Nos encontramos en la playa, con la posibilidad de que nuestras parejas no vieran. Solo queríamos tener un poco de sexo en la arena

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No todo fue casualidad. Él había dado pasos para ayudar al destino. Sabía que ella estaba por esta playa -¡tan cerca de donde él vivía!- pasando unos días. No conocía el lugar exacto, pero lo tenía más o menos delimitado. Y allá que se fue con su mujer. Una mañana de playa, a una zona tranquila. Era el mes de junio y no había mucha gente. Amparados en unas pequeñas rocas, tendieron las toallas. Se pusieron crema y se tumbaron.

-Cariño, yo me quedo dormida seguro. He pasado muy mala noche y voy a recuperar. En la sombra de estas rocas me voy a echar una buena siesta.

-Vale. Yo me daré un paseo por la orilla. Luego vuelvo.

Y empezó a caminar. Le encantaba pasear por la playa. Había poca gente y lucía un sol espléndido, como a él le gustaba. Iba despacio, fijándose en todas las parejas. Tenía la intuición de que sí, de que la iba a encontrar. Y ocurrió. Mucho antes de lo que suponía. No había andado ni trescientos metros. Allí estaba ella. Inconfundible. De pie, con bikini negro, una encantadora braguita pequeña y la parte de arriba atada al cuello y a la espalda. A su lado, recostado en la toalla, su marido leía un libro. Estaban a unos treinta metros de la orilla. También en el el hueco que había entre dos pequeñas rocas. Julia miraba al mar. Estaba guapísima. Impresionante. ¡Y vaya tipazo!, pensó él. Se detuvo, dejando que las olas remojasen sus pies. Observando el mar y observando la arena. Haciéndose ver. Esperando que ella le descubriese. Y lo hizo. Julia se percató. Le dijo algo a su marido y caminó despacio hacia la orilla. Se quedó allí, junto a él, mirando al mar. Sin mirarle, susurró en voz muy baja…

-Pero…¿qué haces tú aquí?…¿cómo es posible?…

Él sonrió. Y también muy bajito, la mirada fija en el mar, contestó…

-Ya ves. He venido a ver si te encontraba …y fíjate…

Julia no sabía qué decir. Exultaba de alegría, pero estaba muy cortada y no quería que se le notase…

-Y ahora…¿qué hacemos? No me puedo poner a hablar aquí contigo, mi marido está ahí mismo.

-Claro que no. Voy a caminar unos metros más y me voy a dar un baño…hazlo tú también con disimulo, en un rato.

Y echó a andar. Unos metros más. Se detuvo y miró a su alrededor. Vio como Julia volvía junto a su marido y le decía algo. El marido dejó el libro y se tendió boca abajo, de espaldas al mar. Ella se arrodilló junto a él y empezó a extenderle crema por la espalda. Enrique observaba la delicadeza con la que lo hacía. Era todo un masaje. Sonrió y siguió caminando unos metros más y se metió en el mar. Despacio, entrando poco a poco. El agua estaba buena. Aún no era verano oficialmente, pero el día era estival del todo. Poca gente en la playa. Unos cuantos tomando el sol, otros pocos paseando y algunos bañándose. Cuando el agua le llegaba por la cintura, se detuvo y miró atrás. Allá a lo lejos, distinguía la roca donde había dejado a su mujer dormida. Y algo más cerca, Julia seguía acariciando la espalda a su marido. Alrededor de ellos, un par de parejas tomaban el sol. Entonces vio a Julia levantarse y observar. Se dirigió de nuevo hasta la orilla y empezó a caminar en la dirección en la que lo había hecho él. Miró hacia él y siguió caminando unos metros más. Cuando hubo sobrepasado bien la vertical de donde él estaba, empezó a meterse en el agua, parsimoniosamente, recreándose, deteniéndose de vez en cuando a echarse agua por los hombros con las manos.

