Con mi mujer dejamos de follar, muchos años juntos, pensé que estaría todo bien. Pero la zorra me engaño con varios hombres, aunque yo tuve mi venganza

Valorar

Toda pareja sufre durante su relación diferentes etapas que sirven para afianzar más la confianza y mejorar la relación o en otros casos acaban con la misma.

Mi esposa es una chica discreta, y bastante respetuosa, pero eso no le hace ser menos humana. Es una chica bastante dotada y muy buena amante, de piel morena, cabello castaño y unos ojos preciosos.

Al principio de la relación, solíamos sacarnos muchas fotos eróticas, para luego verlas y acabar haciendo el amor como conejos. La verdad es que estaba muy bien y en mi caso, pues poco puedo decir, ya que según ella tengo un cuerpo bastante resuelto y no exageradamente musculado, más bien con carne.

Aunque la relación iba bien, he de decir que los años van pasando factura, y el estrés del trabajo así como los horarios opuestos de ambos, nos llevaron a distanciarnos bastante en la intimidad. Entiendo que esta situación nos llevó a experimentar nuevas cosas a solas, llegando incluso a escaparse de nuestras manos.

María que así se llama mi esposa, intentó en varias ocasiones rescatar nuestro matrimonio, comprándose algunas tentaciones y haciendo uso de sus armas de mujer, pero mi estresante trabajo no me dejaba energías suficientes para corresponderla. De igual forma, los días que yo intentaba acercarme a ella, y disfrutar de su cuerpo y su compañía, eran justamente los días que no se encontraba muy receptiva, así que o bien se hacía por pura rutina, o acabábamos enfadados por la frustración de no aprovechar esos momentos.

En principio ambos pensábamos que sólo sería un bache más que superaríamos, pero jamás caímos en la cuenta de que a partir de ahí nada volvería a ser igual.

María que era muy juguetona, empezó a entrar en Badoo con el fin de conocer nuevas amistades, y aunque al principio se declinó más por conocer futuras amigas, acabó encontrando la amistad en algunos chicos con pareja, lo cual no me resultó raro ya que yo también tenía mis amistades y eran casi siempre femeninas.

Las conversaciones de María con sus amigos, pasaron de ser esporádicas, a continuas, diría que diarias, pero jamás me percaté de esa situación porque cuando llegaba del trabajo simplemente cenaba y me acostaba. Con el tiempo noté que las discusiones habían terminado y que los días que quería disfrutar con ella, se mostraba muy dispuesta, por lo que dejaba sus conversaciones pendientes y luego follábamos como conejos. Algo había cambiado pero fuera lo que fuese, estaba contento, al menos de momento.

En muchas ocasiones, llegaba a casa y notaba que María se encontraba algo nerviosa, pero cuando le preguntaba cómo le había ido el día, mostraba una actitud apaciguada. Quizás fue eso lo que me hizo sospechar de ese nerviosismo, pero egoístamente no le puse asunto, porque todo iba genial.

Una noche, ya era muy tarde, sobre las 2.30 horas de la mañana, escuché que María se había levantado a darse una ducha. Esa situación la verdad es que me resultó muy rara, ya que no hacía un calor muy exagerado, pero el ruido del agua y el pensamiento de que estaría desnuda, me despertó las ganas de jugar con ella. Cuando me predispuse a asaltarla en el baño, escuché como su móvil que estaba en su mesita de noche vibró. Por la hora que era, me picó la curiosidad y aunque no suelo mirar sus conversaciones, la intriga pudo conmigo y tras abrir su gaveta (cajonera) vi en la pantalla iluminada como un tal Eduardo, le daba las gracias por Whatsapp. Con la yema de mi dedo desbloqueé la pantalla y me quedé de piedra, al ver que María no sólo había estado hablando con ese chico, sino que además le había estado enviando fotos desnuda de las que nos hacíamos cuando dedicábamos tiempo a nuestros juegos y morbos. Seguí leyendo, para atrás y comprobé que esa misma noche, la conversación se había acalorado tanto que incluso se habían estado poniendo cachondos el uno al otro, hasta el punto de que Eduardo, se había corrido llevado por esa conversación tan íntima que habían tenido.

