Mi padrastro me domina y usa sexualmente de muchas formas
Loca del Coño.
Así es como me llaman quienes están intentando ocultar la verdad. Todos mis enemigos.
Soy Britney Sintrom y este es el diario novelado que escribí durante los 972 días en los que mi vida, mi cordura y el destino del mundo estuvieron en peligro.
En esta serie descubriréis cómo mi espíritu indomable me permitió curarme un cáncer de SIDA mortal de necesidad mientras convalecía en una clínica para malitos de la cabeza en la que mi incestuoso y cruel padrastro me había confinado.
Por supuesto, Britney es un nombre inventado, porque una autora tiene que mantener el anonimato para poder hablar libremente, y este documento contiene información tan sensible que podría meterme en serios problemas de caer en malas manos.
La Iglesia, la masonería internacional y varios servicios de inteligencia de diversos estados han intentado impedirlo, pero aquí está, en exclusiva para Todorelatos:
Día Cero: La abducción
Mi malvado padrastro se despide: «Hasta nunca, Brit». No contesto, porque aún tengo la boca llena y esas cosas están por debajo de mi dignidad. No debería estar aquí, de rodillas y con camisa de fuerza, con todo lo que he tragado estos días, que tengo los carrillos doloridos y la mandíbula desconyuntá. YO no debería encontrarme aquí, me he tirado durante un puto mes satisfaciendo a este hombre de mediana edad y una fimosis más grande que un gorro de montaña para ver si finalmente me perdonaba el ingreso y aún tengo esa cosa asquerosa contra el paladar. Ya está bien, que me van a salir agujetas en la lengua. Ahora lo que me merezco descansar los músculos del cuello y que esa puta ambulancia me deje en casa con mi ordenador y mi mitomanía, no un centro de rehabilitación para mentirosos compulsivos donde nadie pueda darle a un mísero like a mis desgracias. Así que no, lo siento muchisísimo pero no le voy a contestar. El grumito del Colacao podría salírseme y mancharme el uniforme de loca nuevo. Eso no sería chic en absoluto, y yo antes que persona o cualquier otra cosa, soy pija. Muy pija. Aprieto fuerte la boca para que vea el gustito que se va a perder estos meses si me encierra. Aprieto tan fuerte que se me saltan las lágrimas. Las arcadas son lo que tienen. Me agarra de las orejas para que no escape y la cremita vaya a parar toda al mismo lugar. Menos mal que apenas tiene calorías o ahora tendría que vomitar por quinta vez en el día. Dejo de apretar, me relamo, levanto y contesto: «Adiós Cayetano Alfonso María de las Mercedes».
Él se queda ahí, con los pantalones a media asta y cara de felicidad hasta que cierra la puerta, no sé si por lo bien que lo he hecho o porque me voy. Nuestro chófer me tira las maletas a la cabeza y aprovechando que estoy tullida y semiinconsciente por el golpe, salen disparados a toda pastilla, no sea que los persiga reptando.
No abandones a tus hijastras, lector, ellas nunca lo harían.
Fundido en negro.
De pronto se abren las puertas de seguridad y entro flotando dentro de la unidad. Sale humo y empiezan a sonar sintetizadores de los ochenta. ¿Estoy en «LLuvia de Estrellas»? Una luz, otra luz. Una tercera luz y una cuarta luz. Y una quinta y… a estas alturas ya sabes cómo va. Luz, luz, luz, luz. Y no son rojas como de costumbre. Creo que es un OVNI. Los marcianos han venido por fin a conocerme. A mí, no a Trump. Cuestión de prioridades. ¿Pero qué cojones está pasando? ¿Por qué no asciendo en el aire y empiezo a sentir la rica picazón de la sonda en mis partes? Vale, coño, es porque estoy tumbada en una jodida camilla. Me llevan cuatro celadores, acompañados por un guardia de seguridad con una porra eléctrica para ganado en la mano.
