Me trago hasta la última gota, me encanta sentirme bien puta
Casi siempre, te corres en el auto. En mi boca. Me trago hasta la última gota, y es caliente y rico y me hace sentir un poco puta. Y me encanta. Casi siempre estamos escondidos, perdidos en algún camino, o en la carretera y yo me toco mientras me miras y tengo dos o tres orgasmos, porque tú mandas y me dices que siga, que no me calle, que acabe de nuevo.
Y esta vez estamos solos.
Vas a cumplir mi fantasía.
Me tiembla el cuerpo completo. Estoy de rodillas, esperando. Los ojos vendados. La boca entreabierta. Esa mini escocesa que te gusta y pantys negras, de encaje, hasta los muslos. Estoy mojada y tú todavía ni llegas.
Quiero tocarme, pero fuiste claro. Hoy, las instrucciones las das tú.
Escucho cómo abres la puerta y la cierras con llave. Te acercas y me tomas del pelo mientras me besas. Fuerte. Siento tu pecho desnudo tocar el mío. Mi respiración se acelera. Te pones de pie.
– ¿Cómo te quiero primero? – preguntas al aire.
Sé que es retórico, respiro profundo mientras espero instrucciones.
Siento cómo acercas tu pene a mi boca y lo alejas. Quiero. Quiero chupártelo. Sentir cómo se pone más duro mientras le paso la lengua, y juego con tus bolas, y me lo metes hasta el fondo, hasta que ya no puedo más. Quiero sentir cómo te corres y tragármelo y mirarte después con cara de satisfacción. Pero no me dejas.
– Todavía no, golosa – me dices.
Estoy frustrada. Me tomas de las manos y me acuestas en la cama, boca arriba. Me amarras las manos a la cabecera. Me separas las piernas y las amarras también, una a cada lado. La falda no cubre nada así. Siento que me empiezas a besar, desde la punta de los pies. Subes por una pierna primero, hasta llegar a mi clítoris. Me tocas un segundo, solo para sentir lo mojada que estoy, y vuelves a empezar con la otra pierna. Es una tortura.
– ¿Qué te gustaría? – preguntas, como si no supieras.
– Quiero que me la chupes – respondo.
Me vuelves a tocar. Me metes un dedo, después dos, y me empiezo a mover porque necesito sentirte dentro, más dentro.
Y paras.
Llevas tus dedos a mi boca y los chupo con ganas. Tienen mi sabor. Me encanta.
Empiezas a besarme las tetas. Despacio, primero. Pasas la lengua en círculos por mis pezones. Y después me muerdes. Lo suficiente para que me duela un poco, para que trate de alejarme aunque en realidad no quiero – ni puedo. Te detienes un segundo y vuelves a empezar. Me estás volviendo loca.
Siento cómo sueltas las amarras.
Me quitas la venda de los ojos.
Te miro y me quiero lanzar sobre ti. Estás duro y mojado. Y caliente. Amo ponerte así.
– Arrodíllate – dices.
Hago lo que me pides. Acercas tu pene a mi boca y esta vez me dejas chuparlo. Se siente tan rico. Paso la lengua de arriba a abajo y te miro. Tienes los ojos cerrados. Respiras rápido. Te beso desde la punta hasta las bolas, me las meto en la boca, y juego. Te toco. Te vuelvo a meter completo en mi boca, hasta que te siento tocando mi garganta. Quiero que te corras. Sé que falta poco. Pero no me dejas seguir.
– Date vuelta – me mandas. Eres bueno para dar órdenes. Y me encanta obedecerlas.
Me doy vuelta y me vuelves a amarrar las manos pero las piernas las dejas sueltas. Me quieres en cuatro, lo sé. Quieres mirar mi culo. Y follarlo también.
Siento una nalgada que no esperaba. Y de nuevo, otra. Me duele un poco. Me gusta demasiado. Estoy apoyada en mis rodillas, me separas las piernas todo lo que puedes. Siento tu lengua recorrer desde mi clítoris hasta atrás y volver a empezar hasta que me tiemblan las piernas. Siento cómo acercas tu pene. Cómo jugueteas un poco. Y me lo metes, fuerte, rápido, varias veces, mientras me tomas del pelo. Cuando estoy a punto de correrme, lo sacas.
Mi frustración es máxima.
– Por favor – es todo lo que puedo decir – por favor.
– Shh – respondes – tú sabes lo que quiero.
Lo sé. Me da un poco de miedo, porque quiero que me guste. Necesito acabar.
– Tú sabes quién manda – te digo – haz lo que quieras. Mi cuerpo es tuyo.
Sueltas las amarras de mis manos. Siento cómo te apoyas un momento en la entrada de mi culo. Te afirmas de mis caderas. Lo metes de a poco. Está tan apretado y tan caliente que me primer orgasmo llega en seguida. Me corro tan rico que no quiero parar nunca. Tú sigues adentro mío, cada vez más adentro, y yo me toco mientras me lo metes. No doy más. Me llevas al límite. Cuando estoy a punto de correrme otra vez, me agarras del pelo y te corres conmigo. Adentro. Es intenso y mágico y no quiero que nos separemos nunca.
– Fue una buena primera vez – me dices con esa sonrisa que me mata.
– La mejor – te respondo.
Y nos quedamos dormidos, abrazados, hasta el otro día.
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