Mi vecino es demasiado amable conmigo ¡Me quiere follar!
Era una noche calurosa de verano, en el trabajo me habían dado vacaciones pero no podía permitirme ir de vacaciones dado que acababa de meterme en una hipoteca para cambiar de un piso tamaño de estudiantes, a una casa familiar con piscina, era demasiado para mí sola pero me gustaba tener más espacio y además estaba el incentivo de tener piscina, en uno de los mejores barrios de la ciudad, podía permitírmelo así que, por qué no.
A la derecha tenía vecino y lo único que nos separaba era un seto alto. A la izquierda no tenía nada. Aquello era maravilloso, se respiraba una paz y una tranquilidad que nunca antes había tenido. Por suerte el vecino de al lado no hacía ruido, nunca estaba en casa, ni siquiera me había cruzado con él. Sólo lo había visto una vez por el balcón de su terraza.
Era alto, no llevaba camiseta y dejaba ver sus músculos fuerte pero no excesivamente marcado, se notaba que trabajaba su cuerpo sin ser obsesivo, llevaba unos vaqueros bajos que te hacía desear arrancarlos como una loba y dejarte llevar por tus instintos más salvajes, su rostro era duro, altivo, le daba un aire peligroso y eso me ponía mucho, sus ojos azules eran penetrantes. Llevaba el pelo corto, pero no tanto como para ser un estilo militar.
En ese momento me miró y yo le saludé con la mano y sonreí, pero lo único que hizo fue mirarme fijamente como si me despreciase… Y a modo de respuesta le hice una peineta y me fui.
Al entrar en casa me miré al espejo que tenía en la entrada y pensé que no estaba mal, no era excesivamente delgada pero tenía mis curvas en su sitio, mi pelo era un amasijo de rizos recogido en un moño, mi piel blanca estaba llena de lunares y pecas, unas gafas redondas me hacía parecer una bibliotecaria, unos labios carnosos, mi busto era grande, llevaba una camiseta corta sin sujetador y unos pantalones cortos, era bajita y no era como las chicas de las revistas.
A mí me gustaba y eso valía, sino quería ser simpático, pues que le den. No volvimos a cruzarnos.
Estaba sudando como si hubiese corrido una maratón y no podía dormir, así que me fui a la piscina me desnudé y de una zambullida empecé a hacer unos largos.
Al volver al lado más bajo de la piscina escuché unos gritos y me asusté, me giré en dirección de donde provenían los gritos y me quedé mirando a ver si conseguía ver algo.
En la terraza de al lado había una chica sobre el balcón presa del éxtasis siendo follada duramente desde atrás por un chico joven podría tener unos veinticinco años, mientras mi vecino estaba dentro sentado en un sillón con una copa en la mano mientras miraba como se la follaba, podía verlo a través del cristal.
Sin darme cuenta empecé a masajear mis pechos y a tirar de mis pezones suavemente mientras lo miraba fijamente, al tener los pechos fuera del agua la fina brisa que corría hacía que mis pezones se endurecieran, llevé una de mis manos a mi clítoris y empecé a masturbarme mientras le miraba fijamente como bebía un sorbo de su copa. Imaginaba que la chica era yo y el chico mi vecino y que follábamos de forma frenética toda la noche.
Justo en el instante en que me iba a correr el se dio cuenta de que lo miraba y me miró fijamente, me sacó de mi ensoñación cuando lo vi sonreír de forma ladina. Me quedé petrificada cuando él puso su mirada en mis pechos y se lamió los labios, vi como bajaba una mano hasta su entrepierna y empezó a tocarse por encima del pantalón.
Eso me hizo sentirme muy sensual, mojé mi cuerpo entero antes de salir de la piscina totalmente desnuda, me giré y lo miré y vi como aspiraba bruscamente.
Cogí la toalla y me envolví en ella y entré en casa, me duché y me fui a la cama tal, entre el deseo insatisfecho y el cansancio que tenía me quedé dormida rápidamente.
El calor me despertó a las tres de la mañana, me levanté para coger agua fría y encender el aire acondicionado. Al pasar por el salón vi la puerta abierta, cosa que me extrañó muchísimo puesto que yo juraba haberla cerrado.
La cerré y seguí el camino a la cocina, cogí una botella de agua y un vaso con hielo. De vuelta a la habitación puse en la mesita de noche el vaso y la botella y encendí el aire, fui a meterme en la cama cuando alguien puso la mano en mi boca y con otra rodeó mi cintura con un agarré fuerte y férreo. Noté un cuerpo fuerte y duro detrás de mí, cada vez más pegado a mi cuerpo.
Un instinto de pánico se adueñó de mí, empecé a forcejear para librarme del agarre pero no podía.
– Shhh shhh shhh!! – siseó en mi oreja. —Tranquila bonita, no voy a hacerte daño.
Su voz ronca recorrió todo mi cuerpo como una descarga eléctrica.