Hombres de uniforme, ¡uhmmmmm!. Reviso sus paquetes de reojo, con gracejo y disimulo y pienso en Kevin Bacon en Sleepers, pero con chicas mayores de edad. Tal vez en algún momento de esta historia diga que abusaron de mí. Eso ayudaría a las ventas ¿no? Rollo Grey, pero no consentido. Que es el protocolo, me dicen, y yo creía que las esposas eran para un club sadomaso. Qué decepción. Empiezo a pensar de qué manera podría convertir todo en un genocidio sin connotaciones raciales-teniendo un esguince de ñocla que me hice salvando a dos huerfanitos de las garras de la mafia rusa- y no se me ocurre ninguna. Vaya mierda de protocolo, ni besamanos ni nada. Esto mi amiga Letizia no lo tolera.
Tras varios quiebros por pasillos misteriosos, llegamos por fin a mi habitación, la 64. No es un número feo, pienso. Un seis y un cuatro, la cara de tu retrato. Más tarde haré ingeniosos comentarios al respecto. Os vais a partir y enternecer, amiguitos. Ya veréis. Está cerca de la máquina dispensadora de condones y juguetes sexuales y no muy al final del pasillo. Es amplia. Y para mí solita. Un gusto estar sola después de tantos días compartiendo cuarto con otras pacientes en el ala de inventología terminal, sin tocarme ni ná. Aunque también las echo de menos. Si es que existieron, claro. Una nunca puede estar segura. Segismunda era maravillosa, espero que esté bien de su operación de cola de sirena. Una escama infectada es peor que una uña torcida. Lo puto peor, creedme, se te enquista y no te deja nadar bien. Y la Locutora de la COPE, ¿esa cómo se llamaba? Me reí mucho en los tres días que coincidimos, la verdad es que debería inventarme amigas nuevas y…
«¡BRIT, BRIT!»
«¡Levanta, loca de los cojones!»
» ¡Mierda, Aga, creo que la paciente está perdiendo de nuevo el sentido de la realidad!¡Prepara el aripiprazol! «-Me sacan de mis pensamientos. Dirijo hacia las voces mi inteligente y muy drogada mirada.- «Somos Agapito y Bienfungida, los enfermeros del turno de noche» Se presentan. «Ah, hola, ¿estáis aquí de verdad o me estoy inventando otra vez extras para mi historia?» «Estamos aquí, tesoro, y no descartamos que en un par de capítulos te propongamos un trío» «Eso molaría cantidad, o sea, es así como muy moderno ¿no?» «Sí cariño, muy moderno, progresista y tolerante» «¿A los lectores les gustaría?»»Claro, por eso somos enfermeros mixtos, para que haya tensión sexual. ¿Crees que podrías volverte lo bastante lesbiana para el próximo jueves?» «Lo intentaré, pero no prometo nada. De momento, me estoy centrando más en dar pena» «Tú piénsatelo. Mujer, hombre, mujer… trío clásico, protocolario: les va a encantar.»
Todo es el protocolo. Todo es el puto y jodido protocolo. Protocolo, cocoloco, estafilococo, cocodrilo, colodrillo… Error 404. Ya me tomo la pastilla, perdón. Estoy cagada de miedo. De miedo e incontinencia. Ese es de hecho mi primer cambio de pañal… El primero de muchos. Todorelatos debería tener sección de escatología. Sugiéranlo, que hace mucha falta, y más con toda la mierda que pienso producir.
Hasta esa misma noche me han tratado fenomenal, tocándome la ñocla con cariño, con cuidado, con un poquito de vaselina y una pizquita de burundanga medicinal … Pues aquí vienen dos torturadores que ni siquiera llevan el cuero reglamentario a toquetearme y tirar de los 852 puntos de la herida que Boris Sokolov me infligió en la embajada de Sealand, cuando bloqueé con mi cuerpo el ataque hacia los dos pequeños que he nombrado antes y de los que no volveremos a hablar en todo el relato, por que ¿para qué ahondar en los orígenes de mi trauma y hacerme un personaje interesante?
