No hay dudas de que el cliente siempre tiene la razón, mi cliente me exigió demasiado pero no pude decirle que no
Mi trabajo es aburrido. Mucho. Tanto que últimamente los días se me hacen terriblemente eternos. Soy masajista en un centro pijo de la ciudad, donde todos combinamos con todos llevando un uniforme de tres piezas. Pantalon negro por debajo de la rodilla, camiseta de tirantes en color burdeos y chaqueta de manga corta combinando ambos colores con pequeños adornos. Siempre tenemos una lista de clientes fijos, es una manera de repartirnos el trabajo y saber como darle al cliente las mejores atenciones de acuerdo con sus gustos y peticiones.
Son las 10, pronto empezarán a venir los clientes y yo aún estoy medio dormida haciéndome una coleta. Con suerte hoy es el último día que vendré todo el día, a partir de mañana me tocara sólo de mañana. Atiendo a un chico y una chica, cuando una de mis compañeras me pide que vaya a hablar con nuestra jefa.
Eso no puede ser bueno por muchas razones, pero como no tengo otra voy. Me explica que una de mis compañeras se ha puesto enferma y que tendremos que cubrirla entre todas lo que resta de semana, por lo que sus clientes fijos pasan a repartirse, y por lo tanto adios a mis planes e ilusiones sobre el horario de por la tarde.
«Venga, es Martes, sólo son tres días más.» Me digo intentando autoconvencerme de que estoy bien. Pero no lo estoy. Yo tenía planes. Unos planes que consistian en tirarme en el sofá con una copa de ron en la mano y ponerme ciega viendo Netflix, pero eran MIS planes y me los han arrebatado.
Como de nada sirve quejarse hago de tripas corazón y voy hacía la recepcionista que tiene el libro de clientes y cada masajista asignada. Busco a mi compañera, sus clientes y veo que se me han adelantado por que está ya escrito abajo mi nombre y los que me tocan… suspiro por la poca sensibilidad de contarme las cosas. Es verdad que la confianza da asco, y los enchufes casi que también.
Son las 13:30 pasadas, y pronto empezaré a recoger para irme a comer, descansar y volver a las 16. Sin embargo alguien llama a mi puerta. La recepcionista con cara de «¡por qué debo darle yo la mala noticia!» me mira y empieza a hablar.
-Hay un hombre que tenía cita con Anna, y está aquí.
-Ya, pero es que no es mi cliente, este se lo quedaba Jessica. Habla con ella.
-Se ha ido hace 5 minutos, y tu eres la única que está ahora mismo libre y aqui.
-Libre no estoy por que estoy recogiendo para irme.
Me mira con cara de pena, a sabiendas de que me da lastima por que todas la tratan como un mono de feria como si ella tuviese la culpa de algo de lo que pasa aquí dentro. Así que con resignación cierro los ojos y suspiro. «Vale, que espere fuera y ahora le aviso».
Cuando abro la puerta me encuentro con una cara familiar, alguien que me he cruzado varias veces. Y con el que las palabras han sido más bien escasas. Alguien que está siempre en la cafeteria que hay de bajo de mi casa y aparte, es el cliente de mi compañera que está de baja, y que en el reparto de bienes «ja» le ha tocado a Jessica.
Me mira de arriba abajo y su mirada se me clava hasta los huesos haciéndome sentir …incómoda. Le pregunto que tipo de masajes le hace mi compañera y me interroga sobre por qué ella no está. El silencio es un poco incómodo, y estoy deseando que se pase la sesión cuanto antes.
La sala está más silenciosa de lo normal, me pide que baje más la persiana y deje la habitación un poco más oscura. Enciendo una lamparita pequeña que tenemos en la habitación. El ambiente está tenso, cargado, el aroma de los inciensos, por primera vez, me empiezan a molestar. Le tiendo la toalla y le enseño la puerta del baño para que se cambie. Cuando sale ya tengo todo preparado y le pido que se tumbe.
