Mi amiga pervertida me pidió que le ayude a cumplir su fantasía
Hola, chicos. Lamento haber estado ausente tanto tiempo, pero estaba un poco desmotivada desde la última vez, por asuntos varios. Estuve viviendo como si fuera una monja durante mucho tiempo… pero por su puesto no lo soy, y eventualmente me aseguré de ello haciendo algo un poco reprochable, pero quizás digno de ser contado aquí.
Una amiga, llamémosle Daniela, finalmente se ganó la confianza suficiente para que yo le hablara de mis… aventuras. Le conté poco a poco de mi época de colegio, mis juegos con mi exnovio, el imprevisto con su hermano, y una versión suave de las cosas que hice después… Al principio simplemente escuchaba «con la boca abierta», sonrojada y un poco incómoda, hasta el punto de que las primeras veces se alejó de mí muchos días antes de volver a hablarme. Pero con el tiempo se fue aflojando, y eventualmente ella ponía el tema con ese esfuerzo casi infantil que hace la gente pàra hablar de algo que le da miedo pero de lo que realmente quiere hablar: un titubeo, una declaración clara y poco pulida, a través de un tono de voz tenso que pretende ser relajado. Y bueno: al escucharme contarle las historias, o a veces repetírselas por petición suya, o porque «olvidé que ya se la había contado», su incomodidad inicial se convirtió poco a poco en un interés no-tan-disimulado que hacía brillar un poco su piel, separar inconscientemente sus labios, expandirse sus pupilas, tragar saliva a intervalos irregulares, y «acomodarse» continuamente el busto y la postura al sentarse para poder seguirme escuchando.
Como era de esperarse, pronto empezó a a hablar de sí misma, de sus pequeñas experiencias… y de sus fantasías. Y yo, disimuladamente, me echaba cada vez más hacia atrás en la mesa en la que nos sentábamos una frente a la otra… cosa que el deseo de hablar de ello desgastara un poco su recato, y hablara de ello más fuerte. Logré un tono de voz más alto que el secreto, pero no lo suficiente. Necesitaba algo más.
Una de sus fantasías era ser manoseada por un hombre apenas-conocido mientras estaba atada y con los ojos vendados. Pero temía demasiado a la incertidumbre. Necesitaba a alguien más vigilándola. Eso era perfecto.
…Perfecto.
Decidí ayudarla. Soy una gran altruista.
Una noche de sábado fuimos a un bar para gente liberal, y, conmigo lejos, pasó poco tiempo antes de que se le acercara un chico bastante guapo. No era solamente que ella tuviera una belleza de chica rica exuberante, con buen cuerpo, un lindo cabello, linda sonrisa, y un busto bastante grande y aún así tan firme como puede ser uno natural… no… era también que yo ya me había puesto de acuerdo con ese chico, sin que ella supiera, para que se le acercara; por su puesto, todo lo que él dijo sobre sí mismo era mentira, pero sirvió para convencerla.
No tuve que hacer mucho. Al cabo de un rato, íbamos camino a un cómodo motel que él propuso. No se dejaba abrazar de él, guardando la distancia mientras se mivía con cierto frenetismo y me miraba con frecuencia como pidiéndome permiso para seguir caminando: un claro pero débil esfuerzo para escapar de una de las pocas veces que había aceptado estar con alguien en la primera cita. Y esta vez iba acompañada; eso seguro era un agravante. Pero a pesar de todo, llegamos. Y yo, desde atrás del chico, no pude hacer más que saludar al conocido recepcionista, y hacerle un gesto sexy pidiéndole discreción.
Estaba claro que yo no participaría. Sólo miraría. Ella y yo lo sabíamos, y yo no pensaba romper mi palabra.
