Es noche la volvería a pasar sola, hasta que mi vecina toco el timbre y me dio la mejor diversión de mi vida

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Raquel estaba sola en casa aquella noche. Su marido se había quedado hasta muy tarde en el trabajo por una serie de reuniones y le dijo que no volvería hasta la mañana siguiente, lo cual supuso, para la joven, un golpe muy duro. Había preparado una cena muy elegante para los dos y ahora, tenía que ver como esta se echaba a perder en el horno.

Siempre supo que así sería su vida al casarse con un hombre de tanto éxito. Sus amigas se lo habían advertido, pero su futuro esposo, diez años mayor que ella, era una persona muy dulce y simpática. Fue eso lo que más le atrajo de él y por lo que acabó casándose. Sin embargo, ahora se las pasaba trabajando y se veían muy pocas veces. Apenas hablaban y eso, la estaba comenzando a frustrar. Veintiséis años y pasando las noches sola en casa. Menudo panorama.

Recorrió la amplia casa a la que se habían traslado a vivir, situada en un vecindario a las afueras de la ciudad. Era un lugar tranquilo, ideal para criar a una familia, aunque de momento, ninguno de ellos se había planteado la idea y, dadas las circunstancias, mejor era no hacerlo. Raquel atravesó el amplio comedor y llegó hasta la cocina. Estaba repleta de todos los utensilios y electrodomésticos más modernos que podían existir. Su marido se gastó un buen dineral en ello para que así tuviera todo lo necesario, pero de que le servía si él casi nunca estaba para hacerle algo. Frustrada, la chica abrió un armario y sacó una botella de vino tinto. Luego, con un vaso, regresó al comedor para sentarse en uno de los sofás y empezar a beber.

Llevaba ya una copa cuando escuchó el timbre sonar. Extrañada, pues no sabía quién habría venido a esas horas, fue a ver. En un comienzo, pensó que tal vez podría tratarse de su esposo, pero no podía serlo. Le hubiera llamado al móvil para avisarla. Llegó a la puerta y cuando la abrió, se quedó impresionada de quien le esperaba al otro lado.

Allí había una mujer algo mayor que ella, de unos treinta y tantos años, con el pelo largo y rizado marrón oscuro cortado en una media melena, piel morena, ojos violetas y un cuerpo bonito en buena forma. Llevaba un pantalón vaquero y una ceñida camiseta blanca que resaltaba unos medianos senos. Raquel la miró de arriba a abajo. Aunque algo descolocada, supo de quien se trataba. Era su vecina Marina.

—Hola vecina —la saludó con animada voz—. Siento molestarte a estas horas, pero es que tengo un problemita

Raquel se quedó un poco sorprendida de verla ahí. Se conocían más que de vista, pero siempre le había parecido una mujer agradable e interesante. Así que se alegró un poco de que hubiera aparecido. Quizás la noche no iba a ser tan mala después de todo.

—Sí, claro, pasa —le dijo muy ofrecida—. Vamos al salón y me cuentas que ocurre.

—Ta…tampoco quiero molestar —comentó un poco alborotada Marina.

—Tranquila, mi marido no está en casa —le informó Raquel con una amplia sonrisa—. Así que estoy sola, por lo que no serás ninguna molestia.

La vecina entró indecisa y tras esto, la mujer la llevó al comedor. Marina inspeccionó la estancia con su mirada y luego se volvió hacia ella.

—Vaya, tienes una casa muy bonita —comentó impresionada.

Raquel le sonrió y le ofreció sentarse, algo que su vecina no dudó en hacer. Ella se puso a su lado.

—Y bien, ¿cuál es el problema del que querías hablarme?

La mujer se quedó callada por un pequeño momento, aunque no tardó en hablarle.

—Verás, es que tengo un problema con Internet —le explicó—. Va muy lento y en más de una ocasión, la conexión se va. Como tú tienes instalada una antena que es de la misma empresa que la mía, me preguntaba si también tienes el mismo problema.

Raquel la escuchó con detalle y no dudó en responderle.

—Espera un momentillo. Voy a comprobarlo desde mi móvil.

Se levantó y fue hasta la gran mesa de madera de caoba que había en el comedor. Encima, estaba su móvil. Lo cogió y comprobó el tema de Internet.

—Pues yo tengo —contestó—. De hecho, voy a meterme en Facebook para ver si va bien.

Se sentó al lado de la mujer de nuevo y le mostró como entraba en la página con suma facilidad. El rostro de frustración en Marina evidenciaba que no estaba muy contenta.

—Pues nada, tendré que hablar mañana con esa gentuza y que me digan que demonios pasa —concluyó no muy contenta.

Tras decir esto, se levantó con intención de marcharse, cosa que no le agradó mucho a Raquel. La inesperada aparición de su vecina la había animado y pensó que quizás, podría quedarse un poco más.

—¿Ya te vas? —preguntó algo descontenta.

Marina se volvió y la miró un tanto sorprendida.

—No quiero molestar —habló—. Además, te veo muy cómoda y no quiero importunarte.

Raquel se notó un poco cohibida. Se miró, iba muy ligera. Llevaba un camisón de tirantes muy transparente que dejaba ver a la perfección su delgado cuerpo. Tan solo llevaba unas finas bragas. Su largo pelo rubio claro se lo había recogido en una coleta de caballo. Se había puesto así por su marido, ya que le encantaba esa prenda, aunque desde luego, hoy no la iba a disfrutar.

—No para nada, mujer —le comentó mientras se levantaba—. Estaba aquí tranquila tomando un poco de vino. ¿Por qué no me acompañas?

Su vecina se quedó muy extrañada. No sabía que responderle. Al final, accedió.

—Bien, vale —dijo conforme—. Si no te molesta.

Se sentaron de nuevo en el sofá y Raquel le sirvió una copa a su nueva amiga. Ella lo cogió y le dio un pequeño sorbo.

—Um, que rico está —comentó, saboreándolo con alevosía.

—Sí, tenemos muy buenas botellas en el armarito de la cocina —le contó Raquel.

—Una verdadera lástima que yo no gane lo suficiente en mu curro —dijo Marina—. Si no, estaría comprando cada mes una de estas botellas.

Las dos mujeres se echaron a reír ante esta ocurrencia y siguieron bebiendo.