Boca bajo empiezo a pasar las manos por el cuello, bajando por la zona de su espalda hasta llegar a la cintura, donde dice que tiene algo de dolor. Tiene los músculos entumecidos y puedo notar varios nudos bajo los músuculos. Me echo aceite de sándalo en ambas manos y froto varias veces antes de colocarlas en sus hombros. Empiezo a ejercer presión, pasando los pulgares por la parte del cuello, subiendo, bajando, marcando los huesos con los dedos. Desplazo las palmas de las manos por su espalda, masajeo la zona despacio, ejerciendo presión en ciertas zonas donde más tensión acumulada noto. Me entretengo en su cintura un poco, veo que se remueve bocabajo sobre la camilla, pero sigo. Vuelvo a subir y para poder masajear mejor el cuello y las cervicales me coloco delante de él.
Apenas he posado mis manos en su cuello cuando siento las suyas agarrarse a mis piernas. Me quedo quieta, lo que por un instante le hace levantar la cabeza y mirarme. Su expresión fría no pasa desapercibida y vuelvo a mi trabajo.
Siento como sus manos vuelven a moverse, subiendo por mis muslos y parando justo antes de llegar a mi culo. Siento un escalofrio. Esto no es algo habitual, pero ya me comentó mi compañera que alguno de sus clientes eran un tanto raros, así que continúo a lo mío sin darle más vueltas al tema.
Me agarra, me aprieta y siento sus dedos clavarse en mi piel como si atravesara la tela. Trago saliva, estoy nerviosa. Le pido que se de la vuelta para finalizar la sesión. Cuando lo hace no puedo evitar llevar mis ojos hasta su erección, que levanta parte de la toalla.
El momento es incómodo y realmente la tensión sexual rebosa en el ambiente. Aunque no es nada raro que algunos de los clientes tengan una erección, no me parece una situación común. No puedo dejar de mirar mientras siento como mi cara se empieza a calentar.
Intento terminar lo más rápido posible, pero se me hace eterno. Cuando acabo carraspeo y le digo que ya puede vestirse. Para mi sorpresa lo hace delante de mi, así que me doy la vuelta y evito el contacto visual. Pero la curiosidad me puede y por el rabillo del ojo miro como se viste y creo que se percata de mi por la sonrisa satisfactoria de su cara.
Esa tarde en casa no podía dejar de darle vueltas. Nunca me ha pasado nada así con ningún cliente, pero aunque incómodo no me ha molestado, más bien todo lo contrario. Me pongo algo decente y bajo a la cafetería con la curiosidad de si estará ahí como otras veces. He terminado de comer y apenas tengo tiempo de tomarme un café y volver al trabajo.
Lo vuelvo a ver, incluso esta vez me sorprende hablando un poco más, aunque sigue siendo el mismo sieso que me ha parecido siempre. Me invita a un café y tras hablar un poco del trabajo me mira a los ojos fijamente y sus palabras me dejan sin saber que decir.
¿Te ha gustado lo que has visto? – sonrie satisfecho al notar mi cara poniéndose colorada. – No parecías muy disgustada.
Yo… – Tragué saliva y removí mi café antes de dar un trago. – Me tengo que ir a trabajar, entro ya mismo.
¿Haces el turno de Anna?
No. Todos hacemos su turno, esta mañana te tocaba otra masajista, no yo.
Bueno, no tengo queja de la que me ha tocado.
Si había un momento para salir huyendo o evaporarse era ese. Por que no sabía donde meterme con la verguenza que estaba pasando. Así que cogí, con la mirada tan firme como podía y me levante, le di las gracias y me fui. No sin antes hacer un poco el ridículo al levantarme de la silla y dejar unos segundo mis bragas al descubierto. Que como no, seguro las habría visto.
No miré atrás para comprobarlo y me largué a trabajar. En el centro me puse el uniforme y me puse al lío otra vez, sin dejar de pensar en ese tío. Lo cual era ridículo por donde lo mirara. Lo he visto muchas veces, que más daba. «Precisamente por eso». Estaba ahogándome en un vaso de agua, después de eso ya no iba a ser su masajista más por que estaba Jessica y Anna.