«Hoy es tarde y ya es hora de cerrar el capítulo inicial, que te está quedando muy largo, hija. -Interrumpe Bienfrungida, Bienfrun en adelante- Mañana volveremos y te iniciaremos en los misterios del centro para mentirosos compulsivos» «¿Es una logia o algo?¿Hay algún secreto interesante que desentrañar?» «Qué va, son cuatro bobadas, pero esta historia va a necesitar diálogos expositivos más adelante, así que…»
Apagaron la luz, salieron y cerraron la puerta con llave. (Cuatro vueltas, nada menos, privándome de cualquier calor humano) La arañé y me puse a maullar como gata en celo: sabía que en alguna parte de ese edificio había un rabo para mí y tenía que hallarlo cuanto antes. De lo contrario habría de esperar al capítulo veintitantos para meter una historia de amor con calzador, y eso sería una tragedia. No me daría tiempo a desarrollar el romance y quedaría muy forzado. Me puse a llorar. Un mes con Cayetano Alfonso y no había tenido la decencia de bajar una sola vez al pilón. Me fijé en una cámara que había en la esquina del cuarto, con una luz roja, apuntándome. Me pregunté qué dictaría el protocolo sobre las chicas que gimen, si el guardia de seguridad se sentiría igual de solo en el cuarto de videovigilancia. Si tendría cerca un rollo de papel y jabón líquido a mano. Comencé a quitarme el uniforme sensualmente, descubriendo con buen ritmo mi hombro mientras guiñaba un ojo y me relamía. Tariro-tariro… Como nunca es bueno darle demasiado a un tío la primera vez, me remangué mis braguitas de Louis Vuitton y me arrojé a la cama, me arropé muy fuerte y seguí llorando hasta que por fin pude conciliar el sueño.
Hay que ver lo que ahorré en orina.
Medianoche del día cero:
Los olores del centro me hacen revolverme en el camastro y despertar. Propofol, alcohol, ácido desoxiribonucléico. Chanel Número cinco, la bebida favorita de Mamá. Joder, la echo de menos. Quiero pensar que ella también a mí, mientras compra compulsivamente por internet con la pensión que Papá le pasa por mi mantenimiento. Que sea una fiscal (y arqueóloga, bióloga marina, viróloga y espía internacional) de éxito no significa que mi papi tenga que dejar de hacerse responsable de mis gastos, por supuesto. Son estas cosas las que hacen que me alegre de ser una puta desequilibrada diagnosticada y eternamente a cargo de mi familia.
Una vez se gasten los cinco mil euros de este mes, también mi padrasto debería extrañarme un poquito, ¿no? Es la primera vez que no tiene a nadie que drogar y visitar por la noche.
Empiezo a fantasear con médicos, esperando conocer a los míos. El aire cargado de la institución me trae desesperación y efluvios de 52 tipos distintos de semen correspondientes a otros tantos enfermeros y pacientes, muy característicos y distinguibles unos de otros gracias a mis capacidades de deducción sobrehumanas. Si de esto no saco un buen bukakke para el capítulo siete, podéis dejar de llamarme Britney Sintrom.
Día y noche uno:
Los paso tan medicada que ni me acuerdo, y creo que es para mejor. Apenas tengo la vaga imagen de una serie de sombras proyectándose sobre mi cuerpo y (¿Aga?¿Bienfun?) muchos dedos palpando con fuerza mi anatomía, evaluándome como viejas con fruta en un supermercado.
«Uhmmm… buen higo… Un poco seco, pero…»
«Por esta»-les oigo decir-«Podemos pedir setenta y cinco la media hora».
Me debato, intento incorporarme. ¡¿Qué ocurre?!
Noto un pinchazo en el brazo y caigo de nuevo en una inconsciencia inducida por la química, no sin antes sacarme el bolígrafo del trasero y escribir esta entrada en el diario.
Faltaría más.
Día dos: Varón Dandy
Entran en la 64. «Brit, arriba. Despacito y sin movimientos bruscos. Te estamos apuntando.». ¿Dónde cojones estoy? ¿Qué hora es? ¿He vuelto al Vietcong?¿A qué huelen las cosas que no huelen? Abro los ojos y empiezo a recordar. A compresa, por supuesto. Es de primero de Evax, aunque yo sea más una chica de tampones.