Entramos a la habitación. Mediana, bien iluminada, acogedora, con una bonita cama en sábanas, un sofá grande, y una silla muy cómoda con el espaldar inclinado hacia atrás. Pudimos habermos tomado nuestro tiempo, tomar algo ritualmente para calentarnos, hablar, besar… pero yo preferí ir al grano:
– Muy bien, a lo que vinimos, señor… – Dije diligentemente mientras le vendaba a ella los ojos con un paño.
Ella por su puesto, se sorprendió y por un segundo pareció resistirse, pero luego seguramente el pensamiento de «para qué darle largas si sé muy bien para qué estoy aquí» hizo que rectificara y, a pesar de los nervios y el ahogo superficial, me permitiera ponerle la venda.
– Aquí estará bien… – le dije, guiándola a la silla. – Siéntate y relájate mientras te amarro… – Y añadí para el chico: – ¿No se le hace agua a la boca semejante mamacita, joven?
Él me dedicó una mirada cómplice, mientras veíamos cómo ella no disimulaba que aparte de que mi comentario la tocó, esperaba oír una respuesta. Casi nos reímos, pero evitamos hacerlo, para no causarle alguna inseguridad más allá de lo justo.
Le esposé las manos atrás asegurándome de no maltratarla, y le até los tobillos… no entre sí, sino uno a cada pata; a ella pareció sorprenderle eso, pues al parecer quería estar con las piernas cerradas, pero no dijo nada; especialmente porque le dejé un poco flojo, para que pudiera cerrarlas casi a voluntad. Por lo demás, su hermoso cuerpo, con el pecho más bien en alto, parecía servido para hacer las delicias de ciertos fetichistas.
Dejé pasar algo de tiempo. Sin movernos ni decir nada…
– ¿Yuri? – preguntó tímidamente.
– …¿sí? – respondí con calma diligencia, como un doctor.
– … – no se atrevía a hablar.
– ¿Qué quieres? – Le pregunté.
– … – ella tragó saliva; estaba aterrada… y ansiosa: se agitaba lento con cierta incomodidad mientras respiraba hondamente pero tratando de disimular su gran pecho para que no se notara a través del brasier y la blusa que estaba muy, muy excitada.
– ¿Quieres que te manoseen como a una puta? – le pregunté para sorprenderla; la primera parte, la pregunta que debía haber hecho; la segunda, la tendenciosidad para calentarla aún mas: probablemente no la discutiría racionalmente: no estábamos en el contexto adecuado, y a ella le faltaban fuerzas para tantas palabras; apenas le alcanzaría para una, o menos…
– …s… sí… – respondió con un gesto de exitación y derrota. No pude evitar sonreír triunfante, muy ampliamente, tratando de no emitir ningún sonido que me delatara; me sentí como una persona terrible ganándose una lotería capaz de aliviar eso.
Les hice un gesto entonces, como quien llama a la mesa.
Ellos se acercaron desde la seguridad de la distancia junto a la puerta donde se habían desnudado tras entrar mientras yo la ataba; sin zapatos desde el principio, los cinco hombres adicionales, de complexión física similar a la del chico, fueron inaudibles entrando y permaneciendo cerda de nosotros, y en cierto modo, seguían siéndolo.
No, no la besaron para comenzar.
El primero le mandó la mano derecha a la vulva; sí, buen comienzo. Tras acariciarle el vientre y el monte de Venus, pudo bajar la mano hasta el clítoris, y tras unos segundos de masturbarla a pesar de ella trataba de mentener cerradas las piernas, finalmente pudo ir un poco más allá, gracias a una… conveniente disminución en la fuerza que ella hacía para impedirle bajar… no pensé que fuera a ceder tan pronto… y ví, sorprendida, cómo abría la boca con placer mientras él le metía un dedo, pero no empezaba a moverlo, cosa que ella parecía esperar… entonces lo sacó, ante el gesto de decepción de ella, y se los limpió con su blusa.
– Falta aquí… – dijo el chico a una distancia verosímil, y entonces se acercaron el segundo y el tercero, cada uno por un lado.
