Me voy a confesar y me termino follando a un cura
Desde muy pequeña mis padres me han intentado educar bajo la doctrina cristiana pero no con muy buen resultado que digamos. En ocasiones alcanzaban unos extremos un tanto agobiantes como el tener que rezar antes de dormir, dar las gracias a Dios por habernos levantado, y hasta bendecir la mesa si salíamos a tomar unas tapas al bar de enfrente.
Pero lo peor no solo era eso, sino que una vez por semana tenía que ir a confesarme con el padre Damián. Mi madre decía que era algo necesario, ya que al ser una adolescente me pasaba pecando las 24 horas del día y razón no le faltaba; pero de ahí a tener que ir todos los jueves a contarle mis intimidades a un hombre mayor había una gran diferencia.
Mi madre pensaba que yo no lo sabía pero un día cuando cogí el teléfono con intención de llamar a mi amiga Sonia lo descubrí todo. Una vez que yo había llegado a casa después de confesarme, mi madre llamaba al padre Damián para saber si verdaderamente había ido a confesarme o si incluso había pecado mucho.
El cura, obviamente, no podía contarlo todo más que nada porque quedaba bajo el secreto de confesión, pero si dejaba caer un poco por qué camino iban mis pecados.
Como otro jueves cualquiera llegué a la Iglesia y tras sentarme en el confesionario comencé a contarle algunos pecados menores al padre Damián; como que siempre me la pasaba diciendo palabrotas, metiéndome con mi hermano o enfadada con mis padres, pero cansada de contarle siempre lo mismo, decidí hacer uso de mi inspiración y hacer alarde de mis fantasías sexuales.
No quise asustarlo de primeras por lo que le dije que en algunas ocasiones solía masturbarme, y si no lo hacía viendo porno era grabándome mientras me tocaba, porque el simple hecho de saber que una cámara estaba captando como mis dedos se iban introduciendo muy lentamente en mi vagina y que luego alguien pudiese verlo y disfrutar igual que yo me excitaba de una manera impresionante.
El padre Damián tras escucharlo emitió una tos seca y cortarte para que parase, pero desesperada alegué que si había ido a confesarme era porque llevaba una semana inmersa en el más profundo pecado de la carne; masturbándome pensando en hombres…mujeres y que incluso había empezado a introducirme ciertos objetos con forma de falo por mi ano todavía virgen.
Desde hacía un rato el padre Damián parecía haber empezado un voto de silencio, incluso llegué a pensar que me había sumergido tanto en mi historia que no me había dado cuenta de que se podría haber marchado ofendido por mis delitos carnales, por lo decidí mirar dentro del confesionario y salir de dudas. Tras levantarme, corrí un poco la cortina y allí estaba el padre Damián, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos en blanco; masturbándose con una mano mientras con la otra sujetaba un rosario dejando pasar entre sus dedos una a una las bolas de cuentas pidiendo perdón por lo que estaba haciendo.
El padre Damián tenía la polla más pequeña que había visto en toda mi vida, no le cabía a penas en la mano, le debía de medir unos 13 cm de largo, se la sujetaba con tres dedos, pero eso sí, se la meneaba a una velocidad impresionante. Mis ojos no podían dejar de seguir el movimiento, hasta tal punto de que mi boca empezó a segregar saliva suplicándome que me la metiese hasta alcanzarme la campanilla o hasta donde alcanzasen esos 13 cm de hipnótica carne erecta.
Fui descorriendo la cortina lentamente, hasta tal punto de que el padre Damián se percató de mi presencia. Al verme se quedó petrificado pero antes de poder articular palabra alguna, se escucharon unos pasos de fondo, por lo que el padre Damián para evitar escándalo alguno; me cogió de la muñeca y me arrastró hacia dentro ocultándome con él en el confesionario.
Caí de rodillas, y acto seguido con su dedo índice sobre sus labios me ordenó guardar silencio. Avocó su cabeza hacia la abertura que creaba el confesionario y la cortina para cerciorarse de la presencia de algún peligro.
Mi cabeza se encontraba sujeta entre sus muslos, tenía su polla a menos de 2 cm de la cara. Cada vez que intentaba escaparme de esa jaula de carne el padre Damián volvía a ejercer presión sobre mí, así que tras varios intentos fallidos por librarme de él, recordé cómo los espías conseguían siempre escapar de sus trampas con una llave maestra, pero en este caso no iba a usar una llave precisamente, sino más bien mi lengua.