Nota mental: hablaré con el psiquiatra de esto. Puede ser importante.
Miro al sillón que hay al lado de la cama esperando ver a mi pérfido y sensual padrastro abrirse la bragueta y apuntar al centro de la taza de café y me doy cuenta de que no, que aquí no admiten acompañantes. Claro, el protocolo impide el ordeño.
Qué alivio. Tras tanta paja estaban a punto de salirme los primeros callos de mi vida, y eso afea las manos que no veas.
Me incorporo. Me duele la espalda, mucho. Me vuelvo a tumbar y ahí me quedo esperando a que me cambien otra vez el pañal, porque a todo lo bueno se acostumbra uno rápido. Esa esponjita jabonosa contra el trasero, llevándose la caquita… me estremezco al recordar. Pienso en cómo lo harán con este pijama que me han puesto, con lo fácil que sería con el camisón, que además de ser hipermorboso, deja el mejor acceso. Siento la necesidad de hacer alguna mención a los Simpsons, porque tras 20 años de repeticiones en Antena 3 son una referencia de cultura pop muy socorrida. Así los lectores se identificarán.
«Nucelar, no nuclear.»- Mascullo.
¿Lo hacéis?¿LO HACÉIS, MALDITOS?
Entra en el cuarto un auxiliar. Este va a ser mi antagonista, así que tiene que recordaros a un macho caduco y facha nada atractivo. Creo que le voy a poner bigote y una camiseta de «I (corazón) tauromaquia». Sí, así queda bien. Por ahora solo me fijo en que apesta a colonia para pobres. ¡Para pobres, tía! Yo creía que eran un mito, como los parados, no un colectivo demográfico. La revelación me marea. Está, o sea, como tumbándome los esquemas ¿sabes? Qué fuerte. Me dice su nombre, pero ni siquiera lo retengo. Recordar lo de la compresa ha agotado mis capacidades cognitivas de hoy. Para mí siempre será Varón Dandy, que no es un título nobiliario, chicos. No lo es. Y después, Puto Dandy.
Eso tampoco es una profesión. Agradecédselo al gobierno.
¡Legalicen la prostitución, ya!
Va por ti, Pedro, que sé que me lees.
Le digo tímidamente que quiero ir al baño (por si se decide a acompañarme). El cáncer de SIDA debilita mucho los esfínteres y anteriormente estuve todo el tiempo sondada, pero aquí no sé cómo iba a ser la cosa. Si necesitaría ayuda para empujar o algo. Tú me entiendes. El día anterior pedí una sonda, pero me dijeron que no, que no eran extraterrestres, pero ese punto ya lo hemos tratado. ¿A ver si adivináis por qué? ¡Cooorrecto! Por el protocolo. Cien puntos para Griffindor.
Me deja en paz y en gracia del Altísimo… unos dos minutos.
Este plebeyo trae un cacharro en la mano. No son unas flores, no es un vestido nuevo, mi siquiera un iphone. Como tampoco tiene aspecto de ser un embalaje de un bolso de Loewe, me rindo y le pregunto que qué es. «Un par de multas para tullidas», me dice. ¿¿¿Muletas, cacho cabrón?? Pero capullo, ¿Es que no vas a llevar a tu diosa en brazos? Mi ñocla está a puntito de reventar y los ochocientos y pico puntos podrían abrirse si no se arrodilla ahora mismo y besa el suelo. No puedo entender cómo un celador con cientos de pacientes no se acuerda precisamente de mí, que acabo de llegar pero soy la más importante ¡Qué cretino!. «Me duele la ñoclita, señor» le digo, con voz firme. Varón Dandy me dice que bien, que vale, que guay y todo eso pero que ha leído el informe y mi criterio no puede revalecer sobre el de un médico. ¿Te lo puedes creer? ¡pero si soy yo, una tía super lista!.