Él, caminando hacia adentro del mar, avanzó en diagonal, alcanzando poco a poco la altura de la línea en la que ella se estaba metiendo. De esta forma, llegaron a juntarse. Estaban bien adentro, con el agua llegándoles ya bastante por encima de la cintura. Miraron hacia la playa. Lejos había quedado el marido de Julia, que seguía tendido boca abajo sobre la arena. Y todavía más allá, apenas se vislumbraba la roca en la que él había dejado a su mujer.

-¡Me has encontrado!

-Bueno…no era difícil. Tenía que ser más o menos por aquí..

-¡Estás loco, cielito! … estás loco…pero me encantan tus locuras…

Y allí, dentro del agua, se acercaron. Él, de espaldas a la playa; ella teniendo la arena a su frente. Se miraron. Se sonrieron, se tomaron las manos …y se abrazaron. Suave primero, pero enseguida con todas sus fuerzas. Con todas sus ganas. Con todo su deseo. Nunca imaginaron que aquel abrazo que tantas veces habían soñado, el que tantas veces se habían deseado virtualmente, se iba a hacer realidad de aquella manera…

Los brazos de Enrique envolvieron el cuerpo de Julia. Sin límites. Sin cortapisas. La abarcaban completa. Se recreaba disfrutando ese momento. Estrechándola contra su pecho. Notando su respiración, sus suspiros, sus temblores, sus pechos… Julia también lo gozaba. Al sentirse así, apretada contra él, un largo escalofrío la recorrió varias veces. Sonrió. Volvían aquellos estremecimientos, aquella especie de orgasmos en la piel. Casi en serie. Uno detrás de otro. Pero ahora, abrazada a él, nada de imaginándolo. Se entregaba entera a aquel abrazo deseado. Y sus brazos también lo rodearon a él. Por detrás del cuello y por la espalda. Apretándolo. Apretándose los dos. Enrique notaba el calor de sus manos en la nuca. Cerró los ojos e inspiró profundamente, como tratando de sorberla toda. Intentando que aquel instante se transpusiese entero en él, buscando embriagarse por completo de aquel abrazo.

Julia miró por encima del hombro de Enrique y localizó a lo lejos a su marido. Seguía tumbado boca abajo. Quizás se hubiera dormido. Miró más cerca y vio a un tipo que estaba bañándose por allí y les observaba…

-Cielito, ese de ahí nos está viendo abrazarnos…

-¿Lo conoces de algo?

-De nada

-Pues entonces, cielo, será una pequeña dosis adicional de morbo…tú controla a tu marido y sigue abrazándome…

-Estás loquito…loquito de veras…

-Por ti, brujita…

Y la apretó más aún. Recreándose en cada centímetro de su piel, en su respiración, en sus pechos, en sus suspiros….y en la forma en la que Julia se apretaba a él. Ella se entregaba toda. Allá en la arena, su marido seguía tumbado. Cerca de ellos, el bañista debía estar poniéndose caliente viéndolos. Y el morbo se encendía. Por un momento le vinieron a la memoria aquellas travesuras hablando por WhatsApp, mientras su marido veía la tele. El morbo de excitarse y apretar disimuladamente sus muslos, buscando aplacar el calor y las palpitaciones de su coñito, llena de un deseo voraz. Ahora, otra vez el morbo y el deseo, ese que él le sabía despertar con tan sólo unas frases. Pero en esta ocasión no eran frases, no era imaginación. Lo tenía en directo, ahí, entre sus brazos, apretándose a ella. Notó cómo las manos de Enrique acariciaban su espalda. Firmes, pero suaves. Recorrían cada centímetro, como queriendo memorizarla toda en las yemas de sus dedos. El mar estaba en calma. Apenas había olas. El agua, no muy fría. Y los cuerpos calientes. Se susurraban mimos y dulzuras al oído. La excitación crecía…

