Mi amo me comparte con un desconocido
—Vístete, puta, y vente rápido al Supermercado, te espero en los servicios del sótano, al fondo del parking.
—Sí, mi amo.
Aunque hace frío, a mi amo le gusta que esté siempre desnudo en mi casa, con un suspensorio como toda ropa, esperando que él llegue en cualquier momento.
«Vestirme» significa ponerme unas botas de caña alta y un abrigo que me llega por debajo de la rodilla, nada más.
Cuando llego a los servicios, sorprendo a un hombre pajeando a mi amo, que lo suelta asustado cuando llego yo.
—Tranquilo—, le dice mi amo, —está conmigo, es mi esclava, mira, cógele el culo.
El hombre me agarra la nalga derecha con fuerza a través del abrigo.
—Aquí vamos a estar muy incómodos, vámonos a la pocilga de esta guarra—, decide mi amo.
El hombre tiene un aspecto rudo, claramente campesino, de unos cuarenta y cinco años, no muy alto pero muy fornido, espalda ancha, buena barriga y voluptuoso culo. Muy moreno de piel y de pelo, barba hirsuta casi hasta los ojos y todo su cuerpo tapizado de abundante vello negro. En ningún caso quiso darnos su nombre. Mi amo le dice «oye», él a mi amo «illo» y yo a él «señor», que le hace sentir importante, porque en el mundo rural nadie lo trata así. A mí, con permiso de mi amo, me llama todo lo que os podáis imaginar en un espectro que va desde «cosa asquerosa» hasta «sucio coño de rata». Como es la personificación del «Brutus» de Popeye, yo lo llamaré así, Brutus.
En el relato «El perro de mi amo» hay una descripción de mi amo y mía.
El camino desde el Supermercado hasta mi casa es de cinco minutos por un descampado. Mi amo me pone la mano sobre el hombro para asegurarse de que me entero de lo que hablan y, por tanto, de lo que me espera.
Amo (A): —Oye, qué te gusta hacer y que te hagan.
Brutus (B): —Pues la verdad, no lo tengo muy claro. Llevo poco tiempo en esto del mariconeo. Me gusta lo que a todos: follar, que me la chupen… En realidad, busco hacer todo lo que no puedo hacer con mi mujer, porque ella no quiere o porque yo no me atrevo a pedírselo, pero ojo, que yo maricón no soy, que a mí me gustan unas tetas y un coño como al que más.
A: —Está bien saberlo, porque yo no quiero rollo contigo, pero podemos compartir los agujeros de esta guarra y podrás pedirle que te haga o hacer con ella lo que quieras, la única condición es que no le hagas daño fuerte, porque entonces se bloquea y ya no funciona bien, así que nada de golpearle en los huevos, nada de puñetazos o darle con la hebilla del cinturón, ¿de acuerdo? Puedes darle hostias, tirarle de los pelos, escupirle, insultarle, follarlo por arriba y por abajo, qué sé yo, lo que se te ocurra. ¿Has oído, puta?
—Sí, mi amo.
A: —Pues ya sabes, ahora a tu sitio.
—Sí, mi amo.
Me quedo unos pasos detrás de ellos.
Al llegar a mi casa, mi amo entra el primero, seguido de Brutus y yo entro el último, cerrando la puerta. Cuando me vuelvo mi amo me da una hostia.
A: —Mierda de rata, a qué vas a esperar para desnudar a nuestro invitado, se está muriendo de calor. Oye, si no lo hace bien, dale una hostia y si simplemente te apetece, también, ella te lo agradecerá.
Le quito el abrigo a Brutus. Debajo lleva una camisa de franela a cuadros y unos vaqueros sujetados con tirantes. Empiezo a desabrocharle la camisa, deseando rozar mi cara con el abundante pelo de su pecho. Me aparta la cabeza hacia atrás y me da la primera hostia.
B: —¿Qué haces, zorra, me vas a quitar la camisa antes que los pantalones, puta?—, y mira a mi amo con una media sonrisa, como preguntándole si lo está haciendo bien.
—Perdón, señor, gracias, señor.
A: —Ya veo que no llevas cinturón, te prestaré uno para que le zurres.
Mientras mi amo busca el cinturón, yo desabrocho y bajo los pantalones de brutus. El bulto debajo de sus calzoncillos blancos clásicos es considerable, la tiene algo más que morcillona. Me arrodillo para quitarle los zapatos y me coge por las orejas y me estruja contra su polla. Noto cómo se le pone tiesa detrás de la tela. Le bajo los calzoncillos, liberando una polla algo más larga que la de mi amo e igual de gruesa. Me agarra por la barba y la frente y me mete el nabo hasta la garganta. Abro bien la boca para no hacerle daño con los dientes y noto chocar su capullo una y otra vez contra mi glotis. Llega mi amo, ya desnudo, con dos cinturones, uno para cada uno.
A: —Toma, endíñale mientras te la mama, verás qué bien sienta.
Ni corto ni perezoso, Brutus empieza a darme con la correa una y otra vez. Yo pienso que está disfrutando como nunca, es la primera vez que hace algo así. O tal vez yo no esté esmerándome en darle placer y merezco que me pegue. De repente, para de follarme la boca. Me agarra del pelo y me da una hostia.