– Te gusta pelear ¿verdad? – Dijo riendo entre dientes. – Si te suelto no vas a gritar ¿verdad? Pero tampoco vas a girarte.
Asentí con la cabeza, estaba muerta de miedo y lo que menos quería es que me hiciera daño.
Me quedé totalmente quieta cuando me soltó y me puso una venda en los ojos y eso me puso más nerviosa.
– ¿Qué vas a hacerme? – Le pregunté con la voz quebrada.
– Lo que llevas queriendo que te haga desde que me viste. –Me respondió.
Me dejó totalmente en duda no tenía ni idea de que estaba pasando.
Apretó la venda de mis ojos y me hizo levantar las manos al frente y me las ató con una cuerda muy suave, mis sentidos estaban más desarrollados al no ver nada. Noté como llevaba mis brazos arriba y ajustaba la cuerda. Estaba completamente atada de pie, indefensa sin poder hacer nada en manos de un desconocido. Ató una cuerda alrededor de mi muslo y esta quedó suspendida de tal forma que yo no pude hacer nada más sostenerme sobre el pie que apoyaba en el suelo.
Acarició con suavidad mi pierna, llevando su mano con una caricia por el interior del muslo hasta llegar a la ingle, un suave gemido escapó de mi garganta y moví mis caderas queriendo más.
Una risa gutural escapó de su garganta.
– Eres una zorrita muy viciosa –Me dijo al oído.
Escuché como arrastraba el espejo de pie que tengo en la habitación, noté como se colocaba detrás de mí y aflojaba la venda de mis ojos dejándola caer.
Me tomé unos minutos hasta enfocar de nuevo, miré al espejo y ahí estaba él, mi vecino.
– ¡Tú! –dije asombrada. — ¿Qué demonios haces aquí?
– Sé que querías esto desde el primer día que me saludaste y después hiciste la peineta, ibas vestida como una desvergonzada con ese chaleco corto a punto de enseñar los pechos, con los pezones marcados, y ese pantalón corto que dejaba poco lugar a la imaginación. –Dijo acariciando mi pubis con suavidad haciendo que me humedeciera como nunca antes lo habían conseguido. – Y ayer… Ayer cuando estabas desnuda y empezaste a masturbarte… uff nena me la pusiste más dura que un mástil.
Llevó su mano hasta la entrada de mi vagina y me acarició alrededor sin entrar en ella haciendo que fuese una deliciosa tortura.
– Que mojadita estás ya… Te pone cachonda que te diga cómo me pones ¿verdad zorra?
Asentí enérgicamente mientras movía mis caderas en dirección a sus dedos pidiendo más.
– ¿Quieres que siga? Porque si no quieres pararé. —Me dijo con el rostro serio. Y entonces supe que estaba a salvo que no haría nada que yo no quisiera.
– Sí, por favor. —Acerté a decir.
– Sí amo tienes que decir. Dilo.
– Sí… Amo.
Me costó muchísimo porque era darle el poder y doblegarme y eso no me hacía chiste pero era un juego y quería probar.
– Bien así me gusta. Ahora harás lo que yo te diga, y si no lo haces dejaré de darte placer y te castigaré. –Dijo delante de mí cruzado de brazos con solo unos vaqueros puestos, parecía un Dios pagano del sexo y la lujuria.
– Sí amo. –Asentí de forma sumisa.
– Si quieres que se acabe o no puedes soportarlo con decir “agente” pararé.
Asentí nerviosa.
– Mira al espejo y no puedes dejar de mirar a menos que yo te lo diga, quiero que veas tu cara de placer.
Cogió un hielo del vaso y lo metió en su boca, lo chupó y lo sacó de su boca para pasarlo por mis pezones de uno a otro y así hasta que un gritito escapó de mis labios. Volvió a meter el hielo en su boca y se arrodilló frente a mí, la imagen que tenia frente al espejo era muy desvergonzada, podía ver todo mi sexo mojado deseoso por más, atada, con la piel sonrojada. Me sentía sexy por una vez.
Sacó el hielo de su boca y lamió todo mi sexo, fue una bomba de sentidos, golpeó una y otra vez su lengua contra mi clítoris. Estaba a punto de correrme y paró.
Quise llorar de la frustración.
– No puedes correrte gatita, no hasta que yo te lo diga.
Volvió a dar con su lengua en mi clítoris pero esta vez con más rapidez y fuerza sin compasión. No pude aguantar más y me corrí gritando como una loca, fue el mejor orgasmo de mi vida.
– Creo que no te di permiso para correrte, ¿no es así? –Dijo levantándose del suelo imponiéndome con su cuerpo y su altura.
– No, amo. Lo siento amo. No pude aguantar.
– Sabes que eso conlleva un castigo ¿no? –Dijo con rostro serio.
– Si, amo. –Dije tragando saliva.