Las manos de Enrique bajaron. Julia las esperaba. Lo sabía. Estaba convencida que se detendrían allí, en la curva que formaban el fin de su espalda y el comienzo de sus nalgas. Cuando llegaron a ella, Julia se estremeció. Y se apretó aún más a él. Toda entera. Sus uñas se clavaron en el cuello de Enrique. Se le escapó un gemido. Enrique le besaba el cuello. Estremecimiento inmenso. Suspiros. Ronroneos. El abrazo no podía ser más apretado. Se perdieron en un beso sin fin. Labio contra labio. Lengua contra lengua. Pecho contra pecho…sexo contra sexo.

Porque ya él se había apoderado de las nalgas de Julia y las apretaba con fruición. Julia notaba el sexo de Enrique contra ella, duro, ávido. Ya no tenía que imaginarlo. Lo tenía allí. Rozándola. Requiriéndola. Excitándola más y más. Cerraba los ojos y se entregaba. La respiración de Enrique en medio del beso, le encantaba. Y sus manos…¡oh, sus manos! no dejaban de recorrer sus nalgas, las piernas, la espalda…los pechos…Enrique había metido una mano por debajo del sujetador del bikini…y acariciaba las tetas, los jugaba con sus pezones…duros, turgentes, excitados…como toda ella. Como él.

Julia notaba la dureza de la polla de Enrique contra ella. Y sus mariposas se revolvían. Y le revolvían todo. Su sexo palpitaba, hervía, se encendía de deseo. Allí cerca, el tipo aquel los miraba sin perder detalle. Pero ya le daba igual. Al fondo, en la arena, su marido seguía en la misma situación. Las manos de Enrique habían desatado los lazos del sujetador y lo quitaban…

-Estás loco….

Y le besó. Largamente. Saboreándolo. Lenguas enredadas. Beso inmenso. Abrazo total. Ahora sí, desnudo pecho contra desnudo pecho…Enrique, con cuidado, le ató a la muñeca la parte de arriba del bikini y así quedó de nuevo con sus manos libres. Para acariciarla por todas partes, para bajarlas hacia el culo, para apretarle las nalgas mientras seguían embebidos en el beso…

Julia acariciaba sus hombros, su nuca, sentía cada poro de su piel en la sensibilidad de sus dedos. Le volvía loca sentir su pecho desnudo apretado contra el de él. Notó como una mano de Enrique se metía dentro la braguita…Estremecimiento inmenso al sentir las caricias en sus nalgas, muslos, caderas…

Al palpar y acariciar el culo de Julia, Enrique percibía también sus estremecimientos. Y se contagiaba de ellos, de su calor, de su morbo. Ya no había más que Julia. El mundo no existía. Solo un vértigo prodigioso y dulce que encendía su deseo más y más. Se estaban sintiendo. Se estaban viviendo. Se estrechaban en un abrazo sin limites. Vibraban. El agua no amortiguaba sus temblores. Ebrios los dos de deseo, se apretaban tratando de fundirse. Ninguno de los dos hablaba. Solo aquel sórdido lenguaje de los suspiros, de los estremecimientos, de las percepciones.

Entre ellas, las de los pechos de Julia. Divinos. Enrique los notaba contra él, con los pezones duros, turgentes, deseosos…Bajó sus labios por la barbilla de ella, por el cuello, por el pecho…y los besó, los lamió, los mordisqueó, los succionó. Julia cerraba los ojos y se entregaba a las caricias. Los dos estaban encendidos. Ya no les importaba la presencia de aquel bañista, que seguramente se masturbaba bajo el agua mientras los observaba descaradamente. Pasaron de él.

La mano de Julia bajó en busca del sexo de Enrique. Y palpó su hinchazón bajo el bañador. Las yemas de sus dedos de empezaron a moverse sobre aquel abultamiento procaz. Enrique la besaba en el cuello, mientras le acariciaba el culo una y otra vez. Las mutuas caricias parecían sincronizarse. Las pieles hervían en el agua. Julia, por encima del bañador, acariciaba con avidez la verga de Enrique. Escandalosamente tiesa bajo el agua. Dura, como en sus mejores tiempos.

