Mi pareja me pide que enseñemos como follar a sus hijas
La siguiente historia se basa en hechos reales y la cuento tal y como la recuerdo. Nadia, a quien he cambiado el nombre por motivos evidentes, la ha leído antes de enviarla y, salvo algún detalle, la recuerda más o menos así.
Conocí a Nadia a través de internet, chateando en una sala de BDSM. Ella había tenido alguna experiencia, no muy allá, debo decir, lo cual no impedía que estuviera totalmente enganchada a la idea de ser una sumisa ejemplar. Yo soy una persona metódica, y una vez que cogimos confianza le propuse someterla a un proceso de adiestramiento integral. La idea le resultó fascinante desde el primer momento y establecí todo un proceso y una rutina de actuación con ella. La verdad es que la sometí a un proceso de control mental absoluto, en el cual me abrió su mente y me entregó su cuerpo. Puedo decir que en seis meses era la sumisa más obediente y entregada que nadie pudiera imaginar. Nadia es guardia de seguridad en una gran empresa, y trabaja por la noche, por lo que llega a casa muy temprano, justo para preparar el desayuno de Elena y de Marga, darles un beso, e irse a dormir. Se levanta a diario a las tres y prepara la comida para ella y Elena, que vuelve de la facultad, puesto que Marga trabaja y llega a casa a las cinco. En la empresa exigen una preparación física que requiere mucho entrenamiento, lo cual hace que Nadia tenga un cuerpazo, a sus 45 años, impresionante. Su pelo es castaño, tirando a rubio, sus ojos claros, y sus tetas absolutamente perfectas. Además, su culo es redondo, de proporciones asombrosas y muy duro. Un tatuaje de colores recorre todo su costado izquierdo, recuerdo de las tonterías que hacía de joven.
Nadia nunca se casó, y tiene dos hijas, una de veinte y otra de diecinueve, ambas de padres distintos. Es una mujer fuerte, que ha sacado su familia adelante, y que ha enseñado a las dos que deben valerse por sí mismas y luchas contra cualquier tipo de opresión. Y además, aunque alguno que no sepa bien lo que significa una sumisa pueda sorprenderle, Nadia, es mi sumisa. No solo mi sumisa, no una sumisa cualquiera, una sumisa perfecta.
Yo tengo bastante libertad de horarios y la visitaba siempre que me apetecía, respetando los suyos, claro está. A veces iba temprano, cuando Elena y Marga se habían ido, y otras veces algo antes de comer, para pasar un rato con ella y asegurarme de que su adiestramiento iba por buen camino.
Recuerdo que era martes y que estábamos en Abril, un día lluvioso y algo frio todavía. Llegué a su casa y me abrió la puerta tal y como sabía que yo quería: desnuda y con un dildo anal con cola de caballo insertado en el culo. Me besó y me ofreció una copa de vino pero preferí beber algo más suave sin burbujas. Me senté en el sofá, todavía pensando en algunos temas del trabajo cuando la miré, arrodillada frente a mí, en silencio. Chasqueé los dedos y ella se abalanzó sobre mi bragueta, desabrochando los botones y sacando mi polla totalmente erecta. La miró con ansia, casi babeando, y luego me miró, esperando el permiso para engullirla. Le hice un simple gesto con mi mano y ella abrió la boca lo más que pudo para meterse todo mi miembro de golpe hasta el fondo de su garganta. Los ojos se le abrieron como si fuera la primera vez que veía una polla y chupó. Pero no chupó con los labios, como una cría pija de colegio de monjas. Chupó con la garganta, clavándose mi polla hasta el fondo. Podría decirse que se folló la garganta como si fuera su propio coño. La muy puta había aprendido a chupar una polla como una auténtica profesional y estaba orgullosa de ello. Al principio le acaricié el pelo, pero cuando empecé a sentir su garganta y su calor la sujeté por la nuca y empujé hasta lo más hondo de ella. Solo importaba una cosa, mi placer, correrme dentro de ella. Entonces estallé y ella apretó fuerte, para que el semen inundara directamente su garganta. Cuando saqué mi polla estaba impecable, limpia, y ella, con el estómago lleno de semen, feliz y radiante.
