Mi chica es tan guarra como yo y después de años en la universidad, decidimos cumplir todas nuestras fantasías

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Pues ahí estoy yo, otra vez de vuelta por mi antigua facultad. Cuantos recuerdos. Aunque no puedo concentrarme mucho en ellos, esta vez vuelvo acompañado. Las caricias, las cosquillas y los besos se suceden durante el breve camino hasta la facultad. Mi reunión se había atrasado a última hora, lo que nos daba un valioso rato para explorar y descubrirle los rincones de mi facultad.  Todo desierto. Como se nota que han acabado las clases. Solo algún estudiante de selectividad despistado y un par de estudiantes de las últimas recuperaciones se nos cruzan por los pasillos y se dejan ver por la cafetería. Encontramos una mesita cómoda y retirada con una sola pega: uno de esos despistados en la mesa de delante.

Pero ahí comienza el juego. Los besos y el tonteo dejan paso a las caricias más íntimas y a los lametones y mordiscos en el cuello y hombros. Surge esa risilla que estaba buscando. Esa que solo le sale cuando empieza a ponerse cachonda. El chico sigue sin enterarse de nada. Y entre los “¡Paraaa…!” y los “Eres un cantoso, nos va a ver”, ella contraataca: su mano ya acaricia mi entrepierna. Mi polla responde con una ligera contracción y endureciéndose notablemente. Remata su jugada con:

– Vaaaya… ¿esto es el móvil?

Justo en esos momentos de calentón me marcho a la reunión y la dejo allí. No me ausento más que media hora. Nada más volver la veo sola, leyendo ese libro que acababa de comprarse. Me acerco y la beso. Se levanta rápidamente y tira de mí agarrándome la mano. ¡El cazador cazado! Directos hacia el baño de mujeres.

– Estooo…

– ¡Shhhhh…!

Atravesamos el baño hasta el fondo y nos metemos en la última cabina. Todo ese ímpetu lo transforma en sutil delicadeza para cerrar la puerta sin que haga ruido. Y con esa actitud de endiosada delicadeza me besa, recorre mi cuerpo con las manos y comienza a deslizar mi cinturón hacia fuera. Nuestras pulsaciones se aceleran y los nervios se liberan con alguna sonrisilla. Suena la hebilla metálica contra el suelo. Su sonrisa pícara desata mi instinto y me lanzo a su cuello mientras subo sus brazos y los sujeto firmemente por encima de su cabeza. Se acelera su respiración.

Deleitándome en su cuello, y con las manos suyas controladas, me dedico levantarle el vestido veraniego con mi mano libre. Recorro sus generosas nalgas y para mi sorpresa, ¡no lleva nada! Mis dedos notan la humedad que recorre el interior de sus muslos y como un resorte mi polla empieza a tensar el calzoncillo. Puedo sentir como palpita.

Embelesado por la morbosa situación, aflojé sus muñecas y ella aprovechó para empujarme contra la otra pared y abalanzarse sobre mi polla. Otra vez, pensando que la dominaba, solamente lograba caer más hondamente en su trampa. Como accionada por un muelle, mi polla le sorprende golpeándole la cara nada más dejarme con los calzoncillos por el suelo. Reaccionó rápido colocándose bajo ella y lamiendo mis huevos. Prácticamente le cubría la cara. Lentamente la recorre hasta la punta y asoma su cara bajo ella, a la par que su boca se abre y mi polla se adentra con suavidad en ella. Sin detenerse. Hasta el fondo. Prácticamente sus labios rozan mis huevos. La saca llena de babas. Coge aire y vuelta a la carga. Acelera el ritmo. Se puede oír el paso de mi polla por su boca inundada. Las babas empiezan a caer y tiene que parar a coger una bocanada de aire.

– Fóllame – me dice decididamente.

Se levanta y apoya firmes las dos manos contra la pared que tengo delante. Su culo respingón es una invitación al placer. Le alzo el vuelo del vestido y un cachete es lo necesario para que su “aammm” sea el inicio de una avalancha de gemidos. Le penetro con suavidad, dejando que su cálido interior sienta todo el grosor de cada centímetro de mi polla. Hasta el final. Me detengo. Un temblor la recorre desde los tobillos hasta la boca.

– Fóllame – no lo ordenará una vez más.

Le echo la mano a la boca. Acerco la boca a su oído. Comienza la embestida. Sus gemidos y alaridos son amortiguados por mi firme mano en su boca. Un azote. Otro. Sigue la embestida. Me oye respirar cada vez más fuerte al oído y entre los sonidos que salen de su boca se distingue un “me corro…” casi sin fuerzas. Apuro la embestida mientras noto que las dulces gotas de sus fluidos descienden mi polla hasta gotear al suelo desde el escroto. El ritmo se hace insostenible hasta que me detengo. Ella no para de temblar.

Mi polla esta empapada y apenas tengo que deslizar la mano para masturbarla. Sus piernas ceden y girándose, queda mirándome fijamente a los ojos a través de esas lentes que tanto me excitan. Su posición no es de sumisión. Su posición es exigente, quiere lo que ha venido a buscar desde que me encaminó al baño. Y yo, no puedo retenerlo más. Mi corrida es recibida en su estrecha boca. Algunas gotas le salpican la barbilla y los mofletes. No le importa. Sin dejar de mirarme en toda la secuencia, se traga el semen.

Suspiramos, retomamos el aire y nos reímos. Una vez vestidos. Salimos decididos del baño. Una vez fuera, nos miramos, y ella se arrebaña algunas gotillas de mi semen con el dedo y lo chupa. Sí, ella es la que manda.