Mi novio no me termina de complacer y tengo que hacer lo que sea por una buena verga
Hago lo que sea por una pija
Era sábado, estaba nublado, mi novio no tenía ganas ni de tocarme, y el fuego de mi entrepierna parecía multiplicarse hasta con el roce accidental de mi bombacha.
Fumé unas pitadas de un buen fasito de flores y le ofrecí a él para erotizarlo un poco. Le puse las gomas en la cara, le saqué la pija afuera del pantalón y le pasé la lengua hasta por los huevos. Pero él estaba encabronado porque no le pagaron en el laburo, porque le dolía la muela y vaya a saber por cuántas cosas más.
Comí un poco de arroz con salchichas, y apenas él se fue a dormir le dije que saldría a lo de una amiga. Claro que mis intenciones me empujaban a calmar la necesidad de sexo que me quemaba por dentro, y no quería conformarme con una paja al lado de mi novio. Si él no quería coger, pues yo sí.
Entonces me lancé a la aventura de caminar en plena siesta por la ciudad. Tenía pensado regalarme al primer pito que encontrara y me desee. No buscaba amor ni cariño.
Anduve caminando bajo los efectos del porro, y al parecer me veía más simpática, porque todos me saludaban. Algo irradiaba mi piel o mis hormonas que se me quedaban mirando, y eso que no tengo grandes atributos.
Tengo unas tetas normales y poca cola, aunque lindas piernas, una boca pequeñita pero muy juguetona, pelo largo con rulos y, soy morocha y peticita. Eso a los hombres les interesa porque soy maleable para lo que gusten hacerme.
Cuando caí en la cuenta, estaba en la estación de servicio, al lado del último auto de una fila de 20. Adentro había un hombre alto y otro moreno, a los que enseguida busqué seducir sacándoles la lengua, abriendo mis piernas para acariciar mi panocha bailando el tema dance que sonaba muy fuerte en el auto siguiente.
Cuando el alto abrió la ventana le dije:
¡si me dan 20 pesos les saco la lechita rapidito!
El alto abrió la puerta y me apuró para que me acurruque entre ambos pares de piernas, una vez que llevaron las butacas lo más atrás que les fue posible.
Me manoseaban las gomas con verdadera pasión, cuando yo fregaba mi nariz y mentón contra sus bultos, oliendo ese calor de machos ardientes y gimiendo como una bebita.
El moreno, que era colombiano quería llegar a mi concha con sus manos a toda costa. Pero yo me le hacía la difícil, y su cara se pervertía más. El alto, que estaba al volante, avanzó unos metros con el auto, y apenas dijo que ya le saltaba la leche, decidí bajarle el pantalón, morderle el bóxer hasta hacerle un agujerito con los dientes y comerle la pija, como si le estuviese tranzando el glande. Estaba deliciosamente rebalsada de juguito, gruesa, sudada y olorosa. Eso estimulaba a mis manos a pajear con esmero al colombiano por adentro de su joggin, quien no podía controlar la fuerza de sus manos cuando me apretaba la cabeza para que le siga comiendo la pija a su amigo.
¡dale peterita sucia, mamala toda, sos una cochinita vos!, decía el alto cada vez más cerca de darme la merienda.
¡sí, eres una putica muy chancha, cómetela toda cerda, eres muy linda, y hueles a ramera!, decía el moreno mientras me ensuciaba las manos con su leche y jadeaba satisfecho.
De repente me levantó de los hombros y me subió la musculosa para que su carne, en cuanto siente el tacto de mis tetas comience a derramar su semen entre ellas y mi corpiño.
Claro que ni les recibí el dinero!
Todo fue tan rápido que me limpié las manos en la camisa del conductor y me bajé como una nena que terminaba de cometer una travesura.
Me arreglé la ropa cuando la cola de autos volvía a moverse, y entré al mini market.
No sé cómo, pero eran las 7 de la tarde. Me pedí un café con un alfajor y me senté en una mesita dispuesta a mironear. Ahora estaba más calentita que antes, por lo que no tardé en descubrir a mi nueva presa.
A dos mesas de la mía, un pelado cuarentón no me quitaba los ojos de encima. Yo ya no podía con los latidos impertinentes de mi clítoris.
