Mi sobrina se la pasa mirándome en el hotel. Hasta que no puede contenerse más
Esto ocurrió hace unos cinco años. En algunos viajes que hacíamos en familia, mi hermano y su mujer se alojaban en la habitación de un hotel, y su hija y yo en otra habitación. Cuando era más pequeña, dormía con sus padres y yo solo en una habitación, pero según mi sobrina iba creciendo y necesitaba una cama de adulto, pues dormía en mi habitación. Sin problema: cuando había que cambiarse de ropa o ducharse, nos turnábamos en el cuarto de baño. Ya sea en un hotel en la playa, o vacaciones en el extranjero o alguna ciudad española. Pero la cosa cambió y es lo que voy a relatar.
Ella tiene 18 años cuando ocurre este relato. Vamos a pasar una semana en una estación de esquí, en dos habitaciones de hotel, una para mi hermano y mi cuñada, y en la otra mi sobrinita y yo. Tras llegar de un viaje en coche, y tras la cena en el hotel, nos vamos a dormir cada uno a su habitación. Yo me pongo el pijama, que estoy cansado y me voy a dormir. Estoy solo en la habitación porque mi sobrina está con sus padres con su maleta. Llama a la puerta y la abro. Esa noche me acuesto y me duermo.
Suena el despertador pronto para el primer día de esquí. Son las 8 de la mañana y hay que bajar a desayunar… Me cojo un pantalón de esquí, ropa interior y una camiseta para bajar al comedor y pretendo ir al cuarto de baño a cambiarme…, pero mi sobrina me para en seco y me dice: – No, no vayas al lavabo. Cámbiate aquí
Ejem…. ¿qué?…, respondo yo sin saber a qué juega mi sobrina.
Prosigue ella: – Eres un chico, y los chicos no tenéis vergüenza. Cámbiate aquí, que yo te vea.
Yo pensé que sí tenía vergüenza…, pero no iba a reconocerlo ahora. ¿A qué estaba jugando mi sobrina, con sonrisa picarona? Me quito la parte de arriba del pijama y me quedo desnudo de cintura para arriba. De cintura para abajo solo tengo el pantalón del pijama y nada más. No voy a picar en alguna bromita que me fuera a hacer, así que la digo que si quiere verme sin pantalones, que me los baje, a ver si se atreve. Pues va, se acerca y…, se atreve. Me baja de un tirón el pantalón y me quedo en pelotas delante de ella.
Me quedo un poco con cara de póker, sin recriminárselo, ni aprobárselo, poniendo media sonrisa, mitad por el morbo que me da la situación de estar desnudo, mitad porque no me esperaba esa situación.
Ella se queda mirando fijamente mi polla flácida… La digo que qué pasa…, que si tanto le interesaba ver mi polla… – Qué grande… (es lo que llega a decir). Resulta que ella había visto el pene de sus compas de clase, porque alguno se lo había enseñado, e incluso les había visto tocarse en clase y en el salón de actos del insti. Los chicos de su clase…, salidorros como tantos otros.
Se me acerca, se me pega. – ¿Puedo?…, me dice, y sin esperar respuesta, me agarra el pene, que en ese momento siento como un calambrazo y empieza a hincharse. “Así que era grande…, pues más grande lo vas a ver”, advierto. Sin embargo, no es el momento de una clase de anatomía: nos esperaban en la planta del comedor para desayunar, así que, tras medio minuto con su manita agarrando mi polla rampante, tengo que guardarla como pueda para que no se note mucho, y nos bajamos a desayunar.
Desayunamos, y nos vamos a la estación de esquí. Volvemos sobre las 5 de la tarde al hotel. Hemos quedado en la piscina cubierta del hotel para bañarnos y relajarnos de un día duro de esquí: vamos a la habitación a quitarnos la ropa de esquí y ponernos una camiseta y un bañador. Mi sobrina me insiste en que me cambie en la habitación en su presencia. Total, ya lo había hecho esa mañana. Así que, me quito la ropa y me pongo el bañador delante de ella. Lo hago rápido aunque ella se acerca: – “Ahora no hay tiempo, que tenemos que bajar a la piscina”, digo yo. Ella se pone su bañador en el cuarto de baño y bajamos a la piscina.
Tras unos 20 minutos de chapuzón en agua calentita, con una cascada templada que cae sobre nuestras cabezas, enfilamos la vuelta a la habitación. Mi hermano y mi cuñada a la suya, y mi sobrinita y yo a la nuestra. Y, según cerramos la puerta, me dice mi sobrina que ahora ya tenemos tiempo. Nos tenemos que duchar y arreglarnos, y tenemos una hora para hacerlo y descansar un poco.
