No tenia ni un solo euro en el bolsillo, por ello entro a trabajar para un señor que solo quiere una cosa: convertirme en su puta particular
Año y medio en paro y mi cuenta empezaba a criar telarañas. Tenía que encontrar trabajo rápido o mi destino sería volver a casa de mis padres, admitiendo que no puedo valerme por mi misma.
En el periódico encontré un par de ofertas de secretaria, para lo que me había preparado con varios cursos. Ambas en oficinas del centro de Madrid. Me puse mi mejor traje de pantalón y ya en la sala de espera para la entrevista me di cuenta que había elegido mal. La mayoría de chicas iban de minifalda y escotes insinuantes diciendo “a mi, dámelo a mi”, sólo una chica gordita y yo nos vestiamos más serias y recatadas. Tras pasar todas, con las típicas preguntas rápidas y un vistazo a nuestro palmito, dijeron la ganadora, una rubia de tetas siliconadas con voz de tonta. Me fui a casa desilusionada con el mundo laboral y decidida a conseguir sí o sí el puesto del día siguiente.
Martes, un día estupendo para conseguir una nómina. Minifalda azul celeste, blusa blanca anudada sobre el ombligo, enseñando un poco de sujetador y sandalias de tacón. Me miré al espejo antes de salir, “putón verbenero, vamos”.
Era un edificio alto de oficinas, mi entrevista en el piso catorce, en el ascensor hombres que entraban y salían me miraban sin ningún recato. Bien, esa era la idea. En la sala encontré algunas de las chicas descartadas el día anterior, incluso la gordita, que hoy también enseñaba carne. Una por una fueron pasando, algunas al poco se iban y otras tardaban un poco más aunque salían llorando. Sin duda la entrevista era dura. A la gordita ni siquiera la dejó entrar. Entonces llegó mi turno.
Dos preguntas de rigor y una orden directa:
-En pie, paseate para que vea como te mueves.
No era la primera vez que me lo pedían y sabía que era normal así que me moví insinuante con cara de niña buena.
-Bien, quítate la ropa, mi secretaria debe tener una buena imagen y quiero comprobarlo, no te asustes, es lo habitual.
El hombre de unos cincuenta años bien llevados, tenía la barba recortada, calva afeitada, barriga de haber descuidado el deporte y… un bulto en la entrepierna! De habitual nada, este quería carne, me asusté y pensé en salir llorando como las anteriores chicas pero…no podía volver a casa y compartir habitación con mi hermano adolescente. Abochornada, mirando al suelo me desabroché la blusa y la dejé sobre la mesa, a continuación la falda, quedando con un sostén remarcando mis pequeños pechos y las braguitas blancas recién estrenadas.
-¿Bragas? Mis secretarías llevan tanga, métetelas por el culo y enséñame esas nalgas.
Lo miré a los ojos y vi que iba en serio, total, suelo llevar tangas y mi culo no está tan mal. Las metí tirando hacia arriba, enseñándole el resultado. Su respuesta fue una carcajada que me desarmó. ¿Se reia de mi culo, de mi obediencia, era todo una broma estúpida?
-No puedo valorarlo bien. Mejor te las bajas hasta las rodillas, así, sin agacharte.
Valiente marrano! Este quería verme los agujeros! Cogí la ropa de la mesa y él me agarró del brazo parándome.
-Hasta ahora eres la mejor y tienes un buen curriculum, esto es lo habitual en las entrevistas de secretarias, si quieres trabajar hay que esforzarse.
Dudé un rato y su anterior sonrisa de viejo verde cambió a cómplice cariñoso. Entonces volví a mi posición y acaté su orden. Bragas abajo y mi coño en su cara, mientras la mia se ponía como un tomate.
-Perfecto, date la vuelta y déjame ver esas tetas.
Obedecí sin darme cuenta que al moverme las bragas cayeron al suelo. En un acto reflejo quise recogerlas pero el jefe negó con la cabeza. Esta vez no me pidió que me quitase el sujetador, ¡me lo quitó él mismo! con rapidez habilidosa, reaccionando mis pezones con la misma rapidez, tiesos y duros. Desnuda en una entrevista de trabajo para coger el teléfono y llevar cafés, mi cuenta del banco está dispuesta a todo, y el señor que ahora juguetea desde atrás con mis pezones mientras restriega la entrepierna en mi culo, lo sabe perfectamente. Tal vez fueron cinco segundos pero a mi me parecieron horas.
-Puedes vestirte, el trabajo es tuyo, avisa a las de afuera que se vayan, eso sí, la ropa interior me la quedo hasta que vengas mañana a trabajar. El de recepción del edificio te dará las instrucciones por escrito, dile que vas a trabajar para Don Pedro.
Salí a la sala ruborizada y me di cuenta que se me transparentaban las tetas cuando varias chicas susurraron “menuda puta”. Sí sí, pero el trabajo es mio.
En el ascensor soporté más miradas lascivas y el suelo era de espejo! ¡Mierda! Espero que no vieran que iba sin bragas. En recepción al decirle al chico que iba de parte de Pedro, su mirada de arriba a abajo me desnudó una vez más, y me entregó un sobre que ponía “confidencial”.
Lo abrí nada más llegar a casa y quitarme los taconazos.
-”Cómo ser una buena secretaría”-
1.Obediencia máxima al jefe y rapidez de ejecución.
2.Tanga o nada, las nalgas siempre disponibles.
3.Escote o transparencia, el jefe quiere verte las tetas.
4.Informes sobre tu vida privada, novios, viajes, actividades…
5.Horario amplio de disponibilidad.
6.Eres más tonta que tu jefe, acéptalo.
7.Tu jefe te llamará como quiera y tú responderás.
8.Serás servicial, con iniciativa en el placer de tu jefe.
9.Tu única tarea es hacer feliz a tu jefe, obedece y calla.
10.Cobrarás incentivos en la forma que tu jefe decida.
Vaya vaya, eso parecía un decálogo de una vulgar guarra, en el máster de gestión y recursos no hablaron nada de jefes queriendo ver carne. La verdad es que pasado el miedo del principio, la situación me puso cachonda, así que terminé de desnudarme y me masturbé hasta correrme tan ricamente, y para demostrarme lo que me importaban las absurdas normas del «jefe», me limpié el coño con la hojita.
Bueno, podía intentarlo, y si la situación se desmadraba, lo dejaría…