El tiempo fue pasando para Raquel y, poco a poco, su desazón por no pasar la noche con su marido se fue desvaneciendo. Marina era muy divertida y siempre se le ocurría algo gracioso que comentar. Hablaron de su trabajo en una tienda de bisutería, de su carrera en biología marina que no le llevó a ningún lado, de un viaje por las sierras de Asturias que acabó en desastre al perderse uno de sus compañeros. Desde luego, la mujer tenía una vida mucho más interesante de lo esperado.

—Jo, como admiro tu vida —le comentó sin ningún tapujo.

Marina la miró con sorpresa ante esta afirmación. Terminó de apurar lo que le quedaba de su vaso y luego se colocó delante a Raquel para que le sirviera más. Ella, gustosa, lo hizo. Entre las dos, estaban prácticamente apurando la botella.

—¡No digas tonterías! —exclamó muy achispada—. ¡Fíjate donde vives! Esto es un palacio en comparación con el cuchitril en el que vivo yo.

A Raquel le agradó lo que había dicho, aunque eso no significaba que tuviera razón. Más bien, al contrario, toda esa opulencia le entristecía.

—Sí, pero al menos, tu eres libre para hacer lo que te dé la gana —habló apenada—. Yo, sin embargo, parece que me voy a quedar enclaustrada en este sitio para siempre.

Lagrimas comenzaron a caer de sus ojos y, cuando se dio cuenta, no pudo evitar sentirse avergonzada.

—¡Mierda! Lo siento, no pretendía…

—Tranquila, no importa —la calmó Marina, al tiempo que la cogía de las manos.

Al mirarse, ambas mujeres no pudieron evitar ruborizarse, sobre todo Raquel. Era una situación muy embarazosa. Poco a poco, se fue tranquilizando, cosa en la que ayudó su vecina secándole las lágrimas que había derramado. Le parecía una actuación extraña, aunque le reconfortaba que lo hiciese.

—¿Tan mal estáis tu marido y tú? —preguntó.

—Pasa mucho tiempo trabajando —Su voz no podía sonar más agrietada y triste—. Le quiero, pero estamos tan poco tiempo juntos que es como si no existiese.

—Ya veo —apuntó Marina—. A veces, las relaciones pueden enfriarse más de lo deseado.

Esa frase pareció llegar a lo más hondo en Raquel. Ella y su marido llevaban cuatro años casados y toda la pasión que pudiera existir se fue desvaneciendo conforme el tiempo pasaba. Seguía queriéndolo y aun le parecía atractivo, pero ya no era lo mismo.

—Por eso te envidio —dijo a continuación a Marina—. Tú no tienes que depender de nadie. Siempre te puedes buscar el hombre al que quieras y dejarlo sin pedir explicaciones.

De repente, la vecina se echó a reír. Raquel se sorprendió de su reacción. Esperaba que se lo tomase con humor, pero no que estallase a carcajadas. Una vez se calmó, decidió preguntarle.

—¿Que te hace tanta gracia?

—¿De veras te crees que yo me paso todos los días ligando? —La miró fijamente con sus ojos violetas—. Créeme, no soy tan ligona como aparento. De hecho, muy pocos hombres se acercarían a mí.

A Raquel le impresionó la actitud tan natural con la que su vecina le hablaba ¿Cómo que ningún hombre se le acercaría? Esa incógnita comenzó a carcomer a la chica, quien se sorprendía cada vez más con la figura de esa mujer.

—¿Qué quieres decir? —habló Raquel estupefacta—. ¿Cómo no se te iba a acercar ningún hombre? Eres muy guapa y, con lo divertida y encantadora que eres, tendrías a un montón de pretendientes comiendo de la palma de tu mano.

—Bueno, a lo mejor algún que otro tío se me acercaba —teorizó Marina—. Per no es lo que me interesa de verdad.

Esas palabras no dejaron de extrañar a la mujer. ¿Pero a qué demonios se estaba refiriendo esta tía? Raquel estaba comenzando a pensar que Marina tan solo pretendía tomarle el pelo, aunque sabía que había algo más en todo esto.

—¿A qué te refieres? —preguntó con decisión.

Marina se sirvió otra copa de vino. La botella estaba casi acabada. Raquel no se lo podía creer. A esas alturas, las dos ya estaban más achispadas de la cuenta.

—¿En serio quieres que te cuente mi secreto? —le dijo la mujer de forma retadora—. Quizás, luego de arrepientas.

Un leve escalofrío recorrió la espalda de Raquel, quien a esas alturas no sabía qué hacer. Marina era su vecina, pero en esos momentos, era como si se encontrase ante una completa desconocida. Alguien que parecía dispuesto a revelarle el gran enigma que ocultaba. Eso la puso nerviosa, y en un primer momento, creyó oportuno dejar las cosas aquí. Sin embargo, una morbosa curiosidad había invadido su cuerpo y potenciada por el alcohol, la estaban llevando incluso a excitarla. Desde luego, resultaba más emocionante que las veladas que solía tener con su marido.

—Bien, pues dime que ocultas —le soltó sin ningún miramiento.

La mujer sonrió de forma un poco siniestra, lo cual atemorizó a Raquel.

—Vale, si tanto te empeñas —dijo con una voz que parecía siniestra—. Soy una transexual.

Raquel quedó paralizada ante tan inesperada revelación. No era exactamente lo que ella se esperaba. Se quedó mirando a Marina boquiabierta, sin saber con exactitud qué demonios decirle. Ella, por su parte, le devolvió la incredulidad con su siniestra sonrisa.

—¿De…debes de estar de broma? —habló la chica perpleja, todavía intentando asimilar tan impactante descubrimiento.

—No, no lo estoy para nada —respondió Marina con claridad—. Mi nombre original es Mario y comencé la transición con quince años. Me sometí a terapia hormonal y me hice algunas operaciones. No fue una etapa fácil en mi vida y, de hecho, mucha gente me hirió, pero conté con el apoyo de mi familia y amigos. Eso me ayudó a sobrellevar todo de mejor forma.

Escuchó tan solemne narración, sintiendo como se emocionaba ante ello, pero aún así, no podía negar su sorpresa ante el hecho de que Marina fuera transexual. Por eso, su deseo de querer saber más, le llevó a hacerle la fatídica pregunta.