B: —He estado apunto de correrme, puta asquerosa. ¿A ti nadie te ha enseñado a alargar el gusto de tu dueño? ¿Qué quieres, que me corra rápido para que te deje tranquila, cucaracha de mierda?
—No, señor.
Me escupe en la cara, me da una hostia y se limpia su propia saliva en mi pelo.
A: —Vámonos al dormitorio.
Una vez en el dormitorio, me arrodillo y ellos me ponen los dos sus pollas al alcance de la boca para que se las chupe a los dos a la vez. Son ambas muy gordas y no me caben bien juntas, temo hacerle daño a alguno con los dientes. Deciden follarme la boca por turnos, siete u ocho embestidas cada uno.
Brutus intenta besar a mi amo, pero él lo rechaza, yo sé que no le gusta. Entonces, me tira de los pelos hacia arriba y me mete una lengua grande y gorda en mi boca, me muerde los labios y yo entro al trapo, siento sus labios carnosos entre mis dientes, su fresca saliva llenar mis labios, sus bigotes rozar mi nariz, su fuertes brazos alrededor de mi cuerpo, su mano firme en mi nuca para evitar que me separe.
Mi amo se ríe y él se justifica:
B: —Es que con mi mujer los besos son como los de los dibujos animados.
Yo aprovecho que habla para besarle el pecho peludo, le lamo su pezón izquierdo y parece que le gusta, nadie se lo había hecho antes. Noto que se le pone dura la tetilla y mantiene una erección importante, así que, a la vez, lo pajeo suavemente.
Levanto su poderoso brazo izquierdo y me deja ver una axila peluda con aroma de sudor limpio. Ha debido lavarse para venir a la ciudad, pero no se ha puesto desodorante, así que lleva un olor delicioso a sudor de macho. Cierro los ojos y lamo su sobaco con delectación. Las feromonas hacen su trabajo y me excito de tal forma que me sale el capullo por encima del suspensorio. Mi amo se da cuenta y me da con la correa.
A: —Estás disfrutando, ¿eh, guarra? No estamos aquí para ver cómo te corres tú, sino para disfrutar nosotros con tus agujeros y tu lengua, imbécil. Oye, tú, ¿te han comido el culo alguna vez?—, pregunta a Brutus.
En ese momento, Brutus me agarra de los pelos y me da hostias sin parar mientras me grita:
B: —¡Qué pasa, puta de mierda, que te lo tenías calladito por si no se me ocurría, ¿no? Eres puta y mala, no quieres darme gusto.
Como a la vez que me grita me está dando guantazos, ahora me arde la cara.
A: —Anda, ve a por el «cacharro», sabandija.
—Sí, mi amo.
El «cacharro» es un invento de mi amo para comer culos cómodamente. Son dos tapas de váter de madera unidas por cuatro patas con la altura exacta de mi cabeza, de la nuca a la boca. Es doble para que las patas no se hundan en el colchón. Yo me tumbo boca arriba con mi cabeza entre las dos tapas, mi amo se sienta como si fuese a cagar y su ano queda al alcance de mi boca.
Me tumbo en la cama, meto el cacharro en mi cabeza y Brutus se sienta, tirando de sus nalgas hacia afuera para dejar el ano bien abierto. Coloca los pies pisando mis brazos, con lo que me inmoviliza totalmente.
Tenía el temor de encontrarme un sucio culo de hombre de campo, pero para mi sorpresa, no huele mal. El lavado «ciudadano» ha debido incluir su culo. Me encuentro con un ano muy diferente al de mi amo, éste no es rosado, sino oscuro, también con mucho pelo alrededor. Saco la lengua y empiezo a lamer alrededor de su agujero, para ir poco a poco centrándome en su ojo negro. Hundo mi lengua dentro y oigo cómo gime de placer.
A: —Oye, le voy a abrir el ojete para que te lo puedas follar más cómodamente.
Me levanta las piernas y puedo sentir cómo escupe en mi agujero, cómo empuja su capullo contra mi ano y cómo se abre paso dentro de mí, produciéndome un dolor intenso, pero breve. Empieza a follarme con energía, haciendo que los movimientos de mi boca contra el ano de Brutus lleven el mismo ritmo. La visión que tiene Brutus de mi amo follándome le hace sentir un gusto extraordinario, siento cómo cae un largo hilo de baba de polla sobre mi pecho y, como no quiere correrse todavía, se levanta y se tumba en la cama.
A: —Tengo una idea, vamos a hacerle «la silla».
Me tira de la barba a la vez que me da dos o tres hostias y se le sale la polla de mi culo.
A: —Tráete la silla y las cuerdas, coño de guarra.
—Sí, mi amo.
Siento cierta desazón por hacer «la silla», porque me pone en una situación de absoluta vulnerabilidad, de indefensión absoluta y con mi amo no existe una palabra mágica que suponga que pare de hacer lo que quiera que esté haciendo conmigo.
Veremos a ver qué pasa.