Insisto en que no puedo. Él insiste en que sí. Yo digo que no y hago un puchero. Esto siempre funciona. Niega con la cabeza. Le dedico mi mirada más intimidatoria y amenazo con dejar de respirar. Todo inútil. Me pone las muletas en las manos, sin ninguna compasión por mi SIDA imaginario. Hace falta ser mamón. Atención, leed estas líneas con cuidado, porque se está acercando la escena de dar mucha pena y no quisiera que os la perdierais por nada. Yo lo sé, tú lo sabes: me voy a mear y tú tendrás que odiar a este tío el resto de la novela. Es un momento muy dramático… y excitante, si te molan estas cosas.
El baño está a solo un par de metros y ya no aguanto más. Me voy a mear, solo estoy retardando la escena. Intento dar un paso pero la ñocla no me da tregua, me hace retorcerme, el dolor es demasiado grande. Me voy a mear, insisto, espera y verás. Termino dando tres. Siento que algo va mal por dentro, porque nunca antes he tenido ganas de ir al baño y naturalmente no sé qué es. Vale, sí que he ido, estaba mintiendo. Es la medicación, que lo hace todo peor. ¿Voy a mearme? Sí, claro. Me niego a andar, se lo digo. Pone una mueca muy característica de sudarle los cojones.
Recuerda esta mueca. Va a salir en otros trece capítulos.
Dandy me dice: «Pues si no hay muletas, no hay váter. Y si no hay manos, tampoco galletas». Se ríe de su propio chiste, agarrándose la barriga. ¿Es un sádico, ves? Ni siquiera es millonario y joven, así que no tiene excusa. Juraría que anda buscando una lluvia dorada. Ahora es cuando pasa a ser Puto Dandy y tú, que eres un alma dulce, cándida y un poco primo lo pasas fatal conmigo, que es de lo que se trata. Voy a hacérmelo encima, está claro a estas alturas, pero en este párrafo aún no. No sería lo bastante efectivo. Aún tengo que describirte mi viacrucis escatológico.
Me bajo de la cama a cuatro patas contoneándome en postura sugestiva y voy arrastrándome hasta el baño. Mi perrito Bruno ya estaría entusiasmado olísqueándome el trasero a estas alturas con su hocico de gran danés, pero Dandy me mira impasible. Aunque tiene el bulto de su pantalón hinchado, parece ajeno a mi sufrimiento. Las lágrimas escapan de mis ojos y se deslizan por mi mentón, hasta caer goteando en el suelo.
Visualízalo, por favor: la impotencia, la agonía de mi indefensa vejiguita. Mi desnudez casi total.
Soy una damisela a la que debes querer rescatar de la orina que va a cubrirla. Intento subir al WC, pero no hay manera. Levanto una pierna, la mala, para intentar hacer mis cosas al modo canino, pero esta preppy bitch no es lo bastante perra. Inasequible al desaliento, me pongo de nuevo en cuatro y oriento el trasero hacia arriba para intentar proyectar mi orina en parábola a cincuenta y siete kilómetros por hora (ni uno más, ni uno menos) tal y como me enseñaron en el CSIC…
Estoy dando rodeos para no decir que me meé ya. Podría dedicarle 20 líneas más a cómo sufría, pero el resultado es el mismo: fui una heroína que desfalleció de agotamiento, una princesa que no fue capaz de subirse al trono.
Me meé. ¿Vale? O sea, dejé perdido el cuarto de zumito de limón, mi agüita amarilla. ¿Te he dado pena o no?¿Vas a tomarme cariño ya?
Inserto frase pseudopoética que refleje mi humillación y el odio hacia el enfermero.
Otro capítulo menos. Este libro me hará (más) rica. Ya huelo la pasta.
Noche del día dos:
Tras tener que limpiarme el culete yo sola por primera vez en mis treinta y cinco años de vida, siento que he llegado al punto más bajo de mi existencia. Sola, sin nadie que aparezca con un trocito de papel húmedo, la aspereza cruel del papel higiénico contra mis partes pudendas. Ah, querido Ambrosio, mi leal mayordomo ¿dónde estás cuando te necesito?
Nadie nunca alcanzará tu destreza blanqueando ojetes, esa mano mejorada por el parkinson que además de vibrar, pule, limpia y da esplendor. ¿Qué va a ser de ti sin mí? ¿Acabarás teniendo… vida propia?