—Erm, ¿todavía tienes…pene?

Le costó decir la última parte. Se sentía demasiado incomoda con la situación, pese a que su vecina no parecía ni alterada. Eso le sorprendía mucho.

—Si —respondió Marina directa—. Es lo último que me queda por hacer para completar la transición, pero el problema es que la operación resulta cara.

La tensión se palpaba en el ambiente. Raquel se notaba muy incómoda por la situación, aunque no entendía el por qué. ¿Acaso no era una persona tolerante con todo el mundo? ¿Qué le importaba si Marina era transexual? Aunque no era esa la auténtica razón.

—¿Qué te pasa? —preguntó en ese mismo instante su vecina—. Te veo muy pensativa. ¿Acaso crees que te estoy mintiendo?

Cuando escuchó esto, Raquel se puso muy nerviosa. Notó la suspicaz mirada de Marina sobre ella y eso, la hacía sentir un poco insegura. No sabía cómo, pero tenía claro que la mujer no tramaba algo bueno.

—¿Acaso quieres que te la enseñe para así convencerte? —fue lo siguiente que Marina dijo.

Esa frase la dejó perpleja. ¡Ni de lejos era lo que pretendía! Pero la forma tan desafiante en la que la encaraba la mujer parecía estar incitándola. Un deseo comenzó a crecer en ella, como si ansiara ver a donde llegaba todo esto.

—Te…te aseguro que no es esa mi intención —le dijo con claridad.

Marina la observaba muy curiosa. Parecía como si la mujer estuviera muy interesada en lo que pasaba ¿Era posible que ella también desease esto? Raquel estaba hecha un lio.

—Ah, ¿no? —comentó Marina muy casquivana—. ¿En serio no quieres que te enseñe mi polla?

Arqueó una ceja al oír aquello. ¿Estaba su vecina jugando con ella? Era evidente que si, pero solo podía significar….que tenía un interés indebido, uno muy sexual. La carne se le puso de gallina. No podía negar que el asunto se enturbiaba más de lo que esperaba.

—Marina, creo que el alcohol no está jugando una mala pasada —afirmó con claridad, buscando deshacer este entuerto antes de que se descontrolase, aunque tampoco quería sonar maleducada—. Será mejor que lo dejemos aquí.

Raquel pretendía levantarse, pero Marina fue más rápida y le agarró para que no lo hiciera. La mujer se quedó mirando atónita mientras veía a su vecina colocarse frente a ella. Temblaba, sin saber qué demonios iba a ocurrir. Tenía mucho miedo.

—Tranquila, solo vamos a divertirnos un poco —habló calmada Marina.

De repente, vio como la mujer se desabrochaba el pantalón y comenzó a bajárselo. Con este, también se deslizó sus bragas. Raquel vio como lo hacía con total tranquilidad, sin ninguna prisa. Cuando alzó su vista, se encontró con la polla de Marina.

—¿Qué te parece? —le preguntó.

Raquel se veía incapaz de pronunciar palabra alguna. Era enorme. Larga y bien tiesa, con un enorme glande amoratado cuyo pellejo se desplazaba hacia atrás y el cual se notaba brillante por el líquido preseminal. Siguiendo con la vista desde el tronco, pudo atisbar dos testículos grandes, redondos y depilados. Cuando miró hacia arriba, notó a Marina ansiosa porque le diese su opinión.

—Es grande —expresó asombrada.

—Ya lo creo que lo es —comentó la vecina con cierto orgullo—. ¿Más que la de tu marido?

Sus miradas volvieron a conectar al decir esto. Raquel respiraba con fuerza, cada vez más alterada por la situación en la que se hallaba. Tan indebida como excitante.

—Pues si —contestó—. Más que la de mi marido.

Se quedó absorta observando semejante miembro. No podía apartar la mirada. Resultaba hipnótico. Marina se percató de ello.

—¿Te gustaría tocarla?

Volvió a alzar su mirada, descubriendo el pletórico rostro de su vecina. Raquel no podía creer que le hubiera preguntado algo así. Era algo inconcebible. Tenía que parar esto, resonaba en su cabeza, pero cada segundo que pasaba admirando aquel maravilloso pene, más la perdía.

—Si —dijo de forma escueta.

De manera algo torpe, agarró el aparato. Marina parecía sonreír satisfecha y no tardó en entrecerrar sus ojos con gusto cuando Raquel comenzó a acariciar su polla. Deslizaba sus dedos por el endurecido tronco, palpando la suave y cálida piel. No tardó en llegar a la punta, donde se manchó con el líquido preseminal. Un fuerte olor se desprendía de allí.

—¿Estás disfrutando?

Miró a su interlocutora de nuevo, notando sus violetas ojos clavados en ella. Como respuesta que deseaba que le diese, acercó su otra mano a la polla. Con ella, descendió por la base para tocar sus huevos. Los sopesó y los acarició con suavidad. Mientras, con la que tenía aferrado el miembro, inició una lenta paja.

—Joder, ¡no pares! —gimió Marina.

No lo hizo. Su mano se movía de forma automática de atrás hacia delante. Retiraba el pellejo de la punta, dejando su brillante glande al descubierto. Lo observaba toda embriagada. No podía apartar sus ojos de tan increíble visión. Fue, entonces, cuando comenzó a sentir algo en su interior. Como una llamada, una necesidad imperiosa que se apoderó de su ser. No dejaba de mirar su polla, no dejaba de pajearla. Notaba su dureza y calor. La apretó un poco más y se relamió los labios. De repente, se arrodilló en el suelo y engulló el glande de aquella maravilla, desatando el infierno sobre la tierra.

—¡Dios mío, Raquel! —gritó Marina impactada ante su acción.

Ella ignoró a la mujer y se tragó la polla hasta un poco más de la mitad. Sentir como aquel vigoroso y cimbreante miembro se abría camino por su boca la excitaron hasta niveles increíbles. Sentía un gran calor invadiendo su entrepierna y le encantaba. Por eso, siguió mamando con desesperada necesidad.

—¡Mierda! —exclamaba agónica la vecina.

