Mi amo relata cómo le di mi virginidad
Me encontraba mirando por una ventana, atardecía, mientras veía el color anaranjado en el cielo llamaban a la puerta. Pensé «justo a tiempo», sonreí y me dirigí a la puerta. Al abrirla la encontré mirándome directamente a los ojos. Recuerdo que me sonreía de una forma muy dulce, preciosa, con una sonrisa que transmitía puro amor. Me saludó con un «Hola, bombón», la agarré con dulzura por su cintura, la atraje hacia mí y nos besamos. Un beso lento, sensual y emotivo. Mi mano recorrió su cintura hasta la base de su espalda, justo en la frontera con su precioso culo y con un ligero empujoncito cariñoso, la invité a pasar.
Estuvimos charlando un rato, tomando algo, de forma relajada y muy cariñosa. Me lanzaba miradas furtivas de deseo y yo la acariciaba de vez en cuando suavemente. Nada lascivo, pero muy sensual.
Al cabo de un tiempo me lancé a besarla, sentía el deseo de tomarla creciendo en mí cada vez con más intensidad. Mis labios contra los suyos, mi lengua entrelazándose con la suya, mi mano acariciando su cuello hasta llegar a su mejilla. Mordí suavemente su labio mientras la apretaba contra mí agarrándola por la cintura. Sabía que podía notar lo duro que estaba a través de la ropa.
«Vamos a la habitación», le dije sonriendo, acariciándole una mejilla mientras la miraba a los ojos.
Me siguió hasta el cuarto, la agarré una mano y la acompañé junto a la cama. Me paré a observarla un momento. Vestía una camiseta y un pantaloncito corto, informal, preciosa y sexy. La puse de espaldas a mí, la agarré suavemente por los hombros y le susurré al oído, «Ponte de rodillas, pequeña».
Me saqué del bolsillo el antifaz que tenía preparado para ella. Se lo puse, impidiéndole ver nada más. Aún de rodillas, le ordené que levantara los brazos. Mis manos recorrieron sus muslos subieron por su pantalón hasta la camiseta. La agarré y la levanté muy despacio, para que sintiera el roce de mi piel y de la tela mientras la retiraba.
Entonces la ayudé a levantarse, se puso en espera, con las manos a la espalda y las piernas ligeramente separadas. Su postura era perfecta, parecía que su colocación ya era algo natural, innato. Mis manos acariciaban su cuerpo de nuevo, lenta y suavemente. Me dirigí a su pantaloncito, lo desabroché y lo bajé al tiempo que mis dedos acariciaban sus piernas. La senté en la cama y le quité también el calzado.
La tumbé, me desnudé totalmente y me situé junto a ella. Observé que llevaba un precioso conjunto de lencería negro, claramente lo había elegido para mí. Sonreí al pensarlo, aunque ella no podía ver mi cara de satisfacción. Mi pequeña sumisa perfecta, deseando entregarse por completo…
Comencé a besarla mientras la acariciaba. Desde su mejilla, bajaba por su cuello, acaricié lentamente sus pechos sobre el sujetador, los apretaba mientras mi lengua saboreaba su boca. Comencé a besarle por el cuello, lamiéndola, cada vez más deseoso de ella.
Mi mano bajaba por su vientre. Noté como se aceleraba su respiración mientras mis dedos jugaban con la tanga, sin llegar a ir más allá. Sentía cuanto lo deseaba, estaba ansiosa porque la tocara.
Le dije al oído, para que pudiese sentir mi respiración bien cerca, «¿Estás lista para mí, pequeña?»
Me contestó con un suspiro que casi era un jadeo… «Sí».
Metí mi mano entre sus piernas y sentí lo empapada que estaba.
«Muy bien, nena. Así me gusta»
Al sentir mis dedos en su concha soltó un fuerte suspiro. Me sentí muy complacido al ver como su pecho subía y bajaba con su respiración, como su cara reflejaba el profundo deseo que tenía por sentirme.
Mis dedos se deslizaron arriba y abajo por su concha, deleitándome en lo mojada que estaba. Empapé cada uno de ellos en ella, rozándolos ligeramente una y otra vez.
Simplemente me quedé acariciándola un rato. Sabía que deseaba más, que necesitaba más, pero no iba a darle nada hasta oírle decir. Como si me leyese la mente, o precisamente porque yo leo la suya, pronto me dijo «Por favor Amo, quiero más.»
«Lo sé, pequeña» contesté mientras mis dedos entraban en ella lentamente.
Los saqué de nuevo y, retirando la mano se la acerqué a la boca. Inmediatamente la abrió y comenzó a lamer y chupar mis dedos, saboreando su propio jugo.
«Eso es, pequeña, muy bien. ¿Te gusta, verdad?». Asintió con la cabeza, con mis dedos en su boca y sin dejar de chuparlos
Los retiré y le pregunté «¿Te gustaría que siguiera, entonces?»
Respiró aceleradamente contestándome «Sí… Sí, por favor”
Entonces le dije que estaba bien, pero que antes debía estirar sus brazos y sus piernas en cruz. Obedeció al instante. Y sonreí muy satisfecho mientras sacaba las suaves correas que había preparado en las cuatro esquinas de la cama.
La até ajustando cada una de ellas, ceñidas, pero no apretadas. Primero las muñecas y luego los tobillos. Entonces me acerqué de nuevo a su cara, la acaricié suavemente y le pregunté «¿Están muy apretadas?». “No, Amo», me respondió. «Bien». Comencé a acariciarla de nuevo, esta vez jugando con su clítoris por encima de la tanga.
