No me pude contener y me confesé con mi mejor amigo
No soy más que un pedazo de mierda, y lo acepto. Soy Carlos, tengo 43 años, 15 de los cuales he estado casado con mi única esposa, el amor de mi vida. Soy afortunado de tener tantos amigos, algunos de ellos muy queridos y cercanos, como es el caso de José, a quien conozco desde hace más 20 años, y a quien acabo de convertir en un pobre cornudo hace poco más de un mes. Esta confesión es para ti, amigo:
Sabes que te conozco desde hace muchos años, que estaba en la misma fiesta cuando conociste a Ana y, aunque ambos nos sentimos atraídos por ella en ese momento, acordamos que serías tú el que la cortejara, pues como me lo dijiste esa noche: Esa mujer tenía que ser para ti.
Nunca nos dejamos de frecuentar y tanto Ana como mi mujer se volvieron muy buenas amigas también. Sinceramente eso también me duele mucho.
Obviamente no es su culpa, pero entiéndeme un poco, tu mujer en el último año se ha puesto con dietas y ejercicio, se ha puesto muy atractiva, y claro, todos cuando rozamos los cuarenta años y nos vemos aun bien, queremos presumirlo, así que esos vestiditos y ropa ajustada que viste últimamente hicieron que llamara mi atención.
¿Recuerdas la reunión del cumpleaños de Armando? Bueno, pues ese día tu mujer llevaba un vestidito corto, porque hacía mucho calor lo supongo. Fue ese día cuando la vi por primera vez con otros ojos: Se levantaba y el vestido se le quedaba pegado entre las nalgas; entiendo que eso no tiene mucho de sensual, pero a mi me parecía en ese momento, incluso me hice en mi mente la imagen de tu mujer en ropa interior en base a los elásticos de la pantie que se le marcaban en el vestido, recuerdo que los imaginé en color blanco y con encajes.
¿El escote del vestido lo recuerdas? Porque yo si, incluso se me quedó grabado en la memoria varios días. Llevaba un bra en color blanco, tan delgado que le transparentaba sus rosados pezones, y lo se porqué cada vez que iba a la hielera a sacar una cerveza yo me movía de lugar para encender un cigarrillo y poder ver cuando se inclinaba.
En resumen: No me la saqué de la cabeza durante un par de semanas, y cada vez que pensaba en ella era peor.
¿Que cómo sucedió? Realmente no tiene mucha ciencia la respuesta: Simplemente se lo propuse.
Salí una tarde de mi oficina y en vez de ir a casa manejé hasta la tuya, sabiendo que tu estabas de viaje y que tus hijos estaban en el futbol hasta las 9 de la noche. Toqué el timbre y me abrió Ana; sin el más mínimo dejo de sensualidad, vestida en un short holgado y una playera que le llegaba casi hasta la entrepierna, pero como yo había pensado en ella todo el camino, el solo verla me hizo casi tener una erección ahí mismo.
Me saludó con la normalidad de siempre y me preguntó qué hacía ahí, pues tu estabas de viaje. Yo me hice el sorprendido, me reí, me definí a mi mismo como un idiota, y le pedí el baño para poder entrar a tu casa. No había mucho tiempo, eran las 7 de la tarde.
Me ofreció agua y la acepté, caminando detrás de ella hasta la cocina. Y cuando estuvimos ahí simplemente se lo propuse. No recuerdo qué palabras usé, no recuerdo si dije: sexo, coger, o hacer el amor, estaba muy nervioso, solo recuerdo que ella se quedó helada con el vaso de agua en la mano por muchos segundos.
No amigo, ella nunca dijo abiertamente “Si”, pero dejó el vaso en el fregadero y se acercó a mi. Se acercó mucho. ¿Qué hubieras hecho tú si una mujer viene y pone su boca a 5 centímetros de la tuya después de que le propones algo?
La tomé de los brazos y la acaricié hasta terminar en su cintura. Ella nunca quitó su mirada de mis ojos, no sabía si me estaba retando para ver hasta donde llegaba o deseaba lo mismo que yo, pero una vez más, no necesité escuchar una palabra para saberlo.