Qué horror, no lo quiero ni pensar. Servicio con dignidad y sus propias aficiones… Mi cuerpo entero se revuelve ante la idea. Miro al techo con determinación y aprieto el puño hasta sangrar.
«Ambrosio, si salgo de esta, jamás permitiré que te ocurra semejante atrocidad.» Digo, a voz de grito.
Así soy yo: dulce, comprensiva y siempre pensando en los demás. Tanto, que casi me había olvidado ya de mí misma. Vuelvo mi mirada hacia mi propia persona. No es que vuelva los ojos, ojo, es que miro otras partes de mí que no están en mi cráneo.
El líquido se ha evaporado y se encuentran ya secos tras tantas horas, pero mis muslos hieden a pipí. Mis piernas enteras lo hacen. El entrenamiento militar recibido en los SEALs me hace recordar que aunque asqueroso, eso es bueno: ayudará a desinfectar mis terribles heridas. Mearme encima me hará más fuerte, no me destruirá.
Pienso hacerlo más veces, hasta alcanzar el nivel de potencia muscular de una superheroína.
El tal Dandy se va a cagar.
Supongo que el hecho de que me haya caído orina también por la cabeza será excelente para las puntas abiertas. Pobre pelito mío: los electroshocks que me esperan me lo van a electrizar. No quiero ni pensar lo que va a ser de mi tinte. ¿Cómo pretenden mejorar mi salud mental si no cuidan de lo único que de verdad importa en mi azotea?
No me pilla por sorpresa. Estas instituciones machistas nunca tienen en cuenta las auténticas necesidades de una chica.
Sumida en estos pensamientos, apenas me doy cuenta de que ya es madrugada y estamos entrando en el…
Día 3: Vinny Pelolechuga
He dormido fatal, despatarrada en mi minúsculo y sucio váter, las bragas colgando de uno de mis tobillos. Si esto fuera un manga hentai, tendría la piel llena de simbolitos pintados con rotulador y estaría haciendo el signo de la victoria con ambas manos.
No es que una señorita como yo esté familiarizada con esas cosas, claro.
Me desperezo y recojo mi pelo para después meter la cabeza en la taza: nada como un buen vómito matutino para mantener la figura. Todas esas calorías abandonando mi estómago me aportan más energía que si las digeriera. Esto me devuelve un mínimo el buen humor… al menos hasta que escucho girar el picaporte de mi habitación.
¿Dandy otra vez? No, por favor. Hoy no me siento con ganas de ser coaccionada y grabada para una web ilegal de internet. Hay gente que no entiende que todo tiene su momento y su lugar. Es la estrella quien debería decidir cuándo actuar, no un celador, un auxiliar de mierda.
¿Traerá al menos preservativo?
Una melena teñida de verde asoma tras la puerta, como una brisa de esperanza pilosa. Es una chica un poco más joven que yo, con muchos poros abiertos en la cara. Cuando se acerca a mí sonriendo amablemente, me percato de que en realidad son agujeros de piercings. Paseo la mirada por su cara. Uno, dos, cinco, siete, catorce… Wow…¡Fuera del trabajo esta tía tiene que ser una auténtica ferretería!
«Es por los pacientes»- Contesta a mi pregunta mental- «Algunos podrían sentir el impulso de intentar arrancármelos.»
Asiento, comprensiva. Al bajar la vista descubro también una forma extraña en sus pechos, bajo el uniforme y a la altura del pezón.
«Esos aún los llevo puestos…» Me guiña un ojo. «Y también algún otro más… Por cierto, me llamo Vinicia, y voy a ser tu aliada contra el otro enfermero. A pesar de mi apariencia y mi trato casual, soy la persona más profesional y preparada de este centro.»
«Eras» Puntualizo. «Porque ahora he llegado yo.»
«Es verdad, perdona. No volverá a pasar. Esta es tu historia y solo tú puedes concentrar las mejores virtudes. El resto somos personajes de apoyo para que las demuestres y la trama avance un poco. Como yo soy muy inteligente, si me hago tu amiga parecerá que es porque tenemos ese rasgo en común.»