Soltó un suspiro de placer y frustración, sabía que esperaba más y le estaba «molestando» que no se lo diese de inmediato. Pero mi dedo a través de la tela empapada estaba acelerando el ritmo, sentía su calor, su humedad… Lo estaba disfrutando muchísimo.
No se quejó en absoluto porque me tomara mi tiempo, así que decidí premiar su paciencia. Retiré la tanga un poco y me puse a masturbarla mientras lamía su clítoris con mi lengua. El ritmo fue rápido desde el principio, sabía que lo necesitaba y quería hacerla jadear para mí.
Pronto sus jadeos llenaron la habitación mientras mis dedos chapoteaban dentro de ella y mi lengua no dejaba de lamer. No tardó mucho en pedirme permiso para acabar. «Aún no, preciosa».
Pero a pesar de negárselo aceleré aún más el ritmo. Dejé de lamerla para deleitarme con su cara, ver como intentaba aguantar hasta el límite. Me excitaba tremendamente tenerla tan expuesta, al borde del orgasmo… Completamente mía.
«No puedo más, Amo, lo necesito…», suplicó. Es justo lo que estaba esperando. «Hazlo, pequeña. Acaba para mí»
«Gracias Amo» comenzó a decir, pero mis dedos aceleraron aún más y justo mientras terminaba la masturbaba más fuerte y rápido que nunca. Eso la hizo enloquecer y temblar mientras acababa y me agradecía entre fuertes jadeos.
«De nada, pequeña» dije con una sonrisa. Mientras aún respiraba con fuerza, la hice chupar de nuevo mis dedos, impidiendo que recobrara el aliento con facilidad. La punta de mi verga, dura como una piedra, rozaba su concha.
La besé con pasión y bajé por su cuello hacia su pecho. Estaba increíblemente excitado. Deseaba tomarla con fuerza. Bajé un poco el sujetador sacando sus tetas de él y comencé a lamerlas, apretarlas y chuparlas.
Mordisqueaba sus pezones, los estiraba y lamía. Sabía que ese pequeño dolor le encantaba, sus movimientos, su respiración y sus jadeos de placer cuando lo hacía la delataban. Sentí como movía sus caderas hacia mi verga. Cómo buscaba rozar su concha contra mí. Las ataduras le impedían lograrlo del todo. Sé que eso la estaba frustrando y excitando. Deseaba sentirme.
Podía notar cuanto me quería dentro de ella, y eso me excitaba aún más. Seguí recreándome en su pecho hasta que no pudo aguantar más.
«Amo, por favor, dame tu verga. Quiero sentirte dentro»
Su voz, dulce, sexy y desesperada por tenerme, me produjo una satisfacción difícil de describir
«Claro, cariño». Le saqué el antifaz y le di un beso “Quiero que me veas a los ojos, pequeña.”
La besé mientras metía lentamente la punta.
Su expresión era de puro éxtasis y agradecimiento. No alcanzó más que a jadear un «sí» complaciente.
Su mente se derretía mientras mi verga entraba en ella muy despacio. Su concha me apretaba y envolvía por completo mientras me movía lentamente adelante y atrás, despacio y suave.
«¿Así, pequeña?», pregunté
“Más… Dame más, por favor»
Eso me dio ganas de empujar con fuerza, pero me contuve y tan solo aceleré un poco el ritmo. Estaba increíblemente empapada y su concha se adaptaba exactamente a mi verga poco a poco. Si sentía algún dolor, no lo demostró en ningún momento. Me sentí muy orgulloso de ella mientras miraba su cara de absoluto placer.
Fui subiendo el ritmo de forma gradual mientras la besaba y acariciaba. Nuestros cuerpos chocaban en cada empujón mientras mi verga chapoteaba al entrar en ella. Ya se la estaba metiendo hasta el fondo en cada embestida y el ritmo era bastante rápido.
«Sí, así… Cógeme, Papi». Dijo jadeando de puro placer.
Sujeté su cara con ambas manos mientras la besaba, un beso de pura conexión perfecta, de deseo y amor absolutos. Sentía como movía sus caderas al ritmo de las mías, como todo su cuerpo se fundía con el mío. Hecho para mí. «Naciste para ser mía», le dije.
«Estoy cerca, Papi. Permítame acabar para vos»
Sonreí lleno de satisfacción al oírla decir eso. «Aguanta solo un poco, mi niña. Yo también estoy a punto»
Con la excitación y sus jadeos aumenté un poco más el ritmo, casi de manera inconsciente.
“Ahora, pequeña. Dámelo todo, acaba para mí”. Su cuerpo temblaba bajo el mío, pude sentir como su concha se contraía y me apretaba con fuerza mientras gemía de manera salvaje. Mientras ella acababa, empujé aún más fuerte, cogiéndola con pasión.
Entonces saqué mi verga y me vacié sobre ella. Mi leche alcanzó su pecho, cubriendo su vientre.
Ella aún temblaba y jadeaba cuando la miré a los ojos. Sonreí, la besé y le dije, «Muy bien, pequeña».
Le quité las ataduras y me tumbé junto a ella.
«¿Te ha gustado, nena?».
«Muchísimo. Más de lo que imaginé. Gracias, bombón”.