En ese momento llamaron a la puerta.
-Son Elena y Marga – dijo.
-Vístete y ve a abrir -dije contrariado mientras me colocaba el pantalón de nuevo.
Se fue a su cuarto y enseguida apareció vestida para dirigirse a la puerta donde sus hijas llamaban insistentemente.
-Hola Juan Carlos -dijeron las dos casi a la vez, plantándome dos besos cada una.
-Hola chicas. Es muy temprano hoy, si son solo las dos. Marga ¿tú no trabajas? -pregunté.
-No – contestó -. Hoy me tengo día libre, tenía cosas que hacer.
Primero las miré algo extrañado y luego miré a Nadia. Ella se encogió de hombros y se sentó en el sofá en forma de ele, algo alejada de mí. Luego las chicas se sentaron, cada una a uno de sus lados. Las miré, algo alucinado, porque ellas no solían hablar mucho conmigo y sobre todo porque las tres miraban al suelo en silencio.
-¿Ocurre algo? -reprimí hacer ningún tipo de broma porque no sabía qué ocurría.
-Verás -dijo Nadia muy nerviosa.
Esperé un rato.
-¿Veré?
Las tres seguían mirando al suelo hasta que Nadia levantó la vista y me dijo:
-Mi Señor. Elena y Marga me han preguntado un montón de veces por lo que usted y yo hacemos y las dos insisten en saber más y yo les digo que no pero insisten y no he podido negarme.
-Entiendo -contesté mientras las miraba. Elena y Marga estaban rojas como dos tomates, pero su madre parecía que se hubiera lavado la cara con la lava de un volcán -. Entiendo. Y estáis muertas de vergüenza las tres.
-Muchísimo, mi Señor -contestó Nadia -. No puede ni imaginarse. Siento ponerle en esta situación pero no sabía qué hacer.
-Entiendo. Supongo que queréis saber qué hace vuestra madre, por qué lo hace y qué siente. Por qué os educa para valeros por vosotras mismas igual que ella pero a la vez se entrega completamente a mí ¿es eso?
Las dos callaron.
-Si no vais a contestar os vais ahora mismo a vuestra habitación y termina aquí la conversación -continué muy seriamente.
Aquello las sobresaltó y las sacó de su pasividad.
-Perdón -dijo Elena.
-Es eso -añadió Marga.
-Mejor así. No me gusta hablar solo – me tomé un rato para observarlas tranquilamente -. Veréis, chicas, vuestra madre es una mujer excepcional, y por eso la he sometido. Necesita que me encargue de ella. Necesita no pensar. Que la libere de sí misma.
Las tres permanecían en silencio.
-Bueno, chicas –ya os lo he contado -. ¿Algo más?
-Sí –dijo Elena, la mayor de las dos -. Yo quiero saber más.
-¿Y qué quieres saber? –pregunté.
-Todo –contestó Marga pasados unos segundos -. Queremos saberlo todo.
Al escucharla miré a Nadia, completamente ruborizada.
-Nadia, ¡mírame! –dije casi gritando -. Las tres se sobresaltaron y clavaron su mirada sobre mí -. ¿Eres consciente de lo que va a suponer que les cuente todo?
-Sí…
-¿Sí qué? ¿Cómo que sí?
-Sí Señor, perdón.
Las tres seguían sentadas en la misma postura, cabizbajas y nerviosas.
-De acuerdo, vamos a ver si de verdad sabes lo que dices –continué -. Esto va, lo primero de todo, de obediencia. Ponte de rodillas puta – ordené.
Nadia se arrodilló delante de mí y colocó las manos detrás de la cabeza, tal y como yo le había enseñado.
-Estírate. Las tetas hacia fuera, marca pecho, eres una zorra, marca pecho – ella se estiró -. No veo tus pezones marcados en la blusa, quítatela – al escuchar la orden desabrochó inmediatamente los botones de la blusa -. No la dejes en el suelo, dásela a tu hija.