Me desató totalmente me puso una pinza en los pezones, una mordaza en la boca y me indicó que me pusiera a cuatro patas en la cama mirando al espejo.
– Ahora voy a castigarte por lo que has hecho. Ya sabes la palabra de seguridad si la necesitas. Si te portas bien igual tienes recompensa.
Asentí mirándole a los ojos en el reflejo del espejo.
Le vi coger una fusta y colocarse justo detrás de mí. Me acarició la espalda con ella para luego soltar un golpe seco sobre una nalga, luego sobre la otra así alternando hasta cinco golpes en cada una de ellas.
Yo mordí la bola para no gritar, no era dolor lo que sentía, más bien era placer, un placer exquisito quería más, notaba como mi sexo se dilataba y contraía con ganas de sentirlo dentro, mi humedad iba recorriendo mis piernas. Era una tortura deliciosa.
Masajeó con sus manos mis nalgas enrojecidas por los golpes.
– Muy bien gatita, te has portado muy bien. —Dijo tocando mi boca y quitando la mordaza. –Podría acostumbrarme a esto.
Al decir eso mi coño saltó contrayéndose, mi diosa zorra pedía más y no quería solo una noche.
Se bajó los pantalones y guío su polla hasta mi boca, sin penetrar en ella dejando que yo llevase la vara de mando.
Con suavidad le lamí la cabeza rodeándola con la lengua, para luego meterla entera en mi boca, como si fuese el más delicioso helado que habría comido en mi vida, lamía desde la base hasta la punta una y otra vez haciendo succión sobre la cabeza y pasando la lengua sobre el frenillo.
– Joder nena, que boca tienes… –Dijo totalmente tenso.
Salió de mi boca, quitó las pinzas de los pezones y yo gemí.
Cogió un pequeño dildo y lo untó con lubricante para luego pasarlo con suavidad una y otra vez por mi ano de forma que lo iba masajeando, estimulándolo hasta que empezó a meter la punta.
Estaba un poco asustada pero también excitada, era algo que nunca había hecho y él estaba probándolo conmigo.
Colocó un mini vibrador con un poco de cinta sobre mi clítoris con cuidado de no hacerme daño. Tenía un mando que podía cambiar la vibración según quería él con un pequeño mando.
A la vez que cambiaba la vibración metía un poco más el dildo en mi ano, estirándolo.
Estaba volviéndome loca, ya directamente es que chorreaba, lo único que acertaba a decir era “por favor” y gemir cada vez más.
Metió el dildo entero, suerte que era pequeño y no dolía, me estaba gustando muchísimo, lo había hecho con tanto cuidado y tanto mimo que me encantaba.
Poco a poco me penetró y lo sentí muy duro y grande dentro de mí, tanto que tuve que hacer un esfuerzo por no correrme en ese instante.
– Dios gatita, que estrecha eres… Me estás apretando cada vez más la polla.
Miré al espejo y fue la visión más erótica que jamás he tenido. Su cuerpo masculino, duro, fusionado con el mío que era suave y femenino, ambos sudando, tensos, sumidos en un frenesí en el cual no había punto de retorno.
Agarró mi cintura y las envestidas se volvieron más fuertes y duras. Escuchaba como mis nalgas golpeaban contra él. No recuerdo en qué momento, el mando del vibrador lo puso en el tope máximo, junto con sus embestidas que rozaban mi punto g, me corrí. Me corrí como nunca antes, había perdido el control por completo, lo único que sentía eran las contracciones de mi vagina alrededor de su pene.
Dio un par de envestidas más y se corrió dentro dejándose caer sobre mí, ambos caímos exhaustos sobre la cama.
– ¿Cómo demonios has entrado en mi casa? –Le pregunté.
– Dejaste la puerta abierta sin echar llave, fue fácil entrar. –Me dijo con el rostro muy serio.
– Ya pero eso no te da derecho a entrar como un ladronzuelo.
– Tienes suerte de que entrase yo y no otro. –Espetó mientras se colocaba los vaqueros.
Levanté la cabeza con altivez.
– La próxima vez que quiera un polvo vienes y llamas a mi puerta y me preguntas si quiero. Porque me he acostado contigo pero ni siquiera sé tú nombre. Solo que eres el vecino capullo.
– No te hace falta yo lo sé todo de ti, pero si necesitas saber mi nombre, es John. –Entonces sonó su teléfono móvil. —Agente John, ahora mismo voy.
– Wow wow wow, un momento ¿eres policía?
– Sí, pero eso lo hablaremos más tarde así como lo de tu seguridad.
– Me cago en la puta, que la palabra de seguridad es tu oficio. Joder… –Me miro al espejo atónita por lo sucedido. —En menudos líos te metes Mara…
– Tranquila, hablaremos sobre esto más tarde ahora tengo que irme.
Me beso rápido en los labios y se fue dejándome desnuda, extasiada, y con la palabra en la boca.