No puedo evitarlo, me gustan mucho los pedos de mi hija. Esta vez la obligue a tirárselo mientras le olía el culo
Hola a todos. Mi nombre es Isabel y vengo a contarles sobre una excitante y olorosa aventura que tuve con mi hija Carolina. Es la primera vez que hago un relato corto así que espero que les agrade. A lo largo de mi vida sexual eh experimentado cosas extremas a mi parecer como la urofilia, la coprofilia, el incesto como pueden ver, y uno que otro trío con mis hijos. Y una aventura con una compañera de trabajo. Esta vez este relato es algo especial. Y lo digo porque no habrá penetración ni sexo explícito como lo eh hecho y platicado en mis anteriores relatos. Así que para los que esperaban que chupara una verga o que me comieran la concha y me cogieran, siento decepcionarlos. Este relato tiene que ver con la: Aerofagia.
Para los que no me conocen, soy una mujer de 44 años, complexión delgada, tez blanca, y de trasero, aún luzco bien. Hago ejercicio los fines de semana por lo que mantengo un cuerpo llamativo, se podría decir. Por el otro lado, está Carolina. Una chica de 19 años, de igual manera es de complexión delgada, piel blanca, pechos medianos, y trasero paradito y redondo. Para mi es la mas hermosa porque es mi hija, pero se que otros reconocen su cuerpo y lo linda que es.
Todo este rollo sucedió hoy viernes 22 de diciembre. Yo había salido temprano de trabar, y al tener esa suerte, decidí ir a casa en vez de salir con mis amigas. Al llegar a casa y entrar, encontré a Caro buscando algo en los cajones dónde guardamos las medicinas.
– Hola, ya llegué.
– Hola, ma.
– ¿Qué tanto buscas?
– Es que tengo el estómago inflado. Eh tenido muchas flatulencias.
– …pues has un juego de zanahoria. Con eso se te pasa.
– ¿si?
– Claro.
– Bueno.
Entró a la cocina. Yo continué avanzando a mi recámara a quitarme los tacones que ya no aguantaba. Mientras regresaba con ella, le pregunté en voz alta:
– ¿y tu hermano?
– Salió con sus amigos.
– ¿dijo a dónde iba?
– No. Hace lo que quiere, ya lo conoces.
La ayudé. Limpie la licuadora, la desarmé. Ella estaba buscando las zanahorias en el refrigerador.
– Checa si hay apio, para que lo mezclemos.
Observé su traserito mientras estaba agachada. Justo cuando se enderezó se le salió un gas.
– ¡ay, perdón!
– Jaja tranquila.
– Que pena.
– Ya a ver, lávalas.
Mientras lo hizo, le pregunté:
– ¿y te salen muchos?
– Algo, ¿Por qué?
– No, nada más.
Lucía sexy. Vestía unos mallones blancos que hacían resaltar bien su colita y una blusa roja.
– ¿Qué?, preguntó con tono molesto
– Nada. Dios, que carácter.
– Ay, dijo tocándose el estómago y haciendo gestos.
– ¿otro?
– Si.
Esperé a que lo dejara salir.
– ¿pues que comiste, niña?
– Pues…una hamburguesa.
– Mmmm, Seguro eso fue.
– Lo más seguro.
Solo se escuchaba el chillido del semejante gas que salía de su culo. Me reí de ella.
– No causa gracia, digo molesta.
– Para mi si. Dios, que horrible huele jaja.
– Ya mejor me voy
– Espera, no. ¿y tu licuado?
– Ya no lo quiero.
– A ver ya. Prepáratelo.
Secó las zanahorias y sacudió el apio. Dio un paso y salió de su trasero otra flatulencia.
– Ya párale, ¿no?, vas a apestar toda la cocina!!
– Ay!! No es mi problema!!
Luego de su enojo, le dije:
– Ya, hasta eso no huelen mal.
– Ay, mamá, como no. Apesta a pedo toda la cocina.
– Pues entonces a mi me gustan.
– ¿Qué?
– Pues tus gases.
– ¿no crees que es muy asqueroso eso?
– Pues si…pero a mi me huelen bien. Además leí una nota dónde decía que no es malo oler gases humanos.
– Guácala, dijo haciendo gestos. – ¿Quién se atrevería a olerlos?. Que asco.
– Pues…yo si lo haría, dije mientras armaba la licuadora.
– ¿tu?
– Ajá.
– Estás mal, mamá.
– Si. Soy una maldita enferma, le dije con tono bromista y sarcástico.
Mi hija y yo ya no tenemos problema para hacer de las nuestras, aunque por otro lado aún le cuesta desatarse un poco.
– Ya están listas las zanahorias.
Se mordió los labios y se tiró otro gas. Caminé y me arrodillé detrás de ella.
– ¿Qué haces?
– Déjame olerlos un poco.
– Noo!! Levántate!!
La tomé de la cintura para que no se moviera y acerqué mi cara a su culo.
