Nada mejor que probar con tu hermano

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TERESA

El otro día fisgoneando en las cosas de mi hermano Carlos encontré su diario. Sé de sobra que no se debe leer el diario de otra persona, y menos si es alguien muy cercano a ti. Se pueden producir ciertos efectos colaterales muy indeseables. Pero no pude evitar la tentación. Lo confieso…Lo leí.

Una gran parte de lo que estaba escrito era totalmente predecible, las típicas tonterías que un joven de 20 años tiene en la cabeza. Me sorprendió saber que estaba coladito por Luisa, una vecina regordita de toda la vida. La verdad, para mí esa chica es poca mujer para mi Carlos.

Pero cuando llegué a las últimas semanas del diario y comencé a llegar a las últimas páginas, no podía creer lo que mis ojos estaban descubriendo. He decidido publicarlo porque nunca jamás me he calentado sexualmente tanto como con la forma de relatar de mí querido hermanito. Refería unos hechos que yo protagonicé, pero de los que yo pensé que Carlos no era conocedor.

Debo decir antes que Carlos es mi hermano pequeño. Tiene 21 recién cumplidos. Yo me llamo Teresa y tengo 24 años, soy alta, delgada, morena, con los ojos marrón oscuro, llevo el pelo muy largo y liso, precioso, es un espectáculo como brilla bajo el sol; tengo unos senos lindos, no muy grandes, pero terminan en punta, mirando hacia arriba y mis pezones son carnosos y prominentes, así que se me suelen marcar muchísimo, sobre todo cuando me muevo por casa ligera de ropa, con un pijamita fino o uno de mis camisones de dormir. Tengo dos tatuajes, uno en la parte baja de la espalda, cerca de las nalgas y el otro alrededor de mi ombligo. Puede que alguien piense que un hermano no puede juzgar si su hermana es sexy . Al ser su hermana, no debe hacer ese tipo de juicio o tener pensamientos carnales referidos a mí. Pero todos los amigos de Carlos le han confesado que soy para ellos la chica más sexy de la ciudad. Probablemente tengan razón, ya que me muevo y me comporto en mis palabras y posturas de tal forma que cualquier hombre que me oiga o me vea no puede evitar pensar en mí como el cuerpo perfecto y la chica adecuada para rellenarla adecuadamente.

Aunque esté mal decirlo, soy muy inteligente. Aún curso estudios en la universidad, pero con muy buenas notas. Y tengo una relación bastante formal con un chico de la facultad.

Salomé es nuestra hermanita pequeña. Tiene 18 años, su pelo es rubio, corto y rizado. Su color me recuerda el de un trigal batido por el viento. Sus ojos azules tienen un mirar dulce, es pequeña y menuda, con unos pechitos pequeños y redondos, pero es dueña del culo más perfecto que haya visto, absolutamente impresionante. Salomé es menos buena estudiante que yo, no va bien en el instituto porque le gusta mucho más la fiesta.

Comienzo con la parte del diario de Carlos que me encogió el corazón y la respiración. Como he dicho yo pensaba que mi hermano no era consciente de lo que había pasado así que me llevé la sorpresa de mi vida.

DIARIO DE CARLOS

“Querido diario, la primavera pasada, mi hermana Teresa regresó a casa cuando terminaron las clases en la universidad por Semana Santa. Mi hermana mayor comparte habitación con la pequeña Salomé en la casa de nuestros padres, donde aún vivimos los tres.

Ellos estaban fuera. Habían ido a Sevilla para ver los pasos procesionales de esa ciudad. Llegó mi cumpleaños. Yo cumplía los 21 años y los tres hermanos festejamos juntos el evento en casa con una comida especial, con marisco y vino blanco. Mi hermana Teresa y yo solíamos salir con un grupo de amigos e íbamos de copas hasta altas horas de la madrugada. Salomé no quiso salir con nosotros el día de mi cumpleaños. Se disculpó diciendo que tenía una cita importantísima con su chico favorito. Teresa y yo sí que nos fuimos de copas y volvimos a casa a las tantas, después de cerrar el último garito, justo antes del amanecer. Teresa estaba más acostumbrada a beber que yo; Ese día yo había tratado de seguir su ritmo aquella noche, a fin de cuentas era mi cumpleaños, pero fallé miserablemente. Agarré una cogorza de tal dimensión que al día siguiente no recordaba nada de lo que pasó durante la noche.

Por la mañana, me desperté con una resaca de órdago . Traté de recordar los detalles de la noche anterior pero fue inútil del todo. Mis recuerdos de las últimas horas se habían esfumado, como si no las hubiera vivido; Sufría lo que mi hermana Teresa llama un apagón. Simplemente no podía recordar nada, salvo que al llegar a casa mi hermana Teresa me había dado un empujón tumbándome en la cama y como me había quitado las deportivas. Ni después de ese flash, ni antes, había recuerdo alguno.

Algo me resultó extraño. Al despertar, además de la boca seca y el dolor de cabeza tenía otra molestia. Mi pene estaba dolorido, como si hubiese estado dándole a la manivela toda la noche. Mi slip estaba ligeramente mojado, sin duda de esperma. Intenté recordar de nuevo. ¿Habría estado teniendo sexo con alguna de las chicas de mi fiesta de cumpleaños? No me atreví a preguntarle a mi hermana.

Durante la comida, Teresa me reprendió con dureza.

–No debes beber de esa manera si no estás acostumbrado, por muy cumpleaños tuyo que sea –me dijo en tono de madre suplente.

Volví a pensar en mi tranca dolorida. Lo más probable es que me hubiese masturbado antes de desmayarme. O tal vez lo hice dormido.

Había estado durmiendo casi hasta las cuatro de la tarde. Le pregunté a Teresa si yo había ligado en mi fiesta, no me acordaba de nada, le dije; a ver si ella resucitaba los recuerdos sumergidos en aquella laguna de mi mente y a qué se podría deber el dolor de mi herramienta. Ella me miró con cara de sorpresa.

–A pesar de tu borrachera no sentí vergüenza por ti. No te pasaste demasiado. Tu hermanita mayor te cuidó bien –dijo mientras me pellizcaba el carrillo. – Pero quien iba a ligar contigo en el estado en el que estabas. Al principio alguna chica te hizo tonterías pero cuando comenzaste a hablar con dificultad se apartaron de ti. Eres tonto.

Además, cuando llegamos a casa estabas ausente, en tu mundo etílico. No bebas así, Carlos. Me preocupas con esos apagones de conciencia. Parecías una marioneta, te desnudamos y te duchamos. ¿Recuerdas algo de eso?

Yo negué con la cabeza. ¡Dios mío! Mis hermanas me habían desnudado y duchado, me habían visto desnudo y yo no conseguía recordar ni el más mínimo detalle.

–Creo que ni una bomba atómica podría haberte despertado después de tu desmayo.

Yo supuse que no había habido sexo. No merecía la pena darle más vueltas, así que olvidé lo de mis slips mojados y mi pene dolorido.

La siguiente noche en la que sufrí algo parecido fue una semana después. Una fiesta en la casa de unos amigos a pocas calles de la de nuestros padres. Esta vez mi hermana pequeña de 18 años, Salomé, sí estaba allí. Mi deliciosa hermanita y su culo perfecto estuvieron creando el tipo de problemas que un trasero espectacular y caliente puede causar en una fiesta llena de adolescentes y jóvenes cachondos. Alguna que otra novia estaba enojada con ella, por la forma en la que Salomé atraía a sus novios con el movimiento de sus nalgas al bailar. Descaradamente mi hermana se estaba comportando como una fulanita; los chicos se la disputaban, a ver quién podía ser el afortunado que se comiese aquel culo perfecto.

Ninguno lo hizo. Salomé recibió la brasa de mi hermana mayor Teresa, que a la vez me regañó por estar bebiendo como la noche de mi último desmayo. Llegó un punto en el que mi hermana mayor tomó la decisión de recogernos y volver a casa. Pero ya era tarde para mí. Esa noche, durante mi segundo desmayo, soñé con que me hacían una mamada. En mi sueño no podía identificar quien me la hacía pero sentí tan vivamente las sensaciones que me corrí durante el sueño. Cuando desperté, tuve la misma extraña sensación de nuevo; y mis bóxers estaban con la mancha tiesa y seca del semen… Me esforcé por recordar y sí, recordé haber tenido el sueño, pero …nada. Nunca antes había tenido un sueño en el que tuviese una eyaculación … Tal vez me quedé dormido. Aquellos olvidos, aquella pérdida de memoria, estaba empezando a molestarme en serio.

Al fin de semana siguiente, no salí con Teresa ni con Salomé; en cambio estuve de copas con los chicos de mi pandilla de toda la vida. Fuimos a un club donde las chicas se desnudaban de pie en la barra. No bebí tanto como las noches de los fines de semana anteriores, sobre todo porque las consumiciones en el sitio de las bailarinas eran carísimas.

Se me ocurrió gastarle a mis hermanas la broma de fingirme borracho de nuevo, hacer como que me desmayaba y ver cómo se las habían apañado Teresa y Salomé los fines de semana anteriores.

Me hizo gracia ver cómo me tumbaban en la cama y me quitaban los zapatos y la ropa.

–Teresa –dijo Salomé, –creo que si Carlos sigue bebiendo así va a terminar siendo un alcohólico. O peor, igual le da un coma etílico y se muere. Debiéramos decirle algo a los papis. ¿No crees?

El tono de la voz de mi hermana pequeña era de verdadera preocupación. Estuve a punto de dejar de fingir mi desmayo y decirles que no estaba borracho, que solamente fingía. Pero temí el enfado de Teresa por gastarle una broma así de pesada. La conozco bien y no iba a tomárselo bien, así que seguí fingiendo. Me desnudaron y con una esponja húmeda me limpiaron los restos de ciertas babas que yo había dejado caer. Luego me acostaron en la cama. Ambas salieron del dormitorio dejando la luz apagada y se marcharon al salón.

Me estaba quedando dormido con una gran sonrisa en mi boca. Recordaba cada minuto de mi broma y lo real que había parecido mi desmayo, cuando de repente un movimiento en la entrada de mi habitación llamó mi atención. Habían dejado la puerta abierta. Yo creí que lo habían hecho a propósito por si me oían pedir ayuda o algo así. Mi habitación estaba casi totalmente oscura. La silueta de una de mis hermanas estaba quieta, parada junto a la puerta. Se recortada contra la luz del pasillo. Justo antes de abrir la boca para preguntar quién era, ella se acercó a mi cama y a medio camino se detuvo de nuevo, como queriendo comprobar si seguía con mi desmayo como el de los últimos dos fines de semana. No sabía si sería Teresa o Salomé, pero parecía estar tratando de no despertarme. Era tan extraña y emocionante la situación, que decidí seguir con mi farsa.

Llegó al borde de mi cama y muy lentamente se sentó. Fue entonces cuando pude ver que era mi hermana mayor, Teresa. Estaba examinado mi rostro con toda su atención, pero no podía verme con nitidez en la oscuridad total del dormitorio. Yo tenía los ojos entreabiertos, sólo un poco. Pero pude distinguir que Teresa no llevaba nada más que una camisoncito de dormir y sus bragas. ¿Qué diablos hacía en mi cuarto? Pensé que tal vez estaba preocupada por mi estado. La pobre de Teresa debía pensar que yo podía entrar en uno de esos comas etílicos que había mencionado Salomé y pensé que ahora todo lo que hacía lo hacía cuidando a su hermanito borrachín.”

TERESA

¡Dios mío! Pensé, Carlos estaba despierto aquella noche en la que me colé en su habitación. Siempre había creído que estaba con una de sus ausencias por el alcohol. No podía creerlo. Había sido consciente todo el rato de mi incursión en su dormitorio. Estaba fingiendo dormir el muy cerdo.

No pude evitar seguir leyendo el diario de Carlos:

DIARIO DE CARLOS

“De repente, Teresa cogió la parte superior de la manta y lentamente, sin hacer ruido, la bajó poco a poco. Primero desnudó mi pecho y después dejó a la vista mis boxes y mis muslos.

A mí me costó horrores seguir con la farsa. Puse una respiración muy pesada y gorda, casi como si estuviese a punto de roncar. Debía conseguir que ella pensara que yo seguía durmiendo para poder descubrir sus intenciones. Teresa se acercó a mi cuerpo semidesnudo. Con ambas manos desabrochó delicadamente el botón que mi bóxer tenía en la parte superior. Entonces, todo mi mundo sufrió un terremoto interno. Y más cuando Teresa metió la mano dentro de mis bóxers y sacó dulcemente mi serpiente flojucha.”

TERESA

Según iba leyendo el diario, mi mente se transportaba a aquella noche e iba recordando cada detalle. La primera vez que Carlos se había desmayado no pude evitar la tentación de tocarle cuando Salomé se fue a su cuarto y me quedé sola con él. Yo había convencido a nuestra hermana pequeña para que se fuese a dormir diciéndole que yo cuidaría de Carlos y Salomé se había acostado y dormía como un lirón cuando me fui a ver a mi hermano.

Cuando bajé los bóxers Carlos, sólo por curiosidad, mi hermano se puso erecto en seguida, a pesar de su desmayo. Así que jugué con él como con un muñeco, con la libertad de pensar que nadie nos veía y que él estaba sin conocimiento y no recordaría nada. No pensaba llegar tan lejos pero mis juegos aumentaron su erección hasta hacerle venir.

El siguiente fin de semana repetí, por puro morbo, ya que me gustó presenciar en directo un orgasmo. Pero ni en el primero ni en el segundo había ido tan lejos como en el que mi hermanito, el muy falso, había fingido estar desmayado y que ahora me aprestaba a leer de su puño y letra en el diario.

El leer ahora aquellos hechos me estaba poniendo cachonda y más al ver que mi hermanito había estado consciente todo el rato. Ufffff aquello era puro morbo.

Continué con mi lectura con avidez:

DIARIO DE CARLOS

“No reaccionar dando un blinco o un grito y salir corriendo ante la sensación de que mi hermana mayor hubiese sacado el caracol de su concha, fue la cosa más difícil que he hecho en mi vida. Al principio me daba vergüenza que mi hermana pudiera estar contemplando mis partes de esa forma; la sostenía en su mano izquierda. Sentía el tacto de sus dedos femeninos y delicados agarrándome sosteniendo y no podía creerlo aún.

De repente tuve la certeza de que mis sueños de los dos fines de semana anteriores tenían su explicación en Teresa. ¡Mi hermana mayor debía haber entrado en mi habitación por la noche y habría jugado mientras yo estaba desmayado por efecto de la bebida! Y hoy, que no era así, que yo estaba fingiendo, ella no podía saberlo por culpa de mi broma. Ya era demasiado tarde para descubrir el engaño.

Antes de que pudiera pensar nada más, Teresa comenzó a acariciarme debajo, mis bolas peludas, de forma que aunque yo no quería excitarme el flujo involuntario de sangre instantáneo hizo crecer bastante la dureza. En lugar de cosita pequeña y floja como la de un niño, ahora Teresa tenía entre los dedos una hermosa salchicha que flotaba sobre mi vientre y de la que brotaban unas gotitas melosas que goteaban cerca de mi ombligo.

Mi hermana bajó la cabeza hasta mis ingles y metió el extremo redondo y duro de mi serpiente en su cálida y húmeda boquita. ¡Querido Dios, pensé estar en el cielo! Dudé en si detener a Teresa, pero con la misma rapidez con la que vino aquel pensamiento, al sentir la maravillosa sensación de entrar en su boca glotona me abrumé y decidí dejarla continuar. Para mi sorpresa, me puso durísimo en el interior de aquella dulce boquita, sentir el roce de sus dientes, de la lengua que rozaba y lamía. Pude comprobar, por los movimientos de su mano en mis esferas y los de su legua en nabo, que eso era exactamente lo que Teresa quería. Veía de reojo su cabecita subiendo y bajando, tragando una buena porción de mis 18 centímetros.”

TERESA

No puede evitar bajarme las bragas según leía el diario de mi hermanito. El cabrón describía aquella noche con tal lujo de detalles que mi raja se había mojado con la lectura. Y más. El saber que Carlos había sido testigo mudo y consciente de mi juego me provocaba una excitación extraordinaria.

El muy cerdo se había callado y había disfrutado de mis atenciones sin decir nada. Ufff…

Bajé mis bragas a la altura de las rodillas, pero no me dejaban abrir las piernas todo lo que yo quería, así que me las quité y las dejé en la mesa junto al diario de mi hermano. Luego me unté los dedos bien de saliva y continué leyendo mientras mis dedos separaban los labios y comenzaba a acariciarme el botón del placer.

DIARIO DE CARLOS

“Teresa paraba de vez en cuando y me observaba en busca de cualquier signo de que yo fuese a recobrar la conciencia. Me movió la cara suavemente, en silencio, con amor; Yo dejé el cuello relajado, sin fuerza y mi cabeza giró a los lados como si estuviese muerto. Volvió a lo suyo y untó con su saliva caliente todo mi gran mástil. Tiró la funda hacia abajo con fuerza y mi dureza casi explota de la dolorosa presión. Entonces Teresa lo acarició suavemente con la mano. Me miró para estar más segura de mi sueño y luego se inclinó para continuar su degustación a cámara lenta. Para mi sorpresa, vi a Teresa subirse el camisón de dormir con una mano y comenzar a acariciarse los pezones mientras movía sus labios delicadísimamente sobre el casco amoratado, que ya no podía crecer ni un milímetro más. Ella tiró y pellizcó sus pezones hinchados que crecían a cada pellizco tan cerca de mí que sufría horrores por no poder tocarlos. Su succión se volvió un poco más dura, poco a poco, según se le volvían de hierro las tetillas a causa del castigo.

Gimió con mi leño dentro de su boca. Ver a mi hermana jugar con sus tetas fue demasiado para mí. Oírla gemir mientras me comía, chupaba, lamía y acariciaba fue la gota que colmó el vaso. Entonces sentí el semen acudir masivamente. Teresa notó que me iba a venir, pero no se detuvo. Pensé que si los fines de semana anteriores todo había pasado mientras dormía, en este debía pasar lo mismo para que ella no sospechase.

Mis caderas se movían involuntariamente; Teresa no paraba, así que mi movimiento debía haber sido habitual las otras noches. Sentí la mano de Teresa moverse rápidamente sobre sus bragas y frotarse en su entrepierna, no pude soportarlo más. Oí su jadeo. Creo que pretendía llegar al orgasmo haciéndolo coincidir con el mío. Empujé en la boca de mi hermana, tratando de no hacerlo demasiado fuerte sino como si estuviese dormido. Hice un poco de ruido y solté la descarga más gorda de toda mi vida. Vi sorprendido como Teresa lo tragaba todo sin sacarla de su boca; Aluciné mientras rebañaba y lamía el semen restante. Limpió mi sexo con su lengua, echó otro rápido vistazo para ver si estaba dormido aún y, satisfecha de haberse salido con la suya, se levantó lentamente y descalza por el suelo, como una gatita que regresa de su cacería, salió de mi habitación.

Allí permanecí durante una hora tratando de recuperar el resuello y asimilar lo que acababa de suceder. ¡Dios, qué bueno que había estado! Sin duda la mejor eyaculación de mi vida ¿Pero mi moral dudaba si había actuado correctamente? ¿Debería haberla detenido? No sabía que pensar. Todo lo que sabía era que al día siguiente, cuando despertara, sabría exactamente lo que había causado la mancha de semen en mis bóxers.

Me encanta lo zorra que ha sido mi hermana Teresa.

TERESA

¡Qué cabrón! Me había visto lamerle el semen y había puesto en su diario que yo era una zorra. El muy cerdo. ¿Qué era él entonces? Pero en el fondo me había gustado leerle. Saber que estaba despierto. Conocer sus sensaciones.

No había tenido el orgasmo aún, lo había contenido porque sabía que su diario aún guardaba otro capítulo y me reservé. Antes de seguir leyendo me desnudé completamente. Estaba sola en casa y nadie me iba a pillar. Cogí el diario y me fui a mi cama. Tomé el bote de lubricante y me embadurné el trasero, la rajita y mis pechos.

Mis pezones estaban duros como piedras y resbalaban gustosos con el lubricante ante mis pellizcos y tirones. Recordé la siguiente noche y dudé si habría sido un desmayo real o fingido.

Mis pezones estaban duros, mi desfiladero goteaba y necesitaba caricias, mi mente cachonda anhelaba seguir leyendo. Era una necesidad a la que no quería renunciar. Necesitaba leer, leer más.

