Mi amo me castiga en el metro
A la mañana siguiente mi marido apenas me miró.
Llevaba el atuendo que me había pedido mi amo solo que con una rebeca encima.
Cuando entré al metro me la quité, me bajé el escote y como si no lo percibiera exhibí parte de mis pezones frente a la atónita mirada de los hombres y mujeres con los que me cruzaba, que no decían nada.
Estaba nerviosa no le había visto pero sabía que estaría allí, en algún lugar, contemplando mis actos.
Pasé por delante del primer indigente pero no me detuve hablaba solo con un perro y un gato y olía soberanamente mal.
El siguiente, me dije.
Escuché música, procedente de algún lugar y la seguí. Me quedé gratamente sorprendida al ver un chico de unos veinticinco años, un macuto en el suelo, una funda de guitarra abierta y una melodiosa voz rasgada que invadía en ambiente.
Me paré justo delante de él, parecía extranjero, tenía los ojos azules, barba de varios días algo descuidada y me miraba de arriba abajo.
Saqué un billete de veinte euros y lo deposité en su funda. Abrió los ojos sorprendido y me sonrió, apenas tenía unas monedas.
Esperé a que acabara la canción para cerciorarme de que fuera lo que buscaba.
—Hola, cantas muy bien.
—Gracias —dijo guardándose el billete en el bolsillo y dejando las monedas—. Y usted es muy generosa.
—No me llames de usted me haces sentir mayor —coqueteé. Él torció el gesto.
—Para nada, tiene un físico espectacular. —Estiré un poco el jersey mostrando mis piercings y le vi salivar.
—Gracias. ¿Te dedicas a esto?—Se encogió de hombros.
—Es lo único que se me da bien, además de algo tengo que vivir.
—¿No vives con tus padres? —Negó.
—Vine de Rumania con una mano detrás y otra delante hace más de medio año, pensando que con mi voz era suficiente. Ahora vivo en el metro desde que mis pocos ahorros se agotaron. Voy al día, como decís aquí.
—¿Eres un indigente? —Me miró resignado.
—Podría decirse que sí, aunque trato de que se me note poco, siempre me aseo en los baños, cada día, que viva aquí no significa que me haya abandonado como otros, algún día un cazatalentos me descubrirá y seré un cantante importante.
—Seguro que sí, dije relamiéndome los labios.
—Y… ¿ligas mucho? —Abrió los ojos con sorpresa y soltó una carcajada.
—¿Está de broma? ¿Es una cámara oculta o algo así? —Negué—. ¿Cree que las chicas matan por acostarse con alguien como yo?
—¿Y entonces?
—Entonces… —Me mostró la mano y me imitó una paja.
—Entiendo. ¿Y te gustaría?
—¿Follar? —inquirió sorprendido—. ¿A quién no le gusta el sexo?
—¿Y qué dirías si yo quisiera ir algún lugar contigo y aliviarte con mi boca? —Su cara de sorpresa no tenía desperdicio.
—¿Me está pidiendo que quiere chuparme la polla?
—Sí —afirmé rotunda.
—¿Por qué?
—Por qué me apetece. —A ese chico no iba a contarle que tenía un amo no lo hubiera entendido.
—¿Cuánto?
—¿Cuánto qué?
—Cuanto va a pagarme porque le deje mamármela. —Eso sí que no lo esperaba, me sentí humillada.
—¿Cuánto quieres? —murmuré.
—Cincuenta euros.
—Está bien —asentí. Era la primera vez que iba a pagar por chupársela a un tío.
—Pago por adelantado —Tendió la mano y yo saqué el billete del bolso y se lo ofrecí.
Lo guardó sin problemas.
—Ven vamos, sígueme.
Pensé que me llevaría a un baño o algo así, pero no, buscó un recodo, hizo que me arrodillara y se bajó la goma de los pantalones de deporte, no llevaba calzoncillos.