Ana puso sus manos en mi pecho y comenzó a acariciarme hacia abajo muy lentamente. Para ese momento ya había quitado su mirada de mis ojos y la había puesto sobre mi cuerpo; el mismo cuerpo que ahí mismo en tu cocina comenzó a reconocer con suaves caricias, primero en mi pecho y abdomen, luego en mi cintura y poco a poco rozando algunas partes prohibidas como mis nalgas y luego pasando muy cerca de mi paquete; que no te lo voy a negar, en ese momento comenzó a crecer y se marcó claramente en el pantalón de vestir color gris que llevaba aquel día.
Tu mujer lo notó, y creo que en ese momento se dio cuenta de que aquello no era un juego, pues se detuvo a verlo un buen rato sin mover las manos.
En ese momento me di cuenta que Ana no llevaba bra, pues sus pezones comenzaron a notarse endurecidos a través de la vieja playera que llevaba. La de la Universidad de Texas ¿recuerdas? Esa que tu le trajiste en alguno de tus viajes.
Tú mejor que nadie sabes cuanto pueden llamar la atención esos pezones, y yo no fui la excepción, así que simplemente estiré mis manos y puse cada una de ellas sobre cada una de sus tetas. Tal vez para ti ya es algo normal, pero para mi el sentir sus duros pezones en la palma de mi mano mientras le apretaba las tetas con suavidad fue algo maravilloso.
Creo que en ese momento perdió el control Ana, pues comenzó a respirar más rápido, y todavía sin decir una sola palabra, llevó una de sus manos hasta mi entrepierna y simplemente la puso ahí, con los dedos en mis bolas y mi verga erecta pegada a la palma de su mano y su muñeca.
Dejé de acariciar sus tetas y llevé mis manos hasta su cintura tomando su playera de la base y comenzando a subirla muy despacio, como pidiéndole permiso para sacársela de encima. No amigo, ella no opuso resistencia, levantó sus brazos y me permitió despojarla de la vieja playera para observar en plenitud sus tetas dar un ligero rebote cuando bajó los brazos.
No me aguanté y me fui sobre ellas, no con las manos, sino con mi boca, y me las comí durante varios minutos mientras ella me tomaba del cabello y empujaba mi cabeza hacia su pecho. Tenían un ligero sabor a talco, como si hubiera tomado un baño hacía poco tiempo, pero supongo que terminé de engullir el polvo muy pronto, pues no tardé mucho en comenzar a disfrutar del sabor de su piel combinado con mi saliva que ya cubría la totalidad de su pecho.
Mientras las comía hacía esfuerzos por sacarle el short. En un inicio se resistió un poco, pero después me dejó.
Contrario al día de la fiesta de Armando donde recordaba la forma de sus interiores, ese día no llevaba nada debajo del short. Tal vez eso es normal para ti, pero a mi me pareció excesivamente sensual tumbarle el short y sentir al desnudo sus nalgas, las cuales comencé a apretar y masajear mientras terminaba de comerle las tetas a media cocina.
Cuando me incorporé y me hice hacia atrás para verla, ella tenía una expresión que jamás le había visto. Me miraba con ojos “de susto”, pero al mismo tiempo jadeaba con una fuerza que no podía significar otra cosa que el disfrute de aquello.
¡Te envidio hermano! Cuando la tuve frente a mi, desnuda, no pude más que pensar en que si mi mujer se viera así me pasaría todo el día montado en ella.
No se si aquel día ella planeaba tener sexo contigo, o si siempre lo lleve así, pero tenía su rajita perfectamente depilada. Un par de labios saltones y humedecidos, rodeados de una piel más blanquecina que la del resto de su cuerpo, seguramente porque nunca le pega el sol en tan sagrada parte.
De pronto Ana salió de su letargo para darse cuenta que ella estaba completamente desnuda y yo ni la corbata me había aflojado. ¡Saltó encima de mi! Ni se molestó en soltarme la corbata o la camisa, sino que se fue directamente debajo de mi cintura, me soltó el cinturón, me desabrochó el pantalón y luego lo tomó junto con mi boxer y de un jalón lo mandó al piso.
Mi verga se reincorporó mirando al cielo después del jalón que el boxer le dio hacia abajo, y Ana se quedó mirándola por algunos segundos.
Tampoco dijo nada, no se si le pareció grande o chica, fea o bonita, simplemente la agarró con firmeza y le pegó 10 o 15 jalones rápidos como si quisiera que le aventara la leche encima, mientras hacía que mis bolas rebotaran de arriba abajo. Tal vez con la excitación que traía esos jalones hubieran bastado, pero la soltó a tiempo.