DIARIO DE CARLOS

Los siguientes días en casa fueron extraños, por decirlo suavemente. Actué como si no tuviera idea de lo que sucedió durante aquella increíble noche y lo mismo hacía Teresa, pero descubrí que desde aquel día miraba a mi hermana de una manera completamente distinta. ¡Ella se había desvirgado la boca con mi leño, por el amor de Dios! ¿Cómo iba a seguir viendo a Teresa de la misma manera? No me quitaba aquella imagen de mi hermana lamiéndome como si fuese la cosa más natural del mundo, pellizcando sus senos mientras se acariciaba sobre las bragas.

Cuando nos cruzábamos en casa, ahora sí, veía lo hermosa que era realmente. Me sorprendí deseando repetir otra noche como la anterior … una en la que tal vez yo pudiese actuar algo más. Fingir que la tocaba dormido … pero en mi interior estaba confundido. No sabía cómo actuar, como conseguir a mi hermana sin levantar sus sospechas. Si su felación mientras fingía dormir había sido el capítulo sexual más excitante de mi vida, no me quería imaginar cómo sería si Teresa decidiese hacerme algo más. Pero mi mente se negaba a admitir aquella posibilidad.

¿Y cómo sería hacerlo mientras estábamos despiertos? Decidí repetir una borrachera fingida y mi desmayo posterior. Todo para ver qué sucedía.

El jueves siguiente por la noche salimos de compras. Traté de hacer que pareciera que estaba bebiendo mucho; Esa noche tiré a la basura muchísimo dinero, pero esperaba que valiera la pena. Tiraba el cubata cuando ella no miraba.

De regreso a casa Teresa iba al volante. ¡Qué demonios! Pensé y fingí desmayarme en el auto. Efectivamente, después de llamar por mi nombre 5 o 6 veces y de propinarme varios bofetones en la cara y algún codazo en las costillas, su mano estaba de nuevo en mi entrepierna. Me masajeó sobre mis vaqueros con una mano mientras conducía con la otra. Mantuve los ojos cerrados durante todo el viaje, sin arriesgarme a mirar, pero sintiendo sus dedos presionando y disfrutando de una nueva erección. Cuando ya estaba completamente erecto, la sentí trastearon la cremallera, pero no le fue posible bajarla mientras conducía y debió haber pensado que estábamos demasiado cerca de casa, así que se limito a conducir mientras acariciaba y aferraba las durezas que ella misma estaba provocando.

–¡Carlos! –gritó con todas sus fuerzas. –Haz el favor Carlos. Despierta por favor. No me hagas esto.

Pero todos sus gritos y sus peticiones las hacía sin apartar la mano de mi vaquero.

TERESA

Al leer aquellas líneas recordé que me había resultado extraño su desmayo. Carlos se había desmayado de nuevo y la verdad esta vez no me parecía que estuviese tan borracho. Sí que le había gritado para hacerle venir de su letargo. No deseaba seguir con aquello, me daban miedo las consecuencias.

Sin embargo, quería más. Me había poseído de nuevo la locura de la excitación, el disponer de Carlos como si fuese una marioneta lista para todos mis deseos. Aunque recé para que mi hermano recuperase el conocimiento antes de volver a casa. Pero sabía que no lo había hecho. Yo sabía exactamente lo que iba a decirme el diario. Pero me gustaba tanto la forma en la que mi hermanito lo había escrito que me tumbé de lado en mi cama y mientras leía comencé a penetrarme con un dedo, encogida en posición fetal.

DIARIO DE CARLOS

Ella me ayudó a entrar en la casa; Realicé una gran farsa en el modo en como fingí estar «demasiado borracho» para salir del auto solo y luego «demasiado borracho» para subir las escaleras. Cuando llegamos, Salomé nos recibió en la puerta y ayudó a Teresa a llevarme adentro. Teresa susurró ‘Te lo dije, ¡míralo! ¡Está destrozado! ¡No recordará nada!

Yo abrí los ojos ligeramente y dije con la voz totalmente ida: ‘¡Hola, Salomé!’ grité como si fuera una sorpresa, grité quizás demasiado fuerte.

–Quiero otra cerveza –dije susurrando con la cabeza caída.

–De eso ni hablar –dijo Teresa. –Vas a tu habitación. ¡Directo a la cama! Ya tomaste suficiente por esta noche.

–Ya te dije que era mejor que no bebieras tanto – Me dijo rodeándome con los brazos y conduciéndome por el pasillo hasta mi habitación. Salomé solo nos seguía, con la curiosidad de ver en que iba a acabar todo aquello. Ella ya me había desnudado una noche junto con Teresa, pero en esta ocasión se había fijado en mis vaqueros y vio que el asunto venía hoy con sorpresa.

“Esto no me lo pierdo” pensó.

Yo murmuré buenas noches a ambas, fingiendo una borrachera como un piano y esperando que Teresa hiciera algo una vez que estuviéramos solos en mi habitación. Pero esta vez no fue así. Me recostó en la cama e inmediatamente fingí estar fuera de combate. Entonces Teresa y Salomé me desnudaron. Salomé no pudo evitar mirar mi herramienta crecida y miró a mi hermana mayor.

–Cosas de chicos –le dijo. –Siempre están igual. Y tú lo sabes mejor que yo.

Ambas rieron. Teresa apagó la luz y se fueron. Y eso fue todo.

No podía creerlo. Estaba totalmente defraudado … ¿Tal vez estuviese esperando a que Salomé se fuera a dormir? O tal vez había decidido dejar de hacerlo. Yo estaba poco borracho (había bebido muy poco esa noche y Teresa no es tonta). Después de escuchar cómo se iban, me quedé dormido. Pero como un par de horas después algo me sacó de mi sueño.

Mi cuarto estaba oscuro. Me habían quitado los jeans; y los bóxers. Estaba allí, completamente expuesto. Recordé que debía fingir estar fuera de juego cuando sentí tres manos palpándome el vientre, el pecho y mi muslo.

No podía ser. No quería abrir los ojos, ni entreabrirlos.

Esperaba de un momento a otro sus caricias en mi sexo y la erección se produjo de forma automática. Y entonces fue cuando oí hablar a Teresa.

–Siéntate. No te preocupes. Carlos está ausente, confía en mí

Otra persona también estaba en la habitación. Hubiese dado media vida porque fuese otra chica distinta a mi hermana pequeña. Siempre he sido su protector. Tal vez fuese alguna de las amigas de Teresa. Pero escuché la voz de Salomé, pero no pude escuchar bien lo que decía, porque hablaba como en susurro. Teresa continuó.

–Cállate y mira, te lo mostraré –dijo Teresa.

Entonces, finalmente, sentí la mano de mi hermana mayor. Acarició mis esferas con la otra mano y me masajeó con dulzura hasta lograr una erección completa de 18 centímetros. Escuché a Salomé decir –Aparta un poco, ¡no puedo verlo!

Sentí a Teresa moverse en la cama mientras continuaba acariciándome. Mis ojos se estaban ajustando a la luz y pude ver a Salomé sentada en una silla cerca de la ventana de mi cuarto, vestida con un conjunto de pijama de algodón, pantalones cortos y un top. No estaba así cuando nos recibió en la puerta … Teresa llevaba una camisón blanco una cuarta por encima de sus rodillas. Salomé miraba mi sexo como hipnotizada.

–Won … he visto algunas, pero la de nuestro hermano es más grande .

–Has visto pocas, hermanita –susurró Teresa.

– ¿Realmente la pones en tu boca y él no se despierta?.

Yo me quería morir ante la conversación que se traían mis hermanas. Fingiendo dormir, con mí cosa tiesa como un madero.

–¡Sí! Mira –dijo Teresa.

Y dicho eso procedió a darme la iniciar su segunda cata de mí, la más deliciosa de mi vida. Se cuidaba de no bloquear con su cuerpo la visión de Salomé; apartaba el cabello para que no tapase su boca. Salomé observaba, asombrada, cómo su hermana mayor sorbía y chupaba a su hermano mediano.

–¿Crees que puede sentirte? Preguntó desde la silla.

Teresa dejó su trabajo un momento.

–Oh, sí, desde luego. Pero en sueños. Carlos, ya lo verás ahora, se mueve y gime, especialmente antes de venirle la leche. A veces incluso abre un poco los ojos. Pero nunca se despierta. Y luego no recuerda nada, porque se desmaya cuando está tan borracho. ¿Comprendes?

TERESA

Ahora al leer el diario de mi hermano recordaba cada palabra, cada gesto. Carlos tenía una memoria prodigiosa. Contaba todos los detalles sin olvidar nada. Lo que yo no sabía al decirle a Salomé que Carlos se desmayaba cuando estaba borracho era que él en esa ocasión tampoco había bebido y era consciente de todo lo que sucedía.

Leía el diario con las piernas abiertas totalmente. Había separado los labios con dos dedos y me acariciaba con un tercero, la rajita abierta rosita que me goteaba a través del ano hasta las sábanas. Seguí con mi lectura y con mi masturbación.

DIARIO DE CARLOS

–’¿Qué haces con su … semen?

Teresa la miró con una expresión como ‘¿tú qué crees?’ y siguió lamiéndome.

Me sentía como una guiñol a merced de mi hermana. Su boca me hacía gemir levemente. Mi vientre se encogía ante sus bocados y sus arañazos en mis partes. Sabiendo que Salomé miraba me excité hasta los límites más elevados. Oírla era un suplicio y el gusto más tremendo que se pueda imaginar. Salomé volvió a preguntar:

–¿Alguna vez lo has hecho…. Ya sabes, con él mientras duerme?

Teresa le lanzó una mirada furibunda y sacó mi leño inmediatamente de su boca.

–¿Qué estás diciendo? ¿Estás loca?¡De ninguna manera! ¡Eso sería engañar a Marcos, mi novio! ¡No! ¡Es solo sexo oral! Y además, Carlos no es como otro hombre; ¡ es nuestro hermano! Y además él ni siquiera lo sabe. ¡Vamos! Deja de decir esas cosas, rompes la magia del momento. Mira que cosita tiene nuestro hermano –dijo agarrándome la erección con ambas manos. –Te dije que solo podías mirar si estabas callada. Así que calla y mira.

Las preguntas de Salomé se acabaron. Teresa se concentró en mi miembro, succionándome como la noche anterior. La cálida boquita de mi hermana se sentía tan intensamente en la oscuridad. Los sonidos de su lengua y de su boca al chupar aumentaban la sensación. Comencé a gemir y retorcerme; Teresa no se detuvo y Salomé se acercó para mirar más de cerca. Se inclinó hacia adelante, pero con una mano acariciaba su entrepierna.

–Ohhh, sí, a él le está gustando. Se nota un montón. ¿A que si? – susurró Salomé. –Chúpalo, Teresa. Sí, chupa

La mano de Salomé comenzó a moverse. Comenzó a masturbarse la rajita de18 años a través de su pijama. –Chupa esa gran estaca.

Yo la veía masturbándose sobre el pijama, mirando la felación de Teresa y solicitando su continuación y me costaba no correrme, pero aguantaba por disfrutar más del momento.

La charla candente de Salomé pareció calentarnos a los tres. Teresa me chupó más fuerte y más profundo y sentí que el esperma venir. Al mirar clandestinamente entre los párpados vi a Salomé tirar de sus pantalones cortos de pijama hacia abajo y después hacer lo mismo con su tanga, exponiendo rajita sin vello. La luz del pasillo brillaba a través de mi puerta abierta y se derramó sobre ella, iluminando su bonito conejito rosado. No pude mirar mucho, ya que su otra mano comenzó a frotar rápidamente el montículo

– Chupa su gran verga dura, Teresa. Chúpalo por mí –dijo mientras una mirada salvaje se apoderaba de su rostro mientras jugaba consigo misma y veía a Teresa inhalar mi larga y gorda pulla… Salomé deslizando un dedo ya dentro de su rajita … Aquello era demasiado para cualquiera y por supuesto para mí. El semen estaba empujando para explotar y Teresa sabía que brotaría en cualquier momento. Dejó escapar una serie de gemidos cuando mis caderas se acercaron a su cara. Y preparó la garganta para ser llenada de nuevo con mi esperma espeso y caliente. Salomé observó, retorciéndose en la silla, su mano golpeando su montículo mojado mientras Teresa se tragaba toda mi carga con hambre. Vi a Salomé mordiéndose el labio y temblando hasta llegar al orgasmo, apretando el dedo contra su gatito.

No pude verlas, pero escuché a Teresa decir

–¿Ves? ¡Esa es la cuarta vez que lo chupo y no tiene idea! ¡Es genial! Puedo salir y volver dentro de un rato y estará dispuesto de nuevo.

Salomé se recostó en la silla, jadeando. Teresa miró el gatito desnudo, aún expuesto de su hermana pequeña.

–Guau. Realmente te pones cachonda viéndome comerme la ciruela de Carlos – dijo Teresa, mientras Salomé recomponía lentamente su pijama.

Supongo que Salomé asintió afirmativamente.

–¿Pero y tú, Teresa? –Preguntó Salomé – ¿Solo le chupas. No tienes tú orgasmo?

–Siiiiii, a veces juego con mi gatito mientras se lo hago; otras veces, después cuando estoy en mi habitación –respondió mientras se levantaba lentamente de la cama.

–No sé si está bien hacer esto con tu hermano. Si está bien, entonces también estaría bien hacerlo con tu hermana, ¿verdad? –dijo Salomé mientras daba un paso hacia Teresa. Se estaba desabotonando la blusa mientras hablaba. La muy cerda.

–¿Qué estaría bien….? ¿A qué te refieres? –preguntó Teresa, realmente sorprendida.

Observó hipnotizada cómo su hermana pequeña abría su blusa y dejaba al descubierto a sus lindos y pequeños senos.

–Estaba loca por serte sincera, Teresa. Soy bises y apuesto a que tú también lo eres. Déjame hacerte. Vas a disfrutarlo.

Salomé tomó las manos de su hermana mayor y las llevó hasta las tetitas desnudas. Teresa no ofreció resistencia. Yo haciéndome el dormido. Testigo mudo de la escena. Salomé se acercó aún más y le susurró al oído a Teresa. Podía escuchar cada palabra de su intercambio. Mi herramienta se puso dura de nuevo.

–Déjame comer tu gatito», susurró en el oído de Teresa.

Teresa dejó escapar un suspiro entrecortado cuando sintió los senos de Salomé. Salomé puso sus manos sobre el trasero de Teresa y comenzó a amasar sus glúteos, buscando con los dedos entre ellos, debajo, palpando a través de sus bragas la vagina húmeda. Teresa no le respondió, no le dio permiso, pero estaba claro que quería que Salomé la tomase. Salomé condujo a su hermana mayor los pocos pasos hacia mi cama. La acostó de forma que la cabeza de Teresa vino a dormir sobre mi ombligo a escasos centímetros de mi leño resucitado.

Deslizó lentamente sus bragas por debajo de su camisa de dormir, acariciando las largas y delgadas piernas de Teresa hasta las ingles. Teresa comenzó una queja falsa:

–Por favor Salomé …

Pero nunca fue escuchada.

De repente Teresa giró levemente la cabeza y vio mi erección. Yo veía todos sus movimientos. Salomé tenía las caderas de Teresa en el borde de la cama y subió los tobillos al borde. La colocó como en esas mesas del ginecólogo.

Teresa acercó su cabeza hasta que los labios rozaron el ojo de mi salchicha. Luego sacó la lengua y me lamió. El hermoso coño de Teresa estaba completamente abierto a Salomé. Era una sombra de vello castaño suave y bien recortado, labios carnosos rosados ​, ligeramente brillantes lubricados y húmedos. Entonces la cabeza de Salomé se internó entre los muslos de Teresa. Teresa se metió dentro de su boca todo lo que le cupo de mi leño, en pleno éxtasis por las atenciones de los deditos y la lengua de su hermana pequeña. Que lamió, chupó y besó su rajita hasta hacerla perder el sentido. Pronto Teresa jadeaba, Salomé metía sus dedos.

Teresa dejó de chuparme para quitarse el camisón de dormir en un movimiento increíblemente rápido y quedarse totalmente desnuda.

Allí estaban, las hermosas tetas de Teresa. Sus extremos estaban adornados con grandes pezones hinchados y duros, de color rosa. Ella misma estaba apretándolos y pellizcándolos mientras Salomé comía su gato; Ladeó de nuevo la cabeza recostada sobre mi tripa y volvió a lamerme.

–Salomé … Ohhhhh, ohhhhh, Salomé …ya, yaaaa

Mis dos hermosas hermanas se lo estaban haciendo y yo tenía un asiento en primera fila. Deseé poder penetrarlas. Teresa se sacudió en la cama cuando llegó, empujando la cabeza de Salomé contra su ingle con un jadeo ciego e intenso. Su boca me apretó el glande. Pero no me quedaba leche para otro orgasmo. Teresa se levantó y tomó la cara de Salomé en sus manos y la besó.

–Pronto amanecerá –dijo Salomé. –deberíamos dormir algo.

Los siguientes dos días fueron aún más difíciles; Teníamos toda una red de secretos inconfesables unos con otros. No era fácil interactuar de forma natural. Si bien Teresa y yo podíamos tratarnos bastante bien, sin dejar que el otro supiera lo que pasaba, seguir fingiendo. Salomé no era capaz de fingir como Teresa y yo.

La pillé mirando mi entrepierna con frecuencia; tartamudeó al hablarme, evitando el contacto visual; la pobre Salomé no podía evitarlo. Estaba obsesionada con lo que había sucedido. Teresa no quería que Salomé arruinara aquello.

TERESA

Había tenido un orgasmo intensísimo leyendo a mi querido hermano. Recordando aquellos hechos. Cerré el diario y me dispuse a seguir con el juego. Pero esta vez sería yo la que estaría al tanto de la realidad. La única que sabría que Carlos actuaba como un actor, pero que era consciente de todo.

El morbo no me dejaba parar la imaginación.

Cuando mi hermano escriba el suceso en su diario lo recuperaré para contároslo a vosotros.

Pero muy pronto sucedió algo que recuperó el increíble erotismo entre nosotros.

Era sábado por la mañana. Deliberadamente me dispuse a probarme el bikini amarillo brasileño de lacitos. Es el último que me he comprado y el más minúsculo que he tenido en mi vida. Mi chico, que casualmente se llama como mi hermano, Carlos, está obsesionado con los tamaños pequeños en cuanto a la ropa que me pongo. Es, o mejor dicho, le gusta que yo sea exhibicionista en cuanto a mi atuendo. Deliberadamente me lo probé frente al espejo de cuerpo entero del armario de nuestra habitación, la de Salomé y mía. Desde el pasillo se ve el espejo entero. Deliberadamente, a propósito, dejando la puerta de mi habitación de par en par, sabiendo que mi hermano Carlos iba a verme al pasar. Se acababa de levantar, le oí trasteando y sabía que en pocos segundos pasaría por el pasillo camino del baño. Como ya os conté en mis anteriores relatos Carlos ya ha cumplido los 21 y yo tengo 24 años, Mientras que Salomé, la pequeña tiene dieciocho.

Estábamos los tres solos en casa. Nuestros padres habían ido a pasar el fin de semana un chalet de la sierra, propiedad de unos amigos suyos, al que van con frecuencia. Dormían allí y no regresaban nunca antes del domingo por la tarde. Así que los tres hermanitos gozábamos de total libertad y de la vivienda unifamiliar enterita para nosotros solos.

Carlos tenía un trabajo eventual de suplencia en la piscina como socorrista, pero libraba. Yo había ido a verle en su puesto de trabajo antes de ayer. Allí estaba, sentado en su silla de escaleras, divisando a los bañistas, con sus bermudas color fluorescente amarillo y su increíble bronceado, mi hermanito estaba de toma pan y moja.

En los últimos años, Carlos se ha convertido en un hermoso animal. Bello, musculoso y con un toque de timidez que realmente me motiva horrores. Si fuese más lanzado, más descarado o menos reservado no tendría el atractivo que tiene para mí. Yo he pasado de verlo casi como a un hijo, por ser su hermana mayor, a estar erotizada en cuanto le veo aparecer.