Tenía un bonito ejemplar, con vello rubio ensortijado, de momento estaba relajada. La gente podía verme de rodillas y muy listos no debían ser para saber qué estaba haciendo.
—Date prisa, el de seguridad no tardará en llegar. —Me amorré a aquella verga laxa, pasando la lengua de abajo arriba—. Sácate las tetas para que te las vea y pueda empalmarme. —Así lo hice mostrándoselas fuera del jersey—. Joder que puta eres.
Traté de esforzarme y hacerle la mejor mamada de su vida. No tardó en comenzar a ponerse dura. Paseé mis dientes por toda su extensión, tenía razón, por lo menos estaba limpio.
No tardó en hacerse con el control y meterla de lleno hasta el fondo de mi garganta, ensartándomela por completo y agarrándome la cabeza con fuerza para que no pudiera separarme.
Traté de respirar, apenas podía con la presión que ejercía sobre su pubis. Cuando creí que me ahogaba la sacó por completo y volvió a encajarse, repitiendo la operación diez veces más.
Me revolví tratando de respirar.
—Shhhh, puta, no te muevas o voy a ahogarte a pollazos, eso es, me encantan tus arcadas cobre mi polla. —Apenas lograba contener el vómito cuando comenzó a follarme con brutalidad. Noté el desayuno subiendo por mi garganta e intenté contenerlo.
El chico me penetraba sin descanso una y otra vez, cuando creí que ya no podía más empujó mi barbilla hacia abajo y enterró los huevos, friccionándose contra mi rosto hasta descargar por completo.
Tragué y tragué, su semen era abundante y espeso, no me dejó que me separara hasta que el último chorro cayó en mi esófago.
Después se apartó, me pidió que le limpiara bien la polla y se subió el pantalón.
—Muy bien puta, ya has tenido tu ración, si mañana quieres volver a por más ya sabes dónde estoy, y no vengas sin dinero, no dejo que señoras como tú me coman la polla sin pagarme a cambio.
Se apartó antes de que pudiera meterme las tetas en el escote y levantarme.
Varios hombres se me quedaron mirando.
Me incorporé como pude y seguí mi camino. No podía llegar tarde a clase. El metro llegó y me metí en el vagón, pos suerte había un sitio en un banco donde me acomodé. Todavía tenía el sabor de la corrida del chico en los labios.
Separé los muslos cómo se me había ordenado y fijé la vista al frente donde una chica miraba entre mis muslos sin pudor. Me daba vergüenza pero sabía que no podía cerrar las piernas, fueron unos minutos eternos, el chico de mi lado se levantó exactamente igual que mi vecina de enfrente, que debía rondar los treinta.
Cuando el vagón se detuvo ella se sentó a mi lado y sin decir esta boca es mía arremangó mi falda para colarme dos dedos en el coño. Cubrí su mano con la rebeca pero no cerré las piernas ella me sonrió.
—Estás chorreando, muy resbaladiza, me encanta que me hayas enseñado tu coño cariño —murmuró en mi oído mientras no dejaba de follarme con los dedos. Los pasajeros bajaron y subieron de nuevos.
El lugar de la chica lo ocupo un hombre de unos cincuenta y largos, trajeado que iba conversando por su móvil. Fue cortar la llamada y fijar la mirada en lo que sucedía frente a sus narices.
Vio aquellos dedos meterse en mi coño, mis muslos separados y hambrientos que engullían no dos, sino tres dedos. La sorpresa inicial fue cambiada por una mirada de interés que me hizo humedecer todavía más.
Busqué con la mirada a mi amo, estaba convencida que estaría en algún lugar viéndolo todo y yo solo le quería satisfacer.
-Separa más las piernas, voy a meterte otro dedo, ¿te gusta lo que te hago cariño? —La chica tenía cara de viciosa, morena, ojos oscuros y con un cuerpo bonito.
—Mucho.
—Sí, eso me está diciendo tu coñito goloso, es muy tragón, me encantaría que estuviéramos solas en mi piso para jugar contigo. Tal vez puedas bajar conmigo.