El segundo le chupó un seno a través de la ropa, tras cogérselo con ambas manos; ella gimió un poco de placer; sería porque, a mi petición, estaba usando tela ligera y brasier de encaje, de modo que el tacto no se veía tan disminuído… además él no era particularmente delicado sosteniendo algo tan grande y excitante… pero a ella no parecía molestarle esa firmeza en el agarre: se relamía los labios y se estremecía de gusto mientras hacía lo que podía por disimular los gemidos…
– Están tan… – dijo esta vez el chico, a distancia verosímil.
El tercero, tras unos instantes del segundo alejándose que ella interpretaría como el chico incorporándose frente a ella, los cogió ambos y empezó a amasarlos con delicadeza y maestría. Ella dejó escapar un «…sí… ahhh…», mientras él le abría la blusa y volvía a cogérselos…
– ¿Te gusta que te soben los senos? – preguntó el chico a distancia creíble mientras el tercero no dejaba de hacerlo…
– …ah… Sí…
– ¿A cuántos hombres se los has mostrado? – preguntó él.
– …
– ¿Más de cinco? – Yo sabía que sí, y le conté a él para que pudiera preguntarlo.
– …
– Seguro no has estado con uno solo… eres demasiado deliciosa para ser penetrada sólo por uno…
– …hahh… jmmm…
El tercero se hizo a un lado mientras el chico se ponía en mejor posición, y con maestría, frente a todos, abría los ganchos de la espalda y de los tirantes (adecuados para la ocasión, tal como le sugerí a ella), descubriendo entonces frente a todos los mejores melones que he visto en mi vida… Se detuvo, alejó las manos y se hizo a un lado, y le preguntó entonces:
– ¿Cuál es la diferencia entre haberlo hecho con, digamos, siete hombres, uno tras otro en tu vida, y haber estado una sola vez con siete al mismo tiempo?
– …ah… – ella parecía pensárselo… y desear ser tocada otra vez…
– Seguro has tenido esa fantasía de estar con muchos hombres a la vez, ¿no? Todas las mujeres la tienen… no te avergüences… ¿la has tenido?
– … – Su cuerpo parecía estremecerse de deseo, pero nada la tocaba… al parecer, empujada por la ansiedad, respondió: – Sí… hahhh… tócame…
– Lo haré, con una codición…
– … – ella esperaba, atenta.
– Imagina que estás con seis hombres ahora mismo, así, con las tetas al aire; que yo soy sólo uno más; imagina que varios de ellos te han manoseado ya… y que otros todavía no… vas a hablarme en plural, ¿vale?
– Sí…
– Entonces… «dinos» lo que quieres…
– …hah… – Su voz se entrecortaba de deseo, mientras que parecía realmente imaginarlo. Entonces dijo, abriendo las piernas cuanto podía y acvercándose al borde de la silla: – Tóquenme… síganme manoseando como a una puta… hah… por favor…
– Tus deseos son órdenes – dijo el chico, dando paso al cuarto, el quinto y el segundo, uno a un lado y dos al otro.
El cuarto y el quinto se turnaban besándole y chupándole los senos alternativamente, mientras ella asumía que era sólo el chico cambiando; mientras tanto, el segundo le manoseaba otra vez la entrepierna… temí por la verosimilitud, el segundo estaba un poco descuadrado…
– ¿Te gusta como te cogemos?
– Hah… – respiraba pesadamente con placer después de esos momentos de ayuno – Sí… por favor… síganme tocando…
– ¿…como a una prostituta? – preguntó él cogiendo la frase al vuelo.
– ¡Ah! – contestó ella sintiéndose penetrada por dos dedos esta vez. – Sí… hah… delicioso…
– Vale, entonces te pagaremos al terminar, ¿te parece bien, prosti?