La zorrita de Salomé, desde que me asaltó sin previo aviso y metió su cabeza entre mis piernas, aquella increíble noche, en el cuarto de Carlos, se ha cambiado de cama varias veces por la noche viniéndose a la mía. Ya comenté que dormimos en la misma habitación. Alguna noche sólo se viene para dormir conmigo, las dos acurrucadas, o para tener las típicas confidencias de hermanas, susurrando nuestras cosas hasta las tantas. Pero la mayoría de las veces en las que Salomé se viene a mi lecho hay más que un simple abrazo bajo las sábanas o unas charlas intrascendentes.

Ahora, mientras me probaba el bikini amarillo ella dormía como un lirón, podía escuchar su respiración profunda. Había estado de fiesta la noche anterior y hacía menos de una hora que había llegado.

El bikini lo había comprado por mi novio. Él es tan dulce conmigo que no puedo negarle nada, aunque como he dicho lo que más le gusta es exhibirme, que muestre mi cuerpo ante otros tíos.

En el sexo me gusta a veces que me traten duro, pero suelo funcionar mejor si me miman como a una princesita, como hace mi chico. Siempre que he disfrutado a solas de mi cuerpo, he soñado con hombres dulces aunque me gusta que durante el ratito que esté con un hombre, él vaya evolucionando y, en los momentos más álgidos se ponga burro, incluso algo violento. Eso es cierto.

El bikini me estaba tan pequeño que se me salía todo. Los pechos estaban prácticamente fuera y los pezones casi asomaban, mientras que las nalgas, al ser brasileño lucían desnudas totalmente orondas. Vamos, que estaba casi en pelotas y mostraba el 99 por ciento de las carnes acogedoramente cálidas de mi bronceado cuerpo.

Prácticamente lo único cubierto eran mis pezones y el montecito desde el que nace mi rajita. Creo que lo que más excita a los chicos es disfrutar del placer visual de una mujer bonita. En el fondo son todos unos mirones. Claro que también me parece que las chicas somos todas unas exhibicionistas reprimidas.

Desde nuestro baño en el jacuzzi había estado esperando el momento de tener algún tipo de encuentro con Carlos y esta mañana tenía la intención de perturbar su tranquilidad emocional.

Durante los últimos días había hecho gala de toda suerte de trucos para ponerle caliente. Por la noche, varias veces, mientras veíamos la televisión con mis padres, me tumbé en el sofá y le puse los pies en el regazo de mi hermano. Mi camisón se había encogido “accidentalmente” dejando ver mi tanga de encaje negro y le había pedido a Carlos que me diese un masaje en los pies. Yo miraba de reojo a los papis y cuando ellos estaban concentrados en la tele, deslizaba el otro pie hasta rozar la parte más sensible de Carlos.

Me incorporé para poner un cojín sobre su regazo. Dejé el pie que masajeaba mi hermano encima del cojín, pero el otro lo coloqué debajo.

Él miraba mi tanga y masajeaba mi pie mientras sentía el otro rozándose casualmente. Su erección llegó a ser brutal. Yo jugaba a que no me daba cuenta de nada y él jugaba a que yo no hacía nada. El hacernos los tontos y la presencia de mis padres elevaba nuestro morbo por aquel juego inocentemente lascivo.

Los masajes de mis pies por la noche se repitieron. Mis padres los tomaban como algo habitual a partir de la primera noche. Incluso mi madre le había dicho a mi hermano que a ver cuando le daba un masaje a ella. A mi hermano se le bajó la erección automáticamente y yo me reí.

–No sé de qué te ríes. ¿O es que yo no tengo derecho a recibir uno de esos masajes en mis pies?

–Claro que sí mamá, no me rio de lo que has dicho. Es que Carlos me ha hecho cosquillas.

Al guarro de Carlos, tras algunos minutos de masajear mis deditos y la planta del pie y los tobillos le entraba ganas de mirarme más detenidamente y procuraba coger el pie de forma que se separasen mis muslos y así ver con más detalle la rajita bajo el encaje negro de mi tanga.

La erección le sacaba la herramienta por encima del pijama, bajo el cojín y mi pie escondido se mojaba con las babas que brotaban de la punta dura y enrojecida.

Me gusta observarle cuando él no se da cuenta de que le miro. Me vuelve loca el contorno de su instrumento y su culo prieto bajo los vaqueros me parece simplemente delicioso.

Lo que mi hermanito no sabía es que yo seguía leyendo en secreto su diario, cuando él no estaba en casa, en las páginas del final había escrito:

Estaba colado por Luisa, y sigo enamorado de ella. Sus generosas carnes me vuelven loco. La espió desde mi ventana. Y cuando ella sale a tomar el sol a su piscina, subo a la terraza para verla desde allí y tocarme mientras la imagino de rodillas comiéndomelo todo.

Pero ahora creo que estoy igualmente colado por mis dos hermanas. Teresa es más guarra, aunque menos directa. Me vuelvo loco cuando oigo ciertos ruidos en su cuarto. Las muy cochinas tienen la suerte de dormir en la misma habitación y creo que muchas noches Salomé repite lo de aquella noche en mi cuarto y se zampa el gatito de Teresa. No puedo evitar practicar el onanismo al recordar aquello.

Pero lo que está ocurriendo por las noches en el salón, cuando vemos televisión con los papis me está haciendo perder el sentido.

Hace unos días teresa se tumbó en el sofá que ocupábamos ella y yo. Mis padres se sientan en los sillones, a ambos lados del sofá y algo adelantados, de forma que no pueden vernos si no tuercen la cabeza descaradamente. Puso un cojín sobre mi regazo y uno de sus pies encima.

–Haz el favor de darme un masajito. Me va a matar el dolor de pies.

Mi madre la miró.

– ¿Dolor de pies estando de vacaciones? ¡Qué cara tienes!

Todos reímos. Mis padres siguieron viendo la tele y Teresa me puso el otro pie en la ingle. ¡Joder! Se le veía todo el sexo con ese tanga negro de encaje y gasa. Se le notaba la rajita y la parte superior donde termina. Uffff y encima yo tocando su pie. No pude evitar ponerme burro allí mismo. Menos mal que el cojín me tapaba.

Pero la pobre Teresa sin darse cuenta dejó ir el otro pie que fue a parar encima de mi leño duro. Creo que al principio no caía, pero luego aquella noche y las demás su pie libre se fue haciendo más y más golfo.

He acabado bajando un poco el pantalón del pijama y Teresa me acaricia con la yema de los dedos del pie el extremo que sale. Tengo verdaderos goterones saliendo todo el rato.

¡Cómo me pones Teresa!

Recordé en la cama como había vuelto a coger el diario de mi hermanito y la calentura me subió de nuevo así que había decidido mostrarme a mi hermano Carlos con el bikini micro que me regaló mi novio.

Salomé me había despertado al llegar. No podía conciliar el sueño y se vino a mi cama. Venia medio borracha y había estado jugueteando con mi gatito mojado. Pero ella estaba grogui, no se daba cuenta de lo que hacía, ni siquiera estaba excitada. Casi durmiendo a ratos y despertando nuevamente con su mano en mi rendija rosadita durante otros momentos. Mientras Salomé me acariciaba yo me evadía a mi mundo de fantasías imaginando lo que haría con el cuerpo de efebo de mi hermanito, una vez que lo metiera en mi cama. Salomé me tocó y tocó. Me hacía gracia como se quedaba dormida con uno de sus dedos entre los labios mojados de mi grieta, bajo mi braguita. La besé en la frente y ella me mordió un labio y exigió que la dejase dormir. Pero la muy zorra seguía con su dedo allí dentro, entre mis piernas. Yo me entretuve pensando en la forma en la que Carlos comenzaría a jugar conmigo. Entrando a palpar los lugares incorrectos, imaginando que su joven y agradable estaca me rozaba por las nalgas. Mis sueños y los tocamientos de Salomé prosiguieron durante una hora. ¡Y qué deliciosa hora!

Luego Salomé cayó por fin rendida y yo me levanté al oír a mi hermano ya despierto. Me giré para mirarlo justo cuando le oí pasar por la puerta de mi habitación.

–Hola, Carlos –dije con mi voz más delicada, pero a la vez con un tono alegre, juguetón y seductor. –Este bikini me lo he comprado para mi chico. ¿Te gusta?

Carlos se paró, miró y sonrió malévolamente al verme con el micro bikini casi totalmente desnuda. Luego miró a la cama. A Salomé no se la veía, estaba totalmente tapada con el edredón.

– ¿Cuándo ha llegado? –preguntó.

–Hará un par de horas.

Entonces Carlos volvió sus ojos de nuevo a mi cuerpo. Se mordió el labio inferior y me recorrió desde la punta de los pies a mi pelo sedoso y oscuro.

–Wow Teresa, ¿no te atreverás a ponerte eso en público? Ese bikini te sienta de infarto, pero vas en pelotas. Si no fueras mi hermanita….

Le devolví una sonrisa de satisfacción por su comentario tan cachondo.

– ¿En serio? Gracias. Eres un amor –dije sin dejar de sonreír. – ¿Puedo hacerte una pregunta? Entra y siéntate. –le dije, señalando la silla tapizada que estaba sentada frente al espejo.

Él entró y se sentó. Cuando estuvo sentado, la silla estaba a menos de un metro de mí, su rostro quedaba al mismo nivel que mi gatito. Yo ya estaba cachonda y me daba la impresión de que mi olor podía llegar hasta su pituitaria.

Por lo general, se nota lo cachondo que se pone un chico cuando llega a sus fosas nasales el aroma del gatito de una chica. A partir de ese momento, puedes hacer lo que quieras con él. Los machos son esclavos tan predecibles a sus necesidades erógenas y sus estacas siempre hambrientas e insaciables.

Carlos me estaba mirando descaradamente los oteros de carne bajo la parte superior de mi bikini. Era algo que mi hermanito, como cualquier hombre, no podía evitar, aunque yo fuera su hermana. Mirar mis senos.

– ¿Qué haces hoy? –pregunté.

–Voy a trabajar esta tarde. Abajo en la piscina, ya sabes.

– ¿Y tienes alguna cita esta noche? Hoy no están los papis para ver la televisión.

Mi hermano se azoró, se puso algo rojo y desvió el tema.

–No, iba a pasar un rato con los muchachos. Tal vez nos pasemos por un garito nuevo. Dicen que tiene unas chicas espectaculares.

Ese era mi hermano, siempre pensando en los conejitos. Pero en ese momento me estaba mirando a mí, a su hermana mayor. Había escuchado que muchos hombres tienen fantasías sexuales secretas con sus hermanas mayores. De Carlos no me cabía la menor duda que sí. Y más después de los últimos hechos.

–Se sincero –le dije. – ¿Cómo es tu vida sexual… fuera de casa? –me atreví a preguntarle.

–Bueno, uhmm, podría ser mejor, supongo…

–No me digas que con ese tipazo, ese bronceado y siendo socorrista en la pisci no ligas.

Él me miró con una sonrisa cómplice. Si que ligaba, y yo lo sabía por su diario. Los últimos días había ido con tres chicas distintas. El muy cerdo.

–Quiero tu opinión sincera de cómo me ves, Carlos. Eres mi hermano y puedes ser todo lo franco que quieras. Te prometo no enfadarme.

–Podría ir a por ti ahora mismo, Teresa –dijo con la voz modificada por la tensión, mirando mi culo en el espejo asomando bajo el bikini brasileño. –Especialmente… ahora, uffffff, como te ves con ese traje de baño…

Sus jóvenes hormonas le traicionaron y no fue consciente de lo que dijo sin querer.

–Teresa estás para meterla en tu culo ahora mismo.

–Te pedí sinceridad hijo. Pero no tanta –dije riéndome. Él me acompañó en las risas, pero su risa era muy nerviosa.

Extendí la mano y se la pasé por la mejilla. Mientras lo hacía, noté que su garrote había crecido más de lo normal y se abultaba más y más la entrepierna de sus pantalones cortos de pijama.

Me incliné y lo besé directamente en los labios. Por sorpresa.

–No debes decir esas cosas, Carlos. Somos hermanos –dije apoyándome en su muslo mientras le daba un segundo beso en los labios y mi dedo meñique rozaba el borde de aquel crecimiento repentino.

– ¡Teresa! ¿Qué estás haciendo? – exclamó. En su voz la confusión se mezclaba con la excitación.

Salomé se había despertado con la charla de sus dos hermanitos. Había ahuecado el edredón y desde la oscuridad contemplaba la escena. Le pareció tan erótica que se quitó las bragas procurando que no la oyéramos y deslizó su mano derecha hasta donde su gatito pedía atenciones.

–Si me juras no tomarte libertades, me gustaría probar algo contigo –dije a mi hermano.

–Te… te lo juro. Te lo juro Teresa. No haré nada que no me ordenes.

–Quiero ver los efectos que este bikini tiene en un chico. ¿Comprendes? Para calibrar lo que pasará cuando lo vea mí chico.

–Teresa, haz lo que quieras conmigo.

Pensé la forma en que Carlos reflejaría todo aquello en su diario. Lentamente lo levanté de la silla y lo conduje a la cama de Salomé, nuestra hermana. Ya que ella se había quedado frita en la mía. Lo empujé obligándole a tumbarse. Besé su cuello, su pecho y sus abdominales apretados y enganché mis dedos en la goma elástica de la cintura de su pijama. Con un movimiento rápido, los bajé hasta la mitad de sus muslos, exponiendo su tranca recta y su lindo par de esferas.

–Veo que mi bikinito pequeñito tiene grandes efectos.

–Por favor Teresa. No pares.

Me puse de pie junto a la cama y el puso su cabeza en la almohada y subió los pies, con su boa tiesa como las noches en las que fingió dormir.

– ¿Me queda bien por detrás? –pregunté girándome y sacando el culo hacia la cama, tan cerca de su mano que apenas tuvo que moverla.

Sentí su dedo apartar el bikini y dejar libre para su observación el agujerito del ano y gran parte de mi rajita.

–Te queda tremendo, Tere. Tu chico va a disfrutar de lo lindo cuando te lo pongas. Seguramente te toque aquí – dijo apretando con un dedo en el agujerito redondo.

Se me escapó un gemido leve. Estaba loca de excitación.

–Y tal vez tu chico también te toque aquí.

Dos dedos de mi hermano recorrieron mi rajita y me penetraron como si fueran un cuchillo y mi sexo estuviese hecho de mantequilla.

Carlos comenzó a masturbarse mientras me penetraba con sus dedos.

– ¿Puedo? –me preguntó cuando le miré.

Asentí con la cabeza mientras mi mano entraba bajo la braguita del bikini por delante y comenzaba a sobar el botoncito gordo.

Me aflojé la parte superior del bikini y dejé que mis senos colgaran. Él extendió la mano para tocarlos y acariciarlos. Me giré para que él pudiera tenerlos en su cara. Levanté las cintas amarillas mostrándole los pezones y mi hermanito comenzó a chuparlos, primero uno y luego el otro. Me encantó la sensación de su lengua en mis aureolas, sus tiernos mordisquitos.

Él aceleró su paja y con uno de mi pezones dentro del a boca se corrió como un bendito.

–Carlos. Creo que mi novio va a disfrutar mucho más con este bikini de lo que tú lo has hecho.

Salomé había procurado pasar desapercibida bajo el edredón y Carlos ni había caído en la cuenta de que la pequeña dormía a pocos metros. Pero yo si noté el movimiento del brazo bajo la cubierta. Ella se había procurado alivio solita, contemplando la escena.

Yo estaba tan caliente que con tocarme un poco más hubiese tenido un gran orgasmo, pero preferí dejarlo para otra ocasión pero Carlos ha comenzado a mostrarse muy distinto desde sus primeros desmayos. Se mostró preocupado por sus repetidas pérdidas de conocimiento. No sabía que su hermanita Teresa había leído su diario secreto y había descubierto el paripé de alguno de sus desmayos.

Una mañana nos comunicó a Salomé y a mí que había ido de urgencia a la consulta de un buen neurólogo. Tras varias pruebas, siempre según nuestro hermano, el doctor Bermúdez San Juan le había diagnosticado narcolepsia.

– ¿Narco qué? –preguntamos al unísono Salomé y yo.

Yo no había oído en mi vida ese palabro. Mi hermano comenzó a explicarnos:

–La narcolepsia es un trastorno del sueño. Te dan ataques de sueño, de repente, sin que puedas evitar quedarte frito –dijo en tono distendido.

–Vamos lo que te pasa a ti –dije fingiendo preocupación. – ¡Qué suerte que ya sepas por qué te pasa eso. Y…. ¿Tiene cura?

Carlos negó con la cabeza, poniendo cara de circunstancias.

–Parece que no. Aunque dice el doctor que pueden atenuarse los síntomas si llevas a rajatabla ciertas normas. Me dijo que las personas que padecen narcolepsia a menudo tienen dificultades para mantenerse despiertos durante períodos largos, sin importar las circunstancias.

–Pero Carlos, tú no es que te duermas. Tú prácticamente, es que te mueres –Dijo Salomé, realmente preocupada. Ella no había leído el diario de nuestro hermano en el que confesaba que alguno de sus ataques era fingido.

–Si Salome –dijo Carlos, poniéndose mucho más serio. –Y lo peor no es que tenga narcolepsia, sino que en mi caso está acompañada por pérdidas repentinas del tono muscular. El doctor lo llamó cataplejía, que puede producirse con más gravedad por una emoción intensa o por la ingesta de alcohol.

La cara de mi hermano reflejaba gesto de explicación a sus “ausencias”. Levantó las cejas y nos sonrío mientras sacaba un carnet plastificado en el que estaba su foto y que colgaba de una cinta para ponérselo el cuello.

–Debo llevar esto colgado en un lugar visible si estoy en la calle, por si sufro un ataque paseando o en el autobús.

Leí el documento, ponía su nombre, dirección, dos teléfonos de contacto y en letras mayúsculas en rojo y grande:

EL POSEEDOR DE ESTE CARNET SUFRE ATAQUES DE CATAPLEGIA. SI SE QUEDA DORMIDO DE REPENTE NO INTENTE DESPERTARLO. LIMÍTESE A PONERLO CÓMODO.

SI PASASE DEMASIADO TIEMPO SIN DESPERTAR, PÓNGASE EN CONTACTO CON ALGUNO DE LOS TELEFONOS DE CONTACTO.

MUCHAS GRACIAS.

Desde luego yo sabía que algo de cierto había en las “ausencias” de Carlos. Las ha sufrido desde pequeño. Pero lo que no podía imaginar es que el muy cerdo las usase en alguna ocasión para fingirse dormido.

Cuando oí cerrar la puerta de la calle por mi hermano, que se marchaba con unos amigos aquella tarde me faltó tiempo para ir corriendo a su cuarto y levantar el falso tope del cajón detrás del que escondía su diario.

¿Qué pondría desde la última vez?

Después de que Salomé me hubiese tenido a su merced en la cama de Carlos mientras él fingía dormir, sus últimas palabras en el diario habían sido:

Los siguientes dos días fueron aún más difíciles; Teníamos toda una red de secretos inconfesables unos con otros. No era fácil interactuar de forma natural. Si bien Teresa y yo podíamos tratarnos bastante bien, sin dejar que el otro supiera lo que pasaba, seguir fingiendo. Salomé no era capaz de fingir como Teresa y yo.

La pillé mirando mi entrepierna con frecuencia; tartamudeó al hablarme, evitando el contacto visual; la pobre Salomé no podía evitarlo. Estaba obsesionada con lo que había sucedido. Teresa no quería que Salomé arruinara aquello.

En eso había tenido razón. Toda la sucesión de acontecimientos me tenía súper morbosa las 24 horas del día. Carlos me había pillado mirándole la entrepierna a mí también. Normal. Después de haberle tenido en mi boca cuatro veces, había adquirido ese hábito maligno y estaba obsesionada con repetir.

¿Cómo habría reflejado mi hermano en su diario lo acaecido los últimos días?

Me llevé el cuaderno con forma de libro a mi cuarto y me encerré. Sabía que la forma de contar de Carlos me pondría caliente así que decidí leerle poniéndome algo de ropita sexy.

Tras desnudarme y darme una duchita, perfume mis axilas y mi entrepierna y me vestí con unas medias de redecilla, tanga negro transparente y un picardías negro también, transparente del todo, que dejaba ver con nitidez mis pezones, que ya estaban duros desde antes de abrir el dichoso librito.

Encontré el sito en el que lo había dejado. Entonces, el resto del diario estaba en blanco, pero ahora. ¿Cómo estaría? ¡Bingo! Mi hermanito había seguido escribiendo:

DIARIO DE CARLOS

Estar rodeado por mis hermanas todo el día después de la nochecita que me obligaron a pasar es algo en extremo difícil.