Por eso dejé que algunas gotitas de café se caigan de mis labios, me lamía los dedos y saboreaba la cucharita, me sacaba las miguitas de alfajor de la remera como para que me mire mejor las tetas, y no paraba de sonreír. Vi que en un momento se sobó el bulto, y yo hice lo mismo con mi entrepierna.
Recordé que hacía dos días que traía la misma bombachita, y sentí que me mojaba más aún. Sabía que mi hombre no soportaría tanta espera.
Pronto se levantó de su mesa y apoyó sus manos en la mía. Me saludó apretando los dientes y me preguntó la hora. Como no uso reloj, me puse de pie para sacar el celu de mi bolsillo, y me bajé un poco el shortsito. Además le rocé el ganso fingiendo que perdía el equilibrio por lo resbaloso del piso. No sé cómo hizo para tocarme una goma entre tanta gente curiosa!
Entonces me ofreció compartir un cigarrillo afuera. Pagó la cuenta y salimos. Mientras fumaba le dije que tenía 25, que me dicen Anto y que no tengo novio. Me sentí bien sabiendo que no era verdad. Al fin y al cabo, él ni se interesaba por mí.
Cuando dijo que iba al baño le hice caso a mis instintos de hembra, y lo seguí. Por suerte no había nadie.
Apenas cerró la puerta, en la antesala de los cubículos le bajé pantalón y slip, le olí y lamí la puntita de la pija, me incorporé para que me coma la boca, y volví a idolatrar su carne con mi aliento, mi saliva y mi garganta. Como la la tenía larga y finita, se escabullía con facilidad, y rozaba mi campanilla. El turro me apretaba el cuello, me arrancaba el pelo, me amasaba las tetas entre jadeos y bocanadas entrecortadas, y hasta me quemó la mano con su cigarro.
Cuando supe que su polvo cubriría mis papilas gustativas, me puse de pie y le dije:
¡pajeame perro, dale, tocame la bombachita, y después olete la mano!
El pelado lo hizo embelesado, y solo consiguió meterme un dedo en la vagina, ya que yo le cerraba las piernas con histérica fascinación. Apenas se olió la mano me empujó para que vuelva a mamarle el pedazo, y esta vez no pude retrazar el terrible espasmo de leche que conquistó hasta mis pulmones. Me ahogué como una boluda, tuve un ataque de tos y me salía leche por la nariz.
El desagradecido se fue sin despedirse siquiera!
En el exacto momento en el que me disponía a irme de allí, entra un nene de unos 18 años. Veo en la puerta la silueta de una mujer que se saca unos anteojos y le dice:
¡dale Tomi, hacé pis que ya nos vamos!
Me ofrezco a llevarlo al individual y le digo a la mujer que soy personal de limpieza del lugar. Claramente no me cree, y entra conmigo.
¡qué querés con mi hijo? Le vas a tomar la lechita? Mirá que tiene un retrazo pero acaba como un hijo de puta!, me acusa mientras abre un grifo para lavarse la cara, y yo me hago la ofendida.
¡dale nena, pajealo y chupale bien la pija, pero primero que vaya a mear!, dijo luego de secarse con su propio vestido.
Me desconcertó, pero para mí no había marcha atrás.
Lo que no imaginé es que la mujer me arrinconaría contra la pared para frotar sus tetas contra las mías, para palparme como a una ladrona y comerme la boca. También lamió mis gomas mientras susurraba:
¡quiero que le tomes toda la leche a mi nene, que le saques las ganas de pajearse por un ratito, es muy pajerito, y tiene una linda pija!
En cuanto Tomi salió del baño la mujer me soltó, y yo le bajé el short para arrodillarme y hacer lo que más amo en el mundo. Tenía el calzoncillo mojadito, y eso me encendió más todavía!
Mi lengua saboreaba la suave y húmeda piel del adolescente cuando siento las manos de la mujer estrujar mis nalgas con descaro. Me las pellizcaba, las amasaba y no paraba de murmurar:
¡qué linda nena, cogete a mi hijo, y que te deje preñadita, por sucia!