Una sensación de impotencia y rabia, recorrió mi cuerpo, pero sin explicarme porque cuando leí la parte en la que ella le narraba como se acariciaba sus partes y como le narraba que se había corrido también, mi miembro se erecto de tal manera que no podía creérmelo.

Apagué el móvil, y lo guarde en su sitio. Me senté al borde de la cama y me quede un instante empalmado tratando de asimilar la situación. Cuando escuche que el agua dejaba de correr, reaccioné y me acosté haciéndome el dormido, aunque no pegué ojo el resto de la noche.

Al día siguiente, libraba al igual que María. Uno de esos pocos días que podíamos compartir tiempo como una pareja normal.

María me despertó, sobre las 9:00 horas, de la mañana dándome besos en la espalda y el cuello. Tenía ganas de juego, pero la verdad yo había dormido poco, y al principio ni quería moverme. Ella insistió y evidentemente mi miembro se puso duro y palpitante. Me puse boca arriba y ella se abalanzo con su boca a chupármelo. ¡Qué bien lo hacía!.

En mi mente solo revoloteaban las imágenes de aquella conversación, las fotos, las palabras, las acciones que habían pasado, y sin darme cuenta, me excitó de tal forma que sin avisar acabé yéndome en su boca. Ella levantó su mirada triunfadora, sabiendo que había conseguido su objetivo y tras acicalarse, le llegó su turno. Primero, la coloqué boca a arriba y abrí sus piernas para poder besar sus muslos, bajar lentamente hacia su sexo y disfrutarlo como siempre lo había saboreado. Introduje dos de mis dedos, en su coñito y sin parar de moverlos de manera rítmica e intensa, no pare de presionar mi lengua en sus labios y clítoris. Cada vez más se movía intensamente y no tardé en volver a imaginarla la noche anterior masturbándose por la conversación con Eduardo. Mi miembro recuperó su fuerza y cuando ella ya estaba casi a punto de caramelo, subí y la penetré con fuerza. Mis embestidas hicieron que la cama se moviera bruscamente, pero no paré hasta oírla jadear y chillar de placer.

Al terminar, ambos sudorosos, nos recostamos en la cama boca arriba, quería decirle que la había pillado, pero luego pensé que podía aprovechar aquella situación. Al menos durante un tiempo. A fin de cuentas, ella no sabía que la observaba y sabía que solo eran un juego, y no pasaría de ahí.

Durante las semanas, y meses siguientes, el sexo con ella fue espectacular. Más intenso y placentero que cuando empezamos el noviazgo, algo que me frustraba a veces pero al mismo tiempo me excitaba ya que había mejorado mucho. Ni el cansancio, ni el estrés, ni la enfermedad, nos libraban de mantener relaciones casi a diario, aun yendo a trabajar casi sin dormir.

En muchas ocasiones, durante la noche, me hacía el dormido y veía que ella hablaba con Eduardo, y notaba como las sábanas se movían de una manera suave al principio. Su nerviosismo aumentaba y no paraba de comprobar que yo dormía. Lógicamente mi erección era evidente, pero aguantaba hasta que ella ya se había corrido. Cuando se levantaba a borrar todo rastro de la situación, yo tenía que tocarme y descargar mi tensión ya que no podía aguantar más. Bien podría contárselo y terminar haciéndolo ambos, pero era algo diferente, y observarla desde fuera, aunque parecía raro me excitaba.

Con el tiempo decidimos conocer a la pareja, en este caso yo me preguntaba más por Eduardo, como sería y que tipo de chico era. María siempre había querido mantener una amistad con otra pareja, para ir al cine, de compras, playa, lo normal. Pero no sabía que yo ya tenía conocimiento de lo que ocurría. No obstante la curiosidad pudo y quedamos con ellos. No es que fuera un chico muy diferente a mí, pero parecía simpático. Su pareja Lucía, era una chica menos agraciada que María, pero no estaba nada mal, y era muy simpática. Esto hizo que repitiéramos la velada unas cuantas veces, 3 o 4.

Un día, noté que algo no iba bien. Su mal humor había regresado y ya no atendía al móvil como en otras ocasiones. Se acostaba temprano, o quitaba los datos del móvil para no escuchar los Whatsapp. Algo me decía que se había cansado de aquel juego, o que ya no era algo consentido, quizás sus remordimientos ya le pudieran y no quería seguir con aquello.