Teresa, no sé si a propósito, anda medio en pelotas por la casa. Se agacha y puedo ver bajo el camisoncito el tanga engullido por sus nalgas. No puedo quitarme la imagen de la pequeña rubita, mi hermana Salomé, sumergiéndose entre los muslos de Teresa para besar y saborear la entrepierna de su hermana mayor mientras Tere ladeaba su cabeza apoyada en mi estómago y me lamía una segunda erección.

Estábamos solos y le dije a Tere, en el salón de casa:

–Tengo una propuesta para ti, Teresa.

Mi hermana me miró y frunció el ceño. Los dos estábamos tirados en el sofá pasando de canal en la televisión sin mucho sentido. Mamá y papá aún seguían con su viaje a Andalucía y Salomé había salido con sus amigos. Así pues, estábamos totalmente solos en casa.

Yo no tenía amigos para ese día, todos se habían ido a un parque temático, de esos con toboganes de agua y puestos de helados y gofres. Los odio.

Teresa me miró con curiosidad. Su aburrimiento jugaba a mi favor.

Me moría de ganas por decirle que me había dado cuenta de todo la primera noche. Que no sufría ningún ataque de narcolepsia. Que disfrute de cada movimiento de sus labios y su lengua. Pero me contuve. Deseaba con todas mis fuerzas hacerme el dormido de nuevo y que Tere volviese a desenfundar mi arma y a degustarla como las otras veces.

TERESA

Dejé de leer por un momento. Mi tanga estaba empezando a mojarse tan solo con leer aquellas pocas líneas. Decidí ponerme más cómoda. Me recosté en mi cama de lado con la cabeza apoyada sobre el brazo izquierdo y mis piernas recogidas. Mi brazo derecho viajó hasta la cadera y mi mano colgó sobre la nalga. Pronto mi dedo estaba apartando la tira del tanga y reconociendo la abundante humedad que ya acudía desde el interior de mi rajita.

Ufff. ¡Cómo me ponía leer el diario de Carlos! Yo sabía muy bien todo lo que había pasado con mi hermanito, claro está. Pero leer de su puño y letra cuáles habían sido sus sensaciones y sentimientos le daba un morbo inmenso. Seguí leyendo los recuerdos de mi hermano:

DIARIO DE CARLOS

– ¿Una propuesta? ¿A qué te refieres? –Me respondió mi hermana mayor.

No puede menos de sentir una especie de triunfo por los nervios que noté en su voz.

Me senté, crucé las piernas en el sofá. Tenía la herramienta morcillona y sabía que no iba a pasar desapercibida para ella. Efectivamente Teresa me miraba intensamente a los ojos, esperando mi propuesta, pero a la vez de reojo no podía dejar de echar cortos vistazos a mi pijama. No sabía cómo ponerse, tumbada al otro lado del sofá, su camisón dejaba ver los muslos enteros y ese era el motivo de que mi entrepierna no estuviese en modo descanso.

TERESA

Mis dedos jugaban indolentes con la tira del tanga mientras leía a mi hermano. Extendían los jugos por el interior de los labios rosados y llegaban a tocar el botón duro que esperaba la caricia durante la lectura.

Recordaba aquel momento que Carlos describía, cuando me hizo la propuesta. Su estaca resaltaba bajo el pijama descarada y yo estaba a medias mosqueada y a medias excitada.

DIARIO DE CARLOS

–Podríamos bañarnos en el jacuzzi del baño de los papis. ¿Te atreves? –Le dije con voz traviesa.

Sé que era una propuesta tremendamente audaz. Mis padres nos tienen prohibidísimo el jacuzzi. Y además proponerle un baño de los dos juntos…Pero después de lo que había pasado estaba seguro de que mi hermanita estaba loca por volver a disfrutar de una sensación morbosa. Empezaba a descubrir la guarra que Teresa esconde. La sorpresa más bestial se dibujó en su rostro. Aunque pronto la cambió por una mueca de falso enfado.

–¿Estás loco? Sé que nos hemos bañado juntos desde pequeños. Pero acabas de cumplir los 21 y yo ya tengo 24. No somos dos bebés precisamente –me dijo con voz temblorosa.

–La que estás loca eres tú si has creído que te lo propongo para nada que no sea tener un bañito travieso. No he dicho que nos bañemos desnudos. Aunque a mí no me importaría. Sabes que los papis nos tienen prohibido el jacuzzi. ¡Venga, no seas tonta! ¿O es que te asustas de verme desnudo o de que yo te vea a ti?

–Te vi nacer. No lo olvides –Me dijo Tere con tono de superioridad. Y sin mediar palabra se quitó la blusa y se quedó con los senos desnudos delante de mí.

–¿Te parece que tenga miedo?

¡Joder! No me esperaba que Teresa se quedara en tetas y menos que se pusiese de pie, sin previo aviso y me invitase.

–Vamos, ve llenando el jacuzzi mientras me pongo una braguita de bikini –dijo perdiéndose a su habitación.

Me había mirado desafiante. Como para demostrarme que no le asustaba en absoluto la situación. Mi entrepierna se puso juguetona, me sentía crecer bajo el slip. ¿Qué debía hacer?

Decidí llenar el jacuzzi con un gel que hace espuma. Ella no podría verme pero yo estaría desnudo todo el rato.

TERESA

Uff. Carlos, me había hecho la propuesta del jacuzzi y es cierto que me quité la blusa y le enseñé los pechos. Pero se equivocaba al pensar que lo hice por enfado.

Al recibir la propuesta de mi hermanito vi el cielo abierto para provocar una situación límite fuera de las que había vivido en su dormitorio.

Cuando yo tenía once años y Carlos ocho habíamos jugado a papás y mamás una vez. Pero ni él ni yo lo habíamos olvidado. Su pequeño pene se puso durísimo y yo lo toque durante muchísimo rato. Carlos me había dicho que tenía algo increíble que contarme y lo llevé a mi habitación.

–He visto encima de mamá tumbado a papá y hacían ruidos muy raros. Estaban desnudos Tere

–Enséñame cómo lo hacían –le dije.

Mi hermanito quiso subirse encima de mí con la ropa pero le detuve.

– ¿No dices que estaban desnudos? Le dije mientras comenzaba a desnudarme. Lo hice y le ordené hacerlo a él también. Nunca había visto el pajarito de un niño duro hasta que vi el de mi hermano con ocho años, así que su pene fue el primero.

Carlos jamás había estado desnudo contra el cuerpo de una niña desnuda. Se puso colorado y su cosita parecía de hierro.

Me hice esperar por mi hermano en el jacuzzi de los papis. En lugar de las bragas de un bikini, elegí un tanga de gasa blanco que en cuanto se mojaba dejaba ver transparente la totalidad de mi rajita. ¿Cómo habría vivido mi hermano mi llegada al baño del dormitorio paterno?

DIARIO DE CARLOS

Teresa llegó espectacular. Su melena oscura casi le cubría los pechos y el tanga blanco era minúsculo. Se me puso como el acero nada más verla llegar. Se quitó las zapatillas y se puso de pie en medio del jacuzzi. Algo de espuma mancho el tanga y los labios mayores de su gatito se pegaron transparentes a la gasa mojada. Casi me tiro de cabeza a comerme aquella delicia.

–Me haces sitio –dijo con una voz totalmente insinuante.

El Jacuzzi biplaza de mis papás es mayor que una bañera, pero no mucho más. Tiene dos asientos enfrentados en los extremos. Yo me puse en uno de los lados y contemplé el precioso cuerpo de Teresa desapareciendo bajo la capa de espuma densa. Sus pies chocaron con los míos y yo los aparté a un lado.

TERESA

Recordé el momento en el que entré en el agua. Le regañé porque la había puesto muy caliente. A los pocos segundos corrían gotitas de sudor por mi nuca, así que me puse de pie para ir a por una goma y sujetarme el pelo. La verdad no pensé en que el tanga se iba a transparentar, ni caí en ello. Uff, ¡qué cachonda me estaba poniendo recordar mi baño, leyendo sus pensamientos.

DIARIO DE CARLOS

Teresa me dijo que el agua estaba hirviendo y que no aguantaba el calor que le daba el pelo.

–Creo que mamá tiene gomas en el cajón del mueble del lavabo –Dijo poniéndose de pie y saliendo del jacuzzi a por su goma de pelo.

Primero vi todo su desfiladero nítidamente. Casi se me va la carga. Sentí una sacudida enérgica de la sangre que llenaba las cavernas de mi sexo hasta hacerlas casi estallar. Luego la vi salir del jacuzzi y contemplé el culo redondo y la tira del tanga medio engullido por los labios de su sexo precioso. ¡Me muero! Pensé.

No sabía qué hacer. Dudé si aparentar un ataque y quedar dormido. Seguro que Tere iba a sospechar, pero valía la pena correr el riesgo. Si ella no se lo creía fingiría despertar diciéndole que había sido un ataque leve, por culpa del agua caliente. Pero ¿y si ella tragaba?

Cuando Tere terminó de recogerse el pelo y volvió al jacuzzi encontró mi cabeza recostada en el borde.

–¡Vamos Carlos, no seas tonto!

No contesté. Luego vino el guantazo de Teresa, me costó aguantarme las ganas de incorporarme y devolvérselo. La muy puta casi me revienta la cara. Pero aguanté como un jabato.

Y entonces sentí como mi hermana colocaba mi cabeza recta, sobre el borde, pero mirando hacia arriba, entreabrí un poco los ojos cuando noté que Teresa apagaba la luz. La penumbra se derramó sobre el aseo. Tan solo unos ligeros rayos de color miel se colaban por la ventana. Atisbé como Teresa se quitaba el tanga y como colocaba su sexo sobre mi cabeza.

Tenía una pierna dentro del jacuzzi entre las mías. Rozaba con los tobillos mis bolitas peludas. Su otra pierna más allá del borde sobre el que descansaba mi cabeza. Flexionó sus rodillas y me rozó con los labios del sexo la punta de la nariz. ¡Dios, cómo me costó no sacar la lengua y lamerla de forma compulsiva!

Jugaba conmigo como con un muñeco, como lo había hecho en la cama las veces anteriores. No sé si Teresa se creía mi desmayo o quería creerlo, pero me daba igual. La tenía exactamente donde había soñado.

Teresa entró en el jacuzzi y se sentó sobre mí, dándome la espalda. No me pareció que se sorprendiera de mi erección total. Se colocó mi barra carnosa entre los muslos y comenzó a rozarse contra la rajita abierta.

TERESA

Recordé cada sensación de aquellos momentos. Sabía perfectamente que mi hermano estaba fingiendo y creo que él ya era consciente de que no podía engañarme, pero ambos jugábamos a mantener la ficción de aquella narcolepsia, que si bien era una enfermedad de Carlos, ahora tan solo era el pretexto perfecto para prolongar un juego en el que ambos disfrutábamos como locos.

Después de rozarme hasta perder la noción del tiempo, me di la vuelta. Su estaca estaba grandísima e increíblemente dura, me había recorrido con el glande rojo e hinchado el botón del gatito cien veces, apretando el cilindro contra mis labios abiertos. Gemí como una putita al ponerme frente a él y colocarlo justo donde los dos queríamos. No me importaba gemir escandalosamente, hacer todo el ruido que me diera la gana. La casa estaba vacía y Carlos, se suponía, estaba narcoléptico perdido.

–¡Cómo me gusta tu cosita Carlos! –dije arrodillándome de frene a su pecho con las piernas abiertas hasta las paredes del jacuzzi y metiendo la mano bajo la espuma para agarrarle y pasearme la punta por el ano y la rajita.

Quise leer como lo había vivido. Me estaba masturbando con dos dedos y con otro me acariciaba el clítoris. Me faltaba poco para el orgasmo y quise tenerlo leyendo el suyo.

DIARIO DE CARLOS

Cuando Tere se puso frente a mí y me dijo:

–¡Cómo me gusta tu cosita Carlos!

Casi me muero de gusto. Me agarró de la base, junto al pubis y se acarició todo, todo y todo. Uffffffffff.

Sentí venir la eyaculación desde lo más profundo de mí. Me hubiese gustado aguantar, por ver si Teresa se penetraba. Quería tenerla dentro de ella, pero me fue imposible. Creo por sus gritos que nuestros orgasmos coincidieron.

TERESA

Y ¡vaya si habían coincidido! Como el que acababa de tener ahora al leer aquel momento. Allí en el jacuzzi tuve mis espasmos con los pechos sobre la cara de mi hermano, mientras mi mano agarraba su erección y dirigía el chorro de esperma caliente contra mi ano cerradito y prieto.

Vacié el jacuzzi y tapé a mi hermano con un albornoz. Luego cogí una de las almohadas de la cama de mis padres y se la puse bajo la cabeza.

Aún me quedó tiempo de abrir lo suficiente el albornoz y besarle el pubis y su cacharrito ya algo encogido, pero aunque mi hermano Carlos era menor que yo, lucía tan lindo que yo tenía a menudo una fantasía. Soñaba que nunca había estado con una mujer antes, que ni siquiera le habían dado un beso y que mi hermanito era como un osito de peluche, un juguete sólo para mí. Estaba realmente entusiasmada con mis sueños en los que en distintas circunstancias yo abusaba de él. Le convencía u obligaba a hacer todo tipo de cosas, le lamía, desnudaba e incluso a veces, soñaba que tomaba su virginidad y le proporcionaba placeres que él ni siquiera había podido imaginar. Creo que no estoy enamorada de él, pero sí me siento terriblemente atraída. Y más desde que se iniciaron estos juegos a raíz de su enfermedad catapléjica.

Estaba en casa y me di cuenta de que Carlos me miraba más de lo normal, pero él desviaba sus ojos hacia otro lado cada vez que yo le sorprendía. Siempre me han gustado los chicos tímidos y ya dije que mi hermanito es oveja de ese rebaño.

Una tarde, mientras estaba afuera, en el jardín, fumando a escondidas de los papis, sentado en el gran banco que hizo papá con unas traviesas de tren, me acerqué y le saludé. Él simplemente sonrió. Me senté junto a él y le pedí un cigarrillo. No suelo fumar pero me apetecía hacerlo con él.

Pensé que mi hermanito tenía un buen cuerpo atlético y que gozaba de un atractivo irresistible. Cuando mi antebrazo rozó el suyo, y sin motivos aparentes, Carlos comenzó a tener una erección.

¡Mmmmmm. Esto va a ser bueno! Pensé Me vuelve loca una estaca joven y dura. He de confesar que pierdo los papeles cuando un hombre erecciona delante de mí. El aparato genital masculino a muchas chicas les da asco. ¡No puedo creerlo! A mí me encanta su calor, la forma en la que palpita, tiembla y reacciona, casi con vida propia. Me pone los pelos de punta verla como se hincha. Me parece un milagro su metamorfosis. Me encanta tocarlo, olerlo, sostenerlo, besarlo, lamerlo y sobre todo, desde que por primera vez lo conseguí, sueño mil veces con hacer que explote en estallidos calientes de blanca miel en mi boca, en mi pecho, en mi culo y en cualquier parte de mi cuerpo. Pero si un chico lo derrama en mi hendidura húmeda, abierta y cachonda, es cuando me vuelvo loca.

Me encanta calentar a los chicos y es uno de los motivos por los que escribo. Me han confesado algunos de mis lectores que les doy más placer con mis relatos que sus propias parejas. No quiero que sea así. Deseo que gocen del placer con sus mujeres y novias. Pero no puedo evitar sentirme alagada por esas confesiones. Siempre he disfrutado siendo una calientap… Me ha gustado provocar ese estado en los chicos. Y cuando estoy a solas con un hombre, me siento la reina del universo cuando consigo que alcance su máxima dureza y verlos retorcerse en un increíble éxtasis cuando los estoy excitando, tocando, lamiendo y satisfaciendo, consiguiendo que vengan, con fuerza, disparando lejos el fruto del éxtasis que alcanzan por mi culpa.

Una vez salí con un chico del instituto. Venía constantemente a mi casa, creo que fue la primera culebra que conocí íntimamente, pues teníamos un vicio horroroso. El con mostrarla y sacarla, con ofrecérmela constantemente y yo con degustarla, acariciarla y moverla con la mano y con mis muslos hasta hacerla derramar. Mientras estábamos en las vacaciones de primavera y mis padres estaban en el trabajo, aquello se volvió una costumbre casi diaria. Por supuesto, se lo contaba a todos sus amigos y desde ese momento tuve tanta morcilla púber a mi disposición como quería. ¡Qué tiempos!

Así que cuando Carlos y yo cogimos el coche de papá para ir de compras, le sugerí que nos detuviéramos y estacionáramos con el pretexto de hablar de un tema importante.

–En ese camino mismamente –Le dije.

Era por la mañana, como las once y media. La gente estaba en sus trabajos, así que no había ni un solo coche en aquel tramo del camino. Carlos estacionó el coche de papá entre dos castaños de indias gigantes. Su sombra dejaba el coche prácticamente invisible para los que pasaban por la carretera y no había transeúntes. Tan pronto como echó el freno de mano, me incliné y lo besé profundamente, lo hice de forma tan dulce, suave y tierna que mi hermanito se mostró sorprendido. Se puso colorado. Casi me lo como. Le confesé que pensaba con frecuencia en tener algún tipo de contacto físico con él, que lo encontraba tan guapo y masculino, que de no ser mí hermano…. Ufff.

Posé mi mano en su ingle y me percaté, que tan solo con mi beso en su boca se había puesto bien duro y latiendo por mí. Le dije que necesitaba jugar un poquito, sin maldad.

–¿Me dejas?

Sentí en mi mano el temblor de su entrepierna al oír mi pregunta. Carlos miraba hacia el suelo sin atreverse a responder con palabras, simplemente asintió con la cabeza. Estuve tentada de confesarle que estaba enganchadísima a leer sus vivencias sexuales en el diario que ocultaba en el falso fondo del cajón de su escritorio. Pero sabía que no debía hacerle semejante confesión. Bajé la cremallera de sus vaqueros. Él continuaba sin mirarme, lo que me provocaba una calentura aún mayor. Esa timidez me deshacía en jugos la entrepierna. Puse mi mano sobre su slip y reconocí la maravillosa forma y consistencia de la erección. Pellizqué el extremo y mi hermanito sufrió un espasmo en todo su cuerpo. Miré y me di cuenta de que había manchado el calzoncillo abundantemente. Me sentí la dueña de la situación.

–Estaremos más cómodos en el asiento de atrás. Vamos.

Carlos era un corderito indefenso. Obedeció y sujetándose los pantalones con el cinturón abierto y la cremallera bajada, cambiamos de asiento.

–Esto nos va a estorbar – dije quitándole los zapatos y los calcetines.

–¿Puedo jugar con tus pies?

–Si Tere, por favor, juega con ellos.

El sol se colaba tamizado entre las hojas de los árboles salpicando el asiento trasero de manchitas de luz. Subí los pies de mi hermano al asiento, tomé su pie derecho y me lo llevé hasta mis pechos. Carlos jadeaba como si estuviese haciendo deporte cuando el dedo gordo de su pie comenzó a tropezar con mis pezones, que se marcaban tremendamente en la camiseta. No me había puesto sujetador.

–Carlos sé que dos hermanos no deben jugar a estas cosas. Pero si tú quieres este será nuestro gran secreto. Sólo Salomé lo sabrá, te lo aseguro.

–Como tú digas Teresa. A mí me gusta lo que estás haciendo. Puedes hacerlo cuantas veces quieras. No te diré nunca que no.

Le sonreí como una fulana. Me llevé el pie a la boca y comencé a lamer el dedo gordo que me había provocado la dureza en los pezones. Luego jugué con mi lengua en los demás dedos, metiéndola entre ellos y acariciando el pie con la mano.

–Sé que has estado con una chica la semana pasada –Le dije.

Él no lo sabía pero lo había leído en su diario. Carlos se mostró totalmente consternado.

–No temas, no me lo ha dicho nadie. Es que os vi en el parque.

En su diario Carlos había descrito el lance con Isabel en el parque así que yo conocía todos los detalles, jugaba con ventaja.

–Sé que ha sido la zorra de Isabel la que te ha ligado, no tú a ella. ¿A que sí?