Al día siguiente la chica de recepción me avisó que tenía un cliente nuevo interesado en que le atendiese yo. No le pregunté el nombre y me fui a mi salita a esperar que entrara el que tocaba. Cuando acabé con la chica que tenía a primera hora llamaron a la puerta y con un «pasa» veo entrar al tío que me tenía desde el día anterior un poco tensa.
-Hola… Jessica está al final del pasillo.
-Hola. – Entró y cerró la puerta. – Mi masajista eres tu.
-No. A ver… yo ayer sustituí a Jessica que a su vez sustituía a Anna y…
-Ya, pero he pedido que me atiendas tu.
-Anna es muy buena y Jessica también
-Pero me han gustado tus manos. – Trague saliva y miré al suelo. – Así que he pedido que me pongan contigo. ¿Algún inconveniente?
No. ¿Pero no te atendí ayer?
Tengo mucho estrés acumulado.
Y mi mente perversa hizo de ese comentario algo muy sucio.
Se desnudó y se puso la toalla, pero no se apartó de alli. Tuve que hacer grandes esfuerzos por no mirar. Esto era de locos, surrealista totalmente.
Se tumbó en la camilla con la postura del día anterior y repetimos el proceso. Intentaba evitar ponerme delante de él para no llegar al punto del día anterior, pero parece que eso no fue impedimento para agarrarme la pierna y acariciarme de arriba abajo, apretando en el agarre.
Sentía un nudo en el pecho, una sensación que bajaba por mi estómago hasta mi vientre y colándose entre mis piernas en lo mas profundo de mi. Cerré los ojos mientras mis manos empapadas en aceite acariciaban su espalda. Quise quitar de mi cabeza lo que el ambiente, sus manos y mi tacto estaban recreando en ella. Todo era demasiado intenso, demasiado extraño y eso lo hacía cada vez más morboso, por su rareza.
Creo recordar que en algún momento le pregunté que hacía, pero no obtuve respuesta, seguía acariciándome y cada vez me hacía evadirme más de la realidad, despertando curiosidades y sensaciones que me estaban afectando de una manera íntima.
Las piernas parecían temblarme, la voz casi no me salía y aunque me aclaré la garganta no podía oírme.
Me aparté, intentando que pillara la indirecta ¿pero quería yo que la pillara?, seguramente me estaba volviendo loca, pero mis instintos me decían una cosa y la cabeza otra. Mi cuerpo, sin embargo, era más directo y su manera de decirme que me estaba excitando y gustando aquello era mojando mis bragas.
Me puse delante de él, con mi entrepierna pegada a su cabeza. Tan cerca y en este ambiente hacía que me imaginara todo tipo de cosas, y ninguna era la de masajista y cliente.
Quizás temblaba o quizás era lo que ansiaba hacer, temblar bajo su boca mientras agarraba su cabeza así, en esta postura. Intentaba no pensar y evadirme en el trabajo pero era algo imposible. Más aún cuando ambas manos me agarraron los muslos y fueron ascendiendo por encima de la ropa. Me pareció escuchar un «preferiría ese vestidito de ayer». Trague saliva y seguía masajeando como podía, aunque ya era tarde… mi cabeza estaba en otra parte distinta a mis manos, y la razón empezaba a disiparse dejando paso a la perversión de mi cabeza.
Le pedí que se diera la vuelta para terminar. Lo hizo y no me sorprendió ver su erección como el día anterior, la misma que no podía dejar de mirar por mas que quería apartar la vista.
Cuando puse las manos en su pecho su mano derecha me agarró el culo, acercándome un poco más a la camilla y dándome un sobresalto. Cerré los ojos y respire hondo hasta que me encontré con «ánimo» de mirarlo y dirigirme a él.