«Y no te olvides de hacer de vez en cuando comentarios encaminados a demostrar ese punto, por favor.»
«Por supuesto. Sí. Claro. Dotar de más dimensiones a un protagonista anodino era asignatura troncal en Licenciatura de Personajes Secundarios. Solo alguien verdaderamente sagaz podría haber detectado un error tan tonto por mi parte…¿eh, tía?»
«Disculpas aceptadas. ¿Sabes a qué hora pasan a darme el vaso de plástico con los antipsicóticos para mi SIDA imaginario?»
«Sobre las cinco, después de la quimio para el cáncer de dicho SIDA, por supuesto. Suero con colorante alimentario directo a la vena. ¡Vas a ser la envidia de los yonkarras de la sección de rehabilitación!» Vinicia «Vinny» Pelolechuga se pone blanca de pronto. «Espera, no se supone que debería haberte hablado abiertamente del placebo…»
«No pasa nada. Vengo de un colegio de los de dos mil euros al mes, y te aseguro que a estas alturas podría haber detectado sola si una droga es demasiado floja. ¡La de veces que intentaron pasarme mierda mal cortada en el recreo!» Suspiro, con nostalgia. Si no fuera por el bullying, la drogadicción y cinco intentos de suicidio, mi adolescencia hubiera sido casi perfecta.
Vinny me toma por debajo de las axilas y me sienta en la taza del inodoro. Desde allí puedo ver cómo las muletas yacen abandonadas en un rincón, desoladas; saben que no las usaré hasta que sea necesario volver a forzar la lástima. La cabeza me da vueltas…
«Brit, tu conversación es la hostia de estimulante y todo eso, pero tenemos asuntos urgentes que tratar antes de pasar al turrón.» La miro con escepticismo, pero continúa. «El señor Von Kindermörder está esperando a que te pongas al teléfono.»
«¿El señor Von K…? Ah, mi padrastro sexy, sí. A veces se me olvida que a pesar de su nombre español y su acento ibicenco es descendiente de unos nazis a los que acogió Paquito tras la guerra.»
«Paquito…» Vinny traga saliva.
«Sí, bueno, así lo llamaba el abuelito cuando recibía a don Francisco en la casa de la sierra. Eran íntimos. ¿Dónde está el terminal?»
Veo cómo la mujer se lo saca de uno de los numerosos bolsillos de su bata y me lo da. Al otro lado escucho una respiración que reconozco enseguida; el jadeo tan familiar del macho alfa que monta a todas las hembras -con o sin pene- de mi familia, gobernando con mano de hierro nuestro chalet de tres plantas en la Moraleja. Incluso gime un poco. Por lo experto de los lametones, mi hermano Cuca (nacido Rodrigo) tiene que estar empleándose a fondo con él mientras hablamos.
Con la voz engolada por el deseo, me pide que le cuente cómo me están tratando, si he inventado alguna enfermedad nueva en las últimas 48 horas. Quiere que no escatime detalle.
El sonido seco de la carne al recibir un azote se convierte en nuestro hilo musical, mientras voy narrando mis peripecias. Cuando empiezo a hablar de Varón Dandy oigo a Cayetano fruncir el ceño a través del altavoz. Educarme en el masoquismo está bien, pero humillarme es SU trabajo, y nadie puede hacerlo sin pagarle primero una suma cuantiosa o pertenecer a su club de golf. Sus amigos se sentirían molestos si supieran que alguien ajeno a su asociación criminal de padrastros adinerados e incestuosos mete un hierro 3 en alguno de mis hoyitos.
Con ambas puertas de la 64 abiertas, puedo ver el pasillo del centro desde mi asiento. Allí, entre enfermos que babean en su silla de ruedas, otros que fingen nadar sobre el suelo y cantan ópera desafinada, surge la cara de Puto Dandy, como si supiera que estamos hablando de él.