Mi hermano asintió mientras yo me sentaba enfrentada con él, abriendo mis piernas y provocando que mi faldita se remangara mostrando el tanga. Tomé su otro pie y lo situé justo debajo de mi tanga mojado y caliente, para sentir las uñas de sus dedos contra el nacimiento de mi ano.

–Mueve los dedos aquí debajo –dije antes de terminar de situar el pie correctamente. Casi me voy al sentir los primeros roces de sus dedos. La bragueta de Carlos palpitaba con vida propia.

–¡Oh, Tere, me vas a matar.

–Si no quieres seguir lo dejamos –dije haciendo ademán de bajar sus pies al piso del coche.

–¡No, no, no. Por favor. Sigue. Te lo suplico.

Sonreí y mirándole a los ojos comencé a meter y sacar el dedo gordo de su pie en mi boca. Jugaba con la lengua en la uña y en la yema, como si fuera un pequeño glande.

–¿Te gusta mirarme? –Pregunté al notar que sus ojos estaban fijos en mi tanga.

Asintió con la cabeza de nuevo. Se había puesto rojo como un tomate.

–Aparta con los dedos de tus pies mi tanga. A ver si consigues colocarlo arrugado en mi ingle para verme mejor.

Me miró con cara de sorpresa y comenzó a intentar meter sus dedos del pie tras el elástico. Yo abrí las piernas al máximo y le mordí el dedo gordo del pie cuando sentí los dedos del otro pie traspasar el elastiquito y colarse entre los labios de mi rosada humedad. Casi me muero del gusto.

Un señor mayor vio el coche desde lejos. Y nuestras siluetas en la parte trasera. El viejo se acercó a fisgonear y Carlos se puso nerviosísimo.

–¿Qué hacemos Tere? ¿Y si conoce a papá o a mamá?

Le aparté de mí. Bajamos los pies al suelo y antes de que llegara el viejo agarré a mi hermano y fundí mi boca con la suya, para aparentar que éramos dos novios.

–Fingiremos ser novios –dije metiendo mi lengua en la boca de mi hermanito y lamiendo la suya.

Carlos pasó de estar preocupado a disfrutar de mi beso de tuerca. Incluso llegó a mordisquear la lengua que le ofrecía.

El señor mayor fisgoneó un buen rato. Incluso llegué a creer que tendríamos que irnos. No deseábamos público para nuestros juegos.

Afortunadamente tres dos o tres minutos contemplando nuestro beso, siguió su camino. Me resultó curioso que a mi hermanito ni se le hubiese bajado la hinchazón. ¿No sería un exhibicionista?

–Ahora que se ha ido el mirón, ¿quieres seguir con tu juego no? –dije separando mi boca de la suya y apretando mis pechos contra su pecho.

–Ya sabes que sí Tere –contestó tartamudeando.

Me senté a horcajadas, una pierna a cada lado de Carlos, con mis rodillas en el asiento de cuero del coche de papá. El rostro de mi hermano mediano quedaba justamente enfrentado con mis pezones, que parecían querer salir disparados como dos pequeños meteoritos de mis senos.

Carlos me miró a los ojos y le guiñé un ojo acercando mi pecho izquierdo tan cerca de su boca que el separó los labios y se dispuso a atrapar la camiseta y el pezón que ocultaba.

Entonces yo me separé y mi hermano me miro con extrañeza, defraudado.

–Así es el juego tonto –dije acercando el pezoncito de nuevo y metiéndolo en su boca. Con la camiseta mojándose de babas sentí la deliciosa sensación de sus dientes y su lengua. Succionaba ruidosamente y yo jugué a buscar con mi tanga la bragueta abierta. Aparte los dos picos del pantalón con la mano, sin sacar mi tetita de su boca, y baje mis caderas hasta que mi tanga encontró sus slips totalmente mojados.

¡Dios, pensé que ya se había ido! Pero no. Tan solo era una abundante aportación de pre semen, aceitoso y caliente.

–No quiero terminar de jugar sin que tú tengas tu premio –le susurré en el oído.

–Y ¿cuál es mi premio?

La pregunta quedó sin respuesta. Lamí sus bolas y tomé su mástil en mi puño suavemente y lo miré y le dije:

–Sé lo que os gusta a los chicos, y te lo voy a dar. Todo lo que tienes que hacer es recostarte en el asiento y disfrutarlo. Carlos sólo gimió cuando batí su sexo joven de arriba abajo lentamente mientras lamía la cabeza con mi lengua acalorada.

–La tienes dura y preciosa, hermanito –dije agarrándole de los testículos y chupando mientras uno de mis dedos se internaba entre sus glúteos hasta el ano. –Debes ejercitarla todos los días. ¿Quieres ejercitarla conmigo ahora?

Se estaba volviendo loco de lujuria.

Besé arriba y abajo de su eje, besos lentos y cálidos lametones, poderosos lengüetazos. Luego lentamente bombeé con una mano. Cuando me cansaba le masturbaba con la otra. Se estaba poniendo tan roja e hinchada que pensé que iba a saltar. Me llevé la cabeza a la boca y la sorbí pausada y firmemente. Me la metí entera hasta que pude sentirla en mi garganta, aguantando las arcadas. Mientras jugaba con sus bolas, moviéndolas dentro del saco, acariciando la costura hasta el ano y apretándole en el agujero con el dedo anular.

–Quiero que acabes dentro de mi boca. Me encanta, quiero tragar todo lo tuyo, Carlos. Por favor, vente en mi boca, dámelo todo, dale todo a tu hermanita.

Cerré mi boca a mitad de su eje. La otra mitad la agarré con una mano para machacar y machacar. Con la otra mano seguí ocupándome de su mástil. Tragué hasta la última gota. Luego le mostré mi lengua limpia.

Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que el viejo había vuelto. ¡Había estado allí todo el rato!. Nos vestimos apresuradamente ante su sonrisa. Tenía el pene fuera y se estaba tocando con el espectáculo.

Montamos en nuestros asientos. Afortunadamente no conocía a papá, eso creemos.

Seguimos camino del centro comercial riendo, camino de nuestras compras y desde aquel día llevo deambulando por un laberinto de sensaciones contradictorias.

Algunos días después, estando sola en mi habitación, dejé que las yemas de mis dedos acariciasen, mi cuerpo, sumergido entre los recuerdos que me asaltaban. Sentía algunos placeres conocidos, pero otros en cambio se ocultaban tras un velo de enigmático deseo.

Recorrí mis recuerdos en busca de algo semejante a lo que deseaba sentir, pero ellos, mis recuerdos, parecían acordarse mejor de mí que yo de ellos. Se me ocurrió pensar que detrás de cada momento sensual vivido desde que comencé a leer el diario de mi hermano, detrás de cada excitación provocada, estaba en realidad toda mi vida, el cúmulo de vivencias que ha hecho de mi lo que soy. Estaba tan caliente que apenas sé cómo describirme en aquel momento.

Mis pezones asomaban tímidamente y sus extremos durísimos resaltaban bajo de mi camisón de dormir evocando otros lances ya vividos, e invitándome a retomar de nuevo el camino de los placeres más obscenos. Me sumergí en los recuerdos de mis sensaciones anteriores, de lecturas del diario en otros días, y la yema de mi dedo dibujó el pezón sobre la fina tela transparente.

Ahora escribo y describo lo que me pasó. Abrumada por la cantidad de lectores que han tenido mis relatos. Mis lectores me piden más y más. Son insaciables. Pero yo quiero dárselo, me excito dándome. Deseo que mis relatos sean un oasis de placer en vuestras vidas. Os agradezco vuestra fidelidad, vuestras cartas a mi correo. Vuestras obscenidades. Quiero que sepáis que sois vosotros los que me obligáis a seguir.

Han sido cientos de veces las que he sufrido el asalto de mis recuerdos de aquella singular fiesta en casa. No creo que pueda olvidar los detalles de aquellas horas que pasé en el final de año junto a las demás chicas. Mis relatos tienen ahora su continuación en aquella fiesta.

Hace dos días, yo estaba refugiada en la habitación de Carlos, mi hermano. Saqué con un fervor casi religioso el diario de Carlitos de su escondite, dispuesta a leerle ávidamente, sensualmente, como siempre. Antes de darme cuenta había caído sin remedio en los hechos lujuriosos que él relataba. Carlos destilaba en su escrito un frenesí inmenso. Estoy convencida de que desde sus recuerdos había escrito con una erección permanente, dejándose llevar por el latido de su poderoso leño. No sé muy bien lo que mi hermano buscaba al sentarse ante su diario, aunque lo intuyo.

Mis sensaciones comenzaban a nacer, a salir una tras otras, engendradas por la anterior, como unas muñecas rusas. Los minutos comenzaron a deslizarse sobre la lectura como un espejismo. Yo había vivido aquellos hechos, pero mi hermano los relataba de otra forma, dándoles otras carnes, otros giros y un embelesamiento ilimitado. Enterrada en la luz metálica de la lamparita del escritorio de Carlos mi vida había cambiado. Había descubierto un mundo de imagines y sensaciones totalmente desconocido.

A pesar de mis prejuicios morales sobre si era correcto todo lo que me estaba sucediendo, los hechos eran tan poderosos, tan reales, que me sentía arrastrada a un túnel de pasiones del que no quería escapar. Durante las lecturas del sorprendente diario de Carlos, me envolvía el sortilegio de su historia, que no era la mía. Miré fuera, más allá del cristal de la ventana del dormitorio de mi hermano. El oro del atardecer goteaba salpicando los árboles y las casas. Me encontraba algo fatigada, pero me dispuse a leer.

En las primeras páginas Carlos describía de nuevo su amor platónico por la gordita Luisa, nuestra amiga y vecina. Contando su enajenación por ella y jurando amor eterno. Aquella parte la leí sin profundizar, aunque me ayudó a comprender su psiquis del momento concreto. Más tarde llegué en mi lectura a los días del final de 2018:

DIARIO DE CARLOS

Yo estaba despierto en mi cama escuchando a mi hermana y sus amigas haciendo un jaleo espantoso en la planta de abajo. No puede haber cosa en el mundo más estridente que un grupo de chicas de celebración. El 18 cumpleaños de Salomé era el responsable de todo aquel alboroto. Había invitado a dos de sus amigas para la ceremonia tan señalada. Se me ocurrió pensar en que aquellas chicas disfrutaban inocentemente, o tal vez no tan inocentemente, del placer de contemplarse desnudas en las duchas del vestuario, después de su deporte. Me imaginé entre ellas.

TERESA

Un secreto vale lo que vale la fidelidad de la persona con la que lo compartes. Yo estaba y sigo estando dispuesta a guardar los secretos que leo en el diario de Carlos. Hasta la muerte si es preciso. ¡Me resultaba tan deliciosa la sensación de entrar dentro de su alma!, de vivir su erotismo, la excitación que le provocábamos Salomé y yo. El vicio de colarme a hurtadillas en su mundo privado me llevaba a la cima del erotismo.

DIARIO DE CARLOS

Soñando despierto sobre mi hermana Salomé en aquellas duchas, la imaginé desnuda. Mi mano envolvió mi estaca que comenzaba a hincharse febril por los sonidos, las voces y las risas de aquellas chicas amigas suyas en la fiesta. No pude evitar imaginarme agarrando el pelito corto y rubio de mi hermana pequeña, tirando de él hasta provocar su quejido. La imaginaba mirándome a los ojos, con los labios ligeramente separados. Sumisa. Dispuesta.

Desde la noche en la que ella forzó a Teresa a abrir sus piernas y recibirla entre ellas, el dibujo de la boca de Salomé se ha vuelto para mí en la imagen más deseable del universo. La he soñado de mil formas, con los tirantes de su top caídos deliciosamente, deslizando su mano como el viento sobre un trigal, recorriéndose su estómago y llegando a sus senos blancos, con la mano escondida bajo la parte superior, ahuecándose, amoldando perfectamente sus deditos el tierno terreno, girando el pulgar alrededor del botón. Y entonces mi sueño siempre llega al mismo sitio. Su lengua se desliza fuera de la boca, invitadora, retadora. Me mira y mi bastón encaja perfectamente entre sus dos labios de cereza, su mirada sutil reposando en mis ojos. Ella mansa, rendida de rodillas, mis bóxers a medio muslo. ¡Dios! Es una fotografía fija en mis sueños que no puedo evitar.

TERESA

Carlos escribía, estoy convencida, con su erección presente. Todo aquel fantasear, de ensoñar la flor y nata del placer con nuestra hermana pequeña. Adherido perpetuamente a esa desviación que le obsesionaba. Nosotras, sus hermanas. Sus deseos no dejaban de estar preñados de hondo romanticismo, aunque lo carnal se imponía indiscutiblemente.

Sentada en el escritorio de mi hermano, dispuesta a disfrutar de cada frase plasmada en su diario, dejé que mi mano tirase del tanga hasta situarlo en mis tobillos. No hizo falta más para sentir un generoso manantial de humedad acudir caliente y espeso entre los labios de mi entrepierna. Antes de continuar con la lectura, discurrí con la yema de mi dedo índice por aquel territorio que tan bien conoce. Uffffffff ¡Cuánto placer!

Mis ojos volvieron a la lectura:

DIARIO DE CARLOS

La mano derecha de Salomé, en mis fantasías, agarra la base de mi árbol mientras mama y gira su lengua alrededor de la cabeza hinchada, a punto de explotar. Mi bálano desprende efluvios cuyo sabor degusta sibilinamente su boquita, mientras su mano izquierda acaricia mis abdominales, y se desliza como la bruma sobre mis pectorales. Su pulgar se pierde en giros alrededor de mi pezón. Caemos de espaldas sobre una cama. En mis sueños no sé qué cama es, ni de qué habitación. Ella se mueve hacia arriba en mi cuerpo, todavía agarrando mi dureza y apretándola suavemente. Sus labios rozan los míos y mis manos agarran sus hombros, volviéndola sobre su espalda.

En esos pensamientos estaba aquel día, el de la fiesta de Salomé, cuando se asomó a mi habitación una de sus amigas, Maite. La observé mientras me tapaba las vergüenzas con el edredón, temeroso de cruzar mi mirada con la aquella chica en semejantes circunstancias. Su cuerpo vestía una piel pálida, casi translúcida. Era de rasgos aguileños, delgada, un pelo negro y sedoso enmarcaba un rostro que me pareció de porcelana. Le calculaba unos 20 años, uno más que yo sí que tenía, seguro. Algo mágico en su porte y en su forma de llevar el alma me hizo soñar que era un ángel, un ser sin edad.

Con la estaca todavía en la mano, me camuflé debajo de las sábanas asomando mi cabeza sobre la almohada.

– ¿Sí? ¿Qué quieres? –dije aplastando la dureza de mi entrepierna contra el estómago para que la chica no notase nada.

¡Qué bella Maite! La conozco de verla mil veces con Salomé. Me preguntó con una voz apenas susurrada, como un soplo de brisa en el bosque:

– ¿Todavía estás despierto? –su voz sonó dulce e inteligente. En mis sueños he yacido también con ella.

TERESA

Alucino con la forma de describir de Carlos. Imagino cada segundo de su excitación y a Maite sorprendiéndole en mitad de sus tocamientos.

DIARIO DE CARLOS

No podía creer lo que sucedía. Maite abría por completo la puerta y entraba en el interior de mi dormitorio. Josefina, la otra amiga de Salomé invitada a la fiesta, la seguía de cerca. Llegaron hasta mi cama y Maite se sentó en el borde. Ambas chicas parecían atrapadas en un estado de plena juventud. Como dos maniquíes de una tienda de ropa cara. Yo intentaba averiguar sus intenciones, bajo esos cuellos de cisne. Estaba muy oscuro en la habitación, pero había suficiente claridad como para que ellas adivinasen que bajo mi edredón había algo oculto. La mirada de las dos chicas palpaba el vacío, capturando las formas que dibujaban mis manos al disimular lo que tenía entre ellas.

Maite estaba sentada y su mano rozó mi miembro “accidentalmente” al recuperar la postura junto a mí. Casi me muero de vergüenza.

–Nos ha dicho tu hermana Salomé, que si no te importaría venir a jugar con nosotras. Hemos ideado un juego y nos hace falta un chico.

–De ninguna manera –dije azorado por la propuesta. Sus pupilas de mármol y sus dientes blancos resaltaban en la oscuridad. No estaba dispuesto a internarme en medio de aquella manada de lobas envalentonadas por el alcohol.

–No vamos a dejar que te niegues –dijo Maite. –Salomé cumple hoy sus 18 años.

Los labios de Josefina esbozaron una sonrisa tímida y temblorosa, girando la cabeza hacia un lado para tratar de ocultarla. Creo que se había dado cuenta de lo que yo escondía. Maite me miró directamente a los ojos y empujó a Josefina juguetonamente. Josefina se mordió el labio, pero no pudo dejar de reírse. Se le notaban las copas.

– ¿Ahora mismo? Iba a dormir.

–Si no bajas en cinco minutos subiremos todas a buscarte. ¡Vámonos Josefina! –dijo Maite incorporándose y tomando a su amiga de la mano. Ambas salieron dejando la puerta de mi cuarto abierta.

Se produjo un inmenso vacío en mi estómago. No estaba seguro de poder levantarme. No se me ocurrió preguntarles a qué juego pensaban jugar, pero un nido de avispas se instaló en mi estómago.

Ambas llevaban camisetas que llegaban ligeramente por debajo de la cintura de sus pantalones cortos deportivos de algodón. En las camisetas ponía en letras doradas. Feliz 18 SALOMÉ. El dobladillo de los pantalones cortos de Maite estaba tan solo unos milímetros por debajo de la separación de sus piernas increíbles y no llevaba zapatos ni medias. Mientras se alejaba, me sorprendí intentando mirar el nacimiento de sus glúteos. Su cabello se derramaba a un lado sobre su hombro derecho.

Josefina vestía calcetines deportivos por debajo de sus tobillos. Sus piernas delgadas estaban coronadas por un trasero potente, joven y suculento, cuya hendidura prometía infartos tras los pantaloncitos cortos de algodón azul. Mis ojos se enamoraron de aquellas piernas sin vello e imaginé lo delicioso que podría ser pasar mi mano por el interior de aquellos tersos muslos, ahuecar discretamente sus pantalones separarlos y tantear… Ufff.

Descubrir las dudas de mi hermanito a la invitación de aquel día. Sus pensamientos. Su tremenda excitación. Ya he comentado que la timidez de Carlos me provoca si cabe aun más calor. Leía el diario sin dejar de manosear con delicadez mi humedad desnuda y obscena, como si fuera de cristal transparente. Me había puesto tan cachonda que temía que todo se fuera a quebrar si interrumpía mi lectura. Pero debía parar la mano si no quería tener el orgasmo en aquel mismo instante, así que abandoné y pasé a remangar mi camisón por encima de los senos, a donde dirigí mis atenciones para seguir leyendo. Me esperaban mis pezones duros, enhiestos, mirando al cielo

Estaba casi erecto. No pude conseguir dejar mi instrumento totalmente en reposo después de que ellas se fueran. Me levanté de la cama y saqué mis bóxers de debajo de las sábanas. Luego me puse mis pantalones cortos que estaban junto con mi camisa en una silla. Me puse también la camisa, abrí la puerta de mi habitación y bajé las escaleras.

Mi hermana, Salomé, estaba esperando al final de los peldaños. Me pedía silencio con su dedo apoyado en los labios. Señaló hacia la puerta del salón. Las chicas habían entrado allí.

Siguiendo las indicaciones de Salomé, caminé sigilosamente de puntillas hasta la puerta, luego mi hermanita entró y me presento a las invitadas.

–Chicas. Mi hermano Carlos.

Fruto de los tragos de más, todas aplaudieron ruidosamente. Al llegar Salomé se sentó junto a las demás, en el suelo. Mi hermana mayor, Teresa, estaba también con ellas.

Salomé, Teresa, Maite y Josefina tenían sus bebidas en la mano. Parecían combinados de distintas bebidas, en copas anchas con hielo. Tenían servidas junto a ellas un par de copas de ginebra con tónica. Eran para mí.

–Te llevamos demasiada ventaja Carlitos. Debes beber tus dos copas de un trago –ordenó mi hermana mayor.

TERESA

Recordé aquel momento en la fiesta de Salomé. Y cómo le había obligado a beber al pobre Carlos sus dos cubatas casi sin respirar. Yo sabía los efectos que la bebida tenía sobre nuestro hermanito y mi intención no era otra que conseguir que antes de que la fiesta terminase, Carlos padeciese una de sus pérdidas de conocimiento. Nosotras estábamos borrachitas, nos reíamos con cualquier tontería. Pero Carlos, por su timidez, se mantenía discretamente en silencio. Era como jugar con un muñeco de guiñol.