Comencé a darle pequeños lametones al cirio pascual del padre Damián, al instante él se retrajo intentando que la cosa no fuese a más después de todo lo que ya había sucedido, pero el instinto junto como mi lengua le jugaron una mala pasada y cometió el error de soltarme, por lo que con cada uno de mis brazos agarre sus piernas e inmovilizándole yo a él comencé a chupársela. El padre Damián presa del placer se quitó el alzacuellos y comenzó a morderlo mientras una parte de su subconsciente mandaba un débil señal a una de sus manos para que me intentase apartar de su miembro, pero al ver que no podía quitarme de entre sus piernas por mucha más fuerza que ejerciese, decidió abrirse la sotana y mientras seguía mordiendo el alzacuellos comenzó a arañarse con la mano restante el pecho en forma de castigo aunque yo sé que eso no lo hacía por flagelarse, sino porque en el fondo le ponía aún más cachondo.
Para nuestra sorpresa, cuando nos encontrábamos en el punto más álgido, se escucharon dos toques provenientes del otro lado del confesionario acompañado de un »Ave maría purísima», tanto él como yo paramos al instante e intentamos hacer como si no hubiese nadie en esos tres metros cuadrados de madera, pero la señora que había al otro lado no era tanto como nosotros pensamos y dijo »venga padre, no se haga de rogar, le he oído rezar hace un momento» y a la vieja no le faltaba razón, lo había escuchado rezar pero no por devoción sino más bien para librarse del demonio que le había hecho prisionero.
El padre Damián no encontró otra solución que abrir la ventanilla y responder como lo hizo conmigo en su momento, pero en este caso no creo que la cosa fuese a acabar igual. Por lo que mientras esa mujer buscaba penitencia por sus pecados cometidos, decidí seguir con mi labor pero ya no con la boca sino más bien con mis manos, esos 13 cm no daban para ambas cosas, era o boca o mano, pero las dos juntas no casaban.
Cuando comencé a hacerle la paja se pudo ver como la voz del padre Damián se empezaba a entrecortar, cosa que fue notada por dicha anciana la cual le preguntó si se encontraba bien. Ante esa situación el padre decidió intentar quitarse a la anciana de encima antes de correrse y de que nos descubriesen pero al darme cuenta de ello, me quite la bragas y se las metí en la boca, provocando que las venas de su polla sobresaliesen aún más debido a la excitación.
Me fui levantando poco a poco sin hacer ruido alguno hasta quedarme de pie frente a él y fue entonces cuando supe que me estaba mirando, me levante aquel vestido de monja que a mi madre le encantaba que usase siempre para ir a la iglesia, y aprovechando la poca visibilidad que había a través de la ventanilla, agarré su polla con mi mano, y sentándome sobre él, me la introduje en la vagina. Comencé a moverme lentamente mientras esa vieja pesada no paraba de contarnos su vida, pero solo de ponerme en situación me excitaba aún más, el padre Damián se quitó el rosario que llevaba en el cuello y pasándolo por detrás de mi espalda, me ató las muñecas y sacándose mis bragas de su boca me las introdujo en la mía.
Una vez lista para la acción, era él el que se empezó a mover como si de la serpiente pecadora se tratase. La mujer cansada de que el padre Damián no le hiciese caso, decidió ver qué ocurría y tras correr la cortina pudo er testigo de cómo el demonio conseguía introducirse hasta el rincón más profundo de la casa de Dios y robarle a uno de sus ángeles.
El padre Damián y yo nos corrimos mientras mirábamos la cara de aquella mujer, fue perfecto. Mi coño se iba llenando de la leche bendita del padre Damián mientras el cuerpo y corazón de esa mujer caían desmayado y sin vida al suelo presa de la situación.
Eliminando así al único testigo de nuestra desdicha, es como si Dios se hubiese apiadado de nuestras almas y nos diese una segunda oportunidad, la cual no desaprovecharíamos para volver a vernos.
Lo mejor de todo no fue sino la alegría que inundó a mí madre tras hablar con el padre Damián por teléfono aquella noche; diciéndole que había sido una chica muy buena, que había conseguido limpiarme todos mis pecados y que no veía el momento para volver a verme el jueves siguiente.