Elena y Marga estiraron la mano para coger la blusa y chocaron, sin atreverse a mirarse a la cara. Le dije a Marga que la cogiera ella y la doblara en el sofá.
-Ahora el sujetador, quiero ver tus pezones y espero que estén duros.
-Lo están, Señor – balbuceó mientras se quitaba el sujetador negro. Al momento, sus dos preciosas tetas quedaron libres, mostrando sus pezones duros como piedras.
-¿Veis? –le dije a sus hijas -. Esto es obediencia, esto. No dudar ante nada que le pida, porque me pertenece, porque ella es libre para no tener que decidir ni que pensar. Pero esto no es nada. ¿Queréis ver más? – esperé sin que respondieran -. Que si queréis ver más o hemos terminado –dije alzando la voz.
– Más, por favor – dijo Marga.
-¿Y tú?
-También, por favor –respondió Elena.
-El pantalón y las bragas puta, y no me hagas esperar –ordené.
Nadia estaba tremendamente nerviosa, pero no dudó en quitarse la ropa y entregársela a sus hijas, que la colocaron en el sofá. Continuó arrodillada, con las piernas algo separadas y las manos en la nuca. Sus tetas eran de tamaño medio, duras, como sus pezones, rosados y exquisitos. El coño estaba perfectamente depilado por lo que podían verse los labios vaginales, algo abultados. Me pregunté si estaría mojada.
-¿Veis lo que hace? –pregunté.
-Sí –titubeó Elena.
-Acércate puta –dije y gateó hasta mí -. Vas a chuparme la polla delante de tus hijas. ¿Algún problema?
Nadia dudó un segundo antes de contestar:
-Ninguno, mi Señor – dijo acercando sus manos a mi bragueta.
Miré a las chicas, que estaban tan nerviosas como asombradas.
-¿Entendéis lo que es ser sumisa? ¿Entendéis que no puede ni quiere ni debe pensar ni desobedecer? Solo debe hacer lo que yo, su Amo, su Dueño, le diga. Y tú para, puta, no voy a dejar que ellas me vean la polla porque sí, faltaría más. ¿Lo habéis entendido ya?
-Si – contestaron a la vez.
Dejé pasar un par de minutos para que asimilaran lo que habían visto. Su madre se mantenía de rodillas, desnuda, delante de mí, con las manos en la nuca mientras ellas se movían apretando las piernas en el sofá.
-Explícale qué se siente, Nadia.
Respiró profundamente y les dijo:
-Me siento libre, protegida, usada, abusada y feliz. No cambiaría esto por nada del mundo.
Sus hijas la miraron. Elena se mordió los labios.
-Entendéis lo que siente pero os gustaría experimentarlo. Es eso ¿no?
Entonces Marga me miró y asintió con la cabeza.
-Elena, Marga quiere experimentarlo. ¿Tú? – pregunté. Cabizbaja afirmó con la cabeza -. Bien, chicas, pues para eso tenéis que poneros cada una a un lado de vuestra madre, de rodillas, con las manos en la nuca.
Se levantaron del sofá y se colocaron como les había dicho.
-Pregúntales a tus hijas qué sienten, puta, de una en una –dije.
-¿Qué sientes, Elena?
-Parecido a ti, siento que me libero de mí –contestó.
-¿Tú qué sientes, Marga?
-Yo siento lo mismo.
-Pero hay una diferencia entre cómo están ellas y cómo estás tú, ¿verdad puta? –pregunté.
-Si Señor.
-¿Cuál?
-Yo estoy desnuda y ellas vestidas.
-¿Entonces qué sugieres?
-Que se desnuden – dijo.
-Pues díselo.
-Quitaros la ropa –pidió.
Las chicas se empezaron a desabrochar las camisas y yo observé, excitado por la situación. La primera que se quitó el sujetador fue Marga, la menor. Sus tetas de chica de diecinueve eran un espectáculo mágico. Eran algo más grandes que las de su madre, pero firmes y con los pezones, rosados, apuntando al techo. Las de Elena eran un buen par de tetas, también muy firmes, y algo más oscuras (ella era más oscura de piel que su hermana). No hubo necesidad de pedir que siguieran, ellas mismas lo hicieron. La mayor dejó la falda y un tanga rojo a un lado y su hermana el pantalón y el tanga negro.