Éramos cuatro chicas, el sueño de cualquier hombre. Pero Carlos estaba hecho un flan. Nuestros cuerpos se insinuaban bajo los pliegues de las ropas. Nuestros hombros suaves, el talle de nuestras divinas cinturas. Salomé, con las piernas cruzadas, dejaba ver buena parte de las ingles y Carlos no pudo dejar de mirarla. Maite y Josefina estaban sentadas con las piernas extendidas. Las cuatro en círculo. Yo miré a Carlos y le regalé una sonrisa de tranquilidad, pero a la vez subí el pecho contra mi camiseta para adoptar un gesto desafiante, muy sensual.

Y ahora la lectura del diario de Carlos y mis recuerdos me habían vuelto a colocar en aquel momento y a revivir todo lo que pasó. Respiraba con dificultad sentada tras el escritorio y los pellizcos sobre mis pezones me hacían gemir de vez en cuando. Continué con la lectura, que cada vez se ponía más y más morbosa.

DIARIO DE CARLOS

–Juguemos a adivina que he tomado –dijo mi hermana Salomé de repente. Debían de tenerlo hablado porque todas echaron a reír al tiempo.

– ¿De qué va ese juego? –pregunté algo nervioso.

–Hemos de vendarte los ojos y luego has de adivinar lo que hayamos tomado nosotras.

– ¿Adivinarlo? ¿Y cómo se supone que debo hacerlo?

–Ya lo verás –dijo Salomé. Todas las chicas rieron de nuevo.

Me colocaron en medio de ellas. Maite alzó sus manos de nieve con un pañuelo de seda en ellas. Su tacto era firme y dulce al mismo tiempo. Mientras me vendaba los ojos, sus dedos recorrieron mis mejillas y pómulos. Yo inmóvil, casi sin atreverme a respirar. Una vez vendado sentí el roce de varias manos en mi frente y mi pelo. Los dedos de alguna de ella se detuvieron en mis labios, dibujando mi boca con su dedo índice y el anular al mismo tiempo. Aquella piel olía a canela.

Tragué saliva intentando reprimir una inminente erección que no quería tener por miedo a sus burlas. Mi pulso subió como un torrente de lava. Estoy convencido de que me sonrojé, sumergido en la oscuridad de la venda en mis ojos. En aquel momento, en aquella fiesta de cumpleaños mis dos hermanas y sus dos amigas me habían robado la voluntad. Amparadas por mi ceguera forzosa sus manos, de las que no sabía la dueña, escribieron en mi piel líneas de deseo y erotismo nunca vividos.

–Comenzará Teresa –sentenció Salome, árbitro del juego.

Mi hermana mayor tomó un gran trago de su vodka con naranja, unió sus labios con los míos y comenzó a derramarlo dentro de mi boca, ante la algarabía de las demás.

–Debes tragarlo.

TERESA

El pobre Carlos no lo sabía, pero el plan ya estaba diseñado. Un maléfico plan para hacerle caer en unos de sus ataques de cataplegia.

DIARIO DE CARLOS

Tras beber de la boca de Teresa, sentí su lengua jugar con la mía lo que no ayudó a disminuir la hinchazón entre mis piernas. Ya no me importaban sus risas y burlas. Me estaba poniendo definitivamente burro. Muy burro.

Luego fue Salomé y su ron con coca cola. Supe que era ella por la manera tan evidente, casi violenta de chuparme los labios tras el trago. Llevaba unos pantalones cortos rojos que se ajustaban firmemente sobre el delicioso montículo. Pero le quedaban flojos en las piernas, casi había podido ver sus bragas hacía unos minutos cuando se sentó con las piernas abiertas.

–Ahora es mi turno –dijo Maite.

Noté su cuerpo temblando ligeramente debajo de su camiseta. Ella inclinó su cabeza levemente hacia la izquierda y después de darme de su bebida, vermut, me lamió internamente los dientes y las encías. Luego sacó la lengua suavemente, dejó sus brazos detrás en la espalda, y empujó sus senos hacia mí. Mi remo estaba ya totalmente a punto.

Josefina era la siguiente, se levantó un poco sobre las puntas de sus pies, pues era la más bajita. No quiso ser la más tímida y a la vez que me daba el sorbo de su ron con coca cola, igual que el de Salomé, me agarró de las caderas y restregó su vientre contra el bulto tremendo que lucía mi entrepierna.

Si seguía bebiendo perdería el conocimiento y no disfrutaría de aquello. Debía adelantarme. Sin previo aviso me desplomé en el suelo. Con mi fardo duro apuntando al techo.

Maite y Josefina gritaron por la falta de costumbre. Pero mis hermanas las tranquilizaron.

–Leer su tarjeta –dijeron extrayendo mi tarjeta de urgencias del bolsillo de los pantalones.

EL POSEEDOR DE ESTE CARNET SUFRE ATAQUES DE CATAPLEGIA. SI SE QUEDA DORMIDO DE REPENTE NO INTENTE DESPERTARLO. LIMÍTESE A PONERLO CÓMODO. SI PASASE DEMASIADO TIEMPO SIN DESPERTAR, PÓNGASE EN CONTACTO CON ALGUNO DE LOS TELEFONOS DE CONTACTO. MUCHAS GRACIAS.

Entre todas me pusieron cómodo. Una manta doblada en el suelo fue mi colchón, y los cojines del sofá se trasformaron en mi almohada.

–Ahora el juego sigue conmigo de ama y vosotras de esclavas –dijo Salomé. –Es mi cumpleaños y debéis obedecerme.

Desnudar a Carlos.

Mi erección bajó al oír aquello, pero no tan rápido como para que disminuyese demasiado.

–Desnudaros vosotras también.

Un mar de risitas ahogadas inundó el salón. Mis ojos vendados me impedían ver, pero me facilitaban el no tener que andar forzándome para no abrirlos.

Uffffff pasar una noche de asueto en manos de mis cuatro ninfas.

–Hemos de jugar con él, pero sin…. Ya sabéis –dijo mi hermanita, refiriéndose obviamente a las penetraciones. La misma Salomé quiso ejercer de profesora. Ella también se había desnudado. Mi tranca quedó encajada entre los cachetes de su trasero, sentada sobre mí. Cogió una de mis manos y colocó mis dedos sin vida entre mi vástago duro y su rajita, con los dedos hacia ella.

Las otras tres la miraban con los ojos abiertos, sin atreverse a tomar decisión alguna. Pero Salomé comenzó a gemir y dio nuevas órdenes.

–Maite y Josefina. Arrodillaros a ambos lados de mi hermano y lamerle y morderle las tetillas.

–Sí, susurró Maite en voz baja.

TERESA

Yo había comenzado a tocarme, como me estaba tocando ahora con mi lectura. Viendo a nuestras invitadas lamiendo y mordiendo los pezones de mí hermano. Sentí, lo confieso, un ataque de celos. Y ahora que leía a mi hermanito describir los acontecimientos, mi mente viajaba y recordaba cada detalle. Sus pechos estaban duros, y sus pezones apuntaban hacia arriba. Tenían unas tetas pequeñas y bonitas. Y yo, mirándolas desnudas, comenzaba a preguntarme cómo sabrían sus pezones en mi boca.

Los ojos de Salomé se dirigieron a los míos con un brillo malvado mientras se recostó para descansar sobre su brazo derecho. Su brazo izquierdo se deslizó por sus piernas, y su estómago, hasta llegar a sus pechitos. Uno de sus dedos rodó alrededor de su pezón. Me miraba la muy zorra. Dio vueltas y presionó en el centro, dio vueltas y presionó de nuevo, mientras el resto de su mano amasaba la teta. Se estaba tocando para mí. Sus ojos se cerraron por el placer. Su dedo acarició más delicadamente el pezón, luego la mano se deslizó por su estómago y se metió entre sus piernas. Mis ojos estaban fijos en aquella mano de Salomé, aunque de reojo miraba el bálano de Carlos, que había quedado sin cuidados.

Nuestras amigas también la veían, haciendo descansos en la faena sobre las tetillas de Carlos. Salomé sintiéndose protagonista, deslizó un dedo entre sus labios inferiores, acariciando su orificio, luego viajó con los dedos hacia arriba para ocuparse de su clítoris. Su mano se movía más rápida, su dedo índice y medio giraban alocados ente los labios gruesos. Nos miró a las tres y sin dejar de tocarse y fregarse, círculos y círculos, más y más rápidos, agarró el áspid de Carlitos y lo masturbó al mismo ritmo, hasta que le sobrevino el primer espasmo de su clímax.

Luego continuó acariciándose.

–Josefina –dijo en voz baja. –Atrévete. Chúpale a mi hermano su cosa.

Dejé mis recuerdos para leer en el diario de Carlos aquel momento.

DIARIO DE CARLOS

No sería capaz de hacer tal cosa. Pensé. Cuando Salomé ordeno aquello a Josefina. La sentí llegar a cuatro patas. Gateando sobre mí. Pude hacerme un ligero hueco en la venda para ver. Salome se recostó y examinó las tetas de Josefina, luego el trasero, mientras Josefina lentamente se colocaba en posición sobre mis partes. La invitada me miró directamente a la venda y yo cerré los ojos y acercó su rostro a centímetros del leño duro como el hierro.

Estaba estupefacto. Josefina se había metido completamente en el juego y ahora estaba a punto de comérmela. Yo estaba duro como una roca al ver a Salomé jugar consigo misma, y nada en mi vida me ha dado más placer que el ver llegar los labios de Josefina alrededor de mi hinchazón. Me besó suavemente y luego me lamió. Sus manos agarraron mis bolas.

Salomé estaba encorvada mirando fijamente las acciones de Josefina, pero Josefina había perdido todo pudor. La amiga de mi hermana tomó el leño en sus manos, lo subió y bajó suavemente una vez. Su trasero sobresalía detrás de ella mientras se arrodillaba en el suelo. Sus pechitos blancos colgaban. Su boca se acercó a mi estaca y volcó su aliento sobre ella mientras sacaba la lengua para saborearla. Deslizó su mano hasta la cabeza, luego lamió la base. Estaba claro que nunca había hecho algo así antes, pero definitivamente se notaba que quería aprender a hacerlo. Su mano jugó con mis bolas sueltas sopesando de lo que eran capaces.

Mi hermana miró mi estaca con asombro, su boca se abría con ganas de tomar el relevo. Sus senos colgaban. Sus pezones estaban duros.

Una vez más su lengua salió para probar mi manivela, y se deslizó a todo lo largo hasta la punta. Movía su mano en la base para moverlo dentro de su boca. Su húmedo calor al succionarme se sentía celestial. Su lengua se deslizó contra la parte inferior de mi cabeza, saboreándome. No puede aguantar más.

Sentí el surtidor brotar desde dentro de mí. El cabello de Josefina se cayó de sus hombros y me rozó el estómago con cada brote. Todo su cuerpo se había concentrado en el trabajo e incluso su trasero apretado se balanceaba arriba y abajo al mismo tiempo que su boca y mis viajes.

Mi hermana perdió un poco el equilibrio. Sus senos no estaban lejos de mi cara y comencé a sentirlos, rebotando en mi nariz. La boca de Josefina se sentía tan bien en mi estaca, y el olor de su gatito comenzaba a llegar a mi nariz. Estaba cHorreando de excitación.

–Debes resucitar el leño de mi hermano. Dijo Salomé. Maite miró a Josefina con cara de reproche. Nunca se había comido una culebra así. Maite me miró. Ahora le tocaba hacerse cargo a ella del guiñapo en el que la había convertido Josefina. Una brisa nueva agitó mi estaca cuando vi a través de la venda venir a Maite.

Los ojos de Maite volvieron a mirarme, luego se volvió hacia Josefina y dijo: –Sabes que no he estado con nadie tampoco.

La mano de Salomé tocó mi muslo y se deslizó hacia arriba, haciéndome saber que estaba allí. Cuando sus dedos rozaron mi estaca, ésta se enderezó de nuevo. Dos chicas tocándome en una noche. Dos chicas que nunca me habían tocado, y no les importaba que estuviesen mis hermanas como público.

Maite siguió el ejemplo de Josefina y se arrastró hacia mí Olía genial, como el perfume de frutas. Cerré los ojos y disfruté el beso. Lentamente abrí mi boca y ella abrió la suya al compás de la mía. Su lengua me penetró y jugó dentro de mi boca.

Siguió empujándose contra mí, hasta acostarse totalmente encima. Suavemente conectó su colina caliente en mi cilindro desnudo mientras me besaba la boca. Empujaba sui lengua más y más adentro de la mía.

Luego dejó de besar mi boca y se acercó a mi mejilla. Se inclinó hacia mi oreja. Teresa cogió una de mis manos y la coloco en el lugar exacto donde su trasero se transformaba en gatito, Gimió en mi oído. Suavemente la mano de Teresa dirigió mis dedos, masajeé esa área, arriba y abajo, metiendo mi mano en. Maite aplastó mi estaca contra su promontorio con más fuerza.

Su lengua se movió y probó mi oído. –Te he deseado mucho tiempo, Carlos –me susurró. Sentí su voz profunda en mi oído.

Sus pechos me empujaron. Salomé se había acercado a mí y estaba acariciando el lado izquierdo de mi cuerpo. Sus manos nos acariciaban tanto a Maite como a mí mientras me besaba y lamía la oreja. Mi erección volvió a ser durísima.

Josefina se colocó entonces entre Salomé y nosotros. Besó cada parte del cuerpo de Maite Ella ronroneó mientras me acercaba a su agujero. Casi involuntariamente deslizó su peso y accidentalmente mi leño apareció entre sus labios húmedos. Se sobresaltó un poco cuando mi punta encontró su abertura.

Salomé había estado sentada, observando todo lo que sucedía. Dos de sus mejores amigas jugando con su hermano, mientras se tumbaban casi follando en el piso de la casa de papá. Cuando miré a Salomé, estaba claro que quería rabo. Se arrastró hasta nuestros pies y deslizó sus manos por el interior de los muslos de Maite.

Sus manos se movieron acercándose al lugar donde se unían nuestras piernas. Podía sentir la división en los labios de Maite. Cada vez que me deslizaba más cerca de su clítoris, ella levantaba el trasero para que yo pudiera encontrar volver al sitio de partida.

Los labios cubiertos de babas rodearon mi estaca. Me deslicé entre su agujerito y su valle. El culo de Maite se elevó en el aire. Mi cilindro estaba viajando ente los labios y el clítoris. El culo de ella se movía hacia abajo, rozando y rozando contra mí estaca mil veces.

El gatito caliente, resbaladizo y celestial de Maite se deslizaba contra mi estaca dura de forma tan directa que creí morir. Sentí una mano agarrar mi leño, y cuando miré a través del vendaje hacia abajo, vi que era mi hermana que me colocaba contra el agujero de Maite, y ésta, ronroneando comenzó a metérselo dentro. Tan lentamente que me costaba respirar de excitación.

Sentí euforia cuando mi bastón se deslizó por fin hasta la mitad dentro de Maite. Mi hermana la movía a ella agarrándola del culo, hacia adelante y hacia atrás. Asía el trasero de Maite y la levantaba ligeramente. A mi hermana le encantaba dirigir el empuje de la penetración.

Mientras me deslizaba lentamente en el apretado gatito de Maite, ella arqueaba la espalda. Sus ojos cerrados mientras disfrutaba la sensación de mi estaca llenando su cuerpo. Sus senos se balanceaban colgando sobre mí.

La cabeza se deslizó muy adentro y mi hermana me agarró las pelotas y para jugar con ellas. Maite todavía estaba curvada hacia arriba, y Salomé se inclinó para besarme en la boca. Su lengua jugó con la mía. Maite se retiró solo un poco, para acomodarse y comenzar a empujarme dentro de ella de nuevo. Acostada sobre mí, besándome apasionadamente.

A continuación se sentó y puso las rodillas a cada lado. Apretó y puso nuestros genitales aún más juntos, físicamente pegados. La parte inferior de los labios de su gatito ahora descansaba sobre mis bolas, y lentamente comenzó a moverse hacia arriba y hacia abajo. Sus ojos cerrados. Gemía y volvía a gemir.

Su túnel se deslizó por mi leño y sentí cada pulso de sus músculos internos. Su vaina caliente me agarraba. Me lo hacía con un ritmo lento y dulce. Josefina se inclinó y chupó mi pezón con su boca. Giró su lengua alrededor mientras Maite me montaba.

Josefina chupaba de nuevo mi pezón con sus labios y lengua mientras su mano se acercó para palpar la base de mi penetración y el gatito traspasado de su amiga. Salomé se inclinó de nuevo y me besó con fuerza, su lengua lamiendo mi boca, saboreando a su hermanito.

Luego colocó mis dedos y los deslizó por su hendidura caliente mientras Maite aceleraba su ritmo. Las manos de Maite descansan sobre mis caderas. Mi hermana Teresa que estaba mirando y masturbándose, de golpe se levantó del suelo y se sentó detrás de Maite jugando con su cabello, sobando su culo y restregándole las tetas por la espalda

El grito de Maite fue poderoso y agudo, nos avisó a todos de su llegada. No pude evitar pintar el interior de sus paredes de Maite con el blanco de mi segunda venida. Todo temblaba dentro de la cueva. Su orgasmo continuó más allá del final del mío.

Finalmente, ella se derrumbó sobre mí, su gatito todavía temblaba en mi estaca, sus brazos intentan apretar mi cuerpo contra el de ella. Se quedó así, encima de mí durante muchos minutos. Las otras chicas no querían romper la magia de la primera vez de su amiga.

Salomé exclamó: –Guau, esto no estaba previsto. Desde hoy cumplimos años las dos a la vez. Maite rió.

TERESA

Cerré el diario de mi hermano aún con la otra mano llena de los licores de mi último orgasmo. Desde luego Carlos era un escritor tremendamente bueno, por lo menos para aquel tipo de descripciones sexuales. Y claro está, cuando pasaba por el pasillo junto a la puerta del cuarto de mi hermano, sentía como una vocecita que me llamaba desde el cajón de su escritorio. El cuaderno diario de Carlos era de cuero genuino y me había parecido hecho a mano y cosido. Era como del tamaño de un libro mediano, pero no grueso, 240 páginas de un papel bueno, de color crema. Las páginas estaban numeradas, detalle importante, pues me indicaba si mi hermano había arrancado alguna. Hasta aquel momento no lo había hecho. No se había arrepentido de contar nada de lo que vosotros habéis leído. Claro que él no lo escribía para que vosotros lo leyerais, obviamente.

¿Querría algún día escribir una biografía erótica? No me extrañaría, ya que en aquel diario las reseñas sexuales eran abrumadoramente mayoritarias. Tal vez, con el paso de los años, pasasen a interesarle otras cosas. Pero ahora Carlos se asemejaba bastante a mí en cuanto a su obsesión por el sexo. También tenía dos marcadores, que mi hermano colocaba en los hechos a los que quería volver para releerlos. Eso me daba pistas acerca de lo que para él era realmente importante. Nunca moví los marcadores cuando tomaba a escondidas el cuaderno de su cajón, que siempre estaba dentro de su lujosa caja original en madera de ébano.

Me dio envidia. Tal vez yo comprase uno parecido para rellenarlo con las hojas que desprende la flor de la vida.

Era sábado y Carlos no estaba. Había salido nadar muy temprano y no volvería por lo menos en tres horas. Volví a leer en el diario de mi hermano. Me encantaba ir a leer su versión después de que yo haya provocado uno de nuestros encuentros.

Los hechos que voy a relatar tuvieron lugar en mi casa, bueno la casa de mis padres, como casi siempre. Y quise leer, presa del morbo que me consumía, lo que Carlos había sentido al vivirlos.

Días atrás, mi hermanito veía televisión y yo me puse un camisoncito corto que apenas tapaba mis bragas. Me probé casi toda la ropa frente al espejo. Lo que realmente me hubiese apetecido era bajar desnuda, dándole vueltas al tanga en un dedo y tirárselo encima al llegar al salón. Pero una señorita no se comporta así.

Medias negras, de rejilla, medias color hueso, blanquecinas, con y sin corsé, calcetines, bragas de todos los tipos. Tangas, brasileñas, de niña buena en algodón blanco, camisas, camisones, pijamitas cortos de verano. Estuve mirando en el espejo mi figura. Imaginando como impactar mejor en la tímida psiquis de mí hermano.