La miró, notando la expresión de placer inconmensurable que le estaba causando. Su polla se deslizaba por su boca, llenándola de saliva, y relamiéndola con su lengua. La sensación e sentirla abriendo su interior era algo poderoso e increíble. Sus ojos se encontraron con los entrecerrados de Marina, con ese brillo violeta tan elegante como salvaje. De repente, se detuvo y fue sacando el miembro poco a poco de su boca.

—Eres una mamona de primera calidad —le dijo en ese instante.

Le gustó que le dijese eso. Terminó de sacarse la dura polla de su boca. De la comisura de los labios, cayó un pequeño hilillo de saliva que terminó posándose sobre la amoratada cabezota. Esta, no tardó en ser lamida por Raquel, quien pasaba su lengua sin cesar, degustando el sabor salado y fuerte de la babilla.

—¿Lo soy? —preguntó incitadora.

Marina tenía el rostro desencajado. Aquellos lametazos la estaban volviendo loca.

—Sí, um —aseguraba con vehemencia mientras gozaba—. Pareces la típica ama de casa modélica, pero en el fondo, eres una puta en estado latente, ansiosa por salir.

Aquellas palabras la ponían muy cachonda. ¿Era lo que tanto deseaba? ¿Ser una inmensa guarra y que se la follasen así? Desde luego, estaba claro que su marido no era quien le iba a dar eso.

Como única respuesta, lo único que hizo fue recorrer con su lengua el firme tronco, dejándolo bien lleno de saliva brillante. Fue bajando hasta el par de huevos, bien apresados por la otra mano. Mientras pajeaba su polla con frenesí, Raquel engulló el par de carnosas bolas con una gula desenfrenada. Los succionaba y mordisqueaba para luego restregárselos por la cara. Fue presa de un vicio incontrolable que la llevó a pasarse estos por su rostro para luego pasar al miembro, dejándola bien embadurnada de líquido preseminal.

—Como se nota que te gusta, ¿eh? —le decía con saña.

Se miraron. Marina se mordía el labio inferior, en una clara evidencia de lo alucinada que estaba con su vecinita. Raquel, por el contrario, estaba loca por comerse esa polla de nuevo. La necesitaba en su boca con urgencia, como si la vida le fuese en ello.

—¿Quieres que me corra en tu boca? —le preguntó con clara intención de provocarla.

—Sí, quiero tu leche —respondió de forma viciosa, como nunca antes hubiera hecho.

Sin pensárselo dos veces, Marina le metió la polla en la boca. Raquel recibió aquella incursión con ganas, envolviendo el pene con sus esponjosos labios y enrollando su lengua alrededor. Pero la cosa no quedó ahí. Su vecina empezó a mover su cadera e introdujo su miembro más adentro. Ella contuvo la respiración y la miró con sus verdosos ojos. Tenía el rostro de un ángel, de una criatura pura que jamás se corrompería por la depravación y la lascivia. Pero lo estaba haciendo.

Cuando ya tuvo la polla entera en su boca, casi rozando la garganta con la punta, Marina se detuvo. Entonces, agarró la cabeza de Raquel y empezó a menear sus caderas. El cimbreante miembro se mecía en su boca. Gracias a la lubricante saliva, lo hacía muy bien. Al principio, la mujer transexual iba suave, pero no tardó en ir acelerando el ritmo, aumentando el ahondamiento. Obligó a la chica a lazar la cabeza un poco y, tras sacar la mitad de su falo, volvió a meterlo con mayor fuerza, entrando parte en su garganta.

Casi se ahogaba con la primera estocada y más le siguieron, poniéndola en una situación comprometida. Se sentía ahogarse y le costaba respirar. Marina detuvo el ritmo candente de sus penetraciones para volver a sacar media polla. Raquel derramó algo de saliva mezclada con mucosidad. Gimió un poco, aunque llevaba rato haciéndolo, lo cual significaba que estaba gozando como nunca.

—Te la voy a meter otra vez —le informó—. Estate preparada.

Aferrándola del pelo, volvió a clavar su miembro dentro de su boca y lo adentró en su garganta. Raquel tosió un poco y, por un momento, creyó que iba a vomitar, pero no lo hizo. Sintió como el miembro se deslizaba por su humedecido interior al tiempo que escuchaba por los fuertes suspiros de Marina. Su vecina gruñía como una desbocada. Se notaba que estaba gozando como nunca.

—Que boca más buena tienes, ¡joder! —le espetaba sin miramiento—. ¡Te la voy a llenar de leche, soputa!

Siguió metiendo y sacando su polla, dando fuertes estocadas que hacían temblar el cuerpo de la chica. Ella dejaba caer regueros de saliva cada vez que la mitad del miembro emergía de su interior antes de volver a meterse dentro de ella. Hacía esfuerzos inmensos por tragársela y darle el mejor cobijo posible. De repente, la agarró de la coleta y la hizo colocar su cabeza en posición horizontal. Agarrándola con fuerza de la coleta, comenzó a moverse con una beligerancia inusitada.

—¿Quieres mi leche, putita? —le preguntaba con agresividad—. ¿Quieres mi leche?

No hizo falta decir nada. Solo sus ojos, rebosantes de primitivo deseo, lo dijeron todo. Incitada por esto, Marina siguió moviéndose hasta que ya no pudo resistirlo más y se corrió con una fiereza inusual.

—¡¡Joder, si!! —gritaba desesperada mientras apretaba la coleta de Raquel.

El semen salió disparado en potentes chorros que inundaron la boca de la chica. Notó aquella caliente riada derramándose en su interior y se lo tragó sin espera. Su sabor, su consistencia, el acto de hacerlo. Todo le encantaba. Era algo que deseaba como nunca.

Cuando todo terminó, Marina todavía seguía agarrándola por la coleta. Temblaba eufórica, libre tras toda la descarga dejada en la boca de su vecina. La miró, con esa polla todavía encajada en su boca, con esos rosados labios envolviéndola. La observaba aprensiva. Era la imagen misma de la lujuria. Fue sacando su miembro del interior y cuando ya estaba fuera, varios regueros de semen se derramaron. Raquel los cogió al vuelo y relamió la punta para dejarla bien limpia.

—¿Te ha gustado? —le preguntó a su vecina.

Ella sonrió con entusiasmo y la hizo levantarse. Se quedaron cara a cara, muy cerca.

—Pues si —le contestó—. Mejor de lo que esperaba.