– “Ahora me dejaras tocar tu colita, ¿no?”, me suelta mi sobrina según entramos en la habitación. – “Bueeeeeeno”, contesto yo, no poniendo ningún pero, y subiéndome el morbo por todo el cuerpo. Yo no buscaba nada de esto, y de primeras no quería…, pero el morbo me pudo. Ahora iba a tener tiempo mi sobrina para ver, tocar, apretujar, agarrar, hacer lo que quisiera con mi entrepierna, y yo no iba a hacer nada para impedírselo. Me recosté desnudo en la cama, ella se acerca, me agarra el pene, y éste empieza a crecer. El glande se empieza a asomar, el prepucio se retrae y el capullo se hincha. Parece que ella sabe (según me cuenta, ha visto pajearse a sus compas de clase), porque sube y baja su manita sobre el tronco de mi pene, dándome un gustazo que no imaginaba yo que iba a ocurrir. Y, tras un rato, la advierto que va a salir leche de la punta del capullo. Y así es, mi pene empieza a escupir semen en una buena eyaculación que intento apuntar que caiga en mi cuerpo (luego me iba a duchar). Ella asombrada lo mira, toca los pequeños charcos de semen con sus dedos, los frota, se los lleva a la nariz y lo huele. Vaya…, la niña ha salido curiosona.
Y eso el primer día de las vacaciones en la nieve. Tras la cena y la subida a la habitación a dormir, ya me tengo que cambiar delante de ella. En fin…, que me da igual. Una vez que me ha visto, ya da igual.
El día siguiente: igual que el anterior. Cuando puede y estoy desnudo, se acerca y se me agarra a mi pene. – “Me gusta verlo gordo y tieso”, me dice. Y basta que lo agarre para que mi pene la haga caso…., y luego tengo que acoplármelo para que no se note mucho mi erección, tapándomelo con la camiseta o con el anorak.
Por la tarde, con más tiempo, me agarra la polla, y huele mi glande, se lo frota por su cara (me encantaba que frotara su cara con mi glande), me toca con los dedos el capullo, y la rajita donde sale el semen, dándome calambrazos de placer en el pene, pasa mi pene por su nariz, por sus labios, frotando bien, dándome besitos. La verdad es que a ella le gustaba el olor de mi glande o la ponía, porque agarraba mi pene y se frotaba toda la cara con él. Todas las tardes acabo con una buena corrida.
Una tarde, sería el tercer día, se ducha ella primero mientras yo dormito en la cama esperando que acabe. Cuando acaba, me meto yo al baño a ducharme y ella sigue allí acicalándose el pelo. Y se me ocurre una cosa: hasta ahora había adoptado una actitud pasiva sin negarme a lo que ella quisiera. Pero ahora voy a intentar una cosa: una vez duchado y limpio, me dirijo a ella:
– Oye xxx (el nombre de mi sobrina), ¿quieres lavarme mi polla y dejármela límpia?
Ella sonríe y sigo hablando: – ¿me la limpias con la boca? (y hago el gesto de agarrar la polla con la mano y abrir la boca, o sea, el gesto de hacer una mamada, cosa que ella al principio no capta, pero al segundo, sí). Si se hubiera negado o hubiera puesto algún gesto de asco, no habría seguido, pero echó una sonrisita y se acercó a agarrar mi polla que estaba morcillona y con la punta del glande ya asomándose. Lo hizo sin pensárselo. Yo pensé en eso pues como estaba limpio por la ducha, quizá no pusiera pegas. No las puso. Empezó a sacudirme la polla pajeándome, mientras introducía mi glande en su boca. Esa lengua caliente, mojada y suave acariciando la parte inferior del glande me puso a mil y en poco tiempo tenía ya ganas de eyacular. ¿La aviso?, pensé. Como en tantas cosas, no dije nada, y cuando llegó el semen, lo empecé a expulsar en su boca. ¡¡Vi como tragaba!!, porque noté mucha eyaculación, pero no salía semen de su boca. Bueno…, al final sí salió semen de sus labios y en la punta de mi polla, pero sí había tragado, pues ella mismo lo dijo: – ¡Me lo he tragado! . No quise excusarme, como si hubiera sido el pene quien había eyaculado sin que yo quisiera (pues casi que sí). Dije que: – Pues no es ningún problema, porque la leche tiene proteínas y sales minerales. No está sucia sino que es una bebida muy sana (me lo inventé sobre la marcha).
– “No sabe…. No sabe a mucho…..”, decía. “Oler huele…, pero saber…, no sé a qué sabe”. Tocó un gotón que había en la punta de mi polla, lo frotó con sus dedos, lo olió y se lo metió en la boca. “No sabe….. o que habré tomado poco…”. Apreté mi polla y saqué unas últimas gotas. La dije: – “Aquí tienes un poquito más, jeje”, y ella dio un lametón a mi glande chupando esa gota de espeso semen. ¡Prueba superada!, jeje.
Esa noche antes de dormir tuve que darle más leche a mi sobrinita curiosona. Normalmente, siempre por la tarde eyaculaba para ella…, pero algunos días repetíamos antes de dormir. En esos cinco días en el hotel, me sentía como un semental.
Y se acabó la semana de esquí. Nos hemos seguido viendo porque parientes somos…, pero el tema no lo hemos vuelto a tocar. Ella no ha vuelto a decir, ni yo a comentar. Ya han pasado cinco años y la cosa queda como recuerdo morboso. Decir que no he vuelto a coincidir con ella en una habitación de hotel. Si volviera a coincidir con ella como en esa semana, ¿qué haría ella? Yo, callado como un muerto. Quizá ya haya pasado el tiempo de la curiosidad. Mejor así.