Al final un camisón algo transparente que insinuaba las sombras de mis pezones. Las bragas eran blancas de gasa, totalmente transparentes como el cristal, dejé sin abotonar la parte de mis senos en el camisón, de forma que pudiesen producirse cierto tipo de accidentes. Pasé por el cuarto de mi madre y trasteé en todas sus pinturas. Al final me miré en el espejo y me gustó lo que vi. Aunque me había pintado algo exageradamente los ojos, estaba fantástica con mis labios color cereza brillante.

Llegué haciendo ruido para que Carlos me mirase y vaya si me miro. Volvió dos veces la cabeza para seguirme con la mirada y no supo evitar su gesto de sorpresa al seguirme.

Me senté en el otro sillón y comencé a jugar el juego de las mujeres. En cuanto noté que las miradas de mi hermanito alternaban la atención a la tele con otras clandestinas a mis piernas, supe poner las posturas, cruzarlas, encoger las rodillas, montar un pie encima del otro. Todo de forma que “accidentalmente” mi chiquitín pudiese disfrutar de su mamita.

¿Estás coqueteando conmigo? Pareció decir Carlos en la forma de mirarme. Su mirada no estaba exenta de reproche, y lo entiendo. El pobre llevaba media hora tratando de volver a su programa de televisión pero yo estaba ejecutando una interpretación tan profesional que le era imposible. Me mostraba tímida, pero juguetona, extremadamente sexy en mis posturas, llamando permanente su atención.

Si me lo hubiese preguntado realmente, cosa absolutamente imposible por su timidez, le habría contestado: “¿por qué iba a coquetear contigo? ¿Acaso no eres mi hermano?»

Me animé y le pregunté yo a él, ya que él jamás hubiese dado ese paso.

–Carlos, ¿qué motivos crees que pudiese tener yo para coquetear contigo?

Él dejó la tele y me miró directamente. Pareció pensar durante un buen rato, dudando sobre qué palabras elegir para su respuesta. Finalmente habló.

– Quizás por lo que me dijiste en el coche el otro día, cuando fuimos de compras y aquel hombre nos sorprendió en el asiento trasero. Dijiste que te resulto sexy y atractivo y que mi cuerpo te atrae ¿Tal fuera ese el motivo, no?

Carlos puso cara de tonto. Pero él nunca ha sido tonto. Tímido sí, pero de tonto ni un pelo. Estaba arrepentido de su frase aún antes de haberla terminado, por lo que me dijo después.

–Bueno, perdona Tere –dijo azorado. –Ni siquiera me atrevo a hablar de estos temas con mis amigos. No he debido decirte eso.

– ¿Cómo que no? – Repuse indignada. – ¿Acaso no te lo dejé bien claro?

–Sí pero…Tal vez no te guste que te lo recuerde.

Carlos quiso cambiar de tema. Obviamente se encontraba incómodo con la conversación.

– ¿Has usado el maquillaje de mamá verdad? Tú no tienes esos colores tan fuertes.

– ¡Ya era hora de que te dieses cuenta de algo de lo que hago o me pongo! No sé por qué me ignoras de esa manera.

Recuerdo sus palabras en el diario al hablar de aquel momento:

DIARIO DE CARLOS

Estudié su cara cuando me dijo que la ignoraba. Temía haber enfadado a Teresa. No quiero enfadarla de ninguna manera. No dejo de pensar en ella y, aunque no lo muestro. Tengo multitud de fantasías con ella como protagonista.

Se suponía que Teresa no debiera usar el maquillaje de mamá; nuestra madre era totalmente inflexible con Salomé y con ella al respecto.

–Ya tenéis edad de compraros vuestros mejunjes. Mi tocador ni mirarlo –Les había dicho cientos de veces.

Yo ya tenía los 21 años y Teresa 24.

–Mamá tendrá un ataque de los tuyos si ve toda esa pintura en tu cara. ¿Lo sabes?

–Sí. Lo sé. Pero ¿cómo se me ve? ¿Estoy mona?

Le dije la verdad. Aunque a mi hermana no le gusta que sea tan sincero en ocasiones.

–La línea de tus ojos está torcida y demasiado gorda. Y los labios no están bien perfilados del todo.

Sabía que Teresa se iba a enfadar. Me puso cara rara y distante. Así que traté de compensar mi crítica.

–Pero has conseguido resaltar tu aspecto más dulce. Te ves realmente preciosa. Cómo una de esas muñecas….

–Nancy –dije.

–Eso. Eso es. Pareces una preciosa Nancy.

Sus ojos se iluminaron –Y… ¿Vas a jugar con tu Nancy? –preguntó. Se levantó, vino hasta mi sillón y me dio un beso de cariño en la mejilla. Fue un beso de cariño limpio sin mezcla de sexo. Después me advirtió innecesariamente, porque yo nunca la hubiera traicionado.

–No les digas nada a mamá. Salió corriendo hacia la habitación de nuestros padres para limpiar el desastre de las pinturas antes de que nuestros padres volvieran a casa y me dejó con la ausencia de su precioso cuerpo casi desnudo tras aquel camisoncito que dibujaba el lugar exacto donde se hallaban sus pezones.

Querido diario debo decirte que durante toda nuestra infancia Teresa, Salomé y yo hemos pasado muchísimo tiempo juntos. Cuando no estábamos tratando de salvar el mundo en los videojuegos, hacíamos juntos la tarea, Leíamos libros o estábamos absortos en nuestros programas favoritos de la televisión. No discutimos ni peleábamos demasiado. Sólo lo normal. Éramos hermanos muy bien avenidos. Estar tan unidos, significaba que compartíamos nuestros secretos o momentos de privacidad que otros hermanos y hermanas nunca comparten. Por eso Teresa no tenía miedo de preguntar mi opinión sobre su maquillaje, o se presentaba casi desnuda sin importarle que yo estuviera. Sabía que podía ser directo y franco y que no se molestaría.

Al rato de haberse ido me llamó desde la habitación de los papis, estaba sentada en el tocador de mamá, clasificando botellas y tubos.

–Ayúdame, tienes que decirme qué me sienta bien y si me lo pongo como debo. Has sido muy detallista con lo de la raya del ojo y el perfil de mis labios.

–Está bien, me quedaré pero no te voy a poner nada. Te maquillas solita.

–Sí, sí. Tú solo siéntate aquí y mira y me vas diciendo.

Me dio la espalda y agarró una cinta para el pelo y se lo recogió en una cola de caballo. Sacudió la cabeza ligeramente, lo que provocó la cola de caballo golpease sus hombros y su espalda. Al ver cómo se movía, la forma en que agitaba la cabeza, como una potra, un escalofrío me recorrió el estómago.

Teresa comenzó a delinear sus ojos y se reía conmigo cuando hacía comentarios sarcásticos sobre los colores o su falta de habilidad. Se dedicó concienzudamente a sus largas pestañas. Y luego se pintó los labios, probando diferentes colores. Seguimos riendo y bromeando Cuando se dio la vuelta para mirarme, me sorprendió la transformación. Mi hermana parecía mayor de los 24 años, más madura. Se quitó la cinta del cabello y lo dejó caer enmarcando su rostro, pasó de bonita en el salón a sexy en el dormitorio de mis padres.

Por segunda vez mi estómago se revolvió como un aleteo de mariposas mientras sonreía y esperaba mis comentarios.

– ¡Guau, te ves… increíble! Tartamudeé.

– ¿Increíble? O tal vez… ¿Caliente?

Me miró de una forma que mi morcilla recibió un aporte extra.

–Sí, Tere, te define mejor la palabra caliente.

Sus ojos de color cobalto resaltados al combinar delineador de ojos azul iluminaban la habitación pero muy traviesamente.

–No quiero estar solo caliente, quiero estar muy caliente –Me dijo con una voz claramente carnal.

Raramente escuché a mi hermana ese tono si no era en juegos y ahora ella había usado una voz de zorra que solo escucharla me puso encendido.

No estaba seguro de cómo reaccionar, así que actué como si hubiese hablado de forma normal.

–Bueno, tienes el maquillaje correcto –dije, ahora tendrías que vestirte de mas…».

– ¿Más guarra? –me preguntó. – Sabes que no tengo ese tipo de ropa. Mamá no me deja comprarla. Mis vestidos son todos de niña buena.

–Mamá tiene tu misma altura y se conserva delgada. Habéis cambiado de jersey y de falda más de una vez –dije sin saber muy bien lo que decía.

Pero a Teresa se le iluminó el rostro.

–Tiene más pecho que yo –objetó.

–No vas a ir a la calle –dije. –Sólo estamos jugando tú y yo. No te pongas sujetador.

Teresa se dirigió hasta el gran armario de mi madre y comenzó a rebuscar. Miró por encima del armario y luego me dijo:

–Vete, me voy a cambiar. La dejé sola.

Cinco minutos más tarde, entró en la sala de estar con un elegante vestido negro. El busto le quedaba grande y sus tetitas bailaban en el lugar que ocupaban las ubres de mamá, pero se ajustaba perfectamente a su cintura y caderas, la falda por encima de sus rodillas; resaltaba genialmente las líneas del precioso cuerpo de mi hermanita. Se había calzado un par de tacones de mamá que la hacían más alta, más cercana a mi estatura.

Su manera de moverse delante de mí… Uff… Le dije que se veía tremenda y que ella corrió a probarse otra cosa.

Después de un buen rato, y como no regresaba fui a ver qué estaba haciendo. Cuando entré en la habitación, Teresa estaba parada frente al espejo vestida tan solo unas diminutas braguitas color pastel y un sujetador a juego. Cuando me escuchó, se volvió, me miró con ojos sorprendidos. Era como un espejismo. Mis ojos se clavaron en la forma suave y redonda de su trasero mientras disfrutaba de su imagen en lencería sexy. Cuando me volví para irme, mi cosita se había llenado de sangre tibia. Un minuto después la escuché volver a llamarme, fui a la habitación, estaba frente al espejo mirando por encima del hombro.

–No puedo cerrar esto, ayúdame.

Se había puesto un atuendo de lentejuelas azul oscuro que le llegaba a la mitad de sus muslos. Se giró para que yo pudiera cerrarlo; el vestido estaba abierto hasta el fondo, justo donde empezaba su trasero. Se puso las manos debajo del pelo y se lo quitó de la espalda para que yo pudiera cerrar la cremallera. Miré su espalda desnuda, no llevaba el sujetador y sus bragas rojas pálidas eran me atraían como un imán. Apreté con dos dedos e intenté subirla, el vestido se subió un poco, pero la cremallera no. Agarré el vestido y lo sostuve, luego levanté la cremallera; con una mano acariciaba el culo de mi hermana y con la otra le recorrí la espalda. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, mi leño se hinchó aún más.

Yo veía la falda levantarse lo suficiente como para obtener un vistazo de sus bragas mientras se ponía las botas. Cuando se puso de pie, estaba deslumbrante. Se giró en círculo mirándose en el espejo. El vestido era demasiado pequeño para los senos de mi madre, pero para mi hermana era perfecto. El color vestido se aferraba a su cuerpo como una suave piel azul. El escote profundo dejaba a la vista la suavidad del escote mientras la tela se ajustaba firmemente a la forma de sus caderas y muslos. La falda era muy corta. Mi hermana parecía lista para una noche en de desenfreno. La combinación de maquillaje y vestido y sus insinuaciones me pusieron definitivamente burrísimo.

–Así es como querías verme. ¿Verdad?

–Ahora te ves más que caliente, te ves realmente guarra. Tengo que tomarte una foto.

Ella sonrió satisfecha y esperó mientras tomaba cinco o seis fotos de mi hermana posando. Teresa sabía lo que me estaba pasando, mi erección era imposible de disimular.

–Así es como quiero que mis novios reaccionen. Me dijo aludiendo a mis pantalones.

Huí de la habitación pero ella me siguió hasta la habitación del frente.

–Tienes que quitar la cremallera.

Teresa me dio la espalda, se levantó el cabello e inclinó la cabeza hacia adelante estirando el cuello para que pudiera alcanzar la maldita cremallera. Tubo que sentir cómo me temblaban las manos cuando bajé la cremallera hasta su trasero. Se giró, miró deliberadamente mi erección y luego me miró a los ojos.

–Realmente guarra. Has dicho.

Mirar su espalda desnuda provocó un terremoto en mis testículos; Me sentí mareado, no podía respirar bien, la erección era tan fuerte que casi dolía. Abandoné la casa.

Traté de actuar con calma y despreocupación, pero podía sentir que me ardían la cara y el cuello, estaba temblando. Respiré profundamente tratando de relajarme y desterrar los pensamientos eróticos que pasaban por mi mente. Ella llegó, sus labios formaron una pequeña sonrisa seductora mientras se acercaba, mirando mis ojos mientras se acercaba. Sus senos se detuvieron a solo unos centímetros de mi pecho. Me miró directamente a los ojos y dijo suavemente: «Toma tu cámara».

Teresa miró rápidamente mis pantalones, sonrió con picardía y luego posó. Ladeó su cuerpo, se subió la falda dividida hasta el muslo revelando su pierna desde el suelo hasta la cadera. Se había puesto medias transparentes y definitivamente no llevaba bragas. Se giró y dio vueltas mientras le tomaba las fotos, se inclinó por la cintura, con las manos sobre las rodillas, su cuerpo paralelo al suelo y sonrió mientras yo apuntaba la cámara hacia su escote. ¡Joder! Le estaba tomando fotos a las tetas de mi hermana. Me coloqué detrás de ella y separó los pies lo más que le dejaba el vestido, giró la cabeza hacia la cámara y movió el pelo mientras enfilaba mi cámara con su espalda y su trasero. Me estaba mareando; mi corazón latía con fuerza y mi erección dolía por la presión de la sangre. Ella sonreía, haciendo comentarios, coqueteando con la cámara, divirtiéndose, siendo traviesa mientras le tomaba fotos. Comencé a pedirle poses y ella posó como yo sugerí.

Cuando finalmente bajé mi teléfono, ella se acercó para mirar las fotos. Mientras hojeábamos, pude sentir su calor, olí el perfume de su cuerpo. Una explosión de hormonas se produjo en mi cerebro; Agarré a mi hermana por la cintura, sostuve su rostro con la otra mano y luego puse mi boca sobre la de ella. La besé con toda la pasión que sentía. No lo pensé simplemente lo hice. El beso fue inexperto, no es que importara. Mi erección volvió a dolerme, grande, enorme.

Puso sus manos sobre mi pecho y me apartó, su rostro estaba encendido.

Bajé la cabeza y comencé a tartamudear una disculpa, pero ella me agarró de la barbilla y levantó la cara.

–No, no lo sientas, mírame.

Hizo una pausa, dio un paso atrás y sostuvo mis brazos

–Mírame – enfatizó suavemente mientras giraba de nuevo. Sus brazos abiertos, mostrándome su tentador cuerpo.

Todavía yo no estaba seguro de qué decir o hacer. Teresa me miró a la cara y dijo:

–Tienes lápiz labial en toda la boca. Y comenzó a reírse. Mis hormonas volvieron a surgir y caí en que no me había golpeado ni se había enojado.

Mientras se reía de mi rostro pintado, me volví a sentir audaz, más audaz:

–Nunca te vi tan increíble. Mira lo que has conseguido en tu hermano.

Puse una mano en el bulto de mis pantalones y lo apreté agarrándome mientras ella me observaba. Muy lentamente, levantó su mano derecha, extendió su dedo índice y presionó el contorno de mi erección. Deslizó cuidadosamente la punta de su dedo a lo largo y luego me miró. Su voz era tranquila, tenue, temblorosa.

–Enséñamelo.

–Aquí no. Vamos a tu habitación.

Teresa se dio la vuelta y se alejó haciendo que mis bolas se apretaran mientras su cuerpo se balanceaba bajo el vestido largo y apretado, su pierna atravesando la falda dividida. Los tacones altos hacían que su trasero se balanceara provocativamente bajo la seda suave y ajustada; mi hermana sabía exactamente lo que yo estaba mirando y puso un poco más de balanceo. Instintivamente su cuerpo estaba reaccionando a mi atracción salvaje hacia ella y ella estaba exhibiéndose, provocándome, elevando mi interés hasta la cumbre. Cuando dobló la esquina hacia la parte trasera de la casa, me lanzó una mirada, sus grandes ojos brillantes estaban cargados de lascivia, llenos de secretas promesas. Una descarga eléctrica se deslizó por mi columna vertebral y se enroscó como una serpiente alrededor de garganta que se secó en un instante.

Se acercó al espejo de cuerpo entero cerca del armario, donde se había puesto con su bikini amarillo, y comenzó a admirarse a sí misma, me puse a su lado y vi que miraba descaradamente mi entrepierna y luego me sonrió. Me agarró del brazo y tiró de mí hasta que quedamos uno frente al otro.

Casi me muro cuando comenzó a desabrochar el botón de mis pantalones, sus sensuales ojos nunca dejaron los míos mientras bajaba lentamente la cremallera, sus dedos rozaban el contorno de mi erección mientras lo hacía. Mi corazón golpeaba contra su jaula como un pájaro salvaje, mandando más y más y más presión sobre mi pene, llegando a su máxima dureza. Mi hermana me quitó los pantalones hasta las rodillas. Miró los bóxers estampados, luego enganchó con dos dedos la banda elástica y los separó de mi vientre para mirar mi erección.

La vi estremecerse. Dirigió sus ojos hacia los míos, las pupilas dilatadas y brillantes.

– ¿Debería tocarlo?

No respondí. Teresa puso su mano en mis calzoncillos y envolvió sus dedos alrededor de mi leño. Comencé a soltar líquido en su mano y en mi ropa interior.

Me besó. Mientras sus labios estaban pegados a los míos, me quité los pantalones y bajé mi ropa interior. Ella rompió el beso y dio un paso atrás inspeccionando mi desnudez de cerca. Mi bastón se movía como en un orgasmo.

– ¿Dirías que la tienes grande? –me preguntó.

No estaba seguro de cómo responderle, para mí era de buen tamaño, pero nunca había comparado mi pene con nadie más ni lo había medido. Ella me buscó de nuevo y lo agarró con fuerza, puse mi mano sobre la de ella y le enseñé cómo acariciarlo, provocando que preguntara pícaramente:

– ¿No te vas correr, verdad?

Sus dedos me acariciaban hasta que el extremo de su pulgar se frotaba por el glande rojo e hinchado. Las cuatro yemas de los otros dedos me hacían cosquillas en la parte inferior, junto a mis testículos, crecí aún más entre sus dedos.

–No me correré en este momento, pero si sigues así, no duraré mucho tiempo».

Levantó su otra mano y la enroscó alrededor de mi erección. Me agarraba con ambas manos mirando la cabeza que aún sobresalía. Teresa lo bajó y subió tres veces y luego lo soltó y dio un paso atrás. Me miró; Había un desafío, un desafío en sus ojos, estaba esperando que yo hiciera o dijera algo. Mi pulso, los latidos bestiales, martilleaban mis oídos; mi cuerpo estaba caliente y comencé a temblar

– ¿Por qué no te quitas el vestido antes de que lo manchemos? Es de mamá.

–No tengo nada debajo, ¿te vas a correr?

–No –dije en voz baja.

Le temblaba todo el cuerpo y se sonrojaron sus mejillas, bajó por el cuello y cruzó el pecho, respiró con una respiración muda.

–Tú tienes que quitarte la camisa –me dijo.

Abrí dos botones a toda prisa.

TERESA

Dejé de leer el diario de mi hermano. Me desnudé y me tumbé sobre la cama para revivir aquellos momentos.

Yo había visto volar la camisa de Carlos y levanté mi mano derecha, luego puse dos dedos en el centro de su pecho y mis ojos siguieron el camino de las yemas de los dedos dibujando una línea recta desde sus poderosos pectorales hasta su estómago, hasta que mis yemas descasaron nuevamente en el leño de mi hermano. Le estudié por unos segundos y puse mis manos sobre sus hombros para mantener el equilibrio. Hice que Carlos se sentara y descansé un pie en su muslo desnudo mientras desabrochaba las finas correas de mis tacones. El tobillo de mi pie rozó el lateral de la erección de Carlos. Cuando me desabroché los tacones me deshice de ellos muy sensualmente. Como lo había visto en las películas.