De forma inesperada, Marina besó a Raquel. La chica se puso un poco tensa al principio, pero no tardó en entregarse con sumo gusto. El tacto era más suave. Pese a que en otro tiempo, aquella boca fuera la de un hombre, ahora la sentía por completo a la de una mujer. Y era genial. Sus suaves labios, esa tibia humedad que manaba de dentro, esa lengua juguetona. El poco semen que quedaba dentro se mezcló con la saliva y ambas mujeres lo compartieron. Esta era desde luego una experiencia muy diferente a la que compartía con su marido, con quien ni siquiera se besaba se ese modo. Y le gustaba mucho más.

Marina se separó y la mirada que percibió en ella era más que clara. La deseaba.

—Desde el primer día en que te vi me volviste loca —le confesó—. Tan bella, tan pura. Lo único que deseaba era tenerte y poder corromperte a mi gusto.

La volvió a atraer y le dio un agresivo beso, mordiéndola en su labio. A Raquel le encantaba lo radical e intensa que era Marina. Sintió como sus manos recorrían las curvas de su cuerpo, acariciando su figura con mucho mimo. Tan solo la fina tela del vestido las separaba.

—Estás tan buena —dijo rabiosa de deseo.

Marina acercó sus manos a los tirantes del vestido y tiró de ellos hacia abajo. En un segundo, la prenda acabó en el suelo y Raquel estaba desnuda. Tan solo quedaban una finas bragas de color purpura cubriendo su cuerpo.

—Joder, no me puedo creer que tu marido deje todo esto en casa —comentó muy deslumbrada por lo que veía.

Sus manos acariciaron los pequeños pechos de Raquel. Pese a su tamaño, eran redondos y firmes, coronados por un pequeño pezón rosado cada uno. Marina los abarcó con su mano. Le cabían perfectamente en ellas. Los acarició con suavidad, sintiendo su forma y tersura. La chica gemía contenta. Le gustaba lo que sentía.

—Tienes unas tetas preciosas —la aduló Marina.

En ese mismo instante, la mujer se llevó uno de esos pechos a su boca y comenzó a devorarlo. El suspiro que emitió Raquel fue intenso y más se hizo cuando le empezó a succionar su pezón. Al mismo tiempo, las manos de Marina descendieron hasta aferrar su respingón culo, el cual apretó con ganas. Parecía disfrutar tocándola por todos lados y a ella también el encantaba.

—Marina, esto es increíble —exhaló muy turbada.

La mujer fue de un pecho a otro, lamiendo y succionando sus pezones, poniéndolos más duros de lo que ya estaban. Luego, volvió a poner sus manos sobre ello y los pellizcó. Ese súbito tacto oprimiendo ahí le dio un punto de dolor y placer que la volvió loca. Su respiración se intensificó y emitió un pequeño grito.

—Qué maravilla de cuerpo —dijo fascinada la transexual.

Raquel buscaba contenerse, pero cuando sintió las manos de su amante sobre la tela de sus bragas, supo que aquello iba a resultar imposible. Marina recorrió la tela de la penda y no tardó en darse cuenta de lo mojada que estaba.

—Madre mía, ¡estás cachonda pérdida!

No pudo evitar dejar escapar un gemido y cuando Marina se dio cuenta, se puso muy contenta.

—Vaya, parece que la chavala disfruta si le dan cañita —comentó muy interesada.

La miró de forma entrecerrada, incapaz de controlarse. De repente, sintió la mano de su vecina metiéndose en sus bragas y no taró en sentir esos dedos recorriendo su húmeda raja.

—¡Marina! —dijo muy nerviosa.

—Tranquila, no va a pasarte nada malo —le habló ella con calmada voz.

Cerró sus ojos al tiempo que sentía esos dedos traviesos adentrarse en su coñito. Comenzó a temblar. Sentía como si fuera a resquebrajarse en múltiples piezas conforme su amante la acariciaba en su zona erógena. Le abría los labios mayores, recorría cada pliegue, tocaba el clítoris. Sintió como dos dedos atrapaban su pezón izquierdo. Aquellas sensaciones eran demasiado y por más que buscó resistir, fue inútil. Se corrió sin más remedio.

El estallido de placer casi la hizo caer. De no ser porque Marina la sostuvo con sus manos habría precipitado al suelo. Toda su mente se revolvía mientras intentaba contener el poderoso grito que señalaba su orgasmo. Se sintió decaer y por eso, la mujer tuvo que dejarla sobre el sofá.

Ya más calmada, vio que Marina se sentaba a su lado y se quitaba sus pantalones y calzado. Tan solo se había dejado la camiseta blanca, esa que atrapaba un par de grandes senos que parecían desear salir. Llegó a fijarse en como los pezones se marcaban bajo la tela, a punto de romperla. Una mano, comenzó a acariciar su plana barriga.

—Te has venido, ¿eh? —le dijo la mujer mientras jugueteaba metiendo un dedo en su ombligo—. Se nota que necesitas que te den buen sexo.

Su mano no tardó en descender de nuevo hacia las bragas, volviendo a pasarla por encima de estas. Enseguida notó como la acariciaba de forma lenta, adivinando el contorno de su sexo. Eso la encendía, la provocaba aún más. El dedo corazón se colocó sobre su clítoris y se apretó. Raquel emitió un tenso gemido, sabiendo que la excitación estaba emergiendo de nuevo. Pero Marina se detuvo.

—¿Qué pasa? —preguntó Raquel confusa.

La mujer no le contestó. Simplemente se levantó, poniéndose de rodillas frente a ella y agarrando sus bragas para quitárselas. Tiró de ellas, deslizándolas hasta sacárselas por sus pies. Luego, fue subiendo sus manos por sus piernas, acariciándolas con calma e incluso, ternura. La chica observaba todo con espera, intentando saber que iba a suceder. Su vecina continuó recreándose en sus piernas, muy entretenida con su belleza.

—Son muy bonitas —comentó—. Ahora, ábrelas.