—Me gusta haberte puesto así – susurró

Y siguió acariciando. Su mano se metió por la goma del bañador, encontró la polla…y atrapó, lasciva, la verga ardiente.

—mmmmmmm—murmuró, sensual y divertida …

—uffffffffff — ronroneó él….

—¡cómo me gusta tu polla!….¡cuántas veces la he imaginado!…

Y sin que ella la soltase, se volvieron a fundir en un abrazo único, piel con piel, cuerpo con cuerpo, calor con calor, estremecimiento con estremecimiento. Otra vez las lenguas jugando ávidas de las recíprocas humedades. Otro beso eterno. Las manos de Enrique se regodeaban en las nalgas de Julia. La posesión de aquel culo maravilloso le incrementaba la pasión hasta límites incontrolables. Con habilidad, desató los lazos laterales de la braguita del bikini…y con más habilidad aún, ató los cordoncillos a la otra muñeca de ella…

—Estas loco, cielito…irremediablemente loco…

Y a la vez que lo decía, Julia le bajó con sus manos el bañador, hasta quitárselo. Hizo lo mismo que él había hecho antes con sus piezas, y ató los cordones del bañador a la muñeca de Enrique. Ahora, los dos estaban completamente desnudos dentro del agua. Julia miró hacia donde estaba su marido y vio que seguía igual. Y también vio al bañista que los miraba, que, por la cara que ponía, se debía estar masturbando abiertamente. También ellos, sin disimulo, se entregaban a una desenfrenada vorágine de caricias y sexo.

Sonriendo al verse el bañador atado a su muñeca, la atrajo hacia él y la abrazó. Su verga -erecta como la Torre de Hércules- se apretó contra el vientre de Julia. Las manos de él fueron bajando por el curvo contorno de ella, hasta llegar a su tesoro delicioso. Mientras la llenaba de besos, sus dedos empezaron a explorar el pubis, los labios, el coño entero. Julia se electrizaba y notaba un excitante calor en su sexo. Y con el calor, el deseo, las ganas de todo. Los besos de Enrique, su durísima tranca apretada contra ella, y sus dedos jugando con el clítoris, hacían que Julia se estremeciese una y otra vez. Y sus estremecimientos encendían aún más a Enrique, que metía y sacaba hábilmente los dedos por el coño de Julia, rozando y manipulando su clítoris, buscando excitarla hasta el extremo. Y lo lograba. Julia abría sus muslos ansiosa y sus contracciones pelvianas hacían cada vez más patente su deseo…Conteniendo las ganas de exigírselo a gritos, Julia le susurró al oído…

—¡¡Más!! … ¡¡Más!! …. ¡¡Más!!….¡¡Te quiero todo dentro!!

Enrique estaba encendido. Per aún siguió jugando con sus dedos por cada recoveco del encantador coño de Julia, que se retorcía de gusto, le besaba el cuello, le mordisqueaba por todo lo que alcanzaba si boca. Suspirando, ronroneando, despreocupada de todo, lanzada a la búsqueda del máximo placer. Se abrazó muy fuerte a él y subió las piernas envolviéndolas a la cintura de Enrique. Y acercando su boca al oído, le lanzó un exigente susurro…

-Méteme ya la polla…¡métemela…!

Fue una especie de orden, de sentencia inapelable. Al escucharla, él se encendió todavía más. Pero aún tuvo control para esperar un poco y, acercando la boca al oído de ella, musitó despacio ….

