices de la lujuria.
Pese a que estoy empalmado a más no poder y el placer que las paredes de su coño frotándose contra mi virilidad es de lo mejor que he sentido en mucho tiempo, no me siento del todo cómodo. Su trotar sobre mi pelvis es una especie de humillación para mí, pues en ningún momento me ha pedido su parecer, simplemente se ha limitado a hacer uso de mi cuerpo como si fuera algo de su propiedad. Me siento ninguneado, un objeto de usar y tirar, pero, paradójicamente, estoy disfrutando de ello como un enano.
Salta sobre mí buscando solo su placer, sin importarle lo más mínimo mis deseos. Por unos momentos me siento esclavo de la situación, un pelele en las manos de una guarra salida que solo busca su satisfacción, mientras pisotea mi orgullo de la peor manera.
Recorro minuciosamente con la mirada su rostro y unos leves espasmos me dejan claro que está alcanzado el orgasmo. Descansa unos segundos y vuelve a reanudar su cabalgar, con lo que me queda claro que no ha quedado saciada. Como una perra en celo se agarra a mis hombros y comienza a moverse de un modo más frenético, si cabe.
Nuestras respiraciones entrecortadas y el chop chop de su sexo aplastando al mío en cada rebote, es lo único que se escucha en este cuartucho. Ni «¡Un cariño qué bien lo haces!», ni siquiera un «¡Sigue, sigue, so puta!» que tanto nos gusta intercambiar. Ella se ha adueñado de mi voluntad de tal manera, que permanezco callado temiendo una reprimenda de su parte en cualquier momento.
Unos segundos más tarde siento como eyaculo de un modo bestial. Ella, haciendo caso omiso de mis jadeos, prosigue en su paseo en busca del clímax, trayéndosela al pairo mi negativa a querer seguir estando en su interior. A cada “basta” que musito ella aumenta el ritmo de sus caderas, a cada “para” que sale de mi boca, su gozo parece mayor.
No le importa que mi virilidad vaya derrumbándose, egoístamente solo le interesa disfrutar del momento. Un momento que para mí se está volviendo eterno, pues conforme más se prolonga, mayor es la sensación que tengo de estar siendo violado. El placer vuelve a azotar su rostro, esta vez detiene su cuerpo, se abraza a mí con cierta ternura y esconde su cabeza entre mis hombros.
Me debato entre empujarla para quitármela de encima y buscar sus labios para sellar este magnífico polvo con un beso. Opto por dejar que sea ella la que toma la iniciativa. Se incorpora levemente, busca mis labios y yo le respondo sumisamente. Nuestras lenguas no tardan en enredarse en una danza a veces sosegada, a veces frenética.
No llego a comprender el enorme influjo que esta mujer ha llegado a ejercer sobre mí, consiguiendo que mis pensamientos y mis actos sean completamente contradictorios. Hace escasos segundos, su persistencia por dominarme, por hacerse dueña de la situación, había despertado en mí la mayor de los enojos y ahora, mientras nuestras salivas se entremezclan, llego a la conclusión que jamás estaré en otro sitio mejor que junto y dentro de ella.
Separa sus labios de los míos, se levanta y se recompone la ropa, como si allí no hubiera pasado nada. Mientras procede a quitarme sus esposas, le lanzó una pregunta incisiva:
—¿A qué ha venido eso? Casi me has violado.
Me sonríe por debajo del labio y me responde sarcásticamente.
—¡Ya será menos, que pocas veces te la he visto tan dura!
—Tengo que reconocer que me has puesto muy cachondo, pero también me ha desagradado la forma tan fría que has tenido de comportarte.
— Sé que lo que menos te gusta es perder el control y he sentido como sufrías por no poder detenerme. Era lo mínimo que podía hacerte después de los tres años que me has hecho pasar con tu actitud egoísta. Creo que el pago ha sido justo.
—¿Qué hubieras hecho si te hubiera contado mi plan?
—¿Acaso lo dudas? ¡Marcharme contigo!
Comprobar que con que no abrirme por completo a ella lo que he conseguido es que entre los dos se levante un muro de desconfianza, me deja perplejo.
—¿No te lo esperabas?
—No, la verdad es que no. Lo que es una pena… porque con mi actitud te he perdido.
—¿Quién te ha dicho que me has perdido? Estoy tan prendada de ti como tú de mí, ha sido algo mutuo desde el momento en que nos conocimos.
—Entonces…
—Estoy resentida contigo, sí, sé que hasta que tú no confíes plenamente en mí, yo no lo podré hacer de ti. Pero sé que el hombre de mi vida eres tú…
—Igual que tú eres la mujer de mi vida…
Nos miramos y sonreímos como dos tontos, quedan muchas cosas que aclarar, sé que nuestra vida a partir de ahora no va a ser un sendero de rosas, que ella tendrá problemas con sus superiores por seguir con nuestra relación, que yo tendré que pasar un tiempo en la cárcel. Sin embargo, tengo la certeza que hacer ese camino los dos juntos, lo hará más llevadero.
Epílogo
Tres meses más tarde
Hoy es mi último día en este presidio y no se puede decir que lo vaya a echar de menos. El fiscal general anticorrupción quería que estuviera un año más en República del Soto. No le ha terminado de convencer el montante de mis cuentas en los paraísos fiscales. Le he ocultado los diez millones que tenía reservado para imprevistos y los que le di a Augusto. No sé cómo han conseguido toda esa información de mis finanzas, pero parecían tener controlado todo al céntimo.
Como sabía que con la información que les había dado no podía optar a más reducción de la condena, jugué mi última carta: tres corruptelas más en las que estaban implicados miembros de la cúpula madrileña de la Gaviota liberal. Al principio no me querían creer, pero tras los oportunos registros, el juez dictaminó prisión sin fianza para los implicados y rebajó mi condena a solo tres meses.
Mis últimos días en prisión han sido todo un gustazo saber que algunos de los que me dieron la espalda cuando me pillaron, pasarían por el mismo calvario que yo.
Ada ha podido mover los hilos pertinentes para que Torrente Granados, Nacho Dalton, su hermano Pablo y el marqués de Aguirreano fueran destinados al módulo en el que yo estoy. Ver, en las horas de patio que hemos compartido, la incertidumbre por el qué pasará mañana con ellos pintada en su rostro, ha sido la mejor de las satisfacciones. Una sensación doblemente placentera, pues ellos ignoran quien se esconde tras este nuevo rostro, que se ha mostrado ante ellos como un amigo.
Le firmo los papeles pertinentes al funcionario de turno y este me entrega mis objetos personales. En la sala de espera, está Ada, para ella han sido muy duro los últimos meses. Lo peor ha sido la disyuntiva de tener que optar entre su profesión o una vida conmigo. Afortunadamente para mí, ha elegido lo segundo.
Mientras nos besamos como dos quinceañeros enamorados, no puedo evitar pensar lo que cambió mi vida seguir aquel impulso en el Gaviota. No sé de haber reprimido aquel instinto dónde y cómo estaría ahora, lo que si tengo claro es que no me sentiría deseado y (porque no decirlo) querido por la que, para mí, es la mujer más guapa del mundo y la que me dará, de un modo u otro, la felicidad.