Soy yo la que da el masaje, tu debes mantener las manos quietas. – sonreía y me miraba de arriba a bajo. – Para o tendré que dar por terminada la sesión. Hoy y cada día.
Creo que esto no le terminó de convencer, por que se levanto casi sin darme tiempo a nada, cayendo su toalla al suelo y agarrándome de la cintura pegándome a él. Logicamente noté su erección en mi barriga y un hormigueo que empezaba a subir entre mis muslos.
Con mis manos sobre sus hombros hice un vago esfuerzo por que me soltara. Eso de que no quería no me lo creía ni yo, pero esta locura tan surrealista tendría que quedar ahí.
Si me pillaban con un cliente acabaría en la calle… aunque si no se enteraran sería una bonita experiencia que contar. ¿Enserio estoy planteando esta situación?
Me volvió a la realidad, no sólo el hecho de tener a un tío desnudo pegado a mi cuerpo y con una erección que me podría partir por la mitad, sino que me agarró del pelo, tirando, y exponiendo mi cuello a él.
Aspiró mi olor y notaba su respiración acelerarse en mi piel, casi tanto como seguro notaba la mia.
Me puso contra la pared y me quitó la chaqueta, con vagos esfuerzos por mi parte de negarme, claro. Le dejé hacer y deshacer, mejor dicho desnudar, lo que quiso. Bajó los tirantes de la camiseta, y me sorprendió con mordiscos y lametones, no con los tipicos besitos románticos.
La situación se iba alejando cada vez más de la realidad, y a su vez mi mente se iba alejando más de lo que estaba bien y lo que no.
Se acercó a mi oído mientras enrollaba la camiseta con sus manos y tiraba de ella. «Ahora me toca a mi masajearte a ti». Apreté los muslos intentando controlar las palpitaciones que sentía entre las piernas. Se negaba. Metía su rodilla entre ellas para abrir un camino que poco despues iba a recorrer.
Me quitó el sujetador, bajó su cabeza hasta mis pechos, cogio uno con la boca y con la otra mano masajeaba el otro. Sus dientes rozaban mis pezones duros y su lengua acariciaba la dureza que me levantaba escalofrios y cierta presión en la parte baja del vientre.
Enredé mis manos en su pelo, pegando tirones de algunos mechones y observándolo a través de mis gafas como me miraba a los ojos.
Soltó lo que tenía entre manos y bajo despacio, torturándome con cada caricia lenta y cargada de promesas de placer. Acarició mi entrepierna, y sonrió contra mi barriga cuando percibió mi humedad incluso a través de la ropa.
Volvió a bajar, ocupando el lugar donde estaba su mano con la boca. Mordió, y un ligero gemido se me escapó de la boca.
«shhhhh, ¿No quieres que nos escuchen, verdad?»
«Mierda», pensé mientras me mordía los labios, intentaba cerrar las piernas en un intento de alivio y apartaba la cara a un lado para evitar su mirada.
Agarró la cintura de mi pantalon y tiró de ella hacía abajo, llevándose las bragas con el y dejándome expuesta, mojada y excitada. Se puso de rodillas, agarró mis muslos y metió su cabeza entre ellos. Aparté la vista otra vez por unos segundos, y su respiración en mi entrepierna me hizo volver a mirarlo.
La escena era cuanto menos, erótica, desesperante, lasciva. Un escalofrío y una necesidad me invadían por completo, de arriba abajo, arrastrando el placer con su lengua, saboreando mi parte más íntima.
Tenía mis manos clavadas en su cabeza, inconscientemente lo apretaba contra mi y me movía despacio, cerrando los ojos, echando la cabeza hacía atrás todo lo que la pared me lo permitía. Me mordía el labio, casi podía notar la sangre que me estaba haciendo yo misma intentando que nadie escuchara mis gemidos ahogados.
«Más…» susurré hundiéndolo un poco más. Y como si obedeciera acarició mi entrada con un dedo, metiéndose lentamente en mi, con uno, con dos, hasta que volví a temblar y frenó en seco.