Puse a Carlos de pie. No solo me estaba quitando el vestido. Le estaba probando, observando su reacción mientras me bajaba la cremallera. Cuando lo abrió por completo, yo estaba de pie. Mis senos, mi estómago mis caderas estaban desnudas. Sus testículos se agitaron por la tensión. Había visto pocos pechos tan perfectos como los míos. Lo que había visto en películas porno, revistas no tenían el calor y la proximidad que ahora contemplaba en los míos. Levantó una mano temblorosa y la puso con infinito mimo sobre mi seno, con el círculo de piel marrón de mi pezón en el centro de la palma de su mano, que quedó llena con mi seno firme y joven. Sintió como el pezón se endurecía bajo su mano. Puse una mano sobre la suya y le apreté. Mi corazón estaba acelerado hasta lo indecible. Mi hermano cogió el vestido y lo dejó con cuidado en una silla.

Me planté orgullosa de mi desnudez delante de él. Las medias transparentes era lo único que vestía mis muslos. Mi cara estaba encendida, con las mejillas tomadas de rojo. Estiró la mano que cubría mi pecho y frotó el pulgar sobre el otro pezón. Parecía que yo me fuese a derrumbar, incapaz de mantenerme de pie al sentir aquellos mimos. Apoyé mis manos en sus fuertes brazos y respire jadeando bajando y subiendo mis senos perfectos. Una increíble visión para mi hermanito. Su erección palpitaba con vida propia, rebotando ligeramente. Viajó con su mirada por el resto de mi cuerpo. Mi estomago latía y cuando su mirada se posó en el ligero vello púbico de mi vientre, separé las piernas ligeramente para ofrecerle la visión nítida sin obstáculos de mi rajita que se escondía entre los muslos.

DIARIO DE CARLOS

Aparté a Teresa, pero cuando me detuve, ella no lo hizo, vino directamente a mí. Su estómago tocó el mío; mi erección estaba presa entre nuestros vientres palpitantes. De la punta redonda y dura brotaban gotitas claras que se extendían aceitando nuestra piel, cálida y suave, su vello púbico me hacía cosquillas en las bolas. Puse mis manos sobre su trasero y la atraje más fuertemente contra mí, ella puso sus brazos alrededor de mi cuello. Teresa y yo nos quedamos así por unos momentos sin movernos, disfrutando la inmensa magia del contacto desnudo del cuerpo de dos hermanos. Éramos totalmente felices. Sentíamos nuestras carnes unidas, pegadas y ella comenzó a hacer esos círculos que hacen las hembras con sus caderas, abatiendo su pelvis sobre mi erección mientras sus senos, como dos deliciosos flanes se aplastaba y se separaban de mi pecho desnudo. El movimiento de su estómago contra el mío provocó que mis cocos subiesen en dureza y temperatura. Los sentía hervir. Después de unos segundos en los que el erotismo alcanzó sus cotas más altas, encontré su boca buscándola con la mía y la besé nuevamente.

TERESA

Me soltó y miro mis profundos ojos apasionados, para Carlos eran remolinos de deseo que extraían toda la lujuria que él era capaz de crear. Me llevó hasta la alfombra donde la tumbé de espaldas. Carlos se puso de rodillas entre mis piernas abiertas. La vista que gozó le impresionaba. Yo levanté mis brazos como invitándole a unirse a mí. Carlos, con infinita dulzura se tumbó sobre mí y me besó, una y otra vez. Pero esta vez el extremo redondo y amoratado de su erección llegó a colocarse justo entre los lados de mi tierna hendidura.

DIARIO DE CARLOS

Moví mis caderas frotándome contra aquel divino pubis. La cabeza de mi erección entre los labios exteriores de mi hermana mayor. No podía creerlo. Sus ojos se encendieron brevemente y luego los cerró. Jugó a mover levemente sus caderas y sentí mi erección deslizándose a lo largo de los lados suaves y calientes de su abertura. Mi hermana se la colocó mejor entre las rosadas carnes de su intimidad, para que resbalase adecuadamente, rozando el puto, el botón hinchado de su placer. Todo estaba tan mojado que era casi como tenerla dentro. Ella me abrazó fuertemente, temblando de excitación y yo flexioné mi trasero, frisando lentamente, sabiendo donde estaba exactamente su abertura, pero respetando aquella puerta prohibida. Sabía que mi hermana no era virgen, que ya lo había hecho con su novio, mi tocayo Carlos. Pero era una promesa, un juego, tan solo un juego y aquel era el límite que sabíamos respetar. Teresa abrió los ojos y logró decir:

TERESA

– ¿Has penetrado a alguna chica por detrás? –Le dije a Carlos

¡Joder! Casi se desmaya. Su hermana estaba haciendo mención al ano.

–Nunca me ha dejado hacerlo ninguna de las pocas chicas con las que he mantenido sexo. Y soy sincero, jamás me había atrevido a pedirlo – confesó mi hermano.

Nuestros papás estaban fuera. Estábamos totalmente solos en casa.

–Lámelo –le dije sin pensarlo. Él se incorporó sobre sus rodillas. Asió mis piernas por las corvas y las elevó con su gran fuerza, dejando mi culo a dos palmos de la alfombra. Después me abrió al máximo, provocando la separación de mis glúteos. Me miró detenidamente.

–Dios mío Tere, ¡qué hermosa eres! ¿De verdad quieres… que…?

Asentí con la mirada y Carlos se encorvó hasta que su boca estuvo a milímetros de mis nalgas. Me dobló el cuerpo, llevando mis rodillas a tocar mis hombros. Ahora sí que estaba abierta del todo. Oí como escupía. Sentí su saliva golpear mi rajita y mi agujerito y luego llegó su lengua. Lamió sin prisas, se podría decir que degustando, paladeando por primera vez mi tierno arete.

DIARIO DE CARLOS

Cuando le abrí las piernas y se las doble sobre el pecho el espectáculo era lo más deliciosamente pornográfico que habían visto mis ojos. Estaba increíble y bellamente obscena. Escupí en su culo y lo lamí.

–Relájate –Le dije –no hagas fuerza. Lo tienes demasiado tenso. Relájalo Tere.

Ella asintió y seguí lamiendo, jugando con la punta de mi lengua, degustando el sabor de aquel esfínter celestial. De su rajita llegaban gotas que pensé aprovechar. Separé la lengua y con su propio flujo, unté mi dedo anular entre los labios, que no dejaban de brotar.

–Incorpórate Tere. Ponte como una perrita –dije arrepintiéndome en aquel mismo momento.

– ¡Cómo te gusta llamarme perrita!- bromeó mientras cambiaba de postura y apoyaba su cuerpo sobre las manos y las rodillas. Quedó dispuesta, ofreciéndose a mis tremendas ganas. Indefensa

Amasé sus tetas con una mano mientras con la otra viajé entre las nalgas. Estaba empapada. Mi anular volvió a su sitio, al ojo tierno y ensalivado. Le repetí que relajara, que no hiciera fuerzas y mi dedo entró sin dificultad hasta la mitad. Me moría de ganas por saber si le estaba gustando, porque ella estaba totalmente en silencio. Amasando su pezoncito duro con mi otra mano le pregunté:

– ¿No te duele?

TERESA

–No mi amor –respondí. –Todo lo contrario. Nunca pensé que en ese sitio se pudiese sentir tanto placer. Mételo más, me encanta sentirte. Pero ven aquí, acércame lo tuyo, acércamela a la boca. Quiero lamerte a la vez.

Anduvo con sus rodillas hasta mi costado, sin sacarme el dedo del hueco estrecho. En cuanto estuvo a mi alcance lamí con mi lengua la erección tremenda que soportaba mi hermano. Sus venas dibujaban los surcos de un árbol que latía rítmicamente mientras mi lengua lo acariciaba. Luego lo encajé en los labios de mi boquita y lo succioné. Carlos sufría espasmos cando succionaba fuerte. Me encantaba. Y más sintiendo su dedo penetrarme del todo y comenzar a entrar y salir. Me propuse hacer con mi boca lo que mi hermano hiciera en mi ojito trasero. Si Carlos metía un poquito, yo tragaba un poquito y si el frotaba el exterior yo lamía la cabeza fuera de mi boca. Aceleró su dedito y yo aceleré mi vaivén. Carlos probó a rotar el dedo dentro y yo subí una mano, agarre el leño por la base, y roté lo que tenía dentro de la boca alrededor de las paredes y los dientes.

–Ahora te meteré dos dedos –dijo como con timidez, como pidiendo permiso.

–Prueba con cuidado a meterme tres–le propuse ante su sorpresa. Quería sentirme llena de sus dedos.

–No sigas con la boca Tere, por favor –Me suplicó sacándola de repente. –Si me dejas me gustaría terminar dentro de ti pero por detrás –dijo mientras los tres dedos comenzaba a presionar. Le hice caso. Dejé de lamerle y el bastón ce Carlos quedó fingiendo las contracciones de un orgasmo. Baboso, rojo, durísimo.

Un pequeño quejido de dolor hizo que mi hermano parase inmediatamente.

–No pares cielo. Tú sigue, me gusta aunque me duela.

Lo consiguió sin demasiada demora, meter tres de sus dedos hasta la mitad de las falanges en mi arete. Luego abrió mis rodillas, me hizo bajar la cadera y se colocó creyendo soñar, sin estar seguro de que todo aquello estuviese sucediendo de verdad. Yo sentí la cabeza de su erección en el lugar donde habían estado sus dedos.

– ¿De verdad quieres? No estoy seguro de esto, puedo terminar con la mano –volvió a indagar Carlos dubitativo.

–Métemela, hazlo mi amor. Jamás me habían dado por culo. Jamás había jugado, ni siquiera con un dedo o con algún objeto a penetrar mi esfínter, pero el pene de mi hermano lo gocé como si me hubiese penetrado mi rajita, tal vez más, porque se sentía mucho más prieto el contacto.

–Los dos a la vez Tere, por favor. Vamos a terminar a la vez. Me encantaría –dijo mientras comenzaba a meterla lentamente, viéndola desaparecer en el interior del ano blanco y jugoso – ¿Te queda mucho?

Mi orgasmo estaba retenido desde hacía tiempo. Sólo necesitaba concentrarme en lo que estaba pasando allí. –Dale ya estoy –le dije.

No pudo dar más de tres o cuatro viajes el pobre antes de encalarme por dentro. Yo tan solo tuve que pellizcarme un pezón y llevarme la mano después para tocar sus testículos y comprobar que el leño de mi hermanito estaba dentro de mi culo. Sostuve las yema de mi dedo anular contra el clítoris y sentí el paraíso llegar en forma de éxtasis mientras él vaciaba su gozo metido totalmente en mi interior.

A partir de aquel “incidente” y a pesar de nuestra juventud, sin saber por qué, Carlos y yo comenzamos a llevar una relación casi matrimonial. Tal vez por imitación a nuestros padres.

Buscábamos algo más en nuestros juegos que lo que buscan los hermanos de nuestra edad. Coqueteaba descaradamente con mi hermanito. Aprendimos rápidamente a como andar a tientas en la oscuridad de nuestros respectivos dormitorios, evitando ser descubiertos por los papis. Carlos se metía clandestinamente en mi cama algunas noches, cuando ya oíamos a papá y a mamá roncar. El tercer día después de Carlos descubriese las delicias traseras de mi agujerito, yo me mostré especialmente caliente y agresiva. Carlos venía por el pasillo. Y yo me había metido en su habitación. Le llamé para que entrase. Mamá estaba en la cocina y papá trabajando. Me tumbé sobre la cama y me levanté la falda. No llevaba bragas. Lo hice tan rápido que a Carlos casi no le dio tiempo a reaccionar.

– ¿Qué haces Tere? ¡Por Dios! ¡Mamá está abajo! –dijo haciendo ademán de darse la vuelta y salir corriendo. Pero pronto le tenía tumbado sobre mí, con su herramienta encajada entre mis muslos y sintiendo el roce de su leño entre los labios verticales. Se fue como un bendito en menos de dos minutos, sobre la toalla que yo había previsto sobre el edredón.

Exactamente igual lo repetimos en mi habitación, con Salomé mirando como una boba. Preguntando que qué era lo que hacíamos, casi asustada. Yo la dejé tocar a nuestro hermano cuando más tieso estaba y después le dije que lamiese de la morcilla de nuestro hermanito las gotas que le habían quedado resbalando. Ella dudó, pero al final lamio el semen cachonda perdida y eso la apaciguó. Carlos y yo comunicamos solemnemente a Salomé que ella era ya parte de nuestro gran secreto. Aceptó como un gran honor que sus hermanos mayores la incluyeran en semejante confabulación. Le ilusionó que no la diésemos de lado y ser partícipe de nuestro juego oculto.

Seis días después nos dejaron solos con el encargo de yo vigilase a Salomé para que no la liase. Mamá tenía el aniversario de no sé qué graduación. Nos sentamos los tres en el sofá grande. Ambas premeditadamente a ambos lados, con Carlos en el centro. Le pusimos el famoso cojín para ocultar su paquete. Y muy lentamente, como los movimientos sigilosos de una gata, nuestras manos comenzaron a internarse bajo el cojín y jugaron a rozar primero, y despertar después. Más tarde sobar con descaro, apretar y menear su crecimiento. Carlos tragaba saliva. Sus dos hermanas estaban manipulando la hinchazón de su leño sobre los pantalones. Disimulaban mirando hacia el televisor, incluso comentando los detalles del programa, como si la cosa no fuera con ellas, cada una con la mano que le pillaba más cerca. Sin mirarle a él, como si no estuviese pasando nada. Porque precisamente el juego consistía en eso, en que Carlos mirase la televisión y no se le notase lo que le hacíamos Salomé y yo. Sin quitarle el pantalón, tocamos sobre la tela, con el morbo que eso tiene. Amasamos los testículos del pobre Carlos al que ya teníamos seco.

Días después nos dimos cuenta de que Carlos no paraba quieto. Le tenían trastornado nuestros juegos, no podía concentrarse en nada. Estaba enviciado con aquellos recreos clandestinos a espaldas de papá y mamá. Sus sentidos se encontraban permanentemente despiertos como los de un tigre, sus sentidos alerta siempre, enfebrecidos. Una noche, como a las dos de la mañana le despertamos después de entrar en su cuarto con extremo sigilo, con los pies descalzos sobre la alfombra. Di un par de toques en su hombro. Antes de que contestase chiste silencio y le susurré:

–Cierra los ojos hasta que te diga que los abras. Me hizo caso.

Le pusimos de pie, junto a su cama.

–No los abras –dijo Salomé. Ambas nos pusimos frene a él. Nos oía respirar pesadamente por la excitación y percibía nuestro aroma, ligero pero embriagador.

–Ahora puedes abrirlos –dijo Salomé.

– ¿Otro juego? –Preguntó el pobre sin salir de su asombro. Ambas reímos en silencio, no podíamos despertar a los papás.

–Sí, otro juego –Dije. –Consiste en que no te muevas. Eres una estatua.

Carlos asintió con la cabeza. Yo llevaba una bata blanca. Salomé estaba desnuda, tan solo con su tanguita. Empujé a nuestra hermana pequeña hacia su cuerpo. Las manos de Salomé recorrieron la piel de Carlos desde los hombros hasta las caderas y luego cayeron lentamente rozando el instrumento creciente sobre el slip hasta llegar a la unión de sus muslos, donde el paquete cambiaba de forma recta a dos formas redondas. El tejido de mi camisón, del que no perdía ojo nuestro hermano, era transparente a excepción de los senos que estaban cubiertos por un tejido de encaje. Debajo llevaba bragas blancas diminutas y totalmente transparentes que no ocultaban mi vello. Mi pelo suelto y exuberante, enmarcando mi cara. Le sonreí mientras Salomé le decía:

– ¿No ves los pobres pezoncitos de tu hermanita? ¿No los vas a acariciar?

–Puedo. ¿No debo ser una estatua? El pobre estaba hecho un lío.

El slip de Carlos reflejó la rapidez con la que todo lo que ocultaba cambiaba de tamaño. Mis ojos brillaban conteniendo el aliento mientras mi hermano acariciaba las tetillas de nuestra hermana. Su erección comenzó a palpitar, nuestros corazones estaban acelerados. Allí, de pie, con nuestros padres durmiendo tan cerca.

DIARIO DE CARLOS

No podía creer que mis dos hermanitas fueran tan guarras. Mis testículos me dolían de haber estado erecto aquella tarde por culpa de Teresa una hora seguida. Mi tranca estaba atascada bajo los calzoncillos. Teresa retrocedió tres pasos para observarme pellizcar el pezón de Salomé, desnuda, tan solo con su tanga. Pero prefería mirar a Teresa bajo su camisoncito. Sus largos y suaves muslos, mucho más mujer que Salomé. Mis ojos recorrieron los suaves y tentadores contornos de mis hermanas mientras Salomé metía un dedo en mi ingle, bajo el elástico y corría el slip desnudando mis huevos.

Luego, casi con violencia tiró de la goma hacia abajo y dejo los slips en mis tobillos. Mi hermanita pequeña se detuvo mirándome extasiada. Mi erección se cimbreaba. En segundos me despojó definitivamente de mi ropa interior. Me acerqué más a Salomé, le rodeé la cintura con los brazos y la atraje hacia mí. Ella puso sus brazos alrededor mi cuello, sus pequeños senos daban un calor increíble a mi pecho, mi erección presionada contra su ombligo. Acaricié su melena rubia y corta. Ella dejó caer sus manos en mi trasero y me apretó fuerte, luego abrió una pierna y me rodeó con ella. Sentí su ingle cuando comenzó a flexionar sus caderas, frotándome con el tanga. Deslicé una mano entre nosotros por la parte delantera de la braga y busqué con deseo. Salomé no se negó. Estaba ardiente y tierna, toda ella, toda su rajita, y mis dedos se deslizaron fácilmente a lo largo de sus labios empapados del néctar que se escapaba. Su mejilla contra la mía, así que cuando mis dedos la acariciaron sentí un aliento fuerte, una bocanada de aire caliente en mi oreja.

TERESA

No imaginé que ver a Carlos y Salomé así me fuese a poner tan cachonda. Carlos comenzó a besar a mi hermanita en la boca justo cuando deslizaba un dedo dentro de ella. Salomé gimió en el beso y abrió más las piernas. Luego soltó a mi hermano el tiempo suficiente para tirar del diminuto tanga a través de sus piernecitas, se arrodillo y sacó la prenda por sus tobillos. Los pies de Salomé estaban desnudos. Carlos le pasó las manos por sus piernas, acarició los labios hinchados de su sexo joven mientras nuestra hermanita comenzaba a temblar agarrando a Carlos y acariciando sus musculosos brazos. El captó el aroma de su deseo, espeso, almizclado, excitante. Se le llenó la nariz de aquel embriagador perfume y aumentó aún más su erección. Mi hermano colocó la cabeza debajo y besó su vientre, justo en su ombligo. Salomé se estremeció y puso sus manos sobre la cabeza de Carlos, empujando, forzándole hacia su triángulo delicioso. Él cubrió el vello púbico de ella con su boca, luego la besó nuevamente y recibió otra sacudida en el cuerpecito de Salomé como recompensa. Puso sus labios sobre ella justo donde comenzaba su raja y la besó una y otra vez el montículo, la separación de los labios. Besos en los que la lengua salía juguetona y separaba los belfos. La besó con mimo pero con pasión. Salomé se puso de puntillas y arqueó la espalda forzando su pelvis contra la boca de nuestro hermano. Él llevó sus dedos hasta la rajita, Los abrió y lamió los labios.

Los dedos de Carlos la penetraron.

–Ten cuidado –dije yo. –Es virgen.

No sé cuánto tiempo la estuvo lamiendo. Mi aviso le había dado más ganas de su carne virginal. Y yo levanté mi camisón y colé mi mano bajo la braga par procurarme los cuidados que necesitaba. La lamió con los dedos entrando y saliendo tan solo un poquito. Pronto Salomé gemía.

Tuve miedo a que el ruido despertase a mis padres, así que me acerqué y chisté en su oreja. Luego junté mi boca con la de Salomé para evitar sus gritos e inicié un beso dulce y largo mientras Carlos la follaba con sus dedos. Su cuerpo se sacudió contra mi boca y la mano de nuestro hermano. Le había llegado un orgasmo, el primero con nosotros.

La recosté así, desnuda en la cama de Carlos y la tapé para que no se enfriase.