El pibe me decía mi amor todo el tiempo entre gemidos y vergüenzas, balanceando su cuerpo de un lado al otro, y buscando que su pijita parezca más grande en los ríos de saliva que se me caían de la boca. Ni bien su semen apurado comenzó a mezclarse con mis suspiros y mi lengua lo degustaba con gratitud, descubro que la mujer está en tetas, que se las hace tocar a su hijo y que se lame los dedos con los que le limpia los restos de leche de la pija.
Antes de irse con él del baño me come la boca saboreando mi lengua como a un caramelo fresco, se frota con mi mano su entrepierna, y reconozco que tiene un orgasmo en cuanto mis dientes le rozan los pezones, mis uñas le razgan un poco la bombacha por debajo de su vestido y mis dedos se humedecen con sus jugos.
Salieron tan de prisa que, sentí un vacío tan inmediato como injusto.
Volví al mini market y me pedí una gaseosa. Me senté en la única mesa que conservaba una silla, donde había una pareja de unos 30 y un pibe de no menos de 20. La mujer tenía un bebé sonriente en los brazos, y el hombre dejó de prestarle atención para posar sus ojos en mis tetas, teniendo en cuenta que me mojé la remera para disimular las huellas seminales.
Afuera ahora llovía, pero el calor no aflojaba.
Al pibe le vi cara conocida, y no supe quién era hasta minutos más tarde, cuando oí que la mujer le dijo sin reparar en mis oídos atentos:
¡dejala de mirar Piti, es una putita roñosa, no te calientes con esa pendeja… aparte, tiene carita de que le gusta mamarla!
El Piti era mi vecino,y pese a que no tengo trato con él, me caía bien porque es gracioso.
Pero esa tarde me dediqué a provocarlos, a él y al marido de la mujer cada vez más incómoda.
Mordía el sorbete de la gaseosa, abría las piernas intentando rozar las del hombre, hacía burbujitas con la bebida, meneaba las lolas, le miraba el bulto al pibe y le sacaba la lengua al tipo. O sea que, lo inevitable sucedería tarde o temprano.
¡se puede saber qué hacés acá trolita? Qué tantas caritas a mi marido, te lo querés mover?!, dijo la mujer cuando yo me ponía el vaso frío entre las piernas y me mordía los labios. Ese jueguito me estaba gustando!
La mujer se levantó enfurecida diciendo que iba al auto a cambiar al bebé, y entonces el tipo murmuró:
¡mirá pendeja, no sé qué andás buscando, pero si querés guerra la vas a tener… así que si tenís con nosotros, más vale que hagas todo lo que se te pida!
Tras aquella frase se puso de pie para ir a pagar lo que se debía, mientras yo me sentaba a upa del guachito para frotarle el culo en la pija, la que ya tenía una dureza palpable, y lo dejé que me toque las tetas.
Enseguida los tres caminábamos rumbo al auto en silencio, y la mujer estalló en un ataque de nervios al verme entrar por la puerta trasera junto al Piti.
Hubo una discusión violente entre ellos, y no llegué a ver si Rodrigo le pegó a su esposa. Pero la escuché lloriquear y maldecirme. Entonces Rodrigo arrancó el auto mientras el Piti me manoseaba las gomas, y cuando quise acordar ya éramos parte de la caravana de autos que se movían feroces por la ruta.
El flaco manejaba zigzagueando, por momentos como si quisiera llegar a algún lugar con urgencia. En un momento quise meterle las manos adentro del pantalón al pibe para sacarle la pija y hacerle un pete, pero él me lo impidió presionando mis muñecas con sus dedos fuertes, hasta que sentí un dolor insoportable.
La mujer no estaba de acuerdo con mi presencia.
Pronto Rodrigo frena de golpe y me grita:
¡vos quedate tranquila putita, y ni se te ocurra sacarle el seguro a la puerta!
Luego le dice a su mujer:
¡y vos basta de mariconear… o preferís que toda tu familia se entere que te curtís a tu hermanito? Pedazo de trola!
Yo me estaba comiendo mal al pendejo, con besos de lengua fulminantes, cuando él aclaró en medio del barullo:
¡uuuuy, síii, no sabés cómo chupa la verga mi hermana… encima, antes de ayer se mandó una ronda de petes conmigo y tres amigos… se traga la leche sin drama, y le gusta que le acaben en las tetas!