Esto no te va a gustar, yo lo sé, pero tu mujer la soltó para dejarse caer de rodillas en el piso de la cocina y, pues si… me la comió un buen rato.
No se cómo sea contigo, y tal vez esto te haga sentir menos mal, pero no estuvo ahí mucho tiempo, ni tampoco hizo muchas cosas con ella en la boca. Simplemente la lamía, luego se metía apenas la cabeza en la boca y con su mano le daba dos o tres jalones. Tal vez no quería que le soltara la leche, o tal vez no es algo que le agrade hacer; sin embargo no te puedo negar que voltear hacia abajo y ver a Ana de rodillas metiéndose mi verga en boca es una de las fotografías que más guardaré en mi mente durante muchos años. La recuerdo perfectamente.
Pero bueno, ahí no terminó todo. Ana se levantó y por primera vez abrió la boca, simplemente para decir: ven. Dejó su ropa tirada en la cocina y caminó rápidamente hacia la sala. Nuevamente para ti tal vez no sea nada emocionante, pero verla caminar desnuda frente a mi, que en cada paso se movieran arriba y abajo sus nalgas, esas nalgas que tantas veces las imaginé, para mi fue algo delicioso.
Llegó hasta el sillón que da el frente a la televisión, se recargó en el descansabrazos, giró la cabeza para ver si ya iba yo en camino, y se inclinó.
Caminar hacia ella mirando en plenitud sus nalgas, y entre ellas aquella rajita humedecida esperándome fue un deleite.
No la tomé de inmediato, quise tocarla primero, así que la tomé de ambas nalgas y se las apreté, luego llevé una de mis manos entre ellas y le acaricié desde la rajita hasta el culo, arrebatándole un suspiro que me puso aun más caliente de lo que ya estaba; luego tomé mi verga con la mano derecha, le abrí uno de sus labios con la izquierda, y la embestí de un golpe.
La vi rasguñar el sillón con sus uñas y, cuando mi cuerpo chocó con el suyo teniendo ya mi verga adentro por completo, hizo un pacto con el silencio y comenzó un concierto de gemidos y suspiros que seguían el ritmo de mis movimientos pélvicos.
La apreté muy fuerte amigo. No se si le dejaría moretones. Pero me afianzaba de sus nalgas para bombearla con fuerza de adentro hacia afuera golpeando mi cuerpo contra el suyo y arrancándole un grito en cada golpe.
¿Sabes? No es algo que me enorgullezca, pero a mi mujer a veces tengo que preguntarle si ya terminó. Con tu esposa no fue necesario.
No le di mucho rato, porque ambos estábamos muy calientes, sin embargo el sexo con ella fue tal vez uno de los mejores que he tenido en mi vida. No porque no hubiera tenido muchas aventuras en mi juventud, o hecho algunas locuras, sino por el momento y por la persona que estaba frente a mi.
Pocos minutos después ella dejó escapar un grito ahogado más extenso que los anteriores, colgó su cabeza al frente y liberó la presión que sus manos ejercían sobre el sillón. En el momento en que mi cerebro supo que había cumplido mi cometido, empecé a dejar salir leche dentro de tu mujer a cántaros, sin reparo alguno, y sin pensar en las consecuencias.
Ana se levantó como un cohete cuando sintió que terminé de empaparla y corrió desnuda al baño. Estuvo ahí suficiente tiempo como para que yo me vistiera de nuevo y me tomara el vaso de agua por el que originalmente había ido a la cocina.
Luego salió envuelta en una toalla y me pidió que me volteara mientras se vestía. ¿Qué ironía no? Ahora le entraba el pudor después de lo que había pasado.
Cuando estuvo lista me miró de pies a cabeza, me sonrió, y simplemente me dijo: gracias, fue un gran momento, luego tendremos tiempo para hablar al respecto. Me extendió la mano indicándome la puerta y cerró diciendo que me mataría si alguna vez alguien se enteraba de lo sucedido.
No se qué pasaría ese día más tarde en tu casa, no se si lo sospechaste o si aquello cambió en algo tu relación. Lo único que se es que yo me moría de nervios la siguiente semana que nos vimos, ¿recuerdas? En la posada en casa de Daniel, donde tu mujer me saludó con la misma naturalidad de siempre, y eso me hizo sentir que lo que había hecho no causó ningún mal.
¿Qué si ha vuelto a pasar después de ese día? Eso no es tema para este momento.