—Voy de camino al trabajo. —Murmuré notando el cuarto dedo presionando mi entrada para abrirse paso. Gemí audiblemente y ella me giró el rostro para besarme abiertamente dándose un festín con mi lengua mientras me seguía follando.
Podía imaginar el hombre de delante cómo le estaría afectando todo aquello, pero yo no podía detenerla y me gustaba mucho lo que me hacía, estaba muy cachonda. Sacó los dedos completamente y empezó a frotarme el clítoris, para después ahondar con los 4 dedos.
Era una locura y me encantaba, no podía dejar de chuparle la lengua, no quería que terminara.
Los dedos ahondaban y frotaban, ahondaban y frotaban. El vagón se detuvo y ella se apartó de mi boca.
—Es mi parada tengo que dejarte —Sacó la mano para ofrecérmela y yo lamí todos sus dedos. Terminó besándome saboreándome en mi lengua y guiñándome un ojo. La siguiente parada era la mía.
Miré al frente, el hombre seguía ahí, sin apartar la vista de mi chorreante e inflamado coño. No se movió se limitó a mirarme sonriente lo que incrementó mis ganas de correrme.
Cuando el metro se detuvo bajé, apresurada apretando los muslos y notando como resbalaba mi humedad por ellos.
En el pasillo noté un empujón que me lanzaba detrás de un pequeño puestecito de bisutería que estaba cerrado.
No me dio tiempo a reaccionar que alguien ya me había subido la falda, me estaba pellizcando las tetas y me decía que separara las piernas.
—Eres muy zorra, todo el tiempo provocándome con esa bollera en el vagón, ¿te gusta comer coños puta? Pues ahora verás lo que es ser follada por una buena polla.
Me la metió sin avisar, sabía que era el hombre que había estado sentado delante de mi. Apoyé las manos en la pared y le dejé hacer, golpeaba con saña mi culo, a la par que me follaba con rudeza.
—Golpéate el coño puta, como hizo tu amiga, quiero que lo dejes rojo e hinchado, vamos.
Los golpes se sucedieron, los suyos y los míos, el cuerpo se me calentaba y cada vez estaba más cerca de correrme. Gemí con fuerza y él espoleó entre mis muslos.
—Eso es puta, te gusta verdad, no hay nada como una buena polla para que te haga comprender lo zorra que eres, ahora voy a romperte el culo puta.
Separó mis nalgas y se encajó, lo tenía algo irritado por mi marido pero a él no iba a contárselo.
Comenzó a tirar de mis piercings a retorcerlos, yo gritaba y el me follaba instándome a que me golpeara más fuerte, ya no aguantaba más, no podía contenerme. Oí su rugido al llenarme el culo de leche y yo también me corrí eyaculando contra el suelo.
—Vaya, que putita has salido, arrodíllate y límpiame. —Así lo hice, sin protestar—. Y ahora limpia el suelo de tus flujos, no queremos darle faena a la señora de la limpieza por una guarra como tú.
—No por favor, eso no, el suelo… —olía a orines, estaba segura que ahía había meado más de uno el fin de semana.
Su mano me golpeó con contundencia en el rostro y empujó mi cara pegándola a mi corrida.
—¡Come perra! —ordenó restregándome el rostro. O tuve más remedio que obedecer pues no paró hasta que dejé el suelo reluciente.
Cuando separé mi cara de él, el desconocido ya no estaba, cogí el móvil y busqué algún mensaje de mi amo, ya que no le veía. Las lágrimas de la humillación recorrían mi rostro.
Miré la pantalla, tenía un mensaje suyo.
—Lo siento puta debemos postergar el castigo para cuando salgas de trabajar esta mañana me ha sido imposible seguirte, ya sabes lo que deberás hacer esta tarde. Que pases un buen día.
Lloré tratando de imaginar cómo iba a pasar por eso de nuevo, pero lo único que fui capaz de responder fue:
Sí, amo.
Continuará…