Miré a las tres, delante de mí, en la misma posición, desnudas, de rodillas, con las manos en la nuca. El coño de Elena, depilado, era más plano, pero Margarita había sacado el coño de su madre, y los labios vaginales asomaban bastante. No iba totalmente depilada, había dejado una tira de vello en su monte de venus.
Dejé que pasaran unos minutos. Estaba disfrutando de ellas y ellas estaban nerviosas. Me gustaba la situación y quería prolongarla.
-Ponte de pie, puta – ordené a Nadia. Ella lo hizo -. Ahora colócate delante de Elena, quiero que me diga a qué huele tu coño.
-Señor, por favor –suplicó.
-Entiendo –dije -. Lo siguiente que vais a entender y aprender es por qué la obediencia no se cuestiona. Si yo dejo que ponga pegas deja de ser libre. Y para evitarlo solo hay una cosa –dije sacando el cinturón de mi pantalón -. ¿Qué es Nadia?
-El castigo, Señor.
-Y ¿qué castigo te parece adecuado para semejante desobediencia?
-Diez azotes –contestó con seguridad satisfecha por haber evitado la humillación de que su hija le oliera el coño a cambio de diez azotes.
-Eso es, diez azotes. Prepárate – ordené.
Nadia hizo el ademán de levantarse y le dije que parara.
-¿Qué haces, puta?
-Señor, prepararme para el castigo.
-Tú no, joder. Marga, a cuatro patas y el culo en pompa. Recibirás diez azotes.
-Señor, por favor – suplicó agarrando mis piernas.
-¿Qué haces? ¿Qué coño haces?
-Señor, por favor, azóteme a mí.
-Azotaré a Marga, y ahora serán quince azotes.
-Señor, se lo suplico.
-Veinte azotes. ¿Continúo?
Nadia tragó saliva antes de contestar, había aprendido la lección.
-No Señor, veinte azotes está bien.
Marga se colocó a cuatro patas y agachó la cabeza. Inmediatamente estrellé el cinturón en culo.
-Ayyyy –gritó.
-Elena, tú cuéntalos.
-Uno –dijo.
Estrellé el cinturón varias veces más contra su culo con bastante fuerza. Quería que se les grabara en la mente para toda su vida.
–Diez.
Continué azotando su culo, totalmente enrojecido, sin que la pobre se atreviera a cambiar de postura.
-Veinte –dijo por fin Elena.
Entonces le ordené colocarse de nuevo de rodillas, tal y como estaba. Marga lloriqueaba, dolorida.
-Mírala, puta, mira a tu hija. Está llorando y llora porque tú has sido desobediente.
-Lo siento –susurró sin que yo supiera bien si me lo decía a mí o a su hija.
-Ahora voy a repetir lo que te ordené, a ver si has entendido algo. Ponte de pie delante de Elena para que huela tu coño.
Se levantó de inmediato y se colocó delante de ella. Primero sonreí y luego me reí, humillándola.
-¿Notáis alguna diferencia? ¿Elena, Marga?
-Si Señor – contestó Marga.
-Sí Señor –imitó su hermana.
– Claro, claro que la hay –continué frotándome las manos mientras me colocaba el cinturón de nuevo -. Espero que no tenga que usarlo más.
-No Señor – contestó su madre.
– Ahora ábrete el coño y pónselo delante a tu hija.
-Sí Señor –dijo haciendo lo que le había pedido. No se movió ni un centímetro de ella. Elena tenía la cara pegada el coño de su madre y se movía nerviosa.
-¿A qué huele? –pregunté.
-A vagina –dijo.
-¿A vagina o a coño?
-A coño –rectificó.
-¿A coño o a coño de puta?
-A coño de puta –respondió Elena para regocijo mío. Estaba disfrutando de la escena completamente excitado, tanto que mi polla apenas cabía, erecta, dentro del pantalón.