No soporté tamaña confesión, y lo pajeé sin mesura sobre la ropa mientras le paseaba la lengua por toda la cara y gemía descontrolada, sintiendo mi bombacha hecha sopa junto a mi sexo.
Hasta que el Piti comenzó a estremecerse, a sudar y a babearse como un borracho, y dijo:
¡ey Rodri, la guacha hizo que me acabe encima, está re zarpada!
Yo le di una cachetada, creo que molesta por no darme lo que merecía en la boca.
El hombre frenó de golpe una vez más, y con los ojos inyectados en sangre dijo:
¡dejala en tetas y mamáselas, pajeala pero no le saques nada!
Me entregué a los lametazos del pibe y a los círculos que su dedo hacía en mi entrepierna. Tuve un orgasmo inolvidable cuando la mujer, que había permanecido en silencio todo el viaje, de repente nos mira y dice:
¡qué hermosas tetas bebota, me encantaría que mi bebé te las chupe y muerda como a mí guacha!
En eso el Piti se baja la bermuda y me dice bajito:
¡limpiame nena!
Le lamo el calzón enlechado, los huevos, la pija, el ombligo y subo hasta su boca para que nuestras lenguas se enrosquen como serpientes. Bajo para petearlo obedeciendo sólo a mi sed, acentuando cada estocada en mi garganta, cada escupida, todos los besos y lamidas a sus bolas, hasta que Rodri vuelve a frenar con todo y me ordena:
¡sacate el pantalón villera de mierda!
Tuve pena por el Piti porque ya tenía la lechita a punto de explotar en mi cara. Pero Rodrigo no volvió a retomar la marcha hasta que no cumplí con su pedido. Le di mi short a la mujer ni bien me lo pidió, y me agaché para que mis tetas se froten y salten ruidosamente sobre la pija gordita del pendejo. No sé por qué, pero de pronto le quité el slip, lo lamí y bajé un poco el vidrio para arrojarlo por la ventanilla. El Piti puso cara de orto, pero el matrimonio se rió con ganas.
Recién entonces reparé que todo lo que nos rodeaba era campo, viento y una cortina de agua cada vez más débil.
Vuelvo a comerle la pija al Piti bajo el impulso de las palabras de Rodri.
¡petealo todo flaquita, comele la pija zorra, sacale la lechita, y vos pajeame hija de puta, más rápido!
No podía creer que la mujer le pajeara esa pija hinchada y venosa al descubierto con una velocidad y unas sacudidas fatales. No entendía cómo el tipo no perdía el control del auto con semejante cuadro, porque encima la muy puta amamantaba al pibito y le pegaba terribles olidas a mi shortsito.
Antes de que lleguemos a un descampado oscuro, vi que la mano de la mujer se nutría de toda la sabia del tipo mientras éste le gritaba que le apriete la pija, que se la sacuda y que le tire el aliento del cigarrillo que ambos compartían en la cara. Eso me puso de los pelos, y más cuando el tipo me gritoneó:
¡neate encima putita, mojame todo el tapizado, y ni se te ocurra sacarte la bombacha porque te vuelo la cabeza de un tiro!
Me arrodillé decidida en el asiento con las piernas abiertas, y mientras el Piti se acababa encima en una paja formidable de tanto mirarme, me hice pichí como si no lo hubiese hecho en años. Recién ahí recordé que no meaba desde el mediodía.
La mujer me filmaba con su celu, el que sujetaba con la mano reluciente del semen de su marido, y él miraba boquiabierto que mi chorro de pis parecía no tener fin.
Entonces llegamos al descampado.
El Piti bajó primero. Luego Rodrigo, quien me sacó la bombachita casi sin tocarme, y una vez que la mujer le cambió el pañal a su bebé, se puso a jugar con mi calzón meado. Allí comprendí que entre ellos no existían límites morales.
Rodrigo quiso que frote mis tetas y mi rostro en el asiento, que lo lama y lo huela, y que me abra la cola con una mano para meterme un dedo. Hasta que me sacó de los pelos del interior del auto sin ningún cuidado, y me arrodilló contra el baúl para que le mame la verga. Más bien él me cogía la boca a su perverso antojo, y yo debía abrirle la garganta como un amanecer a su presemen aldente.