– …HAH… – apenas podía contenerse; hábilmente, todos se turnaban para besarla, tocarla, lamerla y penetrarla con los dedos, sin caer en nada que levantara sospechas… creo… y ella disfrutaba imaginando algo que no sabía que era cierto…
Al cabo de un tiempo, ella dijo, casi desesperada:
– En… la cama, por favor… ah… quiero que me lo metan…. hahhh…
– ¡Uh! – respondió el chico, ante el imprevisto. – …¿por dónde?
– Hah… por donde quieran… soy una perra… hah… – decía babeando…
Lo pensé en silencio… pero… ¿cómo podría haberme negado ante semejante oportunidad? Incluso los elegí con tallas similares «por si acaso», pero no pensé que llegaría a eso…
Finalmente hice un gesto afirmativo y dije en voz alta:
– Ya oyeron, muchachos, la prosti está tan caliente que se muere por que la claven… voy a ponerla en cuatro, y cada uno, uno por uno para no romperla, le va a dar un rato por donde quiera, ¿vale? Eso sube el precio, por su puesto, así que quien no pueda pagar, puede irse.
– Hmmm… – dijo el chico tras unos segundos de silencio concertando por gestos eso exactamente, pues mi declaración era auténtica, no mera ficción. – Bueno, nos quedamos cuatro…
– Cuatro – le dije sin mentirle a Daniela -. ¿Te parece bien, te conformas con eso?
– Hah… bueno… cuatro… pero que me lo hagan rico… hah… – realmente estaba cachonda.
Los otros se fueron en silencio, aunque abrieron y cerraron la puerta para ello tras vestirse; ella lo habría interpretado como buena simulación. La desaté de pies y manos, la desnudé, y la llevé a la cama. La puse en cuatro, que fuera bin visible su hermoso y redondo trasero, y le pregunté:
– Bueno, Daniela… – ups… dije su nombre real… – ¿preparada para prostituírte con cuatro hombres seguidos?
– …jh… – vacilaba de excitación… – Sí… hah… por favor, chicos… ¡jh! – fue interrumpida.
El tercero le acababa de meter el pene en la boca… a lo que ella respondió asumiéndolo. Se agitó dentro de ella tan fuerte, rápido y profundo, que acabó sin sacarlo, haciéndola tragarlo; ella tosió con malestar y rió un poco; se amasó los senos un segundo: realmente no podía aguantarlos… Claramente había que llenar el espacio que suele tomar a un hombre recargar; así que dije:
– Bueno, a manosearla un poco antes del segundo… – Dije. Y añadí guiándola: – Dani, siéntate en la esquina con los brazos en la cama y las piernas bien abiertas… – Y así se puso.
Dos se acercaron de pie a chuparle los senos, y el restante a masturbarla; siempre coordinados para que pareciera uno solo. Cómo disfrutaba ella… casi me daba envidia…
Llegó el momento, ella se puso en cuatro otra vez, y el primero la penetró vaginalmente sin muchos miramientos (con condón, por su puesto); tras unos minutos con él empujando y ella gimiendo de gusto, se corrió un rato largo con ella encantada. Aproveché que no había rastro del supuesto segundo orgasmo, y dije:
– ¡Muy bien, muy bien! Siguiente, siguiente, que a esta zorrita le encanta la verga, ¿no?
– Gah… sí… – parecía procesarlo unos segundos… ¿cómo podría el chico aguantar tanto? La respuesta era obvia: había fingido y fingiría, siempre que «no eyaculara», gracias al condón.
El tercero se puso en marcha, cogiéndola con delicadeza y dándole la vuelta; temía que en esa posición lo escuchara y sintiera mejor, diferenciándolo del otro, pero no quise intervenir. La penetró analmente… y lo que es más: el chico en un arranque de creatividad se acomodó para chuparle el seno derecho. Temí. Temí mucho. Incluso ví un leve gesto de desconcierto en ella… Dios…
Al diablo. Empezaron a moverse en dudosa sincronía. La voz de placer de ella se mezclaba con algo en su expresión que yo interpretaba como sorpresa… ¿sospechaba?