Entonces le pedí que repitiera lo mismo con Margarita y así lo hizo, poniendo su coño delante de ella, bien abierto.
-¿A qué huele? –pregunté.
-A coño de puta –contestó sin dudarlo.
Perfecto, habían aprendido bien, pero estaban empezando y había mucho más por delante.
-Ahora tú, Elena, ponte delante de tu madre con el coño abierto. Elena se levantó y se colocó con las piernas abiertas y el coño delante de la cara de su madre.
-¿A qué huele el coño de tu hija?
-A puta, Señor –contestó.
-Exacto. Ahora ponte delante de Marga .
Elena se colocó delante de su hermana y repitió la operación, abriendo el coño lo máximo que podía.
-¿A qué huele el coño de tu hermana? – pregunté.
-A puta –contestó excitada.
Me gustó notar la excitación en su voz y pensé que ya estaba preparada para algo más.
-Ahora tú, Marga, colócate delante de tu madre con el coño bien abierto.
Marga se levantó y separó las piernas delante de su madre. Bajó las manos y abrió los labios vaginales mostrándole el coño a Nadia.
-¿Recuerdas cómo he castigado a tu hija por no obedecer, puta?
-Sí Señor.
-Si no obedeces –dije sacándome el cinturón –serán los cuarenta azotes más duros que puedas imaginar. En tu mano está que los reciba o no.
-Obedeceré, Señor –contestó asustada.
-Eso espero, por el bien de Marga, eso espero, porque cuarenta azotes más con fuerza le destrozarán el culo.
-Obedeceré, Señor, lo prometo.
Entonces la miré con una mueca en la boca. Estaba algo asustada pero dispuesta a oler el coño de su hija igual que hizo con el de Elena.
-¿A qué sabe su coño? –pregunté. En cuanto lo oyó sus ojos se abrieron mostrando la sorpresa ante algo que no esperaba -. Repito, ¿a qué sabe el coño de tu hija? – Nadia dudó un momento pero pensó en los azotes y acercó su cara al coño de Marga. Estaba temblando como una hoja cuando sacó su lengua y la pasó por la raja de Marga desde abajo hasta el clítoris.
-A coño de puta –contestó llorando.
-Muy bien, puta, muy bien. A veces cuesta obedecer ¿verdad?
-Sí Señor, mucho.
Me reí sabiendo lo mucho que eso la humillaba.
-Ahora delante de Elena, Marga.
Se colocó delante de su hermana y abrió de nuevo su coño.
-Elena ¿A qué sabe el coño de tu hermana? –pregunté y ella pasó la lengua muy despacio desde abajo hasta el clítoris y volvió a repetirlo dos veces más. Su madre miraba cómo su hija mayor estaba lamiendo la vagina de su otra hija y cómo parecía disfrutar de ello.
-A coño de una grandísima puta, Señor.
-Eso es, así me gusta chicas. Así me gusta. Ahora de rodillas, al lado de vuestra madre.
Las dos se colocaron de nuevo en la misma posición, con las piernas algo separadas y las manos en la nuca.
-¿Crees que les ha gustado? –pregunté.
– No lo sé Señor.
-¿No lo sabes? –reí -. Esta sí que es buena. Pues compruébalo, las manos a los coños.
Nadia, totalmente humillada y hundida, bajó las manos y tanteó el coño de cada una de sus hijas -. Con ganas, puta, con ganas, profundiza.
-Sí Señor – contestó.
-¿Sí qué?
-Están mojadas Señor.
-¿Cuánto? ¿Mucho, poco, regular?
-Mucho, Señor, están muy mojadas.
-Está claro, puta, pero si puedo oler sus coños desde aquí de empapadas que están las dos. ¿No es así chicas?
-Sí Señor – contestaron a la vez.
-¿No es así, putas?
-Sí Señor –repitieron.
-Bien, pues ya habéis aprendido lo que queríais aprender. Voy al baño, si tenéis algo que hablar hacedlo ahora –dije y me marché.
