Mi cita de tortura y dominación con mi amada
Una cita con mi Diosa
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Título: A Date with my Goddess
Autor: T
Traducido por GGG, abril 1999
«Llegas tarde,» dijo cuando salí del ascensor y entré al apartamento. «¡Te esperaba hace como una hora…!»
«Bien, esto, yo…»
«¡Nada de bien!» su genio se iba caldeando. «¡Quítate tu jodida ropa y ponte de rodillas!»
Sabía que lo mejor era no replicar, de modo que obedecí rápidamente. Con sus ojos severos perforándome desde el otro lado de la habitación, empecé a quitarme la ropa. Cuando lo estaba haciendo noté por primera vez el aspecto fiero que la Diosa Tiffany presentaba con sus pantalones de cuero ajustados, sus botas de motorista favoritas, el cinturón que yo le había hecho hacía unas semanas, un chaleco de cuero sobre la piel desnuda y la última adquisición de su colección – guantes de cuero de cordones en cada brazo. Supongo que notó que la miraba porque empezó a moverse lentamente hacia mí cruzando la habitación. Yo estaba paralizado – como un ciervo bajo la luz de un faro – justamente a medias de quitarme los calcetines. Vino directa hacia mí, me cogió por la barbilla y me miró profundamente a los ojos.
«¿A qué COJONES estás mirando, Esclavo? Te dije que te quitaras la ropa ahora. Déjate la ropa interior. Veo que voy a tener que mostrarte el verdadero significado de seguir mis instrucciones. Ahora, tráeme la paleta.»
Rápidamente me deshice de una patada del calcetín que me quedaba y corrí escaleras abajo a buscar la paleta. Cuando regresé, mi Diosa me tumbó sobre la espalda del sillón. Desde luego, yo tenía ya una erección de mamut y un tremendo deseo de correrme – así que la presión de la espalda del sillón empujando mi polla hacia mi vientre me resultó extremadamente frustrante. La Diosa continuó:
«¿Cuántos golpes te gustaría, Esclavo?»
«Tantos como quiera, Diosa.»
«¿Qué pasaría si me apeteciera dejar tu culito de esclavo completamente negro y azul?»
«Bien…»
¡CRACK! Bajó con dureza la pala sobre mi nalga derecha. Aún a pesar de que todavía llevaba el calzoncillo, fue como un aguijón.
«No pareces entenderme, Esclavo» ¡CRACK! ¡CRACK! ¡CRACK! ¡CRACK! «Eres MÍO. Puedo hacer contigo lo que quiera – y debes aceptar eso – sin dudar y sin preguntar. ¿ME [¡CRACK!] HAS [¡CRACK!] ENTENDIDO [¡CRACK!] [¡CRACK!]?»
Ahora mi culo ardía. Quería poner la mano detrás para bloquear los golpes, pero sabía que eso sólo provocaría un castigo más severo.
«¡SÍ, DIOSA!» grité después del último golpe.
«Bueno. Ahora te lo preguntaré de nuevo. ¿Qué pasaría si yo quisiera realmente llenarte de ampollas del demonio tu jodido culito de esclavo?»
«Entonces lo haría y yo se lo agradecería, Diosa»
«Mucho mejor, » dijo suavemente. «Ahora recibirás diez golpes en cada nalga. Contarás cada uno. Si gritas o pierdes la cuenta, añadiré cinco golpes más. ¿Preparado?»
Y con eso empezó a azotar mi culo ahora rojo ardiente. Fui capaz de contener mis gritos, pero perdí varias veces la cuenta. Terminé con un total de veinte golpes en cada nalga. ¡OUCH! Creo que la Diosa estaba un poco cansada después de todos estos porrazos y me dijo que me quedara de pie mientras iba al centro de la habitación a hacer unos pocos estiramientos de yoga. Le eché algunas miradas y noté que llevaba las pinzas en los pezones y el vergajo colgando del cinturón. La noche iba a ser larga a partir de aquí.