La orden no podía sonar más clara. Y así hizo, mostrándole su intimidad. Allí expuesto, estaba su coño, una rajita rosada coronada por un triángulo de pelo rubio. Marina llevó una mano y la tocó. Raquel volvió a gemir al sentir ese roce. La mujer abrió los labios mayores, viendo el interior húmedo. Con su otra mano, tocó los pliegues interiores y luego, subió hasta el clítoris. El penacho fue tocado con sumo cuidado y cada pequeño toque, incitaba más a Raquel. La chica cerró sus ojos sin poder creer que se estuviera dejando tocar en una zona tan personal, pero le gustaba. Y de repente, notó como era penetrada.

—Um, tienes el coño estrecho —decía Marina mientras introducía sus dos dedos—. ¿Es que eres virgen?

Esa pregunta la dejó perpleja, pero apenas podía pensar. Esas dos falanges perforando su interior la mataban. Notaba como las paredes de su conducto atrapaban a ese par de intrusos y Marina los movió de un lado a otro y también de arriba a abajo. Eso la estaba volviendo loca y suspiraba de manera intensa con cada toque.

—Sí, que apretado está —comentaba la mujer mientras sus dedos daban vueltas en círculos dentro de Raquel—. Me imagino mi polla bien metidita aquí dentro y me vuelvo loca.

Siguió retorciendo sus dedos e hizo que Raquel se pusiera tensa. Se iba a correr de nuevo. Viéndolo venir, comenzó a frotar con vehemencia el clítoris de la chica al tiempo que movía sus dedos. De esa manera, la joven llegó al orgasmo.

—¡Agggg, Marinaaaa! —gritó entre estertores.

Todo su cuerpo se agitó. Sus ojos quedaron entornados y dio varias bocanadas de aire al sentirse tan convulsa. Quedó derrengada sobre el sofá, con la espalda en el respaldo y el pecho sin dejar de subir y bajar. Tras recuperarse, notó a Marina sonriendo traviesa.

—Me ha encantado ver cómo te corres de nuevo. Es muy bonito —le habló.

—Gra…gracias —contestó Raquel un poco apesadumbrada.

—Bueno, ahora es momento de probar tu coño.

Aquella mujer no le iba a dar ni un solo minuto de respiro. Su lengua comenzó a recorrer su sexo, haciendo que se mojase de nuevo. Iba de arriba abajo, incidiendo en su clítoris, recorriendo los surcos de sus pliegues, explorando los recovecos entre sus labios mayores y menores. Era una nueva experiencia para ella, tan excitante e increíble, que no podía creer que estuviera pasando. Y notando esa intensa lamida, hizo que se corriera de nuevo.

Confusa y alterada por el violento orgasmo, sintió fuertes contracciones en su vagina y como una gran humedad surgía de su interior. Marina n parecía molesta por ello. Más bien, estaba encantada de devorar los fluidos expulsados.

—Que rico. Sabes muy bien —le dijo mientras daba besitos a su sexo—. Venga, date la vuelta y ponte a cuatro patas.

Así hizo. Se puso a lo largo de todo el sofá, con sus brazos y rodillas apoyadas en el asiento, y con su culo alzado como si se lo estuviera ofreciendo a Marina. Ella se colocó detrás y agarró su trasero, acariciando sus cimbreantes y redondas nalgas.

—Que culazo tienes —expresó embelesada—. De verdad, no eh visto uno tan perfecto en mi vida y eso, que ya llevo unos cuantos.

De repente, sintió un fuerte azote en su nalga derecha. Notaba como temblaba y el leve escozor causado. Y sin avisar, marina le dio otro en su nalga izquierda, un poco más fuerte, pero sin llegar a lastimarla. Tras esto, sobó ambas, separándolas y viendo cómo se meneaban.

—De verdad, es que es la leche!

Volvió a azotarla. Por lo menos, cayeron un par en cada nalga. Fueron un poco más intensas, pero nada que le dañase.

—Te gusta, ¿eh? —dijo mientras la aferraba con fuerza de sus caderas—. Como se nota que eres una guarrilla. Dime, ¿te gusta que te trate así?

—No…no lo sé —contestó un poco nerviosa.

Sintió un azote en su culo, rápido e intenso.

—Respóndeme —Se notaba el tono autoritario con el que le hablaba Marina.

—No, no me gusta que me trates así —Era evidente que aunque excitante, no era algo que esperaba experimentar.

Pese a darle una respuesta, Marina no quedó satisfecha.

—Mentirosa, esto te pone —Sus palabras no podían sonar más suspicaces—. Te encanta que te azote y te agarre fuerte. Te pone muchísimo que te convierta en una putita. En mi putita.

Esa palabra final la encendió. Putita. Nunca en su vida había escuchado así. No le iba el rollo duro ni que la dominasen. Le gustaba el sexo pasional, intenso pero sin tener que llegar a la agresión. Eso no le gustaba, aunque tanto tiempo de inactividad la habían dejado insatisfecha. Así que las ganas de follar la hacían desear algo fuerte para variar.

—No me importa que me den caña —contestó algo temerosa—, pero el rollo fuerte no es lo mío. Eso de que me peguen y demás, no me gusta.

Pudo escuchar como reía. No era una carcajada burlona, sino más bien una risilla simpática.

—No te vuelvas loca mujer —le dijo con voz calmada Marina—. Me gusta ser morbosa y algo dominante, pero no voy a meterte una paliza. De todos modos, tranquila. Seré cariñosa a partir de ahora.

Le dio un suave besito en su nalga derecha y eso, la calmó un poco. Luego, notó como separaba sus cachetes y sintió como la lengua de Marina pasaba de nuevo por su coño, encendiéndola de nuevo.

—¡Uh, mira lo que tenemos aquí! —exclamó muy emocionada la mujer—. Si es tu lindo ojete.

Desde su punto de vista, Marina observaba entre las separadas nalgas de Raquel la cálida hendidura de la chica y más arriba, su oscurecido ano, tan pequeño y prieto. Y la transexual fue a por él.

Raquel sintió un repentino hormigueo recorriendo todo su cuerpo. Notar aquella palpitante lengua lamiendo su puerta trasera le pareció algo inesperado y morboso. Sentía como aquella ardiente humedad se adentraba por su cavidad, abriéndola más y más. Era una nueva e increíble experiencia que sumar a las ya vividas esa noche. Al mismo tiempo, dos dedos penetraron su coño y un pulgar frotaba su clítoris.

—Marina, ¿¡que me haces?! —gritó desesperada.