Volví al cabo de un rato y les pregunté si tenían algo que decirme. Fue Nadia la que tomó la palabra, más calmada, y me dijo que las dos querían ser sometidas por mí. Le pregunté si estaba segura, puesto que aquello era algo importante que las acompañaría para el resto de su vida y me contestó que aunque estaba muy asustada no quería negarles a sus hijas lo que a ella le daba la vida.
Y acepté someterlas.
Entonces envié a Nadia al supermercado de abajo. Sabía que vendían collares para perros y le pedí que trajera dos. Ella sabía perfectamente para qué eran. Mientras bajó les ordené que se masturbaran despacio para aumentar la excitación, y así fue, elevando también la mía. Mi polla estaba durísima, pero quería esperar y hacer las cosas bien hechas.
A los diez minutos su madre estaba de vuelta con los collares. Les hice una ceremonia de iniciación, en la que les coloqué el collar recién ganado, mientras que Nadia usaba el suyo de perra que tenía desde hacía ya tiempo. Las tres estaban tan excitadas como yo.
-Ahora quiero saber quién folló este coño por primera vez, Elena, cuéntaselo a tu madre.
-¿Te acuerdas de Jorge? –preguntó. Su madre asintió -. Él me folló por primera vez.
-¿Y por última vez? –pregunté.
-Andrés, un amigo del grupo –dijo.
-Y el culo ¿quién lo folló por primera vez?
-Nadie, Señor.
-Entiendo. Ahora tú Marga, cuéntanos quién te folló por primera vez.
-Fue Juan, un compañero que no conocéis.
-¿Y el último?
-Señor… –dudó.
-El último, puta perra, quién fue el último –dije enojado.
-Don Luis –contestó.
-No jodas –exclamó Elena.
Entonces me levanté, enfadado y me coloqué delante de ella. La abofeteé una y otra vez, cruzándole literalmente la cara de lado a lado diez veces. No necesitó que le explicara nada más.
-Maldita interrupción –dije -. ¿Y el culo?
-Nadie, Señor.
-Y a ti, puta ¿qué polla te folla el coño y el culo?
-Solo la suya, Señor –respondió orgullosa.
-Enséñales cómo se chupa la polla de tu Amo, puta –ordené.
Nadia se acercó y desabrochó mi bragueta, sacando mi polla durísima. Había perdido todo rastro de vergüenza y se metió la polla hasta la garganta. Cada poco tiempo la sacaba y una de sus hijas ocupaba su lugar. Resultó que Marga la tragaba hasta el fondo con auténtica pasión.
-Fíjate en tu pequeña, puta, fíjate, no lo hace nada mal, ¿no crees?
-Nada mal –contestó mientras Elena intentaba metérsela hasta el fondo a pesar de las arcadas.
-Bueno, ahora seguidme, a cuatro patas, hasta la cama.
Las tres gatearon detrás de mí hasta el dormitorio de su madre. Nadia se tumbó sobre la cama boca arriba y les pedí que sujetaran cada una una pierna de su madre, de modo que las rodillas quedaran casi tocando sus orejas.
-Ahora vais a ver cómo se encula a una puta perra –dije metiendo un dedo en el culo de su madre, el cual se lo tragó entero. Empecé a moverlo despacio y en cuanto estuvo dilatado introduje el segundo dedo, haciendo círculos expansivos -. Esto lo hago para dilatarle el ano y que entre bien la polla. No os asustéis – dije mientras metía el tercer dedo y seguía haciendo círculos.
Cuando noté que podía tragarse mi polla la coloqué en la entrada de su ano y les pedí que miraran con atención, que iban a ser testigos de cómo entraba mi polla en el culo de su madre. Empujé despacio y Nadia gimió, aceptando la polla que entraba en su culo mientras sus hijas le sujetaban las piernas. Mi polla estaba enorme y le dolía un poco más de lo habitual, pero yo estaba disfrutando como nunca así es que empecé a moverme, bombeando dentro de su culo.
-¿Veis? Así es como se encula a una puta. Preguntadle qué siente.
-¿Qué sientes, mamá? –dijo Elena.
-Me siento llena, hija, usada, abusada, follada y sodomizada… me siento mujer, hembra, puta, perra y me siento querida y cuidada. Me siento feliz.
