No lo puedo negar, quiero la polla de mi papá, necesito sentirla adentro mío, en mi boca, disfrutarla completamente
Me llamo Silvia. Estoy tecleando en mi trabajo un informe que me han encargado. Pero a la vez, mi mente está en otra parte. Me gustaría que esa polla de mi padre que se ha quedado en casa apareciera sobre mi hombro y poderla besar, mientras sigo trabajando. Continuar con mi informe y sentir que mientras la polla crecía al contacto con mi lengua, sus manos bajaban por mi escote hasta llegar a mis pezones. Cierro los ojos y sigo escribiendo. Pese a mi corta edad, soy una buena mecanógrafa y puedo redactar a ciegas. Igual que lo haría si papá, desde atrás, me obligara a tragar su polla, ya endurecida y enorme. Levanto mi trasero unos centímetros, imaginando que papá se sentaría donde estoy, conmigo encima, y me follaría mientras voy terminando el documento, agarrándome de mis dos tetorras, que son suyas, y clavándome los dientes en el cuello. Inclino un poco la cabeza a un lado, envío a imprimir el trabajo y vuelvo a cerrar los ojos mientras siento la presencia de papá en toda mi piel, bajo la ropa.
Llego a casa y saludo a mi padre. Voy a mi habitación a cambiarme, y me desnudo deseando que entre y me fuerce, que me agarre fuerte del pelo, que me azote con rabia. Introduzco mi mano en mi coño y la saco empapada. Lamo mis fluidos y me pongo la ropa de casa, la gastada, la que le gusta a papá.
Comemos juntos y me pregunta por mi nuevo trabajo, el primero de mi vida. Le digo que está todo bien, que le estoy muy agradecida por proporcionármelo. Apoyo mi mano sobre la mesa, esperando que papá me la coja, que me estremezca con el roce de su palma, que me apriete hasta hacerme daño. Él sigue comiendo, mirando de reojo mi escote. Recojo los platos, rozándole con mi cuerpo recién formado, contorsionándome para que tenga las mejores vistas, sonriéndole con la más preciosa de mis miradas inocentes.
Papi tiene calor, me lo dice, le seco el sudor de la frente, ofreciéndole mis grandes tetas en todo su esplendor, mecidas por mi respiración apasionada. Permanezco así unos segundos, detenida en el tiempo, con mis párpados caídos, mi escote abierto, mi coño ardiendo, mi cuerpo a centímetros del suyo. Imagino mis pezones, tan endurecidos, entre sus dientes; mi clítoris, a reventar, entre sus dedos expertos; veo de reojo su erección, y mamá entra en casa.
Me retiro a mi cuarto. Mamá se llama como yo, Silvia. Papá grita nuestro nombre en su dormitorio, mientras le echa un polvo de bienvenida y yo me masturbo con furia, soñando con la posibilidad de que en realidad esté gritando por mí, por mi cuerpo tan indecente, tan suyo, tan necesitado de ser poseído por él. Después del polvo, discuten. Lo oigo todo. Mamá se va, enfadada. Me acerco a papi, le abrazo. Le digo que no se preocupe, que me tiene a mí. El contacto conmigo vuelve a ponérsela dura, le consuela, le calma.
Papá me mira directamente a las tetas. Yo le sonrío y me las acaricio sobre la ropita. Me dice que deje de bromear con eso, que no es de piedra, que acabará violándome un día. Me río y le doy un besito en la mejilla, junto a la boca. Mamá llama por teléfono: no piensa volver.
Vuelvo a mi habitación. Pienso que he ido demasiado lejos acariciándome las tetorras: es cierto que papá no es de piedra. Tan cierto que entra y me fuerza, me agarra fuerte del pelo, me azota con rabia. Mi coño está empapado cuando lo rompe empujando su polla fuera de sí, mientras grita mi nombre. Luego se retira, diciéndome antes que al día siguiente nos veremos en su empresa, donde trabajo.
Sueño toda la noche con que por fin soy suya, con que papá me va a tratar como merezco, con que la realidad se acomode a mi deseo, a mi necesidad de estar a sus pies, de servirle en todo lo que necesite, de darle mi alma y mi cuerpo hasta el límite.
Estoy tecleando en mi trabajo un nuevo informe. Y a la vez, estoy ocupada en otra cosa. Papá pone su polla sobre mi hombro y la beso, mientras sigo trabajando. Continúo con mi informe y siento que mientras, la polla crece al contacto con mi lengua y sus manos bajan por mi escote hasta llegar a mis pezones. Cierro los ojos y sigo escribiendo. Pese a mi corta edad, soy una buena mecanógrafa y puedo redactar a ciegas. Lo hago mientras papá, desde atrás, me obliga a tragar su polla, ya endurecida y enorme. Levanto mi trasero, y papá se sienta donde estoy, conmigo encima, y me folla mientras voy terminando el documento, agarrándome de mis dos tetorras, que son suyas, y clavándome los dientes en el cuello. Inclino un poco la cabeza a un lado para que lo haga más profundamente, envío a imprimir el trabajo y vuelvo a cerrar los ojos mientras siento las manos de papá recorriendo toda mi piel, bajo la ropa.
Vuelvo a casa con papá. En cuanto entramos, me desnuda sin contemplaciones. Me tiene permanentemente mojada. Mientras comemos, apoyo mi mano sobre la mesa, y papá me la coge, haciéndome estremecer con el roce de su palma, apretándome hasta hacerme daño. Él sigue comiendo, mirando como un cazador mis enormes tetas desnudas. Recojo los platos, rozándole con mi cuerpo recién formado, contorsionándome para que tenga las mejores vistas, sonriéndole con la más viciosa de mis miradas inocentes.
Papi me quiere a su lado, me lo dice, le lamo el sudor de la frente, ofreciéndole mis grandes tetas en todo su esplendor, mecidas por mi respiración apasionada. Permanezco así unos segundos, detenida en el tiempo, con mis párpados caídos, mis tetas en su cara, mi coño ardiendo, mi cuerpo a centímetros del suyo. Siento mis pezones endurecidos atenazados entre sus dientes; mi clítoris, a reventar, entre sus dedos expertos; veo de reojo su erección, y me arrodillo a chupársela. Mamá entra en casa.
Me retiro a mi cuarto sin que ella se percate de lo que estábamos haciendo. Papá grita nuestro nombre en su dormitorio, mientras le echa un polvo de reconciliación y yo me masturbo con furia, sabiendo que está gritando por mí, por mi cuerpo tan indecente, tan suyo, tan poseído por él ya. Después del polvo, vuelven a discutir. Lo oigo todo de nuevo. Mamá se va otra vez, enfadada. Me acerco a papi, le abrazo. Le repito que no se preocupe, que me tiene a mí. El contacto conmigo vuelve a ponérsela dura, le consuela, le calma.
Papá me mira directamente a las tetas. Yo le sonrío y me las acaricio, agarrando los pezones y ofreciéndoselas. Nos damos un beso apasionado, mordiéndonos las bocas. Mamá llama por teléfono: insiste en que no piensa volver.
Me quedo con papi en su dormitorio, follando toda la tarde. Por fin soy suya y papá me trata como merezco, la realidad ya se acomoda a mi deseo, a mi necesidad de estar a sus pies, de servirle en todo lo que necesite, de darle mi alma y mi cuerpo hasta el límite.