La Diosa terminó sus ejercicios y volvió hasta mi parte posterior. Me colocó rápidamente un collar y una correa alrededor del cuello y me quitó de un tirón los calzoncillos. Me forzó a ponerme de rodillas y me llevó hasta el centro de la habitación. Me ordenó enderezarme pero seguir de rodillas con las manos a la espalda. Mi trasero estaba extremadamente dolorido, pero eso no detuvo mi empalme masivo. Empezó a jugar con mis pezones. Empecé a gemir.
«Oh, a mi pequeño esclavo le gusta que jueguen con sus pezones…»
«Si Diosa, juegue con mis pezones. Retuérzalos, pellízquelos…»
Los restregó suavemente. Tomó la parte más pequeña de la misma punta de mi pezón derecho entre las yemas de sus dedos y empezó a pellizcar. Me estremecí de dolor y empezó a darle vueltas. Incrementó la presión, y justo cuando estaba a punto de gritar, lo dejó.
«Me ocuparé de tus pezones más adelante – y puedes estar seguro de que será MUY severo. Mientras tanto, te recompensaré por recibir tu paliza tan bien dejando que eyacules. Lo harás en mis botas, NO te correrás hasta que te dé permiso y después de que te corras degustarás hasta la última gota de tu semen. ¿Está claro?»
Lo estaba. La Diosa hizo que me hiciera una paja durante quince minutos. Cada vez que notaba que estaba a punto de correrme, me recordaba que no podía correrme todavía, pero no me permitía disminuir el ritmo. Me dijo que si me corría sin permiso me ataría y me flagelaría tan duramente que no podría sentarme en una semana. Todavía elevó su bota y empujó mi polla unas cuantas veces, precisamente para acercarme al límite. Finalmente se apiadó de mí y me dejó correrme. Exploté sobre sus botas negras. Antes de que pudiera recobrar el aliento, tiró de la correa hacia abajo y apretó mi cara contra sus botas. Lamí cada gota, como de costumbre.
Estaba todavía en el suelo lamiendo mi corrida cuando me ordenó tenderme de espaldas. Se bajó los pantalones, sin quitárselos, puso su mano dentro y empezó a hacerse una paja. Allí estaba yo yaciendo sobre el suelo, mirando a mi Diosa mientras de daba placer a sí misma. ¡UOU! Después de cinco minutos, retiró los dedos relucientes de su coño y los limpió sobre mi nariz y mi boca, asegurándose que chupaba todos los jugos que había en los dedos. Puso su bota en mi pecho.
«¿Quieres comerme, Esclavo? ¿Quieres poner tu lengua en la profundidad de mi coño? ¿Te gustaría eso?»
«Sí, Diosa, quiero darle placer.»
«Eso lo veré. ¿Qué harías para lo del placer…»
«Todo lo que pidiera, Diosa»
En este punto, apareció una mirada muy desviada en sus ojos. Me ordenó ponerme en pie y me condujo a la parte de la habitación bajo las vigas, donde teníamos unos ganchos discretos en el techo. Encadenó mis muñecas juntas y las enganchó a la cadena del techo, de manera que quedé de pie sobre la punta de los dedos. Colocó una barra separadora en mis tobillos. ¡Estaba básicamente en cruz estando de pie! Me dijo que estaba harta de mi constante erección, así que me colocó una funda de pene muy prieta alrededor de mi polla y huevos. Se quedó de pie admirando su trabajo manual. Supongo que no estaba todo exactamente a su gusto, porque salió de la habitación unos pocos minutos y volvió con un paracaídas. Lo enganchó a mis huevos y añadió algunos pesos. Gemí y me estremecí y empecé a dar vueltas sacudiéndome, lo que era un error porque con el movimiento de los pesos se incrementaba en realidad la molestia sobre mis huevos.
«¿Estás cómodo?» se burló. «Volveré en un minuto»
Mientras se iba de la habitación retiró las pinzas para pezones de su cinturón y colocó cruelmente una en cada pezón. Tiró de la cadena lo que me hizo gemir y agitarme.