La mujer continuó horadando el estrecho ojete, empleando buenas cantidades de saliva para penetrarlo. Al final, consiguió meter media lengua dentro. Cuando ocurrió esto, Raquel pudo sentir las paredes del oprimido conducto contraerse. Era algo nuevo para ella y le encantaba.

—Agh, ¡me voy a correr! ¡Me voy a correr! –decía la chica desesperada.

Todo su cuerpo temblaba. Algo de saliva caía por sus labios. El placer era tan intenso, pero también, dañino. Y lo peor, era que se encontraba gozando en el mismo sofá donde tantas veces se había sentado su marido. Ese era el auténtico morbo. Y pensando en todo eso, se corrió como nunca hizo.

Su rostro cayó contra el frio cuero del sofá. Alguna que otra gota de sudor recorría su desnudo cuerpo y temblaba con cada contracción que sacudía su vagina y culo. Ya solo sintió pequeñas convulsiones cuando todo acabó. Estaba siendo puesta al límite más de lo esperado. Quizás exageraba, pues por el poco sexo que había tenido tal vez no estuviera acostumbrada, pero era lo más intenso que había vivido. A Marina no se le pasó por alto.

—¿Parece que te he dejado agotada? —comentó mientras manoseaba su culo.

—Pues si —respondió ella un poco frágil

—Y eso que ahora te iba a follar.

Raquel abrió sus ojos de par en par al escuchar esa frase. En ese mismo instante, sintió la dura y poderosa polla de Marina entrando en su cuerpo.

—¡Espera! —le decía asustada—. Solo déjame descansar un poco.

Marina se detuvo y se inclinó sobre ella para darle un pequeño beso en su mejilla. Ese pequeño gesto de cariño la sorprendió.

—Descuida, esta vez iré más suave.

Aquello último pareció calmarla y por ello, se tranquilizó.

Volvió a sentir la polla penetrándola. Aquella vigorosa barra de carne se abría paso por su estrecho conducto hasta que llegó al final. Estaba ensartada por completo y le parecía increíble. Las paredes oprimían la magna herramienta y eso lo percibió muy bien Marina.

—Um, ¡qué bien se siente una dentro de ti! —comentaba gustosa—. Estás tan estrechita y húmeda.

A continuación, comenzó a follársela. La mujer la agarró por su cintura y meneaba sus caderas en un continuo vaivén. Empezó suave, para dejar que Raquel se acostumbrase a su miembro. La chica notaba como el pene barrenaba su interior. Era una sensación impresionante, nada que ver con los anodinos misioneros que le hacía su marido. Aunque algo lenta, su vecina no tardó en acelerar el ritmo.

—¿Te gusta cómo te follo? —le preguntó.

—Si –respondió al tiempo que notaba cada vez estocadas más profundas.

—¿Seguro que tu marido nunca te lo ha hecho de esta manera?

—No, nunca —Ya estaba comenzando a gemir con ganas—. ¡Esto es genial!

La polla no dejaba de martillear su interior. Sentía como aquel par de huevos chocaban contra su clítoris, llenándolos de flujo que no dejaba de manar de su interior. Marina sacaba hasta la mitad para luego, volver a clavarla con decisión, lo cual encantaba a Raquel. Era tan efectivo y no tardó en correrse de nuevo. Resultaba espectacular.

Cuando ya se recuperaba de su orgasmo, Marina sacó su polla de dentro.

—Date la vuelta –le pidió—. Túmbate bocarriba.

Hizo tal como le había dicho. Ya recostada, pudo ver como la mujer se quitaba su camiseta y sujetador, mostrando unas grandes tetas. No eran exageradas, si no de tamaño normal, pero se notaban abundantes y bonitas. Llevó sus manos hasta ellas y las acarició. Eran suaves y duras. Se miraron, sonriéndose llenas de complicidad. Y sin previo aviso, Marina la penetró.

—Agg, si —masculló Raquel al sentir esa barra ardiente entrando de nuevo.

Cuando ya la tenía toda dentro, Marina comenzó a moverse con decisión, iniciando la siguiente follada.

—¿Quieres que me corra en tu interior? —preguntó de nuevo incitante.

La miró a sus ojos violetas, tan bonitos como excitantes.

—Sí, nadie jamás lo ha hecho —expresó muy candente.

—¿En serio? –dijo Marina muy sorprendida—. Vaya, voy a ser la primera.

—Fóllame, por favor —le suplicaba Raquel—. Quiero gozar todo lo que no he podido hasta ahora.

Y eso fue lo que hizo. Agarrándola con firmeza de las piernas, Marina comenzó el polvo.

Raquel gemía gustosa al sentir cada estocada en su interior. Su vecina se inclinó para recostarse sobre ella y la besó con dulzura. Sus grandes tetas se clavaron en las suyas. Sin pensarlo, rodeó con sus piernas la cintura de la mujer, dejándola atrapada y apretándola más a ella.

—¡No pares! ¡No pares! —le decía mientras se la follaba con ganas.

Las dos se miraron. El deseo las había atrapado y no cesaban de gozar con el placentero acoplamiento. De hecho, Raquel ya comenzó a percibir que se venía de nuevo.

—Marina, me voy a correr —le informó a su amada.

—Yo también, ¡joder! —farfullo ella—. ¡No me aguanto!

Siguió penetrándola, moviendo su polla dentro del húmedo coño hasta que la clavó por última vez y se vino. Las dos mujeres gritaron al unísono. Raquel sintió su interior inundado por la cálida riada de semen que Marina expulsaba. Notó todo el aire abandonar su cuerpo y quedó totalmente desvanecida. Su mente pareció transportarse a otra ubicación. Se quedó así hasta que unos labios la reanimaron.

Al abrir sus ojos, se topó con Marina, quien todavía seguía encima. De hecho, su polla seguía dentro de ella, envuelta entre los fluidos de ambas.

—Despierta anda, que te vas a dormir —le dijo con un apacible hilo de voz.

Tras esto, se salió de ella y, aunque tuvo cuidado, algo de semen y flujo vaginal se derramó por el sofá y el suelo.

—¡Mierda! — exclamó.

—No pasa nada —la tranquilizó Raquel—. Lo limpiaré luego.

Como pudo, Marina se limpió con sus propias bragas y luego, se vistió con rapidez. Ya tenía la camiseta puesta cuando se dirigió a la chica.