-Quien nos iba a decir cuando empezamos aquel juego delicioso, que íbamos a vernos así…

-Nunca pudimos imaginar que íbamos a terminar follando – musitó ell

-No vamos a follar, brujita…

Julia dio un respingo en ti cuando escuchó eso. Enrique sonrió y la besó…

—Lo que vamos a hacer tú y yo no va ser follar, Julia…va a ser mucho más …

Les vinieron a la cabeza tantos y tantos ratos de charla compartida, tantos sentimientos de ternura de fascinación, de cariño…que se estrecharon mucho más todavía en aquel enorme abrazo. Efectivamente, los dos pensaron que aquello era mucho más que follar…

—Esto no va a ser follar, brujita. Llámalo como quieras: hacer el amor o cómo se te ocurra, pero lo que vamos a hacer tú y yo, va a ser mucho más que follar, va ser otra cosa…

Y la besó. Con dulzura primero, y enseguida con pasión. Y Enrique se concentró en aquel cuerpo delicioso que se adhería a él abrazándolo… con los brazos … y también con las piernas, que Julia apretaba contra las nalgas de su amante. Era la plenitud de una mujer deseosa, que emanaba las esencias de su activísima sexualidad. Se besaron profunda y largamente. Lo hacían con pasión, con verdadera locura. La polla de Enrique, enhiesta, notaba como el sexo de Julia se apretaba contra ella con rabia, con insolencia, con total apertura. Él apretó el culo de ella con fuerza…y empezó a meterla, a notar la calidez del coño de Julia, que se abría ávido…y comprimía su verga con deliciosa firmeza. La metió toda. Enrique metía y remetía la polla en aquella cueva húmeda. El coño de Julia la ceñía entre espasmos de placer. El placer infinito de sentirlo entero allí adentro, gozando y haciéndola gozar en acompasados movimientos, jadeos, ronroneos, suspiros…

—Tienes razón, Enrique; esto no es sólo follar… Es mucho más. Es sentirte dentro. Es gozar de ti. Es gozar de que tu goces de mi. Es … lo más hermoso del mundo …

Aceleraron los movimientos. Acompasaron los ritmos. En aquel loco mete saca dentro del agua, cabalgaban juntos hacia el clímax. Irrefrenablemente. Julia apretujó las piernas con todas tus fuerzas. Sus sexos se fundían. Las piernas de Julia apretaban con rabia la cintura de Enrique. El roce de sus muslos en él, la presion de su coño y la acción de su lengua sobre su oreja, lo incendiaban…Julia gritó…

—¡Ohhhhhhh! ¡qué gorda la tienes! … ¡No te pares! ¡No te pares! ¡Sigue! … ¡Me matas de gusto!…

Y el placer de ella arrastró el de él. Enrique apretó con todas sus fuerzas y Julia se retorció de gozo. No dejaban de besarse. Desinhibida de cualquier recato, gemía, jadeaba… se prensaba contra él. Enrique empujó su polla con todas sus fuerzas contra el coño de Julia, golpeando en su fondo casi con locura, bestialmente. Llegaban al orgasmo. Juntos. Él aceleró los empellones de manera salvaje. Quería perderse en aquellas entrañas deliciosas, en su cuerpo entero….y desde lo más intenso del placer, Julia gritó…

—¡Me corro! … ¡Oh! ¡Cariño! … ¡Me corro! … ¡Me corro!

Explosionó de gozo. En un mar de suspiros, jadeos y gritos salvajes, se dejó ir, en un orgasmo sublime e intenso, que le llevó a él llevó al clímax de goce más grande que había sentido en mucho tiempo. La explosión de esperma se derramó dentro de Julia, en lo más hondo de tu sexo, en un increíble reventón.