La dejé tranquila, sin preguntarle que le pasaba. No obstante, era evidente que algo no iba bien. Al principio me ponía pegas de salud, para no quedar con los chicos, o que tenía cosas que hacer, o estaba muy cansada, así que dejamos de vernos drásticamente. Eso me parecía bastante raro, así que decidí investigar algo más por mi cuenta.

Un día, llamé a casa del trabajo y no estaba, por lo que decidí llamarla al móvil. Al principio no me lo cogía, pero mi insistencia dio sus frutos y descolgó.

Me comentó que estaba tomando un cortado con Lucía, y que llegaría pronto a casa porque tenía que lavar ropa y hacer otras cosas. La noté bastante rara, pero en ese momento pensé que fuera lo que fuese lo que le había pasado con ellos, había pasado.

Al llegar a casa del trabajo, María estaba acostada. La lavadora no la había puesto y evidentemente no había hecho nada desde que habíamos salido de casa. Esa situación no es que me sorprendiera, ya que si estaba cansada no habría problema en hacerlas yo, o incluso ambos más tarde. Pero al llegar al dormitorio, intenté intimar con ella y me rechazó diciendo que se encontraba mal, que estaba incubando algo y se había tomado una pastilla para dormir.

Cuando cayó dormida, escuché que su móvil vibró. Lo cogí y fui a la otra habitación. Mi cara de asombro fue total, cuando leí a Eduardo chantajeándola con contarme lo que había pasado esa mañana y que ni se le ocurriera decirle nada a Lucía. Su última frase de Eduardo, fue más allá y le decía que al siguiente día vendría por casa, que le prometía que sería una vez más y que luego desaparecería.

Me invadió un sentimiento de rabia, tal que mi primera reacción era ir a matarlo. No podía creer que se había aprovechado de mi mujer para hacer con ella lo que quería, usando el chantaje como moneda. Fui a la cocina y cogí un cuchillo, me cambié de ropa y cuando iba a salir de casa con muy malas intenciones, pude ver el reflejo de mí en el espejo de la entrada. No me reconocí. Pero algo me frenó y me hizo recapacitar.

No podía terminar así. A fin de cuentas, el perjudicado sería yo, y él hasta podría salirse con la suya. Tenía que planificar mi venganza de una manera más cruel y despiadada.

A la mañana siguiente, me levante y bese a mi mujer diciendo que me iba a trabajar. Evidentemente ese no era ni por asomo mi plan, así que aprovechando que ella aún dormía y el efecto de la pastilla circulaba por sus venas, hice que abría la puerta de casa y la cerré quedándome dentro. Fui al dormitorio de invitados, salí con cuidado a la terraza interior que tenemos y que pocas veces solemos usar. Allí esperé durante horas, unas tres más o menos, hasta que oí el timbre de casa. Sonó varias veces, las últimas más insistentes, pero María no tardó en abrir.

Escuche de fondo la voz de Eduardo. Al principio, muy cordial, pero pronto se tornó a dictatorío. María no paraba de decirle que no quería continuar con aquella situación que ya había conseguido la mañana anterior lo que quería, y que la dejara en paz. No obstante el continuó insistiendo. Pronto logré entender que ocurría, ya que el tema salió a la palestra. Al parecer, él fue guardando las fotos que ella le iba enviando para jugar, incluso fue concediéndole el envío de otras nuevas. A pesar de que pensó que sus intenciones eran sanas, cuando quiso dejar la situación, él pronto utilizó esas conversaciones grabadas y fotos, para amenazarla de que me lo diría, e incluso las colgaría en la red, por lo que el día anterior la había chantajeado para que le hiciera una mamada o una paja, nunca me quedó del todo claro. Lejos de conformarse, y de no cumplir su silencio y alejarse, quería más, así que sus intenciones con ella era lograr acostarse con mi mujer, para terminar de rematar su faena. Evidentemente todo bajo amenaza, aprovechando su confusión y logrando que no me contara nada ni a mí ni a Lucía.

Ante la negativa de María, Eduardo le propinó una torta, que la dejó aún más atemorizada. Esa torta me dolió a mí, quizás porque no reconocía a mi pareja, ni como se había dejado engañar así, y menos caer en su chantaje, ya que si me lo hubiera contado quizás juntos habríamos puesto solución al problema. Pero esa torta aunque la merecía, no tenía que ser Eduardo quien la diera, ni yo tampoco, que en ese momento me di cuenta que era tan culpable yo como ella por ese juego que accedí jugar sin que ella lo supiera.

