Mi primera vez con mi hermano

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Hola, me llamo Alex y tengo una imperiosa necesidad de contar lo que narraré a continuación, y ello porque viví con una persona demasiado cercana a mí el momento más placentero, excitante y extasiante de mi vida. Esta persona, que enseguida introduzco, me provoco la sensación de que el mundo se desvanecía y que sólo estábamos él y yo, con su carne dentro de la mía. Fue una comunión con el universo. Pero, si me lo permitís, comenzaré por donde es debido.

 Soy el pequeño de dos hermanos: somos Sergio, que tiene veintitrés años y trabaja como oficial en la construcción, y yo, Alex, que  mis dieciocho años estoy comenzando la carrera de turismo, pues me encanta viajar y siempre he soñado en vivir en el extranjero. Mi padre, Sergio también, trabaja en la RENFE pero no pasa mucho por casa, pues la situación con mi madre, Marta, es peliaguda. Ella, mi madre, es directiva en una empresa de merchandaising y viaja tanto que prácticamente no aterriza en casa.

Vivimos en una modesta casa adosada de los suburbios y, como imaginaréis, Sergio y yo estamos siempre discutiendo debido a las responsabilidades de la casa: no es que nos llevemos a matar, sino más bien parece que nos guste discutir. Lo que no sabe mi hermano mayor es que cada vez que me grita la verga se me pone morcillona.

Me di cuenta en la infancia de que me gustaban los chicos, pero en casa no dije nada hasta el año pasado. Sergio no se lo tomo ni bien ni mal, simplemente siguió su vida: partidos de Rugby en el club local, gimnasio, amistades, juerga y trabajo. De hecho, tan poco le importó mi salida del armario que continuó ejecutando sus costumbres bohemias, como ir en slip por la casa (lo cual, desde hacía unos años me lo tomaba como una bendición, siendo mi hermano objeto de mis fantasías, lo que me llevaba a masturbarme con su ropa sucia, sobre todo con la del rugby –me ponía sus medias largas y, a cuatro patas, disfrutaba de un consolador que mi amiga Laura me ayudó a conseguir), o tocarse el paquete constantemente (paquete que, hay que decir, acompañaba en grandiosidad al cuerpo escultural y atlético de Sergio). Incluso mi hermano, acostumbrado a la ausencia de papá y mamá, solía masturbarse con la puerta de la habitación abierta y el volumen del porno alto.

Os imaginaréis cómo me sentía teniendo la tentación y lo prohibido en mi propia morada. Como decía, no tenía yo una idea clara sobre cómo le sentaba Sergio que su hermano pequeño gustara de las pollas. Un día, cenando, hizo un comentario en el que llamaba mariconazo a un compañero de la obra y, dado que me ofendí un poquito, le pregunté, armado de valor, si estaba en contra da homosexualidad.

            – ¿Pero qué preguntas enano? ¿Es porque a ti te van los rabos? A mí eso me da igual

            – Pero, tete, usas mucho la maldita palabra “mariconazo”

            – Si eso es una expresión Alex, no es que te odie porque te gusta algo diferente

.

            – Yo no soy diferente…, sólo tengo una peculiaridad

Mi hermano mayor me miró desconcertado y de súbito se aproximó a mí, en confidencia.

            – Sabes que el tete deja que algunos maricones se la chupen…, la comen mejor que mi novia, y llegan hasta el final…, no me importa que seas gay, ante todo te quiero, aunque siempre discutamos.

Me quedé clavado en la silla, estupefacto. ¡Mi hermano era tan liberal como el que más! Aquella noche no pude sacarme el paquete de Sergio de la cabeza. Me pajeé tanto que se me puso roja e irritada. Desde entonces un deseo ardiente y febril de tener la potencialmente enorme verga de mi hermano dentro de mí y que me hiciera suyo fue a más, convirtiéndose en una obsesión.

Pero todo llega y, como era costumbre, Sergio a media tarde de su día libre, ya que no estaba su novia, se disponía a ver sus películas porno preferidas y a sobar su miembro sin el más mínimo pudor o precaución como cerrar la puerta de su habitación. Me percate de ello al escuchar el porno y subí para, a tientas, posicionarme estratégicamente frente a su puerta: era todo un espectáculo ver a mi hermano mayor, con sus pectorales amplios y fuertes, sus abultados brazos y sus perfectamente torneadas piernas, sobar su verga, al principio, por encima del calzoncillo.

Entonces se bajó su ropa interior, y se confirmaron mis sospechas… Esa verga, tan deseada por mí, debía alcanzar los veinte centímetros al menos. De repente, un instinto arrebató mi mente absorta con la imagen de mi hermano auto-complaciéndose. Tenía que probarlo: entre en su cuarto, aparentando un enfado descomunal porque su pornografía no dejaba que me concentrara en mis estudios de aquel día. Apagué la tele y Sergio, hecho un basilisco, se levantó de un brinco de la cama y se dirigió a mí todo empalmado.