Tal como supuse que hacía, adelantó los brazos y se agarró de su amante, forzando al otro a alejarse aterrado.
– Dame duro, papi… – dijo ella con un tono de voz ligeramente distinto… – …no… hah… te quedes atrás… relléname como a una… perra… ¡hah!…
Y así hizo el tercero, acorralado pero con ganas y la emoción del momento; la sacudió con energía haciendo tembrar la cama, mientras ella enloquecía de gusto:
– ¡Sí! ¡Ah, ah, ah, ah, ah!
Hasta correrse y sacarlo. Ella dijo, asesando:
– Hmmm… lástima que tienes condón… quería… ha… sentir toda tu leche… hah…
– Ahora me toca a mí – dijo el chico sin mentir -. ¿Quieres leche? ¡Chupa, que por eso te pagamos!
Y ella, guiada por el sonido no tan cercano, otro error temible, se acercó, buscó el cuerpo del chico, lo acarició (¿sospechaba?, bajó hasta el pene, y lo chupó con gusto, gimiendo y retorciéndose, hasta acabar tragándoselo todo, esta vez sin problemas; estaba preparada.
– Hah… – dijo ella, arrodillada, relamiéndose y acariciándose los senos… – El sabor es diferente… jf… de verdad me prostituí con Yuri…
Se dejó caer sobre la cama, sonriendo exhausta. Yo estaba congelada, sin saber qué decir… ¿se había dado cuenta?.
– Gracias chicos por su ayuda y su dinero – dije en voz alta finalmente. Ya pueden irse, el servicio terminó, Dani necesita descansar. – Y los hombres, excepto el chico, se fueron abriendo y cerrando la puerta. El chico estaba tan pálido como yo, ya sosteniendo el dinero de los demás en sus manos, ya poniéndolo en la maleta para disimular.
Trabajosamente por la fatiga, Daniela se llevó la mano a la venda. Se la quitó y abrió sus hermosos ojos, tumbándose de nuevo boca arriba, sin vergüenza alguna. Ahí estaba, hermosa, cachonda, desnuda, con pensamientos inciertos para mí. El chico se apresuro, se acercó a la maleta, sacó el dinero, cuatro veces una cuota completa, y se acercó a ella, poniéndosela en la mano. Le dijo entonces:
– Gracias, Daniela. Eres la mejor.
– ¿De verdad? – Respondió ella apretando los billetes. – …Entonces recomiéndame con tus amigos… – y le dió su número. El real. Sin trucos. – Me encanta que me la metan…
El chico se iba a dar la vuelta, pero ella lo retuvo con un gesto, y se incorporó en la cama, arrodillándose al borde:
– ¿Quieres despedirte de ellas?
Él vaciló, pero, honesto, aceptó. Se acercó, la cogió del trasero, le besó el cuello y luego los senos, lamiéndoselos en el proceso para placer de ella.
– Gracias. – Dijo ella – Eres el segundo que más me gustó… hah… después del que me azotó tan duro… hah… Llámame… y te haré un descuento, papi…
– …jh…. – respondio él desconcertado. – Claro…
Torpe, sin saber qué pensar, se vistió mediocremente, me miró con desconcierto, y salió dando tumbos.
La miré con sorpresa y vergüenza. Me miró con una sonrisa tenue, que me evocaba la sorpresa que había visto antes en su rostro vendado.
– … – No me atreví a decir nada.
– Gracias, Yuri.
– …
– Sin tí no me habría atrevido a hacerlo.
– …
– Hacerlo con muchos hombres, y hacerlo por dinero… ¿De verdad son fantasías tan comunes?
– … – Asentí. Son muy comunes, aunque no suelan reconocerse.
– Pues qué delicia… – dijo relamiéndose los labios. Y viéndome a los ojos con una sonrisa, añadió: – Habrá que hacerlo más seguido…
…Y segundos de silencio después, volvió a añadir:
– Conozco a alguien…