Siguieron abrazados, pero exhaustos. Las respiraciones jadeantes. Trataban de recuperar poco a poco el ritmo, en una dulce resaca de pequeños espasmos de placer. Los jadeos fueron deviniendo en suspiros y, poco a poco, en un dulce ronroneo. Se sonrieron. Se besaron. A los dos les hubiera gustado un largo momento de ternuras, de mimos, de caricias. Pero estaban donde estaban y debían bajar de la nube y volver a la realidad. Miraron a su alrededor. Ya no era uno, sino dos, los tipos que estaban a su alrededor. Uno de ellos con señales y cara de estar corriéndose sin disimulo en ese momento. El otro ya debía haberlo hecho, a juzgar por la expresión de su rostro. Julia miró a la playa y localizó a su marido. Estaba en la misma posición. Julia respiró. Enrique fue saliendo de ella. Su verga —aún dura— abandonó la calidez de aquella cavidad deliciosa y acogedora. Tras la salida de la polla, posiblemente el mar recogiese un reguerito de semen y flujos, frutos de la ruptura de todos los límites del recato habida momentos antes.

—Julia….

—Enrique….estamos locos…

Y comenzaron a recomponerse. Enrique desató su bañador de la muñeca y empezó a ponérselo. Julia hizo lo mismo con las braguitas. Y….

—¡Mi sujetador!…¡No está!…

Julia miraba alrededor. Enrique también. El sujetador atado a la muñeca de Julia se debía haber soltado durante la salvaje sesión de sexo. Y ahora ya no lo veían. A saber dónde estaba. Miraron, miraron, miraron …y nada. Se había perdido por el mar..

-Vaya…no me va a quedar más remedio que salir en topless…

-¿Y qué vas a decir?

-Bueno…la verdad es que mi marido siempre me dice que lo haga. Soy yo la que no quiero…le diré que me ha dado la vena de hacerlo hoy…seguro que le va a encantar…más aún…¡le va a poner!

Y Julia rompió a reír. Con aquella risa suya que a Enrique le encantaba, le calmaba…le enamoraba…La abrazó. La besó. La miró…

-Brujita…ha sido delicioso

-Cielito…pellízcame por si estamos soñando…

Y se volvieron a abrazar. Largo. Intenso. Saboreando el contacto. A su alrededor, los dos mirones habían desaparecido. Lo comentaron…

-Esos dos tipos se han divertido…

-¿Sabes cielito? Ni me ha importado. Es más, me has hecho tan morbosa que te diría que hasta me ha gustado tener público….

-Y nuestros cónyuges por ahí cerca, más morbo aún…

-Sí….

-Tendremos que ir saliendo, cariño…Hazlo tú primero

Y tras un dulce beso, Julia empezó a caminar hacia la arena. Enrique quedó allí, mirándola alejarse y recordando cada instante de aquella deliciosa sesión…Julia llegó a la orilla. Y una vez allí, se dirigió a la roca junto a la que estaba su marido. Enrique empezó a moverse, aunque dando un rodeo para salir un poco más lejos. Llegó a la arena y caminó despacio. Cuando llegó a la altura de Julia y su marido, miró. Julia, en topless, se sentaba al lado de él, que ya se había dado la vuelta y estaba recostado boca arriba. A Enrique le pareció observar una protuberancia en el ceñido bañador de aquel afortunado marido…Enrique alcanzó a ver cómo Julia acariciaba aquel bulto por encima del bañador. No había nadie en los alrededores. Enrique siguió caminando y sonrió. Su viva imaginación empezó a adivinar la dulce comida de polla que aquel afortunado marido iba a recibir de aquella encantadora y traviesa dama. Y la imaginación de Enrique no pudo evitar pensar en que Julia se la iba a comer a su marido…pero su mente estaría en…

Y así, enfrascado en esos pensamientos, llegó hasta su mujer … tampoco había nadie más por allí…estaba completamente sola, sentada al sol…

-Cariño…¡la tienes dura! ¡qué habrás visto! ¡en qué estarás pensando!

Él sonrió y se sentó junto a ella.

-Tiéndete, cariño. Te voy a comer el coño….

Y empezó a jugar. Y su imaginación, también jugaba…

El morbo seguía…

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