La mujer bajó enseguida con el bebé en los brazos, y al tiempo que su marido seguía profundizando sus penetradas, gemía con las lamidas que lograba darle a sus huevos y se pajeaba contra mi nariz, ella presionaba mi cabeza con fuerza contra el pubis del hombre, me abría la boca para ver cómo me llenaba de saliva, y le daba la teta al bebé, mientras el Piti se pajeaba con el rostro desfigurado y filmaba.
El hombre no aprobó mucho el morbo de su mujer, pero de igual manera mi boca sentía que su pene se hinchaba más y largaba más juguito.
La mujer me quita las sandalitas para pegarme con ellas en el culo, y entonces, a la noche cerrada y silenciosa la acompañó el dolor de mis pies sobre las piedras y yuyos con algunos pinches que decoraban el suelo.
La mujer, no sé cómo, me encajó mi bombacha entera en la boca y me instó a seguir mamando a Rodri, aunque, como era una bedetina no tenía mucho espacio.
Pronto Sonia llevó a su bebé al auto para que se relaje un poco, porque no paraba de llorar y quejarse. Seguro tenía sueño, o tal vez frío. Además había mosquitos a rolete.
No tenía manera de saber la hora, porque el Piti me despojó de mi celular y lo apagó.
En cuanto Rodrigo le da una tregua a mi mandíbula laboriosa, el Piti acerca sus nalgas a mi cara y me pide con una voz urgente que le chupe el culo. La mujer no tardó en aparecer para arrodillarse y meterse toda su pija en la boca, y soportar que el Piti le pegue, le escupa el pelo y le diga con cierto aire de revancha:
¡ahora tu marido va a saber cómo me la mamabas hermanita, eras re petera, y no había pibe al que no se la chuparas… te acordás cuando se la mamaste a todos mis amigos del club cuando jugaba al fútbol?!
Rodri permaneció expectante por un rato, hasta que me abrió las piernas aprovechándome encorvada y deslizó su pija como una daga en mi conchita.
Me bombeaba con ritmo sin escatimarle ardorosos pellizcos a mis pezones erectos, entretanto mi lengua urgaba en el culo del Piti, y Sonia no daba a vastos entre su saliva y las arremetidas de aquella verga en su garganta.
Hasta que Rodri precisó como un bramido en el desierto:
¡que la guacha te chupe la concha negra, vamos, bajate la bombacha y subite la pollera, ya!
Entonces, durante largo rato mi lengua y labios revolotearon entre la pija del Piti y la concha depilada de Sonia, aunque muy mojada y caliente. Rodrigo continuaba abriendo mis paredes vaginales con su carne como un leño encendido, y Sonia me escupía la cara con malicia o desprecio, y el Piti me pedía que le mordisquee el escroto.
Cuando el guacho me acabó todo en la boquita, Rodrigo me ordenó que escupa toda esa lechita en la bombacha de su esposa, que la tenía estirada en sus rodillas. Apenas comencé a obedecerle, el turro se dignó a liberar una cantidad de leche imposible de describir en mi conchita, cada vez más adentro, sentía que se me inundaban las entrañas mientras un orgasmo frenético implosionaba en mi clítoris extasiado. No sé como fue que Sonia me arrastró unos metros hasta el auto, donde el niño lloraba inconsolable.
Abrió la puerta trasera y me pidió que le cambie el pañal. Pero como me negué rotundamente, la turra me encajó el chupete del niño en la concha para pajearme y hacérmelo lamer.
Su llanterío se fue apasiguando cuando su madre al fin lo cambió para que la diversión no pare entre nosotros. Teniendo en cuenta que estaba agachadita, el Piti tomó ventajas y comenzó a lamerme el culo. En medio de las sensaciones que me invadían le grité que me lo rompa de una vez. Nada deseaba tanto como una pija en el culo gracias a su lengua altanera. Pero yo no elegía nada.
Por eso la mujer sin resistencia de mi parte me sienta en el capót del auto, me abre las piernas y se hinca entre ellas. Ahora el que registraba todo con una cámara era su marido.