Me mira fijamente, con ese plano que se utiliza tanto en las películas para darle a entender al espectador que es un momento importante. Me encojo sobre mí misma, muy indefensa. Vinny sigue mi rayo visual hasta encontrar dónde está el problema. Sus miradas se cruzan. ella rechina los dientes: efectivamente, este es el punto de la historia en que decide que se convertirá en mi protectora.
Se acerca a la puerta del baño y la cierra de golpe.
Justo antes de que pudiera hacerlo, cuando sabía que aún podía verlo por una rendija, Dandy ha vuelto a poner la famosa mueca de sudarle los cojones. Mírala, ahí está. Ya te dije que aparecería de nuevo.
Noche del Día 3: Mi primera amiga.
Vinny está de nuevo junto a mí, esta vez con una bandeja de comida. Me observa mientras como mi cena y también cuando la vomito. Dice que le recuerdo a ella en una noche de fiesta y ríe un poco. Luego se sienta a mi lado como si me conociera de siempre. En el fondo siento que es así. Cuando miro su cara perforada o los tatuajes que cubren el setenta y dos por ciento de su cuerpo es como si hubiéramos sido amigas desde niñas. Hermanas de las que hacen la tijera frente a una cam en internet. Hay personas que simplemente te dan esa sensación ¿sabes?
Todo sube un nivel cuando me toma de las manos.
«Mis superiores me han ordenado que dado tu historial te dejase un bote de lejía, una jeringa, varios cinturones y cuchillas de afeitar, pero no lo voy a hacer. Tú eres valiosa, Brit. No es como si estuvieras gorda ni nada.»
«¿Quiénes son?»
«Información clasificada. La historia perdería la gracia y aún estamos solo en el capítulo 3» Sonríe, melancólica.
Después me toma en brazos y pone en una silla de oficina de oficina con ruedas que no había advertido hasta entonces. Es demasiado grande para mí, como si hubiera pertenecido a algún jugador de baloncesto. Mis pupilas se dilatan sin remedio ante la idea: tal vez haya sexo interracial en este relato y todo.
Me devuelve la esperanza.
Con delicadeza, la chica del pelo vegetal comienza a desnudarme. me cubro pudorosamente con las manos, cosa que solo hago durante los exámenes médicos, más por compromiso que otra cosa: puta sí, pero que no se note. Bajo la ropa comienzan a aparecer todas mis cicatrices: setenta y cinco cortes de autolesiones, impactos de bala, cortes de katana, un implante cibernético y ese tercer pezón que enamoró a mi ex durante el Erasmus en Italia.
Mi ex…¿Qué habrá sido de Piero?¿Habrá conseguido convertirse por fin en amo y señor absoluto de la Ndrangheta como pretendía?¿Seguirá vendiendo helados a turistas junto al aeropuerto?
Esos pensamientos casi me distraen del hecho de que Vinny está cubriendo mi ñocla dañada con film plástico de cocina. Me siento como una reina egipcia durante su proceso de momificación, con la diferencia de que a ellas les sacaban el cerebro por la nariz y yo no lo necesito. Y el procedimiento tampoco.
El plástico, necesario para evitar dañar los puntos, hace que me empiece a sudar el tema. Temo que mi nueva amiga lo confunda con excitación. Aún no he decidido si la prefiero a ella o a Bienfrun para el obligatorio rollo bollo.
Continúa sonriendo todo el tiempo, pero también parece removerse, como si tuviera algo que decir, pero finalmente no se atreve. Lo dejo estar, no me atrevo a presionar para mi investigación. Brit, pienso, te han dado muy malas cartas, pero tienes que ser astuta.
Esa gente, sean quienes sean, no pueden ganar.
Ahora que estoy completamente desnuda, me somete a la tiranía de otra de las famosas esponjitas impregnadas de jabón del psiquiátrico, frotando mis manos, mis brazos, mis hombros. De nada sirve que le diga que quiero lavarme las tetas yo solita: se ruboriza e insiste en que el protocolo del centro exige que el aseo sea realizado a fondo por un profesional cualificado.
Un escalofrío recorre mi espalda: acabo de darme cuenta de por qué Dandy me miraba así.
Mañana será su turno.
Me quiero morir.