– Mmmm, que bien huelen.
– Dios, no, mamá. Párate!!
Me exigía que me pusiera de pie más no le hice caso. Quería disfrutar del aroma de su traserito.
– Mamá, no sigas!!
– Tranquilízate. Sólo estamos tu y yo. Nadie se va a enterar de esto.
– Es que…
– Es que nada.
Se tapaba el culo con sus manos.
– A ver, déjame hacerlo.
– Es que es muy asqueroso.
– Para mi no lo es. Y…estoy segura que ah muchos les gustaría olerte tu lindo culo.
– No todos son tan sucios como tú
– Por favor, mi vida. Luego se ve que no conoces a los hombres.
En seguida cuando terminé de hablar su cola dejaba salir otro gas.
– Pff!! Si que huelen!!, dije echándome aire con la mano derecha sobre la cara.
– Ya levántate, mamá!! No quiero que los huelas!!
– Entre más te quejes, menos me quitaré.
– ¿ya lo has hecho antes?
– No. Para nada. Quisiera experimentar.
Ya no forcejeamos. Se calmó dejándome hacer mi trabajo.
– Muy lindo culo, mi amor.
Froté sus nalgas. Las amasaba. Separaba y juntaba sus redondos glúteos. Justo al momento en el que separé sus nalgas, salió un largo y oloroso pedo. Metí la cara en su culo y respiré.
– Dios, que rico aroma.
Exhaló como si ese aire la liberara de un malestar. Y si, a veces cuando uno tiene el estómago inflamado es una horrible molestia. Dios, el olor de su trasero era embriagador. Aunque oler el trasero de mi hija ya lo había hecho, esta vez fue un caso muy especial, puesto que no había respirado sus apestosos gases.
– ¿Cuánto tiempo seguirás ahí?
– Hasta que ya no te salgan.
Colgué mis índices en el resorte de su mallón y se lo comencé a bajar lentamente.
– ¿Qué haces?, no.
– Déjate.
– Dios.
Continué bajando hasta desnudar su colita. Tenía puesto un calzón rosado.
– Este calzón ah de oler horrible.
– ¿a que querías, entonces?
– Cállate.
Le bajé el mallón hasta el suelo. Mojé mis labios y enterré mi cara en su lindo culito. Inhalé. Respirar su apestoso trasero me excitó tanto que decidí bajar su calzoncito y volver a enterrar la jeta.
– Dios, que rico, dije mientras respiraba.
Juntó las piernas para que no metiera la cara. Agarré esas nalgas y las separé esperando que expulsara otro oloroso gas.
– ¿Qué esperas?, tírate otro.
– Dios, mamá, estás exagerando, ¿no crees?
– No, corazón. Ándale, complace a tu mamita un poco.
Inhaló y exhaló. Vi como apretaba el ano. Sus esfínteres se movían de adentro hacia afuera. Tragué saliva y lamí su ano.
– Mmm que rico sabe.
– Basta, no lo hagas.
– ¿Por qué no?. Me encanta lamerte ahí.
– Basta, en serio.
Sostuve bien su trasero y seguí lamiendo su apestoso rabo mierdero. Le sabía ácido.
– ¿te gusta que te lo chupe?
– No.
– ¿no?
Al resbalar mi lengua en su lindo agujero, expulsó un pedo.
– Mmm si!! Tírate otro!! Te huelen muy rico!!
Le di una nalgada en el glúteo derecho.
– Au!! No me pegues!!
– Silencio!!
Froté su orificio con el pulgar. Pujó y salió un pedo que chocó con mi pulgar generando un pequeño chillido. Quité el pulgar y lo olí. Dios, apestaba a ese aroma a pedo.
– Mmmm que rico.
Volví a meter la cara a su trasero y recargué mi nariz sobre su agujero apestoso para poder respirar sus olientes gases.
– Vamos, corazón. Déjalos salir.
– Rayos, espérate.
Me di cuenta que ya no le importaba que estuviera olfateando su trasero.
– Vamos, mi vida.
– Espera.
Su ano abría y cerraba. Lo apretaba y lo aflojaba.
– Puja bien.
– Aquí va.
Dios santo, esa flatulencia fue muy ruidosa y muy apestosa pero sin duda muy rica. Al salir ese gas, respiré profundamente.
– Apesta todo, dijo.
– Para que comes esa hamburguesa, la regañé.
Tapé su ano con la palma de mi mano y esperé a que se tirara otro rico pedo. Salió. Cerré la mano formando un puño y me levanté tapando su nariz con ella.
– Huele, le ordené.
– Guácala!!! Noo!!! Que asco!! Como se te ocurre hacer eso!!, reclamó sacudiendo la cabeza
– Huelen rico, ¿no?
– Noo!!
Olí mi mano. Apestaba a culo.
– Bueno creo que ya es suficiente. Vístete y termina de hacerte tu licuado. La dejé y fui a la recámara.
Decidí recostarme y comenzar a escribir este relato.