Después de quedarme pensando, y maquinando mi venganza, noté como la casa se quedaba en silencio. Los sollozos de mi mujer, se apagaban en el dormitorio. Estaba claro que él no cambiaría de opinión, y ella se había quedado indefensa ante semejante energúmeno. Mi cabeza se bloqueó y pensé en pagarle con su propia moneda, a expensas de lo que pudiera pasar, pero si él quería aprovecharse de una mujer así, yo le enseñaría que estaba haciendo al forzarla.

Tras un rato de espera, me acerqué sigilosamente a la puerta de mi dormitorio. María estaba acostada en la mitad de la cama. Le había roto la camisa y uno de sus pechos estaba por fuera, algo enrojecido del forcejeo, el otro aún se encontraba semi-cubierto, y se encontraba tumbada en la cama boca arriba. Él se había desprendido de su ropa, y se preparaba para hacer su trabajo. Tiró de María y le dio la vuelta colocándola boca abajo con el culo en pompa aún con su tanga puesto. Abrió ligeramente sus piernas, separando sus muslos.

Justo en ese momento, entré en la habitación, le di un fuerte golpe por detrás dejándolo aturdido y lo sujeté por la cabeza presionándola contra el culo de María. No le dio tiempo a reaccionar y como él estaba de rodillas su trasero quedó predispuesto. María no se había dado cuenta que yo estaba allí, ya que todo fue muy rápido. Sin que le diera tiempo a reaccionar, baje mis pantalones y tras escupir en mi miembro, erecto de la rabia ya que no me suponía que fuera una situación nada morbosa, me coloqué y lo envestí por detrás. Fue en ese momento cuando María, oyendo el grito de dolor de Eduardo, reacciono y se desquitó de él. Mis envestidas fueron tan fuertes, y sujetaba tan fuerte su cabeza que no se pudo librar de mí.

María me miraba aterrada, pero al mismo tiempo descolocada, no entendía que pasaba allí. Seguí penetrando a aquel sucio hombre, mientras le gritaba que se sentida cuando lo forzaban a hacer algo que no quería, que no estaba bien. Su cara se llenó de lágrimas, y un minuto después descargué toda mi leche en su interior. Saqué mi miembro flácido y chorreante, le propine otro puñetazo y sin poder reaccionar, no le quedó otra que mal vestirse como pudo pidiendo clemencia, y abandonando a toda prisa la vivienda.

De la fuerza que hice, que ni yo supe de donde salió, aún seguía respirando forzada y enérgicamente, sentado a los pies de la cama. María se acercó lentamente queriendo abrazarme, pero con temerosa de mi reacción.

– Manuel, acertó a decir con voz temblorosa, no es lo que…

– La corté rápidamente, lo sé todo María, ¿estás bien?. ¿Te ha hecho algo?

– Manuel, yo no quería que esto acabara así, tuve que…

Me di la vuelta y selle sus labios con un beso intenso y profundo. No quiero más explicaciones, no volverá a pasar algo así. Eduardo no volverá a hacerte chantaje, ni lo verás más.

– Pero ….

Tranquila, se lo de las fotos y los juegos que tuvieron, incluso lo que te obligó a hacer, y es evidente que es lo que pretendía. Jamás te volverá a hacer daño, más aún porque le he sacado fotos cuando intentaba hacerte algo hoy. Si hace algo, no solo lo sabrá Lucía, y si aun así lo intenta, la próxima vez no seré yo quien le haga sentir que se siente al ser forzado… serán los presos de la cárcel donde vaya.

Después de ese día nuestra relación volvió a ser como era en un principio. Seguimos jugando y disfrutando de nuestra convivencia, aprendimos a contarnos todos y cada una de las cosas que nos pasaban, sin ocultarnos nada.

Al año, y por casualidad, nos cruzamos en el supermercado con Lucía y Eduardo, el agachó la cabeza y continuó haciéndose el que no nos había visto. Lucía, lo observó extrañada, nos saludó con la mano y cada uno cogió por su lado.

A fin de cuentas ya dice el dicho, ojo por ojo, diente por diente.

Deja una respuesta 0

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *