Tengo muchos deseos de que seas mía, solo mía

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Quisiera que fueras mía

Era la quinta vez en tres años que mi padre me enviaba a casa de mi tía Julianne para que ella me consiguiera marido. Tenia solo 21 años, y para él ya me estaba “quedando”, o “vestir santos” como solía decir. Él no en tenía que a las mujeres “modernas” nos gustaba leer y aprender del mundo; ser instruidas por profesores, e incluso, ¿Por qué no? Estudiar una profesión.

Yo moría por ser profesora. Pero para mi padre eso solo lo hacían las mujeres vulgares y feas que no eran capaces de encontrar marido. Y él, como un banquero rico de la ciudad de Virginia, no podía permitir que dijeran algo así de su preciosa niña.

Sin embargo, por más que invertía en listones, vestidos finos y telas importadas; no lograba conseguirme un buen hombre. No era que no tuviera pretendientes, los tenía, y muchos; era que mi personalidad los ahuyentaba en la primera charla. Y si algún valiente lo intentaba por segunda ocasión, no llegaba a la tercera.

Hijos de banqueros, estudiantes de medicina, uno que otro solterón empedernido con suficiente edad para ser mi padre, y “pobretones” por doquier; eran los que intentaban ponerme un anillo en el dedo; pero todos ellos no me daban lo que yo buscaba: emoción, aventura, pasión; todo lo que yo leía en mis adoradas novelas. Yo quería un valiente hombre que me tomara por la cintura y me robara un beso, y con él, el corazón; un hombre bravo capaz de domar fieras y defender mi honra. No muchachos delicados y “de familia”, con manos más suaves que las mías, e incapaces de no ir llorando con sus madres si se cortaban un dedo con el papel.

Todo eso pensaba mientras la diligencia trastabillaba y la anciana señora Thomas, mi chaperona, caía dormida en el hombro de un señor “adinerado”.

Moría de calor. Deseaba estar sentada en el fresco estudio de mi padre, tomando una limonada y leyendo un libro; en cambio, estaba en una diminuta diligencia, con la anciana más aburrida del mundo, en medio del maldito desierto, con posibles apaches acechándonos… y lo peor de todo, sin libros; castigo de mi padre por rechazar el hijo del alcalde.

San Francisco. ¿Qué podrían tener los jóvenes de San Francisco que los hiciera diferentes a los de Virginia? Esa pregunta intentaba contestarme cuando un disparo sonó alarmantemente cerca. La diligencia se sacudió fuertemente y segundos más tarde todo se detuvo. Lo que hizo que la señora Thomas y el desconocido se pusiera alerta.

Todos aguzamos el oído pero nadie se atrevió a bajar, pues escuchamos cascos de caballos galopar hacia nosotros. Mientras más cerca estaban, un miedo sin precedentes corría por mi cuerpo. Sabía lo que estaba pasando. Esos eran bandidos, y nosotros su blanco.

Hubo un par de balazos más. Luego, gritos y risas de esos hombres… silencio… y entonces pude ver a un hombre sudoroso y sucio, con una barba que daba asco y un sombrero viejo y raido, abrir la puerta de la diligencia. Lo único que se me ocurrió hacer fue darle una patada en el pecho y volver a cerrar la puerta. Pero en vez de enfurecerse, el hombre y los demás bandidos soltaron una risotada.

-¡Es solo una indefensa princesita y dos ancianos!- les gritó a los otros entre risas –De haber sabido que seria tan fácil, dejábamos vivo al idiota del cochero-.

-Ya, acaba con esto de una vez, y veamos si traen algo de valor- le gritó otro.

-A ver, princesita, debes portarte bien, o me harás enojar- volvió a abrir la puerta, pero yo lo esperaba con mi sombrilla, y le di de lleno en la cara. Ahora si pude ver la ira en sus ojos; lo estaba haciendo quedar mal con sus compañeros.

Entonces desenfundó su arma, y más rápido de lo que pude comprender, dio dos disparos. Me quede en shock. Nada me dolía… así que, a sabiendas de lo que encontraría, me giré solo para confirmar que aquel hombre y mi chaperona estaban muertos, con una bala en la frente.

Lo que me sacó del trance, fue sentir como el sucio hombre me ponía sobre su hombro y me sacaba del coche, para luego tirarme al piso caliente.

No podía ver bien, estaba deslumbrada por el ardiente sol de Colorado. Tenía mucho miedo, pero no se lo haría fácil, así que tomé las primeras piedras que sentí debajo de mí, y en cuanto enfoqué al primer bandido, se las tiré a la cabeza. Otra vez sus risas.

Me rodearon. Todos eran enormes, la mayoría viejos; solo dos eran de mi edad, y solo algunos conservaban sus dientes de un tono “no tan asqueroso”. Sucios, mal olientes con ropas llenas de tierra y ojos que erizaban cada vello del cuerpo, me hicieron extrañar a mis pretendientes de Virginia.

-¡La princesita es brava!- gritó uno de ellos -¡Así me gustan más!- y cuando enfoqué a ese, pude ver como acariciaba su entrepierna por encima del pantalón.

Uno de ellos, me tomó por la espalda, pero con un pisotón en su bota logré soltarme.

Entonces otro me asió del cabello y me hizo caer de rodillas.

-¡Miren esta melenita roja! ¡Apuesto a que tiene del mismo color los de su rajita!- y mi estomago expulsó su contenido a los pies de otro hombre que se acercaba a mi mientras sacaba su miembro y lo ponía frente a mi rostro.

-Vamos preciosa, las princesitas como tu son las que se la comen mejor-

-¡Oigan todos! ¡Apuesto a que aun es virgen!- y todos se rieron de mi.

-Si es así, yo quiero ser el primero- dijo uno de los jóvenes-

-¿y quien rayos te dio el derecho?- alegó otro, mientras los demás lo secundaban.

-¡Al menos la mía funciona!- se defendió el muchacho, pero el otro rápidamente puso su mano en la cacha del revolver, y el joven lo imitó.

De pronto, cesaron las risas. Todo se convirtió en miradas tensas…

Entonces un hombre, que hasta el momento no había intervenido y estaba revisando la diligencia, habló. –Aquí no hay más que ropas y 20 dólares. La chica es el único botín con valor, y como tal, se la llevaremos al jefe para que lo reparta-

Todos lo vieron con odio. Yo lo vi como mi salvación, al menos de manera momentánea.

-¡Es una orden perros!- les gritó de nuevo. Y todos, a regañadientes y entre maldiciones, se alejaron de mí y subieron a sus caballos.

Fue cuando mi salvador se acercó a mí que pude detallarlo, mientras amarraba mis manos.

Estaba sucio y olía mal, pero a diferencia de los otros, era sumamente atractivo. Sus rasgos eran toscos y varoniles, pero le daban un aire peligroso; sus ojos eran pequeños, negros, profundos, y enmarcados por arrugas, al igual que su frente; y muy a mi pesar, confesaré que en ese momento pensé que, si alguien habría de abusar de mí, preferiría que fuera ese.

Con un movimiento me cargó y me puso doblada sobre su caballo. Él se montó en la silla, y todos emprendieron el galope.

Varias veces intenté soltarme las manos, pero recibía un fuerte azote en el trasero, que ni las muchas capas de mi vestido, lograban amortiguar.

Finalmente, luego de cabalgar aproximadamente una hora tras caer la noche, y no soportar el dolor en mis costillas, llegamos a un lugar escondido entre las altísimas paredes de un cañón.

El hombre me bajó y me hizo andar hacia una fogata, donde alrededor había varias tiendas.

Cada quien fue a su tienda, y yo me quedé frente a la fogata con mi bandido enfundado completamente en ropa negra.

-Vas a conocer al jefe. Dirígete con respeto y tal vez te libere, niña. Haz algo mal, y serás la cena de los perros-

No sabía que era peor, si hablaba en sentido figurado o de manera literal.

Me jaló de la cuerda hasta la tienda más grande. Al entrar, iluminada con varias lámparas de aceite, pude ver una figura sentada en un catre, con una pipa en las manos y un sombrero cubriéndole el rostro.

-Esto fue todo lo que encontramos en la diligencia- y me empujó hacia su jefe – Los muchachos quieren repartírsela; les dije que tu decidirías…- pero la figura no hablaba. Vi como levantó un poco la cabeza, pero no distinguí su rostro. No habló. –Bien, les diré lo que ganaron- entonces mi salvador se convirtió en mi verdugo.

Como pude, me solté de sus manos y me tiré a los pies de aquella oscura figura. Hundí mi rostro en sus rodillas y, llorando, supliqué por piedad.

Mi verdugo se acercó a mí y me cargó por la cintura, mientras yo gritaba y pateaba.

Cuando salimos, los bandidos rodeaban la fogata y sus ojos llameaban expectantes.

-Diviértanse- fue todo lo que dijo mi verdugo, tras lo cual, me arrojó a los brazos del hombre más cercano, y entró en la carpa grande.

Todos se precipitaron contra mí. Unos desgarraron mi corsé, otro metió las manos bajo mi falda y rasgó mis calzones, otro hundió sus escasos dientes en mi cuello… todo aquello mientras escuchaba sus risas, jadeos y el crepitar del fuego.

Me tiraron al suelo, dos me sujetaron y otro se colocó sobre mi, subió mi falda y puso su miembro entre mis piernas… lo restregaba y en sus ojos brillaba la excitación…

Otros manoseaban mis pechos y los mordían, uno me golpeó en el rostro para que dejara de moverme tanto… y cuando sentí que iba a ser penetrada, sonó un disparo, y un cuerpo inerte cayó sobre mí.

-La chica es mía. Si la tocan, saben lo que sucederá- Todos me soltaron. Como pude, empujé el cuerpo hacia un lado, y entonces vi a mi verdadera perdición…

La luz rojiza del fuego la iluminaba macabramente… llevaba un pantalón negro y entallado, al igual que su camisa y sus botas. Su abrigo era largo, gris, y le llegaba hasta el suelo, y en su cadera, iban sujetas un par de pistolas plateadas y brillantes. Pero lo que la hacia lucir más intimidante, era su rostro… unos ojos negros y fríos; su boca era delgada y solo una línea dura, su mentón cuadrado y su nariz estaba torcida, posiblemente fracturada de hacia mucho. Seguía llevando el sombrero negro, y por debajo de el, caía un cabello liso y azabache hasta los hombros…

Era hermosa, pero cada célula de mi cuerpo reaccionaba a su presencia como si estuviera ante el más peligroso de los animales.

Tuve muchísimo miedo, y todo se volvió negro…

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Desperté en el suelo, con el rostro lleno de tierra y el cuerpo entero punzándome. Pero al abrir los ojos vi que no estaba donde mismo; ahora estaba en la gran tienda.

-Por fin despertaste- era el hombre vestido de negro que estaba en la carpa. –Tuviste suerte de que “la víbora” te eligiera… o no. Creo que el tiempo que sigas viva dependerá de tus habilidades en la cama- se me acercó y, de una bolsa, sacó ropa que me lanzó –Póntela, si vivirás aquí deberás ser útil. Prepara el desayuno- Se sentó en el catre, sacó su arma y comenzó a limpiarla con cuidado -¿Qué esperas? ¡Cámbiate! – Me vería… -Si no lo haces lo haré…-

-Te dije que era mía- dijo la alta figura oscura en el umbral – Eso también va para ti, aunque seas mi hermano, respetaras mis cosas- No levantó la voz en ningún momento, sin embargo, su tono era amenazador.

El hombre se puso de pie, se acercó a ella… eran del mismo tamaño, pero poco a poco, durante el cercano duelo de miradas, el hombre se encogió hasta que salió de la tienda.

-No te quedes ahí, vístete- se dirigió a mi sin voltear, siquiera, a verme.

Era mujer, después de todo, así que no me sentí tan apenada con la idea de desnudarme frente a ella. Pero al intentar levantarme, todo mi cuerpo punzó y caí sujetándome el abdomen…

-Esos perros no saben como tratar a una mujer- no noté cuando se movió, pero ya la tenía junto a mí, sujetándome con una delicadeza, hasta entonces desconocida.

Me ayudó a levantarme y me sentó en el catre.

Mi vestido estaba hecho trizas y mis pechos salían del desgarrado corsé. En cuanto sus ojos se posaron sobre ellos, su congelada mirada se derritió, y de sus ojos emanó un fuego tan potente, que lo sentí quemarme. ¿Cómo me podía ver así una mujer?

-anoche… anoche me defendiste- dije con voz queda y llena de miedo, pero ella me interrumpió, y sus ojos volvieron a congelarse.

-No te defendí. Solo que no me gusta que toquen mis cosas- Se paró y se giró para sacar algo de un cajón. Eso me enfureció.

-Yo no soy un objeto, y menos aun, de tu propiedad-

-Bien, si no eres mía, se lo diré a los perros. Estarán felices de tener un juguete nuevo-

Mi furia rebasó mi sentido común, me paré y me coloqué frente a ella para que me mirara mientras le hablaba.

-¡¿Quién rayos te crees que eres?! ¡Vas a dejarme libre! ¡Y ningún hombre pondrá sus manos sobre mi!- En un principio noté cierta sorpresa, pero entonces, con una tranquilidad inquietante me contestó.

-Eres mía. Ningún perro te tocará porque eres mía- y se acercó peligrosamente –Hasta a la idea, princesita, de que no regresaras a tu casa. Me quedaré contigo mientras me sirvas; cuando me canse de ti, te desecho. Eres mi botín y yo hago con mis cosas lo que quiero- Para entonces, me tenia acorralada contra una mesa, y se había agachado hasta quedar a escasos centímetros de mi cara. Me sentía intimidada, inquieta… era peligro puro, pero sus palabras hacían que mi furia rebasara mi cordura, así que con un valor que no conocía, estrellé mi mano en su rostro lo más fuerte que pude.

Cuando me volvió su rostro, vi fuego. En menos de un suspiro, me tomó de los muslos y me subió a la mesa, me agarró por la cintura y estampó sus labios contra los míos.

Solo una vez un hombre me besó; pero ese beso, el beso de una mujer, no se comparaba con nada experimentado hasta entonces.

Mi corazón se aceleró, mi respiración se volvió un bufido fuerte, rápido y profundo. Mis labios se abrieron y su lengua entro en mi boca.

La tomó, la tomó como si fuera suya, como si me demostrara con ese beso sus palabras; y yo no pude hacer nada, más que entregarme, y cuando mejor estaba sintiendo, se despegó de mis labios, y al abrir los ojos, vi como se reía de mi con sorna.

-¿Vez? Eres mía- Quise darle otra cachetada, pero sujetó mi mano –No te volveré a tocar… la siguiente vez que te bese, será porque tu me lo suplicaras… y créeme, lo harás- Soltó mi mano y salió de la carpa, dejándome ahí con un mar de emociones.

¿Qué no era aquello lo que siempre soñé? ¿No había sido ese el perfecto beso robado? ¿No me había sentido como la protagonista de mis adoradas novelas? Entonces… ¿Por qué sentía esa furia correr por mis venas? ¿Tenía algo que ver el que fuese mujer?

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Hola de nuevo a antiguas y nuevas lectoras. Muchas cosas han pasado desde la ultima vez que termié un relato de capitulos jaja y es que la vida ya no es tan facil jeje. Tomen éste como mi regreso 😉

Espero que les guste. Se aceptan comentarios, dudas, chistes, y criticas.

Saludos desde México, Hel.

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