—Bueno, que puedo decir, ha sido una noche mejor de lo esperado —comentó mientras la observaba. Aún seguía recostada en el sofá—. Ojalá pudiéramos repetirlo.

Se acercó y le dio un dulce beso. Tras esa fachada de macarra, se ocultaba una mujer sensible y cariñosa. Eso creía, al menos, pero sabía que no se equivocaba.

—Buenas noches Raquel —se despidió—. Cuando me necesites, ya sabes donde vivo.

La vio marcharse tan tranquila. Ella aún seguía acostada en el sofá. Pudo notar el semen saliéndole de su coño. Todavía estaba tibio. Llevó una mano hasta allí y cogió un poco, no pudiendo evitar acordarse de que no demasiado antes, su boca estuvo inundada por el pastoso líquido, el cual se tragó sin ningún problema. Observó el que tenía derramándose entre sus dedos. Un perfecto recordatorio de lo que había pasado esa noche que ya nunca olvidaría.

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A la mañana siguiente, su marido regresó. Ella pasó la noche durmiendo muy tranquila y satisfecha. El polvazo que Marina le había dado la dejó muy relajada y contenta. Cuando su esposo llegó, lo recibió con mucha alegría, algo que le dejó sorprendido.

—Cariño, siento haber llegado tan tarde —se disculpaba el hombre al tiempo que se descalzaba en el dormitorio.

Raquel salió del baño y vio cómo se despojaba de su ropa para ponerse el pijama y dormir.

—No importa —comentó ella.

—Ayer íbamos a pasar una bonita velada juntos y la arruiné quedándome allí —se explicó apesadumbrado—. Tuvimos una reunión de tres horas y luego pasamos informes de la empresa. Un caos, vamos.

Le apenaba su marido. Él se tiró trabajando toda la noche como un descosido y ella se dedicó a follar con la vecina. De hecho, un repentino malestar inundó su ser. Lo peor no era que hubiera estado disfrutando más que el hombre. Lo más aborrecible era que le había sido infiel. ¿Cómo demonios podría mirarle ahora tras esto?

—¿Ocurre algo? —le preguntó e repente.

Raquel no supo que decir. Miraba al hombre con el que había decidido pasar el resto de su vida y el miedo y arrepentimiento hacían mella dentro de su cuerpo. Quería contárselo, pero sabía que de hacerlo, lo destruiría todo. Por ello, se contuvo.

—No, tan solo que tampoco lo pasé tan mal anoche.

—Y eso?

—Resulta que ayer la vecina estuvo aquí —Casi se estremeció de terror al contarle esto—. La invité a pasar y estuvimos tomándonos un vinito mientras hablábamos.

Todo esto lo dijo con una fingida sonrisa en el rostro, como si con ello pretendiese aparentar que todo estuviera bien. Y por lo visto, funcionaba. Su marido no sospechaba nada fuera de lo normal.

—¿Cual vecina? —preguntó lleno de curiosidad mientras intentaba ponerse el pantalón del pijama.

Viendo que se iba a caer al intentar colocarse la prenda, le ayudó. Le hizo dentarse en la cama y le pasó una pierna por dentro. A la vez, le contó de quien se trataba.

—Marina, vive dos casas más allá. —Tiró del pantalón para subirlo mientras hablaba—. Resulta que tiene problemas de Internet y vino para peguntar si teníamos. Fue cuando la invité para que se quedase un ratillo. Al final se tiró más de dos horas. No paramos de hablar.

—Pues me parece muy bien —comentó su esposo mientras se preparaba para irse a dormir.

La chica, quien se había levantado para marcharse de la habitación y dejar a su esposo dormir tranquilo, se giró sorprendida.

—¿Y eso?

—Me parece muy bien que tengas amigas –le dijo mientras se acostaba y se tapaba con la sabana—. Siempre te dejo tan sola.

Eso último le sentó como una puñalada en el corazón. Era verdad, y entendía que su trabajo lo tenía muy ocupado, pero a veces, daba la sensación de que solo vivía para eso. Ahora, por ejemplo, ni le había dado un beso siquiera. Le faltaba ese cariño, esa sensación de importancia. Y él ni se molestaba ni una sola vez.

Fue ya a abandonar la estancia alicaída cuando el hombre la llamó. Esperanzada, se volvió para ver que tenía que decirle.

—Por cierto, la semana que viene me iré de viaje —informó sin ningún preámbulo—. Estaré en Alemania por un mes.

—¿Te puedo acompañar? —preguntó en un desesperado intento por ver si le recuperaría.

—Cariño, es un viaje de negocios —contestó con tono divertido, aunque a ella le pareció desagradable—. No voy a estar más que en reuniones. Apenas nos veríamos.

—Como quieras —dijo desanimada e inició la marcha fuera del dormitorio.

—Mejor quédate aquí y sal con tu amiga Marina.

De nuevo, se giró al oír esto.

—¿En serio quieres que quede con ella?

La pregunta parecía sonar inocente en apariencia para su marido, pero el hombre no era consciente de las auténticas implicaciones.

—Claro que si —dijo alegre— Seguro que las dos lo pasareis muy bien, como hicisteis anoche.

—Sí, supongo —se limitó a decir Raquel—. Que descanses.

Cerró la puerta de la habitación, sin dejar de pensar en todo lo que le había pasado. En una sola noche, había conocido a una persona que la había hecho gozar como ninguna otra. Y le encantaba, tanto en su puntillo canalla como en el cariñoso.

Iría esa tarde en busca de Marina. Le diría cual iba a ser el panorama. Desconocía si ella querría algo así, aunque si anoche le dijo que si la necesitaba, ya sabía dónde encontrarla, eso quería decir que sí. Le gustaba. Poco le importaba que fuera transexual, eso ni siquiera le suponía un problema grave. Era esa forma de ser, tan decidida y fuerte, junto a su radiante belleza lo que la volvían loca. Y esa polla.

Tembló como la gelatina solo de recordar semejante miembro. Recorrió el comedor y miró el sofá, lugar donde tuvieron el apasionado encuentro. Aún no podía creer que hubiera sido capaz de hacer algo así. Y lo que era más increíble, contaba los minutos y segundos para que se produjese el siguiente.

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