Sus hijas la miraban extasiadas y Marga le acarició la cara. Al hacerlo Nadia sonrió y su hija le devolvió la sonrisa.
-Ahora te toca sentirte tú así –dije sacando mi polla del culo de su madre -. Túmbate, Marga.
Ella lo hizo y colocó las piernas del mismo modo que su madre. Elena y Nadia las sujetaron y les pedí que le dilataran ellas el culo. Elena dudó.
-Adelante, Elena, dilátalo, ya sabes cómo.
-Sí Señor – contestó introduciendo un dedo en el ano de su hermana, que emitió un quejido seguido de un profundo suspiro.
Poco a poco fue introduciendo un segundo y un tercer dedo hasta que el ano de Margarita estuvo totalmente dilatado. Entonces coloqué la polla en la entrada de su culo y le dije a su madre que iba a tener el privilegio de asistir al desvirgamiento de su pequeña. Nadia me miró y sonrió.
-Gracias. Señor.
Entonces empujé y la metí hasta el fondo, hasta que mis testículos tocaron el culo de la chica. Marga suspiraba, excitada, jadeando, mientras yo entraba y salía de su culo. De vez en cuando sacaba mi polla de dentro y su madre se acercaba a chupármela. Le pregunté que a qué sabía y se rio, contestándome que al culo de su hija. Seguí sodomizándola y luego le ofrecí al polla a Elena, que se acercó titubeando. La chupó con cara de asco y nos reímos todos, incluida ella. Le pregunté a qué sabía y contestó que a la mierda de su hermana.
-Qué fina –dijo Marga excitadísima mientras yo seguía bombeando.
Entonces empecé a acariciar su coño haciendo una uve invertida en la pared superior de su coño para buscar su punto g. Aunque cada mujer es un mundo, en su caso lo encontré rápidamente y empecé a hacer un gesto con los dedos como diciendo “ven”. La polla en su culo y los dedos en esa zona de su coño le provocaron un orgasmo estruendoso, con el que empezó a gritar mientras un chorro de flujo salía de su coño como si hiciera pis, en un brutal squirt. Chilló, gimió y se retorció gritando:
-Joder, joder, es alucinante, coño, qué pasada.
Su madre la miraba orgullosa mientras su hermana lo hacía totalmente sorprendida.
-¿Nunca habías visto un squirt? – pregunté.
-No Señor.
-Tu turno.
-Sí Señor –contestó colocándose boca arriba. Margarita, totalmente temblorosa, se ofreció a dilatarle el culo mientras su madre le acariciaba las tetas y la carita.
-Su puta está lista –dijo Nadia. Al oírla acerqué mi polla y empujé. Lo hice suavemente, porque estaba más apretada que su hermana y que su madre y no quería hacerle más daño del necesario. Elena cerró los ojos y pronto dilató lo suficiente para ser embestida una y otra vez. De vez en cuando sacaba la polla y la chupaba profundamente su madre o su hermana, gimiendo de placer al hacerlos.
Entonces metí mis dedos en su coño, buscando el mismo punto que le había provocado el squirt a Marga, pero su coño era distinto. El de su hermana y su madre se parecían, el de Elena no tanto. Mis dedos buscaron hasta que comprobé que había que acercarlos a la entrada de su coño, casi en su clítoris.
-Masturbadle el clítoris –ordené. Al instante Nadia empezó a acariciarle el clítoris a su hija.
Continué embistiendo su culo mientras mis dedos acariciaban su punto g y los de su madre el clítoris hasta que empezó a chillar y retorcerse como nunca había visto a nadie. El chorro de squirt salió disparado empapándonos a los tres mientras ella abría los ojos como platos y gemía como una desesperada.
Entonces fui yo el que me corrí en su culo con un chorro de semen que me dejó completamente seco.
Era tarde, y me acompañaron a la puerta a cuatro patas, desnudas, con los culos enrojecidos y la cara feliz, casi tanto como la mía.
-Volveré mañana –dije –estad listas, mis preciosas putas.