            – ¿Eres gilipollas enano? Te voy a meter una hostia que ya verás

            – No puedo estudiar con las putas que ves gimiendo a toda paleta

            – Y encima entras en mi cuarto, que te lo tengo dicho imbécil…

            – Entro en tu cuarto porque me da la gana, y porque tienes la puerta abierta…, sólo ¡te falta ponerme la polla en la boca!

En ese momento mi hermano Sergio tuvo un pensamiento que averigüé enseguida. Le había dado la solución ideal a las largas tardes de aburrimiento sin su novia. Cuando mi hermano caviló bastante, unos segundos, adoptó una actitud distinta.

            – A ti te gustan los rabos, ¿no hermanito? ¿Qué te parece si dejamos el porno apagado y tú me ayudas con el calentón?

Estaba contentísimo, pues mi plan había funcionado. Le dije que si quería una comida de polla me debería una, para despistarle. Inmediatamente me arrodillé ante la apolínea figura de Sergio y comencé a besar su polla. Primero el glande, luego el tronco y de vuelta a la cabeza, mientras con mis manos masajeaba sus enormes huevos, percibiendo un olor a macho que me dejó loco. Cuando vi que se impacientaba, le miré a los ojos y comencé a meterme su rabo sabroso y descomunal en mi boca, apretando mis labios contra la piel de su pene. Entonces Sergio comenzó a expresar su placer con gemidos.

            – Sabía que querías mi polla, hermanito. No tengas miedo, traga bien.

Me agarró la cabeza y comenzó a oscilar su pene a través de mi boca hasta mi garganta. Creía que no podía soportar aquello, pero me aguanté deleitándome en la idea de tener a mi hermano dentro de mí. Cuando Sergio se cansó de follar mi boca, a los muchos minutos, me dijo que me iba a follar como a las putas que se había follado, que sabía que yo lo deseaba y que tenía una sorpresa.

Me ordenó quedarme a cuatro patas sobre su cama y fue a su vestido. Al volver a la habitación, llevaba puestas las medias de su uniforme de jugador de rugby: me quedé anonadado, y él lo notó.

            – Que te crees, hermanito, que no sé qué te abres el culo con mis media puestas. ¿Te pone que vaya así? Ahora si vas a tener el culo abierto.

Y acto seguido se posicionó detrás de mí y, agachándose, comenzó a lamerme el culo mientras lo magreaba y golpeaba con sus férreas manos. En un momento me metió un dedo, y fue deslizándolo hasta que consiguió meter otro y, así, sucesivamente hasta que noté que mi hermano me estaba haciendo “fisting”.

            – Va hermanito, tu agujerito ya está preparado para mi mástil

            – Fóllame tete, hace años que vivo solo por esto

            – Quieres que te follen bien, ahora vas a saberlo

Y de repente noté el gran dolor que la embestida de la polla de mi hermano entrando de una en mi agujero provocaba. Grite, y hasta me saltaron unas lágrimas, pero a Sergio no le importó, pues comenzó a bombear el culo de su hermanito con su ariete inhiesto. Conforme pasaban los minutos, el dolor inicial paso a completarse en un éxtasis soberano. No podía estar más vetado y prohibido aquello y yo, sin embargo, estaba siendo penetrado por el dios griego de mi hermano.

Yo no paraba de decirle a Sergio que no parase, que era el mejor y que me iba a destrozar el culo. Mi hermano se excitaba más y más con cada palabra que soltaba yo, y comenzó a cabalgar a un frenético ritmo sobre mi grupa, colocando sus perfectas piernas en los costados de mi cuerpo. No paraba el tío, tenía un aguante portentoso. Le pedí que parase y me follase contra la ventana de su habitación y, mi hermano mayor, me agarró como si fuera una marioneta y sin sacar su descomunal rabo de mí recto. Me empotró contra el ventanal y comenzó el bombeo otra vez, esta vez más rabiosa y frenéticamente, como si se estuviese volviendo maníaco.

Por mi parte, yo estaba eufórico. No dejaba de chillar su nombre y de pedir más y más profundo. Mi hermano me elevo a una esfera que no conocía, la del placer sumo y sin condiciones. De repente noté mi pene caliente y, al mirar abajo, vi como me había corrido, y sin masturbarme ni nada. En ese momento Sergio vació su lefa en mí culito casi virgen y se quedó unos instantes apoyado sobre su hermano pequeño al que acababa de follar bestialmente.

            – Ha…, sido…, genial tete. Eres un dios del sexo

Desde aquel día, aparte de cambiar mi visión del sexo y de mucho más, Sergio y yo nos lo pasamos en grande cuando nos quedamos solos. Y nunca le pedía nada a cambio por la primera vez que me folló, no me debía nada.