En cuanto la nariz de esa tetona tocó mi vulva, y su lengua empezó a revolver mis flujos como una cucharita adentro de mi vagina, gemí como una maldita virgen. Temblé, le pedí más y le presioné la cabeza contra mi pubis para que no se detenga nunca. Eso no fue nada comparado al momento en el que chupó mi clítoris. Para colmo, el Piti me chupaba las tetas, me fregaba el pañal meado del baby en la cara y jadeaba con la pajita que le hacía con mucho esfuerzo mi mano izquierda.
No pude controlarme más cuando Sonia presionaba mi ano con un dedito, mi clítoris con otro y su lengua chapoteaba entre tanta saliva, flujos y las cosas que me decía:
¡hacete pichí puta, comete el pañal de mi hijo, dale cerda, meate ya, que tenés un olor a pis que me encanta turrita!
Me hice pis sin dudarlo en todo su rostro pulcro, perfecto y delicado, mientras el Piti me daba cachetadas para que rompa el pañal con los dientes.
Sonia gimió como una fiera salvaje entre una risa nerviosa y sus dedos frotando su concha, y entonces supuse que estaba teniendo un orgasmo de puta madre.
Rodrigo le dio la filmadora al Piti, me acurrucó en sus brazos y me revoleó sobre una frasada quehabía tendido en el suelo, a varios metros del auto.
Algunas gotas volvían a caer del cielo, pero ya no había viento.
Rodrigo se sentó a mi lado, amasó mis nalgas y me lamió la cara. Luego el Piti me acomoda encima del tipo con tanta habilidad que, no sé cómo de repente sentí toda aquella pija en el culo. No era gordita como la del Piti, y eso colaboraba para que no me doliera.
Me cogía con ternura, porque la violencia estaba en su voz gangosa.
¡cagame la pija sucia de mierda, te gusta culear no?, sos una putita chupapija, meona, villera y alzada! Haceme caquita en la pija nena!
Yo me escupía toda, gritaba aunque el tipo me tapara la boca con su mano, me apretaba las tetas y me pajeaba. Pero pronto Sonia estaba arrodillada sobre mí para comerme la vagina y los huevos a su marido.
Como si eso no fuera demasiado, la pija del Piti comenzó a entrar y salir de mi boca con unas envestidas con las que fue todo un logro no vomitar como una guanaca. Además quería que le chupara el culo y le escupa las bolas.
Sonia seguía reproduciendo mis jugos vaginales con su boquita y Rodrigo no detenía su vigorosa pasión al darme más y más pija por el orto, cuando el Piti me mea las tetas.
Rodrigo entonces le pide a su esposa que se ponga la bombacha y se arrodille en el pasto, que le chupe la verga a su hermano y que no intente nada. El Piti empezó a darle por la concha onda perrito, y yo gritaba porque el tipo ahora me zarandeaba, pellizcaba mis tetas, me pegaba y me pajeaba, sin sacarme el pito de la colita. Lo terrible era saber que Rodrigo le pidió a su cuñado que se garche a su mujer!
Entonces, cuando vi un claro en mi mente, me escapé de los brazos del tipo y corrí para que me atrape. No le fue muy difícil reducirme junto a un árbol, ya que él estaba con zapatillas y yo descalza.
Me hizo treparlo hasta llegar a unas ramas firmes, y quiso que me cuelgue de ellas. Creo que le excitó que me tirara unos pedos desde allí.
Luego me pidió que baje con la lengua afuera, y que al mismo tiempo me masturbe y me escupa las tetas.
Una vez que mis pies tocaron tierra, descubro que a nuestro lado el Piti le daba pija a la concha de Sonia, solo que ahora ella lo montaba y le pellizcaba las tetillas.
Rodrigo me hizo abrazar el árbol, sin importarle los raspones que me hiciera en las gomas nme inmovilizó con su cuerpo para cogerme el culo otra vez. Ahora él mandaba porque me sometía, y yo no podía moverme siquiera.
¡haceme cacona en la verga perra, te gusta cómo te cojo? Querés más pija guachita? Sos puta, te encanta andar toda culeadita no? Meate de nuevo, y cagame la pija mami!, me decía el hombre mientras me apretaba el cuello y y me daba algunas cachetadas.