«¡Eres como un niño respecto a tus pezones! Aquí lo tienes, puede que esto te ayude a reforzar tu aguante» Y colocó un peso en el centro de la cadena y lo dejó caer. La sensación en mis pezones era inenarrable. Jadeaba y me agitaba. Ahora si me movía me haría daño en mis huevos y pezones. Era una especie de colgajo allí, lleno de sensaciones intensas y gimiendo. Antes de que dejara la habitación por fin, me dijo, para que cerrara la jodida boca y dejara de gimotear – se bajó los pantalones de cuero, se quitó los panties, y me los metió en la boca.
Me pareció una eternidad antes de que volviera. Estaba abstraído cuando sentí el primer golpe del gato de siete colas en mis muslos. Realmente me cogió por sorpresa. También me hizo moverme, recordándome de esta forma el dolor en mis huevos y pezones. Se dedicó a marcarme con su gato – sin decir una palabra – pero mirándome a los ojos como para decirme «eres todo mío». Dejó el látigo en el suelo. Se dio un paseo y me enganchó el pene enfundado y empezó a restregar su cabeza expuesta – lubricándola con el líquido preseminal que había estado rezumando los últimos treinta minutos. El roce resultaba tan agradable y empecé a gemir a través de los panties. Empezó a rozarme y recorrer con sus dedos todo mi cuerpo – renovadamente sensitivo a causa del látigo. Levantó la cadena de las pinzas de los pezones. A unas dieciocho pulgadas (45 cm) de mi cuerpo, empezó a tirar de la cadena de modo que estiraba mis pezones hacia delante. Siguió tirando. El dolor era intenso. Tiró más fuerte – y supe entonces lo que ella se proponía al tirar de ellos de esa manera. Tiró más fuerte y las pinzas empezaron a escurrirse. Finalmente, con un chasquido, la pinza derecha se soltó. GRITÉ. Me quitó de un tirón la izquierda y grité de nuevo. Vino y restregó mis pezones. ¡Si mi polla no hubiera estado envuelta en cuero, me hubiera corrido entonces!
Debí haber llorado, porque podía sentir las lágrimas en mi cara. Manteniéndose en silencio, me quitó el paracaídas pero me dejó la funda en el pene. Tiró de mí hacia abajo con los ganchos y me tumbó en el suelo – otra vez con los miembros extendidos en cruz. Se puso de pie entre mis piernas y empezó a desnudarse – empezando por el chaleco. No puedo decirte lo hermoso que era mirar hacia arriba y verla, desnuda de cintura para arriba con sus pantalones de cuero y sus botas. Mi cuerpo entero estaba ardiendo y mi polla aún estaba enfundada en cuero. Todo lo que quería hacer era follármela. Se quitó las botas y los pantalones. Sus panties seguían en mi boca. Desnuda sobre mí empezó a tocarse de nuevo. Estaba realmente húmeda e hizo muchas pausas para limpiarse los dedos en mis labios y nariz. Me quitó los panties de la boca, y, de cara a mis pies, se sentó sobre mi boca – su coño a unas pulgadas de mis labios. Empezó a frotar de nuevo la cabeza de mi polla mientras yo apreciaba su vagina. Finalmente descendió lo suficiente para que pudiera lamerla – y lo hice. Estaba en la gloria. Cogió mis pezones y empezó a retorcer y pellizcar la carne tierna. La lamí más rápido – concentrándome en su clítoris. Gemía y giraba sus caderas. La Diosa me quitó la funda y mi pene volvió inmediatamente a la vida. Se levantó de mi boca (pero mantuvo un agarrón firme en mis pezones) y empezó a restregarse arriba y abajo contra mi polla. Yo gemía. Ella gemía. Empezó a follarme, dejando su peso caer hacia delante mientras empujaba su pubis hacia abajo para obtener la máxima estimulación. Se paseó, alternando entre mi boca y mi polla durante un buen rato. Finalmente se empaló ella misma sobre mi polla dura como una roca por última vez, haciendo pinza con sus piernas por mi parte media y gritó mientras oleadas tras oleadas de orgasmo la inundaban una y otra vez. Gritaba (como siempre) y me cabalgaba como si no hubiera mañana. A mitad de su clímax, yo también empecé a correrme – mis gritos bajos se mezclaban con los suyos en la habitación. Se dejó caer sobre mí en una mezcla de sudor, sexo, saliva y semen.