«No quiero que te corras. Aún no.» recordé algunas palabras como que el cliente siempre lleva razón. Mal momento para pensar en eso.
Se puso de pie dejándome así, completamente empapada y desorientada. Me miró lamiéndose los labios y pasando un dedo por mi boca. Sabía lo que quería y lo que iba hacer.
Puso la mano en mi cabeza y me empujo para que bajara, hasta estar de rodillas, delante de él, observando a través de mis gafas su cara, su mirada, su erección.
La agarré, acerqué mi boca y recorrí la suavidad de su piel con mis labios. Su mano en mi cabeza me presionaba, impaciente por meterse en mi boca. No le hice esperar, y lamiendo con la punta de mi lengua la metí hasta mi garganta. Agarró mi coleta y sus movimientos volvieron a tomar el control de la situación. Entraba y salía de mi boca cada vez con más fuerza. Miraba todo lo que la postura me permitía, pero lo suficiente para vez como su cara se desencajaba por el placer, como echaba la cabeza hacía atrás y cerrando los ojos, y al momento volvía a mirarme. La escena de su erección entrando y saliendo de mi boca era una imagen que sin duda alguna le estaba volviendo loco.
Por eso me sorprendió cuando me apartó, me lleví hasta la camilla y me puso contra ella, de espalda a él. Separó mis piernas, acarició mi sexo e introdujo dos dedos en mi interior. Su mano me presionaba la parte baja de la columna mientras la otra no dejaba de entrar y salir de mi. Parecía tener el control de mi cuerpo, saber cuando iba a correrme, por que en cada momento clave frenaba.
Durante unos segundos que parecían eternos no lo sentí pegado a mi, me di la vuelta y lo vi sacando un preservativo de su pantalón, se lo colocó y me empujó literalmente contra la camilla, en la misma postura que estaba. Agarró mis muslos y desde atrás me embistió, suavemente, abriéndose paso en mi interior mientras mi carne lo acogía con ganas. Sujetó mi coleta y la siguiente embestida fue dura, salvaje, animal, como las siguientes a ella.
Yo me apoyaba en la camilla con las manos, agarrando la sábana, pegando cada vez mas mi cara contra ella. Las gafas volaron. En alguna ocasión estiraba de mi pelo hacia él, dejando mi cuerpo completamente arqueado mientras entraba y salía de mi, embistiéndome sin control, con su otra mano en mi cintura, evitando que me despegara. Sólo soltaba mi coleta para pasar la mano por mi cuello y agarrarme, meter un dedo en mi boca o taparme para evitar que se escucharan mis gemidos de placer.
«Tenía curiosidad por ver como sería follarte» susurró en mi oído, acelerando mi pulso más aún si cabía. «Espero que las siguientes sesiones mantengan el liston así o mejor». Las palabras, la rudeza, lo animal que estaba siendo con sus movimientos en mi interior, me estaba volviendo completamente loca y dejándome sin posibilidad de pensar en nada que no fuera correrme con él dentro de mi.
Salía, rozaba su erección empapada por mi y me la restregaba por mi sexo para volver a meterla de un empujón. No podía soportarlo más, las piernas me temblaban, las manos me dolían, y necesitaba correrme de una puta vez.
Como si lo supiera puso una mano en mi boca y la otra entre mis piernas y mientras me silenciaba y me penetraba, me estimulaba la zona más íntima y sensible de mi cuerpo. Me corrí, sintiendo oleadas de placer por mi cuerpo, recoriendo cada nervio, cada músculo… Sin darme cuenta clavé mis dientes en su mano y eso aceleró sus movimientos más aún hasta que terminó en mi interior. Podía sentir a través del latex como su semen caliente se liberaba, aflojando los movimientos y dejando su peso caer poco a poco sobre el mio.
Ahora la cuestión era en como iba a mirarle a la cara a él o como iba a ser su masajista. Desde luego había dejado de ser un trabajo aburrido.