Me dolía la garganta porque no me dajaba gemir, y envidié a Sonia que pegaba unos alaridos deliciosos arriba de su hermano.
Por eso, creo que por la bronca de no poder hacer nada, me zafé por unos segundos de la dictadura de sus brazos. Pero apenas me manoteó me cogió la conchita de parado, mientras la mujer que no paraba de saltar sobre el Piti me sostenía de la cola.
Cuando Rodrigo se cansó me alzó en sus musculosos brazos y, apoyando mi espalda en el tronco del árbol, consigue cogerme la conchita con mayor profundidad, ya que sus manos me sujetaban por abajo. Me encanta sentir esa pija crecer en mi vagina, mientras veo cómo el Piti en el suelo le hace el culo a Sonia, que no evita sus gritos como los de una loca, además de confesar que su marido nunca anduvo por ese agujero.
Por momentos lagrimeaba de dolor, pero también de felicidad.
No tengo bien en claro por qué fue que me hice caca, pero supongo que me estimuló demasiado el dedo juguetón de Rodri en mi culo, y las chanchadas que me decía;
¡nunca te hiciste pis o caca en la escuela vos? Te metías los deditos en la cola cuando eras nena? Viste a tus papis cogiendo? Te paseabas en bombacha cuando estabas sola nenita? Te gusta oler tus calzones pendeja?!
Cuando siento que el tipo no va a tardar en embarazarme las entrañas, le muerdo una mano para salirme de su soberanía, me pongo en cuatro en el suelo y le pido que me la dé por el culo. Ni siquiera me importó estar gozando arrodillada sobre mi propia caca.
Sólo disfrutaba de su pija en mi culo, de sus movimientos bruscos, el choque de sus bolas y de sus dedos resbaladizos en mi vagina.
Le pido con la mejor voz de trola que tengo:
¡cuando te venga la lechita damela en la boca papi!
Rodrigo me obedece, perturbado y jadeante. El sabor de su verga posee la humedad que necesito, y le regalo la mejor mamada que puedo, embriagada por el olor de mi culo en su piel a punto de resquebrajarse en mi paladar.
En eso estoy, cuando de pronto siento que Sonia se sienta sobre mi espalda, como si yo fuese un caballito de calesita y ella una nena caprichosa. Frota su concha y gime histérica mientras me tira el pelo y me dice;
¡tomate toda esa lechita pendeja, sos una cerda, te encanta la poronga en el orto… trágate todo, sacale la leche a mi marido atorranta!
El Piti aparece atrás de mí, ya sin la cámara ni la linterna para puertearme la cola con su pedazo de pija, y luego todo se dio en simultáneo.
Rodrigo comienza a largarme todo su semen en la boca, al mismo tiempo que Sonia decide hacerse pichí sobre mi espalda, aunque sin abandonar sus frotadas. El Piti, por su parte, la desliza en mi vagina, y en solo tres arremetidas a fondo consigue expulsar su leche en mi conchita tan agradecida como enamorada de tanto sexo sucio. Sonia me comió la boca, y luego a su marido y al Piti a la vez, y por último me lamió la concha y el culo con un lengüetazo que volvió a erizarme la piel de calentura.
Pero teníamos que irnos.
En el auto Rodrigo me dio una bombacha, una pollera y una remera, todo impecable y perfumado. El Piti solo se puso una musculosa, pero Sonia y Rodrigo se vistieron completamente, sonia me limpió las rodillas y las manos, puesto que las tenía embarradas con caca, despertó a su bebé para cambiarlo y darle de mamar, y pronto ya estábamos en la ruta.
Ahora Rodrigo era un tipo amable, que hasta me llevó a mi casa.
Claro que en el camino fue imposible no tentarme con el pendejo. Me lo cogí suavecito en el auto como una novia calentona, o como una putita sin experiencia, y Rodrigo no se opuso. Tampoco la mujer.
Volví a quedarme con su lechita en la concha, y todo gracias a mis palabras cayendo en sus oídos.
¡oleme nenito, tengo olorsito a pis, y me hice caca mientras tu cuñado me cogía… dame pija guacho, viste cómo cogemos las vecinitas cuando andamos alzadas?! fin